miércoles, 15 de febrero de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 11


Volvimos a la habitación para recuperar las llaves del coche. Para nuestra sorpresa, vimos a Samuel levantado de la cama. Se encontraba mirando por la ventana.
- Samuel, estás vivo. -dijo Miguel Angel acercándose
Samuel se giró. Enseguida supe que no era el Samuel que conocíamos. La palidez de su cara y los ojos perdidos, hicieron que temiera por Miguel Ángel.
- ¡No! —grité
Pero era demasiado tarde. Se lanzó a por Miguel Ángel y le mordió en la cara. Arrancándole todo el carrillo, dejando a la vista parte de su dentadura. El grito fue estremecedor. No había nada que hacer. Estaba perdido. Mas sabiendo ya, que si te muerden, te conviertes. De reojo vi que Vidal lloraba. Era consciente, tanto como yo, que debíamos dejarle. Al llegar al hall, los mordedores se habían levantado. Conseguimos esquivarlos, pero los del cristal nos iba costar mucho más. Incluso por los pasillos empezaban a llegar en grandes cantidades. No me lo pensé dos veces. Tomé carrerilla, y me lancé contra los del cristal. Si había cogido suficiente impulso, rompería el cristal. El resto se lo dejé a la suerte. El cristal cedió y caímos entre millones de cristales. Escuché como Vidal me gritaba algo. Pero la adrenalina no me permitió saber que dijo. Me separé del infectado en el que amortigüe la caída. Lanzaba dentelladas al aire. Noté como mi ojo derecho se empañaba de rojo. Llevé mis manos a la cara y estas se encharcaron humedecieron de sangre. No supe si mía o del infectado. Busqué insistentemente a Vidal. No lo encontraba. Me deshice definitivamente del infectado clavándole el puñal. Escuché como el resto salía por el hueco de cristal roto. Eran muchos. Demasiados. Yo solo no podría con tantos.
- ¡EH! -escuché detrás- ¡ROMEO LARGUEMONOS DE AQUÍ!
Era Vidal. No sé cuándo ni cómo, pero había salido de allí. Corrimos saltando entre los coches. Sin dirección definida. Solo importaba salir de allí. Cuando nos dimos cuenta, estábamos callejeando por el centro de Madrid. Yo aún tenía fuerzas para continuar, pero Vidal no. Nos escondimos en una tienda de ropa. Allí nos sentamos para recuperar el aliento. Aún seguía sin poder ver por el ojo derecho. Me limpié con una camiseta del perchero. Vidal me examinó. Tenía una brecha en la frente, seguramente provocada por algún cristal en la caída.
- Estas como una puta cabra -se empezó a descojonar.
- Joder, -dije eufórico- qué locura Vidal. Que locura.
Me vino a la mente la cara de Silvia. La echaba de menos. Solo había pasado una noche, pero era suficiente. Ese era mi único aliciente para seguir con vida en el hospital. Ahora teníamos que conseguir un medio de transporte, para llegar a la comunidad. Cuando estuvimos listos para continuar, caminamos un rato hasta que lo vi. No era la primera vez que lo haría. Ya era experto. Si, íbamos a robar en un concesionario. Entrar fue fácil. Buscamos las llaves en un panel de madera puesto en la pared. Llevaban escrito la matricula, así que me decidí por un BMW X6 de color azul. Nos sentamos dentro y arranqué. Le costó dos intentos.
- ¿Y ahora qué? -preguntó Vidal sin saber que vendría después.
Aceleré dos veces a tope. Me puse el cinturón de seguridad y le dije que hiciera lo mismo.
- No. -dijo asustado
- Sí. -contesté riéndome
- No, no y no -me miraba con los ojos abiertos
- Si, -contesté de nuevo
Quité el freno de mano y pisé el acelerador a fondo. Los dos comenzamos a gritar de pura emoción. Salimos disparados contra el cristal del escaparate. Se hizo millones de pedacitos que golpeaban contra la luna delantera. Salimos volando unos metros. Cuando tocamos el asfalto, no me dio tiempo a frenar del todo y chocamos contra un coche. No saltaron los airbags, y miré a Vidal con entusiasmo.
- Grandísimo hijo de la gran puta -logró decir
Di marcha atrás y comprobé que aún podíamos conducirlo. Nos costó casi dos horas en poder incorporarnos a la carretera que nos llevaría a la comunidad. Si no eran coches bloqueando la calle, eran grupos de infectados. Siempre teníamos que dar la vuelta y buscar otra salida. Comenzaba a ser tarde. Llegamos a la comunidad antes de que anocheciera. Nos abrieron la verja y por fin entramos. La gente se amontonaba alrededor del coche. Vidal salió primero. Yo, me quedé unos segundos pensativo. De nuevo, unas gotas de sangre nublaron mi vista. Con la manga de la camiseta me limpié. Salí del coche, y abrí la puerta trasera. En ella estaba lo recogido en el hospital. Busqué a Silvia, pero no lograba verla. Gregorio llegó y la gente le hacía pasillo. Nos miró fijamente a ambos.
- Vidal, conmigo. Tú -me señaló con el dedo- a la enfermería.
- ¿Dónde está Silvia? -pregunté
Pero nadie me contestaba. No me gustó en absoluto. Cuando volví a preguntar, esta vez más efusivamente, el doctor me cogió del brazo.
- Ven conmigo, -me dijo en el oído
- ¿Qué ostias pasa? -le pregunté soltándome
- Ven conmigo, por favor -me dijo calmado
Miles de cosas terribles pasaron por mi mente. En la forma que me hablaba Molina, temí lo peor. Lo seguí hasta la enfermería, expectante de lo que me podría encontrar. Me latía a mil por hora el corazón. Al llegar, me pasó hasta una camilla. Acercó un carrito metálico con material médico y se dispuso a curarme la brecha.
- ¿Me va a decir que cojones pasa? ¿Dónde está Silvia? -pregunté tembloroso.
Dejó lo que tenía en la mano.
- Esta mañana hubo un incidente, -relataba- Silvia la emprendió a golpes con Marcos.
- ¿Marcos? ¿Quién es Marcos? -pregunté atónito
- Uno de los chavales jóvenes. -me contestó.
- Me extraña que Silvia se comportase así. Tengo que hablar con ella. -dije mientras me levantaba.
Trató de detenerme pero no pudo. Me dirigí hasta el despacho de Gregorio. Al llegar, dejaron de hablar.
- ¿Dónde está Silvia? -pregunté exigente
- ¿Por qué no te ha cosido el doctor? -intentó desviar mi atención
- ¿Dónde cojones está Silvia? -levante aún más la voz.
- Creo que tenemos un conflicto que debemos resolver. Es cierto. Pero ahora no es el momento. -note cierta seriedad en sus palabras
- ¿Conflicto? Por dios, quiero saber dónde está Silvia. Quiero verla. – exigí nuevamente.
- Por favor, -se puso delante de mí- dile al doctor que te cure esa herida.
No sé qué se me pasó por la cabeza en ese momento, pero le cogí del cuello fuertemente.
- ¡DIME DONDE ESTÁ SILVIA! -grité
Poco antes de quedarme inconsciente escuche: “Lo siento Romeo".
Me desperté en la camilla de la enfermería. Me toqué en la brecha y noté que estaba cosida. Me dolía todo el cuerpo, pero la migraña era insoportable. Miré a mí alrededor. El doctor Molina estaba lavando algo en un grifo. Me miró y me dedicó una leve sonrisa.
- ¿Qué ha pasado? -pregunté desorientado
- Te he cosido la frente, nada grave –se limitó a contestar
- Tengo que hablar con Gregorio –me levanté algo mareado.
La asistenta de Gregorio apareció con una bandeja. Traía un sándwich y un zumo.
- Buenos días, -saludó- te he traído el desayuno.
- No me apetece –traté de levantarme de nuevo- Necesito hablar con Gregorio
- No te preocupes, -me tendió el zumo- me ha pedido que te acompañe a su despacho cuando termines de comer.
Ante eso, reculé un poco. Al menos tenía la intención de atenderme.
- ¿Qué ha pasado con Silvia? –pregunté antes de dar un sorbo al zumo- ¿está bien?
- Está bien. No debes preocuparte. –contestó
- Necesito verla –insistía
- Y la veras, -me tendió el sándwich.
Me terminé el desayuno lo más rápido que pude. Estaba impaciente por resolver lo que sucedía. Caminamos por el jardín hasta el edificio principal. La gente, como era normal desde que llegamos, me miraba con cierto recelo. Al llegar al despacho, Gregorio me dedicó una sonrisa. Algo que me empezaba a molestar. Siempre, fuera la situación que fuera, te recibía con una sonrisa antes de darte malas noticias.
- Veo que ya te has tranquilizado. –me acercó una silla- Siéntate.
- Disculpa por lo de ayer –me disculpé mientras me sentaba
- Bien, -se sentó enfrente mía, detrás de su escritorio- Ayer por la mañana, mientras estabais fuera, hubo una trifulca entre Silvia y Marcos. Fue cerca del jardín, por lo que pudimos verlo muchas personas. Desconocemos aun porque discutían, pero lo grave es que Silvia le atacó salvajemente. Dada la complejidad del asunto, he decidido ponerla bajo arresto provisional. Está bien atendida. No le falta comida ni aseo.
Mi cabeza estaba a punto de explotar.
- Si Silvia hizo eso que dices, algo le tuvo que hacer el otro. –la defendí- La conozco mejor que vosotros. En cualquier caso, tengo que verla.
- Por supuesto. –contestó- En cuanto terminemos de solucionar el otro gran problema.
- ¿Qué problema? –pregunté incrédulo
- Vidal me ha puesto al día de vuestras dificultades y pérdidas sufridas tras el último, y no para menos urgente, incursión al hospital. –relataba- Dado que hemos perdido dos valiosos miembros, te concedo liderar el equipo. Escoge a quien tu creas que puede servirte, o no. Tu decidirás donde se va y como.
- ¿Estás de broma? –me llevé la mano a la cintura
- No. De ninguna manera bromeo. –sacó de un cajón mi puñal- Tuve que confiscártelo, espero que lo comprendas.
Negué con la cabeza. Solo le importaba que arriesgase mi vida de nuevo para que ellos viviesen como reyes.
- Te lo voy a exponer de otra forma –dijo muy serio- que seguro lo vas a entender.  Eres uno de los recursos más importantes que tenemos en la comunidad. Lo quieras entender o no. Ahora bien, soy el responsable de que todas esas personas de ahí fuera, vivan con tranquilidad y haré todo lo que sea necesario para protegerlos. Para ello, alguien se tiene que arriesgar. Ese eres tú, y Vidal como mínimo. –hizo una pausa que me estremeció y se levantó- Si te niegas, ella muere. Si alguno de tu equipo vuelve herido o no vuelve, ella muere. Si no le pones interés y no eres productivo, ella muere. –golpeó con el puño en la mesa- ¡LO ENTIENDES AHORA!
Miré de reojo a Vidal. Estaba con semblante serio, pero sereno. Yo también me levanté, me puse a su altura. No quería que por tenerme abajo me había doblegado. Estaba furioso, dolorido, atemorizado por Silvia. Le miré agresivo.
- Te estas equivocando conmigo. –le amenacé
- Sé que eres un tipo duro, - miró a Vidal- por eso, si cometes cualquier gilipollez, ella…
- Si, lo he entendido… -le corté-… ella muere.
Había dejado a un lado sus buenos modales y aquello me enfureció mucho más. No quería darle el gusto de doblegarme. De hecho no lo hizo. Pero debía hacerle parecer que lo consiguió.
- Ahora estoy yo al mando, -dije- solo quiero que Vidal venga conmigo. Ninguno más.
- Hecho. –cambió su mirada gélida. – Ahora lo has entendido.
Me tendió mi puñal en señal de buena fe, y me pidió que lo acompañara. Bajamos las escaleras hasta el hall principal. En una puerta de la derecha, en la cual nunca me había fijado, se encontraba un hombre salvaguardándola. Nos permitió la entrada. Bajamos unos escalones más, y llegamos a un pasillo estrecho sin salida. Con celdas a los lados. Pude contras tres por cada lado. Abrió la última. Al asomarme, la vi.
- ¡Dios cariño! –me dijo Silvia levantándose
Me acerqué nervioso, la abracé y la besé.
- ¿Estás bien? –me preguntó mirado la herida cosida de la frente
- Sí, sí. No te preocupes. –quité importancia- ¿Te tratan bien?
- Sí. –hubo un silencio- Lo hice en defensa propia. El intentó sobrepasarse conmigo y no le dejé –me explicaba.
Miré a Gregorio que estaba presenciando la escena.
- Lo investigaremos y si es cierto, tendrá su castigo igual –informó.
Me volví de nuevo a Silvia.
- No te preocupes. Arreglaré esto. –le dije antes de que Gregorio me ordenase salir.