jueves, 19 de enero de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 10

Los días pasaban tranquilamente. Las incursiones eran cada vez más habituales y seguras. Desde el encontronazo del primer día, Samuel y yo solo cruzábamos las palabras justas y necesarias. En cuanto a mi relación con Silvia, había algo que me preocupaba. Desde que la conocí en la gasolinera, me quedé prendado de ella. A pesar de ser muy joven, estas últimas semanas, la habían hecho madurar más de lo esperado. En mi ausencia, se relacionaba con los más jóvenes del lugar. No es que me sintiese celoso. Pero había que ser realista, y es que era catorce años menor que yo. Después de que volviese de la última salida hablé con ella.
- Silvia, -dije seriamente- necesito hablar contigo
- Claro, ¿Qué pasa? –dijo asustada- ¿te ha pasado algo fuera? ¿otra vez Samuel?
- No, no es Samuel. –no sabía cómo empezar aquella conversación.
- Entonces… -me miraba dubitativa
- Es de nosotros, -comencé- te he visto con esos chicos.
- Venga, no me jodas –me dio un puñetazo sin fuerza en el pecho
- No estoy celoso, es que… -me empezaba a poner nervioso- ¿Lo nuestro es solo tonteo o algo más?
- Joder…-miró hacia el cielo-… sabía que al final saldría esta conversación. ¿Es por lo que le dije al sobrino de Tomas?
- En cierto modo… -confesé
- Cariño,…-me dijo acercándose-…estoy contigo porque me gustas. Me gusta cómo me miras, como me tratas, como me besas, como…
- Vale, vale, -no quería que nos escucharan- ya lo he pillado
- De verdad, no te preocupes, -me besó para tranquilizarme.- No puedo decirte que te quiero, pero te falta un poquito para que lo consigas…-se rio y me besó de nuevo.
Notamos que había cierto revuelo. Dos hombres llevaban hasta la enfermería a uno de los chicos. Emanaba sangre por un brazo y no paraba de gritar. Vidal se me acercó, arma en mano.
- ¿Qué ha pasado? –pregunté
- Julieta, -le dijo a Silvia- Me robo a tu Romeo, tenemos una emergencia
- ¿Pero qué pasa? –insistí
- Ese chaval estaba haciendo el tonto en una de las verjas y se ha rajado el brazo –relataba con cierto asco- el doctor Molina me ha dado una lista de lo que necesita. Tenemos que salir.
- Joder…-dije-… ¿pero a dónde?
- Pues a un Hospital –puso cara de bobo-, aquí solo dispone de lo justo para dolores de cabeza, reumas…
El todoterreno negro hizo aparición. Lo conducía Samuel, para no variar. Le di un beso a Silvia.
- Ten cuidado, por favor. –dijo Silvia preocupada.
Me metí en el coche y enseguida nos pusimos en marcha. Según me contaban por el camino, el doctor les indicó a que hospital debíamos ir. Era el más cercano, y de seguro encontraríamos todo lo que solicitaba. Llegamos enseguida a la entrada de Urgencias, varios coches nos obstaculizaban el paso. Dimos media vuelta subiéndonos en aceras. Miguel Angel propuso dirigirnos hasta la entrada posterior. Era una entrada de menor tránsito, además de ser la que utilizaban los médicos, enfermeros y celadores cuando llegaban a trabajar. No se podía entrar en vehículo. Un pequeño jardín y una entrada minúscula lo impedían. Aparcamos justo en esa callejuela estrecha y bajamos. Dimos un rápido reconocimiento de la zona. El ruido del motor atrajo a un grupo numeroso de infectados. Al menos veinte. Sacaron sus armas, pero les impedí que disparasen.
- ¡No! –grité- Atraeremos a muchos más.
Esta vez, me hicieron caso. Corrimos por aquel jardín hasta la entrada. La puerta estaba cerrada. En esta ocasión y por la urgencia que nos precedía, dejé que Samuel disparara a la cerradura. La metralla destrozó media puerta. A mí me sirvió para poder entrar. Los infectados ya estaban bastante cerca. Al entrar descubrimos que era una especie de cafetería privada. Rápidamente bloqueamos con mesas y sillas la entrada. Si nos dábamos prisa, saldríamos de allí sin problemas. Vidal encendió su linterna, y se puso le primero. Avanzábamos en fila por aquellos pasillos. Samuel se quedó el último, salvaguardándonos la espalda. Yo, por si acaso, desenfundé mi puñal. El almacen, según la cartelería, estaba una planta más abajo. Pasamos las salas de radiografías y un poco más adelante la recepción de urgencias. Estaba plagado de cuerpos por el suelo. Tan solo se mantenían en pie, cuatro infectados que no eran conscientes de nuestra presencia. Retrocedimos varios pasos atrás en silencio.
- ¿Qué hacemos? –preguntó Vidal preocupado.
- Si los disparamos, seguro aparecen mucho más que estén perdidos por el hospital. Esto es una colmena de esos bastardos. –aseguró Samuel.
Sin mediar palabra, adelanté a Vidal. Me agaché y con bastante rapidez me acerqué al mostrador. Desde allí, podía atacar a uno sin que los otros supusieran un peligro. Me levanté, le agarré de la camiseta y le clavé el puñal. Los restantes eran más difíciles, pues se encontraban en mitad de la sala. De pronto, vi como Vidal salía de detrás de la pared de aquel pasillo y corría hacia ellos. Con la culata de su arma le golpeo con tanta fuerza a uno que le destrozó por completo la cara. Los otros dos, se abalanzaron contra él. Repitió la operación anterior, dejando KO a uno y alejando al otro que volvía a la carga. Salté el mostrador, y antes de que atacara de nuevo a Vidal, le clavé mi puñal. Vidal me lo agradeció. Nos quedamos unos minutos quietos y en silencio. No parecía que viniese nadie más. Samuel, nos indicó por cual pasillo debíamos continuar. Bajamos unas escaleras, y tras la primera puerta se encontraba el almacen que buscábamos. Recogimos todo aquello que el doctor pedía, y algunas otras cosas que nos pareció que podían sernos de utilidad. Mientras lo guardábamos todo en mochilas, escuchamos pisadas. Provenían de ese mismo pasillo. Miguel Angel, que era quien se había quedado en la puerta vigilando. Se metió dentro y cerró la puerta.
- ¿Qué pasa? –preguntó Samuel en voz baja
- Se acercan un montón de ellos. –dijo tembloroso.
- ¿Te han visto? –pregunté
- No lo sé, escuché las pisadas, miré hacia el pasillo. Al fondo vi cómo se acercaban un grupo numeroso. Creo que eran pacientes por la ropa. –relataba asustado.
- Bien, -llamé su atención- Quedaos en silencio. No toquéis nada. No os mováis. Si alguno llama su atención, estaremos muertos.
Las primeras pisadas se escuchaban por debajo de la puerta. Se notaba la tensión. Uno de ellos golpeó la puerta. Nos miramos entre todos temiendo lo peor. Seguían pasando de largo, y nos dio un respiro. No recuerdo el tiempo que estuvimos ahí parados, conteniendo la respiración para que no nos escuchasen. Al pasar los últimos, terminamos de guardar todo el material médico con sumo cuidado. Yo fui quien se atrevió a abrir la puerta. Lentamente me asomé. Aquellos infectados habían subido a la planta superior, imagino alertados cuando atacamos a los primeros. Sea como sea, por aquel pasillo no quedaba ninguno. Hice una señal para que me siguieran. Caminamos por aquel pasillo con la esperanza de encontrar alguna salida. No fue así. Giramos varias veces el pasillo a la derecha, y terminaba en una sala de espera de quirófanos. Teníamos que volver a subir. El problema era que aquellos infectados también fueron en esa dirección. Miguel Angel, era el que más asustado estaba. No quería subir. Vidal intentó convencerle. Así que Samuel, se ofreció subir el solo para dar un vistazo de la situación. Le esperamos en el principio de la escalera. Se preparó el fusil para el ataque. Bajó enseguida. Por la cara que traía, no eran muy buenas noticias.
- Está plagado. –se llevó las manos a la cara en gesto de desesperación.
- Mierda, mierda, mierda. –decía sin parar Miguel Angel
- Tranquilízate, -le ordené- Saldremos de esta. No sé como pero lo haremos.
- ¿Tienes alguna idea genio? –preguntó Samuel con aires de superioridad.
Negué con la cabeza. Estaba igual de desesperado que ellos. Me rascaba nerviosamente los ojos. Ninguno habíamos descansado desde por la mañana y se notaba en nuestro comportamiento. Samuel subía las escaleras a cada rato. Cada vez contaba uno o dos menos. Se movían nerviosamente por el hall. De alguna manera sabían que estábamos cerca, pero no eran capaces de encontrarnos. Y eso que tan solo nos separaban veinte metros. De pronto, un ruido metálico sonó en esa misma planta, detrás de nosotros. Se escuchó a lo lejos, pero retumbó como si fuera ahí mismo. Nos dimos la vuelta a la vez. A mí, por lo menos, se me paró el corazón. Aunque seguro que al resto también. Samuel apareció de nuevo por las escaleras, nos indicó que volviéramos al almacén. Por lo que pude entenderle, el ruido les atrajo de nuevo hacia nosotros. Para mis adentros estaba maldiciendo a todo y todos. Y ¿Por qué no decirlo?, estaba acojonado. Volvían a pasar por delante de la puerta. Gemían y se chocaban entre ellos, contra las paredes y contra la puerta. Pasaron unos veinte minutos hasta que dejamos de oírlos. Esa era nuestra oportunidad. Samuel no tuvo paciencia y abrió la puerta. Se dio de bruces con uno rezagado. Forcejearon hasta que Vidal le golpeo con la culata. Hicimos muchos ruidos, así que nuevamente se dieron la vuelta. En esta ocasión, corrimos hasta la escalera. Subía los peldaños de dos en dos. Al llegar al hall, aún quedaban dos vagando. Los esquivé. No tenía intención de enfrentarme a ellos. Además, en su intento por atraparme, tropezaron con los cadáveres del suelo. Me dio cierta ventaja. Cuando llegue al pasillo final, miré hacia atrás. Vi que me seguían, así que proseguí corriendo. Al llegar a la cafetería por donde entramos, tuve que detenerme. Estaban entrando aquellos que vimos al llegar. Me di la vuelta corriendo, y llegué hasta ellos. Me asusté al ver el estado de Samuel. Emanaba sangre por uno de los hombros.  Incluso le faltaba parte de la camisa y de piel. Me horroricé.
- Están entrando por aquí. –advertí mientras miraba la herida de Samuel.- Subamos a las plantas superiores. Tenemos que curarle.
Subimos a la primera planta. Aunque había cuerpos por todos los lados, ninguno se había levantado. El olor era insoportable. Cuando pasé por un punto de informacion, agarré unas mascarillas verdes. Una me la coloqué y pasé el resto a Vidal. Nos encerramos en la única habitación donde no encontramos cuerpos. Colocamos la cama en la puerta y pusimos los frenos. Tumbaron en la otra cama a Samuel. Con las sabanas, tratamos de pararle la hemorragia. Le limpiamos todo lo que pudimos la herida y le vendamos el hombro.
- ¿Cómo te encuentras? –me interesé
- Duele de la ostia –dijo entre dientes.
- No nos han visto subir. Podemos estar tranquilos. Solo tenemos que esperar la oportunidad. –comenté
- Eso espero –seguía doloriendose –porque si no, te mato yo.
- ¿A qué cojones viene eso ahora? –le recriminó Vidal
- Tanto sigilo nos va a pasar factura. Si nos liásemos a tiros, abriríamos paso. –refunfuñó
- Mira Samuel, -repliqué- tu impaciencia ha hecho que estés herido. Solo teníamos que esperar a que se alejaran un poco. Hacerlo con cuidado para que no pasase esto. Pero no, tenías que abrir la puerta y hacerte el héroe.
- Vale ya, -insistía Vidal- Dejadlo de una puta vez.
Me apoyé en la pared junto a la ventana. Se podía ver un jardín interior. Estaba descuidado y las plantas superaban el metro de altura. Me busqué en el pantalón el paquete de tabaco. Al abrirlo vi que la mayoría estaban rotos y aplastados. Pude salvar uno.
- ¿Me das? –preguntó Vidal.
- Si quieres lo compartimos, están rotos. –contesté
- Tengo papel de liar, -buscó en un bolsillo de la mochila- a ver, déjame recoger…
Con cierta habilidad, se lio un cigarrillo perfecto y fino. Le cedí mi mechero. Estaba anocheciendo y todos éramos conscientes de que pasaríamos la noche allí. Si no moríamos antes. El aspecto de Samuel cada vez era peor. Tenía sudores fríos y comenzaba a delirar. Algo extraño dado el poco tiempo que llevaba herido. Miraba a Miguel Angel que cada vez me transmitía más inseguridad. En cualquier momento cometería una locura, o lo que es peor, un error que nos supondría el fin de todos.
Vidal se ofreció en ser el primero en hacer guardia. Pero ninguno conseguimos dormir. Solo Samuel es al que vimos descansar. Quizá por estar herido. Lo cual nos planteaba otra dificultad. En todos los planes de escape que se me ocurrían, teníamos que correr. Dado el estado en el que se encontraba, dudaba que lo pudiera hacer por sí mismo. En alguna ocasión crucé miradas con Vidal, que me dio a entender que pensaba igual. Pensando, pensando, amaneció otro día. Ningún infectado se acercó a la habitación. Lo cual era buena señal. Me ofrecí a ser el primero en mirar al pasillo. Retiramos la cama que hacía de bloqueo, y me asomé. Todo despejado. Me coloqué de nuevo la mascarilla para no ahogarme, y caminé por el pasillo hasta la escalera. Bajé los peldaños de uno en uno sin hacer ruido. Podía escucharlos. Bajé un peldaño más para asomarme. Desde esa posición, solo pude contar tres. Tirados encima de un cuerpo y destripándolo. Puse cara de asco, y bajé un peldaño más. Cinco estaban de pie enfrente de la puerta principal, mirando hacia el exterior. Por un momento se me pasó por la mente salir corriendo de allí y dejar tirados al resto del equipo. Pero supongo, que mi conciencia no me dejó. Retrocedí hasta la habitación. Allí me estaban esperando expectantes.
- Podemos tener una oportunidad. Tendríamos que salir muy deprisa, y por la puerta principal. El problema es… -miré hacia Samuel que permanecía con los ojos cerrados.
- No podemos dejarle aquí,  -me recriminó Vidal
- Lo se… -dije sincero- … solo estoy pensando en que manera podemos sacarle de aquí.
Miguel Angel, que salió un momento de la habitación, volvió con una silla de ruedas.
- Es buena idea… -le dije-… pero ¿Cómo le bajamos? Además hay un montón de cuerpos que nos impiden que ruede.
Nuestra oportunidad se desvanecía por momentos. Cuanto más tiempo tardásemos en decidirnos, menos posibilidades tendríamos de tener el hall despejado. Vidal trató de despertarlo. No reaccionaba. Aún seguía vivo por como subían y bajaban sus pulmones. Le destapé la herida, y el pus nos echó para atrás. El olor que desprendía era asqueroso. Dulce y picante a la vez. Muy denso. Le limpié nuevamente la herida con alcohol y gasas. El aspecto no era bueno. El color negruzco no era buena señal. Claramente se le había infectado la herida. De repente, se despertó bruscamente y exhaló aire ruidosamente. Miró con miedo a Vidal, cuando terminó de coger aire, cerró los ojos y se quedó con la boca abierta.
- Joder… -dijo Vidal- … ¿Qué ha sido eso?
Me miró con cara de asombro, tratando de que yo le explicase lo que habíamos visto.
- Me cago en la puta… -maldijo Miguel Angel- … la ha palmado
- ¿Cómo se va a morir? –pregunté incrédulo
- Mira… -me señaló el pecho-… no respira.
Era el único que aceptaba realmente que había muerto. Nos quedamos inmóviles por un buen rato, asimilando aquello. No se me quitaba de la cabeza aquel último suspiro suyo. Vidal fue quien me sacó de mi letargo.
- Vamos chico, -me dijo moviéndome el hombro- tenemos que irnos ya.
Cuando reaccioné, saqué mi puñal. Nos íbamos de allí. Aparté la cama para salir al pasillo. Fuimos hasta la escalera, bajamos los peldaños, y aquello seguía igual que lo dejé minutos atrás.
- Bien escucharme, -estando los tres agachados- abajo hay dos o tres que están tirados comiéndose a uno. Pegados al cristal de la puerta hay otros cuatro o cinco. Vamos corriendo hasta la puerta, los empujamos hacia un lado y estamos fuera. Solo tendríamos que correr hasta el coche que está en la parte de la derecha. No sé cómo nos vamos a encontrar el panorama fuera, pero no os detengáis. Evitarlos lo que podáis. No os enfrentéis. ¿Tenéis las llaves?
Mierda. Las llaves las tenía Samuel, teníamos que volver a la habitación y sacarlas de su bolsillo. ¿Qué más nos detendría?

lunes, 16 de enero de 2017

Micro relato 1 (Hasta que la muerte nos reúna)

Trataba de pedalear aun más rápido, mientras miraba casi insistente hacia su amiga. Julia trataba de alcanzarla y cuando lo conseguía, Coral empeñaba mas fuerzas y lograba dejarla atrás de nuevo. Casi habían llegado y Coral le dedicó una sonrisa a su amiga. Se conocían desde pequeñas, y por suerte, lograron sobrevivir. Aquella ruta la hacían casi a diario, por lo que los atajos se los conocían de memoria.
Quedaron escondidas entre dos coches mientras dejaban alejarse a tres podridos, como los llamaban. Aprendieron que era mejor ser paciente que enfrentarse a ellos de primeras. A no ser que no hubiera otra opción. Esperaron a que estuvieran lo suficiente lejos y se colaron en la hamburguesería. Este tipo de locales son una mina de aceite usado. Aceite que usarían para encender un grupo motor con el que consiguen la electricidad. De sus mochilas sacaron las botellas y de las mismas freidoras, las llenaron.
Juguetearon un buen rato en el parque de bolas destinado a niños de no mas de seis años. Aun se sentían como niñas que eran. Esta vez causaron mas ruido que de costumbre, y cuando advirtieron que se acercaban unos cuantos, enseguida se largaron de allí. Pedalearon otro poco más hasta una serie de viviendas bajas, algo mas alejados de la ciudad. Dejando las bicicletas en la entrada, se colaron en una de ellas con la ventana rota. Registraron la casa de arriba abajo, pero no encontraron nada de su interés. Continuaron por la siguiente y después la otra. Al llegar a la última, antes de entrar se llevaron tremendo susto al aparecer una mujer convertida por la ventana. Coral, la chica mayor, sacó del bolsillo una navaja. Sin pensárselo dos veces se lo clavó en un ojo y lo retorció hasta que se desplomó dejando de moverse. Antes de entrar se aseguraron de que no hubiese mas. En esta ocasión encontraron algo que llevarse a la boca. Varias bolsas de patatas y chocolatinas energéticas. Del dormitorio principal tomaron algunas prendas que podían servirles. Mientras se comían una de las chocolatinas, Julia se probó alguno de los vestidos sexys que había colgados en el armario. Mirando por los cajones, a ambas les entró la risa tonta al encontrar un pene de plástico rojo. Mientras seguían probandose ropa de aquella mujer, varios disparos sonaron desde el exterior. Se asustaron. Dejaron de jugar y se escondieron en el armario. Ya tenían la experiencia de que los podridos son tan peligrosos como algunas personas sobrevivientes. Cada vez que se topaban con algún adulto, preferían esconderse y dejar pasarlos.

jueves, 12 de enero de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 9

Tras ducharnos… y algo más. Nos pusimos ropa nueva que nos trajeron. Eran cerca de las ocho, y teníamos que reunirnos con el resto de la gente. Mientras se vestía, la miraba embobado. Era la primera vez que la veía con el pelo suelto. En el momento que se disponía a ponerse de nuevo la coleta, la pared.
- Estas mejor con el pelo suelto. –la bese en cuello por detrás.
Sonrió y dejó la goma en la mesita. Se giró para besarme nuevamente en los labios. En ese momento, alguien llamó a la puerta. Nos separamos entre risas nerviosas. Al abrir, descubrimos que era la asistenta de Gregorio. Nos estaba recordando la cena. Antes de irme, llevé mi mano a mi cintura buscando el puñal.
- No te hace falta aquí, -me dijo cariñosamente Silvia.
La hice caso y cerramos la puerta. Caminamos hasta el comedor común. Aun había gente fuera esperando para entrar. Nos sentimos algo incomodos al centrar sus miradas en nosotros, incluso dejaron a media sus conversaciones. Saludé a quien se me ponía por delante, algo vergonzoso. La asistenta nos invitó a pasar. Aquel salón era bastante grande. Con grandes mesas dispuestas en fila para formar una sola. Con sillas a ambos lados. Enfrente, en una zona algo más elevada, estaba otra mesa bastante más pequeña. Enseguida supimos que sería donde se sentaría Gregorio. Nosotros nos sentamos en dos huecos que había libres, lo más cercano a la mesa de Gregorio. Cuando el salón estuvo lleno, varias personas empezaron a sacar bandejas de comida. Desde pollos asados, patatas asadas, ensaladas. Todo un festín que se nos supuso algo exagerado. Antes de empezar, Gregorio solicitó silencio.
- Buenas noches a todos, -se levantó- como muchos de ustedes ya habrán visto, tenemos a dos nuevos integrantes entre nosotros –nos señaló para que nos levantásemos- Estas dos personas, han logrado sobrevivir ahí fuera durante semanas. Todos sabemos de los peligros que nos acechan. Por eso quiero daros la bienvenida oficial-nos volvía a hablar directamente- a nuestra comunidad. Comed y bebed lo que os apetezca.
Dió el pistoletazo de salida, y el resto de gente aplaudió. En cierta forma parecía que estuviéramos en una fiesta de etiqueta, pero en el apocalipsis. Tras todo eso, nos dispusimos a comer. Silvia, cada vez que tenía la ocasión, me cogía la mano por debajo de la mesa. Yo la miraba y sonreía. Entonces me acordé. Miraba hacia todos los miembros, pero no conseguía ver ni a mi madre ni a mi hermano.
- ¿No están aquí verdad? –preguntó
- No. No los veo. –contesté apenado.
Me besó nuevamente en los labios, y proseguimos comiendo. Al llegar el capítulo de postres, la asistenta se acercó hacia mí.
- Disculpe, -me dijo-, el señor quiere hablar con usted. Quiere que se siente a su lado, si no es mucha molestia.
- Claro que no, -contesté amablemente- enseguida voy.
Silvia me miró extrañada, pero no le di importancia. Terminé de comerme la manzana de dos bocados rápidos, y me levanté. Al llegar junto a Gregorio, me tenían reservado un asiento. Me tendió una copa de vino y me senté.
- ¿Has comido bien? –empezó
- Sí. Muchas gracias –le agradecí
- Quiero que mires a toda esta gente, -me señaló la amplitud del salón- ¿Qué me puedes decir sobre ellos?
- Pues… no lo sé. –dudaba que respuesta darle sin temor a equivocarme
- Ese señor –me indicó uno gordo con la cara roja de tanto vino-, era el dueño de una importante empresa eléctrica. ¿Ves aquella pareja de ancianos? –no dejó que contestara- Su hijo era el gerente en España de Google. Aquellos de ahí, formaban parte de mi partido político. La panda de críos del fondo, son hijos de políticos. Estos de más adelante, son sus padres. La señora que viste de rojo, estaba casada con un empresario Argentino. –dio un sorbo a su copa- Dime ahora, ¿qué puedes decirme de ellos?
- Que eran personas ricas. Con poder. –dije lo obvio
- Así es. –dio otro sorbo- Todas estas personas, de algún modo u otro han logrado sobrevivir porque pudieron pagarse este hospedaje.
- No los culpo por ello. –dije sincero
- Son personas como tú y como yo. En eso somos todos iguales. Sin embargo, no solo te diferencias de ellos por su nivel económico. Cualquiera de ellos, no lograría sobrevivir ahí fuera más de una hora. Tú, en cambio, lo has hecho durante semanas. –volvió a llenar mi copa de vino
- Tuvimos suerte. –traté que quitarle importancia.
- Con suerte o no. Sabes cómo comportarte ahí fuera. –su cara cambió- Te puedo ofrecer la seguridad de dormir bajo un techo y tranquilo todas las noches con tu novia. De ducharte con agua caliente.
- ¿Qué me está proponiendo? –pregunté sin tapujos.
- Al ritmo que llevamos, pronto nos quedaremos sin recursos. Desde comida a combustible. –suspiró- Quiero que te unas al equipo de Samuel. Que consigas todo esto para nosotros, para ellos. –me señaló nuevamente el salón- No pido que arriesgues tu vida innecesariamente. Solo que nos ayudes. Vete de nuevo con tu novia, háblalo con ella si es lo que necesitas. Pero mañana necesito que me des una respuesta. –hizo una señal a su asistenta para que me acompañara
Al llegar de nuevo con Silvia, le conté nuestra conversación. No le sentó nada bien. Pues no entendía que yo tuviera que exponerme al peligro y todos esos ricachones siguieran viviendo en su burbuja. Tras terminar la cena, volvimos solos hasta nuestra habitación. Previo a esto, me quedé cinco minutos afuera fumándome un cigarro. Tenía que pensarlo bien. Al volver, Silvia estaba plácidamente dormida. Me desnudé, y me tumbe junto a ella.
A la mañana siguiente, después del desayuno. La asistenta de Gregorio, se acercó a mí. Me pidió que le acompañara hasta el despacho. Entramos por la puerta principal, y subimos una gran escalera hasta el primer piso. En la primera puerta estaba el despacho. Al entrar, junto a la ventana, estaba Gregorio. Delante del escritorio, Samuel, Miguel Angel y Vidal.
- Buenos días, -se dio la vuelta- ¿has descansado?
- Buenos días, -contesté- Si, he descansado perfectamente.
- No me andaré por las ramas, ¿Cuál es tu respuesta? –preguntó firme, sentándose en su silla de cuero marrón oscuro.
- Me uno. –fui escueto.
- Fenomenal –sonrió
- Una cosa, -me miró expectante- quiero que garantice la seguridad de Silvia en mi ausencia. Por supuesto, que se nos trate por iguales.
- ¿Solo eso? –sonrió de nuevo- Te garantizo que tu novia y tú, seréis tratados como el resto.
Dicho esto, ya estaban preparados para irnos. En esta ocasión, dejaron en el garaje el todoterreno negro, y sacamos un camión pequeño, de unos cuatro metros. Bastante manejable, y con ruedas para todo tipo de superficies. Esta era nuestra primera expedición juntos. Me tendieron un arma como las suyas. Pero la rechacé. No tenía idea de cómo funcionaban y eran muy pesadas. Instintivamente llevé mi mano al puñal, y quedé más relajado al comprobar que lo llevaba encima. Tras varios kilómetros, supe que no tenían ni idea de hacia dónde dirigirse.
- Propongo que nos acerquemos hasta algún centro comercial. –les dije cuando paramos en un cruce de carreteras.
- Puede que el joven tenga razón –dijo Vidal
Samuel sacó un mapa. Tras observarlo varios minutos, puso rumbo hacia el oeste. Desde aquella montaña se podía ver perfectamente la ciudad y sus alrededores. Les señale un buen sitio para empezar. Estaba al lado de un polígono, parecido en el que nos encontraron. Dentro del parking, había bastantes coches. Supuse que estaría infestado de gente no deseada.
- Los veo por la cristalera. –dijo Miguel Angel- Deberíamos buscar otro lugar.
- Si, de este nos podemos olvidar. –confirmó Samuel.
Al dar la vuelta, dos infectados comenzaron a seguirnos sin éxito. No obstante, tanto Miguel Angel como Vidal, sujetaban con fuerza sus fusiles. Los pude ver alejándose por el retrovisor. Tardamos un poco en encontrar un segundo centro. Este parecía menos peligroso. La parte buena era que, la zona de carga y descarga era de fácil acceso. Esto nos permitiría salir corriendo en caso de emergencia. Una vez aculado el camión, la puerta elevadiza era el siguiente obstáculo. Mientras los otros tres estaban de pie esperando, yo me fijé en una puerta peatonal con un ojo de buey. Me acerqué. Estaba cerrada. Saqué mi puñal, y con la hoja traté de forzarla. Conseguí introducirla por una ranura y el pestillo cedió sin dificultad. Empujé lentamente, y asomé la cabeza. Estaba oscuro. Con un trozo de madera rota bloquee la puerta para que no se cerrara. Sobre todo porque solo se podía abrir desde dentro. Con la escasa luz que había, no quería correr el riesgo de adentrarme en aquel almacen sin cerciorarme de que estaba libre de infectados. Con la hoja del puñal golpeé el marco metálico de la puerta. Era un recurso que me había servido anteriormente. Tras varios golpes salí al exterior para esperar. No sucedía nada. Me acerqué nuevamente, golpeando el metal. Sin embargo, para sorpresa de los cuatro, varios infectados aparecieron por la entrada de camiones. Justo detrás nuestro. Vi las caras de terror que tenían mientras se acercaban. Samuel, fué el primero en disparar. La metralla perforó el cuerpo del infectado, sin derrumbarle. Retrocedió escasos metros hacia atrás. Vidal y Miguel Angel hicieron lo mismo. Me percaté de que no disparaban directamente a sus cabezas. Recurso que me reservé. Quería averiguar más sobre ellos. Quizá más por mala puntería, o por repeticiones, conseguían abatirles. Pero en ningún momento supieron si fue por exceso de balas o por la bala en el cerebro. Después de aquel espectáculo, me pronuncié.
- Habéis hecho mucho ruido. –dije algo molesto- entremos antes de que vengan más.
Me di la vuelta y entré en el almacen. Manualmente, y con unas poleas, subí la lona del almacén. La luz entró y comprobamos el tesoro encontrado. Me asombré de que Vidal, llevase una lista. Cargamos el camión con todo aquello que incluía el papel. Apuntamos el lugar en el mapa. Pues quedaron muchísimas cosas por recoger. Cerramos de nuevo el almacen y atranqué la puerta peatonal. De vuelta, estaban muy excitados por el éxito de nuestra incursión. No era para menos, la verdad.
- Cuéntanos, -me dijo Samuel- ¿A qué te dedicabas antes?
- Me ocupaba del mantenimiento de las líneas de producción en una factoría. –relaté mi puesto
- ¿Estaba bien pagado? –preguntó de nuevo
- La verdad es que no, -confesé
- Menuda mierda. Yo no hubiera sabido vivir con esos sueldos. –dijo burlonamente
- Viendo como malgastáis balas, lo entiendo todo. –me sentó fatal sus aires de superioridad
- ¿De qué vas? –detuvo el camión precipitadamente- ¿te crees que por dar golpecitos en las puertas eres mejor que nosotros?
Por un momento estuve a punto de partirle la cara. Le mantuve la mirada agresivamente, hasta que Vidal puso orden. Reanudó la marcha, y la alegría que antes tenían, desapareció hasta que llegamos a la comunidad. Mientras descargábamos, Samuel se acercó a mí. Me golpeó en el estómago y me susurró.
- Puede que seas el ojito derecho de Gregorio, pero como me vuelvas a contestar así, te vació un cargador. –me miró fijamente y se marchó.

jueves, 5 de enero de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 8

Transcurrieron seis días desde el incidente con Tomas y sus sobrinos. Silvia no estaba recuperada del todo, aunque pudiera levantarse y moverse con cierta agilidad. En esos días solo tuve que salir una vez más a por provisiones. En una de esas salidas, me hice con varios juegos de mesa para entretenernos. Aquello era un puro aburrimiento sin televisión ni móvil. Hasta descubrimos lo placentero que era tener conversaciones largas. Tras aquel día que me derrumbé, dormimos en la misma cama. No hay nada, aun, entre nosotros. Aunque si necesitábamos sentirnos más cerca. Ahora conozco mucho más profundamente a Silvia, como ella me conoce a mí. Sabemos de nuestras debilidades, preferencias, sueños sin cumplir, manías… Fue agradable compartir algún que otro secreto. Entre nuestros planes de futuro, estaba por acercarnos más directamente a la ciudad. Descubrir si quedaba alguna comunidad de supervivientes. En caso contrario, viajar todo lo que pudiéramos hasta la costa. En algo estábamos de acuerdo. Queríamos ver el mar por última vez. Ante todo esto, cambié el elegante coche que robé en el concesionario, por una furgoneta. Como no podía ser de otra manera, los concesionarios de la zona no estaban ni mucho menos vigilados. Me apoderé de varias garrafas para rellenarlas de toda la gasolina que pudiéramos. La parte de atrás de aquella furgoneta, era lo bastante amplia como para colocar un colchón. Si pensábamos estar moviéndonos, que mejor manera de descansar, que allí atrás.
Ya lo teníamos listo para adentrarnos más en Madrid. En mi última expedición me acerqué todo lo que pude hasta que me topé con un gran atasco de coches abandonados en la autovía. Si había cuatro carriles para cada sentido, los ocho estaban ocupados. Todos en la misma dirección. Es decir, huían de la ciudad. Por lo que me hice con un mapa, y encontré varias carreteras secundarias. La intención era acercarme hasta el piso de mis padres. Después solo era cuestión del destino. Mientras conducía, ella me iba guiando por caminos y carreteras evitando los pueblos, leyendo el mapa. Llegamos hasta un polígono céntrico, donde acababa la carretera. Pero ya podía ver los edificios. Quizá andando podían llevarnos media hora. Aparcamos la furgoneta entre dos naves. Nos cercioramos de que no hubiera peligro. Coloque mi puñal en la cintura y vacié la mochila para llenarla si necesitábamos algo.
- ¿Estas segura de querer venir? –pregunté por última vez
- Por supuesto, ni loca me quedo otra vez sola. –contestó
- Pues entonces, -tenía las manos detrás de la espalda, y las descubrí- es hora de darte un regalo.
Encontré un puñal algo más ligero y con la hoja más puntiaguda. Perfecta para ella.
- Si es que eres un sol –me dio un beso en la mejilla
- Acuérdate de lo que te enseñé. –saqué el mío.- Se lo clavas en el ojo. Con eso no hay duda de que caen.
- ¿Cómo fue tu primera vez? –preguntó intrigada, a la vez que asqueada
- Dudé. –relataba- Dudé y eso me pudo costar la vida.
Tras aquellas primeras impresiones, me quedé observando la ciudad un segundo más. Se distinguía dos edificios que en su momento ardieron. Salía humo negro desde la parte más alta. Anduvimos por aquel descampado hasta llegar a las primeras calles. Todo estaba devastado. Cientos de cuerpos yacían por el suelo, dentro de establecimientos, barricadas a medio destruir, accidentes de tráfico por donde miraras. No fue hasta más dentro de la ciudad, cuando nos encontramos al primer infectado. En un principio lo iba a matar yo, pero dejé paso a Silvia. La noté nerviosa, y por eso me quedé junto a ella. Si cometía un error, debía subsanarlo de inmediato. Sin embargo la maniobra que hizo me sorprendió gratamente. Lo rodeó y sin darle tiempo a reaccionar lo tiró al suelo. Entonces es cuando le clavó su puñal recién estrenado.
- ¡Bien! –celebró
Al llegar el momento de sacar el puñal, se produjo lo que intuía que iba a pasar. Le sobrevino una arcada precedida del vomito.
- ¿Estás bien? –me preocupé
- Si, si… -le vino otra bocanada.- es asqueroso.
Una vez que se recuperó, proseguimos la marcha. Tan solo estábamos a pocas manzanas del piso de mis padres. Cada cruce lo atravesábamos lo más rápido posible. Si bien no eran muchos los infectados que nos encontrábamos, preferíamos evitarlos. Al llegar a una plaza bastante familiar, recordé aquel video que vi en la fábrica con los operarios del turno matutino. Era espeluznante. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Miré hacia el edificio de la derecha. Aquel barrio era mi barrio de la infancia. Busqué con la mirada el balcón donde tantas veces escupimos mi hermano y yo a la gente que transitaba. Las risas que nos pasábamos. Cierta melancolía me abrumó. Nos acercamos hasta el portal, el cual estaba abierto de par en par. Tras saltar varios cuerpos en las escaleras, llegamos hasta el cuarto piso. El piso de mis padres. Prácticamente todas las casas estabas abiertas. Pasé yo primero, Silvia se quedó en el descansillo. Lo encontré todo desordenado y sucio. Las ventanas cerradas y las persianas a medio bajar. A la izquierda, la cocina, parecía que la habían saqueado. Cajones por el suelo, nevera abierta, platos rotos por el suelo. Avancé hasta llegar al salón. Algunas jeringas utilizadas llamaron mi atención. La televisión estaba a punto de caerse. Cogí un marco con una fotografía de los cuatro, que se encontraba en el mueble bar. Los echaba de menos. El corazón empezaba a latir con rapidez. Me acercaba a las habitaciones. Primero pasé a la mía, que compartía con mi hermano. No estaba desordenada del todo, pero sí muy sucia. Con cartones de pizzas, latas de cervezas vacías y los cajones abiertos. Colgando ropa por ellos. Para terminar, entré en la habitación de mis padres. La habitación no permanecía en oscuras, así que pude ver un cuerpo. No tardé en averiguar que era mi padre. Las lágrimas inundaron mis ojos, dejando por fin que resbalaran por mis mejillas. Por más que miraba, un segundo cuerpo, no lo encontraba. Tenía la esperanza de que mi madre estuviera aún viva. Además, mi hermano tampoco estaba, por lo que deduje que podrían estar juntos. Silvia apareció por detrás. La había escuchado, por lo que no me asusté.
- Lo siento. -puso una mano en mi hombro
- Gracias. –apreté su mano contra la mía- Tenemos que irnos.
Cuando me solté, se interpuso en mi camino. No entendía que hacía. Me miró fijamente a los ojos. Supuse que esperaba que la besase o que la abrazase. En cualquier caso, no hice lo que ella esperaba. Lo comprendió, y se apartó. Bajamos de nuevo hasta la calle. Me apoyé en la pared y me encendí un cigarro. Ella salió segundos después.
- ¿Estás bien? –preguntó triste
- Solo es la impresión de ver el cadáver de mi padre. –contesté
- No me refería a eso, -dudaba en sus palabras-, bueno, también… me refería…
- Se a lo que te refieres. –dije cortante
- Quizá me he dejado llevar un poco… -confesaba
- Volvamos a la furgoneta –varios infectados se acercaban.
Volvimos sobre nuestros pasos. Evitamos en todo momento confrontaciones directas con ellos. Despistamos a los más cercanos, y llegamos al descampado sin temor. Quitamos los pallets que pusimos para camuflar la furgoneta. Antes de abrir la puerta, escuchamos a alguien detrás de nosotros.
- No os mováis, -nos dijo un hombre vestido de militar con la cara tapada y un arma de gran calibre en posición
- ¿Cuántos sois? –nos dijo un segundo hombre de iguales características
- ¡Eh! ¡eh! –conseguí decir tras el susto.
Silvia se limitó a levantar las manos.
- ¡TU! –me señaló- ¡Levanta las manos!
Lentamente subí las manos. No tenía la más mínima duda de que no haría nada. Eran militares.
- Chica, -se dirigió uno de ellos-, ¿de dónde venís? ¿Estáis heridos?
- Venimos de fuera. Hemos ido en busca de su familia –relataba temblorosa
- ¿Estáis heridos? –preguntó insistentemente el del medio.
- No –contesté yo
- Os hemos visto venir de la ciudad, ¿os habéis enfrentado a alguno? –preguntó el que parecía llevar la voz cantante
- Los hemos evitado –contesté yo nuevamente
- Entonces, ¿no habéis tenido contacto físico? –seguía interrogando.
Negué con la cabeza. Silvia me miraba asustada. Hasta que aquellos tres militares se quitaron la máscara de tela. Nos sorprendió ver su aspecto. El que parecía ser el líder era de una edad avanzada. Pelo canoso, con arrugas. Pero para nada parecía un militar. El segundo, justo a su izquierda era más joven. Podría pasar por militar, pero enseguida supe que no por la forma en que sujetaba su arma. El tercero, repeinado hacia atrás y con un bigote abultado. Tampoco sujetaba el arma debidamente.
- Disculpad nuestros modales, -comenzó hablando el claramente ya el líder.- me llamo Samuel Salgado –me tendió la mano- a mi izquierda se encuentra Miguel Angel, y el bigotudo de mi derecha es Vidal.
Por un momento pensamos que era una broma. Primero nos asaltan por detrás con armas potentes. Nos interrogan. Para terminar descubriendo, que eran tres personas con buenos modales, que se habían disfrazado de militar. Ante la incredulidad, tendí mi mano y me presente. Seguido, presenté a Silvia que aún seguía con los ojos como platos.
- Es una alegría saber que aún quedan personas vivas no infectadas. –continuó hablando Samuel
- Sois los primeros que vemos en días. –prosiguió el del bigote.
- Entonces… -no sabía que decir-… ¿podemos irnos ya?
- ¿Iros? –preguntó Samuel incrédulo- Por dios, os alegrará saber que tenemos una gran comunidad. Seréis bienvenidos.
- ¿Comunidad? –preguntó Silvia- ¿más supervivientes?
- Claro que sí, hermosura –se dirigió Vidal a Silvia- Venid con nosotros, y disfrutareis de la seguridad del recinto.
Aquello nos dio un rayo de esperanza. Había más supervivientes, que por alguna razón, habían conseguido mantenerse a salvo. Imaginé, que aquellos hombres, saldrían de vez en cuando a por suministros. Por lo que aceptamos. Nos ayudaron a recoger nuestras cosas y nos subimos en su vehículo. Un todoterreno negro con los cristales tintados de negro. Silvia no parecía muy contenta. Sin embargo yo, tenía la esperanza de que si había una comunidad de supervivientes, quizá estuvieran mi madre y mi hermano. Mientras nos dirigían hasta su refugio, me iba fijando por donde pasábamos. No era muy difícil de llegar, pero si no conoces la zona te puedes perder. Transitábamos por unas carreteras montañosas y estrechas. Después nos incorporamos por un camino, aunque también asfaltado. Nos dimos cuenta que habíamos llegado al ver un edificio dentro de una gran recinto con una gran muralla de piedra. A los lados disponía de dos torres de vigilancia, que en ese momento solo estaba habitada una. La persona que se encontraba allí arriba, enseguida dio órdenes a quien fuera que estuviera abajo y la puerta de rejas que teníamos de frente comenzó a abrirse. Entramos dentro del coche, hasta la puerta principal de aquel edificio. Rodeando una gran fuente en el medio. El primero en bajar fue Vidal. Seguido, Samuel, y por ultimo Miguel Angel. Este último fue quien nos abrió la puerta. Al bajar observé como los habitantes de aquel lugar nos miraban expectantes. Me llamó poderosamente la atención, lo aseados y bien vestidos que iban. Incluso, vi una pareja de ancianos paseando a su perro diminuto. Que al vernos comenzó a ladrar.
- Esperad aquí. –ordenó Samuel- Vidal está informando.
¿Informando? ¿A quién? La respuesta no tardó en llegar. Por la puerta principal del gran edificio, apareció un señor con traje, pero sin corbata. Me resultaba familiar, pero no llegaba a concretar nada en mi mente.
- Hola Samuel, -habló primeramente hacia su gente- ¿Qué tal os ha ido fuera?
- Bien señor, -contestó Samuel
Aquel hombre, por fin, dirigió su mirada hacia nosotros.
- Veo caras nuevas, -me miró sonriente- ¿Qué tal? Dejadme que me presente. Soy Gregorio Manzano. Portavoz del Presidente del Gobierno. Desgraciadamente, desconocemos su paradero. Y por los últimos informes de Samuel y su equipo, puede que sea la única autoridad de mayor rango que quede con vida en España.
Me presenté, y Silvia hizo lo propio.
- Me alegro de que aun quede gente con vida fuera de estos muros. –sonrió
- ¿Qué es este lugar? –pregunté intrigado.
- Este lugar, no os voy a engañar, fue un antiguo cuartel militar que el presidente ordenó reabrir para alojar a los más pudientes. Ya me entendéis. –decía sin escrúpulos.- Pero yo, todos nosotros, lo abriremos para todo el mundo. Por lo pronto, mi asistenta os asignará una habitación. Necesitareis asearos y descansar. Imagino que estos días por ahí fuera habrán sido de lo más agotador.
Se dio la media vuelta y allí nos dejó con su asistenta. A medida que caminábamos por allí, seguíamos viendo gente bien arreglada. Paseaban y charlaban como si no hubiera ocurrido nada. Un grupo de jóvenes, intuí que menores de edad, nos miraban y se reían. A decir verdad, nuestro aspecto y nuestra higiene personal era deprimente. Entramos por otra puerta del edificio contiguo. Algo más pequeño, pero todo muy bien colocado y limpio. Nuestra habitación, de unos treinta y pico metros cuadrados, disponía de ducha y aseo. Además de una cama de un metro y treinta centímetros. Un armario, y una cómoda. Suficiente para los dos, dado los tiempos en los que vivíamos. La asistenta, nos dio indicaciones generales de cómo proceder en cualquier caso. Nos informó de que a las ocho de la tarde, se reunían todos a cenar en el salón principal. Tras cerrarnos la puerta, permanecimos un rato en silencio. Silvia, comprobó que disponían de electricidad al encender la luz. Se acercó al baño, y me enseñó toallas limpias. Abrió el grifo de la ducha y vino hacia mí.
- No me lo puedo creer, agua caliente. –me dijo
Yo la sonreí, y me senté en la cama. Aún tenía la imagen de mi padre tirado en su cama. El aspecto era grotesco, y se notaba ya el proceso de descomposición. Silvia me miraba desde la puerta del baño. Se acercó a mí y se puso de rodillas para ponerse a mi altura.
- ¿Quieres que hablemos? –preguntó interesada
Negué con la cabeza. Tomé su mano y la apreté con la mía. Descubrió que tenía los ojos llorosos. Me miraba tiernamente. Se acercó más a mí. Concretamente a mi cara. La miré a los ojos y acerqué mis labios a los suyos. Al notarlos, ella cerró los ojos y me abrió la boca. Entendí que no me rechazaba. Nos besamos profundamente unos segundos, antes de tumbarnos en la cama. Se puso encima mía sin dejar de besarme. Cuando se apartó.
- ¿Nos damos una ducha? –preguntó pícara