jueves, 27 de septiembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 38.

Capítulo 38


De repente el agradable y acogedor calor que sentía se desvaneció por completo. Sentía todo su cuerpo entumecido y húmedo. Notaba su respiración profunda. Intentaba abrir los ojos, pero le resultaba complicado. Como si le pesasen los parpados. El sentido del oído parecía más agudizado que antes. Escuchaba pisadas en la nieve y los gruñidos ya familiares. Tenía la voluntad de moverse, pero su cuerpo no respondía. Pasaban cerca, pero por alguna razón, no se detenían ante él. Notó como alguien le golpeaba el hombro. Varias veces. Como patadas. Pero no eran patadas. Tropezaban contra su cuerpo. Incluso, uno se cayó encima, asfixiándole por un buen rato hasta que logró levantarse. No supo cuánto tiempo estuvo así, hasta que consiguió entreabrir los ojos. Era de día. El sol no se dejaba ver, pero no había tormenta. Sus dedos de la mano empezaban a poder moverse. Poco a poco, su cuerpo iba reaccionando a las órdenes que lanzaba su cerebro. Por alguna extraña razón, no lograba abrir por completo los  ojos. Se incorporó como pudo. Estaba rodeado de aquellas criaturas infernales, y con una capa gruesa de nieve por encima. Esa era otra de las razones por las que su movimiento era limitado. No supo cómo, pero logró levantarse y hacerse paso entre los muertos. Caminó con paso torpe por un camino embarrado. No tenía claro hacia dónde dirigirse. Solo que debía marcharse de allí, antes de que los muertos se dieran cuenta de que estaba cerca. Cuando caminó por un buen rato, recordó que estaban en mitad de una tormenta. Miró a su alrededor con la esperanza de ver a Pablo o Vergara cerca. Se encontraba solo, a unos doscientos metros de una multitud de muertos caminantes. Su mente iba por un camino, pero su cuerpo por otro. La ropa llena de nieve, y el frio, no impedía que su frente sudase. Sentía frio y calor a la vez. Levantó una de sus manos hacia la cara y la observó tiritar. Con esa misma mano se secó la frente, empapándola de sudor. Continúo caminando. Estaba cansado, pero su mente le ordenaba que prosiguiera. Aquel camino embarrado era llano y con amplios campos a los lados. Caminaba medio dormido. En alguna ocasión, se despertó y continuaba caminando. No entendía cómo podía suceder. Pero lo hacía. Su oído le alertó de que un ruido grave y estruendoso se acercaba. No le dio tiempo a girarse, cuando notó un fuerte golpe en la espalda, tirándolo al suelo. Perdió el conocimiento.

- Hostia puta –dijo uno chico de pelo rubio con una gorra puesta al revés- ¿Lo has oído?

- ¿El qué? Estas putas mierdas no hacen otra cosa que gruñir.

- No joder, ha gritado. Los embobados no gritan. Le ha dolido. Este tío estaba vivo. O al menos lo estaba.

- Qué más da. –arrancó de nuevo la moto.

- Gabi, una cosa es ir matando embobados, y otra cosa ir matando a los vivos. –replicó.

- Lleva razón –dijo una chica con medio pelo rapado y el otro lado con melena- Igual tenía problemas. Deberíamos ayudarlo.

- Joder. –masculló Gabi. Un chico caribeño, de constitución fuerte. Veinte años, con pelo negro y largo en una coleta- No somos una puta ONG. 

- Es igual. No podemos dejarlo aquí. –replicó la chica.

- Me cago en todos sus muertos. –dijo Gabi enfadado- Yo no pienso llevarlo. Que lo lleve Wences en su moto. Tú te vienes conmigo.

- Tío, ya no sabes que hacer para que folle contigo. –sonrió picara.



Cuando Raúl despertó estaba tumbado sobre una esterilla de acampada. Miró a su alrededor para ver como un grupo de jóvenes le observaba. Eran cinco. Tres chicos y dos chicas. Uno de ellos, con una gorra le acercó la mano. Raúl se la tendió y le ayudaron a incorporarse. Vio que estaban en algún tipo de restaurante que le resultaba familiar.

- ¿Qué tal? –preguntó el rubio con la gorra.

- ¿Dónde estoy? –su voz sonó extraña.

- En un lugar seguro. Quiero pedirte disculpas. Yo fui quien te metió la hostia. –dijo como si nada.

- ¿Qué hostia? 

- Joder. –dijo una de las chicas. Era morena, pelo corto con una gran flequillo hacia un lado y con cara redonda- Está hecho una puta mierda.

- ¿Cómo te llamas? –preguntó la otra chica. Mucho más delgada y alta que la otra, con la mitad de la cabeza rapada y la otra con melena castaña.

- Raúl. –contestó aun desorientado.

- Encantado, soy Wences. –le tendió de nuevo la mano- de Wenceslao. Mis padres eran unos capullos integrales. La chica alta es Vera, esta otra es Lorena. Aquel gilipollas de pelo largo y enfadado con el mundo es Gabi. Y este es Tecla. No es que se llame así, sus padres no eran tan capullos. Es un apodo. Por eso de que era un friki de los ordenadores. Ya me entiendes. ¿Cómo te llamabas Tecla?

- Pedro. –contestó dándole la mano a Raúl- Encantado, puedes llamarme Tecla si lo prefieres.

- ¿Tienes hambre Raúl? –preguntó Wences yendo hasta detrás de un mostrador.

- ¿Esto es un Burguer King? –preguntó Raúl atónito.

- Así es Raulito. –se rio Wences- ¿Qué te pongo?-se puso la gorra del establecimiento- tenemos ratón a la plancha, cucarachas a la barbacoa, gato estofado…

- ¿En serio? –preguntó Raúl con cara de asco.

- Pues claro que no capullo. –se rieron todos a carcajadas- Nuestro amigo el Tecla es un puto crack, y ha logrado mantener en funcionamiento las cámaras frigoríficas. Tenemos de todo. –sonrió orgulloso.

- Trabajaba con mi padre de chapuzas. Muy poca gente conoce que se puede utilizar el aceite de consumo como combustible. Es perjudicial para los motores. Pero qué más da… tenemos todos los del mundo a nuestra disposición. –aclaró Tecla.

- Entonces… -continuó Wences-… ¿Hamburguesa? ¿patatas fritas? ¿Pizza? Tenemos pizza colega. 

- Da igual… -contestó Raúl abrumado-… cualquier cosa.

- Vaya… -dijo Gabi desde una mesa apartada y leyendo un comic-… nos ha salido tímido.

- Déjale imbécil. –le recriminó Vera- Es lo menos que podemos hacer por él, después de confundirle con un embobado.

- ¿Embobado? –preguntó Raúl.

- Si. Embobados. –imitó el gesto que hacen los infectados- Grrrr aggggghhh.

- Ah. –se sentía extraño.

- Bueno, pues una hamburguesa con patatas. –sugirió Wences con una amplia sonrisa.


No daba crédito a lo que veía. Tenían comida de verdad. Al cabo de unos diez minutos, tenía encima de la mesa, una hamburguesa completa con patatas recién hechas. Se le hacía la boca agua. La comía con tanta voracidad, que los demás le miraban estupefactos.

- ¿Y bien? –dijo Vera- ¿Cuál es tu historia, Rulo?

- Raúl… -corrigió con la boca llena.

- Raúl, -rectificó algo molesta- ¿Qué te pasó?

- Estaba con unos amigos, buscando comida. Pero una tormenta de nieve nos aisló. Después tuvimos algunos problemas, y me encontré solo. –contó a medias- ¿Y vosotros? ¿Cómo os las apañáis para tener todo esto en condiciones?

- No sé de donde tú vienes, pero aquí, se desató la locura en cuestión de días. –contaba Wences- Estábamos en casa de Gabi. Tengo que reconocer que el colocón que llevábamos nos salvó la vida. Estuvimos allí encerrados varios días. Hasta que se nos acabó la comida y ya no había electricidad para encender el horno y calentar unas pizzas. Así que, el cabronazo de Tecla, se le ocurrió la idea de venir aquí. Averiguó las rutas de los camiones frigoríficos donde transportaban la comida de esta franquicia y los trajimos aquí. Estuvo currando sin parar hasta que logró conectar varios motores que hacen que esto funcione. Termina la hamburguesa y te enseño el lugar. 


Como no quería llevar la contraria a esta gente que le habían salvado, de dos rápidos bocados se terminó aquella hamburguesa caliente. Wences y Vera hicieron de guía. Lo primero que les enseñó fue la entrada. 

- Como veras, no estamos en pleno centro pero tampoco apartados del todo. Los camiones que recuperamos, los hemos puesto a modo de muro. ¿A que está de puta madre?

- Claro, claro. Muy inteligente. –contestó Raúl.

- Esto nos aísla de los embobados, aunque de vez en cuando salimos con las motos y nos cargamos unos cuantos. –miró a Vera cómplice- Joder, es una puta pasada. Suena raro, pero a la vez que nos divertimos de la hostia y de paso limpiamos la zona. No me apetece nada, que mientras duermo me coma la polla uno de ellos.

- Anda marica, -dijo Vera- vamos para dentro.


El local era bastante amplio, y contra todo pronóstico, todo muy limpio. Disponía un gran almacén donde las cámaras frigoríficas, alimentadas con los motores, mantenían la comida en buen estado. Unos vestuarios que hacían las veces de dormitorio. Habían colocado unas sábanas a modo de pantalla para tener más privacidad. 

- Esta de aquí será la tuya. –le indicó Vera- Ahora no está ocupada.

- ¿Ahora? –preguntó extrañado.

- Bueno veras… -miró Wences a Vera-… antes estaba ocupada por otro colega. Aquí es donde te vamos a dar unos consejillos. Gabi, ahí donde le ves, es un gran tío. En todos los sentidos. Si le caes bien, te protegerá. Pero como le hagas algo, no tienes mundo para correr. ¿me entiendes?

- Creo que lo pillo. –contestó Raúl tragando saliva.

- A ver, no le acojones. –Vera le golpeó con el puño en el hombro- Lo que quiere decir este capullo, es que el anterior dueño de esa cama, tenía peleas con Gabi todos los días. Hasta que se le hincharon los cojones y le dio tal paliza, que tuvo que marcharse de la vergüenza. Gabi no es mal tío, te lo aseguro. Un poco posesivo, pero nada de lo que debas preocuparte. 

- ¿Qué planes tienes, Raúl? –preguntó Wences.

- Sinceramente… no tengo ni idea de lo que hacer.

- Coño, pues quédate con nosotros. Te lo pasaras de puta madre. Podemos hacer lo que nos salga de los huevos, que nadie nos va a llevar a prisión.

- ¿Cómo hablar con tantas palabrotas? –bromeó.

- Joder, con el lugareño… -Vera puso cara de ofendida, pero el realidad no lo estaba- ¿Qué eres? ¿un paleto o algo así?

- Se podría decir que sí. Pero últimamente, me cagaría en todo. –sonrió.

- Así me gusta Rulo. –Vera le dio un puñetazo en el hombro, con el que Raúl averiguó de que fuerza disponía Vera.

- Me vale Rulo –dijo jadeante, dolorido con el golpe recibido.


Le enseñaron el resto del local, donde habían utilizado las pantallas informativas del menú como televisores para jugar a la video consola. Podían poner música, o tocar la guitarra. Por la noche, tan solo dejaban un motor en marcha para mantener el frio en las cámaras. Al parecer, ya tuvieron problemas días atrás, con otros supervivientes, que vieron las luces y el ruido, y trataron de robarles. De esta manera, el lugar parecía otro local abandonado. Aun así, hacían turnos de vigilancia. Aunque, le dijeron que por ser nuevo, la primera noche no lo haría. Algo que agradeció porque durmió sin inmutarse no menos de diez horas seguidas. 

Al levantarse, no escuchó ruido. Dada su experiencia, su sentido le indicaba que mantuviera la guardia alta. Apartó la cortina, y allí no había nadie. Todas las camas, o mejor dicho, todos los colchones del suelo estaban vacíos. Al salir al comedor, solo vio a Tecla sentado en una mesa manipulando algo. Trató de hacer ruido para que supiese que estaba allí.

- ¿Ya te has despertado? –dijo sin mirar hacia atrás.

- Si. Necesitaba descansar. –contestó.

- No tienes que darme explicaciones. –seguía inmenso en lo que hacía- La máquina de café está llena. Sírvete

- ¿Tenéis café? –dijo sorprendido.

- Que quede claro una cosa. Deja de sorprenderte por todo. Me pone muy nervioso. Si. Tenemos café, cola cao, leche, carne, lechuga… si sabes dónde buscar, lo tienes todo. No sé qué cojones has vivido por ahí, pero aquí tratamos de vivir. No de sobrevivir. Ahora están fuera, se dé un lugar donde acopiaban barriles de aceite para su posterior embotellamiento. Los traeremos aquí para alimentar los motores.

- ¿Por qué no utilizáis diésel?

- Porque es difícil de conseguir. 

- Solo han pasado unos seis o siete meses. No resulta difícil sacarlo de los coches. –replicó.

- Es muy laborioso. ¿Cuándo vuelvas me traes otro café para mí?

- Si claro…-contestó confuso.


Decidió no molestarle más el resto del día. Aun no los conocía, y necesitaba pensar en la manera de ir en busca de Pablo y los demás. ¿Le darían por muerto? No lo sabía. De hecho desconocía que le había ocurrido. Exploró los alrededores. Se sorprendió el buen trabajo que habían hecho para mantener a los embobados, como los llamaban ellos, alejados de allí. Incluso, si algún vivo pasaba cerca, descartaría su incursión. Simplemente por ahorrarse peligros. Grandes edificios se veían relativamente cerca. Supuso, que se encontraban en las afueras de una ciudad. La típica zona de residentes para trabajadores. Los dos camiones, que bloquean la entrada al refugio, no lo hacían del todo. Ya que una verja a un lado hacía las veces de entrada principal. Pero estaba tan bien oculta desde el exterior, que al volver le costó unos minutos encontrarla. Tenía una evaluación general del lugar. Conocía el nombre de aquella ciudad, y la distancia hacia el Castillo de Lobarre, donde seguro se dirigían sus amigos. 

Poco antes de la hora de comer, llegaron los demás. Pasaron las motos al recinto, y trajeron consigo un camión más pequeño con trampilla en la parte trasera. Bajaron al menos seis bidones de aceite, y un centenar de cosas que se habían encontrado por el camino. El encargado de cocinar era Wences. A pesar de sus cortos veintidós años, en ocasiones ayudaba en el bar de su padre para ganar dinero para sus excesos. En tan solo esas veinticuatro horas que llevaba con ellos, les había visto fumar marihuana y beber alcohol como posesos. 

Se había fijado en un detalle primordial. Vera era el capricho de Gabi. Y tal como le había comentado, era muy posesivo. Tanto que se volvía agresivo. Tonteaban a cada rato. Pero el verdadero detalle, fue los guiños que le lanzaba Vera de vez en cuando cada vez que se arrimaba a Gabi. 

- ¿Sabéis lo que me apetece? –dijo Wences con claros síntomas de borrachera- ¿echar un polvo?

- Pregúntale al nuevo –dijo Gabi, que se encontraba en un sofá de cuero negro recién adquirido de la tienda de muebles por la que pasaron. Vera se encontraba encima suyo besándole el cuello- lo mismo tienes suerte…

- ¿Cómo? –Raúl se atragantó con la cerveza que estaba bebiendo.

- ¿A ti Rulo? ¿Te apetece algo de sexo duro? –se acercó más a Raúl.

- Lo… lo siento –tenía los ojos de par en par-… no soy…


Todos soltaron una sonora carcajada, ante la mirada de Raúl que no entendía nada.

- Tranquilo pipiolo. –dijo Wences- Te estamos vacilando. Pero, oye, si surgiera… jajajaja


Antes de que se pudiera dar cuenta, Lorena y Wences desaparecieron. Supuso que Lorena era la pareja de Wences. Aun así, no se sentía completamente cómodo. Continuaron bebiendo, y le ofrecían fumar. Pero lo descartaba. Jugaron varias horas seguidas, Tecla y él, a un juego de video consola. De vez en cuando, miraba de reojo a Gabi y Vera, que seguían con sus juegos cariñosos en el sofá. Había bebido tanto, e incluso solo con el humo ambiental de los porros, que se sentía mareado. Pero a la vez eufórico. Wences y Lorena, que debieron de terminar lo suyo, volvieron al salón. Encendieron música y continuaron bebiendo y bailando. Tanto Gabi, Vera y Tecla se unieron al baile. Raúl, prefirió quedarse en su sitio. Tras un largo rato, la música le parecía inaguantable. Salió para afuera y se subió a uno de los camiones. Estaba anocheciendo y desde ahí arriba tenía una bonita vista del sol escondiéndose. Hacia frio, y la poca nieve que se acumulaba se estaba derritiendo. Vio pasar varios infectados, a los que ignoró por completo. Aun le quedaba media lata de cerveza, y se la bebió tranquilamente. El ruido de la música, aunque no era alta, estaba atrayendo a los que pasaban por allí. Sin embargo, no parecía importarles a los de dentro. La puerta del local se abrió, y Raúl lo supo con el aumento de volumen. Era Gabi, y se dirigía hacia él. 

- ¿Qué te pasa? –preguntó amistosamente.

- No estoy acostumbrado a tanta fiesta. Perdonar si os he cortado el rollo. –contestó sincero.

- Te sientes fuera de lugar. Lo entiendo. –dijo sentándose al lado y abriendo otra lata de cerveza.

- No creo que me quede mucho por aquí. 

- Me la suda. –contestó arisco.

- Lo que no entiendo, es porque me habéis acogido. Se ve claramente que tú eres su líder o algo parecido.

- ¿líder? Aquí nadie líder de nada. El mundo se ha ido a la puta mierda, y yo casi doy las gracias por eso. 

- ¿Prefieres esta vida?

- Mis padres eran de Republica Dominicana. Yo nací en España. Pero eso daba igual. ¿Sabes cómo de putas las he pasado aquí solo por eso?

- Supongo.

- Ahora nadie me mira mi color de piel o mi acento. La peña que hay ahí dentro, solo tratan de pasarlo bien. Hacemos lo que nos sale de los cojones, y nadie nos va a decir nada. Así que, no. No echo de menos lo de antes. 

- En cierto modo tienes razón. Pero ¿Qué vais hacer cuando ya no quede nada? La carne se acabará, el café igual. Claro que seguirá habiendo. ¿Pero en qué condiciones?

- Te he contestado antes. Me la suda. Por cierto, solo te he preguntado qué te pasa por iniciar una puta conversación en la que te informo que esta noche haces la primera ronda. Así que te aconsejo que no bebas más. Si por tu culpa entra algún embobado, te juro que te rompo a hostias. 

- Descuida. Estoy acostumbrado a las guardias.

- Eso espero. 


Se bajó del camión, quedándose solo de nuevo. No tenía sueño y la idea de estar un rato a solas para pensar, lo agradecía. Vio, encima de uno de los remolques, una vara metálica con uno de los extremos puntiagudo. Entendió lo que tenía que hacer. 

Eran pasadas las tres de la madrugada, cuando escuchó que alguien salía del local. Se dio media vuelta para ver que era Vera. La escalera, por precaución, la había subido. Está le hizo señas para que la volviera a poner. Una vez arriba, miró hacia el exterior. Estaba todo en calma. Con el silencio que había, se escucharían los pasos a varios kilómetros.

- ¿Cómo va la noche, Rulo? –sonrió porque dijo su nombre mal a propósito.

- Tranquila –no quiso rectificarla de nuevo, pues creyó que sería inútil- he dejado que continuasen unos embobados como decís vosotros. No suponían un peligro.

- Has hecho bien. Luego me da una puta pereza quitarlos de ahí que no veas.

- ¿Qué haces aquí? esta noche creo que no te tocaba relevarme. 

- No podía dormir. Tengo una resaca de cojones. –se tocaba las sienes.

- Mi madre siempre le preparaba un zumo de remolacha cuando mi padre se pasaba más de la cuenta.

- ¿Están tus padres vivos aun, Rulo? –preguntó mientras se sentaba a su lado, con los pies colgando.

- Mi padre no. Tuve que matarle. Y mi madre… no lo sé. Hace meses que no sé nada de ella.

- Joder… ¿mataste a tu padre? –le miró con las cejas arqueadas.

- A ver… técnicamente sí. Pero ya era uno de ellos. Así que tampoco es que lo hiciera con plenas facultades.

- Me cago en la puta. Que bien hablas, Rulo. –le golpeó en el hombro como hacia habitualmente.

- Fui a un colegio público, si te lo preguntas. 


Tras una hora hablando, Tecla apareció para hacerle el relevo. No pareció sorprenderse al ver a Vera con él. Tan solo, se subió al remolque y se sentó abriendo su mochila con varios trastos electrónicos desmontados. Vera y Raúl bajaron. Hablaron casi hasta llegar a los vestuarios. Entonces, se despidió de ella. A decir verdad, estaba muerto de sueño, pero conversar con Vera fue más agradable de lo que él pudiera haber imaginado. A pesar de sus palabras malsonantes, y escasa cultura que disfrutaba. A pesar de todo, ya no se sentía tan extraño en aquel lugar. 

1 comentario:

Unknown dijo...

Este me ha dejado mejor sabor de boca...