sábado, 20 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 52

Capítulo 52.


En ese mismo instante fue a ver al rey sin su consentimiento. Tuvo que evadir varios guardias apostados, y esperar a que no le viera nadie. Entonces entró en la habitación. Joaquín seguía en el mismo lugar donde lo había dejado horas antes. Era casi de noche ya. Al escuchar la puerta cerrándose, el rey se sobresaltó y observó con rabia a Raúl.

- ¿Qué haces aquí? –le regañó.

- Tenemos que hablar. Es importante. –dijo con brusquedad.

- Ya te dije que debo pensar sobre tus acusaciones.

- Tu hermano ha secuestrado a Vera y Martin y me ha amenazado. –le gritó.


El semblante del Rey cambio por completo. Aquello no era una noticia que le habría gustado recibir. Incluso, se podía percibir el miedo en su mirada. Le incitó a sentarse, entre otras cosas para poder hablarle a la cara sin dolor al levantar la cabeza.

- ¿Qué ha ocurrido? –preguntó.

- He vuelto a casa y ya no estaban. Me ha dejado una nota. Lo sabe, Joaquín.

- ¿Le has dicho que yo lo sé? 

- Le he mentido a medias. Le he dicho que no te lo he contado, pero que si lo hacía no me creerías.

- ¿Qué es lo que quiere de ti?

- Me ha pedido que no diga nada. Que no haga nada. Te está envenenado para convertirse en el nuevo rey. 

- ¿Si yo muero, te devolverá a tu familia?

- Eso ha dicho.

- Pues entonces no queda más remedio que prepararme para morir. –le guiñó un ojo.

- ¿No estará hablando en serio?



Salió del castillo abatido. Se refugió en su casa, y no permitía que nadie lo viera. No podía permitirse que la gente hablase o descubriera que Vera y el niño no estaban en casa. Todo eso podía poner en jaque todo, y lo único que quería es que nada le pasase a su familia. Durante todos esos días, ni siquiera visitaba al rey, y acumulaba las notas que le pasaban por debajo de la puerta. Estaba en el salón, cuando escuchó ruido en su habitación. Cuando llegó se encontró a Reina y Héctor entrando por la ventana.

- Por fin. –dijo Héctor- dar contigo es una auténtica tarea.

- ¿Qué pasa Raúl? –preguntó Reina escrutando la habitación y la cuna vacía que le había regalado- ¿Dónde están?

- No deberías haber venido. –contestó Raúl rabioso.

- Sea lo que sea, puedes contárnoslo. –dijo Héctor apoyando un brazo en el hombro.

- No puedo. Si lo hago podríais poner en peligro a Vera y Martin.

- Si no nos lo cuentas, sabes que lo averiguaremos por nuestra cuenta. –amenazó Reina.


Sin más remedio, tuvo que contarles todo. Lo que había visto esa noche en el torreón, las visitas al rey, lo que le había pedido que averiguase, como el comisario le estaba chantajeando… todo. 

Aun no salían de su asombro, cuando las campanas del castillo sonaban con un ritmo pausado. Raúl cerró los ojos y suspiró profundamente. Se frotó la cara con las manos y supo que el rey había muerto. El patio central del castillo se llenó enseguida de gente, expectante a lo que les tenían que anunciar. Raúl, Reina y Héctor, se quedaron en una calle atrás, donde podían ver y escuchar sin ser vistos. 

- Lamento comunicaros –decía la voz entrecortada del comisario- que el Rey Joaquín acaba de fallecer, después de luchar por mucho tiempo contra una enfermedad que todos conocíais.


El murmullo y conversaciones  especulativas de la gente no se hicieron esperar.

- El Rey Joaquín, quien construyó esta comunidad por el bien de todos, será recordado por siempre. –hizo una pausa- Pero no debe preocuparos. Como persona de mayor autoridad, me declaro nuevo Rey de Lobarre y prometo cumplir con todas las obligaciones que el titulo sustenta. Mi primera obligación, será darle un funeral como se merece a nuestro rey ya fallecido. Se oficializará esta noche al toque de seis campanadas. 

- ¡Larga vida al rey! –gritó uno de los lugareños.

- ¡Larga vida al rey! –gritó de seguido toda la gente del patio- ¡Larga vida al rey! ¡Viva el Rey Elías!



Raúl esperó a que el patio se quedase vacío para ir a la torre del comisario. Les pidió a Reina y Héctor, que se mantuvieran al margen, pero que reuniese al resto en su casa para darles explicaciones una vez se hubiera resuelto todo. Estaba nervioso, pues llevaba cuatro días sin ver a Vera y Martin y había llegado el momento de llevarlos a casa. Procuró que nadie que no fuera los guardias del comisario, el nuevo rey, le viese. El Rey Elías le estaba esperando en su dormitorio, junto a varias empleadas que recogían sus cosas para trasladarlas al castillo. 

- Dejadnos solos. –ordenó a las mujeres.

- Ya he cumplido mi parte. Entrégame a mi familia.

- Muestra un poco más de respeto a tu nuevo Rey. –dijo altivamente.

- Tan solo quiero volver a casa con mi familia. 

- Has cumplido bien con lo que te pedí. –admitió- Pero aun debo asentarme en el nuevo puesto sin que haya especulaciones. Se quedarán hasta que considere que no suponéis un peligro.

- Eso no era lo que acordamos. –se enfadó.

- ¿Vas a desautorizar al rey? –se encaró- en cuanto chasquee los dedos, todos esos guardias de fuera harán todo lo que les pida sin pedir explicaciones. Así que te sugiero que aguantes un poco más, y no pongas tu vida en peligro.


Salió del cuarto dando un portazo. Su cabeza era un torbellino. La sangre le hervía. La mandíbula le dolía de tanto apretar los dientes. Sentía que su rabia iba en aumento y ya no podía controlarla más. Al llegar a su casa, todos estaban esperándole. Lo miraban con desconcierto, y alguien hasta con miedo al ver la expresión de su cara. Allí estaba Pablo, Ramón, Héctor, Reina, Eli y Sharpay. Cerró la puerta y miró por la ventana antes de hablar con ellos.

- Necesito vuestra ayuda. –dijo con decisión.


Les contó lo que sucedía con todo lujo de detalles. Poco a poco, la crispación se hacía más evidente, y por fin, decidieron actuar como deberían haberlo hecho desde el principio. Asaltarían el castillo en busca de Vera y Martin. 

Raúl volvió al castillo, y se dejó apresar por los guardias del Rey Elías. Que lo llevaron ante él. Lo dejaron a solas, algo magullado por los golpes que se había dejado dar, pero hechos a propósito. Elías lo miraba enfadado.

- Lo hemos encontrado tratando de entrar en las mazmorras. –dijo el guardia.

- Dejadnos solos. –ordenó- Acabas de cometer la estupidez más grande de tu vida. 


Raúl permanecía con la cabeza baja, sin mirarle a la cara y tratando de simular miedo. Elías se acercó a él y lo abofeteó. 

- Acabas de perder tu única oportunidad de recuperar a tu familia. Pero eso ya lo sabias. 

- Así es. –contestó Raúl mirándolo con desprecio.

- Te azotaré y te humillaré hasta que supliques que te mate.

- Inténtalo y te mato. –le amenazó. 


Al escuchar eso, desenvainó su espada y justo en el momento que se disponía a apuntarle con ella, Raúl lo desarmó exactamente igual que le había enseñado Pablo. Le retorció el brazo, y con un meditado golpe en el exterior del codo, le partió el brazo. 

- Estás loco chaval –le gritó- ¡Guardias!

- Yo he sido muy benevolente contigo, pero te aseguro que mis amigos no lo serán con tus guardias. 


Afuera se escuchaba ruidos metálicos, gritos, y signos de lucha. 

- No podrán con mis guardias. –se retorcía de dolor.

- ¿Dónde están Vera y Martin? –preguntó retorciéndole el brazo roto.

- No te lo pienso decir. No lograrás…- no terminó la frase, porque Raúl, le cortó la mano con la espalda un poco más arriba de la muñeca.


Lo cogió por la espalda. Elías gritaba de miedo y dolor al ver el muñón que le había dejado. Salieron al pasillo, y descubrió un reguero de guardias muertos por todo el corredor. Por el otro extremo del pasillo, Elías vio algo que le produjo más dolor que la amputación. Su orgullo herido. Al ser engañado. Un grupo de guardias del Rey Joaquín se acercaba hacia ellos. Entre medias de ellos, el propio Rey Joaquín también llegaba sentado en una silla de ruedas y con cara de pocos amigos, y muy pálido.

- Hola hermano. –hizo una reverencia- Supongo que no te alegrarás de verme.

- ¿Tu? –balbuceaba- ¿Tu? Pero… -le enseñó la mano amputada-… mira lo que me ha hecho… -lloriqueaba.

- Debo reconocer que la violencia mostrada aquí esta noche es desmesurada. –miró a Raúl- sin embargo, supongo que estará debidamente justificada. 

- ¡Raúl! –gritó una voz al otro extremo del pasillo- ¡Raúl, debes venir!


Era Héctor y por su expresión de la cara, supo en ese instante que algo no iba bien. Dejó allí a los dos reyes, y corrió detrás de Héctor, que bajaba escaleras a toda prisa. Llegaron hasta las mazmorras, donde estaban las celdas. A la entrada de una de ellas, estaba Sharpay y Eli. En el suelo había guardias muertos. Se acercó a toda prisa. Dentro de la celda estaba Vera. Muy débil y tumbada. Eli la atendió. 

- Vera. Vera. –la tocó la cara, pero abría los ojos muy débilmente- ¿Dónde está Martin?


Pero no contestaba. Reina llegó por detrás. Le tocó la espalda, y al ver la cara de Reina y los demás, comenzó a llorar temiéndose lo que encontraría. Salió de la celda, y en la siguiente, estaba la mujer morena de rostro puntiagudo, sujetando un bulto envuelto en una manta. Se apresuró a quitárselo. Cuando separó la manta no podía creer lo que veía. Cayó de rodillas emitiendo un grito desesperado y agudo que puso los pelos de punta a todos los que allí estaban. Raúl sujetaba el cuerpo sin vida de Martin, contra su pecho.

- Lo siento. –dijo la mujer morena- se me cayó al suelo cuando trataba de huir. Lo siento. Yo no quería. 


Raúl la miraba con tal odio, que en ese mismo instante la hubiera matado con sus propias manos. Pero algo más le estaba pasando. Algo que hacía mucho tiempo que no le sucedía. El traqueteo detrás de las orejas. La gente le hablaba pero no lograba entender lo que decían. Estaba mareado, y sin dejar de sujetar al bebé vomitó encima de la mujer. La vista se le nublaba a pasos agigantados. Se giró para decirle algo a Pablo. No supo si logró decirlo o no. Desvió la mirada hacia la cintura de Pablo, que llevaba una pistola en el cinturón. Se la quitó y disparó en la cabeza a la mujer que se quedó con los ojos abiertos al caer. Salió de la celda, aturdido. El dolor detrás de las orejas, le estaba avisando que pronto perdería el conocimiento. La gente le decía cosas, pero al no entenderlas no les prestaba atención. Llegó hasta Eli, que seguía de rodillas dando de beber a Vera. Le tendió el cuerpo sin vida de Martin. Se dejó caer sobre Vera, que no se movía, pero era plenamente consciente de lo que ocurría y sus ojos se llenaron de lágrimas. Raúl balbuceó algo: “Perdóname”. Y Vera desvió la mirada ahogando un grito.


Cuando logró salir al patio, aún seguía notando el dolor del traqueteo. Caminaba trastabillando y se fijó en el cuerpo que colgaba con el cuello roto. Supo que era Elías, en cuanto se fijó en la ausencia de una mano. Caminó, entre la gente, lleno de sangre aturdido. Sin saber hacia dónde dirigirse. Le miraban horrorizados, y se apartaban a toda prisa. Un guardia se acercaba a toda prisa con la espada a punto de cortarle la cabeza. Pero por alguna razón que desconocía, el guardia desapareció de su vista. Quizá hubiera preferido que le cortase la cabeza, y así terminar con el sufrimiento. Sin embargo, cuando todo se le pasó, estaba en mitad del bosque tumbado boca abajo. Se incorporó con un dolor de cabeza horrible y vio la figura del castillo a lo lejos. Le dio la espalda y continúo caminando en dirección contraria. Alejándose de todo aquello, con gran desánimo.


Continuará…

La nieve los trajo. Capítulo 51

Capítulo 51.


Pasaban los meses y el embarazo de Vera se hacía más evidente. Con el nuevo empleo de Raúl, habían logrado mantener un seguimiento periódico de la Doctora. Todo funcionaba a la perfección. Incluso ya sabían el sexo del bebé. Era un niño. Aún no habían pensado en el nombre, pero no les preocupaba. Llegado el momento lo decidirían. Vera había forjado una estrecha relación de Eli, y por consiguiente con Sharpay. Cada vez que podían, se juntaban y pasaban la tarde tomando café o lo que fuera. Pablo tuvo problemas debido a la actitud de Maria. Que fue expulsada del aula indefinidamente. Así que, la mayor parte del tiempo se la pasaba sola en la casa. Por suerte, mientras no hubiera nadie que la molestase y pilas para su reproductor de música todo iba sobre ruedas. Héctor, no solo había logrado pasar a vendedor en el mercado, sino que también con el dinero que ganaba, lo invertía en la compra de cerdos vivos. Hacía su propio jamón serrano. Un fruto, que rápidamente se convirtió en el producto estrella reportándole grandes beneficios. Reina, por su parte, aún mantenía en secreto su relación con Nadya. En especial a sus padres. Aunque mucho se temía que lo supieran, y por el mero hecho de que su hija estuviese feliz lo pasaban por alto. Aquella vida les hizo olvidar todo lo malo que habían pasado. 

Siendo de madrugada, aun de noche, las campanas del castillo comenzaron a sonar. Despertándolos sobresaltados. 

- ¿Qué ocurre? –preguntó Vera incorporándose con dificultad debido a la prominente barriga.

- No lo sé…-contestó Raúl adormecido. 


Afuera, se podía escuchar el ruido de pisadas a toda prisa. Raúl se levantó, y abrió la pequeña ventana. Guardias, vigías y centinelas, corrían de un lado para otro. 

- ¿Qué ocurre? –preguntó Raúl a un vigía que pasaba justo por su ventana.

- Un rebaño. Se acerca un rebaño de los grandes. Quedaos en casa y no salgáis por nada. El muro los contendrá, pero por precaución no debéis salir. ¿De acuerdo? –informó el vigía marchándose sin dar más explicaciones.

- ¿Un rebaño? –preguntó Vera.

- Eso ha dicho. –contestó preocupado.- tienen que ser muchos para que hayan logrado traspasar el rio y llegar hasta los dominios.

- La historia se repite. –se lamentó Vera sujetando con fuerza su barriga.


Rebeca también se había levantado, y estaba en el quicio de la puerta. Vera, cariñosamente, le permitió subir a la cama y se acurrucó entre los dos.

A media tarde, el comisario reunió a todos los habitantes en el patio central del castillo. La gente estaba asustada. Nerviosa. Nunca antes, un rebaño de esa magnitud, había llegado tan lejos. Todo gracias al trabajo de los vigías las veinticuatro horas del día. El rey no hizo aparición, pero si el comisario. Arriba de un balcón, mandó silencio.

- Gracias por venir. –dijo en voz alta- Esta madrugada hemos sido sorprendidos por un rebaño de monstruos. Gracias a las labores informativas de nuestros vigías, logramos evacuar con suficiente antelación a las personas que viven en las casas fuera del muro. Nadie ha sufrido daños. No tanto así, varios campos de cultivo y gran parte de nuestro ganado. He de pediros vuestra máxima colaboración en estos tiempos difíciles que se aproximan. Necesitaremos voluntarios para limpiar la parte del muro afectada por los restos de los monstruos esparcidos, así como cobijo temporal a los agricultores afectados, hasta que nos aseguremos de que los dominios vuelven a ser seguros. Y por último, necesitaremos gente dispuesta a abandonar su vida cotidiana y acompañarnos fuera de los dominios, en busca de recursos que reemplacen a los perdidos. Esto último, como requisito indispensable se expone que se posea buen estado físico. Ya que nos expondremos a los peligros inminentes de la deshumanización fuera de nuestro pueblo. Las listas estarán puestas al término del día en mi puerta. 


Hubo un murmullo generalizado. No tanto por la solicitud de voluntarios, como por la posibilidad de pasar necesidades en poco tiempo. 

Tras discutirlo, Raúl decidió que se apuntaba como voluntario para salir fuera de los dominios. Vera no estaba de acuerdo, y menos en el estado en que se encontraba. En cualquier momento, saldría de cuentas, y tendría que dar a luz. Y lo único que le pedía, era que estuviera presente cuando ocurriera. Por suerte, Eli, se trasladó temporalmente a casa de ellos para estar a su cuidado. Dos días después de presentar la solicitud, el grupo de expedición se puso en marcha. Un total de sesenta y dos personas se encaminaban hacia la devastación en busca de cualquier suministro, o recurso interesante. A excepción de los grupos de exploración habitual, que cesaron su actividad de búsqueda de supervivientes. El recorrido sería largo y trabajoso. Pues ya tenían vaciado unos ciento cincuenta kilómetros a la redonda. 

Los primeros días fueron los más duros. Algunos hombres, que no habían salido nunca desde que llegaron al Castillo, era como si les presentases un nuevo planeta. La degradación de las infraestructuras era tal, que ciudades enteras eran esqueletos. Solo aguantaba la estructura exterior. Todo el interior estaba derruido. O calcinado. Los exploradores avanzados, avisaban cuando había peligro, y se preparaban para afrontarlos de frente o si era demasiado, corregían la trayectoria. Algunos no lo habían hecho nunca, y eso provocó algún que otro incidente sin mayores consecuencias. Algún tobillo torcido o heridas leves por impacto de piedras o contra el asfalto. Cualquier animal que deambulaba cerca era capturado. Tanto para la manutención de la expedición, como para llevarlo a los dominios. Los campos que hacía tiempo estaban cultivados, casi todos presentaban un aspecto tétrico. No se podía salvar nada. Las nevadas del último año hicieron mucho daño. Desvalijaron invernaderos que sobrevivían, guardando todas las semillas que encontraban. El ganado pastaba a sus anchas, libremente. Huyendo cada vez que un humano se acercaba. Lo cual les ponía las cosas más difíciles, ya que los querían capturar vivos. Raúl contaba los días, con la esperanza de que volvieran a tiempo de ver nacer a su hijo. Una noche, en uno de las fogatas del campamento que habían montado, el comisario se acercó.

- Ya le debe de quedar poco ¿verdad? –preguntó sentándose a su lado.

- Si. –contestó.

- ¿Por qué te apuntaste? Yo en tu lugar me habría quedado en casa con mi mujer.

- Fíjate en todos esas personas. ¿Cuántos crees que tienen la experiencia suficiente para desenvolverse aquí fuera? Creí que sería necesario gente con experiencia. 

- En eso llevas razón. –admitió. ¿pero porque tú te crees mejor que ellos?

- Yo no me creo mejor que nadie. –le reprochó.

- A veces es mejor no hacer nada. –le dijo- Te he visto continuamente visitando el castillo. Te crees con más poder, por ser un mantenido del rey. Ignoro cuáles son tus intenciones. Pero como te he dicho antes, es mejor no hacer nada. Recuerda estas palabras. –le amenazó.


Aquello le dejó toda la noche pensativo. ¿Qué habría querido decir? De todas formas, su mente estaba ocupada en encontrar todo lo que se necesitaba y cuanto antes, para volver. Lo que ocurrió tres semanas después. Habían llenado todas diligencias con recursos necesarios, y capturado más animales de los que eran capaces de controlar. El comisario estaba feliz, y eso se convirtió en el pasaje de vuelta. En total, veintitrés días rememorando todo aquello que se habían propuesto olvidar. Infectados, hambre, miedo, frio, devastación, soledad.

Raúl fue directamente hasta su casa. Donde Vera le estaba esperando en la cama. Ambos se fundieron en un interminable abrazo. Eli, emocionada, no pudo contener las lágrimas de alegría. 

- Ha dilatado cinco centímetros. –le informó- Merche, la doctora, vendrá enseguida. Y Teresa. Que por lo visto, fue matrona en su juventud.

- Ya viene cariño. –se sentó a su lado, apretando sus manos. Ella le sonreía y lloraba a la vez.


Era de noche, y una multitud se agolpaba cerca de la casa. Estaban expectantes, ante la llegada del nuevo miembro de Lobarre. Y para ser sinceros, el único puramente natal de allí. Había silencio. Solo algunos murmullos se escuchaban creando eco. Cuando por fin, se escuchó el llanto de un bebé, la gente dio una sonora ovación. La gente aplaudía, y se abrazaba entre ellos, como si fueran familiares cercanos. Aunque muchos de ellos ni siquiera hubieran hablado con Raúl o Vera. Todo el griterío se apagó al instante en que la puerta se abrió. La doctora salió y riendo informó.

- Ya ha nacido. –dijo son alegría- tanto la madre como el niño están sanos. Me han pedido que los disculpéis. Están cansados y no saldrán a saludar. Pero estarán contentos de presentároslo, tan pronto estén preparados. 


Un sonoro aplauso, así como felicitaciones a gritos, inundó esa noche Lobarre. Ellos lo escuchaban emocionados desde dentro. Raúl sostenía a su hijo envuelto en una manta y lo acunaba derramando una lágrima de felicidad. 

- ¿Puedo saber ya que nombre le vais a poner? –preguntó Eli medio llorando.

- ¿Martín? –preguntó Raúl mirando a Vera.

- Me gusta. –contestó ella con aspecto muy cansado- Lo llamaremos Martín. 


Eli, se tuvo que sentar en una silla y rompió a llorar. 

- ¿Qué te pasa Eli? –preguntó Vera.

- Que soy la primera en saber el nombre. –dijo muy emocionada- Perdonar, pero estoy muy emocionada. Ha sido increíble ver nacer a Martín.

- Ven. –dijo Vera, y ambas se abrazaron y lloraron de felicidad.


Al día siguiente, Raúl recibió otra nota del rey. Le citaba mucho antes de la hora pactada. Muy a su pesar, acudió. Claudio ya le estaba esperando para acompañarle no al salón principal, si no, al dormitorio privado. Cuando entró, estaba sentado en un cómodo sillón frente a una ventana. Claudio le anuncio su llegada. Invitándole a sentarse en el otro sillón.

- Me alegra que hayas venido. –su voz era más débil.

- Si no le importa, acabo de ser padre y me gustaría volver con mi familia.

- No te robaré mucho tiempo. –su aspecto era mucho peor de lo que se esperaba- Te felicito por tu paternidad. ¿Cómo debemos llamarle?

- Martin. 

- Muy bonito. Me hubiera gustado acércame a tu casa yo mismo. Pero ya ves… mi salud no me lo permite.

- Llevo tiempo… -la puerta les interrumpió. Era el comisario, y traía consigo la bandeja de plata y el juego de café. Raúl no le quitó ojo, y el comisario le miró con suspicacia.

- Joaquín, hermano mío, -dijo poniéndose a su lado- he querido traerte to mismo la merienda.

- Gracias, Elías. Muy amable por tu parte.

- Estaré en el castillo, por si necesitas algo. –observó la reacción de Raúl cuando le acercó la taza de café a las manos del rey y le obligó a beber.


Raúl esperó a que el comisario saliera de la habitación. Entonces supo que era el momento de poner en sobre aviso al rey.

- ¿Qué querías contarme? –preguntó antes de dar otro sorbo.

- Verás Joaquín… cuando me pediste que le pusiera al tanto de todo lo que ocurría fuera del castillo…

- Es verdad… casi lo olvido… espero que no suspendieras tus reuniones en el tejado.

- No. De hecho, incluso cuando no teníamos reunión, también subía.

- ¿y bien?

- Creo que su hermano le está envenenado. –susurró con la convicción de que él lo echaría de inmediato.

- ¿Estas completamente seguro? –volvió la cara pálida hacia Raúl. Que asintió con temor- Imaginaba que algo estaba sucediendo. –dijo con tranquilidad- Si no te importa, me gustaría estar solo. Debo pensar en tus acusaciones. 


Afuera, en un pasillo más alejado de las habitaciones, estaba el comisario con la mujer morena de rostro puntiagudo. 

- El chico lo sabe. –susurró al oído.

- Debes actuar. –contestó en el mismo tono la mujer.


Raúl caminaba por la calle, pensativo. Pero cuando vio la puerta de su casa abierta, le embargó el miedo. Corrió a toda prisa, entró en la casa. Ni Vera ni Martin estaban. Tan solo una nota encima de la mesa. “Ven a verme cuando te lo hayas pensado” En ese mismo instante, supo que era del comisario. Subió las escaleras del torreón, dos guardias le impidieron el paso, pero la puerta del dormitorio del comisario estaba abierta y una voz ordenó a los guardias apartarse.

- Cierra la puerta. –ordenó el comisario con semblante serio.

- ¿Dónde están? –preguntó casi en un grito.

- Siéntate. –dijo sin elevar la voz.

- ¿Dónde están?


Aquella actitud de Raúl no le gustó nada al Comisario, que se levantó. Cerró la puerta con cuidado y agarrando por el cuello a Raúl le obligo a sentarse. Después, él también se sentó en la silla de detrás del escritorio.

- Muy bien Raúl. –entrelazó las manos y apoyó los codos en la mesa- Creo que te has metido en un jardín del que solo tú vas a poder salir si colaboras.

- No sé de cojones me hablas.

- Te lo explicaré de otra manera. Has sido padre recientemente. Los recursos en estos momentos son escasos. Como buen padre, tienes que dar de comer a tu mujer e hijo. Por eso pillamos a tu mujer robando comida en el mercado. 

- Serás…

- Escucha, escucha… ¿recuerdas lo que te dije en el campamento? A veces es mejor no hacer nada. Y eso es precisamente lo que vas hacer. NADA. 

- Quiero ver a Vera y Martin. –dijo Raúl casi en una súplica.

- Y los veras. Te lo aseguro. Pero empecemos de nuevo. No sé cómo has averiguado nuestros planes, ni me importa. ¿Le has contado algo a mi hermano?

- No. Y aunque lo hiciera, no me creería.

- Fenomenal. Pero para asegurarnos de tu silencio, y mientras dure el proceso que no durará más de una semana, tu mujercita y tu hijito permanecerán bajo la custodia del comisario. Si todo sale como tengo planeado, en menos de lo que canta un gallo serán libres. Es más, contarás con mi plena confianza, y puedo hacerte la vida más fácil de la que puedes contar ahora con mi hermano. ¿Qué me dices?

- ¿Por qué haces todo esto? 

- Por una razón muy sencilla. Mi hermano no está en plenas facultades. No es capaz de liderar Lobarre, como se merece. Solo estoy acelerando un poco las cosas. 

- Es decir, si el rey muere, tú te conviertes en el nuevo rey y yo puedo volver a casa con mi familia.

- Chico listo.

- ¿Qué garantías tengo?

- Ninguna. Si no colaboras, nunca más veras a tu familia. –se levantó- hemos terminado.

La nieve los trajo. Capítulo 50

Capítulo 50


Sentado en una silla, leía una y otra vez la nota que le había entregado el guardia del rey. Vera lo observaba desde la diminuta estancia que habían destinado como despensa y cocina. Eran casas muy antiguas, y por tanto, diferían mucho de las viviendas actuales. Se esmeraba en cortar dos rebanadas de pan, que luego untó con confitura de melocotón. 

- Sobre lo de anoche…-rompió el silencio.

- No tienes por qué avergonzarte. –se limitó a contestar.

- ¿Vas a ir a esa cita? –preguntó preocupada.

- Si. Debo ir. 

- La nota no dice que sea una obligación. ¿y si es algo malo?

- Aunque solo sea por respeto, voy a ir. No te lo conté, pero el día que llegamos mantuvimos una conversación privada. Nada trascendental –mintió- dudo que sea algo malo de lo que quiera hablar.


Se levantó para irse. Cogió su chaqueta de cuero, colgada en el perchero de la pared, y abrió la puerta. Al mismo instante que Eli hacia aparición, y entraba a toda prisa por la puerta, como si fuera su casa.

- Buenos días. ¿Cómo estáis? –miró a Raúl que la miraba con sorpresa –hola Raúl, ¿te vas?, mejor. Porque tengo cosas que hacer con la futura mamá. –la guiñó un ojo a una confundida Vera que le hacía gestos a Raúl de no comprender nada- Así que ya te estas yendo donde sea que te vas.


Raúl arqueó las cejas mirando expectante a Vera, pero Eli lo empujó hacia la calle, cerrándole la puerta de su casa en sus narices.



Pablo se encontraba en lo alto de una colina. Observaba el horizonte a través de unos prismáticos. Tenía fija la vista en el rio. Chasqueó la lengua, inquieto. 

- ¿Pinta mal como parece? –preguntó Ramón entornando los ojos tratando de ver, sin éxito, hacia el rio.

- Muy mal. Treinta y cinco y siguen llegando. La valla de madera no durará mucho. Deberían dejarnos cruzar el rio y encargarnos de ellos. Nos hemos ocupado de muchos más cuando estábamos fuera. Van a contaminar el rio de un momento a otro.

- No sabemos si rio arriba el agua baja ya contaminada. Por eso la hervimos antes, Pablo. Esta gente lo tiene bien montado. No es de mi agrado el comisario, pero he de reconocer que ha hecho los deberes. Y si han considerado que no crucemos el rio, será por algo. Anda, continuemos el recorrido y limpiemos la zona. He visto dos infectados cerca del camino norte.



En el aula dispuesta por el rey para que una profesora impartiese clase, se encontraba Maria. Más apartada que el resto de niños. Era una niña difícil de tratar, y más cuando no pronunciaba ninguna palabra. La profesora le entregó un cuaderno y un lápiz, y así al menos, se entretenía dibujando. Al principio solo eran figuras borrosas. Pero pronto, la profesora, se dio cuenta de los que representaban. 

Un niño, algo mayor que Maria, se acercó con otros dos niños más. Le hablaba, pero ella los ignoraba colocándose los auriculares. Aquellos niños, pasaron a hacerle burlas y la insultaban cuando la profesora no estaba, o se encontraba lejos.

- Eres muy tonta. ¿los monstruos te han comido la lengua? Mirarla. Siempre callada. Que rarita eres. –dijo a la vez que le tocaba el hombro para hacerse notar que le hablaba a ella.

Casi de inmediato, Maria saltó sobre el niño y le clavó el lápiz en la mano. Este comenzó a chillar y llorar de dolor y miedo. La profesora, que estaba en la otra punta de la sala, se sobresaltó al ver la escena. Aterrorizada, llevó al niño a la enfermería, y un guardia se llevó a Maria a la torre del comisario.



Raúl entró en el mismo salón donde habían almorzado a su llegada. La estancia estaba impregnada de un fuerte olor a incienso. La mesa donde comieron, no estaba dispuesta para hacer uso de ella. Media hora más tarde, el rey apareció por una puerta a su derecha. Iba acompañado por su inseparable sirviente. Caminaba dificultosamente hacia él.


- Debes perdonarme. Mi sesión de rehabilitación se ha extendido más de lo que cabría esperar. –dijo el rey con expresión de no haberlo pasado bien en aquella rehabilitación. 

- No se preocupe. –dijo sin convicción, e impaciente.

- Pero por favor, siéntate. Siéntate. –le señaló dos asientos bastante cómodos, de incalculable antigüedad. Frente a una chimenea chisporroteante. Entre medias de los dos asientos, una pequeña mesita de madera, seguramente, también antigua. Ambos se sentaron.

- ¿De qué quería hablarme, señor? –preguntó Raúl incomodo por la situación.

- Joaquín…-corrigió-… llámame Joaquín.

- Sí, señor… Joaquín.

- En realidad, tenía la esperanza, de que fueras tu quien me hablara.

- No le entiendo.

- La última que vez que hablamos, te di un consejo. ¿lo seguiste?

- Los siento. Pero no. No lo seguí. 

- Ahhh…-suspiró-… una pena. Sí señor, una pena. Así es la juventud, ¿verdad?

- Pero usted no parece muy mayor…

- No… no lo soy. Aunque mi enfermedad me está pasando factura. Ya lo creo. –hizo una pausa, pues el empleado llegó con una bandeja donde traía dos tazas y una tetera. Así como azúcar y leche.- Gracias Claudio. ¿Te apetece una taza de café? –ofreció a Raúl.


Raúl contempló con semblante serio aquel juego de café. Le recordaba perfectamente al que vio desde la torre abandonada. Enseguida, trató de forzar una sonrisa y declinó la oferta.

- Lo siento, pero me sienta mal el café. –mintió descaradamente.

- Una pena…-dio un sorbo a su taza-… según tengo entendido, cuesta mucho encontrar este preciado grano. 

- ¿Se encuentra usted bien? –preguntó Raúl escrutándolo con detenimiento.

- Ya has visto lo que la enfermedad me provoca. Así, que estar bien no es una sensación que disfrute con asiduidad. Pero no hablemos de mí. Me han llegado noticias de que pronto serás padre. ¿No es así? –sonrió plácidamente, tomando otro sorbo al café.

- Así es… -miraba la taza, y después a su cara.

- He de suponer, que la madre no es la chica que te presentó sus sentimientos en la terraza del corredor.

- Pues no. Es mi pareja desde hace mucho más tiempo. Junto a la que llegué a Lobarre.

- De todos modos, es una gran noticia. Debes estar orgulloso. Ostentarás el título de primer padre del primer niño o niña nacido en el Castillo de Lobarre, después de siglos deshabitado.

- No es lo que pretendía.

- Oh no. Claro que no. 

- Mire, Joaquín, aun no comprendo que hago aquí.


El hombre de pelo largo y entrecano, lo observó un buen rato pensativo. Se terminó la taza de café, y la depositó suavemente en el platito pequeño. Raúl, lo siguió con la mirada. 

- Compañía. –fijó la mirada en el fuego de la chimenea.

- ¿Compañía? –preguntó atónito- ¿He perdido una mañana de trabajo, para hacerle compañía? 

- ¿Supone un infortunio hacer compañía a un hombre moribundo? –su cara se entristeció- Debí suponerlo. 

- Lo que me supone es que hoy no cobraré por las tareas del campo. Joan y Teresa, han tenido que hacer el trabajo ellos, sin ayuda. Por suerte, cuando les dije que usted me había citado, cambiaron de idea respecto a no despedirme. 

- He de suponer que está pasando apuros económicos. No tuve en cuenta que la madre de su hijo no podría trabajar. Quiero darte mis más sinceras disculpas. 

- No tengo nada en contra suya, señor. Pero estaba preocupado. Pensé que había hecho algo mal y me encuentro que tan solo quería compañía. Si no le importa, me gustaría volver al campo antes de…

- Siéntate. –ordenó. Raúl, sin esperarlo, obedeció sin oponerse- Si eso es lo que te preocupa, te propongo algo. Tú necesitas apoyo económico, y yo necesito entretenimiento. ¿Qué te parecen quince lores por dos horas al día?

- ¿Quince lores? ¿por venir aquí a conversar?

- Por venir a conversar, jugar al ajedrez, que me pongas al día de lo que ocurre ahí fuera…

- Pues me parece bien…-tenía la boca abierta de par en par, porque aún no se lo creía-… ¿pero porque yo? Tiene mucha gente a su disposición, cualquiera podría…

- No, Raúl, no. Cualquiera no. No todos tienen la habilidad de pasearse a media noche por lo alto de los muros y celebrar reuniones en el tejado más alto del castillo.


Entonces lo comprendió. No sabía cómo los había descubierto, pero lo sabía. Encima ya le había dado demasiadas pistas, rechazando la taza de café, preguntando por su estado de salud y sin quitar la vista del juego de café que había visto manipular al Comisario. Al darse cuenta, el rey Joaquín le obsequio con una sonrisa cómplice y guiñándole un ojo. Con ayuda de su empleado, se levantó del asiento, y sin que le viera, dejó caer en el regazo de Raúl una bolsita pesada de monedas.



Vera estaba estupefacta e inmóvil, viendo como Eli recogía ropas y demás cosas que tenían esparcidas por toda la casa. Le lanzó una camiseta y unos pantalones limpios, aunque arrugados, y le obligó a cambiarse. 

- Perdona Eli… -dijo Vera sin comprender-… pero ¿Qué estás haciendo?

- Nos vamos a tomar el día libre. –sonrió- No te agaches. Ya lo recojo yo.


Tanta amabilidad por parte de Eli, le resultaba fatigoso. Aun así, se dejó llevar y cuando dio por terminada la tarea, salieron de casa. Eli caminaba muy deprisa. Tanto, que le resultaba difícil seguirla el paso. Llegaron a la taberna de Maksim. Vera estaba recelosa de entrar, mucho más, después del lio con Reina y Nadya. Pero Eli ya la había agarrado del codo y entraron. Se sentaron en una mesa libre.

- Eli, -habló en un susurro- creo que no es buena idea que yo esté aquí.

- ¿Por qué no? –contestó en su tono habitual- Vamos a desayunar. No te preocupes por el dinero. Invito yo.

- Hola Eli, -dijo Reina llegando para atenderlas- y compañía…

- Hola Reina. –saludó con efusividad- ¿Os queda pastel de manzana?

- Lo siento. Hoy no. Pero hay bizcocho de chocolate. 

- ¿Chocolate? –abrió Eli los ojos como platos- Dios, me muero por un poco de chocolate. ¿Tú no, Vera? –esta asintió algo menguada- Dos raciones. 

- De acuerdo. –dijo lanzando una mirada despectiva a Vera antes de marcharse.

- Eli…-bajó la voz-… ¿Por qué haces todo esto?


La joven, la miró simulando que pensaba. Pero claramente, ya tenía decidida la respuesta de antemano.

- Creo que no hemos empezado con buen pie. No te voy a engañar que sentí celos cuando os vi juntos. Pero lo de ayer, presentándote en mi casa, me hizo replantearme las cosas desde un punto de vista diferente. Raúl es feliz contigo. Por tanto, yo soy feliz. Además, tengo la sensación de que podemos llegar a ser buenas amigas. Lo de hoy, es mi forma de pedirte disculpas a ti por mi actitud rencorosa.

- Por mi todo aclarado. –levantó la palma con intención de que la chocase, pero enseguida se dio cuenta que Eli no era ese tipo de persona.

- Además, quería que me ayu…-sus mejillas se sonrojaron.

- Aquí tenéis, dos de chocolate. –dijo Reina posando dos platos con el bizcocho.

- ¿Reina verdad? –preguntó Vera.

- Para los amigos. Aitor, para el resto. –contestó.

- Aitor, ¿puedo hablar un momento contigo? –Reina al ver el tono con el que lo preguntaba, reculó y le hizo una señal para que le acompañase.

- ¿Me perdonas un momento, Eli? Necesito seguir con mi redención. –Eli asintió.


Vera y Reina fueron hasta la barra. Él se sentó en un taburete, pero Vera prefirió quedarse en pie. 

- Aitor…yo…-quería escoger con cuidado las palabras, ya que últimamente le habían creado más problemas de los que le gustaría.

- ¿Pedir perdón? –acabó la frase.

- Si. –respiró aliviada- Lo del otro día fue una gilipollez por mi parte. Al menos déjame que te dé una explicación. Tampoco quiero excusarme por lo que hice. 

- Ya…

- Estoy haciendo un esfuerzo por caeros bien a todos. Encima lo del embarazo, me está rompiendo todos los esquemas. En fin, a lo que voy. Que espero que me perdonéis. Te juro que nunca, nunca, me meteré con la chica. 

- Vale, vale… -sonrió Reina y le puso una mano en el hombro-… no sigas. Es suficiente. Debo volver al trabajo. Eli te está esperando. 

- Gracias., si pudiera pedir perdón a… ¿Cómo se llama?

- Nadya. Y no. Ya se lo digo yo en tu nombre.


Un par de hombres entraron en la taberna. Al ver a Eli sola en la mesa se acercaron. No parecían llevar buenas intenciones.

- Mira, -le dijo uno al otro- si es la nueva enfermera. 

- ¿Qué tal? –preguntó el otro- Oye, ¿podemos hacerte una pregunta?

- Sí, claro- contestó inocente.

- ¿Llevas algo debajo de la bata? O ¿lo llevas todo al aire?


La taberna se quedó en silencio al escucharlo. Vera notaba que se encendía. Eli, mostraba vergüenza y apuro en partes iguales. Pero los dos hombres no cesaban en su acoso.

- Venga, cuéntanoslo. –se sentó en la silla de Vera y dio un mordisco al bizcocho aun sin empezar- Es una duda que nos ronda a todos por la cabeza. Sobre todo desde que la nueva enfermera está tan buena como tú.


Vera ya no podía contenerse más. En su cabeza rondaba las palabras de Raúl: “has recibido porque has dado”. Se acercó apresuradamente hacia la mesa, sorprendiendo a los dos hombres.

- Anda, mira, Paco. –dijo el que estaba sentado a su amigo- Si también tenemos a la embarazada aquí. Es verdad que también está buenísima.

- Mira gilipollas. –le agarró por el cuello con tal fuerza, que no lo esperaban- Estas en mi silla. O dejas a mi amiga en paz, o te rompo el cuello aquí mismo. 


El otro hombre quiso agarrarla, pero una mano se lo impidió. Era Reina, que le hizo un movimiento rápido, retorciéndole la muñeca por la espalda. Maksim, salió corriendo de detrás de la barra y agarró al que sujetaba Reina por la ropa y zarandeándolo lo expulsó de la taberna. Reina, soltó a Vera del otro hombre. Que se levantó hecho una furia y se disponía a golpear a Vera.

- ¿Vas a pegar a una embarazada? –preguntó Vera.

- Vera, apártate. –ordenó Reina.

- Esa zorra me atacado antes. –dijo el hombre.

- Fuera de aquí. –se encaró Reina.


No contento, elevó el puño para golpearlo, pero Reina se apartó con ágil movimiento giratorio. El hombre fue hacia delante, e instintivamente, Reina dio una patada en la rodilla haciéndola crujir. Se arrepintió en ese instante. Pero ya estaba hecho. Maksim, hizo lo mismo que con el otro y salió volando por la puerta. 

Una vez calmados los ánimos, Vera continuó algo agitada su conversación con Eli.

- No deberías permitir que te hablen así. Me han puesto de los nervios esos hijos de puta. –volvía la Vera original.

- Muchas gracias por defenderme. Sabía que no me equivocaba contigo. 

- Bueno, ¿qué era eso que me querías contar?

- Mejor en otro momento. –contestó aturdida.


El resto de la mañana, lo pasaron de un sitio a otro. Pasando por la peluquería de Eva, que le arregló el peinado que llevaba. Desapareció, aunque no del todo, esa parte desigual entre pelo rapado y largo por el lado contrario. De hecho, cuando se vio al espejo, casi no se reconocía. Después, pasaron a ver a Leticia. Vera no salía de su asombro, al enterarse de que era prostituta. Pero antes de eso, en la otra vida, era fisioterapeuta. Les dio un masaje relajante. Aunque a veces, tenían que apartar la mirada, pues veían pasar a los clientes que venían a contratar los servicios. Por último, llegaron hasta la consulta del médico. Con bastante recelo, aceptó que Eli le comprara otra caja de vitaminas, y otras para combatir las náuseas provocadas por el embarazado. 

- Te estas gastando mucho dinero, no sé cómo te lo voy a devolver.

- No seas tonta… -le regañó-… lo hago porque me apetece. Además… hay que mimar a la embarazada.

- No he querido sacar el tema, porque me parecía que no era lo correcto.

- Si te refieres a mis sentimientos por Raúl, no te preocupes. De eso quería hablarte en la taberna. –se puso colorada como un tomate.

- Hay otro chico… -se rio, al no darse cuenta antes-… un clavo saca otro clavo…

- Más o menos…-dijo con vergüenza.

- Hablemos de ese chico…-le pasó un brazo por los hombros con confianza.


Vera llegó a casa más contenta de lo que llegó la noche anterior. Poco a poco iban ganándose la confianza de todo ellos. Le gustaba esa sensación. Ni antes de los accidentes, tuvo amigos de verdad, y después en el Burguer King, siempre supo que la utilizaban para acostarse con ella. Al entrar en casa, Raúl y Rebeca ya estaban allí. Cuando se giraron para verla, ambos abrieron la boca sorprendidos. 

- ¿Qué pasa? –preguntó ella.

- Estás…diferente… -balbuceó Raúl.

- ¿Te gusta? –preguntó temerosa.

- Madre mía… sí. Me encanta. 


Corrió hacia ellos, y los tres disfrutaron del calor de la chimenea. Eran felices, y era más de lo que podían esperar después de tanto sufrimiento.

La nieve los trajo. Capítulo 49

Capítulo 49.


La figura desnuda de Vera se veía reflejada en el espejo de la alcoba. Se observaba de perfil, y recorría de arriba abajo su vientre. Raúl la miraba desde la cama, disfrutando de la imagen que tenía en frente. Ella se cambiaba de perfil haciendo oscilar sus pechos. Se los apretó, juntándolos y miró con cara de pena a su amante.

- Me crecerán. –los soltó para que volvieran a su estado natural, algo que Raúl aprecio con gran entusiasmo- Y después se pondrán como pimientos.

- A mí me parecen maravillosos. –se levantó acercándose también desnudo hacia ella. Se acopló por la espalda, acomodando intencionadamente su pene erecto entre sus nalgas. Pasó sus manos por la cintura, acariciando el vientre.

- ¿No te cansas nunca? –preguntó conociendo las intenciones de Raúl.

- Con semejante hembra, nadie se cansaría.


Tras mantener sexo una tercera vez, ambos reposaban cansados sobre la cama. Raúl cada vez que tenía ocasión, le acariciaba el vientre. Era joven, pero la idea de que su hijo estuviera formándose dentro de Vera, le producía una alegría que jamás había imaginado.

- Deberíamos ir a que te controle el médico. –propuso Raúl.

- Estoy bien, -le acariciaba el cuello y la mejilla- no te preocupes. 

- Si me preocupo. Un embarazo en el fin del mundo puede ser peligroso. Piénsalo. Iremos a la consulta, si el medico considera que no hay peligro, nos volvemos. ¿vale? –preguntó con ternura.

- Vale. –susurró.


Al día siguiente, poco antes de terminar la jornada, Raúl habló con los patrones.

- Disculpe Joan, ¿podría hablar un momento con usted y con Teresa? –preguntó entrando en su casa de campo.

- Claro, hijo. ¿Sucede algo? –preguntó Joan. Un anciano bonachón, algo corpulento y con mejillas sonrosadas.

- Me gustaría pedirles permiso para volver a la muralla unas horas antes. Vera se ha quedado embarazada, y queremos visitar al médico.

- ¿Embarazada? –preguntó Teresa sonriendo de alegría. Una mujer delgaducha, con el rostro pálido y siempre con un pañuelo en la cabeza.- Que alegría. Claro, que podéis ir. ¿No es cierto Joan?

- Claro, claro. –contestó como si hubiera recibido una orden de su mujer- Lo que necesites. Además, pronto vendrá la cosecha. Ya queda poco por hacer. 

- Muchísimas gracias. De verdad. –dijo saliendo apresurado de la casa.


Estaban esperando en la sala de espera de la casa del médico. Nunca habían tenido la necesidad de acudir, así que les parecía todo muy desconocido. La casa, una de las más grandes de dentro de la muralla, estaba situada a escasos metros del castillo. Habían acondicionado una de las habitaciones como sala de espera. En realidad, si no les hubieran indicado que aquello era la casa del médico, nunca lo habrían adivinado. Acostumbrados, en los hospitales o centros de salud, a ver carteles informativos o paredes blancas habituales, aquello contrastaba con su idea preconcebida. Una de las puertas casi al final del pasillo se abrió, y escucharon como dos personas hablaban. Caminaban por ese pasillo pasando por delante de ellos. Tanto Raúl como Vera se sorprendieron de ver quien acompañaba a la paciente. Eli, vestida con una bata blanca y una carpeta en la mano, entró sin mirar en la sala de espera.

- ¿Eli? –preguntó Raúl sorprendido- ¿Eres tú la médico?

- Raúl. –dijo alegremente- ¿Qué haces aquí? ¿Te pasa algo? –preguntaba ignorando a Vera- Ah, no. No soy médico. Soy la asistente de la Doctora. Aunque estoy aprendiendo muchísimo. Pero dime… ¿a qué vienes?

- No soy yo. Es Vera. –contestó Raúl sin dar más detalles.

- En ese caso, podéis pasar ya. Os acompaño.-se dio la vuelta y caminó a paso acelerado y abrió la consulta- Aquí es. 


Cuando pasaron los dos, Eli cerró la puerta con decisión. Algo más fuerte, de lo que se habrían imaginado. La consulta, inesperadamente, era completamente diferente al resto de la casa. Vitrinas con multitud de envases de medicinas, pomadas… todo lo necesario para primeros auxilios. Una escueta mesa de madera de color oscuro y silla a juego. Carteles informativos, que podrías encontrar en cualquier hospital. Y algo que les llamó la atención. Varias máquinas del ámbito medicinal, que obviamente, requerían de electricidad. Sin embargo, desde su llegada, no habían visto nada que la suministrase. En la silla, estaba la doctora. Una mujer de anchas espaldas, portaba unas gafas redondas y grandes. Su pelo estaba, claramente teñido de color granate y sujetando su flequillo con una diminuta coleta en mitad de la cabeza, dejando el resto del pelo suelto. 

- Buenas tardes. –se levantó para darles la mano- Soy Merche. Sentaos, por favor ¿En qué puedo ayudaros? 

- Bueno, venimos porque creo que estoy embarazada. –dijo Vera con vergüenza. La doctora los miró sin mostrar expresión alguna.

- Supongo que sabéis que la sanidad pública desapareció hace mucho, ¿verdad? –dejó el bolígrafo encima de la mesa.

- Sí, claro. –contestó Raúl sin saber a donde quería ir a parar.

- Entonces debéis tener claro varios puntos. La primera es que es un riesgo enorme los embarazos en este tipo de situaciones. Por otro lado, si sucede, como es el caso de vosotros dos, debéis saber que cualquier atención o medicamentos que necesite la madre o el bebé, hay que pagarlos. Y serán caros. Las farmacéuticas han desaparecido, y hay personas que se juegan la vida a diario, para conseguir lo que quede ahí fuera. Si por el contrario, decidís que no queréis seguir con la gestación, obviamente, el precio sería considerablemente más barato. Aunque existe un riesgo elevado de contraer infecciones, que lleven a la muerte de la madre gestante. –les explicó, tratando de que asimilasen cada frase.

- Queremos seguir adelante. Pagaremos lo que haga falta. –dijo Raúl, sin pedir opinión a Vera. Sin embargo, Vera, asintió con convicción las palabras de Raúl.

- Bien… -tomó el bolígrafo de nuevo-… ya tenía ganas de usar el ecógrafo.


Tras más de una hora en la consulta, salieron al pasillo. Los acompañó hasta la habitación contigua, donde estaba Eli en otra mesa, con varios cuadernos abiertos donde iba apuntando cosas.

- Elisabeth, querida. –le llamó por su nombre completo- te dejo la nota. Ya hemos terminado por hoy. –se dirigió a Raúl y Vera- Si necesitáis cualquier cosa, venid enseguida. ¿de acuerdo?

- De acuerdo. Muchas gracias.

- A vosotros. –se metió de nuevo en su despacho.


Raúl le tendió la nota a Eli, que no la miró hasta que hubo terminado de escribir lo que fuera en uno de los cuadernos. 

- Bueno, vamos a ver…-desplegó la nota y comenzó a leer-… primera consulta, gratuita. –lo escribió en otro cuaderno- caja de vitaminas, cinco Lores. –apuntó- prueba de embarazo… -tuvo que leerlo dos veces-… un Lore. Primera ecografía…ocho Lores y medio. –ya no pudo seguir leyendo.

- Si Eli. Vera está embarazada. –dijo Raúl exasperado por la cara de asombro de Eli.

- En total… catorce lores y medio. –dijo estirando las palabras sin poder simular su consternación.

- De acuerdo. –dijo frotándose la frente. Sacó su bolsita con las monedas, y las dejó caer sobre la mesa. Fue contándolas, y le entregó el coste de su visita. El resto, tres Lores, los guardó, secándose el sudor de la frente.


Eli los observó detenidamente. Ambos estaban pálidos. Era evidente, que no esperaban pagar tanto, y mucho más evidente que aquellos tres lores restantes eran los únicos que les quedaban. 

- ¿Solo os quedan tres lores? –preguntó compungida. 

- Si. Pero no hay problema. En un par de meses estará listo el trigo, y podremos cosecharlo. No soy muy entendido aun, pero según Joan, este año va a ser bueno. –contestó tratando de forzar una sonrisa.


Muy lento, fue metiendo las monedas que habían depositado encima de la mesa, en una bolsa mucho más grande. La del médico. Se detuvo cuando solo había metido cuatro. El resto se las acercó a Raúl, deslizándolas por la mesa.

- ¿Qué haces Eli? –preguntó extrañado.

- Devolviéndote el dinero. –dijo con tono obvio.

- Te meterás en líos. Anda, guarda las monedas. –le indicó Raúl.


Eli, se levantó de la silla. De uno de sus bolsillos de la bata, sacó su bolsita rebosante de monedas, y completó hasta los catorce lores dentro de la bolsa del médico. 

- Raúl, eres mi amigo, pesar de todo. –dedicándole una rápida mirada a Vera, que no decía nada- No voy a permitir, que paséis hambre, teniendo dinero que no gasto. 

- Pero Eli… -dijo apesadumbrado.

- Que se alimente bien. –ordenó- Que se tome las vitaminas sin excepción. Que no haga sobreesfuerzos innecesarios. Y sobre todo, enhorabuena. –les felicitó. Raúl fue a tocarle la mano en señal de agradecimiento, pero ella la retiró a tiempo.- Vamos, ahora fuera de aquí, antes de que me arrepienta.

- Gracias. Muchas gracias. –dijo Vera con sinceridad.

- Dámelas cuando tu bebe crezca sano. –se volvió a sentar, y se puso a escribir en uno de los cuadernos, ignorando de que seguían allí de pie pasmados.


En cuanto salieron por la puerta, no pudo contener el llanto. Merche, la doctora, llegó asustada al oírla. 

- ¿Qué pasa, Elisabeth? –se bajó un poco las grandes gafas.

- Nada, nada. Perdona. Es que son amigos míos, y me he emocionado con la noticia del embarazo. -La doctora, sonrió como lo haría una madre, y la dejó sola para no hacerle pasar peor trago. 


Pasaban los días, y a medida que se cruzaban con los vecinos, les iban dando la enhorabuena. Era una buena noticia para todos. Además de ser la primera mujer que daría a luz desde que se formara la comunidad en el castillo. Algunos, incluso, les hacían regalos. Al llegar a casa, tenían prácticamente toda la casa llena de obsequios. Desde flores, botellas de vino, piezas de carne, ropa nueva, pan. Raúl se detuvo en una bandeja de bollitos. Olían a canela. Aspiró con detenimiento uno de esos bollitos antes de darle un mordisco.

- Mmmm… que rico-saboreaba cada trozo-…me recuerdan a mi madre.

- ¿Y eso? 

- Todos los años, después de la vendimia, mi madre los hacía. Me decía que invitase a mis amigos, y merendábamos en la escalera del hostal. Eli siempre se llevaba los que sobraban. Por cierto –abrió los ojos-, pronto será su cumpleaños. Si hemos ido señalando los días bien, mañana.

- ¿Iras si lo celebra? –preguntó Vera con temor.

- No creo que sea buena idea. –contestó como si nada- Le estoy agradecido por lo que hizo en la consulta, pero te pondría en un compromiso innecesario.


Al día siguiente, por la tarde, Raúl salió al campo a terminar de recoger las herramientas que aún quedaban pendientes. Vera le iba a acompañar, pero él insistió en que no. Algo que le vino bien a Vera. Estaba sentada en el sillón, mirando la bandeja de bollitos de canela. Se armó de valor, y llevándose la bandeja fue en busca de la casa de Eli. Primero pasó por la consulta, quien con mucha amabilidad, la doctora le indicó donde vivía. Estando justo enfrente de la puerta, se arrepintió. Pero la puerta se abrió en el mismo instante en que se disponía a marcharse. No dándole tiempo a retirarse a tiempo

- ¿Quieres algo? –preguntó una chica con la cara llena de pecas y pelo rojizo.

- No nada. Ya me iba. –dijo apurada.

- ¿Vienes a ver a Eli? Espera que la llamo. 

- No…

- Eli, tienes visita. –gritó a la vez que se marchaba- Yo me marcho. Pero enseguida vuelvo.


Ya no tenía escapatoria. Resopló resignada, y vio como Eli llegaba por el pasillo. Al verla, se quedó con expresión confundida. Asomó la cabeza, y miró hacia ambos lados. La chica pelirroja le saludó con la mano mientras se alejaba. Miró de nuevo a Vera.

- ¿Vera? –preguntó extrañada.

- Si…-sentía vergüenza, como nunca había tenido. Hasta llegó a comprender a la pobre chica de la taberna de Maksim-… bueno… es que… me preguntaba… si querías aceptar estos bollitos de canela. ¿es tu cumpleaños no?

- Si. –contestó sin cambiar su expresión de asombro- Es mi cumpleaños.


Dentro se escuchaban voces y risas de más personas. Que la llamaban, y requerían su presencia.

- Lo siento… -dijo Vera retrocediendo varios pasos-… ha sido una gilipollez venir. Estas ocupada. Solo quería agradecerte lo que hiciste el otro día en la consulta. Nos regalaron estos bollitos de canela, y Raúl se acordó de que eran tus favoritos y hoy tu cumpleaños. Se me había ocurrido, que sería buena idea regalártelos. 


Vera comenzó a marcharse. Eli no sabía que le resultaba más extraño. Sí que Raúl se acordase de su cumpleaños y que bollitos eran sus preferidos, o que Vera se hubiera presentado con toda naturalidad en su casa para regalárselos. 

- Espera. –su voz salió sin pensar- ¿Quieres pasar?

- No quiero molestarte, Eli. –le tendió la bandeja.

- No molestas. –le hizo una mueca con la cabeza, invitándola a pasar- Además… tienen buena pinta.


Pasó al recibidor, y siguió a Eli por el pasillo hasta una estancia más grande. Encima de una mesa, había refrescos, frutos secos y un pollo asado. En cuanto vieron pasar a Vera, dejaron de hablar.

- Os presento a Vera. –dijo a los asistentes, todas femeninas.


Una a una se fue levantando de las sillas y sillones saludándola y diciendo su nombre. Vera se sentía incomoda. Sentía que estaba traspasando una barrera en la que estaba fuera de lugar. Instintivamente, se llevó la mano que tenía libre al vientre. 

- Oh, por dios, Eli. –dijo Eva. Una mujer de unos treinta y pocos años. La más mayor de las presentes- ¿Por qué no nos habías contado que la embarazada es tu amiga?

- Eso…-dijo Bárbara. Otras de las presentes. 

- Eres muy famosa. –le dijo Victoria, una joven morena, y con un corrector dental prominente.

- ¿Famosa? –aquello no le estaba gustando demasiado.

- Vamos, dejarla en paz. No la atosiguéis. –protegió Eli.


Enseguida, Victoria, la joven con aparato se levantó de su asiento para ofrecérselo a Vera. Le quitó la bandeja, colocándola en la mesa. Le ofrecían de todo. Eli, algo más apartada, sonreía amablemente al ver la calurosa bienvenida. La mujer pelirroja volvió.

- Bueno, a Leticia ya la conoces. Es la que te abrió la puerta. –indicó Eli.

- ¿Esta es la que te ha robado el novio? –preguntó provocando un silencio incómodo.

- Leti… -recriminó-… creo que no son formas de tratar a nuestra invitada. Y para que quede claro a todas, -miró a Vera- y en especial a ti. Nadie me ha quitado el novio, porque nunca lo he tenido. 

- Ese es el problema, cariño. –interrumpió con tono burlón Leticia- Lo que te hace falta es un buen polvo.


Aquello provocó que Eli se sonrojara más de la cuenta, y desvió la conversación por otro lado.

- ¿Alguien quiere uno de estos bollitos? –preguntó balbuceando, avivando unas sonoras carcajadas de todas.


Quitando ese momento puntual con Leticia, todo volvió a la normalidad. De hecho Vera, empezó a sentirse más cómoda. Poco a poco, lograba involucrarse en las conversaciones que mantenían. Hasta que se hizo de noche. 

- Creo que debería irme ya. –dijo Vera más tranquila- Me fui sin decirle nada a Raúl, y se puede preocupar.


Las chicas se despidieron de ella, como si fuera una de sus amigas de toda la vida. Era extraño y muy agradable a la vez. Eli la acompañó hasta la puerta.

- Tengo que reconocer que ha sido una sorpresa tu visita. –dijo Eli con confianza.

- Yo tengo que reconocer, que no eres tan bruja como aparentas… -enseguida se arrepintió de sus palabras y rectificó-… no quería decir lo que he dicho. A ver. No me malinterpretes… es que se me da muy mal esto…

- Jajaja…-se rio sincera-… no te preocupes. Creo que me voy acostumbrando… anda, ten cuidado. ¿Quieres que te acompañemos? –preguntó servicial.

- Muchas gracias, de verdad. No hace falta. Esta tarde he recibido más de lo que esperaba. Es como si abusara de ti. 

- Gracias a ti, Vera. Es cierto que tus modales son un poco… raros… pero ya entiendo porque Raúl está contigo.

- Buenas noches. –saludó contenta y en paz consigo misma. 


No lo había pensado, pero a medida que se acercaba a su casa, se sentía nerviosa. ¿Qué le diría a Raúl? Al entrar al calor de su hogar, Raúl estaba jugando con Rebeca y unos cochecitos de madera. Miró a Vera, que traía cara de haber hecho algo mal y esperando una regañina. 

- Hola amor. –dijo con naturalidad.

- Hola. –dijo Vera sin comprender porque no le pedía explicaciones.

- ¿Qué tal la tarde? –hacia el ruido del motor de un coche mientras lo hacía rodar.

- He ido a ver a Eli. –dijo cerrando los ojos. Como si le hubieran dado un puñetazo.

- ¿Así? –sonrió- ¿Y qué tal? 

- Pues… pues… -no le salían las palabras. Raúl, al ver su indecisión, se preocupó.

- Sea lo que sea, se arreglará. No te preocupes. Eli, a veces puede ser muy recta. Pero es buena persona. Lo que le hayas hecho, se le pasará.

- Raúl, tío. De verdad… a veces pienso que eres demasiado confiado. 

- ¿Ha pasado algo grave? –se asustó.

- No. No, cari. Todo lo contrario. Ha sido una tarde maravillosa. –empezó a llorar- he conocido gente que me ha tratado de puta madre. Hasta Eli. Tu Eli. Después de pasarme toda la tarde por ahí, sin avisarte, llego a casa y me tratas como si no te preocuparas por mí. –tuvo que sentarse.

- Amor… -se puso de rodillas para hablarle a la cara-… claro que me preocupo por ti. Pero también confío en ti. Y no soy tonto. –le hablaba con dulzura- Cuando he llegado y he visto que la bandeja de bollitos no estaba, después de contarte que eran los preferidos de Eli y su cumpleaños, supe perfectamente donde habías ido. Y lo que has hecho, ha sido maravilloso. Tu misma te has dado cuenta que has recibido, cuando has dado. 


En ese momento tocaron a la puerta, sobresaltándolos. Raúl, se levantó para abrir. Algo no iba bien cuando, un guardia del rey entró por la puerta.

- ¿Raúl Sauras? –preguntó el guardia.

- Sí, soy yo. –su corazón se aceleró.

- Disculpe la intromisión. El Rey Joaquín me ha encargado que te entregue esta nota personalmente.

jueves, 18 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 48

Capítulo 48.


La taberna de Maksim estaba ya vacía de clientes. En una de las mesas se encontraban Reina y él, contando la recaudación del día. Había adquirido cierta confianza como para servirse cualquier bebida sin pedirle permiso previo. La mesa estaba tan llena de monedas, que le resultó complicado posar el vaso. Maksim estaba más serio que de costumbre. A pesar de ser su actitud habitual, Reina percibió un cambio.

- ¿Ocurre algo? –preguntó mientras apilaba un montoncito de monedas a un lado.

- ¿Qué ha pasado en el pasillo? Os he visto. –preguntó seco y sin mirarle.

- Nada. –mintió.

- ¿Nada? Pues por nada mi hija no abandona el turno de cenas parar irse a su cuarto a llorar. –dejó de contar monedas enfadado.


Aquello pilló a Reina desprevenido. Observó cómo metía monedas en la bolsita negra que luego le entregaba para pagar su trabajo en la taberna. 

- Ahí hay más monedas de las que me corresponden, Maksim –dijo tratando de desviar la conversación.

- Lo sé. –le entregó la bolsita- es tu sueldo y el precio de tu salida. Quiero que mañana abandones mi casa.

- Pero… ¿A dónde voy a ir?

- Esta noche ha venido a cenar Gerardo. Necesita más aprendices. Ha accedido a contratarte.

- No lo entiendo, Maksim. Yo solo he tratado de que nadie la molestara.

- Sea lo que sea, tu eres el responsable de que mi pequeña este sufriendo. Ya te lo advertí cuando me pediste que te contratara. No sé qué pensabas conseguir de ella, pero no lo voy a permitir.

- ¿Puedo despedirme de ella al menos?

- Largo. –gruñó elevando la voz a la vez que pronunciaba la palabra.


Reina se levantó furioso. Abrió la bolsita, y descontó las monedas que no le correspondían dejándolas despectivamente sobre la mesa. Mientras se encaminaba hacia su habitación, pasó por el cuarto de Nadya. Pudo escuchar los sollozos. Tuvo la tentación de llamar a la puerta, pero recordó las palabras de Maksim y opto por no tentar más a su suerte.


Por la mañana temprano recogió todos sus enseres personales y sabiendo que era muy temprano, se puso a escribirle una nota a Nadya. Finalmente, con la nota en la mano frente a la puerta de Nadya, se la guardó en el bolsillo. Con todos aun durmiendo, abandonó la taberna. Recorrió las calles de Lobarre, en la que solo algunos campesinos o los relevos en la vigilancia estaban ya en pie. Llegó hasta la carpintería de Gerardo. Las puertas aún estaban cerradas y esperó en el bordillo a que fuera la hora. Volvió a leer la nota varias veces y después la arrugó dejándola que el viento se la llevara. A tiempo de que Gerardo y varios de sus trabajadores hacían aparición.

- Supongo que tú eres Aitor. –dijo Gerardo- Rápido, levanta. Hay mucho por hacer.


Le enseñó cuál sería su cama, pues allí compartían habitación todos los empleados. Debajo de su cama, dejó todas sus pertenencias. Parte de aquel día lo empleó llevando de un lado para otro, tablones de madera que otros trabajarían.

Siendo mediodía, después de comer un trozo de pan y queso que le habían dado, se sentó en el bordillo de la puerta. Hacia la calle. Estaba abstraído, cuando una mano le entregó un papel arrugado. El mismo que horas antes había dejado caer.

- ¿Por qué no me has entregado esta nota como es debido? –preguntó una dulce voz que reconoció al instante.

- Nadya…-lo miró sorprendido.

- Anoche te estuve esperando. ¿Por qué no viniste? –ladeó la cabeza.

- No pude, Nadya. Ya has leído la nota.

- ¿Ahora trabajas aquí? –miró tímidamente hacia el interior de la carpintería.

- No deberías estar aquí, tu padre se enfadará si nos ve juntos.


La chica lo observaba como si no escuchase lo que le decía. Tenía las manos detrás de la espalda, y cuando las volvió, llevaba consigo un libro.

- Me lo han prestado en la biblioteca. Se llama Harry Potter y la piedra filosofal. Trata de un niño que sabe hacer magia. –rio infantilmente- Como tu…

- Nadya, -dijo incomodo bajando la voz- yo no sé hacer magia.

- Si sabes. Todas las noches apareces por arte de magia en mi ventana- una risa infantil de nuevo- Las personas no mágicas llaman a la puerta.

- Sabes que lo hacía para no despertar a tus padres. –bajó aún más la voz. Mirando hacia todos lados.

- ¿Vas a venir esta noche? –miró hacia el cielo con los ojos cerrados y con una sonrisa de oreja a oreja- Me gusta cuando me lees libros…-una pausa y dejó de sonreír-… después duermo sin pesadillas.

- Deberías irte, Nadya –se levantó para hablarle más cerca de la cara- Si nos ven podrían decírselo a tu padre, por favor…

- ¿Decirle que? –preguntó Gerardo, que llegaba calle abajo con Maksim con la cara arrugada.


Maksim se abalanzó hacia Reina y cogiéndole por el cuello lo aprisionó contra la pared, sin dejar que Reina reaccionase.

- Te dije que dejaras a mí hija en paz. –gritaba haciendo una pausa larga entre las palabras.

- Pero si no… -le apretaba con tanta fuerza que no podía respirar. Podía zafarse de él, pero eso conllevaría hacerle daño. Y no quería que Nadya viese como lo hacía.

- ¿No se me entiende cuando hablo? –seguía apretándole el cuello.


Se escuchó un ruido sordo detrás de ellos. Pero Maksim seguía en su empeño por hacer daño a Reina que no se dio cuenta de lo que ocurría.

- Maksim. –le gritó intentando separarlos- Maksim, joder. Tu hija. Mierda. Es tu hija.


Cuando se giró al escuchar que nombraba a su hija, este la encontró en el suelo. Convulsionando y emanando espuma por la boca. Una imagen dura que Reina tardaría mucho en olvidar.

- Un médico. –gritó Maksim de rodillas sujetándola- Por favor, un médico.



Ya había pasado una semana desde que Nadya tuviera aquel ataque. Reina se centró en las enseñanzas de Gerardo. Que a pesar de presenciar aquella discusión, lo trató igual que al resto de sus empleados. Reina lo compensó, siendo su mejor alumno.

Estaba trabajando sobre un listón de madera, dándole forma curvilínea.

- Progresas muy bien. –dijo Gerardo, supervisando el trabajo- Si sigues así, pronto podrás hacer tus propios trabajos y venderlos. Así funciona el negocio.

- Gracias Gerardo. –le sonrió.

- Por cierto, tienes visita. –le señaló la entrada del taller.


Maksim estaba allí esperando a que Gerardo le indicase que podía ir.

- Os dejaré solos. –los miró a los dos- Tratad de que el taller siga en pie cuando vuelva.

- ¿Qué quieres? –preguntó Reina.

- Hola Aitor –dijo Maksim en tono pacifico- Me ha contado Gerardo que se te da muy bien. Me alegro.

- ¿Qué quieres? –volvió a preguntar.

- ¿Qué es? –señaló las piezas aun por montar.

- Una cuna. Un buen amigo mío será padre dentro de poco y quiero hacerle un regalo.

- Seguro que será un buen regalo, ¿podemos dar un paseo? Me gustaría que hablásemos.


Reina aceptó. Entre otras cosas, porque aún le guardaba cierto aprecio, a pesar de agredirle como lo hizo. Caminaron por las calles, hasta llegar al mercado. Se detuvieron en el puesto de frutas y verduras. Maksim le tendió una manzana.

- Quiero pedirte disculpas. –dijo Maksim y guardando la pieza que había rechazado Reina.

- Disculpas aceptadas. –le miró a los ojos- ¿Nadya está bien?

- Recuperándose. –se limitó a contestar.

- No has venido solo a invitarme a una manzana y pedirme disculpas. Eso lo habrías hecho en el taller y te habrías largado.

- Veo que me conoces mejor que yo. –emitió una leve sonrisa. Poco habitual en él.

- ¿Qué pasa? –se detuvo en seco.

- ¿Qué tenéis vosotros dos? –preguntó sin vacilar.

- Ya te lo dije. Amistad. Solo eso. Amistad. –mintió.

- Tú me conoces a mí. Pero yo también te conozco, y mucho más a mi hija. No me engañes, te lo suplico. –notó cierta desesperación en sus palabras- Desde que despertó solo tiene palabras para nombrarte. ¿Os habéis acostado?

- Si eso es lo que te preocupa, no. No nos hemos acostado.

- Entonces no lo entiendo. ¿Le has dado esperanzas? ¿Le has prometido algo?

- No voy a contestarte a eso. Si tanto interés tienes, ¿Por qué no se lo preguntas a ella?

- Ya lo he hecho. Y mi mujer. Pero no dice nada. Está triste. No ayuda en la taberna. Estoy preocupado. –hizo una pausa nervioso- ¿sería mucho pedirte que volvieras? Sé que no tengo derecho. Pero sea lo que sea lo que teníais, le hace mucha falta. Desde tu llegada, las pesadillas y las atenciones que le prestaba mi mujer de madrugada, habían desaparecido. Dime… ¿Qué puedo hacer para que mi niña esté bien?

- No puedo dejar colgado a Gerardo. Ha sido muy bueno conmigo. No sería justo.

- Hablaré con él. –dijo al notar cierta esperanza en sus palabras.



Maksim y Gerardo discutían acaloradamente en una de las habitaciones cercanas al taller. Al cabo de unos veinte minutos ambos salieron riendo y haciéndose bromas, como si nadie los hubiera escuchado discutir. Se estrecharon la mano, y Maksim fue hasta Reina.

- Espero que los treinta y cinco Lores y medio que acabo de pagar por ti valgan la pena. Te quedarás aquí hasta que termines tu instrucción. Además, trabajarás para Gerardo hasta que recupere mis monedas. Pero dormirás en la taberna. Te espero allí esta noche.



Era casi medianoche cuando Gerardo dio por concluida la jornada. Recogió su mochila, y le paró antes de salir.

- Te espero aquí mañana temprano. No lo olvides. –le dio una palmada en la espalda y cerró la puerta del taller.


Las ventanas de la taberna emitían una tenue luz de las velas. Llamó a la puerta, a pesar de que se encontraba abierta. Los tres miembros de la familia elevaron la cabeza y lo vieron. Nadya se puso rápidamente en pie, y con los ojos brillantes de felicidad se acercó a la puerta. A escasos centímetros de Reina. Evitando todo contacto físico.

- Ya me he leído el libro de Harry Potter. –dijo con voz exageradamente infantil. A pesar de sus diecinueve años, en ocasiones daba la sensación de no tener más de quince.

- ¿Y te ha gustado? 

- Mucho. ¿Mañana podrías leerme la segunda parte? –ladeó la cabeza como hacía en multitud de ocasiones. Y que a Reina le parecía muy enternecedor. 

- Claro que sí. –miró hacia sus padres que lo sonreían orgullosos.

- Es muy tarde. –dijo Nadezdha- Deberíais iros a dormir. Dame tu mochila, yo la llevaré.


Era evidente que Nadya estaba más contenta. Reina se dirigió hacia su antigua habitación, pero la cama no estaba vestida.

- Perdona Nadezdha. Pero necesitaré sabanas y mantas. Hace mucho frio.

- Por supuesto. –le señaló la habitación de Nadya. Dentro estaba ella que sonreía infantilmente.-Dormirás aquí.


Reina no salía de su asombro. La pequeña cama de Nadya había desaparecido, y en su lugar habían colocado una más grande.

- Pero yo… -balbuceó.

- Que paséis buena noche. –cerró la puerta y se encontraron solos. Nadya se sentó en el borde de la cama con el libro.

- ¿Me lo lees? 


Indeciso, se sentó a su lado y comenzó a leer. Ella lo observaba absorta, con la boca abierta. Cuando faltaba una página para terminar el capítulo primero, Nadya se tumbó apresuradamente en la cama y comenzó a tener convulsiones. Reina, asustado se tumbó sobre ella zarandeándola.

- Nadya, Nadya, Por favor, no. –gritó contenido.


Pero inesperadamente, Nadya comenzó a reír estrepitosamente ante la mirada asustada de Reina. Acto seguido, y teniendo sus caras tan cerca, le dio un beso rápido en los labios.

- ¿Qué haces? Me has dado un susto de muerte. –dijo sin prestar atención al beso que le había dado.

- ¿Quieres tener sexo conmigo? –preguntó con las mejillas coloradas.


Reina se apartó sin entender nada. Ella se incorporó y se soltó la coleta. Los cabellos rubios y ondulados formaron una imagen hermosa. Como nunca la había visto. Comenzó a desabrocharse la camisa, sin dejar de mirarle a los ojos y sonriendo vergonzosa. La inocente niña estaba desapareciendo. Sus pequeños pechos quedaron al aire.

- Tapate. –dijo Reina frotándose la cara con ambas manos.


No le hizo caso, quitándose la camisa por completo. Se puso de pie, rodeándolo, se puso frente a él dejando que sus pantalones resbalaran por sus piernas. Reina observó a la mujer más hermosa que había visto jamás. Al ver que no reaccionaba, llevó una de sus trabajadas manos hacia un pecho. Al contacto, ella se estremeció emitiendo un leve jadeo seguido de una risita infantil y cerró los ojos.

- ¿Me quieres? –susurró apretando su mano contra ella. De tal manera, que podía notar los latidos acelerados de su corazón.


Él se levantó y colocándose a su altura la besó en los labios. Al separarse, ella dejó la boca abierta esperando más. Volvió a sonreír mirándolo fijamente a los ojos. Muy lento, fue quitándole los botones de la camisa. Acarició el torso de Reina con amor, disfrutando de aquel contacto físico que llevaba evitando mucho tiempo. Terminó de desnudarlo con la misma lentitud y dejó que se tumbara en la cama. Cuando ella se puso encima, Reina la arropó con la manta. Inexperta, hacia movimientos de cadera sobre el pene erecto de Reina. De repente, unas sacudidas por su cuerpo, asustaron de nuevo a Reina. Hasta que comprobó que eran debidas a la penetración. Se abrazó con fuerza sus hombros, apoyando la cabeza cerca del oído de Reina. Continuó con su movimiento, que cada vez era más acelerado. Supo que había llegado al éxtasis, cuando sus jadeos subieron de ritmo y tono. Todo su cuerpo se movía al compás. Él no pudo contenerse y ambos mezclaron sus contenidos gemidos hasta que sus cuerpos se agarrotaron por el esfuerzo. 

Satisfechos, permanecieron en aquella posición unos minutos. Sus ojos miraban a todas partes y a ningún lado en concreto. Se deslizó a un lado de la cama, y al instante de apoyar su cabeza sobre el torso de Reina quedó sumida en un profundo sueño. Un sueño que debía ser bonito, por la amplia sonrisa que se dibujaba en su cara. Reina estiró un poco más de la manta, y con el calor de ambos, se acurrucó acariciándole el pelo. Estaba feliz y era un sentimiento que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo.