viernes, 16 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 13.

Capítulo 13.


Todos se quedaron petrificados cuando llamaron a la puerta. Raúl miró enfadado a Héctor, ya que era su turno de guardia. Este le hizo un gesto de incredulidad. No había visto acercarse a nadie. Volvieron a golpear la puerta. Ramón sujetaba su pistola con fuerza, mientras se asomaba por la ventana. Al ver quien llamaba, se relajó. Abrió la puerta y apareció Reina. 

- Perdonar…-dijo avergonzado.

- ¿Dónde has estado estos casi cuatro días? –preguntó Raúl.

- Tenía que comprobar lo que dijo Sharpay. –la miró entristecido.

- Bueno el caso es que ya estás aquí. –dijo Ramón.

- Hay más…-dijo mirando a Raúl-… no estoy seguro, pero creo haber encontrado un lugar donde podría estar tu padre.

- ¿Cómo? –dijo sorprendido.

- A dos días de camino. Mientras estaba en la tienda de mi padrastro, un grupo de militares pasó cerca de ahí. Los seguí varios kilómetros, hasta un gran campamento. Hay gente por doquier. No solo militares, también civiles. 

- Pues tenemos que ir. –dijo Raúl apresurándose.

- Espera. –le paró- No es oro todo lo que reluce. No me gustó nada la actitud de algunos. Es como si los tuviesen trabajando para ellos.

- ¿Qué estas contando? ¿Cómo esclavos?

- Esclavos como tal no. Pero vi como disparaban a un hombre que trataba de saltar la verja. 

- ¿Qué propones?

- Pues que vengas conmigo. Vigilaremos el campamento. Si vemos a tu padre, buscaríamos la forma de sacarlo de allí. Pero no me pienso arriesgar más de la cuenta. ¿estás de acuerdo?

- Por supuesto.


Dejaron todo listo para su marcha. Dejaba a Mónica y Rebeca en buenas manos. En un principio se iba a unir Sharpay, pero Reina la convenció de que ayudase al resto a conseguir recursos. Quedaban un par de horas para que amaneciese, sin embargo se pusieron en marcha. Tenían dos días de camino, según dijo. Por lo que se aprovisionaron bien de agua y algo de comer. Mientras caminaban, Raúl le preguntó por su pasado. Este le contó que su madre se quedó embarazada muy pronto. Su padre estuvo con ellos hasta los cuatro años. Se divorciaron y nunca más supo de él. Tres años más tarde, conoció a quien sería su padrastro. Un año después, nació Sharpay. Siempre le había gustado el deporte extremo, y pasaba largas temporadas viajando. Un verano, fueron toda la familia a China. Allí aprendió, junto a su hermana, algunos movimientos de artes marciales. Aunque ella, tiempo después, continuo su instrucción.

- Como os conté cuando os conocí, mi primer contacto fue en las cabañas. –le recordó.

- ¿Por qué no fuiste a buscar a tu familia? –preguntó Raúl extrañado.

- Lo hice. Pero solo fui a casa. No me acordé de la tienda. Aunque pasé por delante y la vi desvalijada. No miré dentro. 


Llegaron hasta una localidad cercana. Entraron en varias casas, como hacían cuando buscaban recursos. Pero esta vez, era para pasar la noche en un lugar seguro. Las calles daban un aspecto tétrico. A pesar de tan solo llevar un par de meses desde los accidentes, aquello parecía abandonado desde hacía años. La casa donde estaban, era de dos plantas. En una habitación de la planta superior, con la ventana abierta, lograron hacer un fuego con trozos de una mesa escritorio. Seguramente, donde su dueño o dueña, estudiaba. Ya que parecía un dormitorio juvenil. Reina se tumbó en la cama.

- Oye…-dijo amistosamente-… ¿Qué se siente al follarte a tu profesora?


Raúl sintió como los colores le subían de tono en las mejillas. 

- A ver, tío… que no pasa nada. ¿nunca hablas de sexo con amigos?

- He sido muy reservado en esos temas. Pero bueno, si te digo la verdad… es una pasada.

- ¿Cómo fue? ¿Fuiste tú? O ¿Fue ella la que dio el primer paso?

- Fue ella. En uno de los trabajos que me corrigió, me puso una nota al final. Con su número.

- Que cabrón. –se rio con tanta fuerza, que resonó en la calle.

- Yo tuve una profesora que también estaba muy buena. Pero ni de lejos pude acercarme a ella. 

- Tuve suerte, nada más.



Escucharon pasos por la ventana. Era dos hostiles que rondaban cerca. Seguramente por el fuego que habían hecho. Aunque no repararon donde estaban, y continuaron su camino a saber dónde. Antes de hacer la primera guardia, repasaron lo que tendrían que hacer antes de llegar al campamento. Reina había conseguido unos prismáticos. Subirían hasta una colina, varios metros antes del campamento, y desde allí observarían. Pero en ningún momento, deberían acercarse. No sabían si trataban bien o mal a los supervivientes. 

Poco antes de amanecer, Reina despertó a Raúl. Le hizo un gesto con el dedo para que no hiciera ruido. En la parte de abajo se escuchaba hablar a alguien. Después, empezaron a subir las escaleras. Sonó un fuerte golpe en una de las puertas de la parte superior. Trataron de esconderse en el armario, pero no les dio tiempo. Un hombre vestido de militar, les apuntaba con un arma de gran calibre.

- ¡Quietos! –gritó- ¡No os mováis! 

- No hemos hecho nada. –dijo Raúl tembloroso.

- ¿Estáis heridos? –preguntó- ¿hay alguien más en la casa?


Tanto Reina como Raúl negaron con la cabeza. Manteniendo sus manos alzadas.

- Soy el Sargento Bautista. –seguía apuntándolos- Del ejercito militar Español. O lo que queda de él. Les ordeno que se desnuden por completo. 

- Pero… -dijo Reina asustado.

- Señor, debo asegurarme de que no son una amenaza. Quítense la ropa y den una vuelta de trescientos sesenta grados, muy lentamente. –la luz de una linterna casi les cegó.


Sin saber que pasaba, comenzaron a desnudarse. Un segundo soldado apareció por detrás, informando.

- Señor, planta despejada. –dijo.

- Afirmativo. –contestó sin dejar de apuntarlos- Llama a la base. Dos posibles supervivientes limpios.


Una vez totalmente desnudos, comenzaron a girar sobre sí mismos. Ante la atenta mirada del militar. Después de realizar una vuelta completa, bajó el arma y se descubrió la cara bajándose la braga militar. Era un hombre joven. Aunque con barba de varias semanas. 

- Muchas gracias por su colaboración. –les dijo- Pueden vestirse. Se vienen con nosotros. 

- ¿A dónde? –preguntó Reina.

- Al punto seguro numero ciento cuarenta uno. Aunque mucho me temo, que no queden en pie más de cinco. 


Dejó que se vistieran y les arrebató las mochilas. Sacó todo lo que llevaban dentro. El cuchillo de Reina se lo guardó. El resto lo volvió a meter dentro y la devolvió. Bajaron hasta la calle. A los pocos segundos, un camión militar apareció por la calle. Cuando se detuvo, les obligó a subir por la parte trasera. Vieron que en los asientos, había una pareja de ancianos muy asustados. No rechistaron, y se sentaron al lado. Hicieron varias paradas más. Pero solo se escuchaban los disparos de sus armas. Seguramente matando a quien no fuese un “superviviente limpio”. Finalmente, llegaron al campamento. Reina le dijo a Raúl que ese era el que tenían que vigilar. Pero ya era demasiado tarde. El camión se detuvo ante una doble verja metálica con espinas en su parte más alta. Un soldado, les ordenó bajar. No se habían dado cuenta allí dentro, pero ya era de día y no auguraba buen tiempo. 

- Por aquí. –dijo el soldado acompañándolos.


Caminaron hasta unas casetas prefabricadas, pasando como una especie de laberinto formado por las verjas metálicas. En la primera caseta, parecía que estuviesen en la cola del paro. Una mujer, vestida con una bata blanca, acompañado de otro hombre igual vestido, les atendió. Primero hicieron una ficha a la pareja de ancianos. Les pedían nombres, y si aún conservaban su documento nacional de identidad. Varias preguntas sobre de dónde venían, o alguna enfermedad a destacar y después pasaban a otra estancia. Ahora era el turno de Reina.

- ¿Nombre completo por favor? –preguntó muy amablemente la mujer.

- Aitor Reina. –contestó

- ¿Edad?

- Treinta y uno. 

- ¿Lleva consigo su documento de identidad?

- Lo perdí.

- ¿Ha sido atacado o herido por un infectado?

- No sabía que estaban infectados.

- Por favor, conteste.

- He sido atacado al menos sesenta veces. No he sido herido en ninguna.

- ¿ha estado en contacto directo con alguno?

- No.

- Pase por esa puerta y espere. Siguiente. –dijo la mujer mirando a Raúl.


Reina miró a Raúl y pasó por aquella puerta. Raúl contestó a las mismas preguntas, y de seguido se reunió con Reina en la otra caseta. Parecía la sala de espera del médico. Los ancianos ya habían sido explorados por el otro hombre. El primero en entrar, en este caso fue Raúl. Al entrar, se sorprendió del orden y limpieza de aquel lugar. Algo que echaba de menos desde hacía meses.

- Buenos días Raúl. –dijo el médico leyendo lo escrito por la mujer de la entrada.

- ¿Qué hacías en aquella casa, tan lejos de tu hogar?

- Fuimos atacados por una manada de hostiles. Escapamos y vagamos durante días.

- ¿Hostiles? –preguntó extrañado el médico.

- Así es como llamamos a los… seres que se comen a otros.

- Ah…jajaja… -se rio amistosamente- Me alegro de que te mantuvieras con vida hasta encontrarnos. Ahora, quítate la parte de arriba. Voy a tomar una muestra de sangre y comprobar que estas limpio.


Nuevamente tenía que desvestirse. El médico, de una taquilla transparente sacó varios tubos de ensayo y una jeringuilla. Le puso una tira de plástico flexible en el brazo y enseguida le sacó sangre. La introdujo en uno de los tubos, y lo mezcló con otra sustancia que desconocía. Lo removió hasta que el color rojo de la sangre se mantuvo.

- Prefecto. –dijo sonriente- bienvenido al ciento cuarenta y uno. Puedes vestirte. 

- ¿No estoy infectado?

- Tranquilo. Aquí no tendrás opción de infectarte. Cuando salgas, te estarán esperando para acompañarte.

- ¿A dónde?

- A tu nuevo hogar. Pero eso se lo dejo al jefe.


Al salir, había un soldado. Le cogió del brazo, y salieron de aquella caseta. Caminaron por el exterior hasta una tienda de grandes dimensiones. Observó aquel lugar. Había barracones portátiles por todo el recinto. Pudo distinguir un apartado con varios animales y un invernadero. La gente andaba de un lado para otro. Algunos limpiaban unos caballos. Otros se empeñaban en arreglar, cual fuera su avería, unos coches. Varias mujeres, daban clase de matemáticas en un aula improvisada, a una veintena de niños. Al llegar al barracón grande, un soldado que custodiaba la entrada, se apartó. Entraron y la estancia era más grande de lo que pudiera parecer desde fuera. A su derecha había una serie de ordenadores. A su izquierda una cama grande, con las sabanas bien colocadas y una mesa con libros, una lámpara y una botella de coñac. Al fondo un gran escritorio, con un hombre vestido de militar, pero más elegante que el resto de soldados de fuera. El pelo lo tenía engominado hacia atrás. La barba bien recortada. Lo que más le impresionó fue sus grandes ojos que lo miraban fijamente. 

- Señor, aquí le presento a Raúl Sauras. –dijo el soldado poniéndose firme.

- Gracias, soldado. Puede retirarse. –su voz era grave, pero de poco volumen. 


Cuando el soldado abandonó el lugar, le insistió a Raúl de que tomase asiento.

- Bienvenido Raúl. –dijo el hombre- Mí nombre es Pablo Figueroa. General de mayor rango de la ciento cuarenta y uno. Al desaparecer, o no tener mayor conocimiento de su paradero, y me refiero al Gobierno o Jefe de Estado, ahora soy yo el máximo mandatario del lugar. Espero que entiendas los protocolos de actuación. Como sabrás, hace exactamente sesenta y ocho días, el planeta entero ha sido devastado por un agente patológico extremo. Esto ha provocado accidente aéreos, de trafico… etc. Las personas contaminadas presentaban rasgos violentos y hasta caníbales. Muy parecido a la rabia. El solo hecho de mantener un contacto entre fluidos con uno de estos contaminados, automáticamente estás contaminado. Desgraciadamente, la población no era consciente de la gravedad. Por tanto, solo unos pocos afortunados quedaron libres de esa atrocidad. Como habrás comprobado, casi la totalidad de la población mundial está muerta o infectada. Nosotros aquí, tratamos de rescatar a quien no lo esté. En este recinto, disponemos de un centenar de soldados armados y entrenados para proteger el lugar. Dicho esto, quisiera contar con tu entera colaboración en el buen funcionamiento de la comunidad. Te asignaremos una cama y una taquilla. Tu supervisor evaluará tus aptitudes, y conforme a ello, te asignará tu ocupación. ¿alguna pregunta?

- ¿Qué pasará con mi amigo?

- Lo mismo que a ti. 

- Me gustaría verlo.

- Tu apellido es Sauras, ¿cierto? –preguntó levantándose.

- Si. ¿Por qué?

- ¿Dónde has dejado a tu hermana? –preguntó, cortando la respiración de Raúl.


No entendía como podía saber de la existencia de su hermana. En la entrevista inicial, había contado que toda su familia había muerto a manos de los infectados. Pero estaba claro, que aquel hombre conocía más cosas de las que Raúl imaginaba.

- Ya dije a la entrada que toda mi familia murió en un ataque de hostiles. –mintió de nuevo.

- Raúl…-dijo calmado-… solo te pido que no me mientas. 

- Le juro...

- No. No. no. no. –se le notaba decepcionado- Quizá tengo que convencerte de otra manera. Acompáñame. 


Aquello no le gustaba lo mas mínimo. Siguió al hombre a través de los barracones, hasta uno de color blanco. Era el único de ese color. Se asustó más, cuando vio una placa amarilla con una inscripción que decía: Peligro de contaminación. Los dos soldados al ver llegar a su General, se pusieron firmes. Cuando se apartaron, pasaron a través de unas cortinas de plástico. En el interior había seis estancias individuales. Aisladas. Un hombre, que escribía algo en un papel puesto en una carpeta, les interrumpió el paso.

- ¿Qué hay Figueroa? –preguntó el hombre.

- Traigo una visita para el señor Roberto Sauras. –dijo ante la perplejidad de Raúl.


1 comentario:

Unknown dijo...

No sé si es por los comentarios de Reina, pero no me fío del ‘punto seguro’... menudo cliffhanger, Roberto está bien???