jueves, 5 de enero de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 8

Transcurrieron seis días desde el incidente con Tomas y sus sobrinos. Silvia no estaba recuperada del todo, aunque pudiera levantarse y moverse con cierta agilidad. En esos días solo tuve que salir una vez más a por provisiones. En una de esas salidas, me hice con varios juegos de mesa para entretenernos. Aquello era un puro aburrimiento sin televisión ni móvil. Hasta descubrimos lo placentero que era tener conversaciones largas. Tras aquel día que me derrumbé, dormimos en la misma cama. No hay nada, aun, entre nosotros. Aunque si necesitábamos sentirnos más cerca. Ahora conozco mucho más profundamente a Silvia, como ella me conoce a mí. Sabemos de nuestras debilidades, preferencias, sueños sin cumplir, manías… Fue agradable compartir algún que otro secreto. Entre nuestros planes de futuro, estaba por acercarnos más directamente a la ciudad. Descubrir si quedaba alguna comunidad de supervivientes. En caso contrario, viajar todo lo que pudiéramos hasta la costa. En algo estábamos de acuerdo. Queríamos ver el mar por última vez. Ante todo esto, cambié el elegante coche que robé en el concesionario, por una furgoneta. Como no podía ser de otra manera, los concesionarios de la zona no estaban ni mucho menos vigilados. Me apoderé de varias garrafas para rellenarlas de toda la gasolina que pudiéramos. La parte de atrás de aquella furgoneta, era lo bastante amplia como para colocar un colchón. Si pensábamos estar moviéndonos, que mejor manera de descansar, que allí atrás.
Ya lo teníamos listo para adentrarnos más en Madrid. En mi última expedición me acerqué todo lo que pude hasta que me topé con un gran atasco de coches abandonados en la autovía. Si había cuatro carriles para cada sentido, los ocho estaban ocupados. Todos en la misma dirección. Es decir, huían de la ciudad. Por lo que me hice con un mapa, y encontré varias carreteras secundarias. La intención era acercarme hasta el piso de mis padres. Después solo era cuestión del destino. Mientras conducía, ella me iba guiando por caminos y carreteras evitando los pueblos, leyendo el mapa. Llegamos hasta un polígono céntrico, donde acababa la carretera. Pero ya podía ver los edificios. Quizá andando podían llevarnos media hora. Aparcamos la furgoneta entre dos naves. Nos cercioramos de que no hubiera peligro. Coloque mi puñal en la cintura y vacié la mochila para llenarla si necesitábamos algo.
- ¿Estas segura de querer venir? –pregunté por última vez
- Por supuesto, ni loca me quedo otra vez sola. –contestó
- Pues entonces, -tenía las manos detrás de la espalda, y las descubrí- es hora de darte un regalo.
Encontré un puñal algo más ligero y con la hoja más puntiaguda. Perfecta para ella.
- Si es que eres un sol –me dio un beso en la mejilla
- Acuérdate de lo que te enseñé. –saqué el mío.- Se lo clavas en el ojo. Con eso no hay duda de que caen.
- ¿Cómo fue tu primera vez? –preguntó intrigada, a la vez que asqueada
- Dudé. –relataba- Dudé y eso me pudo costar la vida.
Tras aquellas primeras impresiones, me quedé observando la ciudad un segundo más. Se distinguía dos edificios que en su momento ardieron. Salía humo negro desde la parte más alta. Anduvimos por aquel descampado hasta llegar a las primeras calles. Todo estaba devastado. Cientos de cuerpos yacían por el suelo, dentro de establecimientos, barricadas a medio destruir, accidentes de tráfico por donde miraras. No fue hasta más dentro de la ciudad, cuando nos encontramos al primer infectado. En un principio lo iba a matar yo, pero dejé paso a Silvia. La noté nerviosa, y por eso me quedé junto a ella. Si cometía un error, debía subsanarlo de inmediato. Sin embargo la maniobra que hizo me sorprendió gratamente. Lo rodeó y sin darle tiempo a reaccionar lo tiró al suelo. Entonces es cuando le clavó su puñal recién estrenado.
- ¡Bien! –celebró
Al llegar el momento de sacar el puñal, se produjo lo que intuía que iba a pasar. Le sobrevino una arcada precedida del vomito.
- ¿Estás bien? –me preocupé
- Si, si… -le vino otra bocanada.- es asqueroso.
Una vez que se recuperó, proseguimos la marcha. Tan solo estábamos a pocas manzanas del piso de mis padres. Cada cruce lo atravesábamos lo más rápido posible. Si bien no eran muchos los infectados que nos encontrábamos, preferíamos evitarlos. Al llegar a una plaza bastante familiar, recordé aquel video que vi en la fábrica con los operarios del turno matutino. Era espeluznante. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Miré hacia el edificio de la derecha. Aquel barrio era mi barrio de la infancia. Busqué con la mirada el balcón donde tantas veces escupimos mi hermano y yo a la gente que transitaba. Las risas que nos pasábamos. Cierta melancolía me abrumó. Nos acercamos hasta el portal, el cual estaba abierto de par en par. Tras saltar varios cuerpos en las escaleras, llegamos hasta el cuarto piso. El piso de mis padres. Prácticamente todas las casas estabas abiertas. Pasé yo primero, Silvia se quedó en el descansillo. Lo encontré todo desordenado y sucio. Las ventanas cerradas y las persianas a medio bajar. A la izquierda, la cocina, parecía que la habían saqueado. Cajones por el suelo, nevera abierta, platos rotos por el suelo. Avancé hasta llegar al salón. Algunas jeringas utilizadas llamaron mi atención. La televisión estaba a punto de caerse. Cogí un marco con una fotografía de los cuatro, que se encontraba en el mueble bar. Los echaba de menos. El corazón empezaba a latir con rapidez. Me acercaba a las habitaciones. Primero pasé a la mía, que compartía con mi hermano. No estaba desordenada del todo, pero sí muy sucia. Con cartones de pizzas, latas de cervezas vacías y los cajones abiertos. Colgando ropa por ellos. Para terminar, entré en la habitación de mis padres. La habitación no permanecía en oscuras, así que pude ver un cuerpo. No tardé en averiguar que era mi padre. Las lágrimas inundaron mis ojos, dejando por fin que resbalaran por mis mejillas. Por más que miraba, un segundo cuerpo, no lo encontraba. Tenía la esperanza de que mi madre estuviera aún viva. Además, mi hermano tampoco estaba, por lo que deduje que podrían estar juntos. Silvia apareció por detrás. La había escuchado, por lo que no me asusté.
- Lo siento. -puso una mano en mi hombro
- Gracias. –apreté su mano contra la mía- Tenemos que irnos.
Cuando me solté, se interpuso en mi camino. No entendía que hacía. Me miró fijamente a los ojos. Supuse que esperaba que la besase o que la abrazase. En cualquier caso, no hice lo que ella esperaba. Lo comprendió, y se apartó. Bajamos de nuevo hasta la calle. Me apoyé en la pared y me encendí un cigarro. Ella salió segundos después.
- ¿Estás bien? –preguntó triste
- Solo es la impresión de ver el cadáver de mi padre. –contesté
- No me refería a eso, -dudaba en sus palabras-, bueno, también… me refería…
- Se a lo que te refieres. –dije cortante
- Quizá me he dejado llevar un poco… -confesaba
- Volvamos a la furgoneta –varios infectados se acercaban.
Volvimos sobre nuestros pasos. Evitamos en todo momento confrontaciones directas con ellos. Despistamos a los más cercanos, y llegamos al descampado sin temor. Quitamos los pallets que pusimos para camuflar la furgoneta. Antes de abrir la puerta, escuchamos a alguien detrás de nosotros.
- No os mováis, -nos dijo un hombre vestido de militar con la cara tapada y un arma de gran calibre en posición
- ¿Cuántos sois? –nos dijo un segundo hombre de iguales características
- ¡Eh! ¡eh! –conseguí decir tras el susto.
Silvia se limitó a levantar las manos.
- ¡TU! –me señaló- ¡Levanta las manos!
Lentamente subí las manos. No tenía la más mínima duda de que no haría nada. Eran militares.
- Chica, -se dirigió uno de ellos-, ¿de dónde venís? ¿Estáis heridos?
- Venimos de fuera. Hemos ido en busca de su familia –relataba temblorosa
- ¿Estáis heridos? –preguntó insistentemente el del medio.
- No –contesté yo
- Os hemos visto venir de la ciudad, ¿os habéis enfrentado a alguno? –preguntó el que parecía llevar la voz cantante
- Los hemos evitado –contesté yo nuevamente
- Entonces, ¿no habéis tenido contacto físico? –seguía interrogando.
Negué con la cabeza. Silvia me miraba asustada. Hasta que aquellos tres militares se quitaron la máscara de tela. Nos sorprendió ver su aspecto. El que parecía ser el líder era de una edad avanzada. Pelo canoso, con arrugas. Pero para nada parecía un militar. El segundo, justo a su izquierda era más joven. Podría pasar por militar, pero enseguida supe que no por la forma en que sujetaba su arma. El tercero, repeinado hacia atrás y con un bigote abultado. Tampoco sujetaba el arma debidamente.
- Disculpad nuestros modales, -comenzó hablando el claramente ya el líder.- me llamo Samuel Salgado –me tendió la mano- a mi izquierda se encuentra Miguel Angel, y el bigotudo de mi derecha es Vidal.
Por un momento pensamos que era una broma. Primero nos asaltan por detrás con armas potentes. Nos interrogan. Para terminar descubriendo, que eran tres personas con buenos modales, que se habían disfrazado de militar. Ante la incredulidad, tendí mi mano y me presente. Seguido, presenté a Silvia que aún seguía con los ojos como platos.
- Es una alegría saber que aún quedan personas vivas no infectadas. –continuó hablando Samuel
- Sois los primeros que vemos en días. –prosiguió el del bigote.
- Entonces… -no sabía que decir-… ¿podemos irnos ya?
- ¿Iros? –preguntó Samuel incrédulo- Por dios, os alegrará saber que tenemos una gran comunidad. Seréis bienvenidos.
- ¿Comunidad? –preguntó Silvia- ¿más supervivientes?
- Claro que sí, hermosura –se dirigió Vidal a Silvia- Venid con nosotros, y disfrutareis de la seguridad del recinto.
Aquello nos dio un rayo de esperanza. Había más supervivientes, que por alguna razón, habían conseguido mantenerse a salvo. Imaginé, que aquellos hombres, saldrían de vez en cuando a por suministros. Por lo que aceptamos. Nos ayudaron a recoger nuestras cosas y nos subimos en su vehículo. Un todoterreno negro con los cristales tintados de negro. Silvia no parecía muy contenta. Sin embargo yo, tenía la esperanza de que si había una comunidad de supervivientes, quizá estuvieran mi madre y mi hermano. Mientras nos dirigían hasta su refugio, me iba fijando por donde pasábamos. No era muy difícil de llegar, pero si no conoces la zona te puedes perder. Transitábamos por unas carreteras montañosas y estrechas. Después nos incorporamos por un camino, aunque también asfaltado. Nos dimos cuenta que habíamos llegado al ver un edificio dentro de una gran recinto con una gran muralla de piedra. A los lados disponía de dos torres de vigilancia, que en ese momento solo estaba habitada una. La persona que se encontraba allí arriba, enseguida dio órdenes a quien fuera que estuviera abajo y la puerta de rejas que teníamos de frente comenzó a abrirse. Entramos dentro del coche, hasta la puerta principal de aquel edificio. Rodeando una gran fuente en el medio. El primero en bajar fue Vidal. Seguido, Samuel, y por ultimo Miguel Angel. Este último fue quien nos abrió la puerta. Al bajar observé como los habitantes de aquel lugar nos miraban expectantes. Me llamó poderosamente la atención, lo aseados y bien vestidos que iban. Incluso, vi una pareja de ancianos paseando a su perro diminuto. Que al vernos comenzó a ladrar.
- Esperad aquí. –ordenó Samuel- Vidal está informando.
¿Informando? ¿A quién? La respuesta no tardó en llegar. Por la puerta principal del gran edificio, apareció un señor con traje, pero sin corbata. Me resultaba familiar, pero no llegaba a concretar nada en mi mente.
- Hola Samuel, -habló primeramente hacia su gente- ¿Qué tal os ha ido fuera?
- Bien señor, -contestó Samuel
Aquel hombre, por fin, dirigió su mirada hacia nosotros.
- Veo caras nuevas, -me miró sonriente- ¿Qué tal? Dejadme que me presente. Soy Gregorio Manzano. Portavoz del Presidente del Gobierno. Desgraciadamente, desconocemos su paradero. Y por los últimos informes de Samuel y su equipo, puede que sea la única autoridad de mayor rango que quede con vida en España.
Me presenté, y Silvia hizo lo propio.
- Me alegro de que aun quede gente con vida fuera de estos muros. –sonrió
- ¿Qué es este lugar? –pregunté intrigado.
- Este lugar, no os voy a engañar, fue un antiguo cuartel militar que el presidente ordenó reabrir para alojar a los más pudientes. Ya me entendéis. –decía sin escrúpulos.- Pero yo, todos nosotros, lo abriremos para todo el mundo. Por lo pronto, mi asistenta os asignará una habitación. Necesitareis asearos y descansar. Imagino que estos días por ahí fuera habrán sido de lo más agotador.
Se dio la media vuelta y allí nos dejó con su asistenta. A medida que caminábamos por allí, seguíamos viendo gente bien arreglada. Paseaban y charlaban como si no hubiera ocurrido nada. Un grupo de jóvenes, intuí que menores de edad, nos miraban y se reían. A decir verdad, nuestro aspecto y nuestra higiene personal era deprimente. Entramos por otra puerta del edificio contiguo. Algo más pequeño, pero todo muy bien colocado y limpio. Nuestra habitación, de unos treinta y pico metros cuadrados, disponía de ducha y aseo. Además de una cama de un metro y treinta centímetros. Un armario, y una cómoda. Suficiente para los dos, dado los tiempos en los que vivíamos. La asistenta, nos dio indicaciones generales de cómo proceder en cualquier caso. Nos informó de que a las ocho de la tarde, se reunían todos a cenar en el salón principal. Tras cerrarnos la puerta, permanecimos un rato en silencio. Silvia, comprobó que disponían de electricidad al encender la luz. Se acercó al baño, y me enseñó toallas limpias. Abrió el grifo de la ducha y vino hacia mí.
- No me lo puedo creer, agua caliente. –me dijo
Yo la sonreí, y me senté en la cama. Aún tenía la imagen de mi padre tirado en su cama. El aspecto era grotesco, y se notaba ya el proceso de descomposición. Silvia me miraba desde la puerta del baño. Se acercó a mí y se puso de rodillas para ponerse a mi altura.
- ¿Quieres que hablemos? –preguntó interesada
Negué con la cabeza. Tomé su mano y la apreté con la mía. Descubrió que tenía los ojos llorosos. Me miraba tiernamente. Se acercó más a mí. Concretamente a mi cara. La miré a los ojos y acerqué mis labios a los suyos. Al notarlos, ella cerró los ojos y me abrió la boca. Entendí que no me rechazaba. Nos besamos profundamente unos segundos, antes de tumbarnos en la cama. Se puso encima mía sin dejar de besarme. Cuando se apartó.
- ¿Nos damos una ducha? –preguntó pícara

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