sábado, 15 de abril de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 14

Me desperté mucho antes que de costumbre. La tormenta con la que amanecí no auguraba buen día. Aun así me duché y me vestí como siempre. Fui hasta el salón principal a desayunar. En la entrada me crucé con Vidal. Entramos y nos sentamos juntos. Me preguntó por la salida de ayer, y porque llegué tan tarde. Al dejarle parte del botín a Ernesto, tuve que volver deprisa al remolque y llenar el furgón de nuevo. Menos mal que solo me llevó quince minutos. Pero el trayecto era lo que me retrasaba. Le expliqué que hice varios reconocimientos a diferentes lugares para anotarlos en el mapa de incursiones. Ya que me parecía que no hacía nada dentro del muro sin hacer nada y con Silvia encerrada. Eso me recordó que tenía que prepararle el desayuno para llevárselo en mi hora de visita.
El carcelero me dejó entrar con cara de pocos amigos. No me importó. Era un tipo que no me caía bien por el simple hecho de tener que vigilar esa puerta. Me imaginé en varias situaciones matandolo una vez llegado el momento.
-Buenos días Silvia,  -saludé dándole un beso- ¿Qué tal has dormido?
-Pues como siempre. Una mierda. –se quejó.
Nuestras conversaciones siempre eran en presencia del carcelero, del cual ni siquiera me preocupé en averiguar su nombre. Solo le contaba cómo eran nuestras incursiones y poco más. Me sentaba a su lado, con ella apoyando su cabeza en mi pecho. A la hora de despedirnos, siempre nos metía prisa el carcelero que miraba insistentemente su reloj. Justo antes de levantarme, disimuladamente puse una nota a Silvia debajo de su almohada. Ella se dio cuenta. Por lo que se esperaría a que nos fuéramos. “Tengo un plan para sacarte de aquí, ten paciencia. Alguien de fuera me está ayudando. Un beso”
Vidal ya me estaba esperando en el furgón. La lluvia caía con fuerza y los truenos sonaban ensordecedores. Me preguntó si estaba seguro de querer salir. Afirmé con la cabeza y puse el motor en marcha. Solo iba a ser una salida de reconocimiento. Entre otras cosas, para ver cómo estaba la zona donde presumiblemente estaría María. Evidentemente, Vidal desconocía estos planes. Nos pusimos en marcha, e íbamos apuntando que zonas podríamos visitar cuando pasase la tormenta. Para nuestra sorpresa, pasamos por varios pueblos sin encontrarnos ningún infectado vagando. Pedí que tomase nota de una ferretería que parecía intacta, al menos desde el vehículo. La lluvia caía con más intensidad que cuando salimos de la comunidad. Al salir de ese pueblo, tuvimos que pararnos en un mirador. Los limpiaparabrisas no daban abasto y suponía un peligro. Aprovechamos para almorzar algo mientras esperábamos que aflojara un poco.
-¿Cómo llevas lo de Silvia? –preguntó para romper el hielo- La otra mañana, escuché a Gregorio hablando con Marcos. No las tiene todas consigo. –trató de animarme
-Ese chaval me va a buscar la ruina –contesté
-Quizá el escarmiento que le diste surtiera efecto. –noté algo en sus palabras- Si te soy sincero, espero que se solucione esto ya. A mí tampoco me gusta esta situación y espero que no vaya a más.
-¿A qué te refieres? –pregunté intrigado
-Ambos sabemos que tu cabecita no para. –parecía como si supiera algo- No creo que intentes nada, pero en cualquier momento parece que fueras a estallar.
-Solo trato de conseguir lo mejor, sin peligros. –dije para que no sospechara- Lo del hospital tendríamos que haberlo planeado con tiempo.
-¿Escuchas eso? –preguntó alertándome
Al principio no escuchaba nada, pero segundos después escuché el ruido de un motor. Miramos hacia la carretera, y aparecieron dos coches. Por un momento pensé que fuera Dani. Aquellos coches no solo no se pararon, si no que aceleraron la marcha. Parecía que huyeran de algo. Me dio tiempo a ver si conocía alguno de los integrantes del primer vehículo. Pude distinguir la silueta de una mujer con gafas y coleta. En el último momento giró su cabeza hacia nosotros, pero enseguida miró de nuevo hacia delante. Desaparecieron en la siguiente curva. Era evidente que no éramos los únicos seres vivos del planeta, pero hacía tiempo que no veíamos a ninguno. Al menos Vidal.
-Creo que deberíamos volver… -propuso Vidal
-Si, tienes razón –contesté
Arranqué y di la vuelta. Avanzamos unos pocos metros cuando una densa niebla nos engulló. Disminuí la velocidad, pero no fue suficiente. Un infectado se interpuso por medio y lo atropellé. Nos dimos un buen susto. Dejó todo el parabrisas lleno de sangre y suciedad. Nos bajamos para limpiarlo. Vidal se puso a limpiarlo por su lado mientras yo lo hacía por el mío. Entonces lo escuchamos. Esos gemidos nos eran familiares. No se veía absolutamente nada.
-Son infectados, -advirtió Vidal
-Rápido, limpiemos todo lo que podamos… -no me dio tiempo a terminar la frase.
Escuché a mi espalda, y a pocos centímetros, a uno de ellos. Se lanzó hacia mí. Logré quitármelo de encima por muy poco. Pero escuché más gemidos. Hubo un claro en la niebla y los vi. Eran muchos y venían de todas direcciones. Maté a varios, y Vidal hizo lo mismo cuando sonó los disparos de su arma. Me subí al furgón tras matar a dos de ellos. Enseguida entró Vidal. Di marcha atrás, atropellando a varios. Eran tantos que el furgón se paró en seco. Traté de ir hacia delante, pero no respondía. Por más que aceleraba, no se movía. Empezaron a golpear las paredes del furgón. Nos metimos en la parte trasera del furgón. Tratando de que no nos vieran por los cristales. Parecía que de un momento a otro volcarían el vehículo. Fueron los minutos más largos de mi vida. El cristal de la puerta derecha se rompió. Trataban de entrar. No lo conseguían, se entorpecían entre ellos. Los golpes eran incesantes y furiosos. Los dos estábamos muertos de miedo.
-Solo nos queda una opción, -le miré decidido.
-Pues ejecutémosla. –dijo con su arma preparada.
Me puse al lado de la puerta trasera. Cuando la abriese, tenía que disparar a tantos como pudiera. Después tendríamos que salir corriendo, luchando o como fuese. Justo antes de abrir, el furgón empezó a moverse hacia un lado. Eran tantos haciendo fuerza, que estaban a punto de volcarnos. Intentamos, sin éxito, hacer contrapeso. El furgón volcó hacia el lado derecho. Nos golpeamos fuertemente al caer. Por la ventanilla que antes rompieron, empezaron a entrar.
-¡Vidal! ¡A la cabeza! –le ordené
Los que no conseguía matar, lo hacía yo con el puñal. Cada vez había más cuerpos entre nosotros. Aún seguían entrando. Cada disparo que hacía Vidal, nos retumbaba en los oídos. Hubo un momento que solo escuchaba un pitido insoportable. La única ventaja es que no escuchaba los gemidos de esas criaturas. Estaba extasiado. Tenía que alternar los brazos para no agarrotarme. Los cuerpos se amontonaban, eso era bueno. A ellos también les costaba llegar hasta nosotros. Y cuando lo hacían quedaban atrapados, posibilitándonos el matarles más fácil. Hasta que de repente, las puertas traseras se abrieron. Posiblemente por tanto peso las bisagras cedieron. Vimos el exterior. Seguía habiendo mucha niebla. Los primeros en intentar entrar, los abatimos. Vidal salió y empezó a disparar sin descanso. Cuando pude salir, no le encontré.
-¡Vidal! –grité- ¡¿Dónde estás?!
Mientras corría clavaba el puñal a diestro y siniestro. Mataba igual que gritaba. Gritaba de furia y desesperación.
-¡Vidal! –volví a gritar al escuchar disparos lejanos- ¡Hijo de puta, no me abandones!
Los disparos eran cada vez más lejanos. Estaba huyendo dejándome tirado. Miré hacia atrás. Había tantos que no pude contarlos. Me adentré en el bosque, sin saberlo. La niebla me desorientaba. Corría a través aquellos árboles, chocándome de vez en cuando con uno de ellos. Podía notar como me seguían. Estaba agotado. Se me cayó el puñal, y tuve que retroceder para recuperarlo. Los pude ver de nuevo. Estaban a pocos metros de mí. No sé para qué dirección fui, solo quería alejarme de ellos. Eventualmente, me cruzaba con uno de ellos. Lo evitaba y en el peor de los casos, le mataba definitivamente. Me faltaba el aliento. Estaba sudando y el frio penetraba en mis huesos. Podía ver el vaho al respirar. Me apoyé en un árbol para recuperar el aliento. Escuché otro disparo más. Estaba muy lejos ya.
-Como salga de esta te mato, lo prometo –maldije
Se acercaban de nuevo. Crucé un riachuelo de poca profundidad y subí una colina. Eso los detendría un poco. Avancé hasta una cabaña que descubrí mas adelante. Sin pensármelo entré. Al cerrar la puerta, noté calor. Me extrañó. Me di la vuelta y vi a una persona. Me golpeó con algo y perdí el conocimiento. Cuando recobré el conocimiento, estaba tumbado en el suelo. Aun lo veía todo borroso. Pero intuí una figura femenina.
-¿Silvia? –pregunté aun dolorido
-¿Por qué llevas una foto mía en el bolsillo? –preguntó una voz que no reconocía.
-¿Quién eres? –estaba confundido
-Te lo preguntaré de nuevo, -insistió- ¿Por qué llevas una foto mía en el bolsillo?
La miré fijamente a la cara. No la reconocía.
-Estoy buscando a una chica, -seguí observándola- aunque creo que la he encontrado.
-¿buscándome? –preguntó sorprendida- No te conozco.
-¿Eres Maria? –quería cerciorarme, ya que en la foto salía diferente.
No quería contestarme.
-Si eres Maria, he de decirte que tu padre está muy preocupado. –le dije
-¿Mi padre? –se sorprendió
-Ernesto, -dije su nombre- nos conocimos el otro día.
Se separó aún más de mí. Corrió las cortinas y se puso al lado del fuego.
-Saliste a por suministros, pero no volviste. ¿Cierto? –quería que confiara en mi
-Me rodearon. –relataba asustada- Conseguí despistarlos pero me perdí. Encontré esta mañana la cabaña.
-Puedes confiar en mí, de verdad, -dije mientras me incorporaba- cuando volvamos con tu padre te lo podrá decir. Les dejé parte de mi botín.
Miré por las ventanas por si se acercaban, pero no vi ninguno. Respiré tranquilo. Necesitaba descansar y me acerqué al fuego. Me miraba desconfiada. No le di mayor importancia. Era completamente normal. Un desconocido llevaba una foto de ella. Ahora tenía que pensar en cómo volver a la comunidad, pero no podía llevarla conmigo. Era pronto aún, quedaban bastantes horas de luz. Debíamos encontrar un transporte para llegar al hotel de Ernesto.
-¿Conoces algo la zona? –pregunté
-Un poco. –respondió
-Tenemos que irnos. –le dije levantándome- Buscaremos un coche y te llevaré con tu padre. Entre los dos será más fácil.
Me miró con desesperación. Noté que le daba miedo salir. La convencí y nos pusimos en marcha. La niebla había desaparecido casi por completo. Caminamos por un camino varios kilómetros. Llegamos hasta un pueblo que ya había estado antes. Maria me dijo que venía de ese pueblo cuando escapaba de los infectados. Por suerte no nos encontramos a ninguno. El primer coche que vimos, tenía un cadáver en el asiento. Le toque varias veces por si era uno de ellos. Al no moverse, lo saqué y comprobé que tenía las llaves. Tardó en arrancar, pero lo hizo. Puse mi cabeza en orden para acordarme por donde se iba. Pues no quería volver a pasar por la zona donde abandonamos el furgón. Aun podían estar muchos y era peligroso.
-Si vas por ahí –me señaló una dirección- llegaremos antes.
No puse objeción. Supuestamente, ella conocía mejor la zona. Yo tenía que estar mirando el mapa en cada salida para no perdernos. Conduje por donde ella me iba indicando. Tras pasar por tres pueblos, me indicó que tomara un camino. Este ya me era familiar. Ya podíamos ver el edificio. Ernesto salió al escucharnos.
-Maria, -dijo con la voz entrecortada- estás bien.
-Si papá, -se abrazó
Yo esperé junto al coche. No quería romper ese momento. Además me vino el recuerdo de Silvia. Quería volver cuanto antes, y solucionar el tema de Vidal.
-Muchas gracias, -me dijo llorando- de verdad, muchísimas gracias.
-Te dije que la encontraría. De casualidad, pero lo hice. –quité importancia- No os robo más tiempo. Debo volver y solucionar un problemilla.
-¿Puedo hacer algo por ti? –preguntó Ernesto orgulloso
-Quizá, pero no ahora. –me despedí
Al llegar a la verja, el vigía no dio la orden de abrir hasta que no me vio bajar del coche. No le di mayor importancia, pues no lo conocía. Cuando entré, la gente me miraba sorprendida. Era evidente que Vidal había llegado vivo y daría las malas noticias. Me dirigí directamente hasta el despacho de Gregorio. Allí estaban los dos. Vidal al verme, puso cara de sorpresa. No le di tiempo a reaccionar. Le di dos puñetazos antes de que cayera al suelo. Aun así, le di otro más cuando me agaché.
-Me dejaste solo maldito cabrón –hice el gesto de darle otro.
-Joder tenía miedo, solo pensaba en salir de ahí. –se excusó
-Estoy hasta los cojones de todos vosotros, -me giré hacia Gregorio que me miraba con los ojos abiertos.
-Tranquilízate, -dijo defensivamente- Te entiendo, y me alegro de que sigas con vida, pero pagarlo con Vidal no ayudará.
-¿Ayudar?  ¿Ayudar a qué? –pregunté furioso.
-Fue una imprudencia por tu parte salir con este temporal. Quizá… -no deje terminar la frase.
Le cogí de la camisa y le empotré contra la pared. Le noté el miedo en los ojos.
-Te lo voy a dejar muy claro, -le amenacé- Tienes hasta mañana por la noche para soltar a Silvia.
-Y ¿Si no? ¿Qué? –me retó
-Mejor que no lo sepas, -le solté.
Me fui del despacho directamente hacia el carcelero en la planta más abajo. Al llegar le pedí por favor que abriera. Este se negó. No dejé que lo pensara de nuevo. Golpeé con mi cabeza la suya. Nunca lo había hecho y creo que si no es necesario, nunca más lo volveré hacer. Después le quite su arma. Apuntándole con ella, le pedí nuevamente que abriera.
-No seas gilipollas, y abre. Quiero verla. –dije firmemente
Hizo lo que le pedí. Bajamos hasta su celda y la abrió. Silvia me miró sorprendida.
-¿Qué pasa? –preguntó
-He tenido un mal día y necesitaba verte. –contesté sincero
Al rato bajaron Vidal y Gregorio. Pensaron que me la había llevado. Pero quería hacer las cosas bien.
-Te he dicho que tenías hasta mañana. –dije- Soy un hombre de palabra. Quiero hacer las cosas bien.
-Pues así no las estás haciendo muy bien que digamos. -me contestó desafiante.
-No pensaba llevármela ahora, si eso te preocupa. –dije- Dame dos minutos a solas con ella.
Gregorio y Vidal se miraron. Se dieron el visto bueno y nos dejaron solos.
-Toma, -dije sacando su puñal- guárdalo bien. Se lo he quitado mientras discutíamos.
-Pero que está pasando, no entiendo nada. –me dijo asustada.
-Mañana es el gran día. –confesé.

2 comentarios:

Ajenoaltiempo dijo...

Buena, Chuso! Un episodio de máxima tensión. No veía la hora de terminar de leerlo y al mismo tiempo no quería hacerlo.

Jesus Miguel dijo...

Hola querido amigo Leo. Es grato saber que te haya creado tensión. Esa era la idea. Te invito a seguir leyendo los sucesivos, en especial, el siguiente. Te creará confusión.