lunes, 8 de enero de 2018

Te haré un castillo. Capítulo 9

Capítulo 9
La reunión.

El día amaneció con un sol espléndido. Matteo Bracco, se bajó del taxi que le había llevado hasta la casa de aquel hombre del metro. Por alguna extraña razón, no recordaba su nombre. Observó aquel lugar, lleno de casas de lujo. Cada cual más ostentosa. Se encontraba en el número veintisiete, tal como indicaba la tarjeta. Por unos segundos, estuvo a punto de llamar de nuevo al taxi, que comenzaba a dar la vuelta para marcharse, pero al final se quedó. Al menos oiría que le propondría y si le interesaba se quedaba. En caso contario, tomaría un vuelo a Roma al día siguiente. Llamó al telefonillo de la puerta. Enseguida le activaron la apertura automática, sin preguntar quién era. Abrió la puerta y entró a un estupendo jardín. La parcela de este lado de la casa, era impresionante. Era mucho más grande de lo que suponía desde el exterior. Caminó, despacio, por sendero de piedras hasta la puerta principal de la vivienda. Allí tuvo que volver a llamar a un timbre. En este caso, un hombre mayor, de unos sesenta o setenta años, uniformado en lo que pensó Matteo, que era el mayordomo.
- Buenos días, -saludó el mayordomo- ¿En qué puedo ayudarle?
- Buenos días, -contestó Matteo también- hace unos días, me dieron esta tarjeta…
- Por supuesto, -sabia de que se trataba- le estábamos esperando, señor Bracco. Acompáñeme.

Le permitió la entrada, y siguió al mayordomo. Aunque mayor, bastante bien estirado para su edad. Según entró, se encontraron con un amplio recibidor. A la derecha, por donde fueron, había un largo pasillo bien iluminado, hasta una estancia algo menor que el recibidor. La puerta estaba entreabierta, y podía escuchar las voces de otras personas. El mayordomo, abrió por completo la puerta, y el resto de invitados se silenciaron al instante. Invitó a Matteo a reunirse con los demás.
- Acaba de llegar el último invitado. –anunció- Enseguida avisaré al señor de su llegada. Mientras tanto, señor Bracco –le dijo a el solo- ahí tiene café, té, y leche. Sírvase lo que desee.

El mayordomo se marchó, dejando la puerta entreabierta. En la sala había una gran mesa ovalada en la que se encontraba varios termos con pegatinas identificativas de lo que contenían en su interior. Así como dos bandejas con bollería diversa, otra con galletas y pastas de mantequilla. Al fondo un gran ventanal donde se dejaba ver parte del jardín. Le llamó la atención dos de los presentes. Eran dos jóvenes idénticos. Con pelo rubio y corto. La nariz chata. Al lado de los muchachos, una mujer alta, pelo castaño y muy bella, según la opinión de Matteo. Sentado en la mesa, en la parte más alejada, un hombre con aspecto de ser más mayor de que lo que en realidad era. Pelo canoso por en los laterales, justo por encima de las orejas. La barba, poco poblada, algo canosa también. Sus gafas eran ovaladas y diminutas. Apoyados en el ventanal, se encontraba un joven marroquí que no apartaba la mirada de su móvil y una mujer morena de la misma estatura que el marroquí que le miraba fijamente, poniéndole nervioso. La puerta se abrió tras de sí, apareciendo el hombre que se encontró en el Metro.
- Muy buenos días –dijo entrando como una exhalación hacia la parte izquierda de la sala- Ruego tomen asiento, por favor

Todos se sentaron en las sillas, alrededor de la mesa ovalada, dejando el último asiento al hombre. Que por el momento, permanecía de pie. Observándolos con detenimiento.
- Veo que ya estamos todos. –miró de soslayo a Matteo- Me alegro, señor Bracco, que finalmente decidiera asistir.

Matteo le devolvió la mirada, desconfiado
- Antes de empezar, quisiera agradecerles a todos y cada uno de ustedes, que hayan accedido a venir. –empezó su discurso- Casi todos de ustedes, los he podido conocer en persona, excepto a usted, señor Kozame –hablo al joven marroquí- Ruego me disculpe, pero en su día tuve otros asuntos que reclamaban mi presencia. Mi nombre es: Harold Bryne. –se presentó ante las miradas de los presentes- Perteneciente a una noble familia Irlandesa. En estos momentos me encuentro en España, tratando de expandir el negocio de mis padres. Por supuesto, esto es la versión oficial. Pero esto lo trataremos más adelante. Os preguntareis porque os reunido aquí. En primer lugar, quisiera que conocierais a quienes van a ser vuestro equipo de trabajo. A mi izquierda, el señor Omar Kozame: Experto en tecnología. A su izquierda, los señores Elián y Daniel Águila: expertos en Logística. Disculpadme, pero aun no reconozco cual es cual. Al fondo de la mesa, tenemos a la señorita Alana Noboa: experta en relaciones sociales. En este lado –señaló su derecha- El señor Francisco Gaos: experto artesano. Seguido de Matteo Bracco: Ingeniero de estructuras.


Macarena, al ir escuchando las profesiones de sus compañeros, empezó a incomodarse. En cierto modo se avergonzaba de su profesión de prostituta. En comparación con los demás, destacaba por su particularidad. Por lo que sus manos le comenzaron a sudar, sabiendo que su turno era el siguiente.
- Y por último, y no por ello, menos importante, la señorita Macarena Ballesteros… –hizo una pausa que cortó la respiración de la mujer- … una superviviente.
- Jajajaja –se rio Elián Águila-… una superviviente… vamos que es puta. Ya sabía yo que me sonaba de algo. Te he visto en la página de internet.
- Señor Elián, -le interrumpió Harold enfadado- le voy a pedir que sea más respetuoso con la señorita Ballesteros. En caso contrario, me veré en la obligación de pedirle que se vaya.

Macarena bajó la mirada hacia la mesa, casi más con rabia, que por vergüenza. Incluso, tuvo la tentación de marcharse. Peor Harold se anticipó.
- Como decía, una superviviente –le tomó cariñosamente del antebrazo- No se preocupe Macarena, no hemos venido aquí a burlarse de nadie. Le pido disculpas, en nombre del señor Elián.
- No, está bien. –miró al resto- Sí, soy puta.
- No hace falta que dé más explicaciones –la interrumpió- os he reunido aquí, por un motivo conjunto. Un motivo en el que no está registrado como un acto legal. Cometeremos delitos que están penados con cárcel. –empezaron a sentirse con miedo- Por ello, entenderé que si alguno no quisiera participar, será libre de marcharse.
- No es por nada, Harold, pero podrías dejarte de tanta monserga, y decirnos de que se trata de una maldita vez –increpó Matteo Bracco
- ¿Qué harían con doscientos millones de euros cada uno? –preguntó sin preámbulos
- ¿Quieres que robemos un banco o algo así? – preguntó Francisco Gaos
- Efectivamente. –contestó Harold

Hubo un silencio incomodo, del que ya tenía previsto Harold que sucedería.
- Nosotros nos apuntamos –dijo efusivamente Elián en nombre de los dos hermanos

Harold les hizo una señal de aprobación. Esperó que los demás se pronunciasen. Algunos más convencidos que otros, pero al final, todos aceptaron excepto Matteo.
- Estáis todos locos –inquirió- Robar un banco. Creo que mi tiempo aquí ha terminado.
- Señor Bracco, -dijo Harold- presumía que declinase la oferta. Si es tan amable, me gustaría enseñarle algo. ¿Puede acompañarme?

Algo confuso, Matteo acompañó a Harold. Salieron de aquella sala, y subieron hasta el segundo piso. Una de las estancias, estaba cerrada con llave. Harold sacó una llave y liberó la puerta. Cuando entraron, Harold le mostró su interior. Matteo parecía sorprendido. Tenía varios paneles con planos de edificios y estructuras. En otro panel, escrupulosamente descrito el plan ideado para el robo.
- Matteo –Harold dejó su educación a un lado- Me gustaría que le dieses un vistazo. Solo te pido eso. Si después de verlo, decides que no te interesa, no hay problema.

Parecía impresionado por todo el contenido de la habitación. Incluso fascinado.
- Le dejo solo –volvió la educación- Le esperamos en la sala.

Se alejó dejando la llave en la cerradura, para que Matteo la cerrase cuando terminase. Harold volvió a la sala de reunión. Allí seguían expectantes.
- Como decía, -continuó hablando como si no se hubiera marchado- el proyecto final es el robo. Pero todo proyecto lleva un mapa de procesos que debemos aplicar para que todo salga a la perfección. Haremos, me incluyo, cosas que estarán fuera de la legalidad. Cosas que no nos gustaran y nos marcaran de por vida.
- Hay algo que no llego a entender, -habló Alana Noboa- nosotros tenemos motivos para robar un banco. Nos ha puesto nombres muy bonitos para lo que realmente hacemos. Está claro que el chaval árabe, es un hacker. Los gemelos expertos en logística trapichearan con algo que desconozco. El señor artesano, tiene pinta de falsificador –le miró- perdona cariño, pero hueles a kilómetros lo que eres. Luego está la prostituta. El Ingeniero imagino que alguna movida ha tenido. Y yo, por supuesto, ya sabes a que me dedico. Pero ¿tu? Se ve que no tienes problemas económicos. Y si los tienes tampoco crean que sean un problema tan grave como para robar un banco.

Todos, excepto Harold, quedaron impresionados por las palabras de Alana. En cierto modo tenía razón, y esperaron a que diese alguna respuesta.
- Señorita Noboa, -decía calmado- digamos que es un proyecto personal, en el que los motivos prefiero reservármelos. Ahora si me disculpan, tengo otros asuntos que resolver. Enseguida, Sebastian, mi apreciado ayudante, os traerá el almuerzo. Quédense el tiempo que precisen. Pero al terminar el día, necesito que vuelvan a sus vidas cotidianas. Todos, excepto usted, señor Kozame. –este le miró extrañado- Para usted, tengo su primera misión. Se quedará en esta casa. Sebastian, le indicará donde podrá alojarse. Además, preciso de tenerlo controlado y que acuda a sus presencias judiciales como le han ordenado. Muy buenos días a todos.

Mientras volvía a la gran sala principal, se encontró con Matteo, que ya había abandonado aquella misteriosa sala.
- Está bien –dijo tirándole la llave al pecho- Me ha convencido. Aunque tendrá que explicarme muchas cosas.
- Por supuesto señor Bracco. Disfrute del almuerzo. –se fue sonriendo y satisfecho.

1 comentario:

Unknown dijo...

Buen planteamiento inicial... En esta reunión me falta alguien. Pa cuando el próximo?