miércoles, 17 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 47

Capítulo 47


Con el paso de los días, y la ausencia de Eli, hizo que se centrara aún más en Vera. Con las monedas que el rey les había dado, y las tareas en el campo que regentaba un matrimonio de ancianos, pudieron alojarse en una casa entera para ellos dos solos, junto a Rebeca. Los jornales eran duros, pero bien recompensados. Durante gran parte de la mañana, habían habilitado un salón del castillo como aula. El rey ordenó a los exploradores y recolectores del exterior, reunir tantos libros como pudiesen. Si bien, el ganarse la vida día a día era importante, el que los más pequeños tuviesen una formación básica también lo era. Vera nunca le preguntó por la conversación privada que tuvo con Eli. Pero pudo dar por hecho, que Raúl se había decantado por ella, y eso le hacía muy feliz. No era la vida soñada por una chica de ciudad, pero era una vida sin sobresaltos ni estar constantemente mirando tu espalda por si algún muerto se acerca a darte un bocado.

Después de un duro día de trabajo en el campo, Raúl y Vera estaban en su casa. Vera estaba calentando agua en un caldero para llenar la bañera de aspecto antiguo para bañarse. Raúl, jugaba con Rebeca. Tras el baño, Raúl le propuso salir a cenar.

- Podríamos ir a la taberna de Maksim. Reina me ha dicho que su mujer ha hecho un guiso de cordero muy bueno. Al parecer lo ha puesto en oferta con un buen vaso de cerveza fría. ¿Cómo conseguirá enfriarla? –propuso.

- Me parece muy bien. –contestó ella sentándose en una silla con aspecto cansado- Nos vendrá bien distraernos. Tanto trabajo me está agobiando.

- Te he dicho mil veces que no hace falta que vengas. Puedo hacerlo solo.

- Y yo te he dicho mil veces que no quiero ser una mantenida. –dijo sonriendo.


Se vistieron con ropa limpia, y pasearon por aquellas calles de Lobarre, contemplando el imponente Castillo iluminado por algunas ventanas. La taberna estaba abarrotada. La noticia de la oferta había corrido como la pólvora, y temían que se acabase antes de lo previsto. Al entrar, Reina los atendió con prioridad. Maksim le lanzó una mirada amenazadora. 

- Hola chicos. –saludó Reina.

- Parece que a tu jefe no le ha gustado que mostrases preferencias…-dijo Raúl con tono burlón.

- Está siempre enfadado, pero cuando se ve con los bolsillos llenos, se le pasa. –los acompañó hasta una mesa auxiliar, que pusieron dado el aumento de la demanda.

- ¿Los demás? ¿van a venir?

- Pablo ha comprado tres raciones y se las ha llevado. Ramón, ni idea de si vendrá. Héctor y Sharpay me han dicho que vendrían. Eli, en cuanto le he dicho que vendríais vosotros, ha declinado la oferta. –miró a Vera tratando de disculparse.

- Era de esperar…-dijo Vera, arrepintiéndose al momento.

- Yo tengo que atender a otros clientes –dijo Reina- Nadya os servirá.


Aún no habían pedido, cuando Héctor y Sharpay entraron por la puerta. Entre toda la gente, les costó llegar hasta la mesa. Se apretaron bien, para entrar los cinco en la mesa. Se saludaron como si hiciera años que no se viesen. 

- ¿No os parece raro volver a la normalidad? –preguntó Héctor divertido.

- A mí no me parece esto normalidad. –repuso Vera.

- Mientras no tenga que estar clavando cuchillos en la cabeza de nadie, ya me parece un logro. –contestó Raúl, lanzando una mirada furtiva a Vera.

- ¿Cómo os va en el campo? –preguntó Sharpay- A Héctor lo van a ascender.

- Siiiii….-gritó eufórico-… mañana me dejará vender en el puesto. Eso supone más dinero. 

- Me alegro por vosotros. –dijo Raúl estrechando las manos con excesiva complicidad. 


Nadya llegó, tímidamente, a la mesa fijándose sin descaro en Vera.

- Tienes unos ojos muy bonitos. –dijo con su dulce voz.

- Gracias…-contestó Vera sin saber reaccionar al cumplido.

- ¿Sabes ya como le vas a llamar? –preguntó Nadya ante la atónita mirada de los demás.

- ¿Cómo dices? –dijo Vera levantándose efusivamente.


Al ver la reacción de Vera, retrocedió un par de pasos. Dio una rápida ojeada al resto de comensales y reculó.

- Perdona…-dijo con la mirada baja-… me habré confundido de persona. ¿La oferta del día para todos?


Todos asintieron, y se dio la vuelta lo más rápido que pudo. Vera se volvió a sentar, y continuaron su conversación como si no hubiera pasado nada.

- Que chica más rara, ¿no? –preguntó Vera.

- Según Reina, debe tener alguna deficiencia mental. –aquella respuesta de Raúl, tranquilizó a Vera.


No pasando más de cinco minutos, Nadya volvió con cuatro jarras de cerveza y uno de agua para Rebeca. Miró a vera, poniéndola de nuevo nerviosa. Se volvió a marchar, para volver con los platos del guiso. Al colocar el plato de Vera, Nadya tembló y se desparramó parte del caldo.

- Joder, niña. Ten cuidado. –le regañó.

- Vera… por favor.-le cogió la mano Raúl para tranquilizarla- Está nerviosa, ¿no lo ves? 


Vera estuvo a punto de decir que quien estaba nerviosa era ella. Pero se contuvo. Le pidió disculpas por su actitud a Nadya, y esta quedó más tranquila. Entre otras cosas, porque ya no tendría que volver a esa mesa hasta que fueran a pagar la cuenta. Pero no habían terminado de cenar, cuando Vera se levantó, y con la excusa de pedir más cerveza, se acercó a la barra donde estaba Nayda. Ella la miró con temor.

- Perdona. –dijo Vera con tranquilidad- He venido solo para decirte que estés tranquila. Hemos pasado mucho fuera, y nuestros nervios están a flor de piel.

- No pasa nada. –contestó sin mucha convicción.

- ¿Podemos hablar en un lugar más tranquilo?

Nadya sopesó aquella pregunta por varios minutos, que colmaron la paciencia de Vera. Ambas se retiraron por el diminuto pasillo que daba a las escaleras de las habitaciones y le preguntó sin preámbulos.

- ¿Cómo lo sabes? –preguntó casi zarandeándola.

- Yo no sé nada…-temblaba de miedo.

- No me jodas… ¿a qué cojones ha venido eso del nombre del niño? 

- Yo… yo… no he preguntado eso.

- Ya sé que has preguntado. ¿Cómo sabes que estoy embarazada? 


Nadya desvió la mirada hacia el vientre de Vera, y después a los ojos. Vera, viendo que estaba siendo demasiado agresiva con ella, desistió.

- Tus ojos son muy bonitos. –dijo Nadya, cuando Vera se dio la vuelta.

- Eso ya me lo has dicho. –dijo exasperada.

- Conozco el brillo de los ojos cuando una mujer está encinta. Simplemente lo sé. Debes perdonarme. Pensé que tu marido lo sabía. Ha sido muy poco acertado por mi parte. 


Reina apareció en ese instante.

- ¿Qué haces aquí con ella? –preguntó enfadado- ¿Te ha hecho algo, Nadya? –Nadya negó con la cabeza, y subió rápidamente las escaleras llorando desconsoladamente.

- Solo estábamos hablando de cosas de mujeres, no te pongas así. –dijo en un tono inocente muy poco convincente.

- Te soporto porque Raúl es tu pareja. Pero como vuelvas a tratar así a Nadya, te puedo hacer cosas muy peligrosas. 


Reina esperó a que Vera saliera del pasillo, para que nos los vieran salir juntos. Miró hacia el tiro de la escalera, compungido, y puso su mejor sonrisa antes de volver al salón. El resto de la cena, fue de lo más normal. 

Cuando caminaban hacia la casa, Vera permanecía muy callada y nerviosa. Indecisa. Por alguna extraña razón, decidió hablar con él.

- Raúl, -se paró en mitad de la calle- creo que estoy embarazada.

- Lo suponía. –contestó el tranquilamente- pero me alegra que me lo hayas contado. Si te soy sincero, no esperaba que me lo contaras. Que te marcharas o algo parecido.

- ¿No estas enfadado? –preguntó con miedo.

- ¿Por qué iba a estar enfadado? –la miró extrañado.

- Esta noche me he comportado como una gilipollas. Pero es que esa niña me ha puesto muy nerviosa. –Raúl se acercó y la beso. 

- Si. Te has comportado como una autentica gilipollas. –sonrió- Pero por alguna razón que no llego a entender, eso me atrae de ti.

- Tengo miedo. –bajo una de sus manos al vientre.

- Yo también. –puso su mano también en el vientre.- Pero eso no cambia las cosas. Seremos padres. Mucho antes de lo que a mí me hubiera gustado. Pero tampoco me gustaba en el mundo en el que vivíamos. Este sitio es increíble. 

- No sé qué has visto en mí, la verdad. 

- Tampoco estoy contigo por ser alto y guapo. –bromeó.

- Claro que si…-se abrazó cariñosamente a el-… bueno, alto… alto no eres, pero sí muy guapo.-le besó en la boca con pasión.


Ya en casa, acostó a Rebeca en la cama. De un mueble viejo de madera, sacó un bote y lo guardó en una mochila junto a tres vasito pequeños. Vera, que lo vio, sabía a donde iba.

- ¿Esta noche también vas? –preguntó de tal forma que le rogaba que no se marchase.

- Si. Se está convirtiendo en costumbre. Es nuestro momento. Ya lo sabes. –le dio un beso rápido y cerró la puerta.


Las calles, que horas antes estaban repletas de gente, ahora solo estaban iluminadas por la luna y algún candelabro a medio terminar. Subió las escaleras que daban paso a las puertas del castillo, y antes de desvanecerse entre unos matorrales, examinó que nadie lo veía. Anduvo por la parte ajardinada junto a la pared del castillo, hasta que llegó a un árbol. Trepó por el hasta que estuvo a la altura del muro y saltó hacia él. Era solo unos centímetros. Caminó por el borde del muro hasta que llegó a una torre. Parecía abandonada. Entró por la ventana, ausente de cristales. Atravesó la estancia, y salió por la ventana paralela. El tejado estaba en lo más alto del Castillo. Era peligroso. Pero hermoso a la vez. Desde allí, podía ver la amplitud de la muralla exterior. Los centinelas que vigilaban en lo alto del muro, eran hormigas con antorchas. Unos metros más adelante ya lo estaban esperando.

- Llegas tarde…-protestó Reina-… es decir… como siempre.


Los tres, Reina, Héctor y el, rieron a carcajadas. De la mochila, sacó el bote que había guardado.

- ¿Qué traes esta vez? –preguntó Héctor.

- Mermelada de fresa. –lo mostró orgulloso.

- Dios… -hizo el gesto de babear-… que rico.

- ¿Y vosotros? 

- He conseguido un licor de ciruela que destila Nadezdha. –dijo Reina mostrando la pequeña botellita. 

- Yo costillas asadas al romero. Se las quité a mi jefe cuando despiezaba otro cerdo. Están frías ya. Pero están cojonudas.


A pesar de haber cenado hacía poco tiempo, todas las noches, subían hasta lo más alto del castillo, a beber y comer. Pero lo más importante, era la reunión de amigos. Era una excusa para estar juntos y contarse sus cosas. Sobre todo a Raúl y Héctor les recordaba, cuando subían al monte en Fermoselle con Eli, y hacían botellón. 

- Es una pena que Eli no quiera subir. –dijo Héctor.

- Sabes por qué. –dijo Reina.

- ¿Tú no opinas… Ru-lo? –se burló Héctor estirando las ultimas palabras.

- No me llames así. –protestó Raúl a medio reír.

- Pues no parece que le pongas muchas pegas a tu Verita. –bromeó su amigo.

- Eso. –dijo Reina algo más serio- Deberías pararle los pies. Se ha metido con Nadya, y ya sabéis lo que me molesta.

- Sobre eso quería hablarte, Reina. –le cogió la botella y bebió un trago corto- quería disculparme por la actitud de Vera. Hemos hablado, y está muy arrepentida. 

- Tú no tienes que pedirme perdón. Si no ella. –le regañó.

- Está muy afectada. –dijo Raúl pensando en su embarazo.

- Pues no sé porque… aquí se vive de lujo. –dijo Héctor.

- Vamos a brindar. –dijo Raúl sacando tres vasitos, los llenó del licor de ciruela, ante la mirada de desconcierto de sus amigos.

- ¿Cuál es el motivo? –preguntó Héctor con una ceja arqueada.

- Por el motivo el cual, Vera, está afectada. –se bebió de un trago el licor- Vamos a ser padres.


A Héctor se le resbaló el vaso, desparramando todo el licor. Reina tan solo lo miraba consternado, pero brindó.

- Felicidades –se lo bebió- Por tu futura paternidad.

- Tío, ¿Estáis locos? –dijo Héctor aún más afectado.

- Locos o no, ha pasado. 

- Joder, existen unas cosas que se llaman preservativos…-dijo Héctor simulando que se colocaba uno. 

- Pues están difíciles de conseguir aquí dentro… -se justificó.

- Dame más de ese licor…-dijo Héctor bebiendo un gran trago directamente de la botella.


Una vez se terminaron la comida y la bebida, comenzaron a bajar. Raúl se quedó en aquella torre abandonada, pensativo, esperando a que Reina y Héctor bajasen. Pero dos voces, que no eran las de sus amigos, le sacaron de su ensimismamiento. Se asomó con cautela por la ventana más próxima al castillo, y vio a dos personas. Una era el Comisario y la otra una mujer del servicio del Rey. Portaba una bandeja con tazas de té, o de café, no pudo distinguirlas desde esa altura. Pero si podía distinguir lo que decían.

- Llévale esto a mi hermano enseguida. –dijo con autoridad.

- Pero señor…-dijo la asustada sirvienta-… pensará que he sido yo.

- No pensará nada. Mi hermano ya no piensa con claridad. Vamos. Súbelo enseguida y que se lo tome todo. Además, no le hemos puesto más que lo suficiente. No notará nada.


La muchacha echó a caminar lo más deprisa que podía sin que se le cayera la bandeja. Raúl esperó un poco más, pero el Comisario también se fue. No quería creer lo que había visto, ni tenía ninguna certeza de las intenciones del Comisario. Así que lo dejó estar, y se marchó a casa.

1 comentario:

Unknown dijo...

Un poco de ‘normalidad’... o no... Menudo Cliffhanger!!!