lunes, 15 de enero de 2018

Te haré un castillo. Capítulo 27

Capítulo 27
La Abadía de Kylmemore

Tras aterrizar en el aeropuerto de Irlanda, Jimena tomó un taxi. Le indicó la dirección y el taxista, enseguida la llevó. Los verdes prados que inundaban el país, le parecían extraordinarios. Pasaron por infinidad de pueblos y recorrieron tantos kilómetros, que supuso que la broma del taxi le saldría cara. Mas si su excursión no era con el final deseado. A pesar de ser casi las cuatro de la tarde, comenzaba a oscurecer. El cielo, gris oscuro, auguraba una tremenda tormenta. Se había llevado ropa de abrigo, aun así, tenía frio. El taxista, le indicó que en veinte minutos llegarían. Su inglés no era bueno, pero suficiente para entenderle. Sin embargo, a veces le decía cosas, que no entendía. El seguía hablando, pero no le escuchaba. Tan solo quería llegar cuanto antes. A tan solo veinte minutos. ¿Qué pasaría? Por un momento, pensó en cancelar. Al igual que le pasó la primera vez que quedaron para cenar. Pero ya estaban allí. Las luces de un gran castillo estaban encendidas, así como las farolas que marcaban un sendero lleno de jardines infinitos. A decir verdad, era un precioso castillo. Se le escapó una sonrisa, al saber que podría volver a ver a Harold. Pero nerviosa. ¿Y si él no quiere verme? No era agresivo, pero… ¿y si solo era un papel lo que interpretaba? Fuera lo que fuera, necesitaba verlo por última vez. Aclarar sus ideas. Saber que sentía al volver a verlo. El taxi paró justo en la entrada principal del Castillo. Se asustó al conocer el importe del trayecto. Con desgana, sacó la cartera, y pagó. 
Allí se encontraba. Sola. Delante del gran pórtico. Para su sorpresa, en uno de los laterales, se encontraba un timbre con altavoz. Aunque lo había dejado hace tiempo, siempre llevaba un paquete de cigarrillos. Este era un buen momento para encenderse uno. Le dio dos caladas antes de llamar. Nadie contestaba. Volvió a llamar. Un minuto, y nadie contestaba. Antes de volver a llamar, la puerta se abrió. Mientras se abría, podía ver un extenso terreno verde, con fuentes y plantas decoradas a los laterales. Un hombre mayor, al que ya conocía, le atendió.
- Buenas noches –dijo el hombre en perfecto inglés, y con cara de cansancio- ¿Qué desea?
- Hola Sebastian –le dijo Jimena ante la cara impasible del mayordomo
- Oh… -la miró detenidamente de arriba abajo- … señorita Belda… no la había reconocido
- ¿Está aquí? –preguntó sin vacilar.
- ¿A quién se refiere, señorita Belda? –preguntó el mayordomo haciéndose el despistado
- No me jodas, Sebastian…-dijo apartándole para entrar
- Me temo que no puedo dejarla entrar… -se interpuso

Eso no fue suficiente para impedir que Jimena se adentrase. Caminó a paso acelerado hacia el interior. Sebastian le seguía con un paso menos rápido. La puerta estaba abierta, y entró a un gran salón. Era enorme. Miró hacia todas direcciones. Visitó todas las estancias de la planta inferior, en busca de Harold. No aparecía. Subió entonces, a la planta superior. Pasillos interminables, con habitaciones a ambos lados. Abría todas y cada una de ellas. Sebastian, había conseguido llegar hasta ella. La siguiente puerta que abrió, lo encontró. Era un despacho. Allí estaba el. Sentando tras una mesa, escribiendo algo en un ordenador portátil. No se sorprendió al verla.
- Lo siento señor, -decía un fatigado Sebastian- no he podido detenerla.
- No te preocupes, yo me ocupo. 

Ambos se quedaron mirando fijamente. Harold advirtió un resquicio de rabia en sus ojos. Parecía que de un momento a otro saltaría por encima de la mesa y lo atacaría. Esperó a que fuera ella quien diese el primer paso.
- Harold…-dijo-… o ¿debería llamarte Juan? 
- Juan murió hace bastante tiempo –contestó más serio que de costumbre
- Me engañaste…-replicó
- ¿Quién me está hablando ahora? ¿La profesora indefensa? o ¿la agente de policía? Porque diría yo, que tú tampoco has sido muy sincera. –recriminó
- ¿Sabes cómo lo he pasado estos meses? Ni te lo imaginas… -dijo aterrada, recordándolo
- Eso es cierto. No puedo imaginarlo. –le contestó
- Dime una cosa…-se acercó un poco a la mesa-… ¿me manipulaste desde el principio?
- Si –contestó al instante
- ¿Me llegaste a querer? –puso cara de enfado
- Si –volvió a contestar
- Entonces ¿Por qué me hiciste pasar lo que he pasado?
- Te prometí que no te pasaría nada, y así ha sido. De lo contrario, Prado, no te hubiera dado la tarjeta, y tú no estarías aquí.
- Muy ingenioso la frasecita…-se burló
- Sabía que me encontrarías. –contestó
- Ahora mismo tengo unas ganas enormes de saltar la mesa… -dijo
- Y ¿Qué te lo impide? –sonrió

Jimena, cambio la cara y soltó una carcajada. Harold se levantó, y Jimena corrió hacia él. Se lanzó a sus brazos y se besaron apasionadamente. 
- Que hijo de puta…-le dijo mientras le daba otro beso-… tenías razón. Se lo han creído todo. Ahora, no te voy a perdonar, que no me contases lo de la estación de metro.
- No podía arriesgarme. Sea como sea… ya estás aquí… ¿Cómo ha sido el vuelo? ¿Te has asegurado de que no te siguieran?
- No te preocupes…-le besó de nuevo-… enséñame el Castillo.



4 comentarios:

Unknown dijo...

Me ha gustado un montón, me apetece este final :) muchas gracias por compartirlo. Ha sido un placer leerlo. Genial!!!

Anónimo dijo...

Me ha gustado muchísimo. ¡Enhorabuena!
A girl

Unknown dijo...

Un engaño dentro de otro engaño, gracias por este relato. Ya estamos esperando el siguiente.

Ajenoaltiempo dijo...

Esto va a sonar a chupapollismo, como diría el filósofo ibérico Gaff Pasternak, pero leerte me hace sentir mucha admiración por vos.
Felicitaciones y muchas gracias por seguir escribiendo.
Ahora, a ver que nos trae la nieve.