miércoles, 21 de diciembre de 2016

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 7

La acomodé como buenamente pude en la parte trasera del coche. Seguía inconsciente. Le rasgué un poco la camiseta para ver de dónde salía la sangre. Tenía un buen corte en el costado. Seguramente lo provocó en el forcejeo con uno de los sobrinos de Tomás. No tenía conocimientos de primeros auxilios, pero en todas las películas que veía siempre trataban de taponar la herida. Así que hice lo mismo. Saqué una camiseta de su macuto y se la até alrededor de la cintura. Cerré la puerta y me senté al volante. De reojo pude ver como el chaval que recibió la puñalada por parte de Silvia se movía. A pocos centímetros estaba tirado mi puñal. Me bajé de nuevo y lo recogí.
- Ayúdame, por favor. –casi no le podía escuchar.
Tan solo me guardé el puñal y retrocedí de nuevo hasta el coche. No sabía muy bien que hacer, así que conduje lo más rápido que podía. Cada cierto tiempo la observaba por si se movía. El siguiente pueblo no quedaba lejos. Tuve que callejear bastante hasta encontrar una farmacia. Algunos infectados deambulaban cerca, pero solo con evitarlos o darles un empujón me permitían continuar. Busqué una piedra lo suficientemente grande para tirarlo contra el escaparate. No podía perder tiempo. Me costó casi seis intentos en que el cristal se partiese. Me encargué de dos infectados que se acercaban al coche. Aunque lo había cerrado con llave, siempre podían romper el cristal igual que hicieran en la gasolinera. Por aquella calle pude ver como se acercaban cinco más. Aún estaban bastante lejos, y calculé el tiempo que tenía para buscar lo que necesitaba y salir pitando de allí. Tras guardar vendas, agujas, hilo, alcohol y antibióticos, volví al coche. A los cinco que vi inicialmente, se sumaron otros tres. Al primero le empuje y cayó al suelo. El segundo recibió una puñalada donde más les duele. Eso me dio tiempo para guardar en el asiento del copiloto lo recogido. Aun me quedaba dar la vuelta al coche y sentarme. Forcejeé con el más cercano para hacerme camino. Pude zafarme de él, pero son duros de roer. Cuando me pude sentar al volante, y cerrar la puerta. Dos de ellos se golpearon contra mi ventanilla. Esta no se rompió, pero si seguían haciéndolo sería nuestro fin. Pisé a fondo y atropelle al que quedaba delante. Esté se metió debajo del vehículo, y temí quedarme atrapado. Botamos unas cuantas veces pero pudimos salir ilesos. Me alejé bastante del pueblo. Ahora mi misión era buscar un refugio seguro para curar a Silvia, que permanecía sin despertar. Temí que estuviera muerta. Y que todo esto no valiese la pena. Tras conducir varios kilómetros me detuve en una zona boscosa. A lo lejos, por una carretera asfaltada pero minúscula y estropeada, vi un pequeño Motel abandonado. El recinto lo habían vallado con verjas metálicas de la constructora que se haría cargo del derribo. Por lo que me vino genial. Una vez dentro del recinto, aparqué cerca de la entrada. Que no era otra cosa que un bar de carretera, convertido en Motel. Para casados infieles, pensé. A la puerta le habían quitado la cerradura. En la primera ojeada al interior no descubrí ningún infectado. Aun así, golpeé varias veces la barra del bar con la pata metálica de una mesa tirada por el suelo. Subí al primer y único piso superior. No era gran cosa, y la limpieza brillaba por su ausencia. Pero aún abandonado, conservaban camas. Subí a Silvia hasta la cama más limpia que encontré. Limpié bien la herida, y pude verla en toda su esplendor. La apertura tendría unos cinco o seis centímetros. Desconocía si se habría dañado algo más interiormente. Era el momento de coser aquello. En el contenido de la bolsa de sutura encontré unos guantes. No dudé en ponérmelos. Preparé todo para empezar a coser. No me atrevía. Seguía saliendo sangre, aunque menos. Mi pulso se aceleró haciendo que mis manos temblasen. Respiré hondo varias veces, y di la primera punzada. Rápidamente miré la cara de Silvia. No se movió. Temí, como antes, que estuviera muerta. “¿Por qué no le he tomado el pulso antes? ¿Estas tonto o qué?” Apoyé mi cabeza sobre su pecho. Me dio hasta un poco de vergüenza notar sus pechos en mi cara. Pero respiré aliviado al escuchar el bombeo de su corazón. Era débil, pero se escuchaba. Eso me lleno de valentía. Fui cosiendo lo mejor que pude aquella herida. Al terminar, me fijé en lo horroroso que quedó. Pero si esto le salvaba la vida, era perfecto. Lo tapé con vendas y esparadrapo. Me dejé caer en una silla y respiré profundamente. Fue la primera vez que lloraba como un niño. Toda esta situación me estaba superando. El mundo se había ido a la mierda. Había matado a un hombre, y seguramente, dejado morir a otro. Me repetía a mí mismo tratando de convencerme de que no había otra salida. Ese tipo de gente, al no tener que responder ante nadie, me hubiera matado sin contemplaciones. Fue en defensa propia. Aun así, me sentía destrozado por dentro.
Tras tanto tiempo sin despertarse, la llamé en varias ocasiones. No parecía oírme. No quería dejarla sola, pero necesitaba salir de allí. Inspeccioné a fondo el lugar. No encontré nada que valiese la pena. Quizá una botella a medias de Jack Daniel´s. Limpié la boquilla con mi camiseta y le di un trago pequeño. No parecía estar en malas condiciones. Seguido le di un segundo más largo. Me quemó la garganta y parte del pecho. Pero me empezaba a sentir mejor. Volví a pensar en Silvia. Busqué su cantimplora y uno de sus vasos metálicos. Machaqué una de las pastillas de antibiótico y lo disolví en un poco de agua. Le abrí la boca y le suministré aquello en pequeñas dosis. Si no lo tragaba al menos lo absorberían las papilas gustativas. Me empezaba a poner nervioso. Quería, necesitaba que se despertara y me dijera que estaba bien. Cuando me percaté de que el vendaje tenía un color oscuro, lo retiré. Limpié de nuevo la herida ya cosida, y la tapé de nuevo con uno limpio. La noche estaba llegando y el frio con ella. La tapé con una manta que previamente sacudí en el pasillo. Coloque la silla al lado de la cama donde no la ocupaba ella y me recosté.
El pitido del reloj que llevaba Silvia me despertó. La luz que entraba por la habitación me mostró que había llegado un nuevo día. Elevé la cabeza y vi a Silvia despierta. Se giró.
- Hola. –me dijo con media sonrisa
- Hola –contesté alegrándome- ¿Cómo estás? ¿te duele?
- Me duele. ¿Qué ha pasado? –hablaba apagada.
- Creo que en el forcejeo te dieron una puñalada. –relaté- Te desplomaste sobre mí.
Se tocó la herida y gimoteo. Seguido de unas lágrimas que me llegaron al corazón.
- ¿Dónde estamos? –preguntó mirando a su alrededor
- En un Motel. Cerca de Madrid ya. –indiqué
Miró hacia la mesita donde tenía todo el instrumental que utilicé para curarla.
- ¿Lo has hecho tú? ¿Me has cosido? –preguntó sorprendida
- Sí. No veas lo mal que lo pasé para conseguir todo eso. –recordé la lucha con los infectados. –me adentré en un pueblo en busca de una farmacia. Luché contra varios infectados. Una locura.
- ¿Qué hay de Tomas? –la noté asustada.
- Esta muerto. Lo maté –me sobrecogí de nuevo- los otros dos no lo sé. –mentí- Solo me preocupaba sacarte de allí y curarte.
- Muchas gracias. –se tumbó lentamente.
Saqué varias provisiones del coche, lo justo para pasar el día. Después tendría que hacer alguna incursión para reponer. Ambos estábamos tristes. Casi no hablamos el resto del día. Tan solo cuando le cambiaba el vendaje me daba las gracias y se volvía a tumbar. No se dormía, pero estaba ausente. Yo menos, pero se nos notaba abatidos. Mientras hubiera luz, trataba de descansar, para estar despejado durante la noche. Pues sería yo quien hiciera guardia.
A la mañana siguiente, me preparé para adentrarme en alguna zona poblada o centro comercial cercano. Esperé a que se despertara y darle lo necesario para estar sola. No sabía cuánto tardaría, ni siquiera si volvería. Tenía que ser sincero con ella al respecto. En cierto modo, lo comprendía. Me monté en el coche, después de abrir la verja. Subí hasta lo alto de un puente. Tenía muy buena visibilidad. Incluso, estando despejado podía intuir la ciudad de Madrid. Bajando esa carretera me incorporaría a la autovía del Sur. Aun habiendo coches parados, la travesía se hizo fácil. Llegué hasta un almacen mayorista. Un camión no dejaba que la puerta quedase cerrada. Apagué el motor y me adentré. Tuve que pasar de lado entre la caja del camión y la puerta. Descubrí que el muelle de carga estaba levantado. Desde fuera se podía ver el interior. Di varios golpes a una estructura metálica. El eco se escuchó perfectamente. Tras unos segundos dos infectados aparecieron entre las estanterías. Vestían con ropa fluorescente. Trabajadores de la planta. Volví a golpear el metal. Por si alguno se había quedado rezagado. Aparecieron dos mujeres. Vestían de calle. Clientes quizá, o de oficinas. Qué más da. Venían hacia mí para darme un bocado y saciar su infinita hambre. Salté del muelle y coloque dos pallets a modo de barricada. Cuando llegó el primero, al caer del muelle pareció golpearse fuertemente en la cara. Al levantarse, vi como la tenía destrozada. Aun así, volvió a la carga contra mí. Cerca del pallet se tropezó. Lo aproveché para clavarle el puñal. Debía darme prisa. El segundo operario y las oficinistas cayeron a la vez. Acabé con ellos con una facilidad que me empezaba a asustar.
Volví al Motel cargado con multitud de cosas. Tanto que el maletero quedó lleno y tuve que utilizar los asientos traseros. Subí enseguida a la habitación. Encontré a Silvia en el mismo lugar.
- ¿Ya has vuelto? –no se sorprendió- No has tardado mucho.
- He encontrado un almacen cerca. He llenado el coche. Tenemos para varios días. –dije con poco ánimo.
- ¿Qué vamos hacer ahora? –preguntó en un tono que no me gustó
- ¿A qué te refieres? –pregunté
- No me gustaría quedarme aquí mucho tiempo. –se sinceró
- Lo sé. Es una mierda. Es el único lugar que encontré para curarte.-recriminé
- ¿Y tu familia? –trató de desviar el tema
- Mi familia estará muerta. O infectada. O lo que mierda les pase a esos. –estaba enfadado, crispado.
Ella me vio desmoronarme. Intentó levantarse, pero se lo impedí. Tenía que recuperarse.
- Silvia, no tengo la más puta idea de lo que hacer. –le dije desesperanzado- Esto es una puta mierda. He visto desde lo lejos Madrid. No queda nada en pie. El silencio que hay fuera es aterrador. Hoy me he cargado a cuatro de ellos sin pestañear. Solo pensaba que era lo que tenía que hacer para coger lo que había dentro de ese almacen. Esto es lo que nos queda. La radio no emite nada. Seguro estoy que no hay gobierno. Una anarquía. Una guerra entre los vivos y los muertos. ¿¡Qué digo!? Los muertos se están descojonando de nosotros. Hace un día… -dudé-… o dos… ya he perdido la cuenta de que día es. Maté a un hombre que me estaba agrediendo e intentando robar por segunda vez. Tu misma le acuchillaste a un ex novio o parecido. Y aquí estamos los dos, intentando no volvernos locos. No sabes lo mal que lo pasé curándote sin saber si estabas viva o muerta. Pero sobre todo, quería curarte si o si, porque no quiero estar solo en este mundo de mierda.
Di un puñetazo al armario viejo y destartalado que tenía a mi espalda. Silvia me miraba entre incredulidad, lastima y temor.
- ¿Te importaría tumbarte a mi lado? –preguntó con los ojos llorosos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me está gustando mucho el relato.Esperando nueva entrega.Un saludo y gracias.

Jesus Miguel dijo...

Muchas gracias Anónimo. Cada jueves subo nuevo capítulo.
Un saludo