jueves, 8 de diciembre de 2016

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 5

El sudor me caía por la cara. Llegando a meterse dentro de mis ojos y la boca. Con un sabor salado que no me gustaba en absoluto. Aunque dada la situación poco me importaba. La poca luz que nos entraba era a través de la pequeña apertura de la puerta del armario. Por suerte no se percataron de nuestra presencia allí dentro. Se nos notaba nerviosos. Tras oír el crujir definitivo del cristal, escuchamos perfectamente como entraban a la tienda. Los golpes hacia la puerta de aquel despacho era insignificantes comparados con los que daban fuera. Por alguna extraña razón deambulaban por allí sabiendo que por algún lado estaríamos, sin encontrarnos. Entonces es cuando comprobé que no eran muy inteligentes. Los podíamos escuchar gemir, dando por hecho que eran muchos. En cualquier momento descubrirían nuestro escondite y por mucho que atravesase cráneos, más pronto que tarde nos engullirían. Mientras no atravesasen esa puerta tendríamos una posibilidad de sobrevivir. Cada vez que alguno golpeaba la puerta, los dos dábamos un pequeño respingo.
- Creo que solo se están golpeando sin intención de entrar. –susurré
- Eso pensaba yo –contestó
- ¿Cómo te llamas? –pregunté- Me gustaría saber tu nombre antes de morir a manos de esas bestias
- Me llamo Silvia. –contestó con una leve sonrisa
Me presenté y como se suele hacer en estos casos, nos dimos dos besos en las mejillas. Nos quedamos un buen rato en silencio. La preocupación por todo aquello nos impedía mantener una conversación aunque lo intentamos en varias ocasiones.
Tras varias horas allí encerrados, ambos teníamos sed. Silvia recogió su mochila antes de entrar allí, y con la cantimplora a medio llenar nos calmamos un poco. Dábamos sorbitos pequeños, simplemente para no tener la boca seca. Al no escuchar tantos gemidos y golpes, suspiramos un poco. Se estaban marchando, o eso creíamos.
- Si quitamos ese respiradero, podremos ver algo del exterior. –sugirió.
Tenía razón. En la pared de mi derecha, casi rozando el suelo había una rejilla metálica de unos veinte centímetros. Se podía ver algo del exterior. Justo por el lado de los surtidores. Con mucho cuidado y sin hacer ruido, salí del armario. Saque mi navaja del bolsillo y traté de aflojar los tornillos. El primero me costó un poco. De hecho chirrió tanto que algún infectado de fuera gimió. Me esperé un rato para aflojar el segundo. Al terminar con todos, pude retirar la rejilla sin dificultad. Al otro lado, a unos treinta centímetros había otra rejilla. Pero me percaté que le faltaban algunos tornillos. Con algo de agilidad, y con el puñal pude doblarla. No tenía una visión perfecta, pero podía ver como un grupo numeroso se estaba alejando de la gasolinera. Le hice un gesto de “OK” a Silvia, y ella me respondió con otro igual, pero con una sonrisa que me cautivó. Me quedé embobado mirándola.
- ¿Qué pasa? –me preguntó extrañada.
- Nada, -susurré- había escuchado algo –traté de disimular.
Me volví a tumbar para mirar lo que sucedía afuera. Tras comprobar que se seguían marchando, me volví hacia el armario.
- Puedes salir. –le dije- Si seguimos sin llamar la atención, se terminaran marchando.
- Prefiero quedarme aquí. –dijo con cierto escepticismo.
- Te entiendo.
Entendía que allí se sintiese más segura. Aunque no valiese la pena en caso de que nos atacaran. No insistí. Me quedé sentado en el suelo, justo al lado de la puerta. Ella la mantenía abierta. Así nos podíamos ver. Las siguientes dos horas no hablamos nada. Manteníamos la mirada fija en un punto. Quizá asimilando un poco toda aquella situación. Pensaba en mis padres y en mi hermano. “¿Habrán sobrevivido?, si yo estuviese en el piso de Madrid, me hubiera quedado encerrado igual que hice en la casa de aquí.” Si todo iba bien, en pocas horas podríamos salir de allí y podría ir a buscarlos.
No recuerdo cuando me quedé dormido. Pero al despertarme, me di cuenta que me miraba fijamente.
- Me he quedado dormido. –ella ya lo sabía- ¿He dormido mucho? ¿Tú has dormido algo?
- No puedo dormir. –contestó- Al ver que no pasaba nada, te he dejado dormir. Tenía pensado despertarte si ocurría algo.
- Voy a mirar afuera.
Me levanté y me sorprendí de que fuera ya de noche. Algunos infectados aun vagaban por allí, pero no era ni la cuarta parte de lo que vimos por la mañana.
- Aún quedan unos cuantos. –me levanté- ¿Quedará alguno dentro de la tienda?
- Sí. Los he escuchado andar y chocarse contra las estanterías. –dijo en tono cansado
- Deberías descansar. Se te ve agotada. –propuse al verla
Me miró con cara de pena, y se acurrucó sobre sus piernas doblabas. Metiendo la cabeza entre las rodillas. Sabía que estaba llorando. Me acerqué y me metí dentro del armario, a su lado.
- Venga, tranquila. Saldremos de esta. –traté de animarla
No se movió de cómo estaba, y preferí no insistir. Para cuando me quise dar cuenta de nuevo, me había dormido otras dos horas. Estaba muy cansado. Agarrotado. Miré hacia Silvia y había levantado ya la cabeza apoyándola contra la pared. Estaba dormida. Quise mirar de nuevo por el respiradero, pero no se vería nada. Así que me quedé allí hasta que amaneciese.
Estando medio dormido y medio despierto a la vez, el ruido de pisadas muy rápidas en el exterior me alertó. Incluso estaban hablando. Uno le daba órdenes a otro para que matase a un infectado. Se escuchó como caía al suelo. Cayeron al menos diez antes de escuchar el ruido del motor de mi Ford.
- ¡Joder! –caí en la cuenta de que las llaves estaban puestas- ¡Mierda!
Silvia se despertó asustada.
- ¿Qué pasa? –se levantó del armario aterrada.
- ¡Mierda! –el coche se ponía en marcha y se alejaba.
- ¿Quién hay fuera? –estaba aterrorizada
- Pues unos que se han llevado mi coche y para colmo con todas mis cosas. –informé cabreado
- Y el depósito lleno. –terminó diciendo
Di una patada a la silla y esta salió disparada hacia la pared. Me hice mucho daño, pero en ese momento no me importó. Estaba cabreado. Al darme cuenta del ruido que había provocado, pensé en los infectados de la tienda. Ambos nos quedamos unos segundos en silencio. No oímos nada. Acto seguido, retiré la mesa de escritorio y abrí cautelosamente la puerta. Al abrirse para afuera, me costó un poco debido a todas las cosas que había tiradas por medio. No había peligro aparente. Aun así desenfundé mi puñal. Salí con excesivo cuidado pisoteando todo bajo mis pies. La estantería que colocamos para bloquear la puerta principal estaba movida lo suficiente para que pudieran entrar fácil de uno en uno. Pero tal como entraron, se fueron. Miré detenidamente por las ventanas hacia el exterior. Mi primera ojeada fue hacia donde dejé mi Ford. Constaté que me lo había robado. Maldije para mis adentros.
- Puedes salir Silvia. –dije mirando hacia el despacho.
Afuera, pude ver varios cuerpos tirados por el suelo. Seguramente abatidos por los ladrones. Antes de salir, di rápidamente otra ojeada para cerciorarme de que no había ninguno deambulando.  Respiré el aire cargado por el hedor que desprendían los cadáveres. Silvia me siguió. Se colocó a mi derecha.
- Quería darte las gracias. –rompió el silencio
- ¿Por qué? –me extrañé
- Por haber estado conmigo.
- Tampoco tenía otra opción. Nos quedamos encerrados juntos. Pero de nada. Aun así me hubiera quedado. –confesé
- Es igual. Gracias. –se colgó su macuto con intención de marcharse.
- ¿Te vas? –en cierto modo no quería que se marchase
- Sí. Creo que mi tiempo aquí ha terminado. Estaba con un grupo de amigos que habíamos acampado cuando empezó todo. Algunos salimos a buscar recursos. –relató
- Entiendo… -me resigné- Bueno Silvia. No ha sido la mejor forma de conocernos, pero igualmente, encantado de haber coincidido.
- Igualmente. –me guiñó un ojo y empezó a caminar por un camino de tierra.
Yo permanecí allí por unos minutos, tratando de poner orden en mi cabeza. Volví a la tienda, y recogí aquello que aún estaba intacto y lo guardé en una mochila recién estrenada. Ahora debía buscar un transporte nuevo, y sabiendo cómo llenar el depósito, lo haría en última instancia antes de marcharme. Caminé pueblo adentro con el fin de encontrar algún coche con las llaves puestas. Los que encontraba, o estaban cerrados bien estacionados o había algún infectado atrapado con el cinturón de seguridad. Esos por supuesto no los tocaría. Entonces es cuando lo vi. Un concesionario de coches. Desde el escaparate vi uno de alta gama con el que soñaría cualquier amante del motor. Mientras pensaba la forma de sacarlo de ahí, noté que alguien se acercaba. A paso muy lento y con mucha dificultad debido seguramente a alguna fractura en una de sus piernas. No entendía como lograba continuar moviéndose. Lo observé venir hacia mí. Necesitaba averiguar más sobre ellos. “¿estarían muertos? ¿Solo infectados y algo les hacía seguir hacia delante sin tener consciencia de nada?” sea lo que fuere, aquello me erizaba el vello. Esperé que llegue hasta mi posición, mientras sujetaba firmemente el puñal. Quedando solo un metro, quizá dos, levanté el brazo y le clave el puñal en el ojo. Le había pillado el tranquillo y lo saque inmediatamente antes de que se desplomase. Observé de nuevo a mí alrededor, pero era un solitario. Me concentré de nuevo en como entrar a por aquel capricho en forma de coche. No quería romper cristales y no tenía la más jodida idea de cómo forzar cerraduras. “¿Por dónde los guardaran?” por algún lado debían pasarlos, y la única puerta que veía era de peatones. Justo a la derecha había una portada de unos seis metros, que no coincidía para nada con la fachada del concesionario. Sin embargo no estaba techado, por lo que me dio una ligera idea. Con un cubo de basura con ruedas que había cerca, me elevé para inspeccionar el interior. Me alegró el día. Dentro había más coches colocados a ambos lados. Tenía pinta de ser un aparcamiento para los coches del taller. Me colé dentro de ese parking y girando a la izquierda descubrí la entrada de los vehículos del concesionario. Probé a girar el pomo y este no opuso resistencia. Ya estaba dentro. Tan solo tenía que soltar unos bornes y la portada se abriría. Inspeccioné aquel lugar. Al pasar por todos aquellos coches de alta gama, me fijé en el reflejo. No me reconocía. Incluso fui consciente del olor a sudor que desprendía. Encontré un pequeño vestuario. El agua que salió al abrir un grifo de ducha, fue insuficiente. Quizá el sobrante de las tuberías. Miré en todas las taquillas. Encontré champú y lo tomé para utilizarlo. Dentro del aforador de un servicio, encontré el agua suficiente para, al menos lavarme la cara y los sobacos. En la oficina encontré el cajón de las llaves. Me guardé todas. Con el que yo creía que se accionaria el coche que quería, descubrí que aun funcionaba. Emitió un sonido agudo y los seguros del coche enseguida se abrieron, así como las luces interiores. Me senté en aquel coche, y disfruté de sus comodidades. Comprobé que tenía casi lleno el depósito. Aun así, tenía decidido volver a la gasolinera y llenarlo por completo. Aquel coche me maravilló. Negro por fuera, y de cuero marrón claro por dentro. El olor a nuevo me embriagó. Comprobé que arrancaba y enseguida lo apagué. No quería llamar la atención.
Conseguí hacerme paso entre todos los coches y abrir sin problemas la portada principal. Saqué el coche y puse rumbo de nuevo hacia la gasolinera. Coloqué todo en posición para cuando arrancase el motor que daba electricidad al surtidor. Esta vez me llevé las llaves conmigo, no quería perderlo de nuevo. Busqué aquello que Silvia accionó. Estaba justo detrás de la tienda. En un habitáculo enrejado. No encontraba ningún botón de accionado. Estudié aquel motor y vi que disponía de un tirador. Enseguida que estiré, aquello comenzó a funcionar. Al volver hacia el surtidor me quedé atonito.

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