miércoles, 20 de diciembre de 2017

Te haré un castillo. Capítulo 2

Capítulo 2.
Omar Kozame

Enero de 2017, en la actualidad.

La única luz que procedía de dos lamparitas con neón color azul intenso, alumbraba la oscuridad de su habitación. A pesar de que afuera, el sol radiaba con fuerza. Era una buena mañana, pero Omar, había decidido quedarse en su cuarto. Tecleaba con suma rapidez en su ordenador portátil, decorado en el exterior con pegatinas de chicas desnudas. Las ventanas y letras corrían con mucha fluidez por la pantalla. Sintió una elevada subida de adrenalina y el corazón le latía con tanta fuerza que pensó que la camiseta se le elevaba. Dejó de teclear y una amplia sonrisa le recorrió la cara. Se llevó las manos a la cara en señal de triunfo. En la mesita de su derecha acumulaba varias latas de bebidas isotónicas poco recomendables. Sacudió unas cuantas, hasta que encontró una que aun contenía algo de líquido dentro. Aun sin el frio con el que se suelen beber, se acabó esa lata. La aplastó y la acumuló junta otras. Volvió a centrarse en la información rescatada en su monitor. A cada dato que leía, se sentía más emocionado. El móvil que tenía cargando en una estantería a su izquierda, no paraba de vibrar y de encenderse intermitentemente la pantalla. Al tenerlo en modo vibración, casi no se percató. No le gustaba que mientras trabajaba, le molestasen con llamadas inútiles. Prosiguió sin hacer caso a quien estuviese llamando. Rápidamente, introdujo en pendrive en la ranura y comenzó a descargar datos. De nuevo, el móvil vibraba y se encendía. A la vez que descargaba los datos, escribía a través de una chat privado comentando su hazaña. La llamada entrante paró, de seguido una nueva llamada volvía a importunarle. Sabía perfectamente que era Maria, su novia. Que vivía tres pisos más abajo. Tras una quinta llamada perdida, enfadado se levantó a por el móvil y contestar.
- ¿Se puede saber que quieres? –preguntó con brusquedad
- Omar, ¿estas utilizando mi Wifi? –hablo la voz de su novia a través del altavoz
- Si, ¿Por qué? –preguntó incrédulo, pues sabía perfectamente que lo hacía habitualmente
- Porque hace unos cinco minutos, se ha presentado la policía en mi casa. Preguntando si alguien más sabía mi clave. –decía asustada.
- ¿Cómo? –sintió miedo

En ese instante, el ordenador emitió un sonido agudo que atrajo la atención de Omar. Cuando miró que ocurría, la pantalla se había vuelto de color azul. Sabiendo que pasaba, dejó caer su móvil y se apresuró a sacar de un cajón de su mesilla un destornillador. Como si le fuera la vida en ello, sacó el pendrive e introdujo el destornillador por una rendija del portátil. Haciendo palanca, arrancó de cuajo la parte posterior del teclado dejando a la vista todo el interior. De nuevo, con el destornillador despegó el disco duro y tiró de los cables que lo conectaban. Con el disco duro y el pendrive en la mano, corrió hasta la cocina. En ese momento, su madre andaba por el pasillo y la atropelló tirándola al suelo. Esta dio un grito de susto, acompañado de un fuerte dolor en la cabeza por el golpe contra la pared. Al llegar a la cocina, introdujo ambos objetos en el microondas y lo encendió. Al unísono, la puerta de entrada a la vivienda, se abrió de par en par con un estruendo. Varios agentes de policía entraron sin preguntar y hallaron a la mujer tirada en el suelo. Continuaron hasta la cocina encontrando lo que buscaban.

- ¡QUIETO, NO TE MUEVAS! –gritó uno de los agentes, apuntándole con su arma.

Omar, inmóvil por el miedo, se limitó a levantar las manos.
- ¡Joder! –maldijo otro de los agente señalando el microondas que comenzaba a dar chasquidos y a salir humo. A los quince segundos, dio un petardazo. La puerta y los cristales estallaron.
- ¡Quedas detenido! –se acercó el agente que le había apuntado desde el principio.

Le dio la vuelta con brusquedad y con su mano izquierda le sujetó ambas manos mientras con su mano derecha empotraba su cara contra la encimera de la cocina. Otro de los agentes, metía en bolsas los restos quemados del interior del microondas. Una vez estuvo esposado, le agarró de la parte trasera de la camiseta levantándolo por fin de la encimera. Mientras se lo llevaban por el pasillo, vio la cara de disgusto de su madre. Le increpaba en voz alta en su idioma natal, que tan solo Omar y ella entendieron. Omar se limitó a bajar la mirada dejando que se lo llevaran a donde fuera. Al pasar por su cuarto, advirtió que varios policías registraban todo, tirándolo por el suelo. Al salir a la escalera, vio como varios vecinos incluida Maria, le miraban con asombro. Una vez llegaron a la calle, se sorprendió al ver cuán cantidad de policía se había congregado para atraparle. Uno de los furgones estaba abierto por la parte trasera. Supuso que allí es donde lo meterían. Estaba en lo cierto. Subieron el y el agente que lo custodiaba. Otros dos agentes, cerraron los portones. Unos segundos después, el furgón se puso en marcha.
Al cabo de unos cuarenta minutos aproximadamente, habían llegado a su destino. Lo bajaron con una violencia exagerada y entraron a una comisaria que no conocía. Pasaron varios controles, donde le quitaron su reloj, la cartera, varias monedas de veinte céntimos que guardaba en el bolsillo pequeño de su pantalón. El cinturón y los cordones de sus zapatillas también fueron requisados. Caminaron por un largo pasillo en penumbra, y en una habitación le esperaban dos personas. Aquella habitación, con solo una mesa metálica y dos sillas, parecía lo que era una sala de interrogatorios. El agente que los custodiaba desde su casa, separó una de las sillas y lo obligó a sentarse. Miró hacia los otros dos hombres. Uno de ellos, con pelo canoso, con traje oscuro y camisa blanca impoluta. El otro, vestía el uniforme policial, pero algo distinto a los agentes de calle.
- Déjanos solos, Jordi. –dijo el de pelo canoso- Buen trabajo
- Gracias señor. –hizo un gesto con la mano y cerró la puerta tras de sí.

Estuvieron largo rato sin hablar, y observando detenidamente al joven. Este cada vez que elevaba la vista, se sentía abrumado y enseguida retiraba la mirada. Antes de comenzar a hablar, el hombre trajeado, retiró su asiento de la mesa, y se sentó con aire desganado.
- Omar Kozame. –dijo monótono- ¿Ese es tu nombre?
Omar tan solo asintió con la cabeza.
- Hay que ver la que has montado ¿eh? –intentó parecer algo amigable y amenazador a la vez- Dime… ¿Qué pensabas que pasaría? ¿Qué no te pillaríamos?
Omar no se inmutó.
- Todo esto es protocolario, ¿sabes? –seguía hablando como si nada- De un momento a otro te llevaran a prisión. Lo que has hecho es muy grave.

Se sentía avergonzado y asustado a partes iguales. Pensaba que si no hablaba, no agravaría más la situación. Su cabeza daba vueltas imaginándose múltiples situaciones.
- ¿Dónde aprendiste todo eso? –preguntó muy interesado en entablar conversación- Si te soy sincero… te confieso que estoy gratamente sorprendido de tu hazaña. Nunca había visto nada parecido. –intentaba adularle.
- Solo intenta hacerme creer que me admira, porque sabe que no encontraba más prueba que mi conexión limitada a su servidor. –interrumpió Omar envalentonado
- Vaya, vaya –sonrió macabramente- Crees que te vas a librar porque hayas quemado tus discos en un microondas.

En ese instante, la puerta se abrió, interrumpiendo aquella conversación. Era el agente Jordi Secada. El mismo que le arrestó.
- Señor, ya estamos listos. –informó.
- Adelante, llevaos a esta basura al calabozo. –cambio su apariencia amable.

Secada, levantó al joven, su ya habitual brusquedad y caminaron por el mismo pasillo por donde llegaron. Al llegar a la zona principal, bajaron por unas escaleras hasta la zona de celdas. Para nada se las imaginaba así. Paredes pintadas con un blanco brillante y cada lado del pasillo unas puerta blindadas con multitud de cerrojos. Tan solo había una celda abierta, la numero 7. Con un rápido vistazo, observó que tan solo disponía de un camastro empotrado a la pared, de unos ochenta centímetros. Sin colchón. No vio ninguna ventana. Aun seguida esposado con las manos por detrás. El agente lo empujó hacia dentro y cerró la puerta. Escuchó al menos cuatro cerrojos. El ventanuco diminuto se abrió de golpe.
- Saca las manos lentamente –ordenó

Omar obedeció sin rechistar. Una vez introdujo las manos por la rendija, enseguida notó que las esposas dejaron de apretarle las muñecas. Al sacar las manos del ventanuco, este se cerró igual que se abrió. Allí permaneció en silencio, hasta que su abogado pidió verle. Era un hombre de unos cincuenta años. Pelo ligeramente tintado de color arena. Bien trajeado y tan solo un móvil inteligente como única herramienta.
- Buenas tardes señor Kozame –saludó cuando el agente cerró la puerta.- De ahora en adelante, seré su representante. No hace falta que me diga cuáles son sus delitos. Los conozco al detalle. Tan solo le pido, que hable cuando yo se lo pida. Que se mueva si yo se lo pido. Que pestañé cuando yo se lo pida.
Hubo un silencio incómodo. Omar le observaba aterrado y desconfiado.
- No se preocupe por nada, señor Kozame. –prosiguió al comprender que el joven se sentía intimidado- Eso sí, hasta que sea trasladado al juzgado para presentarle al Juez, tendrá que permanecer en esta… estancia poco cómoda. Ya he dado orden de que no le falte las necesidades básicas.

Golpeó tres veces la puerta, y enseguida los cuatro cerrojos se abrieron dejando libre la puerta para que el abogado pudiera salir.
- Que tenga una…agradable estancia, señor Kozame –se despidió.

Dos veces al día, le permitían ir al baño al final del pasillo y siempre en presencia de un agente. Al cuarto día, poco antes de las siete de la mañana, le despertaron. Le iban a trasladar a los juzgados. De nuevo, el agente Jordi Secada, le custodio hasta unos vestuarios con ducha. Allí, en una taquilla abierta, se encontraba un traje negro con camisa blanca y corbata negra. Justo al lado, una caja con unos zapatos ingleses debajo de una bolsita sin abrir con unos agradables calcetines, también de color negro.
- Detrás tienes las duchas. Encontraras champú y gel individual. Dispones de cinco minutos. –dijo Secada quedándose rígido en la entrada de los vestuarios.

Se desnudó ante la mirada perdida del agente y se introdujo en la ducha. Terminó antes de los cinco minutos marcados. Se vistió con aquella ropa, que casualmente, era de su talla. Incluso diría que se la había confeccionado a medida. Enseguida que terminó, lo volvieron a esposar.
Ya en la puerta de los juzgados, le estaba esperando su desconocido abogado. Se acercó al coche policial, ayudándole a salir. Le acompaño hasta una de las salas y esperó sentado. Tardaron casi cuarenta minutos en ir a por él. Entraron en otra sala, donde estaba el juez presidiendo la mesa. A los lados dos mesas con sus respectivas sillas. Ellos se sentaron a la izquierda. Enseguida entraron otros dos hombres. Uno de ellos ya lo conocía a su llegada a la comisaria. Era el de pelo canoso que le interrogó. El otro, con túnica negra, y considerablemente más joven, se sentó junto al interrogador.
- ¿Podemos empezar? –preguntó el juez con desgana.
- Si, Señoría –se apresuró a decir el hombre de la túnica.
- Muy bien…-miraba el juez una montaña de papeles-… como comprenderán, la mitad de este dosier, en mi opinión, excesivamente extenso, no he logrado entender esos tecnicismos informáticos. Lo que si me ha quedado claro… Señor Kozame, es que ha vulnerado la ley accediendo a documentos y datos reservados por el Gobierno.
- Señoría, -interrumpió el abogado de Omar- no hay ninguna prueba vinculante de que accedería a esos documentos. Tal como indica el dosier, tan solo fue capaz de conectarse a una red pública.
- Señor Prado, -dijo disgustado- le agradecería que no me interrumpiese.
- Solo aclaraba uno de los puntos, Señoría, disculpe mi intromisión. –se disculpó
- Muy bien…-dijo nuevamente desganado-…lo que si hay pruebas concluyentes, es que los agentes Jordi Secada y Eugenio Santamaría, estuvieron presentes cuando el acusado trataba de destruir pruebas que le incriminaban en los hechos de los que se le acusa. Señor Palacios, ¿su equipo ha podido rescatar algún tipo de incriminación en los objetos requisados?
- Por el momento no, Señoría. –se limitó a contestar.
- Señor Kozame…-dirigió su mirada hacia Omar-…le voy a preguntar algo solo una vez, y quiero que responda.

Omar miró hacia su abogado, el cual le dio el consentimiendo para hablar.
- ¿Se declara culpable del delito informatico del que se le acusa? –dejó su mirada inmóvil en los ojos de Omar
- No. –contestó tajante

Tras esa respuesta, el juez miró de soslayo al fiscal y su acompañante.
- Dadas las pruebas presentadas por la fiscalía, decreto libertad bajo fianza de noventa mil euros a ingresar en un plazo máximo de siete días. Se le retira el pasaporte y no tiene autorización para salir del país. Deberá presentarse a diario en este juzgado a las nueve de la mañana, hasta que tome una decisión definitiva. Si bien, las pruebas no son concluyentes para condenarle a prisión, el tratar de destruirlas si es un delito. ¿está usted de acuerdo, señor Kozame?

De nuevo, solicitó permiso a su abogado.
- Si, estoy de acuerdo. –contestó

Al salir del juzgado, volvieron a llevarle a la sala anterior. Al cabo de dos horas, el abogado, acompañado de una agente, se presentaron en la sala.
- Puede quitarle las esposas. –ordenó el abogado a la agente.

Omar se levantó, y dejó que la mujer le soltara. La sensación previa a quitárselas le era placentero. Una vez estuvo libre, la mujer les dejó solos. Esperaron a que se fuese.
- Señor Kozame. –dijo el abogado poniéndose su chaqueta de abrigo- Considere esto como su primera remuneración. Ahora vaya a su casa, le estará esperando un coche ahí fuera. No cometa ningún delito mas. Limitese a pasar desapercibido.
- Disculpe…-por fin recobraba su consciencia por todo lo ocurrido-… no entiendo nada… ¿Quién ha pagado sus servicios? ¿Y la fianza? ¿Qué remuneración?
- Señor Kozame…-dijo algo molesto el abogado-… primera regla… recuerda… no hable si no se lo pido…
- Pero…-trataba de poner en orden todo aquello.
- En unos días nos pondremos en contacto con usted. Mientras tanto, haga lo que ha ordenado el juez y acuda escrupulosamente a este juzgado en las horas y días estipulados.

Se dio la vuelta, y se marchó exactamente igual que vino la primera vez. Omar se quedo petrificado.

2 comentarios:

Ajenoaltiempo dijo...

Bueno, bueno, bueno...
Atrapante. A ver para donde termina saliendo esto.

Unknown dijo...

Ya he caído.... Y ya estoy enganchada... Muy buena pinta....