viernes, 11 de mayo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 26

Capítulo 26.



Pasaron la noche en el centro comercial sin problemas. Hacían guardias cada cierto tiempo, pero la tranquilidad y el sueño se apoderaron de todos ellos. Un ruido metálico, proveniente de la planta inferior, los despertó. Sin embargo, les llenó de más curiosidad, un carro de la compra al final del pasillo donde dormían. Estaba repleto de garrafas de agua, ahora rellenas de un líquido más parecido al gasoil. Encima de las garrafas, unas cajas de cartón en la que se podía entrever comida embolsada. Se acercaron con mucho cuidado al carro, miraron hacia todas direcciones, pero no veían a nadie. Encima de una de las cajas, había una nota: “Esto es lo que habéis venido a buscar, cogerlo y marchaos, por favor.” Pablo, le entregó la nota a Reina que aún no había llegado hacia ellos. Al leerla, comprendió, que quien fuera no los quería allí. 

- ¿Puedes comprobar cómo están los de fuera? Con esto podemos volver. –preguntó con cierta amabilidad a Reina.

- Sí, claro. –contestó.


Al salir a la terraza de piedra, descubrió que la tormenta no había cesado. Incluso, el granizo, había dado paso a copos enormes de nieve. Tuvo que andar con cuidado sobre la piedra mojada, para no resbalar. Al mirar al parking desde allí arriba, comprobó que aún quedaban unos cuantos. Pero estaban desperdigados por todo el lugar. Dio la noticia al resto, que enseguida salieron al exterior. Bajaron de nuevo al parking, ayudados por la escalera que había encontrado Reina, y el coche que había logrado arrancar aún seguía allí. El soldado, le hizo el puente, y este reaccionó enseguida. Cargaron las garrafas en el maletero, y se fueron de allí. Reina, observó por última vez uno de los ventanales del centro comercial, y descubrió la cara de una niña con aspecto sucio que le saludaba tímidamente desde el otro lado. Un escalofrío recorrió su cuerpo, al pensar que allí dentro podría estar malviviendo un grupo de niños y adolescentes. Pero ya se marchaban. No tardaron en llegar donde habían dejado el camión y el resto de compañeros. Al escucharlos llegar, les apuntaban con las armas. Solo las bajaron, cuando supieron que eran ellos. 

- ¿Qué tal? –preguntó Figueroa a Patri.

- Hemos tenido alguna dificultad, pero supimos arreglarlo. –contestó el soldado.

- ¿Alguna novedad sobre…? –preguntó refiriéndose a Raúl.

- Aún sigue vivo… -dijo pensativo-… aunque anoche, tuvo un leve… ¿despertar?

- Explícate…

- Se despertó llamando a su madre. –contestó Mónica que llegó en ese momento.

- Entonces ¿está bien? 

- No. Ha vuelto a quedarse dormido. 

- Démosle tiempo… -dijo Pablo no dándole importancia-… llenemos el deposito, y larguémonos de aquí.


No quedó ni una garrafa por incluir en el depósito del camión. Pero parecía suficiente para ponerse en marcha. Pablo, dio indicaciones de nuevo al conductor y se pusieron en marcha. Prácticamente todo el recorrido, permanecieron en silencio. Mientras pudieran, evitaban poblaciones grandes o medias. El lugar, se encontraba bastante apartado de cualquier carretera asfaltada. Recorrieron al menos nueve kilómetros, por el sendero pedregoso, entre colinas empinadas, y curvas imposibles. Poco a poco se veía un edificio con forma rectangular. Rodeado de espesos árboles, ahora cubiertos de nieve. El edificio se notaba bastante antiguo, con las paredes de piedra, pintadas de blanco. En la parte superior, las tejas de color negro que aún no estaban manchadas de la blanca nieve, resaltaban sobre todo lo demás. Innumerables ventanas en forma de arco, con rejas verdes y desgastadas ancladas a la pared. La única entrada aquel edificio, se mostraba ante ellos, imponente. Unos grandiosos portones tallados, de al menos tres metros de altura, y de un color marrón desgastado. Detuvieron el camión a escasos metros de la entrada. Apagaron el motor, y esperaron a que Pablo les dijese algo. De todas formas, la gran mayoría bajó del camión. 

- Bueno… -dijo Pablo con voz alta para que le escucharan todos-… bienvenidos a la Hacienda Figueroa. Un caserío de casi cien años, que mis bisabuelos construyeron y que finalmente, he heredado. No sé en qué estado se encuentra, pero creo que es el mejor lugar donde podemos instalarnos por un largo tiempo. Si. No veo signos de lucha, ni muertos alrededor. 


De dentro de su mochila, sacó un manojo de llaves. Pero solo una de ellas, la más larga, se introducía en la rendija y la giró. Un sonoro pestillo se desbloqueó, y con algo de esfuerzo logró abrir una hoja de aquella imponente puerta. Desveló un enorme patio central, con una especie de fuente en el medio. Se elevaba una figura de un hombre, con sombrero y un azadón en la mano derecha. En los cuatro laterales del edificio, había puertas de acceso. En la primera planta, se asomaban unas extensas terrazas que recorrían toda la fachada. Por el suelo, encontraron mucha basura, seguramente, depositada allí por el viento. Montañas de hojas marrones que amontonaban sobre cualquier rincón. Pablo, con ayuda de Patri, abrió la segunda hoja de la puerta principal, para que el camión entrara con facilidad. Del mismo manojo de llaves, se acercó hasta la primera puerta del lado izquierdo. Probó varias de las llaves, hasta que al fin, una parecía la correcta. 

- Si no recuerdo mal, en esta parte, hay habitaciones inferiores. Las usaban los trabajadores. –informó para que llevasen a una de ellas, a Raúl. 


En efecto, aquella parte del gran edificio, estaba repleta de habitaciones a ambos lados. Separados por un recibidor, con aspecto muy antiguo. Al final de cada pasillo, una cocina y un cuarto de baño completo. El recibidor, estaba roto por una escalera en forma de caracol, que llevaba al piso superior. Héctor y Eli subieron a inspeccionar. Se sorprendieron, pues también había habitaciones, pero mucho más lujosas.

- Venia aquí cuando era niño. –dijo Pablo que los había visto subir- Mi abuelo decía que los trabajadores eran el noventa por cierto de su sustento. Por eso, quería que se sintieran cómodos viviendo aquí. 

- Pero las de abajo son más… -dijo Eli.

- En efecto. –le sonrió- Esta parte, estaba destinada a familias enteras. Abajo, era para los jornaleros temporales. No siempre tenía gente todo el año. 

- ¿A qué se dedicaban? –preguntó Héctor.

- A muchas cosas. Por el otro lado, hay un gran viñedo. O lo que quede de él. Pero también había ganado. Caballos. Además, todo esto necesita un mantenimiento constante. Prefería tener a su propio personal, que contratar albañiles o fontaneros esporádicos. Recuerdo a la cocinera jefe…. –notaban cierta melancolía en sus palabras-… hacia un guiso de cordero impresionante.

- ¿Qué fue de toda esa gente? ¿Dónde están? –preguntó esta vez Eli.

- Cuando mi abuelo falleció, mi padre estuvo un tiempo al cargo. Pero mi madre era más de ciudad y no aguantó mucho tiempo. Poco después, cerró el lugar. Pensaba venderlo, pero en lugar de eso, puso a un amigo suyo a explotar el negocio. Sin embargo, los trabajadores y gente que llevaba mucho tiempo aquí, empezaron a marcharse por la mala gestión. 

- Bueno… pues ahora eres tú el dueño ¿no? –dijo Héctor bajando las escaleras.


Mónica observaba como Hugo y Rebeca jugaban sin peligro en el patio. No se separaba de Raúl. Después de su leve despertar, aún tenía esperanzas de que recobrasen su relación. En la anterior vida, nunca hubiera imaginado que se enamoraría de un adolescente como Raúl. Pero lo hizo. Y ahora, después de meses habiendo pasado lo que han pasado, aún seguía enamorada de él. Todavía no se acostumbraba a vivir de esta manera. De un lugar a otro, huyendo no solo de los muertos que caminan, si no de los vivos que quieren hacer daño a otros vivos. Desde esa ventana, veía como los demás, registraban todo el lugar. No parecía que hubiese peligro, pero aun así, lo hacían. Por alguna extraña razón, le vino un recuerdo. El día en que le ofrecieron el puesto de profesora. El primer día que se presentó en clase. En la sala con los otros profesores. Era lo que siempre había soñado. Todo eso se había ido al traste. ¿Qué sería de todos? No podía vivir eternamente de esta manera. 

- Se lo que estás pensando. –aquellas palabras sobresaltaron a Mónica.

- ¿Raúl? –se giró a toda prisa.


Raúl estaba despierto, tumbado en la cama. Pero con los ojos abiertos y sonriéndole. 

- Hola Mónica. –contestó mirando a su alrededor- ¿Dónde estamos?


Ella no respondió. Tan solo se lanzó hacia él y lo besó agarrándolo de la cara. Estaba llorando.

- Te has despertado… -lloraba pero reía a la vez-… ¿estás bien? ¿te duele algo? ¿Quieres agua?

- Un poco de agua no estaría mal. Tengo la boca seca. –contestó mirándola.

- Toma –sacó una botella de plástico, con la mitad de agua.

- No me has dicho dónde estamos. –trató de incorporarse para beber- y ¿Rebeca?

- No te preocupes, está bien. Está jugando con Hugo en… -la cara de Raúl cambió. La miraba con semblante serio.

- ¿Hugo?  El hijo del general… 

- Estamos aquí gracias a él. –dijo antes de que se enfadara más.

- Ese hijo de puta me drogó… ese y el doctor…

- Lo sabemos… -se sentó a su lado-… Pablo fue quien ideó la forma de escapar.


Mónica le contó todo lo sucedido. Aun así, Raúl, no cambiaba de opinión con respecto a Pablo Figueroa. Con mucho esfuerzo se levantó de la cama. Le temblaban las piernas, pero se mantuvo de pie frente a la ventana. Observó a Rebeca, y sonrió. 

- Parece feliz. –dijo- Se lo que pensabas cuando mirabas por la ventana. Yo también pienso lo mismo. Aunque con casi un mes de mi vida perdido. ¿puedes llamar a Héctor y Eli? Me gustaría verlos.


No hizo falta, pues pasaban por allí en ese momento y los vieron. Héctor fue el primero en correr a abrazarlo. Eli, esperó su turno y se fundieron en un abrazo. 

- ¿Cómo estás? –preguntó Eli.

- Raro. –contestó- Como si me hubieran dado una paliza. Y con mucha hambre.


Como si hubieran visto un fantasma, el resto de personas, lo observaban desde el comedor donde se encontraban. Raúl se ayudaba de Héctor al caminar. Habían encendido fuego en la chimenea de aquel comedor. Raúl le dirigió una mirada amenazadora a Pablo. Este lo comprendía, y retiró su mirada. Encima de la mesa, había bolsas de patatas fritas y algunos encurtidos. Se abalanzó sobre ellos, y los devoraba con demasiada ansia. Tuvo que beber en un par de ocasiones al atragantarse. Después de las preguntas de rigor: ¿Cómo estás? ¿Todo bien?, de todos y cada uno de ellos, Pablo se sentó a su lado. Raúl apretó los dientes muy enfadado.

- Raúl yo… -comenzó diciendo-… quiero que sepas que estoy arrepentido de todo. No sabía el alcance de la maldad de Manzaneque.

- Mónica me lo ha contado todo. Pero no por ello creas que te he perdonado. Es más, siento una rabia indescriptible. Si no estuviese tan débil, ya te habría clavado un cuchillo en la garganta.

- Puedes amenazarme todo lo que quieras. Entiendo tu enfado conmigo. Pero no creas ni por un segundo, que permitiré que me hagas nada. –esta vez el agresivo era el- Ahora estamos en paz. He logrado que dejen de experimentar contigo, traerte aquí con tu gente. He arriesgado la vida de mi hijo, por vosotros. Si noto, por un segundo, algún gesto hostil hacia mi o mi hijo, estarás fuera de estos muros en menos que canta un gallo. ¿Me has entendido?

- Entendido. –se comió una cebolleta en vinagre.

- Disfruta de tu estancia en mi Hacienda. –se levantó sin dejarse de mirar a los ojos.



El clima en los siguientes días no cambiaba en absoluto. En ciertas ocasiones, le recordaba cuando salían de Madrid después de despedir a su madre en el aeropuerto. La echaba de menos. Y a su padre. Se le aceleraba el corazón al recordarle en aquella cama. En la misma que luego le obligaron a estar. Su mano, la derecha, aun le temblaba cuando recordaba el momento en el que le atravesó con el bisturí. Se abrigó, y se obligó a salir al patio. Algunos jugaban a lanzarse bolas de nieve, mientras que Pablo y su hijo se afanaban en hacer un muñeco de nieve. Héctor, Patri y Sharpay, entrenaban ciertos movimientos de lucha bajo una de las terrazas. Se sorprendió al ver a su amigo con esa destreza. Ramón y Reina estaban en lo alto de una terraza. Observando el horizonte con unos prismáticos. Un soldado, al que no conocía, estaba sentado en la parte trasera del camión con una botella de algo. Dándole largos tragos directamente desde ella. Mónica y Rebeca aún estaban dentro. En el comedor. Le estaba dándole de comer arroz blanco cocido. Su pequeña hermana, le saludaba y reía al verlo. Vertiendo el arroz que tenía en la boca. De repente, notó un exceso de calor en las orejas, y un traqueteo en dentro de ellas. Algo, en su interior, le decía que aquello no era bueno. Se acercó lentamente hacia el soldado que bebía, sentado en el camión. Este le miraba extrañado. No entendía porque, pero el soldado, le asestó un duro golpe en la cara con el culo de la botella. Perdió el conocimiento.

Cuando se despertó, estaba de nuevo en la cama. Pablo, estaba con Mónica. Intentó incorporarse, pero le había atado al cabecero. 

- ¿Qué ocurre? –preguntó Raúl- ¿Por qué me habéis atado?

- Cariño, has intentado atacar a Vergara. –decía con cara de miedo.

- ¿Vergara? ¿Quién es Vergara? –se sentía muy extraño.

- Raúl…-dijo Pablo acercándose con una silla-… ahora te voy a desatar. Pero necesito que me prometas algo. Que te controles.

- ¿Controlarme? Me estoy cabreando y mucho… -le miró con rabia.

- A eso me refería. Has sufrido mucho. Debes calmarte. 

- Lo siento. Lo siento. –miraba a Mónica, para disculparse más con ella que con Pablo.

- ¿Recuerdas cuando llegaste por primera vez al campamento? ¿Cuándo viste a tu padre?

- Si. Si. Lo recuerdo.

- ¿Recuerdas que accedió a que experimentasen con él?

- También.

- El doctor, hizo lo mismo contigo. No entiendo mucho de eso, lo reconozco. Pero creo en lo que ven mis ojos. En ocasiones, el virus le ganaba la partida a tu parte… más racional.

- ¿Quieres decir que me han infectado? ¿eso es lo que me pasa?

- No lo sé… -se pasó las manos por la cara-… el caso, es que Vergara dice que parecías un muerto. Se asustó y te golpeó. 

- Mierda… -suspiró decepcionado-… después de todo, me voy a convertir en un hostil…

- Eso no lo sabemos… -decía Mónica con terror-… no te han mordido. Solo…

- Solo me han inyectado el virus, para experimentar conmigo. –dijo enfadado de nuevo.

- Te vigilaremos. Quizá los efectos pasen. Pero por si acaso, hazte a la idea de que en algún momento… -hizo un gesto con los dedos a modo de disparar contra la sien.


jueves, 10 de mayo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 25.

Capítulo 25.


A cada momento aparecían más muertos, y desde todas direcciones. El ruido del camión los había estado atrayendo. Patri, con ayuda de Vergara y Héctor los abatían, pero en breve se quedarían sin munición. Eli y Mónica, por su parte se encargaron de distraer a los niños. Raúl, continuaba sin despertar. Cada rato, Mónica le tocaba el pecho, con el fin de notar el bombeo de su corazón. Si bien, el peligro no era descabellado, las fuerzas empezaban a mermar. Héctor había adquirido una extraña y rápida habilidad para disparar un arma de pequeño calibre. Como si uno de sus videojuegos, se tratase, se lo tomaba tan en serio que daba hasta miedo la fina puntería con la que acertaba en las cabezas de aquellos desgraciados. 

- Como no vengan pronto, tendremos que hacerlo cuerpo a cuerpo. –informó Vergara al resto- Me queda solo un cargador.

- Toma –dijo Patri, lanzándole uno de los suyos- ¿Cómo vas Héctor?

- Dos cargadores. –dijo después de abatir a un no muerto.


No tuvieron que gastarlos. Pues habían acabado con todos. Aquel prado tenía un aspecto horrible con tantos cadáveres sobre él. Casi desvanecidos, se sentaron en la parte trasera del camión. 

- ¿No quedan más? –preguntó Eli preocupada. 

- Por el momento no. Pero con el ruido que hemos provocado, no tardaran en llegar. Deberíamos ir pensando en movernos. –contestó Patri.

- Pablo dijo que no nos moviéramos. –dijo Mónica con enfado- Además, ¿Cómo cargaríamos a Raúl?

- Llevamos horas aquí fuera. Se tendría que haber despertado ya.

- ¿No estarás queriendo decir…? –se levantó para encararse con él.

- Supéralo ya. –le dijo un crispado Patri.


Ante eso, Mónica no pudo resistirse y le dio un puñetazo en la cara. Este no parecía esperárselo, pues ni siquiera trató de esquivarlo. Del labio le brotaba un poso de sangre, debido al golpe. Tan solo se levantó, golpeó con fuerza la pared del camión y se bajó farfullando algo que no escucharon con claridad. 

- Déjalo… -dijo Vergara. Un soldado de mediana edad, con la cara colorada y erupciones en las mejillas. Como aquellos que beben en exceso. Los claros ojos verdes la miraban-… todos estamos cansados. Se le pasará.


No obstante, las palabras de Patri, revoloteaban en la cabeza de Mónica. En cierto modo llevaba razón. Eran demasiadas horas sin que Raúl diese síntomas de despertar. Desde que comenzó todo, se había mantenido al margen y se dedicó a cuidar a la pequeña Rebeca. Nunca había tenido que enfrentarse a un muerto. Eso hizo que notara cierta inseguridad. Eli, por su parte, desde que se vio acorralada en su propia casa a los pocos días, tampoco tuvo un encuentro frente a frente con uno de ellos. Los pequeños, sobre todo Rebeca, eran ajenos de los peligros que los acechaban. Hugo sí que lo era, pero era solo un crio que hasta hace nada, su principal preocupación era entregar a tiempo las fichas del colegio. 

Vergara, se encargó de que todos recibieran su ración de comida y agua. Varias latas de conservas, sustraídas del campamento. El único que la negó fue Patri, que se había subido en lo alto del camión y observaba el horizonte con preocupación. El silencio era sepulcral. El revoloteo de una bandada de pájaros, fue el único ruido que se escuchaba. Eso era señal, de que la muerte se acercaba por esa dirección. No tardaron en aparecer. Por suerte, era un grupo de tres que caminaba con lentitud en paralelo a ellos. Calculó que a unos cien o ciento cincuenta metros. No dejó de observarlos, hasta que se perdieron en el horizonte. 


***


Aquellos ojos que lo observaban, se abrieron aún más y desaparecieron. Cuando Reina se repuso del susto, empujó con decisión aquella puerta. Era evidente, que quien fuera aquella persona, era la causante de que no le permitiera abrirla. Estaba en lo cierto. Era un pasillo ancho, que desembocaba en los servicios. Corrió hacia la galería y miró hacia ambos lados. Se encontraba en la segunda planta del centro comercial. A su derecha, vio una figura desaparecer a toda prisa por otro pasillo. Reina corrió hacia él, dejando atrás todos los negocios, ahora cerrados. Al final de ese pasillo había otro dos que se bifurcaban en forma de “Y”. Lo había perdido. Pero de pronto se dio cuenta, que no se había tropezado con ningún hostil. Con más calma, exploró aquella planta. Aquella persona, se había ocupado de encerrarlos a todos, en los negocios con las verjas de seguridad más eficientes. Bajó hasta la planta baja, por unas escaleras mecánicas, que no funcionaban. Tenía la curiosidad, de saber dónde estaban los hostiles que se amontonaban en la puerta principal. Se sorprendió de no haberlo intuido antes. Este tipo de lugares, a cada ciertos metros, se bajaban unas enormes verjas metálicas pesadas. Aquella estancia, estaba repleta de hostiles que lo miraban con ansia de hincarle un diente. Pero era inútil. Aun, con todo el peso recayendo sobre la pesada verja, esta no se movió ni un ápice. Esto mismo ocurría, por todas las entradas principales. Lo que era una fantástica estrategia si quieres ahuyentar a supervivientes indeseados. Pero había un fallo, y lo había descubierto. De lo contrario no habría podido entrar. Aquel lugar era más seguro de lo que podían imaginar. 

Al volver donde estaba el resto de su gente, se topó de nuevo con la estrepitosa tormenta. Algunos, como Pablo, lo miraban receloso y con cara de pocos amigos. 

- Acabo de encontrar la entrada. –decía Reina con una amplia sonrisa entre gotas de agua.

- ¿Para qué? Nos comerían en cuestión de segundos. –dijo el soldado con que discutió minutos atrás.

- No lo creo. –continuaba con su sonrisa- Aunque, hay alguien más dentro. No he conseguido encontrarlo. Ni se si hay más. Pero os aseguro que ahora mismo, estar allí dentro es mucho más seguro que estar aquí fuera. Podemos esperar hasta que se dispersen y volver al camión.


Había dispuesto una escalera del cuarto de mantenimiento, para que pudiera subir hasta la azotea de piedras. Todos y cada uno entraron en la galería del centro comercial con cara de asombro al no encontrarse con infectados pululando. Lo comprendieron, cuando Reina les mostró como habían encerrado entre rejas a los muertos. No obstante, prefirieron quedarse cerca del pasillo de los baños, con el fin de escapar con seguridad ante cualquier imprevisto. De todos modos, Sharpay y Reina, caminaban por aquel piso de la galería. Desde ahí arriba, podían observar perfectamente las entradas en forma de jaula, donde tenían encerrados a los hostiles. En ese momento, estaban calmados. Casi aletargados. Reina miró hacia donde había desparecido aquel o aquella inquilina. Llegaron hasta el pasillo en forma de “Y”, y Sharpay le miró desconcertada. 

- Cuando entré, descubrí a alguien que huía. –dijo Reina- Lo perseguí hasta aquí, pero no sé por dónde se fue. 

- ¿Qué más da? –preguntó para que desistiese en su búsqueda.

- ¿Y si necesita ayuda? Parecía que fuese alguien muy joven. Como un niño. Debe de llevar aquí encerrado o encerrada mucho tiempo. 

- No ha podido encerrarlos el solo…-señaló las entradas de abajo.

- Eso había pensado… pero…

- Pero nada. Pensemos en cómo salir de aquí y volver al camión. Por si no te acuerdas, hace una noche, abordamos a un grupo de soldados para secuestrar a un chico.

- Raúl… -corrigió-… se llama Raúl. 


Mientras discutían, notaron movimiento por uno de los pasillos. En el de la derecha. Se asomaron, y descubrieron a una persona. Tenía el pelo largo, recogido en una coleta. Estaba sacando algo de una de las tiendas. Reina corrió hacia allí. Esa persona, giró la cabeza hacia ellos. Era un chico muy joven. Los miró con los ojos  muy abiertos, y dejó lo que estaba haciendo, para escapar. Era muy rápido. Pero Reina, lo era más. Antes de girar hacia otro pasillo, logró alcanzarlo. Agarrándolo de la sudadera, ambos cayeron al suelo. El chico, intentaba zafarse de Reina pataleando. Llegando, incluso, a alcanzarle una de las patadas en el hombro con tanta fuerza, que volvió a caerse de espaldas. Pero Reina reaccionó enseguida, haciéndole la zancadilla cuando comenzaba a correr. Este se golpeó contra el suelo, con tanta brusquedad, que Reina temió haberle hecho daño de verdad. 

- ¡Joder! –gritó Reina- ¡Deja de huir de una puta vez!


El chico no contestó, se levantó y miró horrorizado a Reina con un corte en el labio. Apartó la mirada, y volvió a correr. Esta vez, Reina, dejó que se marchase. Sharpay llegó en ese momento.

- Déjale –le regaño- ¿No te das cuenta que no quiere saber nada?

- Ya lo he visto. –se levantó enfadado.


Pasada una hora, volvió a salir a la terraza de piedra. Por suerte, aquellos hostiles, se empezaban a cansar de no encontrar más carne que llevarse a la boca, y se dispersaban. Pero no era suficiente, para volver al parking y conseguir la gasolina que habían venido a buscar. La lluvia había dado paso a gigantescas piedras de granizo. Por lo que tuvo que observar el exterior desde el quicio de la puerta metálica. 

- Hemos encontrado comida. –dijo Pablo llegando desde atrás. 

- Se están yendo. –se limitó a contestar.

- No sé qué pretendes, buscando a quien sea que has visto. Por lo que se ve, se las apaña muy bien aquí. Ahora mismo, a sus ojos, como unos intrusos. 

- Era un crio. 

- Y habrá más por todo el país. 

- ¿Qué le estabais haciendo a Raúl? –se giró para mirarle a los ojos.

- No te hagas ideas estúpidas en la cabeza. Fue un error. Lo sé. Y en cuanto se despierte, me disculparé. 


***


El sol empezaba a ocultarse, oscureciendo aquel solitario lugar. Patri, permanecía expectante en lo alto del camión. No se encontraba cómodo al saber que pasarían la noche en mitad de la nada, con la posibilidad de que más muertos los atacasen. De hecho, empezaba a arrepentirse de haberse unido al General en esta misión suicida. Sin embargo, al pensar en el pobre chico que aún seguía sin despertar, y en todo lo que le habían podido estar haciendo, creía que era lo correcto. Vergara, por su parte, parecía más interesado en tener su mente ocupada, y atendía constantemente a las mujeres. Eli, se dio cuenta de que en una ocasión, le temblaba nerviosamente la mano izquierda. El soldado, trató de esconderla a ver que la miraba. Eli, apartó la mirada, de tal forma, que Vergara entendiera que no le daba importancia. Pero el sí sabía que aquello era importante. Tras varias horas sin beber ni una gota de alcohol, era un claro síntoma de abstinencia. Héctor había recogido un par de ramas gruesas del suelo, y practicaba los movimientos que semanas atrás le había enseñado Sharpay. El mismo, se sorprendió al comprobar su evolución. Cerca del camión, estaba el tronco partido de un árbol, pero lo suficiente alto para que recibiese los golpes que Héctor le asestaba. Cada tanda era más rápida y eficiente. 

- Tienes que separar un poco más los pies, y tirar el cuerpo un poco hacia atrás. Que el movimiento del cuerpo sea la que ejerza la fuerza. –dijo Patri llegando desde atrás- ¿Quién te ha enseñado a golpear así?

- Sharpay. Antes de que llegaseis a la casa de mi tío. –contestó a la vez que repetía los movimientos rítmicos, pero con los consejos de Patri.

- ¿Puedo entrenar contigo? –agarró otras dos ramas.

- Claro… -dijo sorprendido.


Ambos se enzarzaron en movimientos, golpeando las ramas. Al principio solo eran algo lentos y sin intención de herir. Pero a medida que los dos se sentían más confiados, aumentaron la fuerza y la velocidad. Héctor pagó caro aquello. Patri, terminó golpeándole con su rama izquierda en el costado derecho de Héctor. Este se separó, retorciéndose de dolor. El soldado, arrepentido, se interesó.

- Perdona, perdona. No pretendía…

- No te preocupes. –volvió a recoger la rama que se le había caído.- Continuemos.


De nuevo, comenzaron despacio, pero aumentaban la velocidad. No tanto la fuerza. Héctor, estaba siendo derrotado por Patri, que parecía pasárselo bien. Así que, recordó las lecciones de Sharpay. Además de usar las ramas, en esta ocasión, utilizó los pies. Patri, que no lo esperaba, terminó por el suelo, cayendo de costado. 

- Vaya, vaya… -rio sarcásticamente- con que esas tenemos…


Héctor sonrió levantando las cejas. Había tirado al suelo a un soldado profesional. Al levantarse, no dio tregua al chico, y reanudó la lucha. Las ramas golpeaban entre sí, con tanta rapidez y fuerza que se estaban astillando. Héctor retrocedía, ante los ataques cada vez más furiosos de Patri. Tropezó con algo, y cayó al suelo de espaldas. Era el cuerpo de un infectado al que habían abatido horas antes. Patri le extendió su mano para ayudarlo a levantarse. Sin saber porque, Patri vio como Héctor le quitaba el gran cuchillo de su cintura. Se asustó, pues pensaba que por venganza, le atacaría con él. 

- ¿Qué estas…? –gritó con temor.


Héctor saltó hacia él, pero solo para apartarlo hacia un lado. Clavándole el cuchillo a un muerto que se acercaba por detrás, y que solo Héctor se había percatado de él, mientras se levantaba. Patri, al verlo, respiró profundamente al saber que no quería atacarlo a él, si no salvarlo. 

- ¿Pensabas que iba a por ti? –preguntó Héctor con media sonrisa.

- Me has asustado de verdad… -confesó-… de todas formas, gracias. 

- Anda volvamos al camión. –tiró la rama que aun sostenía, y le ofrecía su propio cuchillo a su dueño.


A escasos centímetros del camión, cuando todos estaban en completo silencio, Raúl se despertó repentinamente y se incorporó. 

- ¡Mamá! –gritó a la vez que los demás gritaban del susto.


Pero igual que se despertó, se volvió a tumbar y quedar dormido como al principio.


miércoles, 9 de mayo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 24.

Capítulo 24.


Notaba como el sueño le ganaba la partida. Tan solo el bombeo de su sangre y el palpitar de la herida en el brazo, la mantenían despierta. Los parpados le pesaban cada vez más y más. Solo quería descansar un poco. Recuperar fuerzas. Miraba de soslayo a Mellea que continuaba dormida. Percibió movimiento al fondo de la recepción. Resopló, y con mucha dificultad, se incorporó. Apoyándose en el vehículo negro, llegó hasta los machetes que dejó caer, junto al cadáver de uno de los hombres. Agarró uno con la mano buena, y se dirigió hacia donde notó el movimiento. No sabía si era de otro hombre o de un muerto. Le daba igual. Tan solo quería atacarle fuera lo que fuera. Detrás de unos sillones, donde minutos antes estaban pasándolo bien, descubrió el zapato de su presa. Sin vacilar, llegó hasta el para descubrir, que era el hombre al que estaban extorsionando a su llegada. Se tapaba la cara con los brazos, en señal defensiva. 

- No, por favor. –suplicó el hombre. De aspecto desdeñado. Delgaducho. Con un traje y corbata, ahora desgastado y sucio. 


Alicia elevó el brazo para asestarle un duro golpe. Pero notó como aquel hombrecillo, humedecía sus pantalones y dejaba en el suelo un reguero de orina. Incluso, se podía oler como sus tripas se vaciaron por el orificio trasero. Ella, relajó el brazo, aunque enseguida lo volvió a levantar. Una nueva suplica del pobre hombre, terminó por convencerla de que no le hiciera nada. Tan solo, se marchó de allí, de nuevo con Mellea. Se sentó en el mismo lugar y esperó a que pasase el tiempo. Sintió como su cuerpo se estremecía al recordar como decapitó al hombre barbudo. Por algún lugar de la recepción, debía estar la cabeza sin cuerpo del desgraciado. Pero no lograba verlo. Poco a poco, el sueño la embargaba. Notaba como su cuerpo se relajaba. Aunque, una vez más, algo se lo impedía. Un nuevo movimiento de algo o alguien, la alertó. Esta vez, proveniente de afuera. Unos reconocibles gruñidos, la sofocaban. Giró su cabeza para ver desde donde venía. Era un muerto que se acercaba hacia la rota puerta de cristal. Era solo uno. Estaba tan cansada que le daba igual. “Que venga y acabe con esto” pensaba para sí misma. Sin poder controlarlo, lloriqueaba como un bebe. No se escondía. Lo hacía tan fuerte que el muerto aceleró su paso. No quería seguir con esta locura. El muerto ya había entrado al hotel. No sin antes, rasgarse parte del pómulo con un cristal puntiagudo  que colgaba del marco de la puerta. Continuó como si nada. Diez metros y todo habría acabado. Miró a Mellea. Tan indefensa en ese momento. Quizá ella sí que preferiría luchar. Pero no podía. ¿En que se estaba convirtiendo la raza humana? ¿En hacernos todas las atrocidades que nos imaginemos? Seguía con sus pensamientos negativos. Ocho metros. La imagen sonriente de Raúl y Rebeca se le apareció de repente. La saludaban y le lanzaban besos al aire. Por fin, lograron sonsacarle una leve sonrisa a ella también. Seis metros. Roberto aparecía por detrás. Tan guapo como cuando compartían piso en Madrid. Al llegar junto a sus hijos, también le saludaba y sonreía. Cuatro metros. No sabía por qué, pero Mellea se unió a los saludos. No podía estar ahí. Estaba a su lado. Pensaba extrañada. Pero en esa imagen, no le faltaba la oreja recién amputada. Le hizo una mueca picara. Como cuando tuvieron sexo la noche anterior. Tres metros. Poco a poco la imagen se volvía más borrosa. Solo que esta vez, ya no la saludaban ni sonreían y permanecían de pie. Muy serios. Casi con enfado. La primera que desapareció, fue su pequeña Rebeca. Seguido, fue Roberto. Tan solo quedaban Mellea y Raúl que la señalaban con el dedo índice. Dos metros. Raúl, no desapareció, pero le dio la espalda. Mellea la seguía mirando. Pero había cambiado su semblante serio por uno triste. Le lanzó un beso con la mano, y poco a poco se daba la vuelta. Un metro. Los dos se marchaban a la par, y se hacían más pequeños. ¡No! Gritaba Alicia desesperada. ¡No os vayáis! Ambos se dieron la vuelta y dijeron al unísono: Lucha.

Salió de su letargo y notó como el muerto estaba a escasos centímetros de su pierna. Arrastrándose. Agarró su machete y lo hundió en el cráneo del muerto. Este dejó de moverse al instante. Debían ponerse a salvo, o más muertos aparecerían para comérselos. Se levantó y con extrema dificultad, arrastró el cuerpo de Mellea hasta las escaleras. La agarró por las axilas y cada peldaño era un triunfo. Pero en ese momento, el hombre que había estado a punto de matarlo hacia solo un instante, sujetó a la chica por los pies con ánimo de ayudarla. Esta no se lo negó, y llegaron hasta la habitación. La acostaron sobre una cama y la tapó. 

- Te lo agradezco, pero me gustaría que te marchases. –le sugirió Alicia apretando con fuerza su machete.

- Como desees. –contestó con mucha educación el hombre. Se dio la vuelta y se fue por el pasillo.


Alicia, cerró la puerta, y con la silla la bloqueó entre el suelo y el pomo. Limpió su herida y la de Mellea de nuevo, he hizo que tragase una pastilla de antibiótico con un poco de agua. Parecía que recuperaba la consciencia. Abrió los ojos, pero enseguida volvió a cerrarlos. No le dijo nada. Ella tampoco quería hablar en estos momentos. Tan solo asimilar lo que acababa de ocurrir. Cada cierto tiempo, curaba sus heridas. Era necesario evitar una infección en este nuevo mundo. Sin esperarlo, llamaron a la puerta. Alicia se puso en alerta, y Mellea comenzó a temblar estrepitosamente.

- Señoritas –decía la voz del hombrecillo- he creído que quizá, tuvieran hambre y sed. He encontrado la cocina llena y les traigo cosas que pudieran ser de vuestro interés. No hace falta que me reciban. Tan solo, avisarles que se las dejo en el suelo. En cuestión de cinco minutos, abandonaré el lugar. 

- Mel –dijo Alicia- podrías…

- Dice que nos deja comida en el suelo y que se va. –contestó arisca, dándose la vuelta de nuevo.

- Gracias.

- Y no me llames Mel. –susurró.


Alicia la observó con lastima. Era normal su actitud, y por nada del mundo se lo reprocharía. Dejó que pasara un buen rato, antes de abrir la puerta. Retiró la silla, y encontró una bolsa llena de botellas de agua y latas de conservas. Justo al lado, otra bolsa de plástico con más botes de antibiótico, vendas y todo lo necesario para seguir tratándose las heridas. Además de una pomada, que también era antibiótico. Una nota que decía: “Con esto curara antes. Gracias por no matarme”. Miró hacia ambos lados del pasillo, y se encerró de nuevo en la habitación. A pesar de haberse tomado la pastilla hacia poco, prefirió untarse ella primero la pomada en el brazo. Al descubrirlo, notó como el agujero tenía una pequeña costra. Optó no retirarla. Luego fue el turno de Mellea. Ella se dejó hacer sin poner resistencia. Por suerte, el corte fue limpio, y no dañó nada que fuera importante, o al menos eso pensaba. De lo contrario, ya estaría muerta. Al verla sin su oreja, le daba un aspecto raro. Pero seguía siendo bella. 

- Venga Mellea –suplicó- Cámbiate de camiseta.

Casi como si fuera una orden, se quitó la camiseta rota sin dirigirle la mirada. Poniéndose con sumo cuidado de no rozarse, una nueva. Se tumbó de nuevo, dándole la espalda. 

Pasaron varios días sin salir de la habitación, aguantando con lo que el hombrecillo les había dado. Pero en cualquier momento, tendrían que salir de allí para conseguir más. Tan solo hablaban, si era estrictamente necesario y con monosílabos. Hasta que Alicia se hartó. Salió de la habitación. Exploró el estado en que se encontraba el resto del hotel, y fue hasta donde escondían su vehículo. Para su sorpresa, aun permanecía allí y con todas sus pertenencias intactas. Subió a la habitación los mapas que le proporcionó Nestore, y los estudió con detenimiento. Cuando, terminó de darse una ducha y hacerse la cura de su brazo, por fin Mellea se levantó de su cama para algo más que orinar. Se abrazó fuertemente a Alicia y lloró desconsoladamente. Alicia le devolvió el abrazo, que tampoco pudo contener el llanto. 

- Tranquila, cariño. –le decía Alicia- No te voy a dejar. Te lo prometo. 

- Eres lo único que me queda. –confesó- No quiero perderte.

- Y no lo harás. 

- ¿Soy un monstruo sin oreja? –preguntó con miedo.

- Eres preciosa. –le puso el cabello de tal forma, que disimulaba la ausencia de la oreja- Con oreja o sin ella.

- Puedes llamarme Mel…-dijo tímidamente.


Ambas se fundieron en otro abrazo. Pero esta vez, sus labios se juntaron muy lentamente. Alicia notó un fuerte calor en la entrepierna, pero no era el momento. Ambas lo sabían y decidieron parar antes de que llegase a más. Se pusieron de acuerdo, en pasar un par de días más antes de reanudar su marcha. Aunque había una duda, que aún no habían resuelto. Como era posible, que aun saliera agua caliente de los grifos. Alicia trató de que Mellea se quedase en la habitación, pero fue inútil. Al ver que no la convencería, ambas bajaron a la recepción. Mellea observó incrédula, como la puerta de cristal que habían reventado, ahora estaba taponada con muebles y cinta adhesiva. Alicia le explicó, que debió ser el hombre antes de abandonar el hotel. La puerta donde tenía un cartel de: Mantenimiento, les daba una ligera idea de dónde podía estar las respuestas a sus preguntas. Esta se podía abrir sin dificultad. Alicia volvió a cerrarla, y Mellea la observó detenidamente. Se acercó al cadáver del arquero, y le retiró una especie de mochila en aspa. Se la probó. Casi, hasta le salió una sonrisa. Llevaba en la mano el machete, que introdujo por uno de los envases. Rebuscó el otro, colocándolo en el otro envase. De tal forma, que quedaban entrecruzadas. 

- Te queda bien. –dijo Mellea con admiración.

- Tendremos que buscarte un arma a ti. –contestó.

- Creo que la pistola será suficiente. –admitió.


Abrieron de nuevo la puerta. Alicia desenfundó una de sus armas colgadas de su espalda, y Mellea la siguió, pistola en mano. Vio como le temblaba la mano. Alicia, trató de tranquilizarla. La sala consistía en dos estanterías hasta el techo, en ambos lados. Sobre ellas, multitud de productos de limpieza. Al fondo se veían unas escaleras. Bajaron por ellas, con la única luz que los focos de emergencia le proporcionaban. Tan solo tuvieron que bajar unos pocos, para llegar al cuarto de calderas. Eran enormes. Un motorcillo traqueteaba, cerca de uno de los silos. Cerca del motor, descubrió una figura. Trataba de mordisquearlo. Alicia, le hizo una señal a Mellea, para que no continuase. Ella elevó su arma, bien afilada, y le partió el cráneo en dos. Exploró toda la estancia, pero era el único que había por allí. Un gran motor, funcionaba a través de una jaula. Enseguida comprendieron porque aun funcionaban ciertas partes del hotel. Miró la aguja que marcaba el nivel de combustible, y estaba llegando casi al rojo. Era cuestión de días, que aquello se pararía, si nadie lo rellenaba. 

- Bueno… pues misterio resuelto. –dijo Alicia, colocando el machete de nuevo en su funda trasera. 


Mientras subían de nuevo a la recepción, hablaron de que esos dos días que pensaban quedarse, se reducirían a uno. Total, ya sabían que aquello no dudaría mucho tiempo. Era normal, que aun quedase agua caliente, si los únicos clientes en todo este tiempo habían sido ellas y los muertos de doce habitaciones más. Pero estos, dudaban, que supieran utilizar los grifos. Al caer la noche, se aprovisionaron de multitud de cosas de la cocina, que luego en la habitación consumirían. Lo que no, las guardarían en otras bolsas que encontraron en la misma. Por suerte, Mellea, se durmió enseguida. No tanto Alicia, que miraba por la ventana, la noche lluviosa. No podía sacarse de la cabeza, la atrocidad que hizo con ese hombre. Ni que impulsos le llevaron a hacerlo. Lo que si entendía, era que en ese momento, lo único que quería hacer era precisamente lo que hizo. Aun así, un escalofrió recorría todo su cuerpo al recordarlo. Además de un nudo en el estómago, que en cualquier momento saldría por la boca. Era una noche apacible, a pesar de que varias nubes grises tapaban intermitentemente la luna. Desde la ventana de esa habitación, podía ver el exterior del hotel. Hacia la travesía. Una carretera en línea recta, con edificios a los lados. Parecían oficinas. Incluso en las plantas bajas, negocios varios. Algún quiosco. Dos pizzerías juntas. Una tienda de regalos. Se quedó allí parte de la noche, hasta que el sueño por fin pudo con ella. Se tumbó junto a Mellea, y la abrazó. En menos de lo que pensó, se quedó dormida. 

Siendo de día, se despertó en la misma posición en la que se quedó dormida. Solo que en esta ocasión, Mellea se había cambiado de postura, dándole la espalda pero manteniendo el brazo de Alicia sobre ella. Al notar que se movía, la joven se dio la vuelta. Alicia hizo el gesto de quitar el brazo, pero se lo impidió. Juntándose aún más hacia ella, quedaron las caras a escasos centímetros una de la otra. Se miraron fijamente a los ojos. Por instinto, Alicia acercó sus labios a los de ella. La besó levemente. Mellea, le devolvió el beso, pero mantuvo los labios pegados. Cerró los ojos, y dejaron que sus lenguas se rozasen. Mel, llevó la mano de Alicia hasta su vientre y la introdujo por dentro del pantalón. Como era de esperar, Alicia sintió el mismo calor que las últimas veces que la tenía cerca suyo. Era la primera vez que tocaba uno que no fuera el suyo. Fue agradable. Cuando Mellea se retorció de placer, puso a Alicia boca arriba y comenzó su turno. Ya exhaustas, se mantuvieron allí tumbadas sin hablar. Tan solo el silencio era roto, con la respiración agitada de ambas. 

Era hora de ponerse en marcha. Entre sonrisas cómplices, recogieron todo lo que era de su interés y se encaminaron hacia su coche. Allí les esperaba, como el primer día. Rellenaron el depósito con otra garrafa, y continuaron su camino. Salieron de aquella localidad, por la travesía que por la noche estuvo observando Alicia. En pocos minutos, ya estaban fuera. 

- Para ser tu primera experiencia, no lo haces nada mal… -bromeo Mellea.

- Ni yo me lo creo… -confesó-… pero debo reconocer que es más placentero de lo que me imaginaba. 


Giró bruscamente el volante, para no atropellar a un no muerto que vagaba por la carretera. Ya lo había visto desde hacía un buen rato, pero era mejor esquivarlo en el último momento. Comían bolsas de patatas fritas y chocolate, mientras conducían. 

- ¿Sabes conducir? –preguntó Alicia con la boca llena.

- No. –contestó.

- El brazo me empieza a doler. Puedo enseñarte. –se tocó el brazo herido.

- Podemos intentarlo. Tiempo tenemos. –dijo emocionada.


Pararon en la cuneta de la carretera por la que circulaban, cerciorándose de que no hubiera peligros cerca. Le indicó lo básico, y en el primer intento el motor se caló.

- No pasa nada. Es normal. Yo tarde casi dos semanas en acostumbrarme al embrague. –le dijo ante la cara de preocupación de Mellea.


Al sexto intento, ya había logrado engranar la segunda marcha. Circulaban a poca velocidad, hasta que se acostumbrara. Kilometro a kilometro iba tomando confianza. Aunque Alicia, se prometió que no fueran muy deprisa para evitar un accidente. No había prisa, y tan solo necesitaba descansar un poco el brazo. Mellea por su parte, no parecía preocupada por la falta de su miembro. Alicia sacó el tema.

- Oye Mel… -la miró indecisa-… tu oreja…

- ¿Qué le pasa? –preguntó mientras conducía divertida.

- ¿Oyes algo por ahí? –preguntó arrepintiéndose.


La sonrisa desapareció de la joven, que estuvo a punto de calar de nuevo el vehículo ante la falta de revoluciones. Al darse cuenta, aceleró estrepitosamente, pero consiguió mantener una velocidad constante.

- Cuando no tengo la venda, escuchó algo. –contestó- Pero no claramente.

- ¿Y te duele? –preguntó verdaderamente preocupada.

- A decir verdad, mucho en ocasiones. Pero no siempre. ¿Y tú brazo? –preguntó tratando de desviar el tema.

- Me duele si hago mucho esfuerzo. ¡Para! 


Gritó de repente. Mellea no sabía porque, pero instintivamente, presionó con fuerza el pedal y ambas se precipitaron hacia adelante.

- Pon el  seguro, y agáchate. –ordenaba Alicia, ante la incomprensión de Mellea.

- ¿Qué pasa? –susurró cuando estuvieron lo más abajo posible de sus asientos.

- A mi derecha. No nos hemos dado cuenta. Pero hay un mar de muertos, casi al lado nuestro. Los habremos atraído por el ruido del motor. –sus ojos parecían que le fueran a salir de sus orbitas.