martes, 6 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 58

Capítulo 58.


Se levantó a duras penas, y dejó caer la cabeza de Khaled con desprecio. La adrenalina empezaba a diluirse, y un dolor fuerte de cabeza, le hizo tambalearse. No era el mismo dolor del traqueteo de detrás de las orejas. Caminaba cojeando, y la pierna le falló. Se quedó unos segundos de rodillas. Le dolía la pierna y el dolor de cabeza le estaba provocando mareos. Todo le estaba dando vueltas. Sin embargo estaba contento. Miraba a su alrededor, y tan solo veía en pie a toda su gente, a parte de los del Puerto. Una mano le agarró del brazo, e instintivamente se puso a la defensiva. Era Alonso, que lo ayudaba a levantarse. Él tampoco tenía buen aspecto. Iba sucio, lleno de sangre y el pelo y barba empapados. No se había percatado hasta ese momento, que estaba lloviendo. Elevó la vista y Alonso, le hizo una mueca con la cabeza. Era una afirmación, de que habían ganado. Se levantó y Alonso pasó uno de los brazos de  Raul por sus hombros. La doctora ya estaba en el lugar, atendiendo a los heridos. Que, desgraciadamente, había unos cuantos. Los infectados, a modo de trampa, no fueron suficientes y algunos se atrevieron a luchar. Pasó por delante de una mujer que lloraba de rodillas abrazando a dos personas. Los conocía. Eran su marido y su hijo. Ambos habían fallecido. 

- Tengo que ir en busca de Eli. –le dijo Raul.

- Ya he mandado a dos hombres, no te preocupes. –le informó.


Raul asintió conforme. Llegaron hasta un carromato, y lo ayudó a sentarse. Enseguida que la doctora lo vio, fue a atenderlo. Rompió el pantalón por la parte de la herida. Y sin mostrar preocupación, comenzó a curársela. Raul se tumbó para descansar, y dejar trabajar a la doctora. De repente, notó que no le hacía nada. Cuando elevó la vista, lo que vio, fue mucho más importante que su pierna. Era Eli, que había regresado. Hablaba con la doctora, y le daba indicaciones de cómo ayudar con los heridos. El primero sería Raul. En cuanto la doctora se marchó, Eli se abalanzó sobre Raul.

- Dios, estás vivo –dijo apoyándose sin querer sobre la pierna herida, emitiendo un leve quejido.- Perdona, perdona.

- No pasa nada, -le cogió de la mano, contento de volver a verla.

- Ahora que todo ha terminado… -la notaba nerviosa.

- Si, Eli. Todo lo que te dije en los túneles es cierto. Pero ahora, por favor, cúrame la pierna. –dijo exagerando el dolor de la pierna.


Ella sonrió, y se puso a coserle la herida. Al terminar, ella se quedó quieta. De pie, sin saber qué hacer. Deseaba estar con Raul. De besarlo. De abrazarlo. Raul, al verla, le pidió que se acercara. Al cogerle de la mano, notó que temblaba. Él también estaba nervioso. 

- Dime otra vez que no es mentira. –dijo ella casi llorando.


En vez de decirle nada, se levantó a duras penas, y pasó los brazos de Eli por su cintura. El, tomó su cara con ambas manos y se acercó para besarla. Al sentirse más cómoda, se abrazó con más fuerza y tomó las riendas. Siendo ella la que le besaba a él. Cuando se retiraron, vieron las caras de estupefacción de Héctor, Sharpay, Reina y Nadya. Que se habían acercado para celebrar la victoria.

- Siiiii….-gritó Sharpay, como si celebrara un gol.

- ¿Vosotros dos? –preguntó Héctor sin comprender.

- Pues ya ves. -dijo Eli, acalorada, pero sin despegarse de Raul. Que también mostraba síntomas de acaloramiento.

- Vaya, vaya… -dijo Reina-… quizá vayamos de boda pronto… -bromeó.


Aram llegó en ese momento, y solicitó la presencia de Raul. Ya que el Rey Joaquín y el líder del Puerto, estaban reunidos.

- Uhhh… princesa. ¿podrías cederme a tu príncipe azul? –le guiñó un ojo y habló seguido a Raul- Amigo mío… me alegro de que por fin hayas encontrado la felicidad que tanto buscabas. Pero ahora hay dos personas que desean hablar contigo.

- Estoy herido, Aram. Si algo me tienen que decir, lo pueden hacer delante de ella. Es mi enfermera particular. –contestó sin soltarse de Eli. 


El Rey Joaquín y el líder del Puerto, un hombre corpulento de barba espesa y pelo canoso, conversaban amistosamente. Un poco más apartados, dos hombres del puerto y Alonso también intercambiaban palabras. Al verlos llegar, cesaron en sus conversaciones.

- Por fin…-dijo el líder de Puerto-… ¿Cómo estás?

- Herido. –contestó diciendo la verdad evidente.

- Raul, -intervino el rey- Manuel y yo, te estamos muy agradecidos por tu aportación. 

- Si. –dijo el líder, Manuel- Tengo que reconocer que cuando viniste a mi casa y me lo contaste, fui reacio a creerte. Pero cuando encontramos las armas donde nos dijiste, supe que teníamos que apoyar. Espero, que no nos tengas en cuenta el retraso.

- Lo de las armas fue para que os protegierais en caso de que Lobarre cayera. –confirmó Raul taxativamente.


Ambos líderes se miraron incrédulos ante aquellas palabras reveladoras. Joaquín, no pudo evitarlo y vio como Eli y Raul se cogían de la mano cariñosamente. Raul se percató y le sonrió levemente. El rey le devolvió la sonrisa. Manuel le hizo señas a Joaquín con la cabeza. Se subieron encima de un carromato y Manuel habló.

- Hoy, el Puerto, ha contribuido con Lobarre ante un ataque por parte de un grupo muy peligroso. –hizo una pausa- Las relaciones que manteníamos eran muy buenas, pero a partir de hoy, serán mejores. –señaló a Raul- Ese hombre, vino a mi casa y me metió el miedo en el cuerpo. Lo confieso. Pero sin su ayuda, muchos de nosotros hoy podríamos haber muerto. –le cedió la palabra al Rey.

- Hace más de cuatro años, yo era un simple conserje. Traje a este castillo a todo mi pueblo, y les ofrecí un modo de vida lejos de los monstruos. Hoy, gracias a esos monstruos, hemos vuelto a sobrevivir. Esto sienta unas bases entre las comunidades que estamos prosperando y las que pronto surgirán, en este nuevo mundo que se nos presenta. Debemos ayudarnos. No matarnos. Tanto Manuel, como yo, damos las gracias públicamente a Raul. Que después de tantos años de sufrimiento, y conociendo a nuestros agresores, decidió volver y ponernos en sobre aviso. Todo esto, después de haber perdido tanto dentro de la muralla. 


Un sonoro aplauso que duró casi dos minutos, hizo sacar los colores a Raul. Eli lo abrazaba orgullosa. El Rey le hizo señas para que subiera al carromato. Raul, indeciso, lo hizo. La gente se quedó en silencio. Carraspeó un par de veces.

- Las gracias debo dárosla yo a vosotros. Hace tres años, perdí a mi hijo recién nacido. –hizo una pausa- Desde ese momento, no he dejado de pensar en Martin. Durante esos tres años, estuve con los árabes. El dolor por la pérdida de mi hijo, lo contrarresté, haciendo exactamente lo que venían hacer hoy Khaled y sus clanes. Pero todo esto me ha servido para darme cuenta de algo. –miró hacia Eli- En el momento en que me enteré de que Khaled quería atacar Lobarre, solo pude pensar en una persona. Una persona a la que estoy enormemente agradecido. Por hacerme un hombre valiente. Por haber querido estar siempre conmigo. Una persona, que me dio todo lo que tenía, a pesar de no corresponderla. Una persona que ha demostrado ser un milagro. –hizo otra pausa- Por todo eso, -se bajó del carromato y se puso frente a Eli. Todos miraban expectantes- Eli, te prometo que lucharé por ti. Por todo el cariño que me has dado. Por ti ganaré cualquier pulso al que sea retado. Delante de todos, te pregunto: ¿Quieres casarte conmigo?


La gente empezó a emocionarse. Aplaudían, y hablaban entre ellos. Algunos le gritaban a Eli que contestara ya, pero Eli se tapó la cara con ambas manos muy emocionada y llorando. 

- Vamos, dile algo ya. –gritó una mujer.

- Dile que sí, mujer. -gritó otro hombre.

- No nos hagas esperar… -gritaron otras personas.


Entonces, Eli se destapó la cara. Reía y lloraba a la vez. Miró a Raul y después a todos los de alrededor. En aquel momento, asintió con la cabeza y gritó de emoción.

- ¡Si! –contestó ella feliz. Que volvía a taparse la cara, emocionada. Llorando de felicidad. 


El rey, que estaba junto a Alonso, levantó el puño a media altura y susurró algo ante la mirada de Alonso.

- Toma ya… -susurró. Al ver la cara de Alonso, reculó y se puso más serio- ¿Qué? Llevo años siguiendo esta historia.



Por la noche, el castillo estuvo abierto para todo aquel que quisiera festejar la victoria. Las mesas se llenaron de suculentos alimentos. Por supuesto, la gente del puerto estaba invitada a pasar la noche y gozar de la hospitalidad de Lobarre. Estarían agradecidos eternamente por el apoyo recibido. En una de las mesas, se encontraban Raul y Eli. Junto con el resto de sus amigos que celebraban, a parte de la victoria, el reciente compromiso. Sharpay y Eli, bromeaban y reían. Héctor y Reina brindaban más de la cuenta, y cantaban canciones de borrachos. Pablo, junto a Mateo y Maria, los observaba contento. Al igual que Ramón, que cada vez estaba más anciano y más gruñón. Raul los observaba feliz, y recibía la enhorabuena de todo aquel que se acercaba. En un momento de descuido, se levantó con la excusa de ir a por más vino, pero lo que hizo fue salir del salón. Allí en el quicio de la puerta sonrió antes de marcharse. Bajó las escaleras que daban al jardín principal, lo recorrió y se sentó al lado de la lápida de Martin con su vaso de vino. Dejó caer un par de lágrimas. 

- Buenas noches, hijo. No te he olvidado. Serás siempre parte de mí. –se secó las lágrimas- Me hubiera gustado verte crecer, enseñarte a caminar o escucharte decir papá por primera vez. ¿sabes? Tu madre era genial. Un poco alocada, pero eso le hacía especial. Aún recuerdo cuando la conocí, diciendo todos esos tacos. Pero cuando realmente la conocí, fue cuando vio la oscuridad que llevo dentro y no huyó. Se quedó cerca de mí. Me cuidó. Esa es tu madre. Porque me he enterado que sigue viva. O al menos eso creo. Espero que le vaya bien. Porque ahora… ahora estoy con alguien. ¿Te acuerdas de Eli? Estuvo presente cuando naciste. Es mi amiga de toda la vida. Y la quiero. La quiero mucho. Por eso he venido. Para contártelo. Aun quiero mucho a tu madre, pero va siendo hora de pasar página. Y Eli, ya la conocerás, es fantástica.-sonrió- Se le dibujan unos surcos en la barbilla cuando ríe que son muy hermosos. –hizo una pausa, y bebió de un trago el vino que le quedaba en el vaso- Se sonroja con facilidad. Los ojitos que pone cuando me mira… ¿no crees que son maravillosos? No me arrepiento de lo que hice con tu madre. De lo contrario no te habríamos tenido. Pero ahora siento algo muy especial por Eli. Bueno, hijo… te prometo que vendré más a menudo. Un beso. 


Antes de levantarse, escuchó pisadas que corrían. Miró pero no logró ver de quien se trataba. Quizá dos jóvenes que aprovechaban la oscuridad del jardín para estar a solas. Sonrió sin malicia y volvió al salón. Eli no estaba, el resto sí. Cuando iba a preguntar dónde se había metido, llegó por detrás con dos vasos más de vino. Le brillaban los ojos. Ella le acaricio el pelo, con cariño, y le tendió el vaso. Raul le devolvió el gesto con un caluroso beso y un abrazo. Ya sabía quién era la persona que le había estado espiando, pero se dijeron todo con la mirada. Brindaron y disfrutaron el resto de la cena.



El sol entraba por la ventana, y el cantar de los pájaros revoloteando cerca emitía una dulce melodía. Raul llevaba despierto ya varios minutos. Observando el cuerpo desnudo de Eli. Pero sobre todo se centró en su cara. Para Raul, era la cara más bonita. Podía ver como sus ojos se movían con los parpados cerrados. Hasta eso le parecía hermoso. Su pelo, ondulado, le caía por la barbilla, dibujando el contorno de su cara. La boca, entreabierta, en ocasiones se movía como si estuviera hablando. Estaba tumbada de lado, con un brazo debajo de la almohada, y sus tersos pechos casi reposaban contra el colchón. La sabana le cubría casi hasta el ombligo, pero Raul la retiró un poco hasta la comisura de su sexo. Contemplarla de esa manera le resultaba muy placentero. Eli, comenzó a despertarse. Con los ojos entornados, aun dormida y por el exceso de luz que iluminaba la estancia. Se desperezó, colocándose bocabajo, dejando al descubierto la espalda y los glúteos. La curva que se formaba cuando se desperezaba, provocaba serias erecciones a Raul. 

- Buenos días –sollozó Eli con la cara hundida en la almohada. 

- Buenos días. –le acaricio la espalda.

- Creo que anoche me pasé con el vino. –se quejó Eli, que seguía con la cara hundida.

- Pues a ver si te pasas más veces, porque lo de anoche fue…

- Cállate… -le reprochó, levantándose y haciendo muecas de dolor debido a la resaca.

- ¿Quieres uno mañanero? –preguntó lascivamente.


Eli, con un movimiento ya calculado, se colocó encima de Raul, que reía complacido. Ella lo besaba con tanta pasión, que a Raul le costaba seguirle paso. Pero unos golpes en la puerta los interrumpió. Sin darle permiso, la puerta se abrió. Por ella se asomó una Rebeca mucho más mayor. Que al verlos en semejante posición, abrió mucho los ojos y después se los tapó.

- ¿No te han enseñado que debes esperar a que te den permiso? –le regañó Raul.

- Lo siento, lo siento…. –pero en su sonrisa, se desvelaba que lo había hecho a propósito- Pero… ¿no tuvisteis suficiente con toda la noche? Se os escuchaba a kilómetros… -Eli, le lanzó la almohada.

- ¿Qué quieres Rebeca? –preguntó Eli casi con la voz entrecortada.

- Ya han venido todos… solo faltáis vosotros dos… -no pudo contener una carcajada.

- Ya vamos… -dijo Raul cansinamente-… ahora vete ya.


Esperaron a que Rebeca cerrara la puerta. Eli, bajó la cara para seguir besándolo. Pero Raul, ya estaba desconcentrado.

- ¿Lo dejamos para luego? –preguntó Raul.

- Ni de coña… -continuó con su juego-… acaba lo que has empezado.



Veinte minutos más tarde, Raul ya vestido, salió de la habitación. En el salón no había nadie. Lo atravesó y abrió la puerta que daba al exterior. Se encontraba arriba del porche, observando como Héctor preparaba una barbacoa, mientras que Reina y Pablo colocaban unas mesas y sillas. Sharpay y Suhaila, se entretenían con una niña de cinco años. Abundante pelo ondulado y moreno. La miró sonriente. La niña, al verlo, corrió hacia Raul que la recibió cogiéndola en brazos. 

- Mira papá, -señaló a Suhaila- me está enseñando a dibujar en la arena. Y el tío Héctor ha traído chuletas de cordero. Y el tío Aitor y la tía Nadya, también han venido. Me han regalado una flauta. Pero no se tocarla. Supongo que pronto lo aprenderé. –hablaba tan deprisa, que no pudo contener una carcajada.

- Como te pareces a tu madre, Alicia. –le dijo a su hija, y recibiendo un golpe en la nuca por parte de Eli- ¿Qué? Es verdad… habláis mucho y muy deprisa. –bromeó. 


El cielo se oscurecía por momentos. Ya era habitual desde hacía tantos años, aun así, no lograban acostumbrarse. Comenzó a tronar. Hasta que de pronto, el traqueteo de detrás de las orejas comenzó. Le hizo una señal a Rebeca, que llegó enseguida. Sin embargo, el dolor empezaba a diluirse de tal forma, que se sintió extraño. Aquello no era normal. Sus hombros se relajaron. En su cabeza, normalmente, sentía como si un globo estuviera siempre hinchado. Ahora notaba como ese globo se iba deshinchando. La sensación de bienestar le produjo un escalofrío placentero. El traqueteó cesó por fin, y su cuerpo se dio cuenta de que algo desaparecía dentro de él para siempre. En ese momento, se dio cuenta de que lo que la nieve los trajo, ahora se los llevaba. 

- Papá –dijo Alicia preocupada- ¿estás bien?

- Si hija. –sonrió aliviado- Estoy mejor que nunca.

- Anda, dame a mi sobrinita preferida.-dijo Rebeca- ¿Estas bien de verdad?

- Si. Si. No te preocupes. –le sonrió de una manera que Rebeca tan solo pudo devolverle la misma sonrisa.


Eli, llegó desde atrás y le abrazó pasando sus manos por la cintura. Apoyó su cabeza en su hombro. Raul la abrazó pasando su brazo por sus hombros y suspiró feliz. Más feliz que en toda su vida.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me encantó??? Gracias!!!!
Ha sido un gustazo de historia... qué pena que termine...