martes, 30 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 26

No era capaz de explicar la sensación de bienestar de la que disfrutaba. Para mí no pasaba el tiempo. A medida que continuaba allí, menos quería abandonarlo. Ya no tenía importancia nada de lo que me hubiera ocurrido antes. De hecho ya estaba olvidado. La oscuridad en la que estaba sumergido, cada vez era más clara. Eso sí me molestó. De repente me sentía agobiado. Estaba pasando de un entorno apacible a otro que no era agradable. La oscuridad desapareció por completo y una claridad cegante me abordó. Me costaba respirar. No entendía, si estaba muerto, porque sentía las ganas irrefutables de tomar aliento. Hasta que una explosión en mi mente, me elevó hacia esa claridad a la que me resistía llegar.
Abrí los ojos. Comencé a respirar rápida y constantemente. Un pitido en mi pecho, acompañado de un punzante dolor, me hizo gritar de dolor. Observé a mí alrededor. Me encontraba tumbado en la cama de un hotel. Las cortinas estaban plegadas, dejando entrar un sol radiante. Si bien, la habitación no era muy grande, era confortable. A mi derecha estaba un armario. Un poco más adelante un pasillo que daba al baño. Me levanté con muchísima dificultad. Incluso, cayéndome de rodillas al suelo. Me temblaban las piernas. Enseguida me di cuenta que estaba completamente desnudo. En la mesa escritorio había colocada una camiseta blanca y unos pantalones de chándal verde. Me los puse como pude. Tenía dolorido cada parte de mi cuerpo. Caminé hasta el baño. Encendí la luz, y me miré al espejo. Tenía magulladuras y cortes por toda la cara. Un ojo hinchado, aunque me permitía seguir viendo por él. Abrí el grifo y me lavé la cara. De pronto, volví a mirar al espejo.
- Pero…-dije en voz leve-… pero… que… ¿Qué me pasa?

Mi corazón latía rápidamente. No entendía donde estaba. La puerta de la habitación se abrió. Una mujer de unos treinta y cinco o cuarenta años apareció. Pelo largo y castaño. Un poco más alta que yo. Vestía con una camisa azul y unos vaqueros. Se asustó al verme allí.
- Veo que ya te has levantado. –me dijo

Mi cabeza me dolía, y me sentía algo mareado. Tuve que apoyarme en el lavabo para no caerme.
- Ven, -se acercó a mí- te acompañaré a la cama.

Pasó uno de mis brazos por su cuello hasta llegar al otro hombro y caminamos despacio hasta la cama. Me senté y me froté la cara.
- Es normal que te sientas mareado. –ella estaba de pie enfrente mío- Ahora que has despertado, será mejor que tomes un poco de agua.

Me tendió una botella de plástico. Abrí el tapón, y di un largo trago de agua. Me atraganté. No había notado hasta ese momento lo sediento que me encontraba.
- ¿Te encuentras mejor? –preguntó
- Me duele todo. –contesté
- Normal. Los moratones por todo tu cuerpo, y así como te han dejado la cara, te pasará factura. –diagnosticó
- ¿Dónde estoy? –pregunté desorientado
- En el Hotel Entresoles. –contestó
- No lo conozco.
- Bueno…-se sentó a mi lado-…me presento. Soy Marta. Y ¿tu?

Esa era una buena pregunta. Desde que me vi reflejado en el espejo, es la pregunta que me hacía yo. La miré asustado.
- No…no…no lo sé…-conseguí decir
- ¿Cómo que no lo sabes? –preguntó frunciendo el ceño
- No sé cuál es mi nombre. No sé quién soy. Ni de donde soy. Ni quienes son mis padres. Nada. –estaba asustándome más a cada palabra- No recuerdo nada sobre mí.
- Deberíamos ir a que te vea el médico. –dijo mientras intentaba levantarme

Conseguí levantarme y apoyado en Marta, caminamos hasta la puerta. Efectivamente era un hotel. Me condujo por unos pasillos, y percibí que algo no iba bien. El hotel estaba muy descuidado. Casi no había nadie ni se escuchaba nada. Desde ese pasillo solo podíamos ver un pequeño jardín que daba al hall principal del hotel y su recepción. Bajamos unas escaleras, y llegamos hasta el primer piso. Caminamos más por otro pasillo hasta llegar a una enfermería. La mujer tocó dos veces a la puerta.
- Buenos días Andrés, -saludó Marta
Detrás de un escritorio, estaba el tal Andrés. Un hombre joven. No llegaría a los cuarenta. Se quitó las gafas y me miró.
- Buenos días Marta. –se levantó y ayudó a Marta a tumbarme en una de las camillas.
- Se acaba de despertar. Está algo desorientado. –indicó la mujer.
- Muy bien…-cogió una pequeña linterna y la dirigió hacia mis ojos. Me molestó un poco-… tranquilo. Es normal.
- Disculpe –dije- no sé qué hago aquí.
- ¿Marta?-miró a la mujer que se encogió de hombros
- Dígame su nombre, -ordenó
- Ya se lo he dicho a su compañera. No recuerdo nada. –le expliqué
- ¿Cuántos años tiene? –seguía preguntando sin hacerme caso
- No lo sé. –me limité a contestar
- ¿Cuántos dedos ve? –me enseñó su mano
- Dos. –contesté
- ¿Y ahora? –cambio de mano
- Cuatro. –contesté
- Incorpórese, y dígame que pone en ese cartel –indicó un poster de detrás de su escritorio
- Síntomas de una gastroenteritis. –seguí contestando.
- ¿recuerda algo de antes de encontrarle? –preguntó
- No exactamente.
- Explíquese
- Recuerdo estar en una cafetería en Madrid, solo. Leyendo un periódico. –recordé
- ¿Sabría reconocer en este mapa donde esta España? –había una bola encima de la mesa.
- Aquí, -señalé después de girar la bola.
- Muy bien… -colocó sus manos en la cintura en jarra-… sea lo que sea que te pasase, ha derivado en amnesia. Debiste sufrir mucho. No solo físicamente. También psicológicamente.

Realmente estaba asustado. Pues empezaron a hablar en privado, y ella la noté algo preocupada. Ambos volvieron.
- Bueno…-empezó hablando Marta-…hace una semana te encontramos en la playa. Te recogimos después de comprobar que aun seguías vivo. Has estado inconsciente desde entonces. Supongo que irías en algún crucero antes del desastre…
- Espera, espera…-la interrumpí-… ¿Qué desastre?
- Claro…-suspiró-… no sabes nada. O no lo recuerdas.
- Me estoy empezando a poner muy nervioso…-confesé
- A ver, siéntate en la silla. –me acompañó hasta ella.
- No sé exactamente qué es lo que llegas a recordar. Pero lo que te voy a contar ahora, quizá te suene raro o imposible. Pero es cierto. –se sentó en otra silla enfrente mío- Hace ya un año más o menos. Depende de la zona. Una epidemia mundial acabó con la gran mayoría de la población mundial. Pero aquí no acaba. Los muertos se levantan y atacan a cualquier persona viva. Son incansables. Casi inmortales. Los que hemos logrado sobrevivir a la epidemia, y los pocos que logran sobrevivir a los ataques de los muertos, los podemos contar con las manos. Ahora estas con un grupo que hemos conseguido evadirlos. En este hotel, vivimos unas cincuenta personas. Las grandes ciudades están devastadas. Conseguir comida es tarea complicada. Estamos las veinticuatro horas del día con vigilancia. En cualquier momento viene una horda y nos arrasa. Si has llegado vivo, o parte de ti, hasta aquí, esto ya lo has lo has pasado. Has tenido que sobrevivir. Y seguro has tenido que matar. –relataba

Me empezó a caer un sudor frio por la frente. Empecé a convulsionar y el médico me tumbó de nuevo en la camilla. Se me nubló la vista y perdí el conocimiento. Al día siguiente me volví a despertar en la misma habitación. Allí estaba Marta sentada en un sillón. Dormida. Aunque se despertó enseguida que notó que la observaba. Se levantó a toda prisa y me ayudó a incorporarme.
- ¿Cómo te encuentras hoy Jason? –bromeó
- ¿Jason? ¿Me llamo así? –pregunté incrédulo
- Jajaja…-soltó una carcajada-…tampoco recuerdas la peli ¿no?
Negué con la cabeza.
- Te traje un poco de fruta y leche. –me señalo una bandeja encima de la mesita de noche.- Andrés sugiere que comas algo sólido.
- Gracias. –admití tener hambre
- ¿Te apetecería dar una vuelta? –preguntó- si puedes y no te mareas claro… que no veas lo que pesas…-bromeó de nuevo
- Sí, claro. No te preocupes.

Me bebí de un trago el vaso de leche, y las dos manzanas me las llevé. Fuimos hasta la zona de piscinas. Era un hotel en primera línea de playa. Aquí ya pude ver a más gente. Me saludaban, aunque no los conocía. Ni ellos a mí. Marta, hablaba con todos y cada uno de ellos. Se notaba que la apreciaban. Caminamos un poco por la playa. Incluso me llevó hasta donde me encontraron. A ambos lados de la playa había construido con piedras y verjas metálicas una zona de contención. Según ella, era la zona por donde más solían venir.
- ¿Cómo son esos infectados? –pregunté
- Terribles. Ahora son más asquerosos que al principio. –relataba- Los primeros que vi eran como si aún estuviesen vivos. Pero ahora pasado mucho tiempo, se están pudriendo.
- Suena asqueroso. –admití

Llegamos hasta uno de los muros de contención.
- Y tú… ¿eres la jefa de aquí? –pregunté
- Jajaja…-volvió a reírse- No. Exactamente. En teoría, Andrés es quien toma las decisiones.
- Exactamente, ¿Dónde estamos? –tenia miles de preguntas
- Barcelona. –contestó
- ¿Cómo acabaste aquí? –continuaba preguntando, no parecía importarle
- Vivía con mi novio en Barcelona ciudad. Conseguimos escapar entre toda la marabunta de gente que trataba de huir. Pasamos unos días en una gasolinera. Dimos tumbos de aquí para allá. Un día, Enric, desapareció. Me abandonó. Andrés y su grupo me encontraron. Descubrimos este hotel, y nos quedamos. Poco a poco la gente venía. Hasta que dejaron de hacerlo. Nos asentamos aquí, y aquí seguimos. –relataba con cierta nostalgia.

Ella se percató de que uno de esos infectados se acercaba a la valla. Sacó un cuchillo de la funda que llevaba colgada en la cintura. En ese momento sentí una punzada en la parte trasera de la cabeza. Me sentí mareado.
- ¿estás bien? –preguntó apurada
- Si. Si. –me recuperé

Se acercó a aquella cosa podrida que daba dentelladas a la verja. Le clavó el cuchillo desde la garganta hacia arriba. Se desplomó.
- Joder…-me entró una bocanada-…que asco. ¿Así dejan de moverse?
- Efectivamente. –se señaló la sien- Parece que el punto débil está aquí.

Retrocedimos de nuevo hasta la entrada trasera del hotel. Vi como algunos estaban lanzando cañas de pescar en la orilla y se sentaban en sillas. Supuse que habría que comer. Dimos otra vuelta por allí, presentándome a algunos integrantes.
- Como no recuerda quien es, le he bautizado como Jason. –le dijo a un joven, bastante voluminoso, pero con cara de buena gente.
- Anda…-se rio-… como la peli. Encantando, Jason. Soy Ángel.

Marta, me dijo que ya era bastante información por el momento. Que descansase. Pues las heridas aun me dolían y el paseo me cansó bastante. Ya en la soledad de mi habitación, me toqué en la parte trasera de la cabeza. Justo donde me dio el punzado. Me vinieron imágenes incoherentes. Quizá estaba recordando algo. Pero no tenían sentido alguno. Tan solo una. Me veía a mí mismo en una casa que no conocía. Comiendo pizza y bebiendo cerveza. Algo es algo, reconocí. 

1 comentario:

Ajenoaltiempo dijo...

Honestamente, este capitulo me dejó culo para arriba.