martes, 6 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Epílogo final.

Epilogo final.


Once años atrás, la vida del ser humano era un constante ir y venir. Las nuevas tecnologías les hacían más fácil la vida, pero también habían olvidado las cosas importantes de la vida. La amistad, el amor, la fidelidad, el sacrificio, las ganas de vivir, el autoconocimiento de las cosas. Vivian en un constante empeño de destruirse unos a otros. Aunque lo hicieran sin saberlo. Incluso, uno mismo, se estaba empezando a destruir por dentro. 

El decir un te quiero a través de un teléfono móvil, o simplemente, mandando un emoticono, para decirle a la otra persona que la echabas de menos. Empezaban a ser habituales en la vida cotidiana. Los paseos hasta la casa de tu mejor amigo, y llamar al timbre para decirle que estabas ahí para pasar el rato juntos. Cambiar conversaciones en el banco de tu plaza junto a tus amigos, por conversar a través de una pantalla mientras jugabas a un videojuego. Incluso, las bandas de música, ya ni siquiera se juntaban en un local de ensayo, o en la casa de alguien. Todo a través de internet. Todo eso lo perdieron. Perdieron la posibilidad de decirles a sus seres queridos cuanto los querían. O cuanto los odiaban y el porqué. Se encontraron sin los recursos necesarios, básicos para subsistir. Todo era más fácil antes, cuando te faltaba algo en la nevera, rápidamente bajabas al súper del barrio y siempre lo encontrabas. Perfecto. Sin caducidad. Directamente al microondas para consumir. 

El mundo evoluciona. El ser humano evoluciona. Pero siempre quedará algo que será inamovible en el tiempo, suceda lo que suceda. El instinto de supervivencia.

Hace once años, el mundo se vio envuelto en algo que no supo solucionar. No supo reaccionar. No al menos, la mayoría. Algo sucedió, para que los seres vivos evolucionaran a algo que estaban haciendo ya. Destruirse a sí mismo. Los muertos se levantaron para acabar con los que se resistían a ser destruidos. Los que resistieron, tuvieron que aprender a evadirlos. A confiar unos en otros, para llevarse el contenido de una lata de sardinas a boca. Aprender a asimilar el silencio que producía el detenimiento drástico de la actividad frenética del ser humano. Los coches dejaron de circular. Los aviones se estrellaron. Las factorías dejaron de producir en cadena. Los supermercados quedaron vacíos. 

Para un grupo de personas, aquello también les sirvió para conocerse a sí mismos. Sacaron lo mejor de ellos, y con sus habilidades escondidas, lograron encontrar la felicidad, lejos de aquello que les facilitaba la vida. Nunca más vieron un teléfono móvil, ni navegaron por internet. Sus películas, eran conversaciones infinitas donde, tan solo la compañía de tus seres queridos era el mejor entretenimiento. Y mejor aún, su felicidad.


Aquel quinto cumpleaños de su hija, fue sin duda, el mejor de su vida. Tras haber pasado mil y una calamidades, por fin, dos personas que se querían quedaron unidas para siempre. Cuando todo comenzó, Raul no era más que un joven de dieciséis años, que vivía la vida como el adolescente que era. Héctor y Eli, sus dos mejores amigos desde la infancia, le acompañaron en todo este tiempo. Hoy día, casi doce años después, los tres amigos continúan evolucionando. Cierto es, que Raul y Eli, sentían un amor mutuo que sus frutos ha dado. Pero nunca olvidarán quien pasó fugazmente por sus vidas. Para bien y para mal. 


El cielo amenazaba de nuevo con tormenta, y Raul sabía perfectamente que aquella no iba a ser como las demás. A lo lejos, donde finaliza el bosque de los dominios de Lobarre, tres figuras observan detenidamente aquella reunión. Las tres personas, visten una capa con capucha. Una de ellas, siente que aquel ya no es su lugar.

- Creo que mi viaje termina aquí. –dijo aquella mujer.

- Estoy de acuerdo contigo, Vera. –dijo Alicia emocionada de ver a sus dos hijos y su nieta.

- Se les ve feliz. –dijo Vera.

- Quiero darte gracias por ayudarme a encontrarlos. –la miró con tristeza- Mi hijo parece tener una vida feliz con Elizabeth. Pero escúchame bien –le agarró la barbilla con una mano obligándola a mirarla a los ojos- tu siempre serás la madre de mi primer nieto. ¿Me has entendido? Te llevaré siempre en mi corazón.

- Yo también Alicia. –dos lágrimas recorrieron sus mejillas- Quise a Raul más que a mi vida. Pero también supe que siempre tuvo a Eli en su cabeza. No los culpo. De hecho, me quedo más tranquila al saber que mi mejor amiga, y el hombre al que más he querido en toda mi vida, están juntos y se cuidarán. 

- ¿Dónde irás? –preguntó Mellea.

- Se de una comunidad al sur que está prosperando. –se dio la vuelta.

- Cuídate Vera. –dijo Mellea sonriendo.

- Cuidaos las dos. –contestó Vera y se marchó.

- ¿Estás preparada? –preguntó Mellea a una emocionada Alicia.

- Si. Estoy deseando conocer a mi familia. –contestó Alicia quitándose la capucha.




*No quisiera terminar esta historia, sin agradecer el apoyo de Cristina Albalá. Fiel lectora, que con sus comentarios en cada capítulo me ha animado a seguir escribiendo. Además de algún aporte en el trabajo de creación de personajes. Muchas gracias Cristina.*

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanta el epílogo!!! Me encanta que termine bien. Y por fin saber de Vera, Mellea y Alícia.

Muchas gracias a ti por regalarnos esta historia, agobiarnos, emocionarnos y alegrarnos.
El trabajo de escritor me resulta admirable y muy difícil. Ha sido un placer ver la creación de este relato y poder compartir mis impresiones con el autor.
GRACIAS POR COMPARTIRLO!!!

Unknown dijo...

Espectacular relato!!!! Enhorabuena