miércoles, 9 de mayo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 24.

Capítulo 24.


Notaba como el sueño le ganaba la partida. Tan solo el bombeo de su sangre y el palpitar de la herida en el brazo, la mantenían despierta. Los parpados le pesaban cada vez más y más. Solo quería descansar un poco. Recuperar fuerzas. Miraba de soslayo a Mellea que continuaba dormida. Percibió movimiento al fondo de la recepción. Resopló, y con mucha dificultad, se incorporó. Apoyándose en el vehículo negro, llegó hasta los machetes que dejó caer, junto al cadáver de uno de los hombres. Agarró uno con la mano buena, y se dirigió hacia donde notó el movimiento. No sabía si era de otro hombre o de un muerto. Le daba igual. Tan solo quería atacarle fuera lo que fuera. Detrás de unos sillones, donde minutos antes estaban pasándolo bien, descubrió el zapato de su presa. Sin vacilar, llegó hasta el para descubrir, que era el hombre al que estaban extorsionando a su llegada. Se tapaba la cara con los brazos, en señal defensiva. 

- No, por favor. –suplicó el hombre. De aspecto desdeñado. Delgaducho. Con un traje y corbata, ahora desgastado y sucio. 


Alicia elevó el brazo para asestarle un duro golpe. Pero notó como aquel hombrecillo, humedecía sus pantalones y dejaba en el suelo un reguero de orina. Incluso, se podía oler como sus tripas se vaciaron por el orificio trasero. Ella, relajó el brazo, aunque enseguida lo volvió a levantar. Una nueva suplica del pobre hombre, terminó por convencerla de que no le hiciera nada. Tan solo, se marchó de allí, de nuevo con Mellea. Se sentó en el mismo lugar y esperó a que pasase el tiempo. Sintió como su cuerpo se estremecía al recordar como decapitó al hombre barbudo. Por algún lugar de la recepción, debía estar la cabeza sin cuerpo del desgraciado. Pero no lograba verlo. Poco a poco, el sueño la embargaba. Notaba como su cuerpo se relajaba. Aunque, una vez más, algo se lo impedía. Un nuevo movimiento de algo o alguien, la alertó. Esta vez, proveniente de afuera. Unos reconocibles gruñidos, la sofocaban. Giró su cabeza para ver desde donde venía. Era un muerto que se acercaba hacia la rota puerta de cristal. Era solo uno. Estaba tan cansada que le daba igual. “Que venga y acabe con esto” pensaba para sí misma. Sin poder controlarlo, lloriqueaba como un bebe. No se escondía. Lo hacía tan fuerte que el muerto aceleró su paso. No quería seguir con esta locura. El muerto ya había entrado al hotel. No sin antes, rasgarse parte del pómulo con un cristal puntiagudo  que colgaba del marco de la puerta. Continuó como si nada. Diez metros y todo habría acabado. Miró a Mellea. Tan indefensa en ese momento. Quizá ella sí que preferiría luchar. Pero no podía. ¿En que se estaba convirtiendo la raza humana? ¿En hacernos todas las atrocidades que nos imaginemos? Seguía con sus pensamientos negativos. Ocho metros. La imagen sonriente de Raúl y Rebeca se le apareció de repente. La saludaban y le lanzaban besos al aire. Por fin, lograron sonsacarle una leve sonrisa a ella también. Seis metros. Roberto aparecía por detrás. Tan guapo como cuando compartían piso en Madrid. Al llegar junto a sus hijos, también le saludaba y sonreía. Cuatro metros. No sabía por qué, pero Mellea se unió a los saludos. No podía estar ahí. Estaba a su lado. Pensaba extrañada. Pero en esa imagen, no le faltaba la oreja recién amputada. Le hizo una mueca picara. Como cuando tuvieron sexo la noche anterior. Tres metros. Poco a poco la imagen se volvía más borrosa. Solo que esta vez, ya no la saludaban ni sonreían y permanecían de pie. Muy serios. Casi con enfado. La primera que desapareció, fue su pequeña Rebeca. Seguido, fue Roberto. Tan solo quedaban Mellea y Raúl que la señalaban con el dedo índice. Dos metros. Raúl, no desapareció, pero le dio la espalda. Mellea la seguía mirando. Pero había cambiado su semblante serio por uno triste. Le lanzó un beso con la mano, y poco a poco se daba la vuelta. Un metro. Los dos se marchaban a la par, y se hacían más pequeños. ¡No! Gritaba Alicia desesperada. ¡No os vayáis! Ambos se dieron la vuelta y dijeron al unísono: Lucha.

Salió de su letargo y notó como el muerto estaba a escasos centímetros de su pierna. Arrastrándose. Agarró su machete y lo hundió en el cráneo del muerto. Este dejó de moverse al instante. Debían ponerse a salvo, o más muertos aparecerían para comérselos. Se levantó y con extrema dificultad, arrastró el cuerpo de Mellea hasta las escaleras. La agarró por las axilas y cada peldaño era un triunfo. Pero en ese momento, el hombre que había estado a punto de matarlo hacia solo un instante, sujetó a la chica por los pies con ánimo de ayudarla. Esta no se lo negó, y llegaron hasta la habitación. La acostaron sobre una cama y la tapó. 

- Te lo agradezco, pero me gustaría que te marchases. –le sugirió Alicia apretando con fuerza su machete.

- Como desees. –contestó con mucha educación el hombre. Se dio la vuelta y se fue por el pasillo.


Alicia, cerró la puerta, y con la silla la bloqueó entre el suelo y el pomo. Limpió su herida y la de Mellea de nuevo, he hizo que tragase una pastilla de antibiótico con un poco de agua. Parecía que recuperaba la consciencia. Abrió los ojos, pero enseguida volvió a cerrarlos. No le dijo nada. Ella tampoco quería hablar en estos momentos. Tan solo asimilar lo que acababa de ocurrir. Cada cierto tiempo, curaba sus heridas. Era necesario evitar una infección en este nuevo mundo. Sin esperarlo, llamaron a la puerta. Alicia se puso en alerta, y Mellea comenzó a temblar estrepitosamente.

- Señoritas –decía la voz del hombrecillo- he creído que quizá, tuvieran hambre y sed. He encontrado la cocina llena y les traigo cosas que pudieran ser de vuestro interés. No hace falta que me reciban. Tan solo, avisarles que se las dejo en el suelo. En cuestión de cinco minutos, abandonaré el lugar. 

- Mel –dijo Alicia- podrías…

- Dice que nos deja comida en el suelo y que se va. –contestó arisca, dándose la vuelta de nuevo.

- Gracias.

- Y no me llames Mel. –susurró.


Alicia la observó con lastima. Era normal su actitud, y por nada del mundo se lo reprocharía. Dejó que pasara un buen rato, antes de abrir la puerta. Retiró la silla, y encontró una bolsa llena de botellas de agua y latas de conservas. Justo al lado, otra bolsa de plástico con más botes de antibiótico, vendas y todo lo necesario para seguir tratándose las heridas. Además de una pomada, que también era antibiótico. Una nota que decía: “Con esto curara antes. Gracias por no matarme”. Miró hacia ambos lados del pasillo, y se encerró de nuevo en la habitación. A pesar de haberse tomado la pastilla hacia poco, prefirió untarse ella primero la pomada en el brazo. Al descubrirlo, notó como el agujero tenía una pequeña costra. Optó no retirarla. Luego fue el turno de Mellea. Ella se dejó hacer sin poner resistencia. Por suerte, el corte fue limpio, y no dañó nada que fuera importante, o al menos eso pensaba. De lo contrario, ya estaría muerta. Al verla sin su oreja, le daba un aspecto raro. Pero seguía siendo bella. 

- Venga Mellea –suplicó- Cámbiate de camiseta.

Casi como si fuera una orden, se quitó la camiseta rota sin dirigirle la mirada. Poniéndose con sumo cuidado de no rozarse, una nueva. Se tumbó de nuevo, dándole la espalda. 

Pasaron varios días sin salir de la habitación, aguantando con lo que el hombrecillo les había dado. Pero en cualquier momento, tendrían que salir de allí para conseguir más. Tan solo hablaban, si era estrictamente necesario y con monosílabos. Hasta que Alicia se hartó. Salió de la habitación. Exploró el estado en que se encontraba el resto del hotel, y fue hasta donde escondían su vehículo. Para su sorpresa, aun permanecía allí y con todas sus pertenencias intactas. Subió a la habitación los mapas que le proporcionó Nestore, y los estudió con detenimiento. Cuando, terminó de darse una ducha y hacerse la cura de su brazo, por fin Mellea se levantó de su cama para algo más que orinar. Se abrazó fuertemente a Alicia y lloró desconsoladamente. Alicia le devolvió el abrazo, que tampoco pudo contener el llanto. 

- Tranquila, cariño. –le decía Alicia- No te voy a dejar. Te lo prometo. 

- Eres lo único que me queda. –confesó- No quiero perderte.

- Y no lo harás. 

- ¿Soy un monstruo sin oreja? –preguntó con miedo.

- Eres preciosa. –le puso el cabello de tal forma, que disimulaba la ausencia de la oreja- Con oreja o sin ella.

- Puedes llamarme Mel…-dijo tímidamente.


Ambas se fundieron en otro abrazo. Pero esta vez, sus labios se juntaron muy lentamente. Alicia notó un fuerte calor en la entrepierna, pero no era el momento. Ambas lo sabían y decidieron parar antes de que llegase a más. Se pusieron de acuerdo, en pasar un par de días más antes de reanudar su marcha. Aunque había una duda, que aún no habían resuelto. Como era posible, que aun saliera agua caliente de los grifos. Alicia trató de que Mellea se quedase en la habitación, pero fue inútil. Al ver que no la convencería, ambas bajaron a la recepción. Mellea observó incrédula, como la puerta de cristal que habían reventado, ahora estaba taponada con muebles y cinta adhesiva. Alicia le explicó, que debió ser el hombre antes de abandonar el hotel. La puerta donde tenía un cartel de: Mantenimiento, les daba una ligera idea de dónde podía estar las respuestas a sus preguntas. Esta se podía abrir sin dificultad. Alicia volvió a cerrarla, y Mellea la observó detenidamente. Se acercó al cadáver del arquero, y le retiró una especie de mochila en aspa. Se la probó. Casi, hasta le salió una sonrisa. Llevaba en la mano el machete, que introdujo por uno de los envases. Rebuscó el otro, colocándolo en el otro envase. De tal forma, que quedaban entrecruzadas. 

- Te queda bien. –dijo Mellea con admiración.

- Tendremos que buscarte un arma a ti. –contestó.

- Creo que la pistola será suficiente. –admitió.


Abrieron de nuevo la puerta. Alicia desenfundó una de sus armas colgadas de su espalda, y Mellea la siguió, pistola en mano. Vio como le temblaba la mano. Alicia, trató de tranquilizarla. La sala consistía en dos estanterías hasta el techo, en ambos lados. Sobre ellas, multitud de productos de limpieza. Al fondo se veían unas escaleras. Bajaron por ellas, con la única luz que los focos de emergencia le proporcionaban. Tan solo tuvieron que bajar unos pocos, para llegar al cuarto de calderas. Eran enormes. Un motorcillo traqueteaba, cerca de uno de los silos. Cerca del motor, descubrió una figura. Trataba de mordisquearlo. Alicia, le hizo una señal a Mellea, para que no continuase. Ella elevó su arma, bien afilada, y le partió el cráneo en dos. Exploró toda la estancia, pero era el único que había por allí. Un gran motor, funcionaba a través de una jaula. Enseguida comprendieron porque aun funcionaban ciertas partes del hotel. Miró la aguja que marcaba el nivel de combustible, y estaba llegando casi al rojo. Era cuestión de días, que aquello se pararía, si nadie lo rellenaba. 

- Bueno… pues misterio resuelto. –dijo Alicia, colocando el machete de nuevo en su funda trasera. 


Mientras subían de nuevo a la recepción, hablaron de que esos dos días que pensaban quedarse, se reducirían a uno. Total, ya sabían que aquello no dudaría mucho tiempo. Era normal, que aun quedase agua caliente, si los únicos clientes en todo este tiempo habían sido ellas y los muertos de doce habitaciones más. Pero estos, dudaban, que supieran utilizar los grifos. Al caer la noche, se aprovisionaron de multitud de cosas de la cocina, que luego en la habitación consumirían. Lo que no, las guardarían en otras bolsas que encontraron en la misma. Por suerte, Mellea, se durmió enseguida. No tanto Alicia, que miraba por la ventana, la noche lluviosa. No podía sacarse de la cabeza, la atrocidad que hizo con ese hombre. Ni que impulsos le llevaron a hacerlo. Lo que si entendía, era que en ese momento, lo único que quería hacer era precisamente lo que hizo. Aun así, un escalofrió recorría todo su cuerpo al recordarlo. Además de un nudo en el estómago, que en cualquier momento saldría por la boca. Era una noche apacible, a pesar de que varias nubes grises tapaban intermitentemente la luna. Desde la ventana de esa habitación, podía ver el exterior del hotel. Hacia la travesía. Una carretera en línea recta, con edificios a los lados. Parecían oficinas. Incluso en las plantas bajas, negocios varios. Algún quiosco. Dos pizzerías juntas. Una tienda de regalos. Se quedó allí parte de la noche, hasta que el sueño por fin pudo con ella. Se tumbó junto a Mellea, y la abrazó. En menos de lo que pensó, se quedó dormida. 

Siendo de día, se despertó en la misma posición en la que se quedó dormida. Solo que en esta ocasión, Mellea se había cambiado de postura, dándole la espalda pero manteniendo el brazo de Alicia sobre ella. Al notar que se movía, la joven se dio la vuelta. Alicia hizo el gesto de quitar el brazo, pero se lo impidió. Juntándose aún más hacia ella, quedaron las caras a escasos centímetros una de la otra. Se miraron fijamente a los ojos. Por instinto, Alicia acercó sus labios a los de ella. La besó levemente. Mellea, le devolvió el beso, pero mantuvo los labios pegados. Cerró los ojos, y dejaron que sus lenguas se rozasen. Mel, llevó la mano de Alicia hasta su vientre y la introdujo por dentro del pantalón. Como era de esperar, Alicia sintió el mismo calor que las últimas veces que la tenía cerca suyo. Era la primera vez que tocaba uno que no fuera el suyo. Fue agradable. Cuando Mellea se retorció de placer, puso a Alicia boca arriba y comenzó su turno. Ya exhaustas, se mantuvieron allí tumbadas sin hablar. Tan solo el silencio era roto, con la respiración agitada de ambas. 

Era hora de ponerse en marcha. Entre sonrisas cómplices, recogieron todo lo que era de su interés y se encaminaron hacia su coche. Allí les esperaba, como el primer día. Rellenaron el depósito con otra garrafa, y continuaron su camino. Salieron de aquella localidad, por la travesía que por la noche estuvo observando Alicia. En pocos minutos, ya estaban fuera. 

- Para ser tu primera experiencia, no lo haces nada mal… -bromeo Mellea.

- Ni yo me lo creo… -confesó-… pero debo reconocer que es más placentero de lo que me imaginaba. 


Giró bruscamente el volante, para no atropellar a un no muerto que vagaba por la carretera. Ya lo había visto desde hacía un buen rato, pero era mejor esquivarlo en el último momento. Comían bolsas de patatas fritas y chocolate, mientras conducían. 

- ¿Sabes conducir? –preguntó Alicia con la boca llena.

- No. –contestó.

- El brazo me empieza a doler. Puedo enseñarte. –se tocó el brazo herido.

- Podemos intentarlo. Tiempo tenemos. –dijo emocionada.


Pararon en la cuneta de la carretera por la que circulaban, cerciorándose de que no hubiera peligros cerca. Le indicó lo básico, y en el primer intento el motor se caló.

- No pasa nada. Es normal. Yo tarde casi dos semanas en acostumbrarme al embrague. –le dijo ante la cara de preocupación de Mellea.


Al sexto intento, ya había logrado engranar la segunda marcha. Circulaban a poca velocidad, hasta que se acostumbrara. Kilometro a kilometro iba tomando confianza. Aunque Alicia, se prometió que no fueran muy deprisa para evitar un accidente. No había prisa, y tan solo necesitaba descansar un poco el brazo. Mellea por su parte, no parecía preocupada por la falta de su miembro. Alicia sacó el tema.

- Oye Mel… -la miró indecisa-… tu oreja…

- ¿Qué le pasa? –preguntó mientras conducía divertida.

- ¿Oyes algo por ahí? –preguntó arrepintiéndose.


La sonrisa desapareció de la joven, que estuvo a punto de calar de nuevo el vehículo ante la falta de revoluciones. Al darse cuenta, aceleró estrepitosamente, pero consiguió mantener una velocidad constante.

- Cuando no tengo la venda, escuchó algo. –contestó- Pero no claramente.

- ¿Y te duele? –preguntó verdaderamente preocupada.

- A decir verdad, mucho en ocasiones. Pero no siempre. ¿Y tú brazo? –preguntó tratando de desviar el tema.

- Me duele si hago mucho esfuerzo. ¡Para! 


Gritó de repente. Mellea no sabía porque, pero instintivamente, presionó con fuerza el pedal y ambas se precipitaron hacia adelante.

- Pon el  seguro, y agáchate. –ordenaba Alicia, ante la incomprensión de Mellea.

- ¿Qué pasa? –susurró cuando estuvieron lo más abajo posible de sus asientos.

- A mi derecha. No nos hemos dado cuenta. Pero hay un mar de muertos, casi al lado nuestro. Los habremos atraído por el ruido del motor. –sus ojos parecían que le fueran a salir de sus orbitas.


1 comentario:

Unknown dijo...

De nuevo cliffhanger, Italia vuelve con fuerza. Buen capítulo.