sábado, 6 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 18

Entre los integrantes de religiosos, las monjas también portaban armas. Reunieron al resto de nuestro grupo y los amordazaron. Dentro de la cabaña, nosotros les superábamos en número, pero eso poco les importaba. El cura más joven, también con barba aunque menos espesa, se acercó y me quitó el puñal. Al resto los cacheó, pero no encontró nada. Por norma general, no solemos llevar armas de fuego encima en la seguridad del camping.
-Una pregunta…-me atreví a hablar.
-Dime hijo, -contestó el cura con tranquilidad.
-¿Sois curas de verdad? o ¿solo es un disfraz? –pregunté
-Hijo mío, la religión y la supervivencia no están reñidas. Sí. Somos curas. –contaba relajado- ¿te preocupa algo?
Negué con la cabeza mientras seguía observado a los de fuera. Iban y venían con nuestras cosas y guardándolas en sus vehículos.
-No debéis preocuparos. –dijo el cura joven- No tenemos la intención de mataros.
Dani le miraba enfurecido. Parecía que en cualquier momento saltaría hacia ellos. Le hice un gesto para que no intentara nada. La puerta se abrió y uno de ellos apareció. Les dijo que habían terminado. Se volvió a marchar. Afuera, seguían teniendo a todos amordazados y chorreando de agua.
-Es hora de irnos. –dijo el cura gordo- Debéis disculparnos. No nos gusta hacer estas cosas, pero debemos sobrevivir.
-Algún día daréis con alguien que os parará los pies. –les dije
-Jajaja…-se rió- Por supuesto.
Esperó a estar más cerca de la puerta para dejar de apuntarnos. Dejó salir primero al cura joven, y cerró la puerta. El resto de su gente ya estaba metida en las furgonetas con el motor en marcha, excepto otro cura de pelo blanco y bastante estirado. Seguía apuntando a nuestra gente. Al ver salir a sus dos compañeros, se metió también en una de las furgonetas. Dani fue el primero en salir. Yo le seguí de cerca. Aún seguía lloviendo. El cura gordo nos volvió a apuntar con la pistola, mientras se acercaba al vehículo. Antes de irse, disparó hacia las ruedas de nuestros vehículos. Por dentro estaba rabioso y deseaba ir tras ellos, pero me era imposible, teniendo a esa pobre gente amenazada. Cuando los perdimos de vista, Dani apareció con su moto.
-Sube, -me tendió un casco- los seguiremos de lejos.
Dudé por un momento. Al final me subí. Esperamos un poco a que se alejasen y subimos por el camino. Además la lluvia había embarrado el camino. Al llegar a la carretera principal, seguimos el rastro dejado por las ruedas. El barro nos indicó hacia qué dirección debíamos ir. La pantalla del casco se me estaba empañando. Lo limpiaba y volvía a empañarse. Terminé por quitármelo. Según avanzábamos, nos era más difícil seguirles la pista. Debíamos mantener una distancia larga para no ser descubiertos. De cuando en cuando nos deteníamos en el arcén y podíamos escuchar el ruido de su motor. Por aquella carretera, a menos que se desviaran por algún camino, podíamos seguirles. Pero ya no los veíamos. Pasamos buena parte del día siguiéndolos hasta que dejamos de escucharlos. Desconocíamos si pararon o los perdimos definitivamente. Dani propuso continuar unos kilómetros más. Llegamos hasta un pueblo de la sierra donde no habíamos ido nunca. Estaba bastante alejado del camping. Calculamos que a unos cincuenta o sesenta kilómetros. Todo estaba en calma. Transitamos a pie por algunas calles de aquel pueblo pintoresco. Con casas bajas de piedra y cuestas bastante inclinadas. Al llegar a la plaza del ayuntamiento, nos escondimos detrás de un coche. Una de las furgonetas estaba detenida allí mismo. Aunque sin rastro de los curas.
-No hay nadie. –dijo
-No me da buena espina. –contesté
La segunda furgoneta apareció por otra calle. Los curas se bajaron y caminaron hasta una pequeña Ermita, justo al lado del Ayuntamiento. En ese momento, supimos que era su refugio. Un grupo de al menos diez no muertos se acercaba hacia ellos. Entre dos curas los abatieron con sus armas de gran calibre. Eso llamaría la atención de mas no muertos que hubiera por la zona, pero no parecía importarles. Una vez descargaron lo que nos robaron, cerraron su puerta. Nos acercamos por un costado de la plaza. Agachándonos entre los coches que aún permanecían allí.
-Vale, ya sabemos dónde viven. –dije
-No podemos hacer nada ahora –dijo Dani-, deberíamos volver y prepararnos.
Volvimos hasta donde escondimos la moto. Un no muerto rondaba cerca y decidí que dejara de molestar más en este mundo. Volvimos de nuevo al camping anotando exactamente donde estaba aquella ermita para acordarnos. El resto del grupo estaba esperándonos con cierto aire de derrota. Intentamos animarlos.
Cambiamos las ruedas de los coches afectados, y no tardamos en salir en busca de provisiones y armas. Sobre todo armas. Dani estaba dispuesto a darles guerra. Todos los días volvíamos a la ermita para comprobar que seguían allí. Descubrimos que no todos salen a extorsionar a otros supervivientes. Suelen dejar un grupo de al menos diez monjas, al cuidado del lugar. Aunque en ningún momento pudimos ver que había más adentro de la ermita.
En una ocasión, mientras saqueábamos un almacen, vimos una de las furgonetas de los curas. Nos escondimos, pero no por miedo. Queríamos ver hacia donde se dirigían, y hacerles un posible asalto. Pero se acercaron hasta el almacen donde estábamos nosotros. Desde lo alto de una estantería, los podíamos ver sin ser descubiertos. Sin embargo, en cuanto vieron nuestro vehículo enseguida se pusieron en alerta. El cura gordo dio órdenes al resto para que inspeccionaran el lugar. Noté cierto temor en su expresión. Uno de los curas más jóvenes se acercó rápidamente hacia su líder. Entonces, Dani y yo nos asustamos cuando se volvieron hacia nosotros y nos señalaron. Nos habían descubierto. El cura sacó su arma y nos apuntó.
-Buenas tardes hijos míos. –se dirigió hacia nosotros- Podéis bajar de ahí. Podéis haceros daño innecesariamente.
Tras aquello, nos miramos. No teníamos otra opción. Nos habían descubierto. Aun así, antes de bajar del todo, deje detrás de una caja de servilletas de papel mi puñal. Otros dos curas llegaron por detrás y nos apuntaron. Fuimos hasta la entrada, junto al cura gordo.
-Páter… -dijo burlescamente Dani-…nos volvemos a encontrar.
-Así es, hijo mío. –seguía apuntándonos- En este mundo nuevo en el que vivimos, no es casualidad nuestro reencuentro. Solo Dios, sabe el motivo y no tardará en comunicármelo.
-Venga Páter…-dijo Dani algo molesto- Deje ya su monserga de Dios y su puta madre. No me creo que sean religiosos. Así que, llevaos lo que queráis y cada uno por su lado.
-Jajaja…-se rio a carcajada-… no creas que porque intentemos sobrevivir, dejamos de ser curas.
-Lo que hicieron el otro día no estuvo bien. –le dije algo arisco- Nosotros estábamos dispuestos a daros parte de nuestras cosas. No somos malas personas. También tratamos de sobrevivir. Pero creo que tu arrogancia y sobre todo, su egoísmo acabará contigo.
-Como ya os dije en vuestra casa, es posible que alguien nos pare los pies. Pero hasta ese momento, trataremos hacer lo que hacemos para sobrevivir. Durante años, la sociedad ha maltratado a la Iglesia y a todos sus fieles. Ahora es nuestro turno. Dios nos ha dejado con vida por algo. Pero no va a ser gratuito. Seguramente tuviera presupuestado que hiciéramos cosas malas, para conseguir cosas buenas. –relataba con tanta credibilidad que asustaba.

Mientras discutíamos sobre todo eso, uno de los curas que esperaba en la calle entró a toda prisa. Cerró las portadas del almacen. Al darse la vuelta vimos su cara de espanto.
-Tenemos un problema Padre… -se dirigió apresurado
-¿Qué pasa? –preguntó el cura con su tranquilidad habitual
-Son los chinos. –sujetaba con firmeza su arma
-¿Cuántos son? –preguntó
-Cuatro coches. –contestó

En ese momento empezó a preocuparse. Algo extraño desde que lo conocimos. Empezó a dar órdenes a sus hombres y a nosotros nos pidió que nos escondiéramos. Los coches de los que hablaban se acercaban y se detuvieron delante del almacen. Trataban de abrir las puertas sin éxito. Los curas las habían atrancado con bastante seguridad. Se escuchaban pasos apresurados por todo el exterior. Por el idioma enseguida supimos que eran los orientales a los que se referían. Todos nos mantuvimos en completo silencio. Podía intuir cierto temor en aquel hombre, que siempre aparentaba tranquilidad. Estaba claro que alguien les quitaba el sueño. Quizá alguien que previamente atacaron como a nosotros, pero que se empezaban a tomar su justicia. De igual manera, eso los mantuvo alerta hasta que desistieron las personas de fuera en su intento por entrar. O eso parecía.
Uno de los curas se subió hasta un ventanal para observar el exterior. Tras varios segundos, afirmó con la cabeza. Se habían marchado. Aunque, pensé, que los estarían esperando en otro lugar para emboscarlos. Volvieron a abrir los portones, y comenzaron a cargar lo que les interesaba en sus vehículos. Felix, el líder, no nos quitaba ojo de encima. Nos sentamos en dos sillas con ruedas giratorias frente a un escritorio. Tras acabar su faena, volvió hacia nosotros.
-Hijos, -le noté cierta preocupación- nosotros ya hemos terminado. Podéis llevaros el resto. Aunque tal vez la próxima vez no seamos tan amables.
Sin dejarnos responder se marchó por la puerta. Afuera ya le esperaban con el motor en marcha y salieron a toda prisa de allí. Dani y yo nos quedamos un rato más cargando, lo poco o nada que nos dejaron. Partimos de nuevo hacia el camping.

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