miércoles, 26 de septiembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 37.

Capítulo 37.


El tiempo empeoraba, y como consecuencia, el transitar con el coche se hacía cada vez más difícil. Alicia estaba desesperada, ya que tan solo estaban a escasos cincuenta kilómetros de su casa. Desesperada y nerviosa a la vez. Recordó la carretera montañosa por la que debían ir para llegar hasta el pueblo. Era peligrosa de por sí, sin lluvia o nieve. 

Estaban paradas enfrente de un camping de caravanas, presumiblemente, abandonado. Aunque quizá, sería la mejor opción para resguardarse del viento y la nieve. Antes de entrar en la primera caravana, desenfundó uno de los machetes. Abrió la puerta con sumo cuidado y golpeo el quicio metálico. No hubo respuesta por parte de nadie. 

- ¿Hola? ¿Hay alguien? –preguntó.


Una por una, revisaron las seis auto caravanas. Fue una suerte encontrar las despensas y depósitos de agua llenos. Se acomodaron en la más grande y lujosa, y Alicia, se desnudó para darse una ducha. Frente al minúsculo espejo se observó las heridas cosidas por Mellea. Escuchó que encendía la televisión y reproducía un DVD. Se quedó pensativa unos minutos frente aquel espejo. Tenía un aspecto horrible. Se frotó los ojos, descubriendo unas grandes ojeras. Seguramente debido al estrés y al poco descanso. 

Pasaron la noche en la caravana, viendo un par de películas y hasta disfrutando de unas palomitas recién hechas en el microondas. Las placas solares eran un gran invento que ahora estaban agradeciendo. El viento soplaba con menos fuerza, pero la tormenta amenazaba con otro día duro de nieve. Aun así, recogieron todo lo que pudieran necesitar y lo guardaron en su coche.

- ¿Por qué no nos llevamos una de estas caravanas? –preguntó Mellea.

- Consumen mucho. Si ya nos cuesta encontrar diésel para el coche, imagina para este trasto. Nos podemos quedar tiradas en mitad de la nada. –contestó.


Antes de entrar en el coche, observó todo a su alrededor. Todo le resultaba familiar. En poco tiempo, llegarían a su casa. Aunque no albergaba esperanzas de encontrarlos. Pero sentía que debía intentarlo al menos. Hacía ya, al menos, seis meses que se fue a Italia a trabajar como arqueóloga. Pero Alicia sentía que llevaba fuera de su hogar toda una década. Su carácter y aspecto físico había sufrido un cambio radical. Ya no era aquella gerente de un hostal en un remoto pueblo. Ahora, como Mellea, era una superviviente más de aquella catástrofe a nivel mundial. 

Conocía el camino perfectamente, a pesar de que la abundante nieve diese un aspecto totalmente diferente a otras épocas mejores. Vio a lo lejos, como dos infectados trataban de caminar por la nieve. Se hundían una y otra vez hasta las rodillas o caían de bruces, pero no cesaban en su insistencia. Le dio un escalofrío al darse cuenta que ya no les temía como los primeros días. Formaban parte del paisaje. Un peligro más. Algunos tenían un avanzado estado de descomposición. Probablemente de los primeros en infectarse. Otros aun conservaban rasgos tan vivos que costaba diferenciarlos si no estaban relativamente cerca. Estos, serian de reciente conversión. No podía imaginarse a Ricardo, Raúl o Rebeca convertido en uno de ellos. ¿Qué haría si los veía así? ¿Sería capaz de partirles el cráneo como hace con el resto?

Suspiró dos veces profundamente y se convenció de que debían marcharse ya. Mellea comprendía con naturalidad lo que le pasaba por la cabeza, no quiso hurgar en la herida. Cuando se sentó en el asiento, Mellea le tomó de la mano y la sonrió para tranquilizarla. El trayecto, fue lento pero seguro. A pesar de que la calzada tenía cierta profundidad de nieve, no resultó un problema para avanzar. 

Alicia notó como se enrojecía sus orejas a medida que avanzaban hacia el pueblo. Ya lo veía de lejos. Su corazón palpitaba a una velocidad desmesurada, y no pudo contener que sus ojos se humedecieran. La entrada del pueblo estaba desierta. Tan solo tendrían que subir una calle de doscientos metros y llegarían al hostal. Llegaron a la plaza del ayuntamiento. Como era de esperar, encontraron multitud de cuerpos esparcidos por el suelo, encima de dos coches, en escaleras. El primer vistazo desde el interior del coche, le hizo sospechar que allí no los encontrarían. Aun no se podía creer que hubiera llegado.

- Ya hemos llegado. –confirmó a Mellea.

- Pues no esperemos más.


La puerta principal del hostal estaba, directamente, sin puertas. Desenfundó los dos machetes y entró. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al ver su casa de esa manera. 

- ¿Hola? –gritó- ¿Ricardo? ¿Raúl?


Pero nadie contestó. Notaba como sus hombros les pesaban como nunca. Tenía la idea de que era una opción no encontrarlos. Pero el tener la certeza, comprobarlo por ella misma, fue como si le cargasen en la espalda con un enorme mueble pesado. Inspeccionó la parte baja. Supo que alguien más estuvo allí. 

- Supongo que se verían acorralados. –dijo Alicia, sabiendo que Mellea se encontraba detrás.

- ¿Miramos arriba? 


Alicia asintió. Al abrir una de las habitaciones, una arcada les invadió. Descubrieron el cuerpo de una persona atada a una cama. 

- No podría asegurarlo. Pero creo que es un amigo de mi hijo. –cerró la puerta, ya que el olor era nauseabundo.


Inspeccionaron todas las habitaciones. Las de sus hijos, estaba desordenadas pero no desvalijadas. Mellea fue mirando las fotos que aún había por el suelo, o en estanterías. 

- Así que aquí es donde vivías…-dijo Mellea sentándose al lado de Alicia, en la cama de matrimonio de su dormitorio- No parece un pueblo grande. ¿Os conocíais todos?

- Más o menos. –contestó con cierta nostalgia.

- ¿Qué hacemos ahora? –preguntó nerviosa.

- Nada. –se limitó a contestar.

- Sabías que esto podía suceder. 

- Lo sé. Pero es más duro de lo que me esperaba.

- Al menos no los has encontrado atados en una cama. Eso significa que aun cabe la posibilidad de que sigan vivos. Ten esperanza. –le cogió de la mano, pero Alicia la retiró.


Estuvo allí sentada por una hora. Mellea prefirió dejarla sola, para que asimilase la situación. Cuando por fin, decidió bajar escuchó voces. Voces de dos personas cuando conversan. Una de ellas era sin duda Mellea, la otra no la reconoció. Se le aceleró el corazón. Bajó corriendo hasta la puerta principal y se extrañó al ver con quien conversaba Mellea. 

- ¿Bernardo? –preguntó Alicia sorprendida.

- ¿Lo conoces? –dijo Mellea.

- Claro que lo conozco. –aclaró- ¿Estás aquí solo?

- ¿Tienes una galleta? –preguntó Bernardo sin mirarla a la cara.

- Puede que tenga…-recordó lo que encontraron en las caravanas-… pero antes dime… ¿estás solo?

- Si. –se puso nervioso- Quiero una galleta. 

- Enseguida te doy un paquete entero de galletas. Pero debes hablar primero conmigo. ¿te parece? –esperó a que asintiera con la cabeza- Muy bien Bernardo. ¿Recuerdas quién soy? –asintió- ¿Está tu madre cerca? –negó- ¿Entonces estás solo? –asintió cada vez más nervioso.

- Quiero galletas. 

- Mel, ¿podrías traerlas? Por favor. –suplicó y esperó a que volviera. Le dio un par de ellas, y continuo interrogándole- Ya te he dado dos galletas. Como cuando te mandaba a por el pan. ¿te acuerdas? –asintió más tranquilo y sonrió sin poder mirarlas a la cara- Ahora tienes que hacer algo por mí. ¿sabes algo de mis hijos?

- Son malos. –gritó.

- ¿Por qué son malos, Bernardo? 


El hombre hizo aspavientos con las manos y se golpeaba a la cabeza. Emitía sonidos entre palabras entrecortadas y sollozos.

- Está bien. Está bien. –le tranquilizó- No pasa nada. 

- Se fueron. –contestó cuando se tranquilizó.

- ¿A dónde se fueron, Bernardo? –le tendió otra galleta.

- Por ahí. No lo sé. –contestó recogiendo su premio.


Pero de pronto elevó la cara y se acordó por donde salieron cuando estaban en el hostal. Les señaló la puerta de detrás del mostrador. Con mucho recelo, Alicia le pidió a Mellea que se ocupara de que Bernardo no se marchara mientras ella bajaba. 

Bajó los peldaños de piedra resbaladiza y escuchó ruido de pisadas.

- ¿Ricardo? ¿eres tú? –preguntó casi en un susurro.


Sin embargo, los gruñidos que producían, le indicó que fuera quien fuera estaba infectado. Esperó unos segundos a que se acercaran más para verles la cara, y cuando comprobó que no eran ellos, los mató definitivamente. Descartó volver a bajar allí, entre otras cosas porque desconocía que otros peligros podría albergar.

- Bernardo, ¿se metieron aquí?-preguntó tendiéndole otra galleta.

- Todos. Nos fuimos por ahí. Todos. La niña pequeña. También. 

- ¿Entonces tiene salida? 

- En el campo. Pero ya no sé dónde están.

- ¿Os separasteis? ¿Qué ocurrió? Por favor, Bernardo, son mis hijos. Necesito encontrarlos.

- Los soldados se los llevaron. Hacían cosas malas. Berni lo veía. Se escondía, y si le pillaban, me daban golpes. 

- ¿Qué los hacían, Bernardo?

- Quiero más galletas. –le arrancó el paquete entero de las manos.

- Quédatelas todas, pero contéstame ¿Sabes dónde fueron?

- Por ahí –señaló una dirección- Pero no hay nadie. Todos se fueron y dejaron a Berni solo. Con esas personas malas. Que quieren morderme. No me gusta que me muerdan.

- ¿Te han mordido, Bernardo?


En ese momento, el hombre se alejó cinco pasos. Era evidente que escondía algo. Entonces, Alicia descubrió que se llevaba la mano a la espalda. Bernardo se siguió alejando.

- Bernardo, no te vamos a hacer nada. 

- Si lo vais hacer. Todos los hacen. He visto lo que hacen. Clavan cuchillos o balas en la cabeza. –lloriqueaba.

- Déjame ver. Seguro que es un rasguño.


Pero al girarse, Alicia ahogó un grito. Tenía toda la espalda al descubierto, y marcas de mordedura por todo el cuerpo. Incluso cerca de la axila derecha tenia tal desgarrón de piel que se veía el musculo.

- ¿No te duele? –preguntó Alicia desconcertada.


Bernardo se giró y asintió con la cabeza, mientras mordía las galletas de dos en dos. 

- Está bien Bernardo. Vamos a hacer una cosa. Aquí arriba hay habitaciones libres. Puedes quedarte en la que quieras. Siempre te ha gustado que te dejara subir a las habitaciones. Te vamos a dar una caja entera de galletas, para ti solito. ¿te parece?

- ¿Una caja entera? –sonrió como un niño al que le acaban de regalar una bolsa grande de golosinas.

- Entera. Sin empezar. Pero tienes que contarme que más sabes de mi familia. Has dicho que les hacían cosas malas.

- En camas como un hospital. Pero en el campo. A veces gritaba mucho.

- ¿Quién gritaba, Bernardo?

- El. 

- ¿Quién es él? –preguntó con la voz entrecortada.

- El chico. 

- ¿Raúl? –asintió con la cabeza.

- Cuéntame, Bernardo. ¿Le mordieron como a ti?

- No. No. No. –se estaba desesperando- No, pero estaba en el hospital. No sé qué le pasaba. Quiero esa caja de galletas. 


Mellea, fue hasta el coche para recoger la caja de galletas. Alicia, acompañó a Bernardo hasta una habitación elegida por el mismo. Dejó que se sentara.

- Esta habitación es toda para ti. –le hablaba como si fuera su madre- No te voy a cobrar nada por ella. ¿Estas contento?

- Si –sonrió de nuevo.

- Me alegro. Has sido muy bueno. Ahora, quédate tumbado en la cama con tu caja de galletas. –se tumbó como si fuera la hora de irse a dormir- Cuando despiertes, estarás mejor. Te podrás comer las galletas. 


Cerró los ojos como para dormirse, agarrado a su caja de galletas. Su respiración estaba entrecortada. 

- Eso es, Bernardo. Duérmete. No te asustes. Estoy aquí contigo. –sus lágrimas caían mientras le clavaba un cuchillo en la nuca.

1 comentario:

Unknown dijo...

Capitulazo, pero mucha pena...