viernes, 6 de abril de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 20.

Capítulo 20.


Ya no sabía que excusas darles a sus amigos sobre el paradero de Raúl. Pablo se encontraba sentado en la silla de su escritorio, con la botella de coñac a punto de acabar. Rellenó de nuevo su vaso, y las escasas gotas que quedaban en la botella, se las bebió directamente desde ella. El campamento había vuelto a normalidad, desde que hacía ya dos semanas que fueron atacados por los infectados. Lo cierto, es que había notado que gran parte de sus soldados, estaban más crispados que de costumbre. Llegando a desobedecer gran parte de sus órdenes. Conocía exactamente el motivo. Era el doctor Manzaneque. Les había prometido una cura. Eso sí, sin contarles ni una sola palabra sobre los experimentos que hacía con Raúl. Llegando, incluso, a poner en tela de juicio las decisiones de su General. Algo que no pasaron desapercibido por varios soldados, que apoyaban por completo al Doctor. A pesar de estar anocheciendo, decidió que era hora de hablar con Manzaneque, sobre Raúl. De nuevo, no pudo reprimir un atisbo de rechazo al ver a aquel muchacho, sufriendo una y otra vez en esa cama. 

- Me prometiste que no sufriría. –le inquirió Pablo al doctor.

- Le prometí que haría todo lo posible por qué no lo hiciera. Pero según las últimas pruebas, necesito que el paciente sea consciente al ochenta por ciento. Se esa forma, todos sus órganos vitales son capaces de admitir el suero. No hay otra forma. Estamos muy cerca de saber cómo pararlo.

- Lo siento doctor…-le miró con rabia-… pero creo que doy por finalizada su investigación.


El Doctor Manzaneque, no sorprendido por lo que acaba de escuchar, le contemplaba con semblante apacible. 

- Señor… me temo que sus órdenes ya no son efectivas. –bajó un poco el tono, casi en un susurro- Tengo a la gran mayoría de mi parte. Solo tengo que chascar los dedos, y su mandato habrá terminado.

- ¿Me estas amenazando? –se encaró frente a frente con él.

- Tengo claro que un cara a cara contigo –los formalismos habían desaparecido- lo perdería. De eso no hay duda. Pero no creo que pueda con casi cincuenta soldados, entrenados como tú. Ahora si no te importa, tengo que continuar. El tiempo apremia.


Pablo quedó allí de pie, sabiendo que tenía razón. Lo llevaba viendo desde hace días. Se había ganado el favor de muchos, con sus promesas de salvación. Solo les interesaba eso. Alguien que les diese esperanzas. Sin embargo, él no podía contra eso. Tan solo se lo había podido conseguir unos meses con cuatro recursos obtenidos por ellos mismos. Observó cómo le volvía a inyectar algo a Raúl, y como este se retorcía de dolor. Parecía que estuviese sedado, pero no lo estaba. 


A la mañana siguiente, mientras se preparaba un café en su cafetera privada, dos soldados entraron en su barracón. Se asombró al verlos. 

- ¿Ocurre algo? –preguntó mientras habría un sobrecito de azúcar y lo vertía sobre su taza.

- Por favor, acompáñanos. –contestó uno de ellos.


Sabía perfectamente lo que ocurría. Seguramente, después de la charla el día anterior con el Doctor, este se estaba curando en salud y estaba actuando. Cuando se dispuso a coger su arma, los dos soldados desenfundaron la suya y le apuntaron.

- Señor, por favor, -le suplicó el más débil- no nos obligue. Deje su arma en el suelo, y póngase de rodillas.


Pablo lo miraba fijamente. El soldado le retiraba la mirada, avergonzado por lo que hacía, pero volvía a mirarle. Al final, accedió y colocó su arma en el suelo. Lanzándola con el pie hacia ellos. Acto seguido se puso de rodillas, colocando sus manos a su espalda. El otro soldado, guardó su arma, para sacar una brida grande. 

- Si hace cualquier tontería le disparas, -le ordenó a su compañero- Ya has oído al doctor. 

- Se lo que tengo que hacer. –contestó malhumorado.


Pablo se dejó amarrar, y el soldado le ayudó a levantarse.

- De verdad que lo siento, -dijo con tono de culpabilidad- pero creo que el doctor está más capacitado para el liderazgo que usted.

- No se preocupe. Lo entiendo. –mintió, pero aquellos jóvenes no se merecían las consecuencias de su ira.


Al salir del barracón, muchos de los civiles se lo quedaron mirando, incrédulos. Pablo solo les negaba con la cabeza, en señal de que no se preocupasen por él. Como esperaba, lo llevaron hasta una de las celdas improvisadas dentro de las casetas pre fabricadas. Justo, donde semanas atrás, había encerrado precisamente a Raúl. Era irónico. 

Los días pasaban, tan solo veía algún rayo de luz, cuando abrían la puerta para darle su ración de comida y agua. En ocasiones, consistía en garbanzos y verduras cocidas. En otras, tan solo restos de alguna lata de conservas. Al quinto día, el doctor lo visitó.

- Pablo, Pablo, Pablo… -decía desde el resquicio de la puerta- ¿No podías dejarme hacer mi trabajo?

- ¿Tu trabajo? ¿Torturando a personas inocentes? –le recriminó.

- Sabes también como yo, que si no era ese chico, iba a ser otro. Lo que no entiendo es tu obsesión con él. ¿Te recuerda a alguien?

- A ti que te importa.

- Voy a dejarte salir. Eso sí, espero que ahora entiendas la nueva situación. 

- ¿Qué situación?

- Ahora soy quien manda. Dejaré que trabajes en las cocinas. Tengo entendido, que estuviste haciendo un curso de cocina en tu excedencia. 


Era cierto, Manzaneque le dejó salir. Ahora ocupaba su barracón. Con todas sus comodidades. Por suerte, le asignaron una litera cerca de los amigos de Raúl. Que se sorprendieron al verlo llegar con una caja de sus pertenencias, y guardándolas en una taquilla.

- General…-decía Mónica-… No sabemos nada de Raúl desde hace semanas. 

- No me llames General. –contestó arisco- De todas formas, yo sé dónde está Raúl. Pero ahora no es momento de hablarlo. 

- ¿Pero está bien? –preguntó Héctor llegando desde atrás.

- No. No está bien. Cometí un error, y pienso subsanarlo. Pero debemos ser cautos. 

- ¿De qué está hablando? –preguntó Mónica asustada.

- El doctor Manzaneque se ha hecho con el control del campamento. Está obsesionado con encontrar una cura.


Entonces cayeron en la cuenta de donde podría estar Raúl. Ambos tenían los ojos y la boca severamente abiertos ante tal descubrimiento.

- Os prometo que sacaré a Raúl de ahí. Pero antes debemos buscar ayuda. Quiero observar a algunos hombres, que pienso, no son tan fieles al doctor como aparentan. Gente que conozco desde hace mucho tiempo. ¿Sabéis donde puede estar vuestro amigo? El que no quiso venir con vosotros.

- ¿Reina? –preguntó Héctor.

- Ese mismo. Podría sernos de gran utilidad. He visto como se mueve y las capacidades que tiene.

- Se quedaron en la cabaña con mi tío y Sharpay.

- Si siguen allí, deberíamos buscar la manera de pedirles ayuda. ¿Tenían armas?

- Mi tío tenía algunas de cuando era militar. Pero Reina y Sharpay son de apañárselas más rudimentariamente.


Eli, apareció en ese momento de la mano de Rebeca. Al ver al general allí, hablando en susurros con Mónica y Héctor, se apresuró en unirse. La pusieron al día, y no salía de su asombro. Acordaron, comportarse con normalidad, mientras Pablo tanteaba a algunos sobre su posible afiliación. Al único que notó, que estaba en desacuerdo al cien por cien con el doctor, era Patri. Antiguo supervisor de Raúl. Patri, se ofreció, en una de las salidas acercarse a la cabaña de Andrés. Darles el aviso. 

Los siguientes días, trataban de comportarse con normalidad. Aunque en ocasiones, les costaba demasiado, sabiendo donde estaba Raúl y que le estaban haciendo. Pablo, se amoldó con comodidad a su nueva situación. Pasaba la mayor parte del tiempo, como ayudante de cocina. A escondidas, lograba hablar con Patri sobre sus avances. Le estaba costando más trabajo de lo que esperaba, el contactar con los de la cabaña. Cuando no exploraban lejos de allí, tenía a otro soldado pegado a su culo. No porque sospecharan de él, sino más bien, por circunstancias intrínsecas de la misión. Pablo, por su parte, ya había contactado con varios hombres de su máxima confianza, que estaban simulando ser fieles al doctor por no tener mayores problemas. Pero ya le habían confirmado a su general, que contasen con ellos cuando llegase la hora. 

Una noche, mientras se cambiaba para dormir, Patri entró en el barracón. Hizo una señal a Mónica, Eli y Héctor para que se reuniesen con Pablo. Había más personas dentro, que los miraron con recelo. Patri, al percatarse de eso, venia provisto de algunas revistas que encontró por ahí. Simuló que les enseñaba algo de una revista, pero les contaba cómo había contactado con Reina. Al parecer, aún seguían allí, en la cabaña. En cuanto Patri les contó donde tenían a Raúl, enseguida se pusieron en marcha. 

- Hay un viejo almacén cerca de aquí. En un polígono industrial. Esperaran allí a que les demos instrucciones. –contaba Patri casi en un susurro.

- Yo he conseguido que cinco de mi escuadrón, estén con nosotros. –decía Pablo señalando algo en la revista- Ahora… ¿Cómo sacamos a Raúl del barracón? No podrá mantenerse en pie. Lleva semanas postrado en la cama. Tendrá los músculos atrofiados.

- Señor… General… Pablo…-Patri no sabía ya cómo llamarle-… mañana por la noche, hay un equipo de exploración nocturna. Creo recordar, que son sus hombres. 

- Bien pensado, -le posó una mano en el hombro- pensemos en una distracción para sacar a Raúl en la camilla y meterlo en el camión. Vosotros, -señaló a Mónica y compañía- tenéis que estar preparados para meteros dentro del camión junto a mis hombres. Patri, cuando contactes con los de fuera, diles que necesitamos que armen una distracción por el lado sur. Algo sencillo. Que no parezca obvio. 

- El barracón donde está Raúl, tiene las veinticuatro horas vigilancia. –expuso Héctor.

- De esos me encargo yo. –dijo Pablo con confianza- Pero es muy importante, que vosotros, estéis cerca del camión para ayudarme a subir a Raúl cuando llegue con él. 


Matizaron varios flecos pendientes, y cada uno se fue a dormir. Si todo salía bien, mañana a la misma hora estaría fuera de allí. Mientras serbia el desayuno, Pablo fue informando a sus hombres por separado. Patri ya había salido en dirección al almacén para poner en aviso a Reina. Mónica, que daba clases a los niños, miraba con insistencia hacia el barracón donde estaba Raúl. Héctor, que tenía asignado el cuidado de los cerdos, se comportaba con normalidad. No tanto Eli, que odiaba estar lavando las ropas sucias de los soldados. Por último, Rebeca, se entretenía jugando con otros niños en un barracón vigilado. Para todos, parecía que el tiempo se había detenido. Pero por fin, la noche llegó. Aunque acompañando a la noche, también les vino una nueva tormenta. Eso no cambiaba los planes. Pero podía complicarlos. El ambiente seco, pero gélido, dio paso a una abundante lluvia fría. Pablo, observó cómo su gente preparaba el camión para la exploración nocturna. Era una práctica habitual, para despejar de infectados la zona. No se podían permitir el lujo, de que les pasase de nuevo tener una horda tan cerca y no darse cuenta hasta unos metros antes. Se dieron el visto bueno tan solo con las miradas. Justo antes de marcharse de las cocinas, derramó a propósito una cazuela con restos de sopa servida en la cena.

- Joder Pablo…-se quejó el cocinero jefe-… nos quedaba bastante para mañana…

- Discúlpame Nicolás… -simuló estar avergonzado-… me quedaré aquí a recogerlo.

- Anda, deja que te ayude…-aun lo trataba como si fuera su general.

- No. De verdad… -insistió-… es culpa mía. Además, ya no gozo de los privilegios de General. Descansa. Te lo has ganado, dando de comer a toda esa gente.

- ¿Estás seguro? –preguntó incómodo.

- Claro que sí. –volvió a insistir.

- Pues aquí te dejo. Estoy molido. No tardes mucho, que mañana hay que madrugar. –dijo mientras se quitaba el delantal y estiraba los brazos y espalda.


Esperó a que se fuera, para abrir el cajón de los cuchillos. Uno, con su funda se lo guardó en la parte trasera y otro lo sujetó con la mano. Se acercó hasta la apertura del barracón, y entre la lluvia observó cómo se alejaba. Debido a la lluvia, casi no había nadie por fuera. Se podían distinguir las sombras a través de las lonas de los barracones. Miró hacia su antiguo barracón privado, el cual ahora lo disfrutaba Manzaneque. No pudo saber si estaba dentro. Hasta que pasaron por su lado, el doctor y dos hombres que le acompañaba. 

- ¿Habéis puesto dos hombres nuevos en mi laboratorio? –preguntó a los hombres.

- Sí señor. Estarán frescos para toda la noche. –contestó uno de ellos.

- No quiero llegar y encontrármelos dormidos como a los dos últimos.

- No se preocupe, doctor. Les ordené que durmieran toda la tarde.

- Muy bien. Ahora me iré a dormir un poco yo. Tengo una jaqueca insoportable. –decía mientras se alejaban.


Pablo vio cómo se adentraba en el barracón, mientras los dos guardaespaldas se quedaban en la entrada. Sentados en una silla. A pesar de la lluvia, les había ordenador quedarse en el exterior. Estaba claro, que temía que alguien le atacase. Llegar al poder de esa manera, lo normal es que te busques más enemigos, que amigos. Pensó Pablo con media sonrisa. Tanto Reina como Ramón y Sharpay, solo debían actuar en caso de que algo saliera mal. Debido al último ataque de los infectados, ya no tenían tantos vigías como antes. Salió del barracón y miró hacia el lado sur. Supuso que le vieron, cuando vio encenderse y apagarse a lo lejos una luz de una linterna. Fue caminando, tranquilo, hacia el barracón laboratorio donde estaba Raúl. A unos metros más adelante, vio a su gente preparada en el camión. Retrasando la salida. Detrás de unos coches todoterrenos, pudo advertir que se encontraban Mónica, Héctor, Eli y Rebeca esperando a que llegase con Raúl. Justo, cuando pasaba por delante de los vigilantes nuevos que había puesto el doctor.

- Buenas noches, -saludó uno de ellos, secándose el agua de la cara.

- Buenas noches. –sonrió Pablo en el momento en que con ambas manos, clavaba en las gargantas de ambos hombres los dos cuchillos.


Les arrebató sus armas, colgándoselas del hombro y entró. Allí estaba Raúl. Tumbado en la cama, en penumbra. Fue hasta el otro lado, y rasgó la lona lo suficiente para que la cama pasase sin dificultad. Tan solo tendría que recorrer unos diez o quince metros sobre la tierra embarrada. Le quitó todas las vías y aparatos conectados, y movió la cama. Una luz cegadora, le cortó el paso. 

- ¿Pensabas que no me daría cuenta de que tramabas algo? –preguntó Manzaneque llegando desde atrás, con el cocinero jefe.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Vas a conseguir que Pablo me caiga bien... ahora el doctorcito... otra vez cliffhanger???
Genial capítulo. Gracias

Unknown dijo...

En dos capítulos, el General ya no es el malo, ese lugar lo ocupa el doctor Menguele este...