miércoles, 23 de noviembre de 2016

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 3

Perdí la noción del tiempo. Una vez me recuperé de golpe, instintivamente dirigí mi mirada hacia la ventana. Estaba amaneciendo, y por suerte, aquel individuo ya no estaba pegado al cristal. Busqué en mi botiquín un ibuprofeno. Aunque no estaba mareado, tenia cierto dolor en la parte posterior de la cabeza. En mi bolsillo aun tenia mi móvil. Marqué el numero de mi madre pero las líneas parecían estar colapsadas. Ni siquiera daba tono. Cada diez o quince minutos observaba la calle. Me quedaba observando los cuerpos de personas, imagino que sin vida, yacían entre la acera y la calzada. Era un sentimiento entre incredulidad, misterio y curiosidad. Encendí la televisión, y como era de esperar, los informativos mostraban imágenes de violencia entre civiles por todas partes del mundo. Me quedé asi pegado buena parte del dia. Aconsejaban no salir de casa, y mucho menos enfrentarse a aquellos que parecieran estar en estado de embriaguez. Algunos debates aseguraban de apocalipsis mundial. De cómo la humanidad estaba destinada a desaparecer.
Al caer la tarde, escuché ruido de megafonía por la calle. Enseguida, subí a la parte de arriba. Ya que desde la habitación de invitados, tenia mayor panorámica del exterior. La sorpresa era mucho mayor cuando vi vehículos militares. Hasta un tanque. Transitaban por la calle, avisando a la población. Y cuando veían a uno de los borrachos, lo acribillaban a balazos. No entiendo de armas, pero aquellas ametralladoras eran lo suficientemente potentes para dejarte como un colador.
- ¡A TODA LA POBLACIÓN! ¡QUEDENSE EN SUS HOGARES! - decía repetidamente desde la megafonía de un camión militar- ¡ENSEGUIDA LES PROPORCIONAREMOS UN PUNTO SEGURO! ¡REPITO! ¡ENSEGUIDA LES ACOMPAÑAREMOS AL PUNTO SEGURO! ¡NO SALGAN HASTA QUE DESPEJEMOS LA ZONA!
Algunos militares iban a pie, y sin piedad alguna remataban desde el suelo a quien les parecía una amenaza. Ni loco salía yo ahora a la calle. Ni siquiera cuando me digan que ya está despejado. Mas disparos de ametralladora mientras se alejaban. Aun asi, noté como varios militares miraban por las ventanas de las casas. Incluida la mía. Prosigueron su marcha y yo respiré aliviado.
Siendo ya de noche, y sin haber probado bocado alguno, me propuse a cenar. Encendí la freidora y puse en su interior una bolsa entera de croquetas “caseras” congeladas. Al menos eso es lo que indicaba la bolsa. A decir verdad, fue una cena tranquila. De hecho apagué la televisión. Ya tuve una racion de violencia suficiente. Nadie de mi familia se puso o no pudo, ponerse en contacto conmigo. Tampoco pude hacerlo yo. En ese momento cai en la cuenta, que podia tomar el aire sin exponerme a los borrachuzos o a los militares. Tenia un patio interior bastante majo y del que nunca había hecho uso. Las hierbajos tenían ya una altura de unos treinta y pocos centímetros. No me importó. Saqué el paquete de tabaco y disfruté de la calida noche. Cuando me invadió el sueño, me subi a la cama.
Otro dia amanecia. El reloj de la mesita estaba apagado. Asi que tuve que mirar la hora desde el móvil. Restaba un nueve por ciento de batería, asi que alcancé el cargador y lo enchufé. No cargaba. Me sorprendió, pues lo compré relativamente hace poco. Lo conecté y desconecté varias veces, pero nada. Al llegar al baño, y pulsar para encender la luz, este no respondio. Un sentimiento de agobio me invadió. Bajé corriendo las escaleras y comprobé los automáticos. Todos estaban en posición. “Mierda”, no hay electricidad. Di varias vueltas por la casa sin hacer nada en concreto. Pensaba en todo tipo de mierdas. “¿y si se ha ido el mundo a la mierda?” mi opinión al respecto estaba cambiando. Antes era mas exceptico con este tipo de cosas, sin embargo los últimos acontecimientos estaban cambiando algo en mi. Incluso mentiría si en algun momento no tuve miedo. Por un momento deseé salir a la calle. Aguanté todo lo que pude sin salir, esperando a que llegase de nuevo el ejercito dando el visto bueno para poder salir. El momento nunca llegó. Siendo las tres de la tarde, o al menos eso indicaba un reloj de mano que encontré entre mis cosas, me vestí lo mas comodo que pude. Con unos vaqueros de color azul oscuro y una camiseta negra de Extremoduro. Me guardé las llaves en el bolsillo y me planté en la verja de fuera. Giré la llave lo mas lento que pude, como si eso fuera a servir de algo. Pues el silencio que había era extremecedor. Abrí muy despacio la verja justo lo necesario para poder asomar mi cabeza. Miré hacia ambos lados de la calle. La ausencia de coches me ofrecia una amplia visión sin tropiezos. Pude contar al menos diez cuerpos inertes en toda la calle. En ese momento, es cuando mostre mi cuerpo por completo al mundo. Caminé tratando de no hacer ruido, algo casi imposible. Pues las pisadas sonaban como si llevase tacones. Al llegar a la calle del bar, aquello era más horrible. Si antes conté diez cuerpos, ahora a los veinte dejé de contar. “¿para que?” me dije a mi mismo. Tras haber recorrido tres manzanas, y no encontrar a nadie. Decidí que ya era suficiente exploración por el momento. Retrocedí mis pasos, sin dejar de mirar insistentemete hacia todos los lados. A escasos diez metros para llegar a mi calle, descubrí como dos individuos en estado de embriaguez, como informaron en la televisión, caminaban hacia allí. Me detuve al instante. “Mierda, mierda. Joder, estan en mi calle. ¿Cómo entro ahora en mi casa?” Me escondí detrás de un contenedor de basura, y esperé a que cruzaran la calle. Depues avancé hasta el cruce, apoyé mi espalda en la pared, y con movimientos rapidos intentaba mirar. Aquellos individuos con sangre por todas partes avanzaban por mi calle, sin conocer mi presencia justo a escasos metros mas atrás. “Venga tios, pasad de largo mi casa. Venga. Que lentos joder” rezaba para mis adentros. Tras asomarme como quice veces, por fin aquellos individuos sobrepasaron mi puerta. Aun asi, yo tenia que llegar hasta ella, y cerrar. Asi que me esperé un poco mas. Bueno, todo lo que se puede esperar. Cuando miré hacia atrás, vi como un grupo de al menos cinco de ellos se acercaban hacia mi, emintiendo unos sonidos que no reconocia. La piel palida y los ojos perdidos, asi como alguna que otra amputación, aceleró mi corazón hasta limites insospechados. Me di la vuelta y corrí hasta mi puerta. El ruido que hice, sobresaltó a los dos que casi había perdido de vista. Se dieron la vuelta y al verme, se apresuraron en mi búsqueda. Menos mal que la lentitud con la que se movia, me dio ventaja para cerrar con cierta seguridad la verja y ponerle un candado. Ya dentro de casa, me apoye contra la puerta y deje que mi corazón se repusiera. Me temblaban las manos de tal manera que me asuste de verdad. Por si fuera poco, los golpes de brazos golpeando la verja de casa me cortó la respiración por varios segundos. “Ostia, ostia” con la brutalidad con la que lo hacían, era cuestión de minutos que se rompieran las manos. Incluso los codos. Yo que se. Eran muy fuertes e insistentes. Poco después mas infectados se unieron a la fiesta. Subí corriendo las escaleras, y miré por la ventana. Pude contar hasta ocho golpeando. El ruido estaba provocando que apareciesen de todas partes. “¿No me jodas que he tenido que llamarles la atención yo solo?” me quedé allí paralizado sin saber que hacer. Esa era la única entrada y única salida. Y viendo lo que hacen cuando te infectas, la verdad, estaba jodido. Me caia un sudor frio por la frente. Mi pierna derecha no paraba de moverse nerviosamente. Ante tal histeria, me fui hasta el patio. Con ayuda de una escalera subí el muro para mirar desde arriba. Lo único que pude ver era el patio del vecino de enfrente. Llegado el momento, me daba igual si los vecinos me veian asaltar su patio. Pero debía estar preparado por si aquellas bestias lograban entrar en mi guarida. Estuve allí subido un buen rato. Entre otras cosas, con la esperanza de que si el vecino estaba en casa me viese. Era mejor avisarle que encontrármelo de repente. No noté movimiento en la ventana que da a su patio, asi que fui de nuevo a observar a los infectados. Como si observándolos se fueran a ir.
Tras varias horas allí de pie, descubrí que son incansables. Bien es cierto que la gran mayoría se había marchado, aun quedaban como dos o tres que continuaban aporreando la verja. Por suerte esta no cedió ni un milímetro. Algo que agradecí enormemente al constructor. Cuando por fin el ultimo se se dio la vuelta, imagino, alertado por otra cosa o persona, respiré aliviado. Algo que me llamó poderosamente la atención, fue que los militares que el dia anterior nos avisaban, no aparecieron en todo el dia. No le di demasiada importancia, pues tendrían mucho recorrido matando a esas fieras. Sin embargo, salvo yo, ningún otro vecino salió a la calle. Ni siquiera cuando yo lo hice. Busqué entre mis pertenencias que aún no saqué de la mudanza, una radio pequeñita que recordaba que tenia. Funcionaba a pilas. Por suerte, a parte de encontrar la radio, me apoderé de una linterna. No recordaba haberla guardado, pero ahora me venia genial. Estaba anocheciendo, y pasar la noche sin algo de luz me ponía los pelos de punta. La radio aún funcionaba. A pesar de tener unas pilas muy viejas. Ninguna emisora radiaba nada. Probé en AM y FM alternativamente. La apagué con la esperanza de volver a probar mas adelante.
Recuerdo que casi no dormi esa noche. Daba cabezazos esporádicos pero enseguida cualquier ruido me despertaba. Fue horroroso. Con los primeros rayos de sol, tenia planeado salir con el Ford escopetado de allí. Pero debía hacerlo bien. Sin infectados cerca. Me vino a la mente unas imágenes de un militar que pasó por mi calle. Que mezcladas con las del policía de días antes que disparó varias veces y no les hacía nada. Recordé que aquel militar en concreto, les clavaba el puñal a los caidos. En una mochila preparé lo que creía que fuera hacer falta. Como alguna muda, camisetas, la radio, la linterna, etc. Y de la cocina, cogí un cuchillo de chef de los más grandes que había. Nunca lo utilicé, así que afilado debía de estar. Levanté manualmente la portada del garaje. Cuchillo en mano, abrí la verja pequeña. Miré de nuevo hacia ambos lados. “joder”. Vi a uno a unos quince metros a mi derecha. Estaba como adormilado, pero de pie. Quieto y con la cabeza para abajo. Respiré profundamente varias veces y fui directó hacia el individuo. Este se dio cuenta enseguida de mi presencia. Enseguida se reactivo y comenzó a caminar hacia mi gruñendo. A menos de dos metros, en el momento menos idóneo, me entraron las dudas. Sujetaba firmemente el cuchillo, pero mi inseguridad hizo que me agarrase de la camiseta y me tirara al suelo. El tambien cayó y rodó un metro. Eso me dio ventaja, pero enseguida se levantó hacia mi. En ese momento forcejeé con él tratando de tirarle al suelo. Pero era jodidamente fuerte. Con todas mis fuerzas le empujé hasta el cristal de un coche. Pude zafarme de él. Era el momento de clavarle el cuchillo, pero no podía. Algo dentro de mí, me impedia alzar el brazo y dejarlo caer sobre su cara. Hasta que por fin, casi sin pensarlo lo hice. Le clavé el cuchillo en la mejilla. No fue suficiente. Seguía moviéndose y tratando de agarrarme. La imagen del cuchillo en la mejilla y viniendo hacia mí era asquerosa. Como pude, sin tocarle, saqué el cuchillo mientras andábamos, él para delante y yo para atrás. En un segundo intento, acerté en el ojo izquierdo. En ese momento se desplomó hacia delante. Quedó tendido boca abajo con el cuchillo aun más adentro que cuando se lo clavé. Cuando respiré asimilando lo que hice, me vino una bocanada. Despues una arcada y por fin vomité. Fue rápido. Tampoco tenía nada en el estomago. Pero el olor que desprendía y el hecho de haberle clavado a un hombre un cuchillo de cocina, me dio otra arcada. Recuerdo que hasta lloré un poco. Cuando me percaté de la presencia de otro infectado. Esta vez era una mujer. Lo podía distinguir perfectamente. Los pechos los tenía afuera. Calculé que debía tener como unos treinta y pocos años. Y a pesar de estar sumamente jodida por la enfermedad, en su momento debió ser muy sexy. Se acercaba torpemente. Me quité la camiseta y moví la cabeza del infectado al que había matado. Con cierta dificultad pude sacarle el cuchillo. Me volvió a dar otra arcada al ver como chorreaba de sangre espesa y negra. Me acerqué con precaucion a la infectada de grandes pechos y apunté de nuevo al ojo. Esta vez lo hice mejor, y lo clavé perfecto. Incluso me dio tiempo a sacarlo antes de que se desplomarada sobre mis pies. Di un pequeño saltito hacia atrás, como no queriendo que me rozase nada de ella. Miré hacia ambos lados y todo despejado. Solo tuve que pelear contra dos. Abrí la verja grande y me subí en el Ford. Arranqué y salí escopetado de allí.

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