jueves, 18 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 48

Capítulo 48.


La taberna de Maksim estaba ya vacía de clientes. En una de las mesas se encontraban Reina y él, contando la recaudación del día. Había adquirido cierta confianza como para servirse cualquier bebida sin pedirle permiso previo. La mesa estaba tan llena de monedas, que le resultó complicado posar el vaso. Maksim estaba más serio que de costumbre. A pesar de ser su actitud habitual, Reina percibió un cambio.

- ¿Ocurre algo? –preguntó mientras apilaba un montoncito de monedas a un lado.

- ¿Qué ha pasado en el pasillo? Os he visto. –preguntó seco y sin mirarle.

- Nada. –mintió.

- ¿Nada? Pues por nada mi hija no abandona el turno de cenas parar irse a su cuarto a llorar. –dejó de contar monedas enfadado.


Aquello pilló a Reina desprevenido. Observó cómo metía monedas en la bolsita negra que luego le entregaba para pagar su trabajo en la taberna. 

- Ahí hay más monedas de las que me corresponden, Maksim –dijo tratando de desviar la conversación.

- Lo sé. –le entregó la bolsita- es tu sueldo y el precio de tu salida. Quiero que mañana abandones mi casa.

- Pero… ¿A dónde voy a ir?

- Esta noche ha venido a cenar Gerardo. Necesita más aprendices. Ha accedido a contratarte.

- No lo entiendo, Maksim. Yo solo he tratado de que nadie la molestara.

- Sea lo que sea, tu eres el responsable de que mi pequeña este sufriendo. Ya te lo advertí cuando me pediste que te contratara. No sé qué pensabas conseguir de ella, pero no lo voy a permitir.

- ¿Puedo despedirme de ella al menos?

- Largo. –gruñó elevando la voz a la vez que pronunciaba la palabra.


Reina se levantó furioso. Abrió la bolsita, y descontó las monedas que no le correspondían dejándolas despectivamente sobre la mesa. Mientras se encaminaba hacia su habitación, pasó por el cuarto de Nadya. Pudo escuchar los sollozos. Tuvo la tentación de llamar a la puerta, pero recordó las palabras de Maksim y opto por no tentar más a su suerte.


Por la mañana temprano recogió todos sus enseres personales y sabiendo que era muy temprano, se puso a escribirle una nota a Nadya. Finalmente, con la nota en la mano frente a la puerta de Nadya, se la guardó en el bolsillo. Con todos aun durmiendo, abandonó la taberna. Recorrió las calles de Lobarre, en la que solo algunos campesinos o los relevos en la vigilancia estaban ya en pie. Llegó hasta la carpintería de Gerardo. Las puertas aún estaban cerradas y esperó en el bordillo a que fuera la hora. Volvió a leer la nota varias veces y después la arrugó dejándola que el viento se la llevara. A tiempo de que Gerardo y varios de sus trabajadores hacían aparición.

- Supongo que tú eres Aitor. –dijo Gerardo- Rápido, levanta. Hay mucho por hacer.


Le enseñó cuál sería su cama, pues allí compartían habitación todos los empleados. Debajo de su cama, dejó todas sus pertenencias. Parte de aquel día lo empleó llevando de un lado para otro, tablones de madera que otros trabajarían.

Siendo mediodía, después de comer un trozo de pan y queso que le habían dado, se sentó en el bordillo de la puerta. Hacia la calle. Estaba abstraído, cuando una mano le entregó un papel arrugado. El mismo que horas antes había dejado caer.

- ¿Por qué no me has entregado esta nota como es debido? –preguntó una dulce voz que reconoció al instante.

- Nadya…-lo miró sorprendido.

- Anoche te estuve esperando. ¿Por qué no viniste? –ladeó la cabeza.

- No pude, Nadya. Ya has leído la nota.

- ¿Ahora trabajas aquí? –miró tímidamente hacia el interior de la carpintería.

- No deberías estar aquí, tu padre se enfadará si nos ve juntos.


La chica lo observaba como si no escuchase lo que le decía. Tenía las manos detrás de la espalda, y cuando las volvió, llevaba consigo un libro.

- Me lo han prestado en la biblioteca. Se llama Harry Potter y la piedra filosofal. Trata de un niño que sabe hacer magia. –rio infantilmente- Como tu…

- Nadya, -dijo incomodo bajando la voz- yo no sé hacer magia.

- Si sabes. Todas las noches apareces por arte de magia en mi ventana- una risa infantil de nuevo- Las personas no mágicas llaman a la puerta.

- Sabes que lo hacía para no despertar a tus padres. –bajó aún más la voz. Mirando hacia todos lados.

- ¿Vas a venir esta noche? –miró hacia el cielo con los ojos cerrados y con una sonrisa de oreja a oreja- Me gusta cuando me lees libros…-una pausa y dejó de sonreír-… después duermo sin pesadillas.

- Deberías irte, Nadya –se levantó para hablarle más cerca de la cara- Si nos ven podrían decírselo a tu padre, por favor…

- ¿Decirle que? –preguntó Gerardo, que llegaba calle abajo con Maksim con la cara arrugada.


Maksim se abalanzó hacia Reina y cogiéndole por el cuello lo aprisionó contra la pared, sin dejar que Reina reaccionase.

- Te dije que dejaras a mí hija en paz. –gritaba haciendo una pausa larga entre las palabras.

- Pero si no… -le apretaba con tanta fuerza que no podía respirar. Podía zafarse de él, pero eso conllevaría hacerle daño. Y no quería que Nadya viese como lo hacía.

- ¿No se me entiende cuando hablo? –seguía apretándole el cuello.


Se escuchó un ruido sordo detrás de ellos. Pero Maksim seguía en su empeño por hacer daño a Reina que no se dio cuenta de lo que ocurría.

- Maksim. –le gritó intentando separarlos- Maksim, joder. Tu hija. Mierda. Es tu hija.


Cuando se giró al escuchar que nombraba a su hija, este la encontró en el suelo. Convulsionando y emanando espuma por la boca. Una imagen dura que Reina tardaría mucho en olvidar.

- Un médico. –gritó Maksim de rodillas sujetándola- Por favor, un médico.



Ya había pasado una semana desde que Nadya tuviera aquel ataque. Reina se centró en las enseñanzas de Gerardo. Que a pesar de presenciar aquella discusión, lo trató igual que al resto de sus empleados. Reina lo compensó, siendo su mejor alumno.

Estaba trabajando sobre un listón de madera, dándole forma curvilínea.

- Progresas muy bien. –dijo Gerardo, supervisando el trabajo- Si sigues así, pronto podrás hacer tus propios trabajos y venderlos. Así funciona el negocio.

- Gracias Gerardo. –le sonrió.

- Por cierto, tienes visita. –le señaló la entrada del taller.


Maksim estaba allí esperando a que Gerardo le indicase que podía ir.

- Os dejaré solos. –los miró a los dos- Tratad de que el taller siga en pie cuando vuelva.

- ¿Qué quieres? –preguntó Reina.

- Hola Aitor –dijo Maksim en tono pacifico- Me ha contado Gerardo que se te da muy bien. Me alegro.

- ¿Qué quieres? –volvió a preguntar.

- ¿Qué es? –señaló las piezas aun por montar.

- Una cuna. Un buen amigo mío será padre dentro de poco y quiero hacerle un regalo.

- Seguro que será un buen regalo, ¿podemos dar un paseo? Me gustaría que hablásemos.


Reina aceptó. Entre otras cosas, porque aún le guardaba cierto aprecio, a pesar de agredirle como lo hizo. Caminaron por las calles, hasta llegar al mercado. Se detuvieron en el puesto de frutas y verduras. Maksim le tendió una manzana.

- Quiero pedirte disculpas. –dijo Maksim y guardando la pieza que había rechazado Reina.

- Disculpas aceptadas. –le miró a los ojos- ¿Nadya está bien?

- Recuperándose. –se limitó a contestar.

- No has venido solo a invitarme a una manzana y pedirme disculpas. Eso lo habrías hecho en el taller y te habrías largado.

- Veo que me conoces mejor que yo. –emitió una leve sonrisa. Poco habitual en él.

- ¿Qué pasa? –se detuvo en seco.

- ¿Qué tenéis vosotros dos? –preguntó sin vacilar.

- Ya te lo dije. Amistad. Solo eso. Amistad. –mintió.

- Tú me conoces a mí. Pero yo también te conozco, y mucho más a mi hija. No me engañes, te lo suplico. –notó cierta desesperación en sus palabras- Desde que despertó solo tiene palabras para nombrarte. ¿Os habéis acostado?

- Si eso es lo que te preocupa, no. No nos hemos acostado.

- Entonces no lo entiendo. ¿Le has dado esperanzas? ¿Le has prometido algo?

- No voy a contestarte a eso. Si tanto interés tienes, ¿Por qué no se lo preguntas a ella?

- Ya lo he hecho. Y mi mujer. Pero no dice nada. Está triste. No ayuda en la taberna. Estoy preocupado. –hizo una pausa nervioso- ¿sería mucho pedirte que volvieras? Sé que no tengo derecho. Pero sea lo que sea lo que teníais, le hace mucha falta. Desde tu llegada, las pesadillas y las atenciones que le prestaba mi mujer de madrugada, habían desaparecido. Dime… ¿Qué puedo hacer para que mi niña esté bien?

- No puedo dejar colgado a Gerardo. Ha sido muy bueno conmigo. No sería justo.

- Hablaré con él. –dijo al notar cierta esperanza en sus palabras.



Maksim y Gerardo discutían acaloradamente en una de las habitaciones cercanas al taller. Al cabo de unos veinte minutos ambos salieron riendo y haciéndose bromas, como si nadie los hubiera escuchado discutir. Se estrecharon la mano, y Maksim fue hasta Reina.

- Espero que los treinta y cinco Lores y medio que acabo de pagar por ti valgan la pena. Te quedarás aquí hasta que termines tu instrucción. Además, trabajarás para Gerardo hasta que recupere mis monedas. Pero dormirás en la taberna. Te espero allí esta noche.



Era casi medianoche cuando Gerardo dio por concluida la jornada. Recogió su mochila, y le paró antes de salir.

- Te espero aquí mañana temprano. No lo olvides. –le dio una palmada en la espalda y cerró la puerta del taller.


Las ventanas de la taberna emitían una tenue luz de las velas. Llamó a la puerta, a pesar de que se encontraba abierta. Los tres miembros de la familia elevaron la cabeza y lo vieron. Nadya se puso rápidamente en pie, y con los ojos brillantes de felicidad se acercó a la puerta. A escasos centímetros de Reina. Evitando todo contacto físico.

- Ya me he leído el libro de Harry Potter. –dijo con voz exageradamente infantil. A pesar de sus diecinueve años, en ocasiones daba la sensación de no tener más de quince.

- ¿Y te ha gustado? 

- Mucho. ¿Mañana podrías leerme la segunda parte? –ladeó la cabeza como hacía en multitud de ocasiones. Y que a Reina le parecía muy enternecedor. 

- Claro que sí. –miró hacia sus padres que lo sonreían orgullosos.

- Es muy tarde. –dijo Nadezdha- Deberíais iros a dormir. Dame tu mochila, yo la llevaré.


Era evidente que Nadya estaba más contenta. Reina se dirigió hacia su antigua habitación, pero la cama no estaba vestida.

- Perdona Nadezdha. Pero necesitaré sabanas y mantas. Hace mucho frio.

- Por supuesto. –le señaló la habitación de Nadya. Dentro estaba ella que sonreía infantilmente.-Dormirás aquí.


Reina no salía de su asombro. La pequeña cama de Nadya había desaparecido, y en su lugar habían colocado una más grande.

- Pero yo… -balbuceó.

- Que paséis buena noche. –cerró la puerta y se encontraron solos. Nadya se sentó en el borde de la cama con el libro.

- ¿Me lo lees? 


Indeciso, se sentó a su lado y comenzó a leer. Ella lo observaba absorta, con la boca abierta. Cuando faltaba una página para terminar el capítulo primero, Nadya se tumbó apresuradamente en la cama y comenzó a tener convulsiones. Reina, asustado se tumbó sobre ella zarandeándola.

- Nadya, Nadya, Por favor, no. –gritó contenido.


Pero inesperadamente, Nadya comenzó a reír estrepitosamente ante la mirada asustada de Reina. Acto seguido, y teniendo sus caras tan cerca, le dio un beso rápido en los labios.

- ¿Qué haces? Me has dado un susto de muerte. –dijo sin prestar atención al beso que le había dado.

- ¿Quieres tener sexo conmigo? –preguntó con las mejillas coloradas.


Reina se apartó sin entender nada. Ella se incorporó y se soltó la coleta. Los cabellos rubios y ondulados formaron una imagen hermosa. Como nunca la había visto. Comenzó a desabrocharse la camisa, sin dejar de mirarle a los ojos y sonriendo vergonzosa. La inocente niña estaba desapareciendo. Sus pequeños pechos quedaron al aire.

- Tapate. –dijo Reina frotándose la cara con ambas manos.


No le hizo caso, quitándose la camisa por completo. Se puso de pie, rodeándolo, se puso frente a él dejando que sus pantalones resbalaran por sus piernas. Reina observó a la mujer más hermosa que había visto jamás. Al ver que no reaccionaba, llevó una de sus trabajadas manos hacia un pecho. Al contacto, ella se estremeció emitiendo un leve jadeo seguido de una risita infantil y cerró los ojos.

- ¿Me quieres? –susurró apretando su mano contra ella. De tal manera, que podía notar los latidos acelerados de su corazón.


Él se levantó y colocándose a su altura la besó en los labios. Al separarse, ella dejó la boca abierta esperando más. Volvió a sonreír mirándolo fijamente a los ojos. Muy lento, fue quitándole los botones de la camisa. Acarició el torso de Reina con amor, disfrutando de aquel contacto físico que llevaba evitando mucho tiempo. Terminó de desnudarlo con la misma lentitud y dejó que se tumbara en la cama. Cuando ella se puso encima, Reina la arropó con la manta. Inexperta, hacia movimientos de cadera sobre el pene erecto de Reina. De repente, unas sacudidas por su cuerpo, asustaron de nuevo a Reina. Hasta que comprobó que eran debidas a la penetración. Se abrazó con fuerza sus hombros, apoyando la cabeza cerca del oído de Reina. Continuó con su movimiento, que cada vez era más acelerado. Supo que había llegado al éxtasis, cuando sus jadeos subieron de ritmo y tono. Todo su cuerpo se movía al compás. Él no pudo contenerse y ambos mezclaron sus contenidos gemidos hasta que sus cuerpos se agarrotaron por el esfuerzo. 

Satisfechos, permanecieron en aquella posición unos minutos. Sus ojos miraban a todas partes y a ningún lado en concreto. Se deslizó a un lado de la cama, y al instante de apoyar su cabeza sobre el torso de Reina quedó sumida en un profundo sueño. Un sueño que debía ser bonito, por la amplia sonrisa que se dibujaba en su cara. Reina estiró un poco más de la manta, y con el calor de ambos, se acurrucó acariciándole el pelo. Estaba feliz y era un sentimiento que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Otro capitulazo!!! Nadya me resulta muy desconcertante jejeje