sábado, 20 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 49

Capítulo 49.


La figura desnuda de Vera se veía reflejada en el espejo de la alcoba. Se observaba de perfil, y recorría de arriba abajo su vientre. Raúl la miraba desde la cama, disfrutando de la imagen que tenía en frente. Ella se cambiaba de perfil haciendo oscilar sus pechos. Se los apretó, juntándolos y miró con cara de pena a su amante.

- Me crecerán. –los soltó para que volvieran a su estado natural, algo que Raúl aprecio con gran entusiasmo- Y después se pondrán como pimientos.

- A mí me parecen maravillosos. –se levantó acercándose también desnudo hacia ella. Se acopló por la espalda, acomodando intencionadamente su pene erecto entre sus nalgas. Pasó sus manos por la cintura, acariciando el vientre.

- ¿No te cansas nunca? –preguntó conociendo las intenciones de Raúl.

- Con semejante hembra, nadie se cansaría.


Tras mantener sexo una tercera vez, ambos reposaban cansados sobre la cama. Raúl cada vez que tenía ocasión, le acariciaba el vientre. Era joven, pero la idea de que su hijo estuviera formándose dentro de Vera, le producía una alegría que jamás había imaginado.

- Deberíamos ir a que te controle el médico. –propuso Raúl.

- Estoy bien, -le acariciaba el cuello y la mejilla- no te preocupes. 

- Si me preocupo. Un embarazo en el fin del mundo puede ser peligroso. Piénsalo. Iremos a la consulta, si el medico considera que no hay peligro, nos volvemos. ¿vale? –preguntó con ternura.

- Vale. –susurró.


Al día siguiente, poco antes de terminar la jornada, Raúl habló con los patrones.

- Disculpe Joan, ¿podría hablar un momento con usted y con Teresa? –preguntó entrando en su casa de campo.

- Claro, hijo. ¿Sucede algo? –preguntó Joan. Un anciano bonachón, algo corpulento y con mejillas sonrosadas.

- Me gustaría pedirles permiso para volver a la muralla unas horas antes. Vera se ha quedado embarazada, y queremos visitar al médico.

- ¿Embarazada? –preguntó Teresa sonriendo de alegría. Una mujer delgaducha, con el rostro pálido y siempre con un pañuelo en la cabeza.- Que alegría. Claro, que podéis ir. ¿No es cierto Joan?

- Claro, claro. –contestó como si hubiera recibido una orden de su mujer- Lo que necesites. Además, pronto vendrá la cosecha. Ya queda poco por hacer. 

- Muchísimas gracias. De verdad. –dijo saliendo apresurado de la casa.


Estaban esperando en la sala de espera de la casa del médico. Nunca habían tenido la necesidad de acudir, así que les parecía todo muy desconocido. La casa, una de las más grandes de dentro de la muralla, estaba situada a escasos metros del castillo. Habían acondicionado una de las habitaciones como sala de espera. En realidad, si no les hubieran indicado que aquello era la casa del médico, nunca lo habrían adivinado. Acostumbrados, en los hospitales o centros de salud, a ver carteles informativos o paredes blancas habituales, aquello contrastaba con su idea preconcebida. Una de las puertas casi al final del pasillo se abrió, y escucharon como dos personas hablaban. Caminaban por ese pasillo pasando por delante de ellos. Tanto Raúl como Vera se sorprendieron de ver quien acompañaba a la paciente. Eli, vestida con una bata blanca y una carpeta en la mano, entró sin mirar en la sala de espera.

- ¿Eli? –preguntó Raúl sorprendido- ¿Eres tú la médico?

- Raúl. –dijo alegremente- ¿Qué haces aquí? ¿Te pasa algo? –preguntaba ignorando a Vera- Ah, no. No soy médico. Soy la asistente de la Doctora. Aunque estoy aprendiendo muchísimo. Pero dime… ¿a qué vienes?

- No soy yo. Es Vera. –contestó Raúl sin dar más detalles.

- En ese caso, podéis pasar ya. Os acompaño.-se dio la vuelta y caminó a paso acelerado y abrió la consulta- Aquí es. 


Cuando pasaron los dos, Eli cerró la puerta con decisión. Algo más fuerte, de lo que se habrían imaginado. La consulta, inesperadamente, era completamente diferente al resto de la casa. Vitrinas con multitud de envases de medicinas, pomadas… todo lo necesario para primeros auxilios. Una escueta mesa de madera de color oscuro y silla a juego. Carteles informativos, que podrías encontrar en cualquier hospital. Y algo que les llamó la atención. Varias máquinas del ámbito medicinal, que obviamente, requerían de electricidad. Sin embargo, desde su llegada, no habían visto nada que la suministrase. En la silla, estaba la doctora. Una mujer de anchas espaldas, portaba unas gafas redondas y grandes. Su pelo estaba, claramente teñido de color granate y sujetando su flequillo con una diminuta coleta en mitad de la cabeza, dejando el resto del pelo suelto. 

- Buenas tardes. –se levantó para darles la mano- Soy Merche. Sentaos, por favor ¿En qué puedo ayudaros? 

- Bueno, venimos porque creo que estoy embarazada. –dijo Vera con vergüenza. La doctora los miró sin mostrar expresión alguna.

- Supongo que sabéis que la sanidad pública desapareció hace mucho, ¿verdad? –dejó el bolígrafo encima de la mesa.

- Sí, claro. –contestó Raúl sin saber a donde quería ir a parar.

- Entonces debéis tener claro varios puntos. La primera es que es un riesgo enorme los embarazos en este tipo de situaciones. Por otro lado, si sucede, como es el caso de vosotros dos, debéis saber que cualquier atención o medicamentos que necesite la madre o el bebé, hay que pagarlos. Y serán caros. Las farmacéuticas han desaparecido, y hay personas que se juegan la vida a diario, para conseguir lo que quede ahí fuera. Si por el contrario, decidís que no queréis seguir con la gestación, obviamente, el precio sería considerablemente más barato. Aunque existe un riesgo elevado de contraer infecciones, que lleven a la muerte de la madre gestante. –les explicó, tratando de que asimilasen cada frase.

- Queremos seguir adelante. Pagaremos lo que haga falta. –dijo Raúl, sin pedir opinión a Vera. Sin embargo, Vera, asintió con convicción las palabras de Raúl.

- Bien… -tomó el bolígrafo de nuevo-… ya tenía ganas de usar el ecógrafo.


Tras más de una hora en la consulta, salieron al pasillo. Los acompañó hasta la habitación contigua, donde estaba Eli en otra mesa, con varios cuadernos abiertos donde iba apuntando cosas.

- Elisabeth, querida. –le llamó por su nombre completo- te dejo la nota. Ya hemos terminado por hoy. –se dirigió a Raúl y Vera- Si necesitáis cualquier cosa, venid enseguida. ¿de acuerdo?

- De acuerdo. Muchas gracias.

- A vosotros. –se metió de nuevo en su despacho.


Raúl le tendió la nota a Eli, que no la miró hasta que hubo terminado de escribir lo que fuera en uno de los cuadernos. 

- Bueno, vamos a ver…-desplegó la nota y comenzó a leer-… primera consulta, gratuita. –lo escribió en otro cuaderno- caja de vitaminas, cinco Lores. –apuntó- prueba de embarazo… -tuvo que leerlo dos veces-… un Lore. Primera ecografía…ocho Lores y medio. –ya no pudo seguir leyendo.

- Si Eli. Vera está embarazada. –dijo Raúl exasperado por la cara de asombro de Eli.

- En total… catorce lores y medio. –dijo estirando las palabras sin poder simular su consternación.

- De acuerdo. –dijo frotándose la frente. Sacó su bolsita con las monedas, y las dejó caer sobre la mesa. Fue contándolas, y le entregó el coste de su visita. El resto, tres Lores, los guardó, secándose el sudor de la frente.


Eli los observó detenidamente. Ambos estaban pálidos. Era evidente, que no esperaban pagar tanto, y mucho más evidente que aquellos tres lores restantes eran los únicos que les quedaban. 

- ¿Solo os quedan tres lores? –preguntó compungida. 

- Si. Pero no hay problema. En un par de meses estará listo el trigo, y podremos cosecharlo. No soy muy entendido aun, pero según Joan, este año va a ser bueno. –contestó tratando de forzar una sonrisa.


Muy lento, fue metiendo las monedas que habían depositado encima de la mesa, en una bolsa mucho más grande. La del médico. Se detuvo cuando solo había metido cuatro. El resto se las acercó a Raúl, deslizándolas por la mesa.

- ¿Qué haces Eli? –preguntó extrañado.

- Devolviéndote el dinero. –dijo con tono obvio.

- Te meterás en líos. Anda, guarda las monedas. –le indicó Raúl.


Eli, se levantó de la silla. De uno de sus bolsillos de la bata, sacó su bolsita rebosante de monedas, y completó hasta los catorce lores dentro de la bolsa del médico. 

- Raúl, eres mi amigo, pesar de todo. –dedicándole una rápida mirada a Vera, que no decía nada- No voy a permitir, que paséis hambre, teniendo dinero que no gasto. 

- Pero Eli… -dijo apesadumbrado.

- Que se alimente bien. –ordenó- Que se tome las vitaminas sin excepción. Que no haga sobreesfuerzos innecesarios. Y sobre todo, enhorabuena. –les felicitó. Raúl fue a tocarle la mano en señal de agradecimiento, pero ella la retiró a tiempo.- Vamos, ahora fuera de aquí, antes de que me arrepienta.

- Gracias. Muchas gracias. –dijo Vera con sinceridad.

- Dámelas cuando tu bebe crezca sano. –se volvió a sentar, y se puso a escribir en uno de los cuadernos, ignorando de que seguían allí de pie pasmados.


En cuanto salieron por la puerta, no pudo contener el llanto. Merche, la doctora, llegó asustada al oírla. 

- ¿Qué pasa, Elisabeth? –se bajó un poco las grandes gafas.

- Nada, nada. Perdona. Es que son amigos míos, y me he emocionado con la noticia del embarazo. -La doctora, sonrió como lo haría una madre, y la dejó sola para no hacerle pasar peor trago. 


Pasaban los días, y a medida que se cruzaban con los vecinos, les iban dando la enhorabuena. Era una buena noticia para todos. Además de ser la primera mujer que daría a luz desde que se formara la comunidad en el castillo. Algunos, incluso, les hacían regalos. Al llegar a casa, tenían prácticamente toda la casa llena de obsequios. Desde flores, botellas de vino, piezas de carne, ropa nueva, pan. Raúl se detuvo en una bandeja de bollitos. Olían a canela. Aspiró con detenimiento uno de esos bollitos antes de darle un mordisco.

- Mmmm… que rico-saboreaba cada trozo-…me recuerdan a mi madre.

- ¿Y eso? 

- Todos los años, después de la vendimia, mi madre los hacía. Me decía que invitase a mis amigos, y merendábamos en la escalera del hostal. Eli siempre se llevaba los que sobraban. Por cierto –abrió los ojos-, pronto será su cumpleaños. Si hemos ido señalando los días bien, mañana.

- ¿Iras si lo celebra? –preguntó Vera con temor.

- No creo que sea buena idea. –contestó como si nada- Le estoy agradecido por lo que hizo en la consulta, pero te pondría en un compromiso innecesario.


Al día siguiente, por la tarde, Raúl salió al campo a terminar de recoger las herramientas que aún quedaban pendientes. Vera le iba a acompañar, pero él insistió en que no. Algo que le vino bien a Vera. Estaba sentada en el sillón, mirando la bandeja de bollitos de canela. Se armó de valor, y llevándose la bandeja fue en busca de la casa de Eli. Primero pasó por la consulta, quien con mucha amabilidad, la doctora le indicó donde vivía. Estando justo enfrente de la puerta, se arrepintió. Pero la puerta se abrió en el mismo instante en que se disponía a marcharse. No dándole tiempo a retirarse a tiempo

- ¿Quieres algo? –preguntó una chica con la cara llena de pecas y pelo rojizo.

- No nada. Ya me iba. –dijo apurada.

- ¿Vienes a ver a Eli? Espera que la llamo. 

- No…

- Eli, tienes visita. –gritó a la vez que se marchaba- Yo me marcho. Pero enseguida vuelvo.


Ya no tenía escapatoria. Resopló resignada, y vio como Eli llegaba por el pasillo. Al verla, se quedó con expresión confundida. Asomó la cabeza, y miró hacia ambos lados. La chica pelirroja le saludó con la mano mientras se alejaba. Miró de nuevo a Vera.

- ¿Vera? –preguntó extrañada.

- Si…-sentía vergüenza, como nunca había tenido. Hasta llegó a comprender a la pobre chica de la taberna de Maksim-… bueno… es que… me preguntaba… si querías aceptar estos bollitos de canela. ¿es tu cumpleaños no?

- Si. –contestó sin cambiar su expresión de asombro- Es mi cumpleaños.


Dentro se escuchaban voces y risas de más personas. Que la llamaban, y requerían su presencia.

- Lo siento… -dijo Vera retrocediendo varios pasos-… ha sido una gilipollez venir. Estas ocupada. Solo quería agradecerte lo que hiciste el otro día en la consulta. Nos regalaron estos bollitos de canela, y Raúl se acordó de que eran tus favoritos y hoy tu cumpleaños. Se me había ocurrido, que sería buena idea regalártelos. 


Vera comenzó a marcharse. Eli no sabía que le resultaba más extraño. Sí que Raúl se acordase de su cumpleaños y que bollitos eran sus preferidos, o que Vera se hubiera presentado con toda naturalidad en su casa para regalárselos. 

- Espera. –su voz salió sin pensar- ¿Quieres pasar?

- No quiero molestarte, Eli. –le tendió la bandeja.

- No molestas. –le hizo una mueca con la cabeza, invitándola a pasar- Además… tienen buena pinta.


Pasó al recibidor, y siguió a Eli por el pasillo hasta una estancia más grande. Encima de una mesa, había refrescos, frutos secos y un pollo asado. En cuanto vieron pasar a Vera, dejaron de hablar.

- Os presento a Vera. –dijo a los asistentes, todas femeninas.


Una a una se fue levantando de las sillas y sillones saludándola y diciendo su nombre. Vera se sentía incomoda. Sentía que estaba traspasando una barrera en la que estaba fuera de lugar. Instintivamente, se llevó la mano que tenía libre al vientre. 

- Oh, por dios, Eli. –dijo Eva. Una mujer de unos treinta y pocos años. La más mayor de las presentes- ¿Por qué no nos habías contado que la embarazada es tu amiga?

- Eso…-dijo Bárbara. Otras de las presentes. 

- Eres muy famosa. –le dijo Victoria, una joven morena, y con un corrector dental prominente.

- ¿Famosa? –aquello no le estaba gustando demasiado.

- Vamos, dejarla en paz. No la atosiguéis. –protegió Eli.


Enseguida, Victoria, la joven con aparato se levantó de su asiento para ofrecérselo a Vera. Le quitó la bandeja, colocándola en la mesa. Le ofrecían de todo. Eli, algo más apartada, sonreía amablemente al ver la calurosa bienvenida. La mujer pelirroja volvió.

- Bueno, a Leticia ya la conoces. Es la que te abrió la puerta. –indicó Eli.

- ¿Esta es la que te ha robado el novio? –preguntó provocando un silencio incómodo.

- Leti… -recriminó-… creo que no son formas de tratar a nuestra invitada. Y para que quede claro a todas, -miró a Vera- y en especial a ti. Nadie me ha quitado el novio, porque nunca lo he tenido. 

- Ese es el problema, cariño. –interrumpió con tono burlón Leticia- Lo que te hace falta es un buen polvo.


Aquello provocó que Eli se sonrojara más de la cuenta, y desvió la conversación por otro lado.

- ¿Alguien quiere uno de estos bollitos? –preguntó balbuceando, avivando unas sonoras carcajadas de todas.


Quitando ese momento puntual con Leticia, todo volvió a la normalidad. De hecho Vera, empezó a sentirse más cómoda. Poco a poco, lograba involucrarse en las conversaciones que mantenían. Hasta que se hizo de noche. 

- Creo que debería irme ya. –dijo Vera más tranquila- Me fui sin decirle nada a Raúl, y se puede preocupar.


Las chicas se despidieron de ella, como si fuera una de sus amigas de toda la vida. Era extraño y muy agradable a la vez. Eli la acompañó hasta la puerta.

- Tengo que reconocer que ha sido una sorpresa tu visita. –dijo Eli con confianza.

- Yo tengo que reconocer, que no eres tan bruja como aparentas… -enseguida se arrepintió de sus palabras y rectificó-… no quería decir lo que he dicho. A ver. No me malinterpretes… es que se me da muy mal esto…

- Jajaja…-se rio sincera-… no te preocupes. Creo que me voy acostumbrando… anda, ten cuidado. ¿Quieres que te acompañemos? –preguntó servicial.

- Muchas gracias, de verdad. No hace falta. Esta tarde he recibido más de lo que esperaba. Es como si abusara de ti. 

- Gracias a ti, Vera. Es cierto que tus modales son un poco… raros… pero ya entiendo porque Raúl está contigo.

- Buenas noches. –saludó contenta y en paz consigo misma. 


No lo había pensado, pero a medida que se acercaba a su casa, se sentía nerviosa. ¿Qué le diría a Raúl? Al entrar al calor de su hogar, Raúl estaba jugando con Rebeca y unos cochecitos de madera. Miró a Vera, que traía cara de haber hecho algo mal y esperando una regañina. 

- Hola amor. –dijo con naturalidad.

- Hola. –dijo Vera sin comprender porque no le pedía explicaciones.

- ¿Qué tal la tarde? –hacia el ruido del motor de un coche mientras lo hacía rodar.

- He ido a ver a Eli. –dijo cerrando los ojos. Como si le hubieran dado un puñetazo.

- ¿Así? –sonrió- ¿Y qué tal? 

- Pues… pues… -no le salían las palabras. Raúl, al ver su indecisión, se preocupó.

- Sea lo que sea, se arreglará. No te preocupes. Eli, a veces puede ser muy recta. Pero es buena persona. Lo que le hayas hecho, se le pasará.

- Raúl, tío. De verdad… a veces pienso que eres demasiado confiado. 

- ¿Ha pasado algo grave? –se asustó.

- No. No, cari. Todo lo contrario. Ha sido una tarde maravillosa. –empezó a llorar- he conocido gente que me ha tratado de puta madre. Hasta Eli. Tu Eli. Después de pasarme toda la tarde por ahí, sin avisarte, llego a casa y me tratas como si no te preocuparas por mí. –tuvo que sentarse.

- Amor… -se puso de rodillas para hablarle a la cara-… claro que me preocupo por ti. Pero también confío en ti. Y no soy tonto. –le hablaba con dulzura- Cuando he llegado y he visto que la bandeja de bollitos no estaba, después de contarte que eran los preferidos de Eli y su cumpleaños, supe perfectamente donde habías ido. Y lo que has hecho, ha sido maravilloso. Tu misma te has dado cuenta que has recibido, cuando has dado. 


En ese momento tocaron a la puerta, sobresaltándolos. Raúl, se levantó para abrir. Algo no iba bien cuando, un guardia del rey entró por la puerta.

- ¿Raúl Sauras? –preguntó el guardia.

- Sí, soy yo. –su corazón se aceleró.

- Disculpe la intromisión. El Rey Joaquín me ha encargado que te entregue esta nota personalmente.

1 comentario:

Unknown dijo...

Precioso... con clifhanger eso sí...