viernes, 23 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 14.

Capítulo 14.


No se podía creer que su padre siguiera vivo. Sin embargo, algo no iba bien si lo tenían metido en una de esas habitaciones con tanta seguridad. El encargado de lugar, observó detenidamente a Raúl. Que temblaba. 

- ¿Quién es? –preguntó.

- Su hijo mayor. –contestó Figueroa.

- ¿está mi padre aquí? –preguntó impaciente.

- Así es. –dijo el de la bata.

- Raúl, -decía Figueroa- cuando mis hombres hacían una ronda de reconocimiento, se toparon con un grupo numeroso de infectados. Rodeaban un bar. Dentro se encontraba tu padre y otros cuatro hombres. Cuando despejaron la zona, lo encontraron en muy malas condiciones. Los cinco individuos estaban infectados. Incluido tu padre. Presentaba una herida en la pierna derecha. Aquí, el Doctor Manzaneque, solicitó permiso para investigarlos. Tu padre accedió. Tan solo tu padre, y otro hombre aún sobreviven gracias a los cuidados del Doctor. Te dejaremos verlo. Pero debo advertirte, que su aspecto ha desmejorado considerablemente. 


Comenzaron a caerle las lágrimas, hasta que no pudo contener un llanto sonoro. Se tapó la cara.

- Quizá deberían volver más tarde. –propuso el Doctor.

- No. Quiero verlo ahora. –dijo Raúl.

- Muy bien. Vamos. –dijo Figueroa.


Su padre estaba en la habitación del medio. De las situadas a la izquierda. Resopló varias veces, conteniendo su temor a lo que podría encontrarse. El Doctor, desabrochó una cremallera que recorría toda la puerta de plástico. Encontró a su padre tumbado en una cama. Tenía puesto varios cables y tubos por el cuerpo. Varias bolsas de algún contenido viscoso, se introducía a través de una vía en su cuerpo. Roberto se incorporó. Efectivamente, su aspecto no era como lo esperaba Raúl. Estaba tan delgado que casi no le reconoció. Al ver a su hijo, no pudo contener un grito ahogado. 

- Papá…-dijo Raúl llorando de nuevo.

- Hijo mío…-dijo en un susurro difícil de escuchar.

- Os dejamos solos. Tenéis cinco minutos. Tienes prohibido el contacto físico. ¿lo has entendido? –dijo el doctor muy firme.


Tanto Figueroa como Manzaneque, salieron, cerrando de nuevo la cremallera. Raúl se mantuvo de pie, inmóvil, observando la desgraciada degradación de su padre. 

- Raúl…-decía Roberto-… ¿estás bien? ¿ha venido también Rebeca?

- No papá… -decía asustado-… Rebeca no está aquí.

- No me digas que… -comenzó a llorar levemente.

- Ella está viva. Pero no está aquí. ¿Qué te ha pasado? –preguntó temeroso.

- ¿Dónde está tu hermana? –preguntó de nuevo.

- Tranquilo, está en buenas manos.

- Anda, acércate.

- Me han dicho que no puedo…-dijo apenado.

- Que les den. Quiero darte un abrazo.


Algo temeroso, y mirando hacia afuera, se acercó a su padre. Se colocó al lado de la cama. Ambos se fundieron en un abrazo.

- Te quiero mucho, hijo mío. –dijo Roberto apretándole aún más fuerte.

- Yo también papá…-no esperaba esa fuerza por parte de su padre.

- Prométeme una cosa…que cuidarás de tu hermana. Pase lo que pase. –le decía al oído.


Raúl notó a su padre muy extraño. Se separó un poco de él, y vio que sus ojos habían cambiado. El color marrón habitual, pasaba a clarearse. Roberto le apretaba el brazo, y balbuceaba algo. No entendía que le pasaba. Figueroa y el Doctor, que hablaban desde fuera, cuando vieron lo que ocurría dentro, enseguida abrieron la cremallera.

- ¡Apártate! –le apuntaba con un arma- ¡Fuera!

- ¿Pero qué pasa? –preguntó Raúl asustado.

- ¡Que te apartes! –gritó el doctor.


De pronto, Roberto se abalanzó contra Raúl. Sin embargo, un dardo tranquilizador, puso fin a lo que podía haber sido una tragedia. Figueroa agarró a Raúl por el cuello y lo obligó a salir. El doctor, puso de nuevo en su sitio a Roberto y también salió.

- ¿Pero qué ha pasado? –preguntaba Raúl asustado.

- Te dije explícitamente, que no estaba permitido el contacto físico. –le regañó el Doctor.

- Raúl…-dijo Figueroa aún más calmado-… gracias al suero preparado por el doctor, logramos contener a tu padre. Pero el virus recorre sus venas. Cuando deja de hacer efecto el suero, se convierte. Si te soy sincero, no le queda mucho tiempo a tu padre. Por eso he dejado que os despidáis. 


Aquello le cayó como un jarro de agua helada por la cabeza. Se sentía mareado. Tuvo que apoyarse en Figueroa para no caerse al suelo. Notó, que el doctor le inyectaba algo y quedó completamente dormido. 

Al despertar, se encontraba en otro barracón. Era bastante grande. Con literas a ambos lados. Al menos veinte en cada uno. Intentó levantarse, pero estaba esposado a un barrote. Le dolía mucho la cabeza. 

- ¿hola? –gritó- ¿hay alguien?


Al momento, un soldado apareció por la puerta. Caminó hacia él, y le examinó desde la distancia. De un bolsillo, sacó un manojo de llaves. Con una de ellas, lo liberó de las esposas.

- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿y mi padre? –preguntaba al soldado que lo miraba con compasión.

- Tranquilo. –dijo ofreciéndole un vaso de agua y una pastilla- Toma, te ayudará con el dolor de cabeza. 

- ¿Pero dónde estoy? 

- Después de tu visita, te sentiste mal. Esta es tu litera. –del manojo de llaves, sacó dos y se las ofreció- Está llave es de tu taquilla. Te he guardado tus cosas. Esta otra es de las esposas. La norma dice que cuando te vayas a dormir, debes esposarte tú mismo. Te aconsejo que dejes la llave cerca de ti si hay una emergencia.

- No lo entiendo…

- Mientras dormimos, corremos el riesgo de morir. Si mueres, te conviertes en uno… si te conviertes, atacarás a las personas que tengas alrededor. Para evitar eso, todos estamos obligados a dormir esposados. El que lo incumpla, pasará dos días y dos noches a la sombra. ¿lo entiendes?

- Si. Lo entiendo.

- Me presento: Soy tu supervisor. Puedes llamarme Patri. –Raúl le miró extrañado- De Patricio. Puedes echárselo en cara mis padres si quieres. Son casi las ocho. Tu primera ración es gratis. Mañana por la mañana, veremos en qué puedes trabajar. Ahora descansa.

- Gracias…-dijo pensando en su padre.

- Gracias a ti, por pertenecer a esta comunidad. –decía como si fuese un discurso ensayado.


En una mesita entre dos literas, había dejado una bandeja metálica de comedor. En uno de los huecos había una especie de sopa con verduras. En otro un trozo de pan en una bolsita de plástico. Una cuchara de plástico y una botella de agua de tan solo 20 mililitros. Cuando probó la sopa, comprobó que estaba caliente. La devoró como si llevase media vida sin comer. El trozo de pan, terminó por mojarlo en los restos de la sopa. Para cuando terminó, Reina entró en el barracón. 

- Al fin…-se acercó-… ¿cómo te encuentras?

- Me duele mucho la cabeza. –contestó masajeándose la sien- He visto a mi padre.

- ¿De verdad? –dijo sorprendido- Cuando no te vi todo este tiempo, pensé que te estaban haciendo más pruebas o preguntas.

- Está infectado. Creo que están experimentando con él. En un barracón blanco con letras amarillas.

- Vaya… lo siento. –se sentó a su lado- ¿Qué piensas hacer?

- No lo sé…este lugar no parece tan malo. Pero sigo sin fiarme. 

- Pienso igual. 

- No me gusta la idea de dejar aquí a mi padre. Pero no tiene solución. Además, está Rebeca y Mónica. No quiero traerlas aquí. He hablado con el que manda aquí. Me ha insistido mucho en que le diga dónde está mi hermana. 

- He hablado con algunos por aquí. Casi nadie está contento al cien por cien. Si. Tienen la seguridad de que no van a ser atacados por hostiles. Pero lo compensan con la falta de libertad. Además, por lo visto, se trabaja mucho para las ridículas raciones de comida. –contaba Reina con desesperación.

- Por lo que se, ya no hay más autoridad que los pocos militares que queden en pie. El resto del mundo es la anarquía total. Ahora… debemos elegir. ¿la seguridad sin libertad? ¿libertad sin seguridad?

- ¿Quién te asegura que este sitio no caiga? –se levantó para dejar que lo pensase- Nos vemos luego.


Reina salió, dejándolo solo en aquel barracón. Por un momento, pensó en quedarse tumbado y dejar que todo siguiera su curso. Pero decidió salir. Aun había gente con sus labores. Vio, a lo lejos, a Reina hablando con un grupo de jóvenes. Supuso, que sacándoles información. El perímetro del campamento era extenso, pero cada diez metros pegados a la verja, había un soldado armado vigilando el exterior. Si se acercaba un hostil, con un solo disparo certero en la cabeza lo mataban. Cada poco, salía un grupo asignado, que recogía esos cuerpos y los llevaba a una fosa común. Cuando estaba llena, los prendían fuego. Los grandes y potentes focos, que iluminaban el campamento, se apagaron. Tan solo un par de ellas quedaron encendidas. Lo suficiente para poder tener un control de la zona iluminada. Al parecer, eso era la señal de que todo el mundo, finalizaba su jornada laboral. La gran mayoría se dirigía a sus literas. Tan solo unos pocos, junto a unos soldados, se sentaban en una mesa de picnic a jugar a las cartas y beber whisky. Raúl, dio por finalizada su exploración del lugar. Cuando llegó a su barracón, en la litera superior, se encontraba un niño. Vio que se había esposado el solo y la llave reposaba encima de la almohada. El niño, de no más de seis años, le sonrió y cerró los ojos con fuerza para provocar su sueño. Le provocó cierta ternura. En la litera de al lado, se encontraban sus padres. 

- Bienvenido, -dijo el padre- Soy Santiago.

- Raúl, -le tendió la mano.

- Ella es mi mujer Claudia, y mi hijo –le señaló el niño que dormía encima de su litera- Hugo.

- Encantado. –contestó Raúl.

- ¿Tienes familia? –preguntó la madre.

- Si. Pero no están aquí. 

- Ah. Supongo que ya les habrás dicho dónde están para que puedan rescatarlos.

- Claro. –mintió.

- Ya verás que aquí todo va a ir bien. –dijo Santiago.


Observó como todos y cada uno se esposaba a su litera. Por lo que él, no tuvo más remedio que imitar el gesto. Además, recordó las palabras de su supervisor, sobre el incumplimiento de la norma. Reina apareció mucho más tarde. Le habían asignado una litera, quince puestos más atrás. Antes de irse a su cama, habló con él.

- Creo que he encontrado la forma de salir de aquí. Mañana ya lo hablaremos con más tranquilidad. Además, me he enterado de que a los dos nos van a asignar como lavaplatos. –susurraba.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Desde luego, nada en el capítulo te da tranquilidad, al contrario transmite una necesidad urgente de huir. Al menos se pudo despedir de su padre... por lo visto la infección es tratable, algo nuevo y diferente. Gracias

Unknown dijo...

Reina no para, en un apocalípsis lo quiero en mi equipo. También es de entender que haya gente que si quiera estar en un sitio así, seguro aunque tengan que prescindir de su libertad.