jueves, 11 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 43.

Capítulo 43.


A pesar de haber sobrevivido siete meses al apocalipsis, Vera empezaba a acusar la falta de seguridad de la que disfrutaba en el Burguer King. El buen hacer de Tecla, logrando mantener productos perecederos en perfectas condiciones, lo único que había conseguido era alargar lo inevitable. Además, comenzaba a sufrir los síntomas de abstinencia de la marihuana. Incluso empezaba a replantearse su vuelta. Sin embargo las atenciones por parte de Raúl, le impedían abandonarle. El coche se había quedado sin combustible a varios kilómetros de un pueblo. Una de las primeras normas que se autoimpuso, era no entrar en zonas donde la población era abundante. Exploraron varios edificios a las afueras. Sus ocupantes, las abandonaron apresuradamente, dejando valiosos recursos. 

- Mira. –le mostró un paquete de macarrones- Esta noche cenaremos pasta.

- He encontrado tomate. Pero creo que está podrido… -le enseñó un bote metálico y abollado. 

- Con lo que hay aquí, podemos sobrevivir un tiempo. No soy buen cocinero, pero no creo que sea difícil cocer legumbres.

- Joder, ¿esto es así siempre? –preguntó Vera poniendo cara de asco al ver el paquete de lentejas de la mano de Raúl.

- Siento decepcionarte. Pero sí. Lo que teníais en el Burguer es una excepción. De hecho, pasamos un mes en la hacienda de Pablo muy malo. No encontrábamos ni esto.


Vera resopló, pero se dio por convencida. Una vez llenaron las mochilas, se alejaron de allí. Pasaron por una fuente natural de agua, que aun emanaba un buen chorro. Llenaron sus cantimploras, y otras pocas más que sacaron de una tienda de caza. Vera iba a dar un trago, pero Raúl le dio un manotazo.

- No te enfades. Pero no sabemos si está contaminada. Cuando hagamos un fuego la hervimos. 

- Pero la beberemos caliente y ahora está fresca. –protestó.

- Es lo que hay. –le dedicó una sonrisa conciliadora.


No muy lejos de allí, acamparon en un prado donde la nieve se había derretido por completo. Después de hervir el agua, la volvió a introducir en las cantimploras. Para enfriarla, las tapó con un buen bloque de nieve helada. Al verlo, Vera se dio cuenta de que estaba en buenas manos. En el mismo recipiente, dejó un poco de agua y coció los macarrones. Los aderezaron con maíz enlatado, y un poco de aceite.

- ¿No decías que solo habías cogido café? –dijo con un tono burlón, al ver una de las botellas de aceite que tenían en el refugio.

- Quien dice un poco de café, dice un par de botellas de aceite… -se rio.

- Pues no está tan malo esto. –mintió.


Esa noche iban a dormir a la intemperie. A Raúl no le importó demasiado. Pero Vera no lograba conciliar el sueño. Disponían de un solo saco de dormir, cortesía de una abandonada tienda de montañismo. Raúl se quedó absorto, contemplando las llamas de la fogata. Por un instante, le pareció escuchar el murmullo de la gente de su pueblo cuando estaban de feria. Los vendedores ambulantes, ofreciendo artículos de lo más variopintos. Comprando algodón de azúcar, al compás de la música de la orquesta de esa noche. Aquellos eran buenos tiempos. A decir verdad, echaba de menos hasta los chismorreos que volaban en el colegio. Sonrió al recordar cuando Marcos, el hermano de Héctor, se declaró homosexual creyendo que él también lo era. Sentía que había transcurrido una eternidad de todo aquello. Súbitamente, la pena le invadió al recordar a su madre pasando por el detector de metales del aeropuerto. Cuanto la echaba de menos. Se moría por abrazarla de nuevo. Sabía que eso era imposible ya. Y su padre… lo que tuvo que hacer con él para no verle sufrir. Miró hacia el cielo estrellado, tratando de imaginarse que una de esas estrellas era su padre que lo miraba desde arriba. Ahora solo le quedaba Rebeca, y ni siquiera era capaz de cuidarla. Había descuidado sus deberes como hermano mayor. Siempre a la confianza que depositaba en Mónica. 

- ¿En qué piensas, Rulo? –preguntó casi en un susurro.

- En toda la gente que he perdido. Mi madre. Mi padre. Amigos. 

- Yo no tenía a nadie. –hablaba acurrucada en el saco.

- ¿Y tus padres?

- Mis padres eran buenas personas. Tan buenas, que se pasaron a gilipollas. Mucha culpa fue mía, lo reconozco. Era muy trabajadores. Pero no les llegaba a todo. Y encima yo, les sangraba por todos lados. Cuando pasé al instituto, me pasaba el día fumando y bebiendo en un parque. Como se solía decir, no tenía ni oficio ni beneficio. Pasaron los años, y ni había estudiado ni conseguía trabajo. Gabi me acogió por un tiempo en su casa. Poco a poco, fui perdiendo el contacto con ellos. Gabi me proveía de todo. Quizá mirándolo desde otra perspectiva, es muy posible que me prostituyera a cambio de todo eso. Sé que Gabi estaba obsesionado conmigo. No lo niego. Pero nunca le vi más allá, como un instrumento para conseguir de él lo que quería.

- Entiendo. –dijo absorto en el fuego.

- ¿Qué te hubiera gustado ser? ¿Medico? ¿Futbolista?

- Ni siquiera recuerdo si alguna vez me lo planteé. En cierta ocasión, dije a mi madre que me gustaría trabajar en el hostal con ella. 

- Yo quería ser cantante. 

- ¿sabes cantar?

- Para nada. Pero era lo que me hubiera gustado ser.


Cuando se quisieron dar cuenta, los primeros rayos del sol aparecieron. Se quedaron atónitos, al saber que no habían dormido ni un minuto. De hecho, ni siquiera tenían sueño y continuaron hablando. Contándose lo que les hubiera gustado hacer si el mundo no se hubiera roto. Después de comerse las sobras de por la noche, recogieron todo y reanudaron la marcha. Raúl la observaba. No estaba acostumbrada a caminar largas distancias.

- Cuanto echo de menos mi moto… -protestó.

Raúl solo sonrió y aceleró el paso. Se detuvieron en una estación tren. Parecía antigua, pero debía seguir en funcionamiento hasta hacia poco, por los horarios y carteles de las puertas. No había ningún tren, pero si varios infectados dentro de la sala de espera. No encontraron nada de valor y se marcharon. Caminaron por las vías del tren. Vera le insistía en que buscasen otro coche. Al final, aceptó. Al llegar a la siguiente estación, más moderna, buscaron en un parking adyacente uno de su agrado.

- Rulo… -interrumpió-… ¿Por qué perdemos el tiempo con estos coches usados? 

- Alguno habrá que podamos usar.

- Allí hay un concesionario. Tiene coches fuera. Seguro que si buscamos dentro de la tienda, conseguimos las llaves.


En cierto modo, Vera tenía razón, y Raúl no tuvo más remedio que asentir. Cruzaron la calle y con un sublime golpe con una silla de la sala de espera de la estación, Vera hizo reventar en mil pedazos el escaparate. Dentro había más coches, pero se centraron en buscar las llaves de los de fuera. Vera encontró la caja anclada en la pared. Las cogió todas y una por una fue activando los botones de apertura. Uno de ellos se accionó. Era un bonito todoterreno urbano de color rojo. 

- ¿Me dejaras conducirlo? –abrió los ojos como si se tratase de una niña de seis años.

- Todo tuyo.

El motor carraspeo varias veces. Comprobaron el nivel de combustible, y eso no era el motivo por el cual no encendía. Aunque debían conseguir más diésel si querían salir de aquel pueblo. Raúl contempló la cara de decepción de su compañera. 

- No te preocupes. Habrá más. –le dijo.


Accionaron varias llaves hasta que encontraron otro que se activó. Este era menos lujoso que el anterior. Aunque muy cómodo por dentro. Un utilitario de color gris plateado muy común. Para su sorpresa, este arrancó como salido de fábrica. El nivel de combustible era aceptable. Aun así, Raúl sacó un tubo semitransparente y flexible. Mandó a Vera buscar algún recipiente donde depositar el diésel que extrajeran de los depósitos de los demás coches. No tardó en encontrar dos bidones de color rojo de unos veinte litros.

- ¿Será suficiente? –preguntó.

- Pues claro. Que rapidez. Se te da bien encontrar cosas. –la alagó, provocando que las mejillas de Vera se volvieran de un color rojo intenso.

- Joder Rulo. No estoy acostumbrada a tanto alago.


A pesar de conocer la teoría de como extraer el combustible, la práctica le resultó más complicada de lo que parecía. Debía absorber con más fuerza, pero temía atragantarse si lo hacía con demasiada. Finalmente, se atrevió, llenado por primera vez su boca con aquel desagradable líquido. Dejó el tubo en el interior del bidón, mientras daba una arcada de asco. Vera lo miraba con aprensión. 

Ya lo tenían listo. Dejó que Vera se pusiera al volante, y se marcharon. Miró el mapa varias ocasiones para asegurarse de que iban en la dirección correcta. En una ocasión, se vieron frente a un grupo tan numeroso de infectados, que era mejor dar la vuelta y buscar una alternativa. En otra, dos de ellos salieron de detrás de un coche abandonado en mitad de la carretera, y no le dio tiempo a esquivarlos. El golpe fue tremendo, dejando grandes abolladuras, pero sin problemas para continuar. Se llevaron un buen susto, y por ello, se detuvieron en un hotel cerca de un polígono industrial, a descansar. A lo lejos, se podía ver una ciudad. Era grande. 

- Creo que es Zaragoza. –informó Raúl.

- ¿Crees o lo has leído igual que yo en aquel cartel? –sonrió.

- Lo he leído. –dijo cansinamente.


En las inmediaciones del hotel, de cuatro plantas, había varios infectados. Al escuchar el ruido del coche, se acercaban a buen paso. Sacó un cuchillo y le tendió otro a Vera. Se encargaron uno por uno de los ocho. Pero de dentro del hotel salían otros tantos.

- ¿Seguro que es buena idea? –preguntó Vera.

- No lo sé. Pero estoy cansado. –se adelantó para clavar el cuchillo al más cercano. 


Dentro de la recepción había otro. Sin embargo, les llamó la atención, que tres más estaban afanosos por entrar en el restaurante. Las puertas estaban cerradas, pero algo entreabiertas por los empujones de los infectados. Se podía intuir que algo la bloqueaba. Llegando desde atrás, acabaron con ellos. Vera se asomó por la leve apertura y percibió movimiento. 

- Creo que dentro hay alguien. –informó- ¿hola? Somos los buenos. –gritó hacia el restaurante.


Quien fuera que estuviera en aquel lugar, se detuvo en seco. Tras unos segundos, lo que bloqueaba la puerta fue desapareciendo. Una mujer de rasgos sudamericanos, y con vestimenta del servicio de limpieza abrió la puerta.

- ¿Han acabado con todos? –preguntó temerosa.

- Si. A menos que estos no fueran los únicos. –contestó Raúl.

- El resto del hotel está vacío. –los dejó entrar y se apresuró a cerrar las puertas principales del hotel- Me despisté unos segundos y olvidé cerrar la puerta. 

- ¿Está sola? –preguntó Raúl.

- Desgraciadamente sí. Mi patrón desapareció hace unas semanas, y desde entonces…

- No queríamos molestar. –le interrumpió Raúl- Nos preguntábamos si podríamos descansar en una de las habitaciones. Vamos de viaje y no hemos dormido desde ayer.

- Por supuesto. Lo que necesiten. Las habitaciones están limpias. Me ayuda a mantenerme ocupada. Pero… -miró hacia la mochilas-… necesito comer algo ya. Se me acabó todo hace dos días.

- ¿Y no ha salido a buscar nada? –preguntó Vera.

- Me da miedo salir sola. Estaba a punto de jubilarme. Me faltaban dos años. Gracias a dios que pude resguardarme aquí en el restaurante.

- Entiendo…-dijo Raúl rebuscando en su mochila-… ¿le parece bien medio paquete de lentejas?

- Van de viaje… supongo que el paquete entero no les causaría mucho perjuicio. Seguro encuentran más. Yo en cambio…-puso cara de desvalida. 

- Eso es mucho, señora. –protestó vera.

- Es igual Vera. Necesita ayuda. Un kilo de lentejas puede hacerla sobrevivir una semana más, por lo menos. 

Vera hizo algunos aspavientos, y dejó la decisión a Raúl. Que finalmente le tendió el paquete de lentejas.

- Dios se lo pague, hijo. –le dijo apretando las lentejas sobre su pecho como un tesoro.


Subieron hasta la cuarta planta. Entre otras cosas, porque era la que más cerca estaba de la salida de emergencias, y en caso de que la olvidadiza mujer cometiera el mismo error de dejar las puertas abiertas, podrían escapar con seguridad. Las puertas eran antiguas. Se abrían con el método tradicional de la llave metálica. El interior no era gran cosa. Una cama de ochenta centímetros, un armario pequeño, un aseo minúsculo y una papelera. La ventana estaba sucia por fuera, pero impecable por dentro. Vera se desplomó sobre la cama. Era cierto que la mujer mantenía el lugar limpio. Raúl, por su parte, estiró los brazos y espalda. Miró a Vera tumbada en la cama, y sin saber por qué, se tumbó encima suyo. Ella, como si lo estuviera esperando, lo recibió besándolo con ímpetu. Ambos se habían excitado, y no tardaron en quedarse desnudos por completo. Lo hicieron rozando la brutalidad. Los gemidos de Vera, de seguro los oiría la mujer de abajo. Sudorosos y jadeantes se quedaron inmóviles un minuto entero antes de que Raúl se separara de ella. Sin poder evitarlo, se rieron. Primero unas leves sonrisas, que dieron paso a carcajadas. Raúl fue el primero en quedarse dormido. Ella se acurrucó sobre su pecho después de fumarse un cigarro.

Ella estaba dormida plácidamente, cuando Raúl se despertó como una exhalación. Vera se despertó asustada, incluso cayéndose de la cama. 

- ¡Vera! –gritó desesperado.

- Estoy aquí, tranquilo. –trató de consolarle.

- ¡No Vera! –gritó otra vez, y mirándola asustado- ¡Corre! ¡Corre! ¡Vete!

- Pero ¿Qué dices? Me estas asustando.


Otro fuerte dolor detrás de las orejas y el palpitar de las venas de su frente, le hacía presagiar que le volvía a dar uno de sus ataques.

- ¡Por favor! –gritó de nuevo- ¡Vete, hazme caso! ¡VETEEEE!


Notó un leve chasquido en los tímpanos y ya no era consciente. Solo pensaba en que Vera le hubiera hecho caso y se hubiera ido. Nunca era consciente de lo que hacía cuando perdía el conocimiento en esos ataques, pero por lo que le contaba Pablo o Reina, no era nada bueno. No tenía plena consciencia del tiempo ni el lugar. Aunque el tiempo que transcurrió hasta empezar a abrir los ojos  le pareció una eternidad. Poco a poco los abría, y trataba de reconocer cada objeto, cada pared o en la posición en la que se encontraba. Rápidamente se dio cuenta de que estaba boca abajo, tumbado sobre algo. Algo blando. Una persona. Notó el sabor metálico de la sangre sobre su lengua. Se incorporó para ver sobre quien estaba. La imagen de aquel abdomen desgarrado y con varios órganos desparramados, le provocó un vomito inminente. Se tocó la cara, pues algo le resbala por la mejilla. Era sangre y un trozo de intestino. Su corazón palpitó a gran velocidad, al percatarse de que aquello era una persona. 

- No. No. No. No. –balbuceaba- Vera no. Por favor…

- Es la señora de la limpieza. –dijo una voz desde el otro lado de la habitación. Era Vera, acurrucada entre dos paredes adyacentes, y con la mirada perdida y ojos llorosos.

- Vera…-dijo aliviado-… yo… debería… 

- Si…-dijo ella-… deberías habérmelo dicho.

- Lo siento…-estaba arrepentido.

- Podría haberte pasado lo que sea que te pasa, cuando estábamos follando. –lo dijo sin ánimo de ofender. Más bien con miedo.


Se levantó y caminó hasta Raúl. Se agachó, lo miró a los ojos y le acaricio el pelo. Su mirada reflejaba tristeza y pena a la vez. 

- Ven. –dijo tratando de ayudarle a levantarse- Te limpiaré un poco. Estas empapado de sangre. 


La naturalidad con la que le estaba tratando, le era desconocida. Estaba perplejo. Pero se dejó llevar. Era lo mínimo que podía hacer. Le llevaba cogido del codo. Fueron hasta el baño y vio que el lavamanos estaba lleno de agua. No quiso preguntar de donde lo sacó. Simplemente se dejó limpiar. Una vez limpio, o todo lo limpio que podía estar, volvieron a la cama. 

- Deberíamos cambiarnos de habitación. –hablaba con voz monótona y preocupada- No me gustaría dormir con un cadáver descuartizado en el suelo.


Le tendió su mochila y su abrigo. Le tomó de nuevo por el codo y salieron de la habitación, cerrándola con llave. Se adentraron en la contigua, y obligó a Raúl a tumbarse. Se puso de lado, sin decir nada. Notó como Vera se tumbaba, mirando hacia él, y pasando un brazo por su cintura. Estaba tranquila. No tardó en quedarse dormida. Sin embargo Raúl, ya no podía dormir. 

Se mantuvo en esa posición durante horas. Le gustaba notar su respiración en su espalda, y la mano fuertemente agarrada a la suya. Vera se despertó pero no se movió. Excepto para acariciar con el pulgar la mano que entrelazaba con Raúl. 

- Sé que estas despierto. –susurró.


El no dijo nada. 

- No te sientas mal. –se soltó de su mano y se levantó- Levántate y bajemos a desayunar. 


Ella se marchó dejando a Raúl tumbado en la cama. No sabía cómo afrontar eso. Pero recogió fuerzas, y bajó a la recepción. En una mesa del restaurante, vio como Vera comía algo de un recipiente grande. Se sentó delante. Había otro recipiente con leche y un paquete de cereales.

- Que hija de puta. –dijo con la boca llena- Tenía la despensa hasta arriba. Nos mintió.

- Vera… -dijo preocupado-… yo… 

- Come. –dijo metiéndose otra cucharada de cereales con leche.


Obedeció y se tomó la leche y los cereales sin dejar de mirar con preocupación a Vera.

- ¿Vas a contarme que ha pasado? –preguntó dejando la cuchara en la mesa. Raúl suspiró y tomó aire.

- Cuando estuve en el campamento militar, un médico loco experimentó con mi padre y después conmigo. Creo que buscaba una cura para los infectados. Por lo que pude escuchar mientras estaba en la cama, era que me inyectaron el virus en pequeñas dosis e iban metiéndome posibles curas. No llegó a terminar el trabajo, porque mis amigos me sacaron de allí. 

- Entonces, es como si fueras un embobado, pero sin serlo. –intentaba entenderlo.

- Poco después –prosiguió como si no la hubiera interrumpido- me empezaron a dar los ataques. Primero es un dolor detrás de las orejas. La frente me palpita tanto que creo que me va a estallar. Después, solo los que me habéis visto sabéis lo que ocurre.


Vera lo miró estupefacta, y segundos después con aprensión.

- Raúl, mira… -desvió la mirada-… quiero que sepas que puedes contar conmigo. Es una suerte que sepas cuando te va a pasar. De lo contrario no me habrías avisado. Me importas más de lo que crees. Has cuidado de mis estos días de una manera… que… has provocado algo en mí. Cuando te has despertado, la forma en la que me mirabas y lo asustado que estabas pensando que era yo la del suelo, quiere decir que yo también te importo. 

- Claro que me importas, Vera. –dijo sorprendido, incluso cuando le llamó por su nombre y no como siempre.

- Lo que quiero decirte, es que me gustaría estar contigo. Como novios… o como quieras llamarlo. Sé que alguien te está esperando. Elena, o algo así.

- Eli. –corrigió tratando de no reír.

- Eli. Eso. –se dio un golpe en la frente con la palma de la mano.- Lo que quiero decirte, es que si prefieres irte con ella, lo entiendo. Pero me gustaría que tú y yo fuéramos más en serio. 


Raúl se levantó inesperadamente de la silla, provocando un susto a Vera que se retiró hacia atrás con la silla. Al verlo, Raúl, se acercó lentamente a su cara. Acarició las mejillas con ambas manos y la besó dulcemente en los labios. Ella no estaba acostumbrada a esa clase de afectos. De hecho le costaba expresar sus sentimientos más profundos. Sin embargo, ahora lo estaba haciendo y la calidez y temple con la que la besaba le erizó el bello de los brazos. Ella, quiso acelerar el proceso, pero Raúl se lo impidió. La sentó encima de la mesa, y pasó sus manos por su cintura.

- A veces, no es necesario ir tan deprisa. –le decía mientras la besaba en cuello- hay que disfrutar con las caricias –volvía a besarla- un simple beso en la mejilla o en el cuello es más que suficiente para demostrar a alguien cuanto la quiere.


Entonces se apartó de ella, dejándola embobada. Después se reía y lloraba a la vez. Notaba como sus mejillas se sonrojaban. 

- Deberíamos irnos. Hoy mismo podríamos llegar. –cambio la cara de Vera. Raúl se apresuró a decirle algo- No te preocupes por Eli. Nunca tuvimos, ni tendremos nada. Ahora solo me importas tú.


Cuatro horas después, detuvieron el coche cerca de un pueblo montañoso. Revisaron el mapa, y por algún lugar debía estar el castillo de Lobarre. Atravesaron la montaña, subiendo por una estrecha carretera y al llegar arriba, vieron una gran extensión de campos abiertos y bosques. La carretera se cortaba ahí. Si querían seguir hacia delante, tendría que ser a pie. Sin embargo, la figura a lo lejos de un castillo sobre otra montaña, los animó a continuar. 

- ¿Preparada?

- Preparada. –le cogió de la mano antes de emprender la caminata.

1 comentario:

Unknown dijo...

Por fin Raul ve el castillo. Espero que los demás ya estén allí.
La relación con Vera me sorprende aunque tras haber pasado por una de sus ‘crisis’ y no tener miedo para Raül debe ser muy atractivo...
Genial capítulo. A la espera del siguiente como siempre