viernes, 5 de enero de 2018

Te haré un castillo. Capítulo 7

Capítulo 7
Matteo Bracco

Llovía frenéticamente, y los cristales empañados no permitían ver con claridad el exterior. Matteo permanecía de pie, frente a uno de esos cristales, intentando observar la lluvia. Con una mano sostenía un platito pequeño donde apoyaba una taza de café intenso, como le gusta. Amargo, y sin azúcar. Tan solo dejaba caer unos milímetros de la esencia en su taza. El resto lo desechaba. Aquel despacho, que compartía con Bárbara, hoy estaba vacío. Ella se había marchado a chequear uno de los proyectos en Valencia. Una vez terminó de dar el último sorbo del café, se sentó frente a su amplia pantalla. Tenía a medias unos dibujos, unos planos de una nave logística a las afueras. Se dispuso a continuar el trabajo, cuando la puerta se abrió de repente. Sin avisar. Era Javier. El director de la oficina.
-¿Se puede saber que has hecho? –preguntó hecho una furia
-Perdona, no sé a qué te refieres. –dijo sorprendido
-Joder Matteo, te dije explícitamente que no incluyeras esos pilares. –hablaba de un proyecto en concreto
-Ya te lo dije Javier, -hablaba con tono pausado- esos pilares son necesarios para que la estructura no ceda. No sé de qué se quejan. Los puse bien decorativos por el mismo precio.
-Me acaba de llamar el presidente, los clientes están muy descontentos. Están tratando de que no vayamos a juicio. ¿Sabes lo que nos va a costar esto? –seguía furioso- Millones. Muchos millones. No solo no nos va a pagar, sino que encima los vamos a tener que indemnizar.
-Seguro que podemos llegar a un acuerdo. –replicó con calma
-Por supuesto. Pero por el momento, y según me ha pedido explícitamente el presidente es que despida al responsable. –hubo una pausa- Matteo, estas despedido. Hoy mismo. Ya. Fuera de aquí. Bárbara se ocupara de tus proyectos.
-No podéis despedirme así. –permanecía calmado.
-Pues lo estoy haciendo. ¡FUERA DE AQUÍ YA! –gritó con la cara colorada

Matteo se levantó de su silla, y sin retirarle la mirada desafiante de Javier, se puso su abrigo. En una bolsa guardó varias pertenencias personales, y salió del despacho. Afuera, varios de otros empleados lo miraban estupefactos. Recorrió el pasillo hasta el ascensor y se fue. La lluvia no cesaba y se mantuvo a refugio en el hueco del portal, decidiendo hacia dónde ir. A pesar de estar calmado, sentía una rabia inmensa en su interior. A unos cincuenta metros, estaba la boca de metro más cercana. Corrió lo más aprisa que pudo y bajó los escalones mojados apoyándose en la barandilla para no resbalar. Compró un billete y esperó en un banco a que el primer tren hiciera aparición. El pelo lo asumía totalmente mojado, y el agua le corría por su cara. Con la manga del abrigo trató de secársela. Varios pasajeros le miraban y continuaban con su camino. Pensaba en la familia que dejó en Roma, al aceptar el trabajo aquí en España. Por un lado, estaba contento, pues tenía decidido en este momento, que volvería a casa. Pero por otro, decepcionado. Ya que había cumplido con su trabajo. Aunque ciertas personas valorasen que la seguridad no era prioritario. Sea como fuere, ya no pertenecía a aquella empresa. El tren llegó, y espero a que bajasen algunos pasajeros para subirse. Se sentó en un asiento libre, justo al lado de la puerta. Si bien no estaba lleno el vagón, prácticamente todos los asientos estaba ocupados. Matteo permanecía pensativo, a la vez que llegaban una y otra estación, apeando y subiendo diversos pasajeros. En mitad de un trayecto entre estación y estación, alguien le sacó de su letargo.
-Disculpe…-dijo un hombre trajeado-… ¿podría sentarme a su lado?

Matteo se dio cuenta en ese instante, que prácticamente el vagón estaba vacío. El hombre insistió.
-Señor Bracco, solo le robaré cinco minutos de su tiempo. –le dijo a un asombrado Matteo- Aunque me temo que su tiempo es considerablemente amplio en estos momentos.

El italiano, lo miró fijamente, tratando de averiguar quién era aquel hombre que, no solo estaba al corriente su nombre, sino que además conocía de su reciente despido. Supuso que podría ser uno de los clientes del Estudio de Ingeniería y Arquitectura.
-¿Nos conocemos? –preguntó Matteo
-Oh… no… -contestó-… pero sería un placer. Mi nombre el Harold. ¿Podría sentarme ahora?
-Sí, claro, es un transporte público. –contestó
-Muchas gracias. –se sentó- Como le decía, señor Bracco, siento mucho su reciente destitución.
-¿Cómo sabe…? –preguntaba Matteo
-Oh… bueno… llevo un tiempo decidiéndome si usted podría ser un elegido. –le dijo
-¿Elegido? ¿Me estás espiando o algo parecido? –empezaba a ponerse nervioso
-Ruego sepa disculparme, señor Bracco. –mantenía la calma- Al igual que a usted, estoy reclutando a otros efectivos para un empleo ocasional. Que por supuesto, en este momento y lugar, me es imposible desglosarle. Por ello, me permito invitarle a un cóctel de bienvenida. En esta tarjeta –la introdujo en un bolsillo delantero del abrigo- encontrará la cita.
-No entiendo nada. No sé quién eres. Ni tengo ganas de estupideces de un irlandés presumido. –contestó bruscamente
-Oh… me sorprende gratamente que haya deducido mi nacionalidad. –le sonrió
-¿Pero qué le pasa? –empezaba a sacarle de sus cabales
-Señor Bracco –se puso algo más serio- Le estoy hablando con total sinceridad y con respeto. Admito que esté pasando por un mal momento. Algo que en mi propio beneficio, pienso aprovechar. Sí, no me miré así. Todos intentamos aprovecharnos de algo. Con la única salvedad de que, por mi parte, veo justo que usted también saque un beneficio propio.
-¿De qué se trata? –preguntó tajante
-Como le he dicho anteriormente, no es el momento ni el lugar apropiado. En el coctel…-Matteo no dejó que terminara de hablar
-La pregunta es muy sencilla para un hombre como usted, ¿de qué se trata? –preguntó de nuevo
-Está bien…-se resignó-… ¿Qué haría usted con doscientos millones de euros?
-¿Es una trampa? –preguntó irónico- ¿Qué pretendes? ¿Robar un banco?
-Oh… lo lamento, señor Bracco…-se levantó al llegar a una estación-… me temo que  hemos llegado a mi estación.

Sin decirle nada más, se apeó del vagón dejando con la palabra en la boca a Matteo.
-Espera…-gritó sin éxito

Aquel hombre se había mezclado con otros pasajeros y le era complicado seguirle. Además, tan solo le faltaban dos estaciones para llegar a la suya. Esperó a que se cerraran las puertas para sacar la tarjeta. Para su decepción, tan solo estaba escrito en esmerada caligrafía una dirección, una fecha y una hora.

2 comentarios:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Sabía que no debía empezar... quiero más!!!