miércoles, 13 de diciembre de 2017

Te haré un Castillo. Capitulo 1

Desahuciados.

27 de noviembre de 1982.

La muchedumbre se agolpaba en las inmediaciones de portal número dos de la Calle del Tercio, en el barrio madrileño de Urgel. Trataban de impedir el paso de varias patrullas de la Policía Local, así como el vehículo donde viaja la Jueza Vanessa De Miguel. En algunas pancartas se podía leer insultos hacia el Gobierno y los bancos. Varios policías, vestidos con sus atuendos propios para su seguridad en manifestaciones, se abrían paso con las porras. Otros tantos con las pantallas protectoras. Una señora mayor, de unos sesenta años, se interpuso frente a los policías y les gritaba:

-¡Hijos de puta! –gritaba con rabia- ¡no tenéis alma!

El primero de los policías, trató sin éxito, de que se apartara pidiéndoselo por favor. Ante la negativa de la mujer, seguido de un ligero empujón del que no le movió ni un milímetro, el policía le propinó con fuerza contenida, un golpe en el hombro. Fue suficiente para que aquella mujer se apartara de su camino. Miró hacia atrás, asegurándose de que la jueza estaba a salvo y podía continuar su camino. A medida que avanzaban hasta el portal número dos, se veían obligados a utilizar sus porras para despejar la zona. La mayoría de los manifestantes, eran pacíficos. Sin embargo, algunos sentían la necesidad de actuar. Creían que así podrían parar lo inevitable. Cuando los primeros policías llegaron a la puerta, se colocaron a ambos lados para dejar que la jueza entrase al edificio. Ya dentro, cuatro de los policías con pantalla protectora se quedaron salvaguardando la entrada. La jueza aún tenía que subir, andando, hasta el cuarto piso. Varios de los vecinos, increpaban tanto a la jueza como a los policías que la custodiaban.
Al llegar a la puerta de piso 4-D, respiró profundo y llamó al timbre. Tras varios intentos, dio la orden al cerrajero de que interviniese. Sin que llegase a sacar sus herramientas, el pestillo cedió. Acto seguido, la puerta se entreabrió. La jueza se apresuró para hablar.

-Buenos días señor Abellán. –dijo como si nada- Soy la Jueza De Miguel. ¿puede permitirnos entrar?

Aquel hombre, desaliñado y con mal aspecto, abrió la puerta completamente. En su cara se reflejaba la desesperación. Le hizo una mueca a la mujer, que esta interpretó como un gesto afirmativo de que podían acceder a la vivienda. La casa era de aspecto viejo y descuidado. No disponían de luz eléctrica, seguro, por falta de pagos. Caminó por el estrecho pasillo hasta la sala principal. Observó como una mujer, abrazaba con frenesí a un joven de unos once años. Con ropa vieja y bastante más grande de la que suponía que era su talla. La mujer, inmóvil, miraba fijamente a la jueza. Por su olor, supuso que llevaban varios días, quizá semanas, sin darse una ducha. Aunque advirtió que el joven, si estaba aseado. Tras está rápida ojeada al interior de la vivienda, invitó al hombre a que tomara asiento en una de las sillas del salón. La jueza, por su parte, también sentó. Dejando encima de la polvorienta mesa, una cartera porta documentos.

-Señor Abellán –se dirigió al pálido hombre de familia- Imagino que sabe porque estamos aquí.
Aquel hombre se limitó a mover la cabeza en señal de tener pleno conocimiento.

-De verdad que me gusta esta situación, tanto o menos que a usted. –comenzó con un discurso que ya se sabía perfectamente, y el cual repetía en múltiples ocasiones- El Director del Banco, en el cual usted y su familia, contrataron un préstamo hipotecario para la adquisición de la vivienda en la que hoy nos encontramos, interpuso una demanda por impagos. Por constantes impagos. Cese de los pagos, diría yo. Pues llevan tres años y dos meses sin ingresar la cuota mensual en su cuenta bancaria donde se adeudan dichos impagos.
-No tenemos trabajo, y vivimos de la caridad de los vecinos –intervino la mujer que aun abrazaba con fuerza a su hijo.
-Dicho esto, y aplicando la ley, -continuó la Jueza como si no hubiera escuchado la súplica- hoy se hace efectivo el embargo de inmueble.

Sacó varios documentos, con infinidad de puntos, que el hombre se negó a leer.
-Si es tan amable, -sacó de su bolsillo un bolígrafo que la familia tardaría meses en pagar- firme aquí. Si se niega, aun tendrá más problemas. Por lo que… -habló en un susurro y forzando una leve sonrisa-…le recomiendo que lo firme. Recojan lo que se quieran llevar, y salgan de aquí sin poner resistencia.

Tanto el hombre como la mujer, rompieron a llorar desconsoladamente. El hombre, con pulso intermitente, levantó el bolígrafo y se dispuso a firmar los documentos. No quería tener más problemas con la justicia, aunque ello significara que se quedaban literalmente en la calle.

-Gracias señor Abellán. –recogió los documentos firmados y los guardaba en el porta documentos con cierta delicadeza- Disponen de treinta minutos para abandonar la vivienda. Pasados esos minutos, estos agentes sellaran la entrada con lo que quede dentro. ¿Tienen algún familiar que los pueda acoger?

El matrimonio al unísono negó con la cabeza. Ante esto, la jueza dejó caer un suspiro ahogado.
-Si no son capaces de encontrar un hogar para su hijo, el estado se tendrá que hacer cargo. Así que por favor… -ahora hablaba con suplica-…hagan todo lo posible para que su hijo crezca junto a sus padres. 

Los miró unos instantes previos a levantarse y marcharse con su labor cumplida. Nunca eran agradables estas situaciones y cada vez le afectaban más. Antes de salir por la puerta se paró frente a una mujer. Era una empleada de servicios sociales, asignada al caso de la familia Abellán.
-Noe, gracias por venir. –dijo dubitativa- ¿Podrías hablar con algún vecino? Necesito que convenzas a alguien para que los acoja por un tiempo. Tienen un menor.
-Claro Vanessa. –dijo con una amplia sonrisa
-Evalúalos durante un mes. –ordenó- Si es necesario, actúa.
-Esperemos que no tenga que hacerlo. –cambio su sonrisa por un semblante excesivamente serio

Al cabo de media hora, la familia embargada se encontraba en el descansillo del cuarto piso con tan solo dos maletas y un desasosiego que les mataba. Dos agentes de policía, les quitaron las llaves y con cinta auto adhesiva precintaron la puerta. Tras unos minutos, el pasillo se quedó solitario con ellos tres allí parados sin saber reaccionar. Tan solo les acompañaba la asistenta de servicios sociales que llegó con la señora Mercedes. Una vecina anciana del segundo piso.

-Cariño, -se abrazó a la mujer que aún mantenía a su lado a Juan, su hijo- no sabes lo que me disgusta todo esto.
-Mercedes, -les indicó la asistenta- ha accedido amablemente a acogeros por unos días en su casa. Tenéis suerte de tener una vecina así. –les sonrió como si eso les fuera hacer sentir mejor.

Al final del tercer día en casa de Mercedes, la madre de Juan sufrió un infarto. Un día más tarde, Juan y su padre se encontraban enterrándola. Los días pasaban y tanto Juan como su padre no dejaban de llorarla. Tan solo la hospitalidad de Mercedes les hacía seguir adelante. Por suerte, Mercedes, viuda desde hacía siete años, cobraba una mísera pensión. Accedió a que se quedaran tanto tiempo como quisieran hasta que pudieran ser autosuficientes. Mientras su padre salía en busca de trabajo, o en ocasiones, a laborar pesimamente en algún bar donde solo estaba unas horas. Juan ayudaba en las labores de casa de Mercedes después de salir del colegio.
Pasaron el primer mes en casa de su vecina. A diario, la asistenta social, les visitaba. Comprobaba si Juan recibía el sustento necesario. Aunque en verdad, era Mercedes quien los mantenía. El poco dinero que ganaba el señor Abellán, se lo daba a su casera. En la última visita de Noelia, la asistenta social, les prorrogó la evaluación por un mes más. Dado que la voluntad del señor Abellán era del todo predispuesta a cuidar de su hijo. Trató de concertarle varias entrevistas de trabajo, que nunca consiguió por no cumplir los requisitos que imponían los empresarios. Empezaba a perder la esperanza. Casi no dormía por las noches, llorando, incapaz de sacar su vida y la de su hijo hacia delante.
Faltando dos días para que se cumpliera el segundo mes de evaluación, Juan se encontraba en el salón con Mercedes haciendo los deberes del colegio. A decir verdad, Juan, agradecía mucho a la señora Mercedes todo lo que hacía por ellos.
-Oiga, Mercedes. –la interrumpió- ¿Qué pasará si mi padre no consigue un trabajo?
-No te preocupes por eso, -le contestó cariñosamente- tu padre está haciendo todo lo posible. Si no lo hiciera, yo no os dejaría estar más tiempo aquí. Conocía a tu madre mucho antes de que se casara con tu padre. Os tengo mucho cariño, y tú, eres un niño encantador.
-Pero la asistenta dijo que igual tendría que irme a vivir a un colegio con otro niños si mi padre no conseguía trabajo… -dijo con pena

Mercedes no pudo contener sus lágrimas. Le acarició el pelo, y le pidió que le diera un abrazo. El timbre entorpeció su abrazo. Ambos se miraron, pues no esperaban a nadie y la asistenta no vendría hasta dentro dos días. Al abrir la puerta, Mercedes comprendió lo que sucedía. Junto a la asistenta social, había otros dos hombres y un policía.
-Hola Mercedes, -saludó con semblante preocupado- ¿podemos hablar en privado?

Ambas mujeres entraron en la cocina. Juan se quedó sentado en su silla, observando a los acompañantes de Noelia. Sabía que algo no iba bien. No hacía falta ser un genio para no darse cuenta. Esperó con paciencia, que Mercedes saliera de la cocina, para darle las malas noticias. Se le pasó de todo por la cabeza. Pero solo una le llenaba de angustia. Que su padre se hubiera muerto. Tras cinco largos minutos, por fin salieron. Ambas se acercaron a Juan. Mercedes, tenía los ojos rojos de llorar. Además de haber tratado, sin éxito, de secárselos para disimular.

-Juan, cariño… -dijo amablemente la asistenta-… ¿puedo sentarme?

Juan se limitó a asentir con la cabeza. Tampoco era capaz de pronunciar palabra. De hecho estaba a punto de romper a llorar.
-Escúchame bien Juan, -se notaba ligeramente más nerviosa que de costumbre- tu padre ha hecho algo muy grave. Algo que no está permitido.
-¿Qué ha hecho? –logró pronunciar
-Ha intentado robar en un banco, junto a otros dos hombres. –dijo temblorosa- Por suerte, se ha entregado cuando estaba rodeado. Pero lo que ha hecho tendrá consecuencias. De hecho tú, eres la primera. Te tienes que venir conmigo y con estos señores al colegio que te dije el otro día.
-¿Pero voy a poder verlo? –preguntó lloroso
-De momento no. Y creo que pasara mucho tiempo hasta que puedas hacerlo. –dijo angustiosa

Mercedes ayudó a Juan a recoger todas sus cosas, que no eran muchas, dentro de una maleta. Antes de entregárselo a Noelia, le dio un fuerte abrazo y varios besos en la mejilla. Se quedó muy apenada por la situación de aquella familia, que para nada eran malos. Tan solo las circunstancias hicieron que cometieran graves errores que, al final, pagaría aquel muchacho de once años. En tan solo dos meses, se había quedado sin madre y sin padre.

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