jueves, 1 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 53

Capítulo 53.


Tres años después.

En algún lugar al sur de España, cerca del mar.


La brisa húmeda rozaba su cara proporcionándole cierta relajación. El pelo largo ondeaba a su aire, y las olas del mar llegando a la orilla regalaban a sus oídos una suave melodía. Tenía los ojos cerrados, tratando de escuchar los latidos de su corazón, que en ocasiones formaban un rítmico compás con el ruido de las olas. La barba le había crecido. Ya no era aquel adolescente. Apretó los labios al comprender que enseguida sería interrumpido. Ya podía escuchar el ruido que provocaban los cascos de los caballos al galopar. 

Un grupo de veinte jinetes irrumpió en el lugar donde se encontraba. Eran hombres morenos, de origen árabe. Vestidos con las ropas típicas del lugar de donde procedían. Ataviados con espadas y puñales, listos para la batalla. Uno de aquellos hombres, bajó de su caballo antes de que este se detuviera y se dirigió hacia él. 

- Yazid, -dijo aquel hombre- tenías razón. En cuanto los sacamos, se rindieron. 

- ¿Alguna baja? –preguntó.

- De los nuestros no. Algunos de ellos que opusieron resistencia. 

- ¿Cuántos? 

- Siete.


Se dio la vuelta, chasqueó la lengua y colocándose a su lado tocándole el hombro. Le sonrió sombríamente.

- Ghassan, te he dicho mil veces que no me llames así. –le dijo en tono amenazador.

- Lo sé, Yazid. –contestó algo preocupado- Pero es el nombre que te impuso el Zaeim.

- No lo soporto. –se disculpó- Solo es eso. 

- Si me escuchan llamarte por tu antiguo nombre, sabes que podría tener problemas, Raúl. –explicó.

- Lo sé, lo sé. –lo apaciguó- no estoy pasando buen día hoy. –se disponía a marcharse, cuando reculó para decirle unas últimas palabras- deberíais haberlos matado a todos. Que no se vuelva a repetir.


Ghassan, abrió los ojos horrorizado, pero no podía discutir las órdenes de su jefe de clan. Por la noche, en el pequeño campamento que habían montado, algunos hombres festejaban la victoria. Habían tomado a unas mujeres como esclavas, y a otras como mero entretenimiento sexual. Raúl permanecía sentado frente al fuego, absorto en las llamas. Ghassan llegó y se sentó a su lado. Ghassan, era un hombre menudo, bastante más mayor que Raúl. Llevaba siempre un turbante en la cabeza, y su barba estaba cuidadosamente recortada. Por decirlo de alguna manera, el hombre de confianza de Raúl. O Yazid, como le habían bautizado. Y tal vez, su único amigo de verdad. 

- Yazid, -le dijo tembloroso- últimamente no eres el mismo. ¿Cómo puedo ayudarte?

- No puedes, Ghassan. Nadie puede. 

- ¿Se acerca la fecha verdad? ¿Es eso? –Raúl asintió con los ojos brillantes.

- Solo tú sabes de mi pasado. 

- Solo yo sé, tú verdadero pasado. Los demás saben una historia, que creen que es tu pasado.

- Te agradezco tu comprensión y por ser discreto.

- Ya lo sabes, Yazid. Eres mi hermano. 


Raúl tan solo emitió una leve sonrisa forzada, entre otras cosas, para que lo dejase en paz. Necesitaba estar solo. Llorar su perdida. Sin que los demás le molestasen. Era su momento. 

Por la mañana temprano, desmontaron el campamento. Aseguraron bien el botín conseguido, y regresaron al asentamiento principal. A unos veinte kilómetros de aquel lugar. El asentamiento principal, disponía de altas tiendas de colores vivos por todo el recinto. Era una explanada, donde hacía años los agricultores tenían sus campos labrados. La mayor parte de las personas libres eran árabes. Tan solo algunos, como Raúl, disponían de libertad. Aunque Raúl, era una rara excepción. Era jefe de su propio clan. Clanes, que asaltaban otras comunidades o grupos de supervivientes que se habían ido formando a lo largo de estos años. Siempre en busca de los recursos o riquezas que pudieran ser del interés del Zaeim. La persona de mayor autoridad del asentamiento. Así como un rey, o jefe de estado. 

El clan de Raúl fue recibido con efusividad, al ver los carromatos llenos de riquezas. De la tienda más grande, salió un hombre joven. De ojos azules. Rasgos claramente árabes. Barba recortada y aceitada. Vestido con una túnica de color verde esmeralda, con bordados dorados. Raúl se acercó, como mandaba el protocolo, y realizó el saludo. El hombre se acercó aún más a Raúl con semblante serio y escrutando al resto de su comitiva.

- Bienvenidos de nuevo. –les dijo- Veo que vuestro trabajo ha dado sus frutos. 

- Khaled, -dijo Raúl- he aquí nuestro tributo. Disfrutad de él, como os plazca.

- Yazid… -dijo con tono cansado-… deja los protocolos para otro momento.


Raúl lo miró fijamente, y después se rio con efusividad. Khaled, lo imitó. A continuación ambos se dieron un caluroso abrazo y tres besos en las mejillas. Khaled lo rodeó por los hombros y lo instaba a pasar a su tienda. 

- Dentro te está esperando –le dijo con una confianza, que solo los buenos amigos, osarían hacer- no me juzgues por el castigo que recibió. 

- ¿Qué ha hecho? –preguntó.

- Nada… chiquilladas. –contestó- Solo fueron dos azotes.

- Si se los merecía, no tengo nada que objetar. 


Pasaron dentro de la tienda. Decorada con multitud de cojines de todos los colores. En el suelo alfombras unidas entre sí, cubrían toda la tienda bajo sus pies. Ciertas partes de la tienda, de una amplitud considerable, estaban separadas por cortinas de seda donde en cada habitación había un colchón abultado de plumas. En una de ellas, reposaba una mujer cristiana completamente desnuda, pero con la cara llena de cardenales y cortes. Raúl dibujó una amplia sonrisa cuando una niña de quince años, de origen árabe y un pañuelo en la cabeza se acercaba corriendo hacia él. La niña saltó para abrazarlo.

- Ya has vuelto. –le dijo la niña- ¿Qué me has traído esta vez?

- Esto. –le mostró la figura de un torero, que recogió de una tienda de suvenires.

- ¿Qué es? –preguntó con curiosidad.

- Es un torero –le explicaba con dulzura- Hace muchos años, los cristianos, más concretamente en España, se vestían así para celebrar una fiesta.

- ¿Y que celebraban? –preguntó la niña el mismo tono curioso.

- Eso te lo podrá explicar más tarde. –repuso Khaled, mirando de soslayo a Raúl- Ahora tengo asuntos que tratar con tu padrino. 

- Anda, vete a jugar por ahí y no te metas en líos. –la niña miró entrecerrando los ojos a Khaled.


Los dos hombres se sentaron, descalzos, en unos cojines delante de una mesa bajita. Una esclava, llegó con una tetera y unos vasos. 

- Dime Yazid, -dijo mientras serbia él té aromatizado- ¿Os habéis encontrado muchos peligros?

- No muchos como cabría esperar. –contestó.

- Verás, Yazid –hizo una pausa que Raúl interpretó que no le gustaría lo que le pidiera- los hombres están hablando. 

- ¿Sobre qué? –preguntó sin darle importancia.

- Deberías haberte casado ya. Tienes pretendientas que esperan ser desfloradas. Si lo prefieres, puedo darte permiso para yacer con tu ahijada si lo deseas. –dio un sorbo al te- Los demás jefes de los clanes, están enfadados. Creen que te concedo demasiados privilegios.

- ¿Y no es así? –dijo Raúl sin importarle las consecuencias.

- Claro que te concedo demasiados privilegios. Sin embargo, eres el jefe de clan que más riquezas me presenta. Ya quisieran el resto traerme la mitad que tú. Pero por favor, Yazid, debes formar una familia cuanto antes.

- Ya tuve una familia. Y lo sabes. –contestó más serio de lo que pretendía.

- Pero eso fue antes de abandonar tu cristianismo. Ahora perteneces a nuestro pueblo. Me perteneces. 

- Sabes que no puedo. Si eso conlleva algún castigo, lo aceptaré de buen grado. –contestó con sinceridad- Me permito pedirte, que no vuelvas a ofrecerme a Suhaila en matrimonio. Ya sabes que es mi protegida. Cuando llegue el momento, la ofreceré para el matrimonio. Pero por ahora, es una niña, y quiero tratarla como tal. Sabes que no cederé ante eso. La quiero demasiado.

- Lo entiendo, Yazid. –le puso la mano en el hombro en señal de paz- Lo entiendo. Lo respetaré. Cuídate las espaldas. No puedo protegerte fuera de mi tienda.

- Te lo agradezco, pero se cuidarme yo mismo. Tus enseñanzas me ha servido de mucho estos últimos años. Por eso te sirvo fielmente Khaled.


Afuera se estaba celebrando una fiesta. Cada Clan tenía asignada una tienda, de igual dimensiones que la del Zaeim. Distinguidas cada una por un color. La de Raúl, predominaba el color granate con tintes verdes. Estaba fuera, hablando con Ghassen cuando la fiesta se paró de repente. Un grupo de personas, llevaban a la fuerza a una mujer atada de pies y manos y la obligaban a ponerse de rodillas. Detrás, llegaba otro hombre. Ambos de rodillas, y Khaled hizo aparición. 

- Este hombre, ha osado robarme una cabra, en vez de ganársela. –hubo una clara ovación a las palabras de Khaled- Si me robas algo que es mío, debes devolverlo. Ahora yo te pregunto: ¿Cómo piensas pagar tu deuda con el Zaeim?


Aquel hombre lloriqueaba y balbuceaba. Hasta que finalmente, en alto para que todo el mundo lo escuchara gritó unas palabras. Unas palabras en su idioma natal. Enseguida los asistentes, lo aclamaron y hacían ruidos con la boca animando a aquel desgraciado a cumplir con lo prometido. El Zaeim, le lanzó un puñal con forma de media luna a los pies. Aquel hombre lo recogió, entre sollozos de su esposa. Se colocó detrás de ella y sujetándola con un brazo por la cabeza, le cortó el cuello. La mujer se desangró en el momento, desvaneciéndose en el suelo muerta. 

Suhaila, estaba al lado de Raúl con la boca abierta. Al verlo, Raúl la regañó.

- ¿Qué haces? Te he dicho muchas veces que no debes ver estas cosas.



Al día siguiente, el Zaeim, congregó como era habitual a todos los jefes de los clanes a su tienda. Casi siempre, era para demostrar su fuerza y poder y evitar que ningún jefe le retase. Sin embargo, esa mañana, tenía otros planes. Planes que a Raúl no le gustaron en absoluto.

- Según uno de mis exploradores, al norte, se encuentra la comunidad más grande y rica que jamás hemos visto. Una comunidad que prospera a pasos agigantados. Estoy decidido a conquistarla. –decía Khaled- Por ello, os ordeno que acabéis vuestros asedios locales antes de un mes. En esa fecha, los cinco clanes y el mío mismo, viajaremos hasta esa comunidad y la haremos nuestra. 

- ¿Tiene nombre esa comunidad? –preguntó uno de los jefes de clan.

- Se hacen llamar El castillo de Lobarre. –contestó Khaled. Raúl hizo todo lo posible por no sobresaltarse.

- ¿Tan bien les va para que el propio Zaeim quiera desplazarse? –preguntó Raúl, con la esperanza que les diese más información sobre sus antiguos amigos.

- Maravilloso, Yazid. Labran sus propias tierras. Cuidan de su propio ganado.-contestó Khaled emocionado con la idea de tener todas esas riquezas a su disposición cuando quisiera.



En aquel momento, sintió un miedo que en sus tres años a las órdenes de Khaled nunca había soportado. Se había propuesto olvidar todo aquello, pero la sola idea de ver los cadáveres de Héctor, Reina o Eli en suelo le hizo un nudo en el estómago. Esa misma mañana, ordenó a su clan partir hacia otra comunidad que habían avistado en su último asedio. Atacarían al amanecer. Acampados ya, como siempre que se disponían a atacar, a la luz de las llamas del fuego, asaba una perdiz. Mientras se cocinaba, jugueteaba con una cadena llena de candados. Cerró los ojos, y esperó paciente a que el traqueteo detrás de sus orejas comenzase. Poco a poco, escuchó los gritos, y las espadas penetrando en los cráneos. Gritos desgarradores, de quien está viendo a la muerte de cerca. La voz de alguien, casi consigue sacarle de su letargo.

- Yazid, ¿Qué haces? –preguntó a gritos Ghassan- Yazid, levanta y defiéndete. Alguien ha dejado abiertas las celdas de los muertos. ¡Yazid! 


Pero el grito de dolor de Ghassan, le hizo intuir que un muerto le había dado caza. Esperó, esperó, esperó. Su cabeza era un torbellino, y luchaba contra sus ganas de levantarse y probar de nuevo la sangre caliente de los vivos. Pero lo estaba logrando. Eran incontables veces, las que había logrado controlar aquellos ataques que le daban. El tiempo era relativo. No sentía cansancio. Ni hambre. Ni sed. Solo necesitaba el sabor metálico de la sangre en su boca. Cuando abrió los ojos, era de día. Se encontraba en la misma posición. Sentado en la piedra, frente a las ascuas medio apagadas ya del fuego que había encendido por la noche. Los restos de la perdiz eran carbón. Ni rastro del ave que había cazado horas antes. El sol radiaba con gran calidez, y los pájaros piaban como nunca. Emitió una leve sonrisa, satisfecho de lograrlo una vez más. Sobretodo esa vez. Porque era el momento de abandonar todo aquello, y de poner a salvo a sus amigos. Sus amigos de verdad. Ahí mismo, vio como todo su clan reposaba muerto, o convertido. Silbó y un caballo de color marrón oscuro apareció. Llevaba puesta su montura, y se subió con gran agilidad. 

- Vámonos muchacho, nos queda un largo camino a casa. –golpeó en el lomo del caballo, y este galopó a gran velocidad.