lunes, 8 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 20

Desde lo alto de la colina teníamos una visión perfecta. No se habían movido aun, y no parecía que tuvieran intención de hacerlo. El plan estaba listo y lo ejecutaríamos sin perder más tiempo. Los vehículos cargados los escondimos en un polígono cercano. Pudimos arrancar un coche para desplazarnos hasta la ermita. Comprobamos nuestras armas y nos dirigimos hacia allí. Aparcamos justo en la puerta. Sin embargo, pedimos a Caterina, Maria y Silvia que se quedaran escondidas en un edificio dos manzanas atrás como apoyo. Salimos del coche y me dirigí a la puerta. Golpeé dos veces con gran fuerza.
- Félix. –le llamé
Me aparté de la puerta lo suficiente, por si se les ocurría apretar el gatillo.

- Félix –volví a llamarme con más insistencia

La puerta se abrió y apareció Félix con otros dos curas armados. Se sorprendió al vernos.
- ¿Se puede saber qué hacéis? –preguntó algo molesto
- Mira, no me voy a andar con rodeos. –le dije firme- Hace un par de días te llevaste a una niña de los brazos de su padre. Venimos a recuperarla.

Aquel cura nos miraba entre admiración y desconcierto.
- No sé de qué hablas, hijo. –contestó
- Desconozco cuáles son tus intenciones para con la niña, pero vengo para hacerte un trato. –expuse
- ¿Un trato? –preguntó atónito
- A dos manzanas de aquí, tenemos un furgón lleno de cosas interesantes. Si nos devuelves a la niña, es todo tuyo. –le dijo Dani
- Lo siento hijos míos. No hago tratos. Si es verdad que tenéis ese furgón, más temprano que tarde nos haremos con él. –nos dijo con superioridad- Ahora, si queréis seguir vivos, será mejor que os larguéis de aquí y olvidéis este lugar.

Dani empezaba a ponerse nervioso. Miré a Marcelo que siempre tenía semblante serio, y él me devolvió la mirada.
- Por favor, -continué acercándome un poco- no quiero que esto vaya a más. Danos a la niña y quédate con el furgón.
- Creo que he sido claro. – dio la señal para que salieran los curas de dentro- No estáis en posición de reclamar nada.

Resoplé un poco. No quería hacerlo. Pero no me estaba dando más opción. Me di la vuelta e hice la señal. Tras la señal, diez coches negros de gran cilindrada hicieron aparición. Antes de que comenzara la fiesta, nos apartamos rápidamente. Pude ver como Félix y los suyos cambiaban la cara. Me miró al descubrir quiénes eran los integrantes de los coches y entrecerró los ojos.
- No sabes lo que has hecho. –pudo decir antes de que empezara a disparar.

Después de que nos encontráramos con María en la carretera, Dani y yo fuimos en busca de los chinos que buscaban a los curas. No fue difícil encontrarlos. Ya que rondaban los alrededores del almacén en el que nos encontramos a los curas, semanas atrás. Ellos querían a los curas por haberles atacado, y nosotros sabíamos dónde encontrarlos. El acuerdo era, que nos ayudaran a recuperarla dándoles la ubicación de la ermita.
Iban armados hasta los dientes y sabían moverse como militares. En el furor de la batalla, y en un momento que estaban despistados, conseguimos adentrarnos en la ermita. Afuera se seguían escuchando los disparos y los gritos de los caídos. Cuando nos dimos cuenta de lo que había en el interior, era demasiado tarde. El lugar lo habían acondicionado para albergar mucha gente. Había ancianos, niños, inválidos, familias enteras que se escondían como podían. En una de las literas, estaba Isabel, y una monja que la abrazaba. Me acerqué a ellas, y la mujer trató de golpearme. Le arrebate a la niña. Afuera dejaron de escucharse los disparos y las puertas se abrieron de par en par. Los chinos iban colocando a las personas de rodillas.

- ¿Qué vais a hacer? –pregunté asustado

Uno de ellos, Shun, se colgó el fusil en un hombro y de la cintura sacó una pistola pequeña. Se acercó a un hombre que ya estaba de rodillas y le disparó a la cabeza. Lo mató al instante. El resto de personas, niños incluidos, comenzaron a gritar. Otro de los chinos de fuera, entró con Félix malherido. Me miró asustado. Shun, vino hacia nosotros.

- ¿Esta es la niña? –preguntó Shun
- Si. –contesté
- Ya podéis iros. –dijo mientras me quitaba la pistola de manos
- No podéis matar a estas personas. –dije- ¡Hay niños, por dios!
- El trato era por una niña. –se acercó a mi cara- No por dos, ni tres, ni veinte. Trato por niña.

Otros dos chinos, desarmaron a Dani, Pol y Marcelo. Sabíamos lo que iban hacer. Y no podíamos evitarlo. No a menos que quisiéramos ponernos de rodillas con el resto. Mientras caminaba, trataba de mirar la cara de aquellas personas. Sobre todo los niños. Me paré en seco.

- Shun, -le llamé- ¿Qué quieres por el resto de niños?
- Tenemos lo que queremos. –contestó
- Por favor Shun… -le rogué
El chino que nos acompañaba me abofeteó. Dani, me empujó hacia la salida. Era mejor no enfadar a esta gente. Fuimos alejándonos hasta el edificio donde estaban las chicas. En ningún momento escuchamos más disparos. Aunque aquello no significaba nada. Maria se reencontró con su hermana. Nos estuvo contando que Félix y su gente, ayudaba a toda esa gente desvalida. Acogían a niños, incluso arrebatándolos de sus padres. Pero nunca les hicieron nada. Al contrario. Todo lo que robaban era para ellos. En el fondo me sentía muy mal. Entonces allí mismo me derrumbé. Comencé a llorar desconsoladamente. El resto, casi por inercia hicieron lo mismo. Éramos conscientes de que algo malo les iba a pasar. Solo por recuperar a una niña a la que cuidaban. Si, la había secuestrado, pero no le hacían nada malo. De camino al hotel de Ernesto, tuve que parar. Había un grupo de al menos siete no muertos. Me los fui cargando uno a uno con rabia. No dejé que el resto se moviera. Solo quería desatar algo de adrenalina. Cuando terminé, me temblaban las manos. El puñal se me resbaló de las manos ensangrentadas. Silvia, salió y vino a mi lado.
- Cariño. –me decía con los ojos llorosos- No sabias lo que iba a ocurrir. Nadie de nosotros lo sabía. Hiciste lo que creías correcto. Además no hemos escuchado más disparos…
- Le disparó sin pestañear a un hombre de rodillas… -le dije taquicárdico.

Nos abrazamos y lloramos juntos. Silvia era la mejor persona que había conocido en la vida. Quizá por eso me enamoré de ella. Continuamos el camino hasta el Hotel. Al llegar, encontramos a Ernesto medio borracho en una silla. Al vernos, se asustó y trató de atacarnos. Entre Dani y Marcelo lo consiguieron calmar. Al ver a Isabel, se derrumbó. No le contamos lo sucedido. No era el momento. Di un vistazo rápido a la estancia, y descubrí que empezaba a apañárselas. Pues si le había robado los curas, se había recuperado rápidamente.
- Veo que te las sabes apañar… -dije sentándome a su lado.
- No tenía otra cosa que hacer. –dijo dando un trago a una botella de tequila a medio terminar.
- ¿Me das? –me hacía falta a mí también.

Me tendió la botella y el primer trago que di casi me da una arcada. El segundo entró mejor. Le conté que nos íbamos hacia la costa. Seguía sin convencerle para que nos acompañara. Tras unos minutos, nos despedimos. Estábamos ya arrancando, cuando Maria salió.
- ¿Hay hueco para uno más? –me preguntó
- No puedes venir tu sola. Debes quedarte y ayudar a tu padre. –contesté
- Mi padre se las sabe arreglar solo. Además, es idea suya. –trataba de convencerme.
Ernesto e Isabel salieron también. Me miró y con la cabeza me dio su aprobación. Por lo que dejé que Maria entrase.

- Cuídala bien. –me gritó

Ahora sí, comenzábamos nuestro viaje.

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