sábado, 20 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 52

Capítulo 52.


En ese mismo instante fue a ver al rey sin su consentimiento. Tuvo que evadir varios guardias apostados, y esperar a que no le viera nadie. Entonces entró en la habitación. Joaquín seguía en el mismo lugar donde lo había dejado horas antes. Era casi de noche ya. Al escuchar la puerta cerrándose, el rey se sobresaltó y observó con rabia a Raúl.

- ¿Qué haces aquí? –le regañó.

- Tenemos que hablar. Es importante. –dijo con brusquedad.

- Ya te dije que debo pensar sobre tus acusaciones.

- Tu hermano ha secuestrado a Vera y Martin y me ha amenazado. –le gritó.


El semblante del Rey cambio por completo. Aquello no era una noticia que le habría gustado recibir. Incluso, se podía percibir el miedo en su mirada. Le incitó a sentarse, entre otras cosas para poder hablarle a la cara sin dolor al levantar la cabeza.

- ¿Qué ha ocurrido? –preguntó.

- He vuelto a casa y ya no estaban. Me ha dejado una nota. Lo sabe, Joaquín.

- ¿Le has dicho que yo lo sé? 

- Le he mentido a medias. Le he dicho que no te lo he contado, pero que si lo hacía no me creerías.

- ¿Qué es lo que quiere de ti?

- Me ha pedido que no diga nada. Que no haga nada. Te está envenenado para convertirse en el nuevo rey. 

- ¿Si yo muero, te devolverá a tu familia?

- Eso ha dicho.

- Pues entonces no queda más remedio que prepararme para morir. –le guiñó un ojo.

- ¿No estará hablando en serio?



Salió del castillo abatido. Se refugió en su casa, y no permitía que nadie lo viera. No podía permitirse que la gente hablase o descubriera que Vera y el niño no estaban en casa. Todo eso podía poner en jaque todo, y lo único que quería es que nada le pasase a su familia. Durante todos esos días, ni siquiera visitaba al rey, y acumulaba las notas que le pasaban por debajo de la puerta. Estaba en el salón, cuando escuchó ruido en su habitación. Cuando llegó se encontró a Reina y Héctor entrando por la ventana.

- Por fin. –dijo Héctor- dar contigo es una auténtica tarea.

- ¿Qué pasa Raúl? –preguntó Reina escrutando la habitación y la cuna vacía que le había regalado- ¿Dónde están?

- No deberías haber venido. –contestó Raúl rabioso.

- Sea lo que sea, puedes contárnoslo. –dijo Héctor apoyando un brazo en el hombro.

- No puedo. Si lo hago podríais poner en peligro a Vera y Martin.

- Si no nos lo cuentas, sabes que lo averiguaremos por nuestra cuenta. –amenazó Reina.


Sin más remedio, tuvo que contarles todo. Lo que había visto esa noche en el torreón, las visitas al rey, lo que le había pedido que averiguase, como el comisario le estaba chantajeando… todo. 

Aun no salían de su asombro, cuando las campanas del castillo sonaban con un ritmo pausado. Raúl cerró los ojos y suspiró profundamente. Se frotó la cara con las manos y supo que el rey había muerto. El patio central del castillo se llenó enseguida de gente, expectante a lo que les tenían que anunciar. Raúl, Reina y Héctor, se quedaron en una calle atrás, donde podían ver y escuchar sin ser vistos. 

- Lamento comunicaros –decía la voz entrecortada del comisario- que el Rey Joaquín acaba de fallecer, después de luchar por mucho tiempo contra una enfermedad que todos conocíais.


El murmullo y conversaciones  especulativas de la gente no se hicieron esperar.

- El Rey Joaquín, quien construyó esta comunidad por el bien de todos, será recordado por siempre. –hizo una pausa- Pero no debe preocuparos. Como persona de mayor autoridad, me declaro nuevo Rey de Lobarre y prometo cumplir con todas las obligaciones que el titulo sustenta. Mi primera obligación, será darle un funeral como se merece a nuestro rey ya fallecido. Se oficializará esta noche al toque de seis campanadas. 

- ¡Larga vida al rey! –gritó uno de los lugareños.

- ¡Larga vida al rey! –gritó de seguido toda la gente del patio- ¡Larga vida al rey! ¡Viva el Rey Elías!



Raúl esperó a que el patio se quedase vacío para ir a la torre del comisario. Les pidió a Reina y Héctor, que se mantuvieran al margen, pero que reuniese al resto en su casa para darles explicaciones una vez se hubiera resuelto todo. Estaba nervioso, pues llevaba cuatro días sin ver a Vera y Martin y había llegado el momento de llevarlos a casa. Procuró que nadie que no fuera los guardias del comisario, el nuevo rey, le viese. El Rey Elías le estaba esperando en su dormitorio, junto a varias empleadas que recogían sus cosas para trasladarlas al castillo. 

- Dejadnos solos. –ordenó a las mujeres.

- Ya he cumplido mi parte. Entrégame a mi familia.

- Muestra un poco más de respeto a tu nuevo Rey. –dijo altivamente.

- Tan solo quiero volver a casa con mi familia. 

- Has cumplido bien con lo que te pedí. –admitió- Pero aun debo asentarme en el nuevo puesto sin que haya especulaciones. Se quedarán hasta que considere que no suponéis un peligro.

- Eso no era lo que acordamos. –se enfadó.

- ¿Vas a desautorizar al rey? –se encaró- en cuanto chasquee los dedos, todos esos guardias de fuera harán todo lo que les pida sin pedir explicaciones. Así que te sugiero que aguantes un poco más, y no pongas tu vida en peligro.


Salió del cuarto dando un portazo. Su cabeza era un torbellino. La sangre le hervía. La mandíbula le dolía de tanto apretar los dientes. Sentía que su rabia iba en aumento y ya no podía controlarla más. Al llegar a su casa, todos estaban esperándole. Lo miraban con desconcierto, y alguien hasta con miedo al ver la expresión de su cara. Allí estaba Pablo, Ramón, Héctor, Reina, Eli y Sharpay. Cerró la puerta y miró por la ventana antes de hablar con ellos.

- Necesito vuestra ayuda. –dijo con decisión.


Les contó lo que sucedía con todo lujo de detalles. Poco a poco, la crispación se hacía más evidente, y por fin, decidieron actuar como deberían haberlo hecho desde el principio. Asaltarían el castillo en busca de Vera y Martin. 

Raúl volvió al castillo, y se dejó apresar por los guardias del Rey Elías. Que lo llevaron ante él. Lo dejaron a solas, algo magullado por los golpes que se había dejado dar, pero hechos a propósito. Elías lo miraba enfadado.

- Lo hemos encontrado tratando de entrar en las mazmorras. –dijo el guardia.

- Dejadnos solos. –ordenó- Acabas de cometer la estupidez más grande de tu vida. 


Raúl permanecía con la cabeza baja, sin mirarle a la cara y tratando de simular miedo. Elías se acercó a él y lo abofeteó. 

- Acabas de perder tu única oportunidad de recuperar a tu familia. Pero eso ya lo sabias. 

- Así es. –contestó Raúl mirándolo con desprecio.

- Te azotaré y te humillaré hasta que supliques que te mate.

- Inténtalo y te mato. –le amenazó. 


Al escuchar eso, desenvainó su espada y justo en el momento que se disponía a apuntarle con ella, Raúl lo desarmó exactamente igual que le había enseñado Pablo. Le retorció el brazo, y con un meditado golpe en el exterior del codo, le partió el brazo. 

- Estás loco chaval –le gritó- ¡Guardias!

- Yo he sido muy benevolente contigo, pero te aseguro que mis amigos no lo serán con tus guardias. 


Afuera se escuchaba ruidos metálicos, gritos, y signos de lucha. 

- No podrán con mis guardias. –se retorcía de dolor.

- ¿Dónde están Vera y Martin? –preguntó retorciéndole el brazo roto.

- No te lo pienso decir. No lograrás…- no terminó la frase, porque Raúl, le cortó la mano con la espalda un poco más arriba de la muñeca.


Lo cogió por la espalda. Elías gritaba de miedo y dolor al ver el muñón que le había dejado. Salieron al pasillo, y descubrió un reguero de guardias muertos por todo el corredor. Por el otro extremo del pasillo, Elías vio algo que le produjo más dolor que la amputación. Su orgullo herido. Al ser engañado. Un grupo de guardias del Rey Joaquín se acercaba hacia ellos. Entre medias de ellos, el propio Rey Joaquín también llegaba sentado en una silla de ruedas y con cara de pocos amigos, y muy pálido.

- Hola hermano. –hizo una reverencia- Supongo que no te alegrarás de verme.

- ¿Tu? –balbuceaba- ¿Tu? Pero… -le enseñó la mano amputada-… mira lo que me ha hecho… -lloriqueaba.

- Debo reconocer que la violencia mostrada aquí esta noche es desmesurada. –miró a Raúl- sin embargo, supongo que estará debidamente justificada. 

- ¡Raúl! –gritó una voz al otro extremo del pasillo- ¡Raúl, debes venir!


Era Héctor y por su expresión de la cara, supo en ese instante que algo no iba bien. Dejó allí a los dos reyes, y corrió detrás de Héctor, que bajaba escaleras a toda prisa. Llegaron hasta las mazmorras, donde estaban las celdas. A la entrada de una de ellas, estaba Sharpay y Eli. En el suelo había guardias muertos. Se acercó a toda prisa. Dentro de la celda estaba Vera. Muy débil y tumbada. Eli la atendió. 

- Vera. Vera. –la tocó la cara, pero abría los ojos muy débilmente- ¿Dónde está Martin?


Pero no contestaba. Reina llegó por detrás. Le tocó la espalda, y al ver la cara de Reina y los demás, comenzó a llorar temiéndose lo que encontraría. Salió de la celda, y en la siguiente, estaba la mujer morena de rostro puntiagudo, sujetando un bulto envuelto en una manta. Se apresuró a quitárselo. Cuando separó la manta no podía creer lo que veía. Cayó de rodillas emitiendo un grito desesperado y agudo que puso los pelos de punta a todos los que allí estaban. Raúl sujetaba el cuerpo sin vida de Martin, contra su pecho.

- Lo siento. –dijo la mujer morena- se me cayó al suelo cuando trataba de huir. Lo siento. Yo no quería. 


Raúl la miraba con tal odio, que en ese mismo instante la hubiera matado con sus propias manos. Pero algo más le estaba pasando. Algo que hacía mucho tiempo que no le sucedía. El traqueteo detrás de las orejas. La gente le hablaba pero no lograba entender lo que decían. Estaba mareado, y sin dejar de sujetar al bebé vomitó encima de la mujer. La vista se le nublaba a pasos agigantados. Se giró para decirle algo a Pablo. No supo si logró decirlo o no. Desvió la mirada hacia la cintura de Pablo, que llevaba una pistola en el cinturón. Se la quitó y disparó en la cabeza a la mujer que se quedó con los ojos abiertos al caer. Salió de la celda, aturdido. El dolor detrás de las orejas, le estaba avisando que pronto perdería el conocimiento. La gente le decía cosas, pero al no entenderlas no les prestaba atención. Llegó hasta Eli, que seguía de rodillas dando de beber a Vera. Le tendió el cuerpo sin vida de Martin. Se dejó caer sobre Vera, que no se movía, pero era plenamente consciente de lo que ocurría y sus ojos se llenaron de lágrimas. Raúl balbuceó algo: “Perdóname”. Y Vera desvió la mirada ahogando un grito.


Cuando logró salir al patio, aún seguía notando el dolor del traqueteo. Caminaba trastabillando y se fijó en el cuerpo que colgaba con el cuello roto. Supo que era Elías, en cuanto se fijó en la ausencia de una mano. Caminó, entre la gente, lleno de sangre aturdido. Sin saber hacia dónde dirigirse. Le miraban horrorizados, y se apartaban a toda prisa. Un guardia se acercaba a toda prisa con la espada a punto de cortarle la cabeza. Pero por alguna razón que desconocía, el guardia desapareció de su vista. Quizá hubiera preferido que le cortase la cabeza, y así terminar con el sufrimiento. Sin embargo, cuando todo se le pasó, estaba en mitad del bosque tumbado boca abajo. Se incorporó con un dolor de cabeza horrible y vio la figura del castillo a lo lejos. Le dio la espalda y continúo caminando en dirección contraria. Alejándose de todo aquello, con gran desánimo.


Continuará…

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