viernes, 2 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 54

Capítulo 54


Supo que había llegado a los dominios de Lobarre. Aquellos caminos de tierra eran inconfundibles a la vista de cualquiera. Varios kilómetros antes, cambio su ropa. Las ciudades casi habían desaparecido por completo. Las carreteras habían sido engullidas por la vegetación, y a no ser por las señales de tráfico que aún quedaban en pie, le habría costado orientarse. Una pequeña  tiendecita de ropa, le sirvió para escoger ropa más acorde a su personalidad. Y no la que les obligaba a llevar el Zaeim. Eso podría asustar a los habitantes de Lobarre. Con paso decidido pasó por unas nuevas casas construidas, de madera, en los aledaños de la muralla. En el exterior. Era cierto que Lobarre había prosperado como dijo Khaled. Algunos vecinos salían a ver quién era la persona nueva que se acercaba. Se plantó en la puerta de la muralla, donde le sorprendió la ausencia de vigilancia. Se bajó de su caballo, y se quedó observando desde aquella distancia el portentoso castillo. Un joven, de no más de quince o dieciséis años, se le acercó.

- Buenas tardes, -dijo amablemente el chico- ¿quiere que cuide al caballo mientras visita nuestra ciudad? Ha elegido buen día para comprar en el mercado, tienen género de buena calidad.

- ¿Cómo te llamas? –preguntó al chico.

- Antonio, señor. –contestó.

- Este caballo se llama Goloso. Supongo que sabrás el porqué. –le guiñó un ojo.

- Claro señor. 

- No tengo monedas para pagarte, pero si le entregas una nota al Rey de mi parte, sabrá recompensarte. Porque supongo que el Rey Joaquín sigue…

- Sí, señor… sigue siendo nuestro Rey. Hace muchos años, me conto mi padre…-pero Raúl le interrumpió.

- Hazle llegar esta nota al rey. Ahí le explico quién soy. Corre, no te quedes sin tus monedas. –forzó una sonrisa.


El chico tomo las riendas del caballo, y lo llevó a unos establos construidos cerca de la muralla. Al instante, corrió calle arriba para entregar su nota. Raúl, con el corazón palpitando a gran velocidad, entraba de nuevo en Lobarre. Anduvo por las calles, entre los habitantes. Pero ninguno parecía reconocerle. Aunque él, sí que reconoció muchas de las caras. Llegó hasta su antigua casa. ¿Estaría Vera allí? Con decisión, abrió la puerta. La casa estaba vacía. Sucia. Sin que nadie hubiera vivido allí durante años. Se asomó a su antigua habitación, y su mente se llenó de recuerdos. Incluso parecía que el llanto de Martín se hubiera grabado en aquellas paredes de piedra. Se frotó la cara para no llorar. Salió de nuevo a la calle, y la brisa le hizo sentir mejor. Fue hasta la taberna de Maksim, con la esperanza de encontrarse con Reina. Pero en la puerta colgaba un cartel: Cerrado por celebración. Preguntó a una mujer que pasaba en ese momento por allí.

- Están de boda. –dijo la mujer.

- ¿Quién se casa? Si puedo saberlo.

- La hija del tabernero –hizo muecas con el dedo, para indicarle que era la loca- con el empleado.

- Gracias señora, ¿podría indicarme donde se está celebrando?


La boda se estaba celebrando en los campos abiertos. Un agricultor, le había cedido parte de sus tierras para montar todo ese día. Había bastante gente. Pero hasta que no hubo terminado la ceremonia, no se acercó. Los invitados estaban de pie, frente algunas mesas con bebidas y tentempiés. Otros se acercaban a los recién casados para darles la enhorabuena. Raúl se hizo paso entre la gente y tocó por la espalda a Reina. Cuando este se giró, lo miró extrañado. Como si no lo conociera. Segundos después de escrutarle bien la cara, dibujó una amplia sonrisa.

- ¿Raúl? ¿Eres tú? –preguntó Reina emocionado.

- Enhorabuena, Aitor. –le felicitó. Ambos se abrazaron con ímpetu.

- No me lo puedo creer…-decía Reina, y los invitados dejaron de hablar. 

- Enhorabuena a ti también, Nadya. –le dijo a la novia.

- Gracias. –le miró como si nada.


La gente lo miraba con curiosidad. Al igual que Raúl, que tenía la esperanza de encontrarse con más antiguos amigos. Pablo se acercó. No se dijeron nada, tan solo se abrazaron. Ramón, mucho más viejo, pero con gran energía también lo abrazó. Sharpay también estaba y sorprendida le dio dos besos, cortésmente. Una vez que la gente perdió el interés, se quedaron solos.

- No veo a Héctor. –le dijo a Sharpay, más bella que nunca- Ahora viene, ha ido a por la carne. Se va a alegrar de verte. 

- Yo también me alegro de veros. –sin embargo, continuaba mirando por encima de la gente en busca de otra persona. 


Al fin la encontró. Estaba algo apartada, sin prestar atención de quienes estaban dando la enhorabuena a los novios. Conversaba con un hombre alto. Ella, vestida con un vestido de color azul pastel, el pelo recogido dejando unos tirabuzones en la parte delantera, y mucho más hermosa de lo que recordaba. Cuando la gente se fue dispersando de nuevo hacia las mesas, quedó más a la vista. De cuando en cuando giraba la vista hacia ellos, pero sin mirar. Hasta que de repente, dejó fijada la mirada en Raúl. El hombre alto seguía hablándola, pero ella ya no escuchaba. Le interrumpió, le dijo algo al oído dejándolo con cara de sorpresa, y se acercó lentamente hacia Raúl. Que la miraba serio, pero forzando una leve sonrisa. Ella llegó hasta él, lo miró a los ojos.

- ¿Eres tú? –preguntó casi en un susurro, y a punto de llorar.

- No deberías llorar. Estas muy guapa esta noche y romperías la magia. –le dijo.


Sin embargo, ambos no pudieron contenerse y se fundieron en un abrazo. El mejor abrazo que recibía en mucho tiempo. Pero la tos forzada de alguien los interrumpió. Era aquel hombre alto con el que conversaba Eli.

- Perdona. –dijo separándose de Raúl- Alonso, te presento a Raúl. Un viejo amigo.

- Te conozco. –dijo estrechándole la mano- Tu eres…

- Sí, soy yo. –le cortó tajantemente.

- Raúl, este es Alonso, el nuevo Comisario.

- Ah… nuevo comisario. –forzó otra sonrisa.

- Si nos disculpas, -dijo Alonso sin apartar la vista de su acompañante-, estábamos en medio de una conversación. Vamos Elizabeth, están sirviendo un excelente vino. –le dijo llevándosela del codo.


En ese momento, Héctor volvía con grandes piezas de carne para asar en el fuego. Las dejó caer cuando vio a Raúl junto a Reina. Ambos sonrieron, y se abrazaron. El resto del banquete lo pasó al lado de Héctor y Sharpay. Maksim y Nadezdha se acercaron a Raúl.

- Sentimos mucho tu perdida. –dijo Maksim sin contemplaciones.

- Os lo agradezco, pero creo que hoy no es momento para lamentaciones. Es un día de alegría. –dijo Raúl, robándoles una sonrisa al matrimonio alemán.

- Sí, estamos muy orgullosos. Nunca pensamos en que Nadya encontraría la felicidad. Gracias a Aitor, que es muy bueno con ella. 

- Yo diría que más que bueno, es que está muy enamorado. –hizo una pausa, rebuscando en su mochila- Se me olvidaba, no es mucha cosa. Pero aquí tenéis mi regalo de bodas. –sacó dos bolsitas. Una contenía pimienta negra sin moler, y la otra una mezcla de especias.

- ¿Estás de coña? –preguntó Reina asombrado.

- Como digo, no tenía ni idea que había boda, de lo contrario…

- ¿Tú sabes el dineral que hay aquí? –preguntó a un atónito Raúl- estas cosas escasean por aquí. No puedo aceptarlas.

- Claro que puedes. Aunque…-hizo una pausa pensativo-… de dónde vengo teníamos sacos enteros. Si llego a saber que me reportarían muchos beneficios… -todos rieron.


Después de la cena, era hora del baile. Maria, la hijastra de Pablo, había aprendido a tocar muy bien la guitarra. Seguía sin hablar, pero lo decía todo con sus acordes. Primero tocó un vals para que los novios inaugurasen el baile. De seguido, varias canciones más movidas. Otras populares. Raúl, permanecía sentado, con un vaso de vino. Algo apartado. Viendo como aquellas personas eran felices, sin saber lo que se avecinaba. Eli, viéndolo solo, dejó de nuevo plantado a su acompañante y se sentó en otra silla a su lado. 

- Es muy amable. –le indicó- Pero muy pesado. 

- Te veo muy bien. –contestó Raúl.

- ¿Dónde has estado estos años? –preguntó.

- He viajado mucho. 

- No sabíamos si estabas bien. Desapareciste. 

- No quiero hablar de eso. 

- No. Ya lo suponía. –admitió- Pero has vuelto por algo. Y me gustaría saber porque. 

- No es el momento. –bajó la cabeza, dejando que el pelo largo le cubriera la cara.

- Mírame. –le ordenó- Mírame, y cuéntame porque apareces hoy, después de tres años. 

- No he visto a Rebeca. –dijo ignorando las palabras de Eli.

- Has cambiado. No sé si para bien o para mal. Pero has cambiado. Algunos también lo pasamos mal, y continuamos adelante. Solo espero, que tu vuelta sea para aportar algo. Te he echado mucho de menos, lo confieso, pero estoy rehaciendo mi vida. Solo te pido que no lo pongas de nuevo patas arriba.

- Descuida. –se levantó, terminó su vaso de vino y se alejó de la fiesta.


Volvió de nuevo al interior de la muralla, y caminó dubitativo hasta la puerta de su vacía casa. Entró y la ordenó un poco. Escuchó como unos niños corrían por la calle, y se detenían en su puerta y llamaron. Después le entregaron una nota del rey. “Ven a verme cuando quieras”

Dejó todo como estaba y fue hasta el castillo. Los guardias le impidieron el paso, pero cuando les enseñó la nota se apartaron rápidamente. Subió aquellas escaleras, que tan malos recuerdos le reportaban, y al final del corredor estaba Claudio. El ayudante incansable del rey. Le abrió las altas puertas y entró en las habitaciones del rey. A pesar de que la enfermedad degenerativa seguía apoderándose de él, tenía mejor aspecto que la última vez que le vio. Joaquín, al ver su fachada totalmente diferente, con barba espesa y pelo largo hasta los hombros, se sorprendió.

- Que diferente te encuentro. –dijo Joaquín arqueando las orejas.

- ¿Cómo te va, Joaquín? –sonrió débilmente.

- Mientras nadie intente envenenarme bien. Ya estoy acostumbrado a mi enfermedad. Anda ven aquí, quiero darte un abrazo.


Raúl se acercó y se abrazaron con cuidado y cortésmente. 

- Me ha sorprendido mucho tu vuelta, he de reconocer. –dijo Joaquín sentándose en su butaca.

- Lobarre está en peligro. –se sentó en la otra butaca.

- No sé porque me sorprendo. Cada vez que apareces, el peligro llega contigo.

- Esta vez es distinto. 

- Tiene que ser muy grave, para que hayas decidido salir de tu exilio voluntario. 

- Te escribí varias veces. 

- Si, aun las guardo en mi cajón. Un mensajero un tanto extraño, ¿no crees? –Raúl sonrió a recordar al pintoresco mensajero -¿De qué se trata, Raúl?

- Un ejército muy peligros se dirige hacia aquí. 

- ¿Y qué tienes que ver tú con ese ejercito?

- Su líder, Khaled, me encontró medio muerto. Me dio de comer, y me instruyó. Su única finalidad son las riquezas. Y aquí tenéis muchas. 

- He de suponer, que estuviste a sus órdenes todo este tiempo. –Raúl asintió- Te agradezco que hayas puesto estatus en peligro por avisarnos. Pero dejemos estos temas para mañana por la mañana. Lo trataremos con el comisario. Ahora, creo que hay una persona que está deseando saludarte.


La puerta se abrió, y Claudio hizo entrar a una niña de seis años. La viva imagen de su madre. Vestida con elegantes ropas de época. Rebeca, se emocionó al ver a su hermano. Raúl se puso de rodillas, aguantando las lágrimas y abrió los ojos para recibirla.

- Pequeña… -dijo llorando-… pequeña. Lo siento. Lo siento mucho. 

- No pasa nada. Tranquilo. Joaquín me ha hablado mucho de ti, y de Martín. –aquellas palabras de su hermana le hicieron emocionarse aún más.

- Dios, como has crecido. Mírate. Estás hecha una mujer ya. –dijo sorprendido-… y como te pareces a mamá.

- ¿Cómo era mamá? –preguntó inocente.

- Cuando te mires al espejo, obsérvate bien. Porque en el reflejo la veras. –se volvió a abrazar a ella.

- No tuve la oportunidad de darte el pésame –dijo Joaquín, secándose las lágrimas con un pañuelo- Me tome la libertad de apadrinar a tu hermana. Me he ocupado, personalmente, de educarla, vestirla y de que tenga una vida lo más holgada posible. Opino que la deuda que contraje contigo, incluía este hecho.

- Muchas gracias, Joaquín. Muchas gracias. –volvió a abrazar a Rebeca, que estaba radiante de felicidad.


El rey le ofreció una alcoba en el castillo, pero declinó la oferta. Prefería estar solo. Sin embargo, en vez de ir a su casa, se paró frente a la de Eli, que emitía luz en su interior. Supuso que ya habría vuelto de la fiesta. Tocó un par de veces a la puerta. Eli abrió la puerta.

- Ah. Eres tú…-dijo algo sorprendida.

- Veras, Eli, he pasado antes por mi antigua casa y había pensado que quizá podrías ofrecerme una cama…no me apetece estar solo.

- ¿Quién es? -preguntó una voz masculina, que Raúl acertó en averiguar que se trataba de Alonso.

- Lo siento, Raúl. –dijo algo apurada- Pero no puedo. Estoy con…

- Si. Lo sé. Con el nuevo comisario. Es igual. –dijo decepcionado- No debí haber venido.

- Si, Raúl. No debiste haber venido. –y cerró la puerta.


No tuvo más remedio que volver a su casa. Se acurrucó en la cama llena de polvo, y procuró que nadie le escuchara llorar. 

1 comentario:

Unknown dijo...

Capitulazo!!! Reencuentro muy emotivo, pero que les espera ahora?