jueves, 17 de noviembre de 2016

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 2

Diez minutos antes de que sonara el maldito despertador, las voces de dos personas discutiendo en la calle terminaron por colmar mi paciencia. “¿Qué cojones hacen discutiendo a las cinco de la mañana?” Yo permanecí en la cama hasta que la alarma del móvil sonó. Solo le dejé dar dos segundos de sonido. Enseguida lo apagué. Levanté la persiana para ver si aquellos sinvergüenzas aún seguían allí. Para mi sorpresa, descubrí como una patrulla de la Guardia Civil metía a los alborotadores en la parte de atrás del todoterreno de los agentes. No tardaron en irse. En ese momento, me llegó un mensaje al móvil de mi compañero. Me pedía el favor de ficharle cuando llegase, ya que había pasado mala noche y tardaría en llegar. Sabiendo cómo estaban las carreteras la última vez, me di prisa en vestirme y no me demoré en salir con el coche.
Mientras conducía por la travesía en dirección a la salida del pueblo, observé cierta normalidad. Estaba claro, que los primeros efectos de las noticias sobre enfermedades, se disipaban pasado cierto tiempo. Además, la gente tiene que seguir trabajando para pagar las facturas. Llegué con bastante tiempo a la puerta de la Fábrica. Al fichar, recordé el mensaje de mi compañero y tuve que retroceder para buscar la ficha. Enseguida me puse a trabajar, olvidándome de él por completo. Sobre las diez y cuarto dejé las herramientas y me fui a la máquina de café. Enseguida caí en la cuenta que, mi compañero no había llegado aún. Si me pillaban habiéndole fichado, sería una falta grave.
- ¿Dónde está tu compañero? –una voz grave sonó a mi espalda.
- Ha ido al baño… -traté de excusarle
- Cuando vuelva, dile que venga a verme. –se dio la vuelta y caminó con el móvil en la oreja.
Menudo imbécil este tío. Desde que pedí el traslado, me tiene entre ceja y ceja. No lleva muy bien que un forastero lleve el mantenimiento de sus máquinas, y mucho menos que sin mis conocimientos no tendría aun la Fábrica en pie. Pero ahora me estaba preocupando Paco, mi compañero. Traté de contactar en múltiples ocasiones, pero siempre saltaba el contestador. Se me pasó por la cabeza ir a buscarle a su casa, pero ni siquiera sabía dónde vivía. De hecho, no mantenía una relación amistosa con casi nadie de allí. Por lo que volví de nuevo a la faena.
Siendo casi la hora de salir, vi un grupo de operarios que miraban un video en un móvil. Me acerqué para ver qué pasaba. Al ver que era otro video de los que rondan por internet, di media vuelta. Pero uno del grupo se sobresaltó.
- Dios, tío! –gritó- que asco.
La intriga hizo que retrocediese y pidiera que me dejaran ver. Mis ojos se abrieron de par en par al reconocer la plaza desde donde estaba grabado el video. No era otra que donde jugaba de pequeño en Madrid. Si bien desconocía a los actores, la violencia era prácticamente real. Todo era muy real. Como los policías disparaban a quemarropa a aquellos individuos y como se agolpaba la muchedumbre para sacar sus dispositivos y grabar.
- ¿Tú no eras de Madrid? –me preguntó sobreexcitado uno de los operarios
Asentí con la cabeza, tratando de seguir viendo aquel video. Que eso estuviera ocurriendo en un lugar conocido para mí, despertó una curiosidad enorme. El video terminó, y pedí por favor si podía volver a ponerlo desde el principio. Aquel video me dejó conmocionado. A mitad de reproducción, los altavoces de la planta comenzaron a emitir un llamamiento por parte de los guardas de seguridad.
- ¡Atención! ¡Atención! Se ruega a todo el personal que se reúna en el punto de reunión.
La verdad es que no me asustó tanto que nos llamaran por megafonía, como ver aquel video. Sin mucho éxito, traté de buscar informacion desde mi dispositivo. Pero había gastado ya los datos y no conseguía entrar en ninguna página. Cuando llegamos al punto de reunión, pude observar como fuera de la Fábrica había mucho movimiento de Guardia Civil y Policías Nacionales. Aun no podía entender como una simple gripe movilizaría a tanta gente.
- Buenos días, -comenzó hablando un señor al que no conocía, vestido de traje y corbata.- Mi nombre es Bartolome Aguado, y soy el Teniente Alcalde. –se rascaba nervioso la barba de pocos días y descuidada- Al igual que estoy haciendo en todos los centros de trabajo de La Villa, me dirijo a ustedes para informarles de que El Presidente del Gobierno junto con el Rey, han decretado toque de queda en todo el territorio español. Es decir, a partir de las diez de la noche, ningún civil puede transitar por la calles. Debiendo quedarse en casa hasta las ocho de la mañana del día siguiente. El motivo, como muchos de ustedes ya sabrán, es erradicar el nuevo virus de la gripe. Se han registrado, solo en nuestro país seiscientos diecisiete casos. Rogamos a todos la máxima colaboración. Para terminar, hemos llegado a un acuerdo con el gerente de la planta, de suspender la actividad hasta que el riesgo de contagio sea nulo. Os dejo con el –dio un paso para atrás, apoyando su mano sobre el hombro de Fernando.- que os dará las indicaciones oportunas.
Con cara de muy pocos amigos, Fernando carraspeo y comenzó su discurso.
- Dadas las circunstancias, ruego a los operarios que aún permanecen en planta, que terminen los procesos de fabricación. Una vez lo hayan hecho, podrán irse a casa. El personal de mantenimiento, deberá quedarse a preparar la planta para ser suspendida hasta que podamos reanudar la producción.
Por un momento, noté como dirigía su mirada hacia mí y sonreía levemente. Al permanecer al departamento de mantenimiento, sabía que no podría volver a casa tan pronto. Enseguida me apresuré y llamé nuevamente a Paco. Seguía sin contestar, y Fernando tenía su ficha en la mano. Por lo que era seguro que en cualquier momento, me caería una buena bronca. Al llegar al taller, monté mi carro de herramientas y me dispuse a realizar lo que nos habían pedido. Tras una hora, mi estómago solicitaba que lo alimentase. Pero no quería darle el gusto de arrastrarme y pasé totalmente de pedirle permiso al jefe. Así que sin cortarme un pelo, me acerqué a la máquina de sólidos y comí un par de sándwiches. No se acercó a mí, a pesar de verme. Le noté algo más preocupado que de costumbre, y no paraba de hablar por teléfono. Cuando todo el equipo de mantenimiento dimos por finalizada la tarea, eran casi las nueve de la noche. Por lo que me apresure a cambiarme y llegar a casa antes del toque de queda.
Por donde quiera que pasaras, se notaba el nerviosismo. A pesar de encontrarte con patrullas en cada calle, no me sentía seguro. Al contrario. Cuando por fin guardé el Ford en el garaje, pude respirar tranquilo. No le temía a la gripe, temía más todo el desorden que conlleva. Por la mañana me desperté tarde. Quité el despertador para poder descansar bien. Como era costumbre, mi café no podía faltar. Fueran las cinco de la mañana o la una del mediodía. La televisión era todo lo mismo. La gripe por aquí, el toque de queda por allá. Un puro aburrimiento. En mitad de una película, la conexión a internet falló. Eso me enfadó mucho. Al principio pensé que era el router, sin embargo pronto me di cuenta que era general. En la sobremesa, siendo las tres de la tarde, decidí pasarme por el bar. Pronto me quedaría sin tabaco y me apetecía tomar el aire fresco. El camarero enseguida me atendió. Tomé un café y una copa de ron con hielo. Pero el silencio era abrumador. Cuando no podía ser más insoportable, pagué. Al salir, me encendí un cigarro y observé a un individuo que subía la calle. Aún estaba lejos, pero esos andares me eran familiares. “Otro borracho” pensé. Un chico de no más de veinte años andaba por la misma acera pero en dirección contraria al borracho. Tenía puestos los auriculares. El borracho debió decirle algo, y el joven no parecía escucharle. Así que el borracho se abalanzó contra el muchacho, que trataba de quitárselo de encima. Segundos después, el borracho le mordió fieramente en el brazo hasta arrancarle un buen pedazo. Me quede ojiplatico sin saber qué hacer. Ni que decir. El grito que dio el joven, hizo salir a varias personas de sus casas, así como al camarero detrás de mí.
- ¿Qué pasa? –me preguntó sin saber dónde mirar.
- Ostia puta… -logré pronunciar.
El camarero, por fin, logró averiguar de dónde venían los gritos. A parte de los aullidos del joven, se sumaron al de algunas mujeres mayores que salieron a cotillear. La escena estaba siendo de lo más grotesca que jamás vi. Mi cigarro se consumió, sin ni siquiera darle una calada. Cuando me quemé los dedos, salí de mi trance y pude ser consciente de la realidad. El borracho seguía mordisqueando al joven, que ya no emitía sonido alguno. Ni se movía. Cuando notó que había más gente a su alrededor, se lanzó contra la persona más cercana que tenía. Un anciano que trataba de darle golpes con su bastón. A decir verdad, era el único que le echó cojones y trató de socorrer sin éxito al joven. El anciano forcejeó con el borracho fuera de sí y con sangre por toda la cara y cuerpo. Di varias arcadas al verlo un poco más de cerca. El borracho por fin logró tirar al suelo al anciano. En ese momento me di cuenta de que el camarero se acercaba con un palo de madera y trataba de golpear al borracho. Todo eso junto a varios insultos que no surtieron efecto alguno. Cuando al fin llegó una patrulla de la Guardia Civil, el borracho ya había tumbado a cuatro personas más, camarero incluido. Todos permanecían en el suelo, sangrientos e inmóviles. Rápidamente, me fui acercando a la verja de mi casa, sin dejar de mirar hacia atrás. El murmullo era atronador. La gente gritaba y lloraba. Justo después de entrar a mi casa, escuché por primera vez en mi vida, los disparos de pistolas de verdad. Me acojoné tanto, que bajé persianas y cerré a conciencia las ventanas. Ni que decir, que las puertas del exterior con dos vueltas de llave. Aun así lograba escuchar los gritos, y de seguido varios disparos. Parecía que se calmaba la cosa, cuando de repente más gritos y otros dos disparos. Esta vez estaban más cerca de mi puerta. Pero poco a poco, fueron alejándose. Era aterrador escuchar los lamentos de aquellas mujeres mayores y los gemidos de otras personas de las que no distinguía su sexo. Subí hasta el piso de arriba. Desde la habitación que acomodé como de invitados, podía ver parte de la calle. Mi corazón dio un vuelco al ver el rastro de sangre y cuerpos tirados por el suelo. Enseguida volví a bajar la persiana. Apagué todas las luces y me acurruque en el suelo. Cerré los ojos con tanta fuerza que me dolía la cabeza, pero no quería mirar.
Noté cuando me quedaba dormido. Di un cabezazo y me desperté. Era de noche ya y el jaleo de la calle había cesado. Baje hasta el salón con la única luz que desprendía mi móvil. Mi curiosidad hizo que levantase la persiana de la cocina. Única ventana que permite ver la calle desde la planta baja. Las farolas aun emitían luz. Pude ver como tres personas vagaban por la calle. Caminaban como aletargados. De pronto, apareció un policía corriendo y disparó a quemarropa a los tres individuos. Retrocedieron, pero ninguno se desplomó al suelo. No soy médico, pero creo que si me disparasen, como mínimo me tiraría al suelo. El policía, al darse cuenta de que no sirvió de nada, volvió a repetir la operación. Los tres individuos emanaban sangre por todas partes. Se dispusieron a atacar al policía. Que en ese momento, trataba de recargar el arma. El primero en llegar hasta el policía lanzó los brazos hacia los hombros del policía. Con un movimiento ágil, lo evadió. Pero los otros dos llegaron desde posiciones distintas, rodeándolo. Trataba de zafarse de ellos. Los golpeaba con puños y patadas. Siempre volvían a atacar al policía. El más bajo de los tres, consiguió agarrarle el brazo izquierdo. Acto seguido le mordió. El grito de dolor que emitió, pareció dolernos a los dos. Pues mi reacción fue tocarme mi brazo igual que él. No recuerdo si emití algún sonido, así que ante la duda, me aparte de la ventana por si acaso. Ninguna de las películas de terror que hubiera visto antes me dio tanto miedo como aquello que estaba viviendo. Cuando me armé de valor para seguir mirando, la cara de uno de esos agresivos me asustó. La tenia pegada al cristal de mi ventana. Tropecé y al caer para atrás me golpee la cabeza contra suelo.

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