martes, 16 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 46.

Capítulo 46.


Caminaban por aquel camino serpenteante, siempre con la imagen en el horizonte del Castillo amurallado. Los altos árboles, en ocasiones les impedían verlo. Iban juntos de la mano, pero expectantes a lo que pudiera surgir. Era extraño caminar sin encontrarse a un solo infectado. Sin embargo, ante cualquier ruido de una rama rota, o un animal escapando, les sobresaltaba. Vera le suplicó descansar unos minutos, para beber agua y recuperarse. Su estado de forma era lamentable, y Raúl lo sabía. De vez en cuando le hacía bromas sobre ello, recibía por respuesta un golpetazo en la nuca y soberbio beso inmediatamente después. En el último beso, se entretuvieron un rato más. Como si no se hubieran dado los suficientes durante tres kilómetros seguidos. Ambos se quedaron inmóviles, al notar el suelo vibrar. Poco después, el traqueteo de los cascos de caballo golpeando sobre el terreno arenoso, les sorprendió tan deprisa que no les dio tiempo ni a moverse un centímetro. Dos hombres con armadura subidos en sus caballos se detuvieron frente a ellos. Vera tuvo la inercia de subir ambas manos y su cara reflejaba el sobresalto. Raúl, por su parte, no hizo nada aparte de mirar con seriedad a la cara de los dos hombres. No obstante, algo extraño sucedía, pues sus pies notaban que el suelo seguía temblando. Cada vez con más fuerza. Se escoró hacia un lado, y por el camino se descubría una caravana de carros tirados por caballos. Cuatro carros cubiertos con una lona verde. Custodiados desde atrás por otros cinco jinetes, igualmente con armadura. Vera no salía de su asombro. De no ser por un centenar de mosquitos que revoloteaban cerca de la boca, continuaría con ella abierta.

- Hola. –dijo jovialmente uno de los jinetes- ¿Qué os trae por estos caminos?

- Nos dirigimos al castillo. –contestó sin dejar de mirar la caravana.

- Si queréis, os podemos llevar. Será más fácil que os dejen entrar si venís con nosotros. –la cordialidad con la que hablaba, no correspondía con la idea que se había concebido Raúl.

- Estaría bien…-resopló Vera aun con los brazos en alto-… estoy reventada.

- ¿Por qué no bajas las manos? –preguntó chistoso el primero de los jinetes.

- Si… claro… -aun los miraba consternada. Bajándolos a toda prisa.

- Muy bien. Suban en la primera. Aún queda sitio. –dijo el mismo jinete.


La caravana se detuvo justo detrás de los dos jinetes que comandaban la expedición. La persona que llevaba las riendas de la primera caravana les hizo gestos con las manos para que se apresurasen a entrar. Recogieron sus mochilas, y corrieron hasta llegar a la parte trasera. Cuando Raúl elevó la vista, no podía creer lo que veía. Eli y Sharpay estaban sentadas allí dentro. Obviamente, al verlo se pusieron muy contentas. Una voz desde fuera, les instaba a subirse ya a la carreta, y lo hicieron. 

- Raúl –dijo Eli emocionada, acercándose para abrazarlo. Ambos se abrazaron ante la mirada de Vera. 

- Dios, estáis bien. –dijo Raúl con la voz entrecortada- Hola Sharpay.

- Me alegro de verte Raúl. –se dieron otro abrazo, menos caluroso.

- ¿Dónde está Rebeca? –preguntó ansioso.


Debajo de unas mantas, apareció una niña. Se levantó a toda prisa, y se aferró con todas sus fuerzas a su hermano.

- Pequeña…-no pudo contener sus lágrimas-… ¿estás bien? –notó como movía su cabeza afirmando- ¿Mónica? ¿Patri? –dijo a Eli.

- Bueno… ellos dos –contestó Sharpay- prefirieron irse por su cuenta.


En cierto modo, a Raúl le supuso un alivio. Se fijó en la parte más delantera, donde un niño lo miraba. Era Mateo.

- ¿Dónde están los demás? ¿Están bien? ¿Por qué estás solo? Bueno, ya veo que no vienes solo, me refería, solo de nuestros amigos, ya me entiendes. ¿les ha pasado algo? Por favor dime que no. 

- ¿Es siempre así? –preguntó Vera a Raúl con cara de circunstancia.


Eli la miró despectivamente, pero no la hizo el más mínimo comentario. Raúl, les explicó todo lo que pasó después de encontrar vacía la hacienda de Pablo. Lo ocurrido en aquella ciudad con Vergara y su ataque mientras escapaban. Eli y Sharpay hicieron lo mismo.

- Entonces no son mala gente ¿no? –preguntó Raúl.

- Que va… -contestó airada-… todo lo contrario. Nos salvaron de Manzaneque y sus hombres. Nos ofrecieron asilo, y aceptamos. 

- ¿Y porque no esperasteis? –preguntó Vera confundida.

- Sharpay estaba muy mal con la pierna, y los infectados llegaban por todas partes. Era la mejor opción. Además, os dejamos un mensaje. –contestó a la pregunta de Vera, pero mirando a Raúl.

- Si. Lo vimos. Pero nos costó averiguar que significaba. –repuso Raúl.

- Por dios Raúl. ¿No te sirvieron de nada las clases de historia? ¿Dónde estabas cuando…?

- Eli…-la interrumpió-… ¿Tú te crees que me voy a acordar de todas las clases de historia? Eran un aburrimiento…

- Bueno, es igual. Me alegro de volver a verte. Solo espero que Héctor esté bien. Bueno y Reina y Pablo y Vergara, y Ramón. –hablaba sin parar y a Vera la desesperaba.


Iban tan entretenidos hablando de todo lo ocurrido desde entonces que no se dieron cuenta de que habían traspasado ya la muralla del castillo. Una sonora aclamación interrumpió su conversación. Uno de los guardias, les invitó a bajar. Casi todo el pueblo estaba allí recibiéndolos. Vieron por primera vez el portentoso castillo de cerca, así como todas las construcciones alrededor. Raúl, de la mano de Rebeca, y Vera a su lado, contemplaban algo ruborizados todo aquel alboroto. Miró hacia toda la gente, en busca de alguna cara conocida. 

- Allí –dijo Eli que estaba también cerca de ellos- allí están. –saludaba con las manos alegremente.


De entre la multitud, Pablo y una niña a su lado se acercó a toda prisa al ver a Mateo junto a Eli. El niño, al ver a su padre, corrió hacia el con lágrimas en los ojos y balbuceando. Reina, llegó por detrás, y abrazó a Sharpay. Pero sin dejar de mirar consternado a Raúl. Todo el grupo se apartó hacia una zona donde se encontraba menos gente. 

- Estas vivo…-dijo Pablo alegre y confundido-… te vi… te vi… entre todos esos infectados. ¿Cómo es posible?

- No lo sé. Pero hicisteis lo correcto. Llegar hasta aquí. –contestó buscando a Vergara- ¿Vergara? Lo están curando supongo.


Hubo un silencio, que interpretaron que no lo había logrado. A pesar de todo, estaba feliz de volver a encontrarse con sus amigos. Vio como Héctor y Sharpay se hacían carantoñas, Reina los miraba divertido. Ramón y Pablo conversaban con Mateo y aquella niña. Eli se encontraba apartada, al igual que Raúl y Vera.

- Quiero presentaros a Vera. –dijo en voz alta para que le escuchasen.


Todos dejaron lo que hacían para saludar formalmente a Vera. Todos excepto Eli. Raúl se dio cuenta, pero no quiso decirle nada. No tenía que darle explicaciones. Aunque al verla de nuevo, se replanteó sus sentimientos. Tenía la cabeza hecha un lio. Aquel momento tenso, fue cortado, cuando por uno de los balcones del Castillo apareció un hombre. Hizo un gesto para que hubiera silencio, y esperó para hablar.

- Bienvenidos a todos. –dijo con voz muy clara- Me alegra ver tantas caras nuevas. Esto dará más vitalidad a Lobarre. –hizo una pausa, escrutando las caras de los allí presentes- Hace casi ocho meses, la humanidad fue mermada por algo que aún no logramos entender. Pero no nos rendimos. Nunca. Este castillo, y todo su contenido, nos ha salvado la vida en incontables ocasiones. Con el esfuerzo de todos estamos logrando que el ser humano prevalezca sobre la faz de la tierra. No dudo de que por multitud de rincones de este planeta haya otras comunidades que esperan prosperar. Pero habéis elegido Lobarre. Es por ello, que quiero mostraros mi gratitud. En breves momentos, dará comienzo el banquete de bienvenida. –otra pausa- Sed bienvenidos.


Después de la despedida, desapareció sin decir una palabra más. Reina y Héctor, les explicaron que los nuevos mantenían una reunión privada con el Rey. Los nuevos, que eran un total de diecinueve personas, entre los que se incluían cinco niños pequeños y un bebé recién nacido, fueron entrando en el castillo. La gran mayoría de los lugareños, había desaparecido de aquella plaza una vez concluido el sermón del rey. Tan solo permanecieron allí, algunos vendedores ambulantes, que les ofrecían objetos comunes saqueados de cualquier casa fuera de los dominios de Lobarre. 

- Aun me parece increíble lo de Raúl. –dijo Héctor.

- Por cierto, Héctor, -dijo Reina- ¿Dónde te alojas?

- Hay un carnicero que quiere verme trabajar. Si le gusta, ha dicho que lo mismo me contrata. Me ha ofrecido un Lore al día y una cama. Aun no sé si llego al salario mínimo. –se rió.

- No entiendo. –dijo Pablo abstraído- No lo entiendo. Lo vi.

- ¿Qué viste? –preguntó Ramón.

- Vi como caía rodeado de quince o dieciséis infectados. –contestó sin míralo- Vosotros habéis visto muchas veces que de eso no se puede salir con vida.

- ¿Qué más da? –preguntó Reina para que dejase el asunto.

- Nada. Solo que no lo entiendo. –se limitó a contestar.


Una vez finalizado el banquete, y todos los asistentes había recibido su bolsa de monedas, fueron saliendo del salón principal. Raúl agarró a Eli por el brazo, para impedir que se alejase.

- Vera, ¿nos puedes dejar un momento a solas? –preguntó

- Sí, claro. –contestó sin convicción.


Aun así, se alejó con el resto de gente. Dejando a Raúl y Eli a solas en aquel pasillo de enormes dimensiones. Ella parecía nerviosa e impaciente. 

- Eli…-no sabía cómo abordar aquel tema.

- ¿Qué quieres Raúl? –su cara reflejaba la decepción, y sus ojos brillaban.

- Eli… no sé cómo explicar todo esto. 

- No sé qué tienes que explicarme. La tonta he sido yo. Por hacerme ilusiones. Aunque no sé por qué. Nunca mostraste el mayor interés hacia mí. 

- No es cierto. –repuso.

- Primero fue Mónica. Que por cierto, no sé qué le veías. Después en la hacienda de Pablo, cuando estabas mal, yo fui la única que te consolaba. Incluso en alguna ocasión, percibí algo en ti que me hacía pensar que podía haber algo bonito entre nosotros. Soy una idiota. Una estúpida. Por hacerme ideas tontas en la cabeza. Tú nunca te enteras de nada. Toda mi vida, desde primaria, has sido mi fantasía. Soñaba contigo todas las noches. –cada vez sus mejillas iban tomando un color rosado, debido a su confesión- todas la veces que me quedaba en tu casa ayudándote a hacer los deberes o a estudiar para un examen. ¿Cuántas veces he hecho lo mismo con Héctor? Ninguna. Eso te puede hacer una idea de mis sentimientos. Hasta tu madre se dio cuenta. Casi me da algo cuando me lo preguntó. Y ahora apareces con esa chica. No tengo nada en contra de ella, por supuesto. Pero ya no sé qué hacer para que te fijes en mí. 


Aún estaba asimilando todas las palabras que le estaba dedicando, cuando resopló enfadada y se marchó dejándolo sin poder contarle que en verdad, solo pensaba en ella cuando no la encontró en la hacienda de Pablo. Su cabeza era un torbellino. Ahora se estaba arrepintiendo de ofrecerle a Vera venir con él. 

- ¿Cómo te llamas, hijo? –se sobresaltó al escuchar la pregunta de aquella persona llegando desde atrás.

- Raúl –dijo cuándo se giró- ¿Usted es el Rey verdad?

- Así es. –llegó a duras penas para apoyarse sobre la pared- Mucho me temo que la joven se siente decepcionada.

- ¿Cómo dice? –preguntó sin creer que lo estuviera espiando.

- No he podido evitar escucharos. –hizo una mueca de dolor- Debes disculparme. Ha sido un atropello por mi parte. Sin embargo, déjame darte un consejo. No os conozco aun. Pero si conozco la forma en que esa chica te miraba. Cuando tenía más o menos tu edad, yo estaba perdidamente enamorado de una chica. Amanda. Muy bonita. Recuerdo su cara en forma de corazón, y unos ojos verdes que podían darte un infarto si los mirabas demasiado tiempo. Nunca me atreví a confesarle mis sentimientos para con ella. Pero cuando estábamos juntos, ella me miraba de la misma manera que lo ha hecho tu amiga. Años más tarde, ella se casó. Se mudó a otra ciudad, y tiempo después coincidimos en el hospital. A mí me habían detectado una enfermedad degenerativa, y ella iba hacerse una ecografía. Al verme, y enterarse de mi enfermedad, tomamos un café y me confesó que se había marchado porque creía que yo no la quería. Obviamente, en esa ocasión, si le declaré mi amor. Sin embargo llegué tarde. Ella quería separarse. Pero no se lo permití. –hizo una pausa, para tomar aire. Se lo veía afectado- La moraleja en toda esta historia, hijo, es que mi cobardía hizo que perdiese el amor de la única mujer a la que he amado. Anda, vete a reunirte con la demás gente. Aparte del amor, hay cosas que debes poner en orden. –dijo dándole unos leves golpecito en el hombro.

1 comentario:

Unknown dijo...

Capitulazo!!! Por fin se encuentran. Ha quedado genial!!!