martes, 25 de septiembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 36.

Capítulo 36.


Pablo se levantó apuntando con su arma hacia el pasillo. Aquel hombre, asustado, levantó las manos. Al percatarse de que no suponía un peligro, bajó el arma. Aun así, el hombre permaneció con las manos en alto, sin moverse. Los observaba con interés. Hasta que Pablo le llamó. Muy lentamente, el hombre bajó las manos y se acercó.

- ¿Quién eres? –preguntó Pablo.

- So soy Alberto. Vi vi vivía a a a aquí, co co con mi mujer –tartamudeó. Aunque más debido a una enfermedad que al miedo- he escucu cu chado ruido y he ve ve ve ve venido a ver.

- ¿Estás solo? –interrogó.

- No. –se limitó a contestar.

- ¿Cuántos sois? ¿tenéis armas?

- Seis personas y no tenemos armas.


Miró hacia Vergara que había perdido el conocimiento. Se acercó a la ventana más cercana, para comprobar que la situación no había cambiado en absoluto. No podía comprender como se llegaba a acumular tanta nieve en tan poco tiempo. A decir verdad, no comprendía nada desde aquel día en el Zoo. Aquel día vio por primera vez los retazos de lo que se acabaría convirtiendo el mundo entero.

- Aquí hace mu mu mu mucho fri fri frio. –rompió el silencio aquel hombre- Si si si, queréis, a a abajo podéis calen calen cal calentaros un poco.

- ¿Abajo? –se giró mirándolo extrañado.

- No te te te te tenemos mucho, pe pero mi herma hermano pu pu pu pu puede ayud ayudar a vuestro a a amigo. No tiene bu buena pinta esa herid esa herida. 


Pablo miró a Raúl, que asintió con la cabeza. Entre los tres cargaron con Vergara hasta el pasillo, y después hasta la puerta del piso. Al salir al descansillo, vieron como las puertas de cada vivienda, estaban abiertas.

- Llevamos a a aquí desde el prin prin cipio. Hemos logrado abrir to todas las casas para con con conseguir comida y a agua. En los sótanos, está la sa sala de calentadores de agua. Ha hacemos fu fuego en uno de ellos para calentarnos. –relataba aquel hombre, de pelo canoso, pero con síntomas de haberse afeitado recientemente. Pablo se sorprendió de la fuerza con la sostenía a Vergara, que era un hombre ya de por si corpulento. 

- Habéis hecho bien. –le sonrió Raúl.

- ¿Qué que que hacéis po po por aquí? ¿Está todo muy mal por ahí fu fu fu fu fuera?

- Es increíble hasta donde está compactando la nieve. Hemos llegado hasta el primer piso sin dificultad. –contestó Raul.

- ¿Qué habéis hecho con los muertos? –preguntó Pablo sin llegar a confiar en el hombre.

- En el último pi piso está la escalera de incendios. Los atrajimos hasta a a ahí y ellos ellos ellos so so solitos fueron cacacayendo.

Bajaron hasta los sótanos. Estaba todo oscuro, hasta llegar una sala más amplia, que se iluminaba por el fuego. La salida de humos la había construido a partir de varios tubos que conectaban con una casa del primer piso. Pablo pensó en toda esa nieve acumulándose y si seguía nevando de esa manera, llegaría a tapar la salida de humos y morirían mientras dormían. Cuando llegaron, vieron varios colchones tirados por el suelo. Latas y platos vacíos esparcidos por el suelo. En uno de los colchones había una mujer embarazada, y a su lado un hombre joven. Con pelo corto y barba arreglada. Aunque lo que más les llamó la atención fue su atuendo. Pantalones vaqueros de color azul claro, camisa blanca impoluta y corbata negra. Los miró entre asustado y desconcertado. Junto al fuego, vieron a otro hombre corpulento. Al girar la cara, descubrieron quien sería el hermano del tartamudo. Eran idénticos. De detrás de unas columnas, aparecieron una pareja de jóvenes. Un chico y una chica. De unos quince o dieciséis años.

- Alberto, -dijo su hermano gemelo- ¿Quiénes son?

- Los he descubierto a a arriba. Su su su su amigo ti ti tiene mala pinta. Pensé que que popopodrias ayudar.


El segundo gemelo se levantó, dirigiéndose a Pablo. Le estrechó la mano y observó la pierna de Vergara. 

- No puedo ayudar mucho, lo siento. Lo poco que tenemos, prefiero reservarlo para nosotros. Nadie nos ha ayudado desde… hace meses. Espero que puedas entenderlo.

- No pido que nos des nada. –refunfuñó Pablo- Entiendo su situación. Pero ha sido su hermano quien nos ha ofrecido ayuda. 

- Lo único que les puedo ofrecer, sin comprometer nuestra seguridad es algo de agua y calor. Aunque podríamos ver la herida y recomendarles algún tratamiento.

- ¿Eres medico? –preguntó Raúl.

- Celador. Pero es mejor que nada, ¿no crees? –dijo lanzándole una mirada amenazadora.

- Suficiente. –dijo Pablo, tratando de ser cordial.


Raúl se sentó cerca del fuego, y agradeció el calor penetrando en su piel. Observaba a la mujer embarazada. No estaba muy avanzado, pero podía imaginarse que sufrimiento podría estar padeciendo sin los cuidados médicos pertinentes. Supuso que el hombre de la corbata seria su marido o pareja actual. Los dos jóvenes de su edad, a pesar de no separarse, enseguida se dio cuenta de que tendrían que ser familia. ¿Hermanos? ¿Primos? 

El celador, por su parte, descubrió la herida, y por la cara que puso no serían buenas noticias las que daría. A pesar de decir que no ayudaría, de una mochila sacó un bisturí, guantes y una botella con algún líquido en su interior. Empapó la herida con ese líquido y con una camiseta no del todo limpia, limpió la zona. Finalmente, con ayuda del bisturí hizo algo en el interior de la pierna, y extrajo un trozo de metal puntiagudo. Pidió ayuda a Pablo para ponerlo de lado y observar la parte trasera, por donde atravesó la barra metálica. Con los dedos palpó, y enseguida lo volvieron a colocar en la posición anterior. Sacó hilo y una aguja, y cosió ambas heridas. Para taparlas, usaron otra camiseta de un montón apilado en un rincón de la sala. 

- Te agradezco tu ayuda. –dijo Pablo- ¿Cómo te llamas?

- Santos. –miró la mochila de Pablo.

- Supongo que quieres algo a cambio. –abrió la mochila- Escoge lo que necesites.


Sin dejar de mirar a los ojos de Pablo, hizo un amago de quitarle la mochila. Pero en el último momento, retiró la mano.

- Sé que me voy a arrepentir. –dijo el celador.

- En serio, ¿Qué necesitas? ¿Alcohol? ¿cigarrillos? El arma no puedo dártela. La necesito para salir de aquí.

- ¿Hacia dónde os dirigís?

- De momento, no lo sabemos. Necesitamos saber dónde se han llevado a unos amigos.

- Supongo que al principio os separarían dado la histeria colectiva.

- No se trata de eso. Hace unos días, alguien atacó el lugar donde nos refugiábamos mientras salíamos a por provisiones. Se llevaron a gente que estaba allí.


El hombre de la corbata, que no disimulaba escuchar la conversación, se acercó tímidamente.

- Perdona –dijo con voz suave- te he escuchado decir que alguien se llevó a vuestra gente.

- Si, así es. –Pablo le miró receloso- ¿sabes algo al respecto?

- ¿Se llevaron a niños? ¿Alguien malherido? ¿mujeres?

- Si. –contestó interesado.

- Curioso… -dijo acariciándose la barba con una mano.

- ¿Qué es curioso? Si sabes algo…

- Un momento…-se fue donde estaba, con la mujer embarazada. Al rato, volvió con una hoja de papel- ¿No os dejarían una mensaje igual que este?-mostró escrito en el papel la palabra Lobarre.

- ¿Sabes qué significa?

- Al principio no. Pero pasado un tiempo, mientras viajábamos con ellos, nos hablaron del lugar.

- ¿Cómo que viajando con ellos? –Raúl llegó como un relámpago.

- Mi mujer y yo, estábamos con un grupo de supervivientes al norte de Valladolid. Nos refugiábamos en un colegio. Pero fuimos sorprendidos por una horda de esas cosas. Pensábamos que no saldríamos de allí. Pero una madrugada, escuchamos ruidos en el exterior. Nos asomamos, y vimos a personas con armadura. Como en la edad media. Con espadas, arcos… el caso es que nos salvaron. Cuando entraron, nos pidieron que los acompañásemos. Pues nos habían hecho un favor, y debíamos devolverlo. Tampoco teníamos muchas opciones. Iban en carromatos, como antiguamente. Nos subieron a uno donde había un niño, una niña, una chica malherida, un tío vestido de militar y su novia. 

- Espera, espera… -cortó Raúl- ¿No había nadie más? ¿Cómo era la novia? ¿Era de mi edad?

- No había nadie más. La novia era más mayor que tú.

- ¿Estás seguro? La chica que busco es más bajita que yo. –preguntó Raúl de nuevo.

- Te aseguro que la chica que dices no estaba. La chica malherida era asiática, y la otra era más alta que tú y tendrían al menos treinta y pocos años. De eso estoy seguro.

- ¿Dónde os llevaron? –preguntó Pablo.

- Como digo, al principio viajábamos con ellos. Pensábamos que nos estaban secuestrando. Pero no. En una parada para descansar, hablamos con dos de ellos. Nos llevaban a un lugar seguro, según ellos. Pero que éramos libres de irnos. Aun así, uno de ellos me escribió esto en el papel. Me dijo que era un Castillo y que estaban reuniendo a más gente para prosperar. Si nos arrepentíamos, podríamos ir sin problemas.

- ¿Y os dejaron ir? –preguntó Pablo.

- En cierto modo sí. Se cobraron nuestra libertad, robándonos todo lo que teníamos. Después, llegamos aquí y Santos nos acogió. 

- ¿Entonces sabes dónde está ese Castillo? –preguntó Raúl ansioso.

- Claro. ¿Tienes un mapa?


Pablo calculó los kilómetros hasta el lugar llamado Lobarre. Aun les separaban unos quinientos o quinientos cincuenta kilómetros. Sin saber si los suyos ya habrían llegado, o seguían recogiendo gente por el camino. Además del mal tiempo que ahora les amenazaba. Por el momento, daba como cumplida la misión de averiguar donde se llevaban a su gente. Ahora debían esperar a que la tormenta de nieve cesase, para reencontrarse con el resto del grupo en el camión. Eso le hizo pensar, en si estarían bien. 

Cada cierto tiempo subían hasta la ventana más cercana para observar el exterior. Era de noche, y la niebla mezclado con el viento y la nieve daban un ambiente aterrador. Vergara recobró el conocimiento, pero casi no podía caminar. Eso era otro problema añadido. Intentaron contactar con el grupo del camión a través del walkie, pero no lo lograron. Al menos pasarían la noche al calor del fuego. Hicieron varios viajes hacia un piso superior, para bajar sillas de madera y alimentar el fuego. Comieron algo, de la caridad de Santos. No fue mucho. Una barrita energética para los tres. Pero menos era nada. Al igual que ellos, el edificio ya había sido saqueado por completo, y salían a los colindantes en busca de provisiones. Pero la tormenta, también les había frenado su empeño. 

El reloj de Pablo dio un pitido en el que le indicaba que eran las siete de la mañana. Observó a los allí presentes, y tan solo él estaba despierto. Subió hacia la ventana, para descubrir que ya no había niebla ni nevaba. Hacía mucho frio y el viento soplaba con fuerza. Las nubes grisáceas impedían que el sol saliera. Aun así, se aventuró a bajar por el balcón hacia el exterior. Pudo situarse perfectamente, y se orientó con facilidad. Tan solo estaban a unos metros del centro comercial. O lo que se podía ver de él. Caminar a la altura de esos edificios era extraño. Pero debía asegurarse de que no hubiera infectados que les impidiesen volver por donde habían llegado. Al volver al sótano, ya estaban todos despiertos. Informó a Raúl de que se marchaban. 

- Gracias por habernos dejado pasar aquí la noche. –dijo Raúl a Alberto.

- Ha sisido un placer. –le devolvió la mano para estrecharla- Espero que que que encontréis a vuvuvuvuestros amigos.

- Yo también. –le sonrió.


Ayudaron a Vergara a subir hasta el balcón. Con mucho esfuerzo, lograron salir al exterior. Era complicado caminar cuando la mitad de la pierna se hundía en la nieve, pero mucho más tratando de ayudar a caminar a Vergara. Tardaron casi una hora y media en llegar hasta donde se suponía que habían dejado el camión con Héctor, Reina y Ramón. Pero el horizonte se veía mucho más blanco que la última que pasaron por allí. De no ser por la antena del camión, no los habrían encontrado. Se les paralizó el corazón, el pensar que pudieran estar muertos de frio enterrados junto al camión. 

- ¿Estarán ahí abajo o se marcharían al ver que no volvíamos? –preguntó Raúl.

- No lo sé. –contestó Pablo pensativo. 


Gritaron varias veces por si los escuchaban. Les pedían que dieran golpes con algo metálico para indicarles que estaban ahí abajo. Pero no se escuchaba nada. Era agobiante el paisaje blanco, y sin saber hacia dónde dirigirse. Tan solo tenían como referencia los edificios de aquella ciudad, pero más allá, solo había nieve por todas partes. Finalmente, decidieron continuar caminando en dirección contraria a la ciudad. En algún momento, la nieve no sería tan espesa y podrían encontrar algún lugar donde Vergara pudiera descansar. A medio camino, el walkie sonó. Era un ruido sordo y no se entendía. Pero era la frecuencia en la que operaban. Eso les indicó que fueran donde fueran se acercaban a sus amigos.

Como era de esperar, a medida que se alejaban, la nieve iba a sido menos profunda. Los arboles de alrededor les daban una idea aproximada de la altura. Un grupo de infectados, atrapados bajo la nieve, les cortó el paso. Por lo que rodearlos, a pesar de ser la mejor opción disponible, era agotador. Vergara se dejó caer exhausto. 

- Descansemos un rato. –dijo Pablo.

- Si. Por favor. –dijeron a la vez Raúl y Vergara.

- Necesitamos encontrar alguna referencia para situarnos. No podemos continuar sin saber hacia dónde nos dirigimos. –informó- Por lo que cuando estéis dispuestos, continuamos hacia el este. Deberíamos encontrar una autovía. Los carteles nos dirán donde estamos.


El walkie sonó de nuevo. Pablo contestó informando de quienes eran, y si sabían dónde estaban para darles una indicación. Raúl sentía los labios cortados y doloridos. Además, sentía cierto mareo debido al hambre. Aun así, prefirió contárselo a Pablo, por si no era debido a eso. La voz al otro lado del aparato, era de Ramón. 

- Me alegro de escucharos. –a veces de entrecortaba- Siento que tuviéramos que abandonar el camión, pero la tormenta la teníamos encima y corríamos el riesgo de quedar atrapados. Además, no teníamos noticias de vosotros.

- No te preocupes. Hicisteis lo correcto. –contestó Pablo.

- ¿habéis encontrado lo que buscabais?

- Si. Es una larga historia. Pero sabemos dónde se han llevado a los demás.

- Una buena noticia al fin.

- ¿Dame alguna pista de dónde estáis?

- Estamos al aire libre. Cuando nos marchamos del camión, nos dirigimos hacia el noroeste. No te sabría decir a que distancia, nos desviamos hacia el este. Vimos los letreros de un prostíbulo abandonado, pero era inaccesible….-hubo un silencio-… no os hagáis ideas locas en la cabeza. Aunque llevamos tiempo sin probarlo, no era nuestro objetivo encontrar chicas guapas. –otro silencio- Aunque dudo que las encontrásemos.

- Que cachondo. –contestó Vergara al escucharlo.

- Está bien Ramón, creo que sé por dónde dirigirme. ¿Algún dato más?

- Si. La nieve se rebaja bastante si pasáis de largo el prostíbulo. Es campo abierto, pero es seguro. Estamos en lo alto de un cambio de rasante. De todas formas, sabiendo que estáis cerca, haremos señales.

- Está bien. Nos pondremos en marcha enseguida. Vergara está herido y nos retrasará.

- Entendido.


Al darse la vuelta, descubrió que Raúl había desaparecido. Tardó unos segundos en encontrar el sendero por donde se había marchado. Caminaba como uno de ellos. Maldijo en voz baja y fue corriendo hacia Raúl, ya que se dirigía hacia el grupo de infectados que minutos antes había rodeado. Le llamó a voces, pero no se dio la vuelta ni se detuvo. Estaba a escasos centímetros de todos aquellos muertos. Se detuvo en seco, pero Pablo no tuvo tiempo de detenerlo. Raúl se dejó caer en mitad de todos aquellos infectados.

1 comentario:

Unknown dijo...

Cliffhanger total!!!
Se le fue la cabeza???
Gracias. Gran capítulo