martes, 30 de mayo de 2017

AUDIOLIBRO. Hasta que la muerte nos reúna. Capitulo 5



Aquí tenemos ya el quinto capitulo, narrado con la voz de Plissken Mysterios. Ya sabéis, suscribiros a sus podcast Mision de audaces y Aqui huele a muerto. Podeis seguirle en Twitter como @misiondeaudaces

No os dejéis morder...

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 26

No era capaz de explicar la sensación de bienestar de la que disfrutaba. Para mí no pasaba el tiempo. A medida que continuaba allí, menos quería abandonarlo. Ya no tenía importancia nada de lo que me hubiera ocurrido antes. De hecho ya estaba olvidado. La oscuridad en la que estaba sumergido, cada vez era más clara. Eso sí me molestó. De repente me sentía agobiado. Estaba pasando de un entorno apacible a otro que no era agradable. La oscuridad desapareció por completo y una claridad cegante me abordó. Me costaba respirar. No entendía, si estaba muerto, porque sentía las ganas irrefutables de tomar aliento. Hasta que una explosión en mi mente, me elevó hacia esa claridad a la que me resistía llegar.
Abrí los ojos. Comencé a respirar rápida y constantemente. Un pitido en mi pecho, acompañado de un punzante dolor, me hizo gritar de dolor. Observé a mí alrededor. Me encontraba tumbado en la cama de un hotel. Las cortinas estaban plegadas, dejando entrar un sol radiante. Si bien, la habitación no era muy grande, era confortable. A mi derecha estaba un armario. Un poco más adelante un pasillo que daba al baño. Me levanté con muchísima dificultad. Incluso, cayéndome de rodillas al suelo. Me temblaban las piernas. Enseguida me di cuenta que estaba completamente desnudo. En la mesa escritorio había colocada una camiseta blanca y unos pantalones de chándal verde. Me los puse como pude. Tenía dolorido cada parte de mi cuerpo. Caminé hasta el baño. Encendí la luz, y me miré al espejo. Tenía magulladuras y cortes por toda la cara. Un ojo hinchado, aunque me permitía seguir viendo por él. Abrí el grifo y me lavé la cara. De pronto, volví a mirar al espejo.
- Pero…-dije en voz leve-… pero… que… ¿Qué me pasa?

Mi corazón latía rápidamente. No entendía donde estaba. La puerta de la habitación se abrió. Una mujer de unos treinta y cinco o cuarenta años apareció. Pelo largo y castaño. Un poco más alta que yo. Vestía con una camisa azul y unos vaqueros. Se asustó al verme allí.
- Veo que ya te has levantado. –me dijo

Mi cabeza me dolía, y me sentía algo mareado. Tuve que apoyarme en el lavabo para no caerme.
- Ven, -se acercó a mí- te acompañaré a la cama.

Pasó uno de mis brazos por su cuello hasta llegar al otro hombro y caminamos despacio hasta la cama. Me senté y me froté la cara.
- Es normal que te sientas mareado. –ella estaba de pie enfrente mío- Ahora que has despertado, será mejor que tomes un poco de agua.

Me tendió una botella de plástico. Abrí el tapón, y di un largo trago de agua. Me atraganté. No había notado hasta ese momento lo sediento que me encontraba.
- ¿Te encuentras mejor? –preguntó
- Me duele todo. –contesté
- Normal. Los moratones por todo tu cuerpo, y así como te han dejado la cara, te pasará factura. –diagnosticó
- ¿Dónde estoy? –pregunté desorientado
- En el Hotel Entresoles. –contestó
- No lo conozco.
- Bueno…-se sentó a mi lado-…me presento. Soy Marta. Y ¿tu?

Esa era una buena pregunta. Desde que me vi reflejado en el espejo, es la pregunta que me hacía yo. La miré asustado.
- No…no…no lo sé…-conseguí decir
- ¿Cómo que no lo sabes? –preguntó frunciendo el ceño
- No sé cuál es mi nombre. No sé quién soy. Ni de donde soy. Ni quienes son mis padres. Nada. –estaba asustándome más a cada palabra- No recuerdo nada sobre mí.
- Deberíamos ir a que te vea el médico. –dijo mientras intentaba levantarme

Conseguí levantarme y apoyado en Marta, caminamos hasta la puerta. Efectivamente era un hotel. Me condujo por unos pasillos, y percibí que algo no iba bien. El hotel estaba muy descuidado. Casi no había nadie ni se escuchaba nada. Desde ese pasillo solo podíamos ver un pequeño jardín que daba al hall principal del hotel y su recepción. Bajamos unas escaleras, y llegamos hasta el primer piso. Caminamos más por otro pasillo hasta llegar a una enfermería. La mujer tocó dos veces a la puerta.
- Buenos días Andrés, -saludó Marta
Detrás de un escritorio, estaba el tal Andrés. Un hombre joven. No llegaría a los cuarenta. Se quitó las gafas y me miró.
- Buenos días Marta. –se levantó y ayudó a Marta a tumbarme en una de las camillas.
- Se acaba de despertar. Está algo desorientado. –indicó la mujer.
- Muy bien…-cogió una pequeña linterna y la dirigió hacia mis ojos. Me molestó un poco-… tranquilo. Es normal.
- Disculpe –dije- no sé qué hago aquí.
- ¿Marta?-miró a la mujer que se encogió de hombros
- Dígame su nombre, -ordenó
- Ya se lo he dicho a su compañera. No recuerdo nada. –le expliqué
- ¿Cuántos años tiene? –seguía preguntando sin hacerme caso
- No lo sé. –me limité a contestar
- ¿Cuántos dedos ve? –me enseñó su mano
- Dos. –contesté
- ¿Y ahora? –cambio de mano
- Cuatro. –contesté
- Incorpórese, y dígame que pone en ese cartel –indicó un poster de detrás de su escritorio
- Síntomas de una gastroenteritis. –seguí contestando.
- ¿recuerda algo de antes de encontrarle? –preguntó
- No exactamente.
- Explíquese
- Recuerdo estar en una cafetería en Madrid, solo. Leyendo un periódico. –recordé
- ¿Sabría reconocer en este mapa donde esta España? –había una bola encima de la mesa.
- Aquí, -señalé después de girar la bola.
- Muy bien… -colocó sus manos en la cintura en jarra-… sea lo que sea que te pasase, ha derivado en amnesia. Debiste sufrir mucho. No solo físicamente. También psicológicamente.

Realmente estaba asustado. Pues empezaron a hablar en privado, y ella la noté algo preocupada. Ambos volvieron.
- Bueno…-empezó hablando Marta-…hace una semana te encontramos en la playa. Te recogimos después de comprobar que aun seguías vivo. Has estado inconsciente desde entonces. Supongo que irías en algún crucero antes del desastre…
- Espera, espera…-la interrumpí-… ¿Qué desastre?
- Claro…-suspiró-… no sabes nada. O no lo recuerdas.
- Me estoy empezando a poner muy nervioso…-confesé
- A ver, siéntate en la silla. –me acompañó hasta ella.
- No sé exactamente qué es lo que llegas a recordar. Pero lo que te voy a contar ahora, quizá te suene raro o imposible. Pero es cierto. –se sentó en otra silla enfrente mío- Hace ya un año más o menos. Depende de la zona. Una epidemia mundial acabó con la gran mayoría de la población mundial. Pero aquí no acaba. Los muertos se levantan y atacan a cualquier persona viva. Son incansables. Casi inmortales. Los que hemos logrado sobrevivir a la epidemia, y los pocos que logran sobrevivir a los ataques de los muertos, los podemos contar con las manos. Ahora estas con un grupo que hemos conseguido evadirlos. En este hotel, vivimos unas cincuenta personas. Las grandes ciudades están devastadas. Conseguir comida es tarea complicada. Estamos las veinticuatro horas del día con vigilancia. En cualquier momento viene una horda y nos arrasa. Si has llegado vivo, o parte de ti, hasta aquí, esto ya lo has lo has pasado. Has tenido que sobrevivir. Y seguro has tenido que matar. –relataba

Me empezó a caer un sudor frio por la frente. Empecé a convulsionar y el médico me tumbó de nuevo en la camilla. Se me nubló la vista y perdí el conocimiento. Al día siguiente me volví a despertar en la misma habitación. Allí estaba Marta sentada en un sillón. Dormida. Aunque se despertó enseguida que notó que la observaba. Se levantó a toda prisa y me ayudó a incorporarme.
- ¿Cómo te encuentras hoy Jason? –bromeó
- ¿Jason? ¿Me llamo así? –pregunté incrédulo
- Jajaja…-soltó una carcajada-…tampoco recuerdas la peli ¿no?
Negué con la cabeza.
- Te traje un poco de fruta y leche. –me señalo una bandeja encima de la mesita de noche.- Andrés sugiere que comas algo sólido.
- Gracias. –admití tener hambre
- ¿Te apetecería dar una vuelta? –preguntó- si puedes y no te mareas claro… que no veas lo que pesas…-bromeó de nuevo
- Sí, claro. No te preocupes.

Me bebí de un trago el vaso de leche, y las dos manzanas me las llevé. Fuimos hasta la zona de piscinas. Era un hotel en primera línea de playa. Aquí ya pude ver a más gente. Me saludaban, aunque no los conocía. Ni ellos a mí. Marta, hablaba con todos y cada uno de ellos. Se notaba que la apreciaban. Caminamos un poco por la playa. Incluso me llevó hasta donde me encontraron. A ambos lados de la playa había construido con piedras y verjas metálicas una zona de contención. Según ella, era la zona por donde más solían venir.
- ¿Cómo son esos infectados? –pregunté
- Terribles. Ahora son más asquerosos que al principio. –relataba- Los primeros que vi eran como si aún estuviesen vivos. Pero ahora pasado mucho tiempo, se están pudriendo.
- Suena asqueroso. –admití

Llegamos hasta uno de los muros de contención.
- Y tú… ¿eres la jefa de aquí? –pregunté
- Jajaja…-volvió a reírse- No. Exactamente. En teoría, Andrés es quien toma las decisiones.
- Exactamente, ¿Dónde estamos? –tenia miles de preguntas
- Barcelona. –contestó
- ¿Cómo acabaste aquí? –continuaba preguntando, no parecía importarle
- Vivía con mi novio en Barcelona ciudad. Conseguimos escapar entre toda la marabunta de gente que trataba de huir. Pasamos unos días en una gasolinera. Dimos tumbos de aquí para allá. Un día, Enric, desapareció. Me abandonó. Andrés y su grupo me encontraron. Descubrimos este hotel, y nos quedamos. Poco a poco la gente venía. Hasta que dejaron de hacerlo. Nos asentamos aquí, y aquí seguimos. –relataba con cierta nostalgia.

Ella se percató de que uno de esos infectados se acercaba a la valla. Sacó un cuchillo de la funda que llevaba colgada en la cintura. En ese momento sentí una punzada en la parte trasera de la cabeza. Me sentí mareado.
- ¿estás bien? –preguntó apurada
- Si. Si. –me recuperé

Se acercó a aquella cosa podrida que daba dentelladas a la verja. Le clavó el cuchillo desde la garganta hacia arriba. Se desplomó.
- Joder…-me entró una bocanada-…que asco. ¿Así dejan de moverse?
- Efectivamente. –se señaló la sien- Parece que el punto débil está aquí.

Retrocedimos de nuevo hasta la entrada trasera del hotel. Vi como algunos estaban lanzando cañas de pescar en la orilla y se sentaban en sillas. Supuse que habría que comer. Dimos otra vuelta por allí, presentándome a algunos integrantes.
- Como no recuerda quien es, le he bautizado como Jason. –le dijo a un joven, bastante voluminoso, pero con cara de buena gente.
- Anda…-se rio-… como la peli. Encantando, Jason. Soy Ángel.

Marta, me dijo que ya era bastante información por el momento. Que descansase. Pues las heridas aun me dolían y el paseo me cansó bastante. Ya en la soledad de mi habitación, me toqué en la parte trasera de la cabeza. Justo donde me dio el punzado. Me vinieron imágenes incoherentes. Quizá estaba recordando algo. Pero no tenían sentido alguno. Tan solo una. Me veía a mí mismo en una casa que no conocía. Comiendo pizza y bebiendo cerveza. Algo es algo, reconocí. 

lunes, 29 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 25

Estaba desesperado. Nos quedamos inmóviles sin saber qué hacer. No reaccionábamos ninguno. Los coches ya estaban ahí, y empezaban a bajar. Entre aquellos hombres, estaba el líder que vimos propinar la paliza a Leo. Dio un rápido vistazo al lugar y se aproximó a nosotros. Llevé mi mano al puñal. Aquel hombre lo advirtió e hizo una mueca para que no hiciera nada.
- ¿Qué queréis? –indagó Dani

Aquellos hombres empezaron a rodearnos.
- Tranquilos, -me miró a mí- puedes guardar tu navaja. No pretendemos crearnos enemigos.
- Pues no es lo que parece. –objeté
- Veo que tenéis bien cuidado este lugar. –continuó como si no me hubiera escuchado.
- Si os interesa, es vuestro. Nosotros nos vamos. –le interrumpí
- No. No me interesa el lugar. Me interesa lo que sois capaces de hacer. Estamos formando una gran comunidad de supervivientes. Os invito a que nos acompañéis. –exponía
- ¿Por qué deberíamos hacerlo? –preguntó Dani- Vimos lo que hicisteis con Leo y los demás.
- No te confundas chaval, -cambió el tono- lo que ha sucedido con ese tío, no tiene nada que ver. Nos prometió algo que no cumplió.
- ¿El qué? –me envalentoné- ¿Darte a nuestras mujeres?
- No he venido a perder mi tiempo a discutir sobre los negocios que hago con otras personas. Os estoy ofreciendo un lugar seguro, comida, convivir con otras personas. Quiero una respuesta ya. –ordenó

Hubo un rato de silencio. No nos fiábamos de ellos.
- Lo siento, pero creo que nos buscaremos la vida nosotros mismos. –contesté por el grupo.
- Y más que lo siento yo. –suspiró

Aquellos hombres que nos rodeaban, se empezaron a acercar. Estaban siendo hostiles, y eso nos enfurecía. Saqué mi puñal, y el resto hizo lo propio con sus armas.
- No os resistáis, -indicó aquel hombre- Podréis matar a unos cuantos, pero cuando os queráis dar cuenta, estaréis todos muertos.
- Ni se os ocurra dar un paso más. –amenazó Marcelo

No hicieron caso. Trataron de apresarnos. Yo conseguí matar a dos, pero enseguida otros cuatro me sujetaron y desarmaron. Silvia igual. Miré hacia el resto y trataban de soltarse de los hombres, pero acabaron todos tumbados.
- Subidlos al barco. –indicó a sus hombres

Sin darnos cuenta, tres de sus barcos habían llegado hasta nosotros. Cada uno de nosotros iba escoltado por cuatro de aquellos hombres. Silvia me miraba aterrorizada. Por más que pensaba en que hacer, no encontraba solución alguna. Nos subieron al primero de los barcos y allí nos separaron. Me llevaron hasta un camarote, al que le habían quitado la manilla interior, por lo que solo se podía abrir desde fuera. No poseía ventana alguna. Era en una celda en toda regla. Aunque si logré escuchar algún grito de forcejeo. Supe que era Dani. Se resistía a ser encarcelado. Al cabo de un rato, percibí que se zarandeaba el barco. Poco después, la luz de mi celda se apagó. Ni siquiera podía escuchar nada. Es como si nadie más estuviera en aquel pasillo. Como pude, traté de sentarme en la cama inferior de una litera. Pasaba el tiempo y cada vez me ponía más nervioso. Cuando ya no pude más, me quedé dormido.
Desconozco el tiempo que estuve dormido. La luz se encendió, y la celda se abrió. Apareció aquel hombre con dos más.
- Levanta. –ordenó
- ¿Qué quieres? –pregunté
- No hemos empezado con buen pie, pero vosotros tampoco lo ponéis fácil. –me explicaba.
- Hombre…-contesté- … tú ¿Qué harías si viene un montón de gente y te dice que te vayas con ellos por las buenas o por las malas?
- Irme por las buenas, joder. –gruñó
- ¿Dónde están los demás? ¿están bien? –preguntaba sin cesar
- Quédate tranquilo. –contestó amablemente- Están bien, o todo lo que pueden estar. Quiero darte una nueva oportunidad. Ese argentino era un gilipollas. No debería haber negociado como lo hizo.
- ¿Qué te hace pensar que aceptaremos? –reté
- No sé qué os contó. Aunque si es cierto, que las mujeres nos las quedaremos sí o sí. Somos muchos hombres y pocas mujeres. ¿Lo entiendes? Necesitamos repoblar el planeta. –confesaba sin escrúpulos

No daba crédito a lo que escuchaba. Ahora mismo estábamos con unos depravados, que se querían aprovechar de la situación para hacer lo que codician sin consecuencias legales. En ese momento solo pensaba en Silvia. Aunque también en la pobre Maria y Caterina. Eran muy jóvenes para que las sometiesen a sus deseos sexuales.
- Repoblar el planeta…-repetí su frase-… ¿forzando a las mujeres?
- Jajaja… no –se rio irónico- … terminan siendo ellas las que se ofrecen.
- ¿Las laváis el cerebro o algo así? Estáis enfermos…-dije asqueado
- Llámalo como quieras. –hizo una señal a uno de sus hombre
Aquel hombre me dio la vuelta y puso mis muñecas en la espalda. Con una abrazadera de plástico me sujetó las manos.
- Vente. –se marchó por el pasillo.

Mi guardaespaldas me empujó por la espalda y salí al pasillo. Recibí el mensaje y seguí caminando por el pasillo. Subimos varias escaleras y llegamos al exterior. Allí en la cubierta, me puso unos prismáticos en los ojos.

- ¿Ves? –me señaló al horizonte

Pude ver una gran extensión con casas y al fondo una montaña. Había gente por todas partes. Incluso algunos bañándose en la playa. Todo parecía muy bonito. Pero estaba claro que algo así, conllevaría un alto precio.
- ¿Qué es ese lugar? –pregunté
- Ese lugar, puede ser tu próximo hogar. Libre de esos asquerosos muerde personas. Es una isla pequeñita, en la que vivimos en paz. Tenemos todo lo que queremos y más. –contestó
- El precio son las mujeres…-pensé en voz alta
- ¿De verdad es un problema para ti poder follarte a cualquiera de las mujeres que tenemos? –preguntó atónito
- Yo ya tengo con quien hacerlo. –confesé
- Así que una de las chicas es tu novia…-averiguó
- Mi mujer. Es mi mujer. –corregí
- Ok…-se quedó pensativo por un momento-… te propongo algo… te prometo que a tu mujer solo la tocaras tú. ¿Qué me dices?
- Pues te digo que no. –volví a desafiarle- Las otras chicas también son importantes para mí.
- Bueno… también te las puedes follar. Si tu mujer te lo permite, claro. –se burló

Me giré hacia el furioso.
- ¿Te hace gracia todo esto? –pregunté sabiendo que todo esto no iba a acabar bien- Estás jugando con la vida de otras personas, y solo pensáis en follar.

No contestó. Me dio un puñetazo en el estómago que me dejó sin respiración. Tan solo pude quedarme agachado, tratando de recuperarme. Noté que venía más gente por detrás. Eran el resto de mi gente. Estaban amordazados igual que yo.
- Veo que no entiendes la gravedad del asunto. –me levantó- Os estoy ofreciendo que os unáis a nosotros. Que viváis como nosotros. Solo pedimos que las mujeres accedan a nuestras peticiones. Pero no. Os resistís. Ya me he cansado.

Acercaron a Pol hasta mi posición. Me miró aterrorizado. Cuando traté de preguntarle si estaba bien, una bala le atravesó el cráneo. Ni siquiera dejaron que cayera al suelo. Directamente lo lanzaron al mar. Mi corazón latía a mil por hora, y lloré desconsoladamente. Mi cabeza me iba a estallar, solo de pensar lo que nos podían hacer. Me giré hacia el líder y no me dio tiempo a decirle nada. Cuando acercaron a Marcelo. Sabía lo que le iban hacer. Traté de zafarme de mi opresor, pero no conseguí hacer nada. Marcelo solo me miró con semblante serio y antes de ser disparado, me sonrió.
- Nooooooo. –grité
Me comencé a marear. Miraba a mí alrededor buscando a Silvia. Estaba justo detrás. Como no podía ser de otra manera, estaba histérica y pataleaba a su guardaespaldas. No encontré a Dani. No sabía dónde estaba. Ni siquiera si ya estaba muerto. Todo lo veía a cámara lenta. Di un cabezazo al hombre que tenía detrás. Este retrocedió dolorido y me lancé contra el líder. Ambos caímos al suelo. Sin embargo, varios hombres me separaron de él, y me tiraron a un lado. Distinguí como me llegaban golpes por todos lados. Hubo un momento, que ya no sentía dolor. Solo miraba a la cara a Silvia, que trataba de soltarse sin éxito. Maria y Caterina, no se movían. Solo lloraban y temblaban. Volví a mirar a Silvia, que se la llevaban en vilo. La sonreí. Moví los labios para decirle que la quería. Mi cuerpo no respondía ya. Mi vista se nublaba. Solo era capaz de mover los ojos. Aquellos hombres dejaron de golpearme. Lo último que vi antes de perder el conocimiento, fue la cara de ese hijo de la gran puta. Vi como alzaba su brazo y dejó caerlo sobre mí. Después solo era un muro negro. Frio. Mirara donde mirara, solo era un mundo negro. Pensé que al llegar tu muerte, verías el túnel. O la película de tu vida. Pero no. Me sentía solo, húmedo. Mi mente decía que hiciera algo, pero ¿el qué?
Ya no sentía dolor. De hecho me era reconfortante. Pareciera como si flotase. Aunque por más que tratara de encontrar alguna imagen. Lo que fuera, me era imposible. Poco a poco me fui acostumbrando a aquello. Ya no pensaba en nada. Si estaba muerto, quería ver por última vez la bonita cara de Silvia. Lo di por perdido y me dejé llevar. Cada vez me notaba menos húmedo y frio. Para finalizar en un clímax que no sabría explicar. Y allí me quedé.

jueves, 18 de mayo de 2017

Conociendo a los personajes. Silvia

Seguimos con el repaso de los personajes. Es el turno de Silvia. Al contrario que nuestro protagonista principal, Silvia está totalmente basado en una persona real. En realidad, en el primer borrador de Hasta que la muerte nos reúna, Silvia era la protagonista y estaba narrado en tercera persona. Finalmente decidí que fuera la compañera de nuestro protagonista.
Como siempre, AVISO: SI NO HAS LEIDO TODOS LOS CAPITULOS PUBLICADOS, NO SIGAS. PUEDO CONTAR PARTES IMPORTANTES DE LA TRAMA.
Silvia es el personaje que más cariño tengo de toda la obra. Como he dicho antes, está basado cien por cien en alguien real. Se trata de una chica que conocí hace muchísimos años. Mucho antes de formar la familia que tengo hoy en día. Era la camarera de un bar que solíamos frecuentar los amigotes en el barrio. Si bien nunca formó parte íntegra de nuestro grupo, en más de una ocasión salió de fiesta con nosotros. Como era de esperar, yo quedé totalmente enamorado de esa chica. Como describo en la historia, no es una mujer que destaque especialmente por su figura top. En la época en la que la conocí, era más bien rellenita. Actualmente, desconozco su aspecto, pues perdí su pista. Pero me dejó marcado para siempre. Silvia (su nombre real también lo es), trabajaba en un bar. Era huérfana de madre, y las amistades de su padre no eran las más recomendables. Se crió entre gente con pocos recursos. O incluso gente con problemas con la autoridad. Le gustaba (como digo, le perdí la pista hace muchos años), el montañismo y las acampadas. En el tema sentimental, siempre tuvo un tira y afloja con un amigo de la infancia. Algo que siempre me fastidió. Aunque nunca tuve el valor de intentar nada con ella.
Nuestra Silvia, la de la novela, es similar. Una chica, en principio poco agraciada físicamente, pero que cuando la conoces te quedas prendado con su forma de ser. Espontanea. Fuerte mentalmente. Experimentada en fracasos. Algo que impresiona sobremanera a nuestro protagonista. Ella se siente atraída por él, desde el momento en que la ayuda cuando es apuñalada. Ambos se sienten atraídos. La situación comprometida en la que se ven envueltos, ayuda bastante. Aunque no es hasta bien avanzada la trama, cuando por fin se abren.
Cuando comencé con el primer borrador, la trama circulaba alrededor de ella. A medida que escribía los capítulos, me parecían demasiado pobres rozando lo previsible y para nada eran lo que son a día de hoy. Ese primer borrador, lo descarté. Empecé uno nuevo, siendo nuevamente Silvia la protagonista. Cambie tramas y personajes con los que se cruzaba. Otra vez, no me convencían. Pasaron meses, hasta que retomé de nuevo la idea. Porque la idea sigue siendo la misma. Solo que esta vez, decidí contarlo en primera persona. Cuando me quise dar cuenta, había vuelto a incluirla en la historia. En ese momento, tenía claro que debía mantenerla. Creo que hice bien. Pues la motivación de nuestro protagonista, será siempre Silvia. Esa chica con la que se encuentra en una gasolinera. Esa chica que es abandonada por el grupo de amigos con los que estaba. Ella también necesitaba un complemento para continuar.
Para terminar, os dejo una imagen de cómo me imagino a Silvia cuando escribo.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Conociendo a los personajes. Protagonista.

Algunos ya sabéis (los que hablamos por el grupo de Telegram), que tras la publicación del capítulo 24, haré un pequeño parón. Ahora mismo estoy en la recta final de esta historia y quiero acabarla a lo grande. Durante estos 24 capítulos no he parado de recibir comentarios en los que, expresan su agrado por lo que están leyendo. Incluso uno de los lectores más activos, Leo, quien tiene un muy recomendable podcast sobre la serie The Walking Dead, ha dedicado en su web un artículo entero a esta historia. Os dejo el enlace, no solo para leer este artículo, si no para que deis una ojeada a la página entera porque no tiene desperdicio.
Tras esta breve introducción, y como os decía anteriormente, durante estos 24 capítulos han pasado numerosos personajes. De algunos sabemos más que otros. Lo que quiero mostraros aquí, es un poco más de como he ido construyendo algunos de esos personajes. Comencemos.
AVISO: SI NO HAS LEÍDO TODOS LOS CAPITULOS PUBLICADOS, NO SIGAS. PUEDO CONTAR PARTES IMPORTANTES DE LA TRAMA.

Como no podía ser de otra forma, en primer lugar tengo que hablar sobre el protagonista principal y sobre el cual, transcurren todos los hechos. Contado siempre en primera persona. Muchos os habréis dado cuenta, otros quizá no, que en ningún momento sabemos su nombre. Es una de las particularidades de Hasta que la muerte nos reúna. El motivo, lo sabréis al final de la historia. Pero continuemos.
La historia comienza días antes de que se dispare a nivel mundial, una epidemia que convierte a los muertos en muertos vivientes. Esto nos suena ¿verdad? Hasta aquí no es nada novedoso, lo sé. Nuestro protagonista, es un hombre de 35 años. De estatura normal. Pongamos 1,70 metros. Madrileño de nacimiento. Se muda a una pequeña localidad manchega, para seguir trabajando como jefe de mecánicos en una nueva fábrica que monta la firma que le paga. Es un hombre solitario, más por falta de motivación que por vergüenza. Aficionado al cine y la comida rápida. Fácilmente impresionable y bastante empático. Al comienzo de los primeros casos, es escéptico con todo lo que le rodea. Poco a poco se va dando cuenta de la realidad y debe aprender a sobrevivir. En un principio, puede parecer que no tiene aptitudes para llevar a cabo ciertas acciones, que en una sociedad civilizada una persona normal no haría. Prefiere permanecer escondido, y esperar que todo se solucione de la nada. Todos sabemos que este tipo de historias, no se solucionan así. Aunque esa decisión, quizá le habría salvado los primeros días de caos.
En los primeros capítulos, vemos como este personaje debe enfrentarse cara a cara con varios de estos muertos. Sin los conocimientos que todos nosotros ya sabemos por multitud de películas, series, comic… etc. Debe improvisar, ser valiente, tomar decisiones difíciles. Dejar de lado los prejuicios de la sociedad moderna. Una vez que tiene claro su objetivo: buscar a su familia, comienza el viaje. Se encuentra con quien será su mayor aliada: Silvia. De la que ya dedicaremos otra entrada. Ambos comienzan un viaje en el que se reencuentran consigo mismos. Pasando por multitud de dificultades, siempre apoyándose el uno en el otro. Nuestro protagonista, se queda perdidamente enamorado de Silvia. Cualquier decisión que tome, será siempre en beneficio de ambos. A medida que avanza la trama, vemos como deja de ser ese hombre inocente. La sociedad actual ya no existe. Tan solo vale sobrevivir. Como sea. Aunque cada acción, cada decisión, harán mella en su personalidad. Porque en el fondo, nunca quiere dejar de ser aquel hombre del comienzo.
Alguien de mi entorno, me comentó alguna vez que si el personaje era yo. A lo que le contesté que no. No soy yo. Tiene rasgos de su personalidad, que si están basados en mí, pero también en otras personas con las que he tratado a lo largo de mi vida. Como ya he dicho más arriba, cuando termine la historia, diré por qué nunca se menciona su nombre.
Para terminar, os dejaré alguna imagen de cómo me imagino yo a los personajes.
Os espero en la siguiente entrada.

lunes, 15 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 24

Estaba sentado en la terraza de mi casa. En una mano sujetaba mi puñal, y en la otra la pistola. Me sentía furioso. Por un lado tenía muchas ganas de dispararle en cuanto llegara. Pero debía esperar. Ya se les veía llegar. Quedando pocos metros para que atracasen, me levanté y fui directamente hasta allí. Silvia me acompañó. Guardé las dos armas en su sitio.
-¿Estais bien? –pregunté tratando de simular mi enfado
-Si, descuida. –contestó Leo- La tormenta nos retrasó
-Veo que no traéis mucho…-dije mirando el barco-… vamos, quería decir nada.

Leo me miró confuso.
-¿Disculpa? –me desafió- Llevamos toda la noche y parte del dia anterior mojándonos para tratar de traer algo para comer. ¿Qué demonios hiciste vos?
-Tambien jugarme la vida para que TODOS, me entiendes, TODOS, podamos vivir mejor. –contesté
-¿Se puede saber que ostias pasa? –preguntó Dani
-Deberías preguntarle a tu hermanito. –contestó Leo
-Creo que estamos todos un poco nerviosos. –dije- Deberiamos descansar y mas adelante ponernos las pilas

Me di la vuelta y me fui a casa. Debía pensar que hacer. En cualquier momento, Leo nos pediría que fueramos a la trampa y se llevaría a las chicas. A pesar de quedarme encerrado en casa, no perdía ojo al argentino. Pensé que se comportaría de forma extraña, pero no. Era igual que siempre. Al llegar la tarde, Leo tocó en mi puerta.
-¿Puedo pasar? –preguntó
Acepté. Ambos nos sentamos en una silla junto a la mesa.
-Ya me han contado que por tierra no fue tan bueno –comenzó
-Asi es. –contesté
-Con lo que tenemos, debemos salir de nuevo mañana por la mañana. Pero necesitamos algunas cosas.
-Te escucho –ahí venía la petición
-Muy cerca de aquí. A unos cuarenta kilómetros hacia el norte, hay un parque acuático. Está justo al lado del mar. Las ultimas redes se nos engancharon y se rompieron. Alli deberíamos encontrar unas mejores. Ademas de comida y agua potable.
-¿Cómo sabes todo eso? –pregunté a ver si soltaba algo
-Venimos de esa zona. Estaba intacta.
-Está bien. Iremos a por ellas. –respondí
-En el barco necesitaremos ayuda. Cuantos mas seamos tirando cañas, mas pescaremos. – continuaba con su plan
-Quieres que las chicas vallan contigo…-supuse
-Si. –no le notaba nervioso en ningún momento- Mientras ustedes van a por el material, nosotros trataremos de pescar el máximo.
-Me parece bien. –era mejor que no sospechase nada

A la mañana siguiente nos despertamos todos temprano. Casi de madrugada. Acompañé a Silvia y María hasta el embarcadero. Enseguida llegaron Leo y Yon. Caterina, Jimena y Cristina tardaron algo más.
-Silvia, -la llamé antes de embarcar- ya sabes.
-Tranquilo cariño, -decía sonriendo- solo vamos a pescar. Además hace buen dia. El mar está tranquilo.

Esperamos allí hasta que se fueron. Una vez que nos nos podían ver, nos pusimos en marcha.
-¿Teneis claro lo que hay que hacer? –pregunté
-Si. Vamos a ello. –contestó Dani

Teníamos que darnos prisa. En vez de ir en el furgón, me subí en el Ferrari de Marcelo. Pol y Dani iban en la moto. La velocidad que podía alcanzar este veichulo me asuataba. No tardamos en llegar al puerto de al lado. Nos escondimos en el astillero y esperamos la llegada del barco. Esta era la primera parte. Media hora después ya los veíamos. Se acercaban hasta el puerto y vimos como María lanzaba la cuerda. En ese momento, supimos que Silvia hizo su parte. Corrimos hasta allí y subimos al barco. Tenian a Yon, Cristina, Jimena y Leo amosrdazados. Al vernos subir, intuí cara de pánico.
-Buen trabajo. –le dije a Silvia.

Me acerqué a Leo y le quité el pañuelo de la boca.
-¿Vos sabés lo que hacés? –dijo furioso.
Le golpeé con la mano abierta.
-¿Y tú? –me sentía realmente enfadado.- ¿Qué te pensabas que eramos?
-No entiendo porque nos haceis esto… -trataba de disimular
-¿Cuántos nos esperarían en el parque acuático? –se quedó ente sorprendido y asustado
-¿Disculpa? –consiguió decir.
-Lo que has oído –me agaché- ¿Cuántos son?
-No se de que hablas… -se resistía.
-Cuanto más tardes en decirlo, peor. –decia yo- Si no entregas esta mañana a las chicas. A mis chicas, nos atacaran. ¿no es cierto?

Intuía que ni Yon, Cristina y Jimena, sabían de lo que hablábamos. Quité el pañuelo a Yon.

-¿y tu Yon? –pregunté- ¿sabes de lo que hablamos?
-No. –balbuceaba asustado- No sé que pasa…

Volví a golpear, esta vez mas fuerte, a Leo.
-Joder Leo, -le grité- No seas gilipollas. No vas a salir de esta. Pero puede que el resto si. ¿Quién cojones eran los de la radio, y cuantos son?
-No puedo decirte nada, -estaba sangrando por un labio
-¿Qué no puedes decir nada? –volví a gritar- Me cago en la puta. Hijo de la gran puta, ibas a vender a unas mujeres para salvar tu culo.
-¿De que habla Leo? –preguntó histérico Yon
-No le sacaremos nada hermanito. –me dijo Dani- Quizá sea algo estúpido, pero deberíamos ocuparnos de la gente del parque.

Desconociamos cuantos eran y si estaban bien armados. Era una locura.
-A esta hora ya se habrán dado cuenta de que algo no va bien. Deberiamos prepararnos para cuando aparezcan. –ordené
-La única solución, es que desaparezcamos. –dijo por fin Leo
-¿Quieres decirme algo? –pregunté de nuevo agresivamente.
-Estuve negociando que nos dejaran pescar en su zona. Son gente experta. –relataba
-¿Cuántos son? –continué preguntando
-Solo hablaba con su líder. Aunque una vez pude ver al menos cinco barcos, el doble de grandes que este.
-Eso alberga a mucha gente… -dijo Dani

Si decía la verdad, estábamos jodidos. Ahora que habíamos encontrado un lugar perfecto para vivir, volvíamos a tener problemas. En realidad, no sabíamos que hacer. Por un momento, pensé en luchar, pero después miré a mi gente y vi que la mejor opción era retirarnos. Nos bajamos del barco, y dejamos a los cuatro allí. Volveriamos al pueblo y recogeríamos para irnos.
-Lo de Leo, lo entiendo, pero ¿el resto? –preguntó Silvia
-Son de su grupo. No le dejarían tirado. –contestó Marcelo- Es lo que haría yo…
-Marcelo tiene razón. Llevan juntos desde el inicio. –indiqué

No quedaba tiempo. Varios barcos grandes como dijo Leo, empezaban a llegar. Corrimos hasta donde dejamos el coche y la moto. Pero eramos mas personas que las que podíamos ir. Tratamos sin éxito de arrancar algunos de los coches mas cercanos. Los barcos estaban casi atracando ya. Nos escondimos en un edificio. Subimos hasta el primer piso, tratando de que no nos viesen. Desde una ventana podíamos ver lo que ocurría. Eran todos hombres. Aunque no todos iban armados, al menos a simple vista. Abordaron el barco de Leo y los desataron. No podíamos escuchar lo que decían. El que parecía ser el líder de los marineros. Como los bauticé, era un hombre fornido. Pelo largo en coleta y barba espesa. No parecía mayor. Golpeó a Leo, tirándolo al suelo. Dos marineros, lo volvieron a levantar. Tenian a Yon sujeto por dos hombres, y a Jimena y Cristina con un hombre cada uno. Dos grupos de diez personas, investigaron el lugar. Intui que Leo les indicaba cuales eran nuestros vehículos. Los reconocio a simple vista. ¿Quién no reconocería un puto Ferrari en el apocalipsis? Perdimos de vista a uno de los grupos. El otro estaba cerca de los astilleros. Aquel hombre seguía discutiendo con Leo. Al cabo de un rato, se llevaron a las chicas a uno de los barcos. A Yon lo empezaron a dar golpes. Le estaban dando una buena paliza. Silvia tuvo que retirar la mirada. A mi también me estaba dando pena aquel muchacho. Lo tenían tumbado, y aun asi seguían dándole patadas. El grupo que perdimos de vista, volvió al lugar. Pero otro grupo se acercaba en dos coches. Se unieron con su líder. Evidentemente, eran los hombres que nos estarían esperando en el parque acuático. Imagine que se comunicaban a través de los walkies que llevaban colgados en la cintura. A pesar de ser muchas personas, tan solo unos pocos llevaban armas de gran calibre. El resto, como digo, no se les veía otro tipo de arma de fuego. Algun hacha o cuchillos. Cuando el líder dio por terminada aquella reunión, leo permanecia en el suelo. Ignoro si inconsciente o muerto. A Yon lo subieron también al mismo barco que a las chicas.
Cuando por fin se fueron y no nos podían descubrir, volvimos a bajar. Ahora con mas calma, podimos conseguir transporte. Antes de irnos, fui hasta el barco de Leo. Alli permanecia en el suelo. Casi no le pude reconocer con la cara toda magullada. Traté de despertarle. Aun vivía.
-Por favor, -se despertó casi asustándome-, por favor… ayudalos. Ellos son inocentes.
-Joder Leo… -en el fondo me sentía mal-… ¿con quien nos has metido?
-Lo siento…-hablaba muy bajito-…lo siento. Me arrepiento de veras.
-¿Cuál era el trato? –necesitaba respuestas
-Hace tres días, mientras pescábamos, recibí la llamada por radio. –relataba- Al principio me hicieron pensar que eran una comunidad sobreviviente con ganas de ayudar. Nos prometieron un lugar seguro y recursos casi ilimitados. La segunda vez que contactamos, ya no eran tan amables.
-Ya les habias contado quienes eramos y donde vivíamos… -terminé la frase
-Exacto. –trató de incorporarse- Comprende que quisiera proteger a mis amigos. Sabia que en su grupo, las mujeres escaseaban. Entonces quise negociar nuestra paz.
-Ofreciendoles a mi mujer y a las demás…-continué
-¿Cómo supiste todo? –preguntó
-Con la radio del otro barco. –admití
-Lo suponía…
-Lo siento Leo, creo que si hubieras contado con nosotros, podríamos haber encontrado otra solución. Pero te encuentras solo. ¿Sabes donde vivien? –pregunté

Me indicó el lugar en un mapa del barco. Ya le había sacado toda la información que necesitaba. Me levanté y me fui. Me estaban esperando en el paseo marítimo.
-¿Qué te ha dicho? –preguntó Silvia
-Lo que ya sabíamos. Trató de negociar su libertad, a cambio de vosotras. Al parecer son una comunidad con la mayoría hombres. Asi que no quiero imaginarme lo harán con las mujeres. –conté
-¿No pensarás en hacer nada contra toda esa gente? –preguntó Dani, esperando mi respuesta
-De momento no. Ahora debemos buscar otro lugar donde escondernos un tiempo. Al menos hasta que sepamos que hacer. –contesté
-¿Puedo mirar el lugar que te ha indicado? –preguntó Marcelo- No hace falta que venga nadie mas. Seré una sombra. Llevo haciéndolo mucho.

Le tendí el mapa. Lo examinó y sonrió.
-Ok. –dijo- Vosotros id hasta el pueblo. Por la dirección en la que han ido, van hasta su refugio. Yo trataré de encontrar este lugar desde el interior.
-De acuerdo. –dije tocando su hombro- Ten mucho cuidado. Sin ves problemas, te largas.
-No te preocupes. –se subio en su Ferrari

El resto, nos fuimos hasta el pueblo. Evidentemente, vacio. En todo el trayecto, ni Silvia ni yo, pronunciamos palabra alguna. Al llegar a nuestra casa, me tumbé en la cama. Estaba estresado. Necesitaba pensar. Silvia hizo lo mismo.
-Esto no es lo que buscábamos cuando llegamos. –dijo
-Esto es lo que buscábamos. Sabiamos que no seria fácil. Ya me parecía demasiado bonito. –confesé
-Son muchos. Pero creo que ha sido un error abandonarlos. –dijo ella suspirando.
-¿Cómo haces para ser tan fuerte emocionalmente? –pregunté intrigado
-Jajaja…-se rio como tantas veces me gustaba- Creo que va en mi naturaleza. Desde antes de conocerte, también era algo asi. Siempre decepcionándome con las personas que quería. Aprendí a cometer errores y no dejar que me afectasen.
-¿Yo te he decepcionado?
-Si. –confesó fríamente- Pero nadie es perfecto. No busques la perfeccion en mi, porque tampoco la vas a encontrar. Solo se que veo mas cosas buenas en ti, que malas. Por eso me he, supuestamente, casado contigo.
-Me gustaría perderme en algún lugar solitario, solo contigo…
-Que aburrimiento…-se rio

Marcelo llegó antes de lo esperado. De hecho diría que ni siquiera se fue.
-Chicos, - dijo con cara de pánico- estamos jodidos.
-¿Qué pasa? –pregunté yo
-Son muchos mas de los que vimos. Lo peor de todo es que me han visto. Había una avanzacilla a pocos kilómetros de aquí. He venido lo antes posible. Tenemos que irnos ya.

Recogimos lo que pudimos, pero no lo suficientemente rápido. Pues por la carretera, se veian venir unos seis coches, repletos de gente.

sábado, 13 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 23

Desde la cubierta del barco, podía tener una visión amplia del lugar. En esta ocasión Silvia y yo, nos acoplamos al equipo de Leo. Le pedí que fuéramos hasta el puerto que días atrás descubrimos. Cristina y Leo eran los más experimentados en la pesca y nos dieron una lista de lo que debíamos coger del astillero y de la tienda de pesca que se encontraba justo al lado. Apagaron los motores y con la inercia llegamos hasta un muelle. Allí nos apeamos. En un principio no iban a venir, pero Leo y Cristina se animaron a ayudarnos. La zona estaba despejada. No había muertos por ningún lado. Fue fácil llevarnos todo lo que necesitábamos.
Aquel pueblito que compartimos, es realmente maravilloso. He recuperado la sonrisa. Las ganas de vivir. Silvia está más radiante que nunca. Conseguimos un motor y conectarlo a la red eléctrica de varias casas. Ahora tenemos agua caliente para ducharnos. Aunque hay pesca todos los días, podemos estar tranquilamente dos o tres días sin movernos de allí. Teníamos libros, Dvd´s, televisiones y hasta un equipo de música que robamos de una tienda de electrónica. Incluso a veces jugábamos un partido de futbol en la playa.
Leo y su gente, parecían más ya de los nuestros. La única que hablaba menos era Jimena. Relativamente hacia poco que perdió a su marido y aún estaba afectada. En cuanto a Silvia y a mí, nos iba mejor que nunca. Estábamos muy felices. O todo lo que se puede estar cuando la humanidad se ha ido a la mierda. Poco a poco me fui olvidando lo ocurrido en la ermita. Ahora solo me importaba lo que nos pudiera pasar de aquí en adelante. Si es cierto, que en ocasiones echaba de menos la vida de antes. Pero miraba a Silvia en la playa y se me pasaba. Si lo piensas bien, ya no tenemos hipotecas ni facturas de la luz. Si, nos cuesta encontrar gran cantidad de combustible para que el motor funcione, pero cuando lo recoges la satisfacción es mucho mayor. En ocasiones salgo a faenar con Leo y Yon, y aprender un poco más sobre aquello. Incluso diría que hasta me gustaba. Tratábamos de llevarnos lo que nos pudiera hacer falta sin que se nos pudriera. Normalmente ataban una red e iban recogiendo lo que podían. Pero en otras, nos tomábamos alguna cerveza y colocábamos las cañas de pescar. No todo iba a ser trabajo y trabajo.
De cuando en cuando asaltábamos algún bar y nos llevábamos ron, whiskey y ginebra. Hacer fiestas en la playa era muy divertido. Además, algún que otro joven como Maria y Yon, daban rienda suelta a sus instintos más… animales. Algo completamente normal. Debíamos aprovechar día a día. Pues el siguiente puede que estés muerto. A decir verdad, no sabría decir con exactitud, cuanto tiempo habría pasado desde que vi al primer muerto dando bocados. Aunque si lo recuerdo bien. Aquel muchacho que escuchaba tranquilamente su música e iba caminando. De cómo el camarero también acabó con las entrañas fuera. O incluso recuerdo, a los policías disparando a bocajarro y no consiguiendo nada. Puede que hayan pasado diez u once meses. Quizá el año ya. No tenía forma de saberlo.
Marcelo era el único que no paraba. Podía pasarse días enteros por ahí. Según él, le gusta explorar aquellos lugares abandonados. Incluso, si encuentra alguna horda o grupo numeroso de muertos, lo intenta alejar del pueblo. Evidentemente, su labor nos beneficiaba a todos. Se notaba que disfrutaba, pues de vez en cuando se daba caprichos en forma de Ferrari o Porsche. Bueno, alguna que otra vez me he dado el gusto de conducir uno de ellos. Para que voy a engañar a nadie.
Aunque lo mejor de vivir así, es algo de lo que hice en una de las salidas. De una joyería, escogí uno de los anillos que más me gustó. Una de las noches en las que hacíamos barbacoa en la playa, me puse de rodillas antes Silvia.
- Silvia, amor –abrí la cajita- ¿Te gustaría casarte conmigo?

Hubo gritos de alegría, de emoción. Silvia se puso colorada como un tomate y casi emocionada.
- Joder tío… -lloraba- … no me hagas estas cosas…
- Contéstale ya, no nos dejes con la intriga. –dijo Dani
- Sí, claro. –contestó- Claro que quiero.

Me levanté y le puse el anillo en el dedo. Leo, se puso delante de nosotros, e imitando a un cura dijo las palabras.
- Pues yo os declaro, marido y mujer. –exclamó
Evidentemente, la fiesta se alargó hasta casi el amanecer. Era emocionante saber que me había casado. No fue todo lo legal que se consideraba antes, pero solo me bastaba con que los demás fueran testigos de la unión. Por fin nos íbamos a la cama siendo un matrimonio.
Como no podía ser de otra forma, aquel día casi nadie hizo nada. Teníamos recursos suficientes, y después de la juerga, nadie tenía ganas de moverse. Nosotros bajamos hasta la playa y disfrutar de las pocas horas de luz que quedaban. Maria llegó algo preocupada.
- Perdonar que os moleste. –nos dijo
- Nada, no te preocupes. –contestó Silvia
- ¿Qué pasa Maria? –pregunté
- Vamos a tener que tirar toda la comida enlatada. –informó
- ¿Por qué? –Preguntó Silvia
- Llevan tiempo caducadas. Aun así, he esperado y cuando las he abierto estaban mohosas. –contestó
- Había muchas ¿no? –dije
- Dos estanterías enteras.
- Bueno. Saldremos a por más. –no di mayor importancia.

A la mañana siguiente, formamos un equipo para ir en busca de comida que no fuera solo pescado. Marcelo ya salió antes que nosotros. Así que iríamos Dani, Pol y yo. Mientras Leo y el resto salían con el barco. Fuimos más hacia el sur. Buscamos lugares seguros donde buscar. No queríamos arriesgar más de la cuenta. Había muchos lugares donde podríamos encontrar lo que necesitamos. Aunque revisando algunos restaurantes o supermercados, nos dimos cuenta de que empezaba a ser complicado. Muchos estaban vacíos, y los que no, no había nada comestible. Seguimos explorando lugares. Los Hoteles estaban algo descartados, pues era un foco de infección. Dentro casi siempre se encontraban encerrados cientos de infectados, como locos por salir. Cada vez eran más asquerosos. El tiempo también pasaba para ellos. Ya no tenían esos rasgos humanos del principio. Daban algo más de miedo al verlos de cerca. Después de varias horas, pudimos llenar una sola mochila con latas de atún y albóndigas de carne. Alguna caja de galletas y cacao en polvo. Ni rastro de agua embotellada. Mientras volvíamos, el cielo se ennegreció. Un trueno casi nos saca el corazón por la boca. Comenzó a llover extremadamente fuerte. Las gotas golpeaban contra el cristal de tal forma que pareciera que se iba a romper. La lluvia dio pasó al granizo. Algunas de las bolas, dañaron el cristal. Conseguimos llegar al pueblo con bastante dificultad. Leo y el resto no habían vuelto aun. Tan solo esperaban en mi casa, Silvia y Maria.
- ¿Qué tal ha ido? –Preguntó Silvia
- Mal –contesté yo- Casi nada. Esta todo vacío, y podrido.
- Leo y Yon no han vuelto. –informó Maria- Y Jimena no la vimos subirse al barco. La hemos buscado, pero no la encontramos.
- Ya aparecerá –dijo Dani- Es muy rarita. Estará llorando en algún rincón.
- Joder Dani, ¿Cómo eres así? –le regañó mi mujer.
- Es verdad cuñadita. Se pasa el día sin hablar con nadie. Es más, ni siquiera sé cómo es su voz. –seguía contando Dani.
- Si quieres te lo grabo en una cinta, gilipollas –nos asustamos de escucharla. Apareció por detrás sin avisar.
- Joder que susto, -me enfadé
- ¿Dónde estabas? –le preguntó Silvia- te hemos buscado por todos lados.
- No habréis buscado bien. –contestó- Anda venid.

La seguimos hasta detrás de una de las casas. Era un jardín privado. Había estado trabajando allí. Tenía hecho un pequeño huerto.
- Viendo que solo de pescado no podemos vivir, -nos explicaba- he plantado tomates, pimientos y cebollas.
- Perdona Jimena, -me excusé- estamos algo nerviosos.
- No sé qué os creéis que sois. –decía algo molesta- Nosotros sobrevivíamos sin problemas desde antes de llegar vosotros. Que si, que ahora tenemos cosas que no teníamos. Pero eso no os da derecho a tratarnos como tontos.
- Jimena, - Silvia, trató de tranquilizarla- en ningún momento pensamos que seais tontos. Al contrario. Nos alegramos de haberos encontrado. Y esto que has hecho es maravilloso. ¿Sabes cuánto hace que no como un tomate fresco? Quizá con tu trabajo, y con el de todos, podamos recuperar algo de la vida que teníamos antes.
- No recuperaremos esa vida –se encaró con ella- No recuperaré a mi marido. No recuperaré a mis padres. Ni primos. Ni amigos.

Se derrumbó interiormente. Se tapó la cara para tratar de que no la veamos llorar, a pesar de que todos la veíamos. Silvia se agachó con ella.
- Tranquila –hablaba- Todos hemos pasado por esta pesadilla. Algunos lo superamos antes, y otros tardan más. Es normal. Si te sirve de ayuda, puedes contar conmigo para lo que quieras.
Solo se levantó y se fue a su casa. Nos estábamos mojando, y nosotros también nos marchamos. Tarde o temprano se le pasaría. Y si no era así, tampoco podíamos hacer mucho más que ofrecerle nuestro apoyo. Era bien entrada la noche, y el barco de Leo no aparecía. Marcelo tampoco, pero eso ya era normal. No podía dormir, y la tormenta había pasado ya. Di algunas vueltas por la casa inquieta. Me abrigué y fui hasta el embarcadero. Allí estaba el otro barco. Más viejo. Más sucio. Me subí y fui a la cabina de mandos. Pulsé lo que creía que era el interruptor de la luz. Acerté. Sorprendentemente, funcionaba. Trasteé un poco con todo lo que había por allí. Encendí la radio. No se escuchaba nada. Cambiaba de emisora aleatoriamente. Escuché algunas palabras lejanas. Retrocedí lentamente la ruleta. Poco a poco podía escucharlo más nítidamente.
- ¿Qué podéis ofrecer?–decía una de las voces- Cambio
- Los nuevos podrían conseguir cualquier cosa si se lo pedimos –descubrí la voz de Leo- Cambio
- ¿Cualquier cosa?, cambio
- Hacen lo que sea mientras nosotros salgamos a pescar. Cambio.
- ¿Hay alguna mujer? Cambio
- Te puedo ofrecer a las tres que van con ellos. Una de ellas no creo que tenga más de dieciocho años, cambio

Hubo un silencio. Estaba cabreándome. Ese maldito hijo de puta, nos estaba vendiendo a saber a quién y porque.
- Las mujeres me interesan, cambio –contestó la voz que no conocía.
- El problema van a ser los hombres. Nos los tendréis que quitar de encima. Cambio
- Nos ocuparemos de ellos. Cambio
- Está bien. Ahora debemos volver. Llevamos toda la noche fuera y pueden sospechar. Cambio
- Mañana quiero que nos reunamos cara a cara. Cambio
- Negativo. Cambio
- Leo… no estás en posición de rechazar nuestra reunión. Estamos hartos de esperar. Cambio
- Necesitamos prepararnos. Sospecharían si de repente queremos llevarnos a las chicas. Cambio
- Me da igual. Manda a los hombres hasta el parque acuático. Diles que hay cosas que necesitáis de allí. Cuando se hayan ido, sube a las mujeres al barco y te vienes hasta aquí. De lo contrario, os abordaremos por la tarde. Y ya sabes que no seremos tan amables. Cambio y corto.

viernes, 12 de mayo de 2017

AUDIOLIBRO. Hasta que la muerte nos reúna. Capitulo 4



Aquí tenemos ya el cuarto capitulo, narrado con la voz de Plissken Mysterios. Ya sabéis, suscribiros a sus podcast Mision de audaces y Aqui huele a muerto. Podeis seguirle en Twitter como @misiondeaudaces

No os dejéis morder...

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 22

Ellos permanecían en la cubierta del barco, mientras nosotros les apuntábamos con nuestras armas. Hubo instantes de tensión que en cualquier momento podía derivar en catástrofe. Ellos eran dos hombres y dos mujeres. Nos miraban con terror. Ni ellos mismos sabían que había pasado. El hombre con gafas y con una edad aproximada a los cuarenta se dirigió hacia nosotros.
-Es evidente que ustedes tienen las de ganar –decía con acento argentino-, sin embargo creo que ambos podemos ganar. Llévense lo que necesiten y nos marchamos.

Miré a Dani y Marcelo a partes iguales. No parecían hostiles, y nosotros no teníamos más ganas de pelea.
-¿Vivís aquí? –pregunté- o ¿estáis de paso?
-Vivimos acá. –contestó- Salimos a pescar casi todos los días.
-Si tenéis algún arma, por favor, entregarla. –ordenó Dani

Aquel hombre con suma delicadeza, sacó una pistola de detrás del pantalón. Se la entregó a Dani.
-Yon, -dijo el argentino a su compañero- entrégale la tuya

Aquel muchacho de pelo largo y ondulado, sacó de una mochila otra pistola pequeña. Dani la recibió igual que la otra.
-¿Podemos bajar ya? –preguntó
-¿Cómo te llamas? –pregunté yo
-Leandro, pero todos me llaman Leo. –se presentó
-Muy bien Leo, podéis bajar. –bajé mi arma

A decir verdad no entrañaban peligro alguno. Más bien, parecían sorprendidos de ver a otros supervivientes. Una vez estuvimos fuera del embarcadero, nos llevó hasta la casa donde viven.
-Discúlpennos, pero llevamos meses sin ver a nadie más…vivo… ¿me entienden? –decía Leo.
-Si claro. –contestó Dani
-¿Cuál es vuestra historia? –preguntó Marcelo- ¿Por qué no hay nadie más aquí?
-Bueno… -empezó Leo-… comenzaré por Jimena
Señaló a la chica más joven. Era sumamente delgada. Pelo castaño y largo. Y portaba dos piercings en cada oreja.

-Ella es de Zaragoza, pero se trasladó aquí para vivir con su marido. Era pescador como casi todos los de aquí. Su marido murió a poco de empezar la epidemia. –relataba mientras Jimena portaba semblante serio.
-Yo soy Cristina, -dijo la otra mujer, de aspecto bastante desmejorado, imagino, que por la faena en el mar. Algo mayor que Jimena. El pelo ligeramente canoso, y extremadamente rizado. Llevaba gafas pequeñas- Al contrario que Jimena, yo soy soltera. Vivía aquí con mi abuelo hasta que murió. Poco después empezó la epidemia.
-Ahora tú, Yon, -señaló al joven
-No soy de aquí –decía- Cuando sucedió todo, estaba con mis padres en un Hotel de Valencia. Conseguí escapar y me topé con Leo. Me ayudó bastante.
-Por ultimo yo. –continuó Leo- Soy argentino. Dentista de profesión. Estaba en Valencia al igual que Yon. Descubrimos este lugar casi por casualidad. Al poco de llegar, mucha gente enfermó. Tratamos de ayudarlos, pero algunos eran demasiados ancianos y otros… demasiado infectados. Cuando conseguimos erradicar el problema, quedábamos unos veinte. Acondicionamos el lugar, pues vimos que los muertos no se acercaban al pueblito.
-¿Qué pasó con el resto? –pregunté
-Por radio informaban sobre una zona segura al norte. –contestó- Muchos entendían que era mejor estar resguardados por militares. Empacaron y se fueron. De los que nos quedamos, algunos no sobrevivieron en las incursiones para conseguir recursos. Descubrimos que era mejor salir a pescar, que ir por tierra a por comida que estaría en malas condiciones.
-¿Y todos los cuerpos? –preguntó Silvia
-Los cargamos en camionetas hacia al monte. Los quemamos. Necesitábamos una zona limpia donde vivir. Desde hace semanas… o meses… no recuerdo bien, no vemos a nadie más. Os aseguro que no somos malas personas. ¿Qué me podéis contar de ustedes? –preguntó algo más serio
-Nosotros venimos de Madrid. Y alrededores. Hemos tenido muchos problemas tanto con vivos como con muertos. –relataba Pol

Nos pusimos un poco al día entre los dos grupos. Poco a poco tomábamos más confianza. Aquel lugar parecía tener futuro. Y todos buscábamos un futuro. Al rato, un humo negro nos invadió. Era del avión que se estrelló. Leo, propuso acercarnos a buscar posibles supervivientes. Llegamos lo más cerca del avión, prácticamente hundido ya. Nos cubrimos la cara con camisetas mojadas para no ahogarnos en el humo. Gritábamos por si alguien seguía vivo. Pero solo encontramos restos de cuerpos por todas partes. Algunos, convertidos, trataban de darnos caza. Dimos por finalizado la tarea de búsqueda. Era imposible que nadie quedase vivo. Incluso, ya podían estar convertidos antes de estrellarse. Las preguntas eran ¿de dónde venía ese avión? ¿Hacia dónde se dirigía? ¿Se quedarían sin combustible? Ya daba un poco igual. Lo que no daba igual, era que el ruido que produjo, atraería a muertos que pululasen cerca.
De nuevo en tierra firme, nos invitaron a escoger que vivienda queríamos tener. El único que no confiaba al cien por cien era Marcelo. Pero va en su naturaleza. Silvia y yo nos quedamos en una casa, más bien pequeñita y cerca de la playa. El resto, prefirieron una bastante más espaciosa, con cinco dormitorios para vivir juntos. Yo les entendía perfectamente.
Al llegar la hora de la cena, Leo y su grupo nos invitaron a comer pescado en la playa. Nosotros pusimos algo de lo nuestro, como cervezas que recogió Marcelo. Continuamos hablando sobre lo ocurrido con el avión y como sobrevivimos todo este tiempo. Evidentemente, omitimos lo último sucedido con los curas y los chinos. Ahora estábamos en un lugar, aparentemente, seguro. Tan solo Marcelo, que lo noté algo más nervioso, se quedó de guardia.
Al llegar a nuestro nuevo hogar, Silvia se tiró de espaldas contra una cama. Esta desprendió gran cantidad de polvo y suciedad. Tuvimos que sacudir sabanas y colchón varias veces hasta que nos pareció lo más limpio posible. Desconocíamos si Leo guardaba una copia de la llave que nos dio. Ante esto, bloqueamos con un sillón la puerta. No serviría de mucho, pero nos proporcionaba cierta tranquilidad. Una vez que pudimos tumbarnos, nos quedamos un buen rato en silencio. Podíamos escuchar las olas del mar. Me relajaba y me incomodada a partes iguales. Silvia, se abrazó a mí. No se quedó dormida, aunque si, bien tranquila. No recuerdo cuando me dormí. Al despertarme, era totalmente de día. Comprobé que Silvia seguía a mí lado. Estaba arropada hasta el cuello. Las cortinas no cubrían completamente la entrada de luz, y el sol entraba por la mínima rendija que encontraba. El mar parecía estar en calma. Por un momento pensé que estaba en el paraíso. Me levanté y examine a fondo la casa. Disponía de una cocina completa. Funcionaba con gas butano. Pero la bombona estaba seca. El frigorífico estaba completamente vacío. Además de no funcionar nada eléctrico. En pequeño salón que compartía estancia con la cocina, solo había un sillón de dos plazas que volví a colocar en su sitio y un mueble para la televisión que tampoco funcionaría. Miré por la ventana. Leo y Yon estaban preparándose para salir de nuevo a la mar. Desde ahí, también podía intuir como Dani y Maria estaban bañándose en el mar. Todo estaba en orden. Bueno todo no. Necesitaba algo con que calentar un vaso de agua e introducir un par de cucharadas del bote de café soluble que recogí hace días. Salí de casa, y me dirigí hacia el embarcadero.
-Buenos días –saludó Leo con una gran sonrisa
-¿Qué tal? –dije yo- ¿Preparando para la pesca?
-Así es, nuevo amigo. –contestó
-Una preguntilla sin importancia… -me rascaba la cabeza- electricidad no hay… ¿Cómo podría calentar un vaso de agua sin necesidad de hacer fuego?
-Si tienes café, te dejo que lo hagas desde el microondas del barco…-se rió.
-Veo que sabes negociar –sonreí
-Querido, creo que podemos ser buenos compañeros. –relataba- Si compartimos los recursos viviremos mejor.
Ante eso no podía tener objeción alguna. Volví con una garrafa de agua y el bote de café. Entramos en el interior del barco, y bajamos unas escaleras. Era más amplio de lo que me imaginaba. Sacó dos vasos y los rellenó de agua. Los calentó en el microondas y nos servimos el café.
-Dime –se sentó enfrente de mi-, ¿Cuáles son tus planes? Imagino que eres su líder
-Jajaja. –solté una carcajada- No soy ningún líder.
-No es lo que parece. Todos te siguen. –dijo
-Lo sometemos a asamblea. –contesté
-Sí, pero por lo que veo, nadie te contradice en tus decisiones.
-Tampoco lo hago yo con los demás.
-Déjame decirte, que –dijo serio- aquí me he ganado mi posición de líder. Entiendo que lo habréis pasado mal. Seguramente, si nos confrontamos, nosotros tendríamos las de perder. Sois más, estáis mejor preparados, y tenéis nuestras armas. Pero me gustaría, amablemente, que convivamos lo mejor posible.
-Descuida Leo. –dije sincero- No somos hostiles a menos que nos den motivos para ello. No veo que seáis malas personas. Al contrario. Si lo piensas, podemos ser buenos aliados. Sabéis llevar este trasto. Y lo que es más importante, os alimentáis muy bien. En contrapartida, nosotros sabemos movernos bien entre los muertos. Podemos conseguir grandes cosas. Vivir a lo grande.
-Hay muchas zonas a las que podemos llegar desde el mar. Necesitamos renovar algunas cosas. Y no nos atrevemos a tomar tierra por miedo a los ataques de esas cosas. –estaba proponiendo algo
-Buena idea. –asentí- Podemos conseguir casi lo que nos propongamos. Además Marcelo es muy bueno en las incursiones. Casi una sombra. Yo soy más… fuerza bruta…

Se levantó. Me miró a los ojos, y esperó a que me levantase. Me tendió la mano.
-Si a vos le interesa, me interesa. –dijo
-Me interesa. –le tendí la mano.

Volví a casa y desperté a Silvia. Como no podía ser de otra forma, le llevé el café caliente y ella lo agradeció. Más tarde reuní al resto, y les expliqué el trato que hice con Leo. A todos les pareció perfecto. Estábamos felices. Pero no duraría demasiado. Pues Caterina empezó a marearse, y se desplomó al suelo.
-Mierda, Caterina. –gritó Pol

La levantamos del suelo y la tumbamos en el sillón. Al escuchar los gritos, Leo y los demás llegaron corriendo.
-¿Qué pasa? –preguntó Leo
-Se ha mareado y se ha desmayado. –le informé

Leo parecía que sabía lo que hacía. Examinó los ojos, le tomó el pulso y la temperatura. Estaba muy pálida y no recobraba el conocimiento.
-Está algo febril –diagnosticaba- El pulso es algo bajo. Y las pupilas algo dilatadas. Puede que tenga algún ataque de ansiedad.
-Pero si no la hemos visto rara en ningún momento –decía su hermano
-Puede que llevase algún tiempo reteniéndolo, hasta que su cuerpo no ha aguantado más. –contestó Leo- ¿Suele comer?
-Claro. Lo mismo que los demás. –contesté
-Hay que bajarle la temperatura. Mojar alguna toalla y ponérsela encima. –ordenó

Tras una hora inconsciente, por fin recobró el conocimiento. La llevamos hasta su cama, y dejamos a Pol a su cargo. Al final, todo esto, desde que empezó la epidemia, nos pasaría factura a todos tarde o temprano. Me asusté de verdad. Pues se me pasó por la cabeza que pudiéramos enfermar por comer algo en mal estado. Desde que Molina se largó una noche sin avisar, hemos tenido mucha suerte de que no nos ocurriera nada.
Ese día, Leo y su gente, salieron a pescar, mientras nosotros hacíamos inventario de todo lo que teníamos. Si encontrábamos algo que pudiera estar en malas condiciones lo tiraríamos sin pensar. Creo que nos concienció a todos del peligro que eso conllevaba. Encontramos un taller abandonado, que nos serviría como almacén. Disponía de estanterías y armarios para guardarlo todo. Maria, sería la encargada de gestionarlo. Se registraría quien entra, lo que se lleva y lo que deja.
Aún quedaban algunas horas de luz. Así que Silvia, Dani y yo, iríamos a explorar algo más la zona por detrás de las montañas. Más o menos por donde vinimos. Marcelo, como de costumbre, tomaría otra ruta. Llegamos hasta la desviación que tomamos en aquel pueblo donde dimos la vuelta. Entre subidas, bajadas y las curvas, recorrimos unos quince kilómetros eternos. Había rastro de aquella horda que conseguimos esquivar. Para mala suerte de alguno que se los topó de frente. Fuimos hasta la localidad costera más cercana. Ya desde lo lejos, se podían ver hoteles abandonados y deteriorados. Transitamos un poco por las calles desiertas. Quizá aquellos muertos vendrían de aquí. Porque no vinos a ninguno. Aparcamos en el paseo marítimo. La playa estaba hecha un desastre. Basura por todas partes. Algún que otro cuerpo en avanzado estado de descomposición. Dos coches estrellados en la arena. Una fila de motos tiradas cual fichas de dominó. En el puerto marítimo, un gran buque de la Armada Española, a medio hundir. Yates y barcazas golpeaban los cascos de los buques más grandes. Cuerpos de militares y civiles por el suelo. Aquí hubo una buena escabechina. No se salvó ni dios. Cada paso que dábamos retumbaba a varios metros. Llegamos a los astilleros. Encontramos un montón de material que podíamos llevar a Leo. Aunque lo haríamos en otro momento, y con una lista de lo más imprescindible. Cerramos a conciencia el lugar, ante posibles saqueadores. Advertimos que por la playa se acercaban unos cuantos. No eran muchos para nuestras costumbres, pero suficientes para hacernos picadillo sin nos rodeaban. Dimos media vuelta hasta el furgón. Debíamos volver antes de que se hiciera de noche, y despistar a los posibles muertos que nos pudiéramos encontrar.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 21

Evitar las autovías y autopistas era primordial. Era más complicado escapar de una horda. Por carreteras secundarias había menos coches abandonados. Aunque en otros casos teníamos que salirnos al arcén y bordear los que bloqueaban la carretera. Las primeras horas fueron fáciles. Tan solo unos cuantos muertos que vagaban por el campo y los perdíamos de vista enseguida. Además Dani, siempre iba varios kilómetros por delante y nos avisaba de los peligros u obstáculos. Tampoco queríamos ir a mucha velocidad por ahorrar combustible. Aunque si encontrábamos algún vehículo con algo en su depósito, lo recogíamos. Era mejor que quedarte tirado en medio de ningún lado. El pasar por algunas localidades era sencillo si tenían travesía. Pero los que no, debíamos atravesar algunas calles y lo podía complicar. A pesar de no estar muy lejos la costa, nos lo tomamos con calma. Teníamos mucho de lo recogido por Marcelo en el aeropuerto, por lo que solo recogíamos de lo que nos pudiera hacer falta más adelante. Para amenizar el camino, en una de las paradas, entré en una tienda de música. Miré algunos discos y me los llevé. El tabaco empezaba a escasear, y pudimos romper una máquina expendedora de un bar de carretera. Previamente, aniquilando a los muertos que pululaban por allí.
Transitar de noche no era buena idea. Por lo que aparcamos en el parking de un restaurante de carretera. Allí mismo, en el asfalto, prendimos una hoguera con algunos muebles de madera del lugar. A decir verdad, nos dimos un buen festín con varios perritos calientes envasados del avión. Nos fabricamos unos espetos y calentamos las salchichas en el fuego. Siendo bastante tarde, algunos nos fuimos a dormir dentro del furgón. Quedándose Silvia y Pol de guardia.
La noche fue tranquila y no tuvimos visita de muertos ni vivos. Algo que agradecimos enormemente. Reanudamos la marcha. Silvia se puso en la parte trasera a descansar. Maria y yo en la parte delantera.
- Dime Maria…-trataba de romper el hielo-… ¿Crees de verdad que tu padre podrá sobrevivir?
- Sin duda. –contestó- Desde que murió mi madre, él se encargó de todo. Estuvo un tiempo algo perdido cuando empezó la epidemia, pero creo que nos pasó a todos. Gracias al mapa que nos dejaste, se atrevió a explorar más zonas.
- Eso espero… -pensaba en la pequeña Isabel.
- Cuando lleguemos a la costa… ¿Qué haremos? –preguntó
- Creo que buscar un lugar seguro para asentarnos. –contesté
- Y ¿Por qué la costa? –seguía preguntando
- Cuando conocí a Silvia, tuvimos un rifirrafe con unas personas. Tuve que apañármelas para curarle la herida que le hicieron. Lo pasé fatal. Cuando por fin se recuperó, solo nos teníamos el uno al otro. No sabíamos que hacer. Pasamos un tiempo en un motel abandonado, por lo que profundizamos más en nosotros. Mi idea original era buscar a mi familia en Madrid. Vivos o muertos. Después nos prometimos ir a ver la playa por última vez. Si nos iban comer los muertos, que sea en la playa. –recordaba con melancolía.
- Entonces es tu novia postapocaliptica… -exclamó
- Algo así…jajaja –me reí orgulloso.

Dani se había adelantado bastante y ya no le veíamos. Aminoré la marcha y dejé que Pol se pusiera a mi lado.
- ¿Qué hacemos? –preguntó Marcelo que iba en el asiento del copiloto.
- Si ha acelerado es por algo. –dije- Esperamos un rato y si no vuelve, proseguimos.

Apagué el motor y me encendí un cigarro. Trasteé con algunos cd´s y puse uno de grandes éxitos de la música española. No había terminado la primera canción, cuando vimos volver a Dani.

- Tenemos que dar la vuelta –dijo sin quitarse el casco
- ¿Compañía? –preguntó Marcelo

Dani contestó con la cabeza y aceleró dejándonos atrás. Primero Pol dio la vuelta. Después lo hice yo. Aun no se veía a nadie. Así que me lo tomé con calma. Retrocedimos bastantes kilómetros hasta que pudimos detenernos para examinar el mapa y encontrar una ruta alternativa. Después de examinarlo, debíamos retroceder otros treinta kilómetros hasta una desviación y poder bordear la horda. Silvia seguía dormida como un lirón. No se enteraba de nada.
Aquel desvío nos llevó por carreteras montañosas. Algunas subidas nos costaba con el furgón. Pero finalmente pudimos atravesarlas. Al llegar a lo más alto, y comenzar a bajar, se podía ver ya el mar. Un aire a sal nos embriagó. Incluso diría que se me escapó una ligera sonrisa de placer. A la localidad que llegamos, era bastante pequeña. Era un pueblo pesquero. Justo a la entrada, lo vimos todo demasiado bien. No había cuerpos por el suelo, ni vehículos entorpeciendo. Nos detuvimos.

- Esto está demasiado bien. –dijo Dani.
- Si. –contestó Marcelo.- Pero no se ve movimiento.
- ¿Qué tal si dejamos escondidos los vehículos detrás de estas casas y vamos a pie? –propuse
- Me parece bien, -dijo Silvia que ya se había despertado.

Movimos los vehículos detrás de unas casas justo en la entrada, y nos armamos con pistolas y como no, con mi puñal siempre en mi cintura. Caminábamos por aquellas calles mirando por las ventanas. El pueblo era muy pequeño, quizá habría como veinte casas. Llegamos hasta el embarcadero. Tan solo había un barco pesquero amarrado. Pero ni rastro de nada ni vivo ni muerto. Nos dimos cuenta que la carretera acababa allí. Tan solo se podía salir por donde vinimos. Lo más curioso es que todo estaba en perfectas condiciones.

- ¿Qué habrá pasado aquí? –me pregunté voz alta
- No viviría mucha gente aquí. Imagino que lo abandonarían cuando empezó todo. –dijo Dani
- Si… ¿pero ni un muerto? –preguntó Silvia.
- Eso es raro, sí. –admitió Dani
- Lo mismo han salido a por provisiones –decía Marcelo- Debemos estar preparados por si vienen. Quizá no les guste que les invadamos.

El resto del día lo pasamos allí. Bajamos hasta la pequeña cala que había y nos dimos un chapuzón. Nos venía a todos bien una limpieza. Hacía mucho tiempo que no iba a la playa, y aquello me supo a gloria. El agua estaba fría, y el tiempo no acompañaba. Pero nos dio totalmente igual. Marcelo era el único que después de bañarse, investigó a fondo el lugar. Encontró una de las viviendas abiertas. Pero nada interesante en el interior. Fue la que elegimos para pasar la noche. Aunque todavía quedaban varias horas de luz, teníamos que ir pensando en todo.
Por fin, pude tener un rato de intimidad con Silvia. De aquellos que hacía tiempo que no teníamos. Nos apartamos un poco del grupo y caminamos un poco por la playa. Que no era muy extensa, a ojo, un kilómetro si llegaba. Rodeada por dos grandes montañas que no dejaban ver más allá, a no ser que fueras por el agua. Algo que desestimamos, por precaución.

- Al fin estamos donde queríamos –iba agarrada a mí cuando me habló.
- Así es.  –contesté- Parece un buen lugar. Aunque tendremos que esperar por si aparece alguien.
- Si te soy sincera, me da exactamente igual. Si nos tenemos que ir, nos vamos. Hay más lugares y no quedamos tantos con vida. –me decía.
- Lo sé. –le di un beso que recibió encantada.
- Me hubiera gustado conocerte antes del desastre. –reconoció
- Ya te he contado mil veces que no era buen partido. –bromeé
- Eso no lo sabes. –me dio un pequeño empujón hacia el agua.

Me caí en la orilla, y ella se tiró encima de mí. Nos besamos por largo rato, hasta que me bajó el bañador. Ella también apartó la ropa que nos molestaba e hicimos el amor lentamente. Nos daba igual si nos miraban. Era nuestro momento y queríamos disfrutarlo. Nos separamos un poco del agua, y nos tumbamos a descansar en la arena. Le dije que me gustaría pasar el resto de nuestras vidas juntos, a lo que ella respondió que también. Mientras hablábamos, me seguían viniendo imágenes de lo que podían haberles hecho los chinos a esa pobre gente. Mi corazón palpitaba de angustia y rabia. Ella se dio cuenta.
- ¿Sigues pensando en esa gente? –preguntó preocupada
- ¿Acaso tu no? –devolví la pregunta.
- Claro que sí. Pero intento que no me afecte. –en cierto modo ella era más fuerte emocionalmente que yo.
- Pues yo no lo consigo. –admití
- Es posible que fuera un error tratar con los chinos, pero tenías… teníamos, un objetivo y lo cumplimos. –seguía tratando de animarme.
- Pero a qué precio… -continué-
Un ruido enorme y constante nos interrumpió. Al principio era como un zumbido, pero cada vez era más estruendoso. Nos llegaba de todas partes. Nos levantamos enseguida y nos vestimos. Fuimos hasta donde estaban los demás que también miraban hacia todas partes. El ruido, de motor parecía, era muy fuerte y nos costaba mucho entendernos. Cada vez era más fuerte. Como si se estuviera acercando algo. Pero no sabíamos que. De pronto, una sombra nos engulló. Miramos hacia las montañas y lo vimos. Y bien que lo vimos. Un enorme avión comercial sobrevolaba muy bajo. Enseguida pasó de largo y nos dimos cuenta de que no estaba ascendiendo. Todo lo contrario, parecía descender. No entendíamos nada. Hacia donde se dirigía no parecía haber ninguna pista de aterrizaje, al menos que se pudiera ver. Cada vez estaba más cerca del agua. Intentó virar y eso hizo que a los pocos kilómetros, una de las alas chocó contra el mar. El ala se partió y el avión se dio la vuelta. Cayó al agua provocando un enorme estruendo. Nos subimos hasta el embarcadero para tener mejor visión. Entonces los vimos. Ninguno se dio cuenta de cuando llegaron. Pero allí estaban. Otro barco pesquero había atracado, y estaban contemplando la escena como nosotros. Los dos grupos permanecimos quietos, observándonos unos a los otros.

lunes, 8 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 20

Desde lo alto de la colina teníamos una visión perfecta. No se habían movido aun, y no parecía que tuvieran intención de hacerlo. El plan estaba listo y lo ejecutaríamos sin perder más tiempo. Los vehículos cargados los escondimos en un polígono cercano. Pudimos arrancar un coche para desplazarnos hasta la ermita. Comprobamos nuestras armas y nos dirigimos hacia allí. Aparcamos justo en la puerta. Sin embargo, pedimos a Caterina, Maria y Silvia que se quedaran escondidas en un edificio dos manzanas atrás como apoyo. Salimos del coche y me dirigí a la puerta. Golpeé dos veces con gran fuerza.
- Félix. –le llamé
Me aparté de la puerta lo suficiente, por si se les ocurría apretar el gatillo.

- Félix –volví a llamarme con más insistencia

La puerta se abrió y apareció Félix con otros dos curas armados. Se sorprendió al vernos.
- ¿Se puede saber qué hacéis? –preguntó algo molesto
- Mira, no me voy a andar con rodeos. –le dije firme- Hace un par de días te llevaste a una niña de los brazos de su padre. Venimos a recuperarla.

Aquel cura nos miraba entre admiración y desconcierto.
- No sé de qué hablas, hijo. –contestó
- Desconozco cuáles son tus intenciones para con la niña, pero vengo para hacerte un trato. –expuse
- ¿Un trato? –preguntó atónito
- A dos manzanas de aquí, tenemos un furgón lleno de cosas interesantes. Si nos devuelves a la niña, es todo tuyo. –le dijo Dani
- Lo siento hijos míos. No hago tratos. Si es verdad que tenéis ese furgón, más temprano que tarde nos haremos con él. –nos dijo con superioridad- Ahora, si queréis seguir vivos, será mejor que os larguéis de aquí y olvidéis este lugar.

Dani empezaba a ponerse nervioso. Miré a Marcelo que siempre tenía semblante serio, y él me devolvió la mirada.
- Por favor, -continué acercándome un poco- no quiero que esto vaya a más. Danos a la niña y quédate con el furgón.
- Creo que he sido claro. – dio la señal para que salieran los curas de dentro- No estáis en posición de reclamar nada.

Resoplé un poco. No quería hacerlo. Pero no me estaba dando más opción. Me di la vuelta e hice la señal. Tras la señal, diez coches negros de gran cilindrada hicieron aparición. Antes de que comenzara la fiesta, nos apartamos rápidamente. Pude ver como Félix y los suyos cambiaban la cara. Me miró al descubrir quiénes eran los integrantes de los coches y entrecerró los ojos.
- No sabes lo que has hecho. –pudo decir antes de que empezara a disparar.

Después de que nos encontráramos con María en la carretera, Dani y yo fuimos en busca de los chinos que buscaban a los curas. No fue difícil encontrarlos. Ya que rondaban los alrededores del almacén en el que nos encontramos a los curas, semanas atrás. Ellos querían a los curas por haberles atacado, y nosotros sabíamos dónde encontrarlos. El acuerdo era, que nos ayudaran a recuperarla dándoles la ubicación de la ermita.
Iban armados hasta los dientes y sabían moverse como militares. En el furor de la batalla, y en un momento que estaban despistados, conseguimos adentrarnos en la ermita. Afuera se seguían escuchando los disparos y los gritos de los caídos. Cuando nos dimos cuenta de lo que había en el interior, era demasiado tarde. El lugar lo habían acondicionado para albergar mucha gente. Había ancianos, niños, inválidos, familias enteras que se escondían como podían. En una de las literas, estaba Isabel, y una monja que la abrazaba. Me acerqué a ellas, y la mujer trató de golpearme. Le arrebate a la niña. Afuera dejaron de escucharse los disparos y las puertas se abrieron de par en par. Los chinos iban colocando a las personas de rodillas.

- ¿Qué vais a hacer? –pregunté asustado

Uno de ellos, Shun, se colgó el fusil en un hombro y de la cintura sacó una pistola pequeña. Se acercó a un hombre que ya estaba de rodillas y le disparó a la cabeza. Lo mató al instante. El resto de personas, niños incluidos, comenzaron a gritar. Otro de los chinos de fuera, entró con Félix malherido. Me miró asustado. Shun, vino hacia nosotros.

- ¿Esta es la niña? –preguntó Shun
- Si. –contesté
- Ya podéis iros. –dijo mientras me quitaba la pistola de manos
- No podéis matar a estas personas. –dije- ¡Hay niños, por dios!
- El trato era por una niña. –se acercó a mi cara- No por dos, ni tres, ni veinte. Trato por niña.

Otros dos chinos, desarmaron a Dani, Pol y Marcelo. Sabíamos lo que iban hacer. Y no podíamos evitarlo. No a menos que quisiéramos ponernos de rodillas con el resto. Mientras caminaba, trataba de mirar la cara de aquellas personas. Sobre todo los niños. Me paré en seco.

- Shun, -le llamé- ¿Qué quieres por el resto de niños?
- Tenemos lo que queremos. –contestó
- Por favor Shun… -le rogué
El chino que nos acompañaba me abofeteó. Dani, me empujó hacia la salida. Era mejor no enfadar a esta gente. Fuimos alejándonos hasta el edificio donde estaban las chicas. En ningún momento escuchamos más disparos. Aunque aquello no significaba nada. Maria se reencontró con su hermana. Nos estuvo contando que Félix y su gente, ayudaba a toda esa gente desvalida. Acogían a niños, incluso arrebatándolos de sus padres. Pero nunca les hicieron nada. Al contrario. Todo lo que robaban era para ellos. En el fondo me sentía muy mal. Entonces allí mismo me derrumbé. Comencé a llorar desconsoladamente. El resto, casi por inercia hicieron lo mismo. Éramos conscientes de que algo malo les iba a pasar. Solo por recuperar a una niña a la que cuidaban. Si, la había secuestrado, pero no le hacían nada malo. De camino al hotel de Ernesto, tuve que parar. Había un grupo de al menos siete no muertos. Me los fui cargando uno a uno con rabia. No dejé que el resto se moviera. Solo quería desatar algo de adrenalina. Cuando terminé, me temblaban las manos. El puñal se me resbaló de las manos ensangrentadas. Silvia, salió y vino a mi lado.
- Cariño. –me decía con los ojos llorosos- No sabias lo que iba a ocurrir. Nadie de nosotros lo sabía. Hiciste lo que creías correcto. Además no hemos escuchado más disparos…
- Le disparó sin pestañear a un hombre de rodillas… -le dije taquicárdico.

Nos abrazamos y lloramos juntos. Silvia era la mejor persona que había conocido en la vida. Quizá por eso me enamoré de ella. Continuamos el camino hasta el Hotel. Al llegar, encontramos a Ernesto medio borracho en una silla. Al vernos, se asustó y trató de atacarnos. Entre Dani y Marcelo lo consiguieron calmar. Al ver a Isabel, se derrumbó. No le contamos lo sucedido. No era el momento. Di un vistazo rápido a la estancia, y descubrí que empezaba a apañárselas. Pues si le había robado los curas, se había recuperado rápidamente.
- Veo que te las sabes apañar… -dije sentándome a su lado.
- No tenía otra cosa que hacer. –dijo dando un trago a una botella de tequila a medio terminar.
- ¿Me das? –me hacía falta a mí también.

Me tendió la botella y el primer trago que di casi me da una arcada. El segundo entró mejor. Le conté que nos íbamos hacia la costa. Seguía sin convencerle para que nos acompañara. Tras unos minutos, nos despedimos. Estábamos ya arrancando, cuando Maria salió.
- ¿Hay hueco para uno más? –me preguntó
- No puedes venir tu sola. Debes quedarte y ayudar a tu padre. –contesté
- Mi padre se las sabe arreglar solo. Además, es idea suya. –trataba de convencerme.
Ernesto e Isabel salieron también. Me miró y con la cabeza me dio su aprobación. Por lo que dejé que Maria entrase.

- Cuídala bien. –me gritó

Ahora sí, comenzábamos nuestro viaje.