sábado, 3 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 55

Capítulo 55


Joaquín, Alonso y Raúl estaban reunidos en el salón principal del Castillo. Raúl les explicó quiénes eran aquellos árabes y de lo que eran capaces de hacer. Tenían discusiones donde no llevaban a ninguna parte. Raúl, permanecía de pie, mirando por la ventana, mientras Joaquín y Alonso hablaban de sus posibilidades.

- Raúl, -le llamó Joaquín, sacándolo de su ensimismamiento- Raúl. ¿Qué propones que hagamos?

- He visto de cuantos hombres armados y con alguna formación militar disponéis. –se giró volviendo a la mesa- son insuficientes. Sé que es duro lo que os voy a proponer, pero creo que es la mejor opción. Abandonar Lobarre.


Tanto el rey Joaquín como Alonso, quedaron con la boca abierta ante tal proposición. 

- De ninguna manera. –se exaltó Alonso- De ninguna manera vamos a abandonar el lugar que hemos construido. 

- Opino igual que el comisario Alonso, Raúl. –hablaba pausado- No podemos abandonar Lobarre. Seguro que existe la posibilidad de defender el castillo del enemigo.

- No puedo obligaros a nada. Es vuestra decisión. –dijo Raúl en última instancia- Yo he cumplido con mi parte. Al menos, contáis con el factor sorpresa. Ellos ignoran que yo estoy aquí.

- ¿No piensas quedarte? –preguntó el rey algo angustiado.

- Supongo que puedo ayudaros todo lo posible. Pero conozco al Zaeim. Y sobre todo conozco a su ejército. Y sé que no tenéis ninguna posibilidad. Esa gente desde que nacieron fueron adoctrinados para ser terroristas. Dominan el combate cuerpo a cuerpo mejor que nadie de aquí. Incluido yo. 


Esa misma mañana, el comisario organizó con varios hombres, tandas de entrenamientos en el patio de armas. Raúl y Joaquín observaban desde una terraza. En uno de los apartados, se encontraban sentadas Eli y Sharpay. Héctor se había apuntado a aquellos entrenamientos. Entre otras cosas, por sus conocimientos de artes marciales que Sharpay le enseñó años atrás. Alonso, parecía más preocupado por exhibirse ante Eli, que de realizar un entrenamiento duro. Cada vez que derrotaba a un contrincante, le brindaba una sonrisa y un guiño. Eli y Sharpay parecían divertidas ante tal demostración. Reían como colegialas. 

Raúl, harto de ver que aquel entrenamiento no estaba sirviendo de nada, bajó al patio. 

- Escuchadme –dijo lanzándole una mirada de desaprobación a Alonso-, no estáis haciendo las cosas bien. Lanzáis ataques poco útiles. Os lo tomáis como un juego. 

- ¿De qué vas Raúl? –se enfadó Héctor.

- Cada soldado de ellos, podría acabar con veinte de los vuestros sin pestañear. No debéis dudar. Atacad siempre a zonas donde el arma de vuestro contrincante quede anulada, y después a las partes vitales. Cabeza, corazón, riñón… -les mostraba cada una de las partes. 

- Si tan bueno eres, ¿Por qué no nos lo demuestras? –preguntó con suficiencia, el comisario Alonso. Un hombre que le sacada una cabeza.

- Muy bien. –contestó Raúl, quitándose la chaqueta. Quedándose en camiseta corta. Mostrando unos brazos musculosos. Eli y Sharpay no pasaron eso por alto. Pero lo más raro fue, que se quitó las botas. Caminó entre las espadas, y eligió una de madera, ante el asombro de los demás. 


Pero antes de empezar, en su cabeza tenía algo más. Quería enfurecer y cabrear todo lo que pudiera a Alonso. Caminó hacia donde estaban Eli y Sharpay que lo miraban embobadas. Se acercó tanto a la cara de Eli, que esta, tuvo que contener la respiración. Le sostuvo la mirada. Una de sus manos, rozó a propósito la cara de Eli, que lo miraba embelesada. Sharpay boquiabierta. Eli cerró los ojos, al tener la cara de Raúl tan cerca y acariciándole una mejilla. De repente, tuvo que abrirlos, cuando notó que Raúl le había quitado el gorro de lana de color blanco que llevaba puesto.

- ¿Me lo prestas unos minutos? –preguntó casi en un susurro manteniendo una distancia de ella de tan solo unos diez centímetros.

- Si… claro… -dijo con una voz tan aguda y tonta que se ruborizó.

- Gracias. –y se alejó.

- Madre mía –dijo Sharpay resoplando- sí señor, eso es lo que llamo tensión sexual no resuelta. Si decides que no te interesa lo mismo yo… -soltó una risita tonta, y Eli le dio un codazo.


Aquella escena, visto por todos, enfureció de tal manera a Alonso que estaba que salía humo de sus orejas. Raúl llegó de nuevo al lugar, y se colocó el gorro en la cintura.

- Vosotros cuatro, venid aquí. –señaló- y vosotros dos- señaló a otros más alejados- y tú, Alonso. –esperó a que estuviera cerca.

- ¿Por qué yo no? –preguntó Héctor enfadado

- Porque ya sé cómo luchas. –esa respuesta enfadó más a los otros- Escuchadme con atención. –señaló el gorro en la cintura y después señalando a Eli- Esa preciosa dama, ha prometido que quien le devuelva el gorro, cenará con ella esta noche.


Tanto Eli como Sharpay, se taparon la boca al escuchar el desafío lanzado por Raúl. Sharpay, le dio con el codo en las costillas y le habló al oído.

- Que suerte tienes… -bromeó-… está tan convencido de ganar, que su apuesta es alta. Es toda una declaración. 

- Cállate tonta. –se ruborizó tanto, que su cara contrastaba con el jersey blanco que llevaba.


Raúl, sostuvo la espada de madera en posición defensiva, e hizo girarla haciendo una floritura. Observó las caras de sus contrincantes y comenzó la lucha. Lo atacaban todos a la vez. Paraba los ataques, y los devolvía con su espada de madera, justo donde indicó con anterioridad. Daba patadas cuando tenía que darlas. Tumbaba oponentes, con tal facilidad, que las caídas parecían más acrobáticas de lo que en realidad eran. Con Alonso, tuvo más problemas. Pero no fue difícil evitar sus ataques. Se movía con tanta rapidez, que Alonso lo único que lograba era dar espadazos al aire. Hasta que Raúl se cansó de bailarle, y atacó. Una vez, la espada de Alonso ya estaba a baja altura, la sujetó con una mano mientras le asestaba un duro golpe en el pecho con el pie. Lanzándolo un metro al suelo. En menos de dos minutos, los siete no habían logrado tocarle, mucho menos quitarle el gorro y todos estaban en el suelo exhaustos de lanzar ataques sin sentido y tirados por Raúl. Sharpay dio un grito de emoción, y Eli hasta parecía más nerviosa que de costumbre. Raúl se acercó a Alonso, y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse, mostrando más de la cuenta el gorro.

- ¿Estás bien? –preguntó Raúl, dando por concluida la sesión.


Sin embargo, vilmente, a la vez que se agarraba para levantarse le quitó el gorro. Se levantó victorioso. Raúl, consciente, de que lo había hecho a propósito, se esforzó en parecer enfadado y tiró al suelo la espada de madera. Recogió su ropa y botas y se disponía a abandonar el patio. Al pasar por delante de las chicas, se detuvo sin mirarlas.

- Que disfrutes de tu cita. –y se marchó.

- ¿No te has dado cuenta, Eli? –preguntó sombrada Sharpay.

- ¿De qué? –preguntó ella decepcionada.

- Se ha dejado coger el gorro. ¿no me digas que no te has dado cuenta?


Pero en ese momento, llegaba Alonso, deseoso de recoger su premio. Pero tan solo logró que Eli lo bufara, y se fue tras de Raúl. Lo siguió hasta el salón principal, donde se estaba reuniendo con el rey. Prefirió no entrar y escuchar.

- Joaquín, esto no va a ninguna parte. –le dijo nada más entrar.

- Lo sé. Alonso no es mal chico. Solo es un poco…

- Un poco prepotente. Y eso va a hacer que os maten. –hizo un pausa- He visto que en el mercado hay pescado, ¿Dónde lo conseguís?

- Ah… eso. Hace tiempo marcamos una ruta comercial con un grupo de supervivientes de la costa. Se hacen llamar El puerto. Comercializamos con ellos. A veces vienen ellos, y otras nosotros. Los caminos son seguros.

- Tengo que ir a verlos. Necesito hablar con su líder. Lo siento, Joaquín, pero Lobarre está perdido. 


Abrió la puerta para irse, y se dio de frente con Eli. Sin hacerle el más mínimo caso, se fue por el corredor. Pero Eli no se dio por vencida, y lo siguió hasta ponerse de frente.

- ¿Qué quieres ahora, Eli? Tengo mucho por hacer. –dijo algo molesto.

- ¿Tú de qué coño vas? ¿A que ha venido el numerito del gorro? Te dije que no volvieras si no era para aportar algo, y mucho menos para poner mi vida de nuevo patas arriba.

- ¿De qué hablas?

- Ahí abajo casi me das a entender que… nada… nada… el caso es que vuelves a marcharte. Vienes, nos dices que vamos a ser atacados por no sé quién, y cuando ves que somos unos inútiles, huyes. No te importamos nada. No sé porque vuelvo hacerme ilusiones.

- Para, para, para… -le gritó-… para ya de decir tonterías. Me voy al puerto a pedir ayuda. Cuando Lobarre caiga, ¿Cuál crees que será la siguiente comunidad que caerá? No he venido a ponerte la vida patas arriba. Hace menos de un mes, yo era uno de ellos. Son peligrosos. Deserté, para venir aquí a ayudaros. Si quieres perder el tiempo con el pacotilla de Alonso, por mi perfecto. Pero ahora mi única preocupación, es que todos, escúchame bien: todos, estéis a salvo. Ahora si no te importa, debo ir en busca de ayuda. ¿Te vienes o te quedas? –aquella pregunta la dejó aún más descolocada, que todo el sermón anterior.

- Me…me voy. –dijo fingiendo estar enfadada.

- Recoge lo que pueda serte de utilidad y te espero en las cuadras. –le dijo con gran autoridad y se marchó a toda prisa.



Se llevó una gran sorpresa, cuando llegó a las cuadras, después de pasar por su casa y recoger su mochila. Allí estaba ella. Esperándole. Antonio, el mozo, al verle llegar se apresuró para entregarle su caballo. 

- Tenía razón, señor. El rey me ha pagado muy bien. –le pasó las riendas- Lo he cuidado como si fuera mío.

- Ya lo veo, Antonio. Buen trabajo. –le removió el pelo al contento mozo de cuadras.


Miró hacia donde estaba Eli. Estaba nerviosa. Raúl lo notó al momento. Aunque también, notó que se había cambiado de ropa. Llevaba algo más cómodo y abrigado. Y el pelo recogido en una coleta. 

- ¿Sabes montar? –le preguntó, y ella negó con la cabeza- Está bien. Iremos los dos juntos. –pero vio que Eli no se atrevía a subir- no pasa nada si no quieres venir. 

- No es eso…-admitió-… es que… llevo años sin salir. Sin ver un infectado de cerca.

- No te preocupes. Conmigo no te pasara nada, si te mantienes cerca. Además me ha dicho el rey que el camino es seguro. Aunque no descarto que no esté limpio del todo. –le tendió una mano para ayudarla a subir. Eli se sorprendió de la fuerza con la que la elevó. 


Se agarró fuerte a su cintura, y Raúl le dio un golpe en el lomo a Goloso, para que iniciara la marcha. Gran parte del trayecto que habían recorrido hasta que se detuvieron en la orilla del rio, para que Goloso se refrescase, lo hicieron al trote. Hecho que Eli agradeció, dado su estado de nerviosismo. Mientras el caballo bebía agua del rio, Raúl preparaba una tienda para pasar la noche. Eli, en todo momento no se separada más de un metro de Raúl, pero sin dejar de mirar a cualquier parte del bosque. Atenta a cualquier movimiento. De hecho, comenzaba a arrepentirse. 

- Aún es pronto. Pero pasaremos la noche aquí. Es un buen lugar. –informó como informaba a sus hombres del clan.- Por cierto… creo que llegarás tarde a tu cita… -bromeó tratando de no sonreír.

- Aun no me has explicado a que vino todo eso. –se cruzó de brazos.

- Detrás de esos árboles, he visto bastantes ramas para hacer un fuego. Recógelos y tráelos aquí, donde estoy poniendo las piedras. –trató de desviar la conversación.


Soltado un bufido de desesperación, obedeció. Trajo tantas ramas, que Raúl tuvo que desechar más de la mitad. Pero no le dijo nada. Con unas chispas, hizo prender aquellas bastas ramas, y el calor que produjo, animó a Eli. Con el campamento montado, y varias horas por delante sin nada que hacer, se dispuso a tomar un baño en el rio. Dejando un puñal al lado de Eli.

- Llevo varios días sin asearme. –dijo quitándose la cazadora- Voy a aprovechar que no se avecina tormenta. Grita si necesitas ayuda. 

- ¿Te vas meter en el rio? Debe estar congelada. –preguntó sorprendida.


Raúl tan solo esbozó una tímida sonrisa y se fue a la orilla. Detrás de un árbol, se quitó la ropa y se metió en el agua. Era cierto que el agua estaba helada. Pero el notar el agua empapando su piel sucia y sudorosa, le produjo tal placer que el frio no le importó. Nadó un buen rato, y se frotó brazos y piernas. Aunque no tenía jabón, era mejor que nada. El pelo largo y húmedo, hizo que se revelara cuan longitud tenia de verdad. Sobrepasando los hombros. 

Eli, en parte curiosa, se acercó tímidamente detrás de otro árbol, para observarlo. Aun recordaba a aquel Raúl adolescente, delgaducho. Ahora tenía un cuerpo trabajado. Los músculos resaltaban en sus brazos y pectorales, haciéndole más atractivo a los ojos de Eli. Cuando se dio la vuelta, mostró algo que hizo que Eli ahogara un grito y se tapó la boca. La espalda estaba llena de heridas cicatrizadas. Heridas longitudinalmente de unos cinco o seis centímetros, que se entrecruzaban entre ellas. Escuchó ruido detrás de ella y se sobresaltó dando un grito. Trató de correr hacia la tienda para que no la descubriera espiándolo, y tropezó con una rama. Cayó de rodillas sobre unas piedras, provocándole un fuerte dolor. Un perro vagabundo era el culpable de aquel susto. Que al ver la reacción de Eli, huyó asustado con el rabo entre las piernas. 

Raúl, al escuchar el grito de Eli, surgió a toda prisa del agua y llegó hasta donde estaba Eli tirada en suelo y retorciéndose de dolor. Eli, al verlo, apartó la mirada.

- ¿Estás bien? –preguntó apurado- ¿Qué ha pasado?

- Por dios, Raúl, ¿Podrías taparte? –preguntó con tanta vergüenza que su voz era diferente.


Raúl se dio cuenta que estaba totalmente desnudo delante de ella. Mostrándole todas sus virtudes. Se dio la vuelta para ir a vestirse donde dejó la ropa. Cuando regresó, Eli estaba ya sentada frente al fuego. Pero no pudo evitar ver la sangre que mojaba el pantalón a la atura de las rodillas. 

- Déjame ver esas heridas. –se puso de rodillas frente a ella. Que no podía sostenerle la mirada. 

- No es nada. No te preocupes. –pero hizo una mueca de dolor cuando se movió.

- Para no ser nada, te quejas bastante. –bromeó- Anda, voy a curarte. 


Fue hasta su mochila. De ella sacó unas hojas envueltas en un pañuelo, y un mortero de madera tallado. Recogió agua del rio, y machacó muy lentamente las hojas dentro del mortero. Produciendo un olor algo desagradable. Raúl no pudo contener una sonrisa al ver la cara de asco de ella. Cuando la pasta estuvo a punto, se acercó a ella. 

- Quítate los pantalones. –dijo, provocando que Ella se sonrojara más de la cuenta y abrió los ojos tanto que le dolían.- ¿No pretenderás que te lo aplique sobre los pantalones? –le tendió una manta- si quieres puedes taparte. 


Eli, algo indecisa, se puso la manta alrededor de la cintura y con dificultad se fue bajando los pantalones. Después se sentó, temblorosa. Dejando a la vista sus piernas. Suaves. Raúl se incorporó hacia delante, provocando que su melena, aun mojada, rozara con su pierna. Eli esbozó un tímido gritito y se estremeció. Raúl no le prestó atención. Con la manga de su camisa, y algo de agua sobrante, le limpio las dos heridas de ambas rodillas. Lo hacía tan cuidadosamente, que era casi como un leve roce. Eli lo observaba atenta. Una vez limpias, acercó el ungüento y, rozándole apropósito parte del muslo, fue aplicándole la pasta sobre las heridas. Raúl tragó saliva, y alargó el proceso lo más que pudo. Cada vez que le rozaba el muslo, ella se agitaba. Notó la respiración entrecortada de Eli, pero ninguno de los dos dijo nada. Cuando ya no le quedaba más pasta en el mortero, acercó su boca a las heridas y soplaba suave. Notó como Eli se relajaba. Conocía los efectos paliativos de aquellas hierbas, y en muy poco tiempo el escozor de las heridas se desvanecía. Pero su relajación no era debida a eso, ni mucho menos. Eli, sin saber porque, tocó su larga melena. En ese momento, Raúl dejó de soplar y se apartó.

- Raúl, yo… -dijo algo cohibida.

- Déjalo que se seque un poco y podrás ponerte de nuevo los pantalones. –se levantó como si no hubiera ocurrido nada- Voy a preparar algo de cenar, y después a dormir.


Después de aquello, Eli lo miraba de manera diferente. Sentía que ya no lo conocía. Era cierto que ella también había cambiado mucho en todos esos años, pero el cambio de Raúl era demasiado extremo. Por un lado, añoraba aquel buen estudiante, poco suspicaz ante las situaciones más evidentes. Pero por otro, esta nueva persona le atraía de manera más sexual. Fuera lo que fuere, lo que hubiera ocurrido durante sus años de ausencia, le habían devuelto a la persona que más quería en el mundo.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Antes eran más fuertes, tenían guardias...
Pero todo ha cambiado, Raul el que más, me gusta ir descubriendo que le ha pasado...
Echo de menos algún personaje...

Jesus Miguel dijo...

Hola Cristina. Que agradable ver tu comentario en cada episodio.
Cuando todo empezó hasta que llegan a Lobarre, pasan aprox 10 11 meses. Es decir cuando más alto está el auge de los infectados. Momento en que más énfasis ponen en la seguridad. Teniendo vigias en los dominios y en los aledaños de la muralla.
Cuando vuelve Raúl, a parte de los tres años, cuenta con otros 9 meses de embarazo de Vera. Es decir, pasan alrededor de 5 años y medio. En ese tiempo, la tasa de infectados se reduce considerablemente. Por lo que bajas la Guardia y los recursos destinados a la seguridad.
Como dices, Raúl ha cambiado mucho. Se descubrirán muchas más cosas de esos tres años con Khaled.
¿que personaje echas de menos? Es posible que lo sepa pero me esté guardando sorpresita.

Un placer que sigas comentando. Un abrazo.
CHUSO.

Unknown dijo...

Quiero saber de Alícia y Mellea...

Jesus Miguel dijo...

Mucho me temo que la etapa de Alicia y Mellea ya terminó hace bastante.