sábado, 20 de octubre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 51

Capítulo 51.


Pasaban los meses y el embarazo de Vera se hacía más evidente. Con el nuevo empleo de Raúl, habían logrado mantener un seguimiento periódico de la Doctora. Todo funcionaba a la perfección. Incluso ya sabían el sexo del bebé. Era un niño. Aún no habían pensado en el nombre, pero no les preocupaba. Llegado el momento lo decidirían. Vera había forjado una estrecha relación de Eli, y por consiguiente con Sharpay. Cada vez que podían, se juntaban y pasaban la tarde tomando café o lo que fuera. Pablo tuvo problemas debido a la actitud de Maria. Que fue expulsada del aula indefinidamente. Así que, la mayor parte del tiempo se la pasaba sola en la casa. Por suerte, mientras no hubiera nadie que la molestase y pilas para su reproductor de música todo iba sobre ruedas. Héctor, no solo había logrado pasar a vendedor en el mercado, sino que también con el dinero que ganaba, lo invertía en la compra de cerdos vivos. Hacía su propio jamón serrano. Un fruto, que rápidamente se convirtió en el producto estrella reportándole grandes beneficios. Reina, por su parte, aún mantenía en secreto su relación con Nadya. En especial a sus padres. Aunque mucho se temía que lo supieran, y por el mero hecho de que su hija estuviese feliz lo pasaban por alto. Aquella vida les hizo olvidar todo lo malo que habían pasado. 

Siendo de madrugada, aun de noche, las campanas del castillo comenzaron a sonar. Despertándolos sobresaltados. 

- ¿Qué ocurre? –preguntó Vera incorporándose con dificultad debido a la prominente barriga.

- No lo sé…-contestó Raúl adormecido. 


Afuera, se podía escuchar el ruido de pisadas a toda prisa. Raúl se levantó, y abrió la pequeña ventana. Guardias, vigías y centinelas, corrían de un lado para otro. 

- ¿Qué ocurre? –preguntó Raúl a un vigía que pasaba justo por su ventana.

- Un rebaño. Se acerca un rebaño de los grandes. Quedaos en casa y no salgáis por nada. El muro los contendrá, pero por precaución no debéis salir. ¿De acuerdo? –informó el vigía marchándose sin dar más explicaciones.

- ¿Un rebaño? –preguntó Vera.

- Eso ha dicho. –contestó preocupado.- tienen que ser muchos para que hayan logrado traspasar el rio y llegar hasta los dominios.

- La historia se repite. –se lamentó Vera sujetando con fuerza su barriga.


Rebeca también se había levantado, y estaba en el quicio de la puerta. Vera, cariñosamente, le permitió subir a la cama y se acurrucó entre los dos.

A media tarde, el comisario reunió a todos los habitantes en el patio central del castillo. La gente estaba asustada. Nerviosa. Nunca antes, un rebaño de esa magnitud, había llegado tan lejos. Todo gracias al trabajo de los vigías las veinticuatro horas del día. El rey no hizo aparición, pero si el comisario. Arriba de un balcón, mandó silencio.

- Gracias por venir. –dijo en voz alta- Esta madrugada hemos sido sorprendidos por un rebaño de monstruos. Gracias a las labores informativas de nuestros vigías, logramos evacuar con suficiente antelación a las personas que viven en las casas fuera del muro. Nadie ha sufrido daños. No tanto así, varios campos de cultivo y gran parte de nuestro ganado. He de pediros vuestra máxima colaboración en estos tiempos difíciles que se aproximan. Necesitaremos voluntarios para limpiar la parte del muro afectada por los restos de los monstruos esparcidos, así como cobijo temporal a los agricultores afectados, hasta que nos aseguremos de que los dominios vuelven a ser seguros. Y por último, necesitaremos gente dispuesta a abandonar su vida cotidiana y acompañarnos fuera de los dominios, en busca de recursos que reemplacen a los perdidos. Esto último, como requisito indispensable se expone que se posea buen estado físico. Ya que nos expondremos a los peligros inminentes de la deshumanización fuera de nuestro pueblo. Las listas estarán puestas al término del día en mi puerta. 


Hubo un murmullo generalizado. No tanto por la solicitud de voluntarios, como por la posibilidad de pasar necesidades en poco tiempo. 

Tras discutirlo, Raúl decidió que se apuntaba como voluntario para salir fuera de los dominios. Vera no estaba de acuerdo, y menos en el estado en que se encontraba. En cualquier momento, saldría de cuentas, y tendría que dar a luz. Y lo único que le pedía, era que estuviera presente cuando ocurriera. Por suerte, Eli, se trasladó temporalmente a casa de ellos para estar a su cuidado. Dos días después de presentar la solicitud, el grupo de expedición se puso en marcha. Un total de sesenta y dos personas se encaminaban hacia la devastación en busca de cualquier suministro, o recurso interesante. A excepción de los grupos de exploración habitual, que cesaron su actividad de búsqueda de supervivientes. El recorrido sería largo y trabajoso. Pues ya tenían vaciado unos ciento cincuenta kilómetros a la redonda. 

Los primeros días fueron los más duros. Algunos hombres, que no habían salido nunca desde que llegaron al Castillo, era como si les presentases un nuevo planeta. La degradación de las infraestructuras era tal, que ciudades enteras eran esqueletos. Solo aguantaba la estructura exterior. Todo el interior estaba derruido. O calcinado. Los exploradores avanzados, avisaban cuando había peligro, y se preparaban para afrontarlos de frente o si era demasiado, corregían la trayectoria. Algunos no lo habían hecho nunca, y eso provocó algún que otro incidente sin mayores consecuencias. Algún tobillo torcido o heridas leves por impacto de piedras o contra el asfalto. Cualquier animal que deambulaba cerca era capturado. Tanto para la manutención de la expedición, como para llevarlo a los dominios. Los campos que hacía tiempo estaban cultivados, casi todos presentaban un aspecto tétrico. No se podía salvar nada. Las nevadas del último año hicieron mucho daño. Desvalijaron invernaderos que sobrevivían, guardando todas las semillas que encontraban. El ganado pastaba a sus anchas, libremente. Huyendo cada vez que un humano se acercaba. Lo cual les ponía las cosas más difíciles, ya que los querían capturar vivos. Raúl contaba los días, con la esperanza de que volvieran a tiempo de ver nacer a su hijo. Una noche, en uno de las fogatas del campamento que habían montado, el comisario se acercó.

- Ya le debe de quedar poco ¿verdad? –preguntó sentándose a su lado.

- Si. –contestó.

- ¿Por qué te apuntaste? Yo en tu lugar me habría quedado en casa con mi mujer.

- Fíjate en todos esas personas. ¿Cuántos crees que tienen la experiencia suficiente para desenvolverse aquí fuera? Creí que sería necesario gente con experiencia. 

- En eso llevas razón. –admitió. ¿pero porque tú te crees mejor que ellos?

- Yo no me creo mejor que nadie. –le reprochó.

- A veces es mejor no hacer nada. –le dijo- Te he visto continuamente visitando el castillo. Te crees con más poder, por ser un mantenido del rey. Ignoro cuáles son tus intenciones. Pero como te he dicho antes, es mejor no hacer nada. Recuerda estas palabras. –le amenazó.


Aquello le dejó toda la noche pensativo. ¿Qué habría querido decir? De todas formas, su mente estaba ocupada en encontrar todo lo que se necesitaba y cuanto antes, para volver. Lo que ocurrió tres semanas después. Habían llenado todas diligencias con recursos necesarios, y capturado más animales de los que eran capaces de controlar. El comisario estaba feliz, y eso se convirtió en el pasaje de vuelta. En total, veintitrés días rememorando todo aquello que se habían propuesto olvidar. Infectados, hambre, miedo, frio, devastación, soledad.

Raúl fue directamente hasta su casa. Donde Vera le estaba esperando en la cama. Ambos se fundieron en un interminable abrazo. Eli, emocionada, no pudo contener las lágrimas de alegría. 

- Ha dilatado cinco centímetros. –le informó- Merche, la doctora, vendrá enseguida. Y Teresa. Que por lo visto, fue matrona en su juventud.

- Ya viene cariño. –se sentó a su lado, apretando sus manos. Ella le sonreía y lloraba a la vez.


Era de noche, y una multitud se agolpaba cerca de la casa. Estaban expectantes, ante la llegada del nuevo miembro de Lobarre. Y para ser sinceros, el único puramente natal de allí. Había silencio. Solo algunos murmullos se escuchaban creando eco. Cuando por fin, se escuchó el llanto de un bebé, la gente dio una sonora ovación. La gente aplaudía, y se abrazaba entre ellos, como si fueran familiares cercanos. Aunque muchos de ellos ni siquiera hubieran hablado con Raúl o Vera. Todo el griterío se apagó al instante en que la puerta se abrió. La doctora salió y riendo informó.

- Ya ha nacido. –dijo son alegría- tanto la madre como el niño están sanos. Me han pedido que los disculpéis. Están cansados y no saldrán a saludar. Pero estarán contentos de presentároslo, tan pronto estén preparados. 


Un sonoro aplauso, así como felicitaciones a gritos, inundó esa noche Lobarre. Ellos lo escuchaban emocionados desde dentro. Raúl sostenía a su hijo envuelto en una manta y lo acunaba derramando una lágrima de felicidad. 

- ¿Puedo saber ya que nombre le vais a poner? –preguntó Eli medio llorando.

- ¿Martín? –preguntó Raúl mirando a Vera.

- Me gusta. –contestó ella con aspecto muy cansado- Lo llamaremos Martín. 


Eli, se tuvo que sentar en una silla y rompió a llorar. 

- ¿Qué te pasa Eli? –preguntó Vera.

- Que soy la primera en saber el nombre. –dijo muy emocionada- Perdonar, pero estoy muy emocionada. Ha sido increíble ver nacer a Martín.

- Ven. –dijo Vera, y ambas se abrazaron y lloraron de felicidad.


Al día siguiente, Raúl recibió otra nota del rey. Le citaba mucho antes de la hora pactada. Muy a su pesar, acudió. Claudio ya le estaba esperando para acompañarle no al salón principal, si no, al dormitorio privado. Cuando entró, estaba sentado en un cómodo sillón frente a una ventana. Claudio le anuncio su llegada. Invitándole a sentarse en el otro sillón.

- Me alegra que hayas venido. –su voz era más débil.

- Si no le importa, acabo de ser padre y me gustaría volver con mi familia.

- No te robaré mucho tiempo. –su aspecto era mucho peor de lo que se esperaba- Te felicito por tu paternidad. ¿Cómo debemos llamarle?

- Martin. 

- Muy bonito. Me hubiera gustado acércame a tu casa yo mismo. Pero ya ves… mi salud no me lo permite.

- Llevo tiempo… -la puerta les interrumpió. Era el comisario, y traía consigo la bandeja de plata y el juego de café. Raúl no le quitó ojo, y el comisario le miró con suspicacia.

- Joaquín, hermano mío, -dijo poniéndose a su lado- he querido traerte to mismo la merienda.

- Gracias, Elías. Muy amable por tu parte.

- Estaré en el castillo, por si necesitas algo. –observó la reacción de Raúl cuando le acercó la taza de café a las manos del rey y le obligó a beber.


Raúl esperó a que el comisario saliera de la habitación. Entonces supo que era el momento de poner en sobre aviso al rey.

- ¿Qué querías contarme? –preguntó antes de dar otro sorbo.

- Verás Joaquín… cuando me pediste que le pusiera al tanto de todo lo que ocurría fuera del castillo…

- Es verdad… casi lo olvido… espero que no suspendieras tus reuniones en el tejado.

- No. De hecho, incluso cuando no teníamos reunión, también subía.

- ¿y bien?

- Creo que su hermano le está envenenado. –susurró con la convicción de que él lo echaría de inmediato.

- ¿Estas completamente seguro? –volvió la cara pálida hacia Raúl. Que asintió con temor- Imaginaba que algo estaba sucediendo. –dijo con tranquilidad- Si no te importa, me gustaría estar solo. Debo pensar en tus acusaciones. 


Afuera, en un pasillo más alejado de las habitaciones, estaba el comisario con la mujer morena de rostro puntiagudo. 

- El chico lo sabe. –susurró al oído.

- Debes actuar. –contestó en el mismo tono la mujer.


Raúl caminaba por la calle, pensativo. Pero cuando vio la puerta de su casa abierta, le embargó el miedo. Corrió a toda prisa, entró en la casa. Ni Vera ni Martin estaban. Tan solo una nota encima de la mesa. “Ven a verme cuando te lo hayas pensado” En ese mismo instante, supo que era del comisario. Subió las escaleras del torreón, dos guardias le impidieron el paso, pero la puerta del dormitorio del comisario estaba abierta y una voz ordenó a los guardias apartarse.

- Cierra la puerta. –ordenó el comisario con semblante serio.

- ¿Dónde están? –preguntó casi en un grito.

- Siéntate. –dijo sin elevar la voz.

- ¿Dónde están?


Aquella actitud de Raúl no le gustó nada al Comisario, que se levantó. Cerró la puerta con cuidado y agarrando por el cuello a Raúl le obligo a sentarse. Después, él también se sentó en la silla de detrás del escritorio.

- Muy bien Raúl. –entrelazó las manos y apoyó los codos en la mesa- Creo que te has metido en un jardín del que solo tú vas a poder salir si colaboras.

- No sé de cojones me hablas.

- Te lo explicaré de otra manera. Has sido padre recientemente. Los recursos en estos momentos son escasos. Como buen padre, tienes que dar de comer a tu mujer e hijo. Por eso pillamos a tu mujer robando comida en el mercado. 

- Serás…

- Escucha, escucha… ¿recuerdas lo que te dije en el campamento? A veces es mejor no hacer nada. Y eso es precisamente lo que vas hacer. NADA. 

- Quiero ver a Vera y Martin. –dijo Raúl casi en una súplica.

- Y los veras. Te lo aseguro. Pero empecemos de nuevo. No sé cómo has averiguado nuestros planes, ni me importa. ¿Le has contado algo a mi hermano?

- No. Y aunque lo hiciera, no me creería.

- Fenomenal. Pero para asegurarnos de tu silencio, y mientras dure el proceso que no durará más de una semana, tu mujercita y tu hijito permanecerán bajo la custodia del comisario. Si todo sale como tengo planeado, en menos de lo que canta un gallo serán libres. Es más, contarás con mi plena confianza, y puedo hacerte la vida más fácil de la que puedes contar ahora con mi hermano. ¿Qué me dices?

- ¿Por qué haces todo esto? 

- Por una razón muy sencilla. Mi hermano no está en plenas facultades. No es capaz de liderar Lobarre, como se merece. Solo estoy acelerando un poco las cosas. 

- Es decir, si el rey muere, tú te conviertes en el nuevo rey y yo puedo volver a casa con mi familia.

- Chico listo.

- ¿Qué garantías tengo?

- Ninguna. Si no colaboras, nunca más veras a tu familia. –se levantó- hemos terminado.

1 comentario:

Unknown dijo...

No todo podía ser felicidad :(