martes, 27 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 16.

Capítulo 16.


Desde la penumbra, intuyeron como el cocinero se levantaba. Se mantuvo de pie, quieto, por varios segundos. Debió escuchar algo y avanzó hacia afuera. Pasando por la cortina que hacía las veces de puerta. Ambos respiraron aliviados, de que no se percatara de su presencia. Ahora debían esperar que montara el caos, para que su zona estuviese libre de vigías. Pasaron por debajo de la lona. Advirtieron que había dos soldados en su puesto. Avanzaron hasta un barracón contiguo, donde no podían ser vistos desde la verja. Como era de esperar, comenzaron los gritos. Eran de unos hombres. Al menos uno de ellos, fue atacado por cocinero. Algo con lo que no contaban, era que los focos se encendieron. Iluminaban la parte por la que iba el cocinero. Se unieron más voces y gritos. Los dos soldados, abandonaron su puesto, dejándoles vía libre. Como habían planeado, Reina colocó su chaqueta arriba de la verja. Se colocó en posición para que Raúl corriese hacia él. El impulso fue tan grande, que casi no tuvo que tocar la verja. Sin embargo, la caída por el otro lado fue más aparatosa de lo que esperaba. No había terminado de levantarse, cuando Reina saltó la verja con tanta agilidad, que le dio tiempo de recoger en pleno vuelo su chaqueta. Ayudó a Raúl a levantarse, y acto seguido lo elevó. En esta ocasión, no llegó hasta arriba del todo, y tuvo que apoyarse en su chaqueta para no quedar atrapado en la maraña de púas. Aun así, se hizo varias heridas en la pierna y manos. Los gritos, y en esta ocasión, también disparos, le escuchaban cada vez más cerca. Reina saltó la verja, pero él también se hirió en una de sus manos. Comenzaron a correr en línea recta. La luna, era su única fuente de luz. De pronto, Reina se golpeó con algo. O mejor dicho, con alguien. Era una hostil que vagaba por allí. Ambos dieron varias vueltas por el suelo. No se entretuvo en matarlo. Se levantó y continúo corriendo. A medida que avanzaban, se encontraban con más hostiles. Más numerosos. Hasta que se toparon con una gran muralla de espectros que avanzaba contra el campamento.

- Mierda. –dijo Reina asustado.

- Son muchos –abrió la boca de par en par.

- Vayamos por ahí –le señaló hacia su derecha.

- Reina, no podemos dejar que lleguen. Debemos avisarlos. Hay niños…

- Me da igual. Solo quiero salvar mi culo. 


Avanzaban hacia ellos. Pero Raúl no seguía a Reina que se disponía a escapar por otro lado. Por más que Reina le gritaba que se fuera, Raúl, decidió retroceder. El solo hecho de pensar que si todos esos hostiles lograban tirar la verja, habría una carnicería. Entonces, dejó que Reina se marchase. El, volvió, pero hacia la puerta de entrada. Antes de llegar, alguien le disparó. No iba a matar. Más bien para avisar. 

- Escuchad, -les gritó- por ahí viene una horda. Tenéis que…


Pero notó que alguien le agarraba por detrás. Haciéndolo avanzar hacia la puerta. Cuando se giró, vio que era Patri. 

- ¿Se puede saber que cojones haces? ¿Dónde está tú amigo? –le agarró del cuello.

- Joder…-decía tratando de soltarse-… vengo a avisaros de que lo que viene no es bueno. 


Abrieron la verja. En la misma entrada estaba el General. Que al verlo, le invadió una furia fuera de lo común. Este ordenó, que los focos girasen e iluminasen la dirección que les dijo Raúl. Al ser de noche, no parecían tantos, pero a la luz de los potentes focos, mostró un mar de hostiles a escasos veinte metros del campamento. Todos los efectivos, fueron hasta el lugar. Disparaban sus armas automáticas. Caían como moscas. Pero no era suficiente. Un vehículo militar, con una enorme arma en su parte trasera, apareció. Un soldado se subió, y otro llegó con unas grandes cajas con munición. Comenzó a disparar contra ellos. Al principio parecía que acabaría enseguida. Sin embargo, no paraban de llegar. Les habían ganado terreno. Tan solo estaban ya a tres metros de la verja. La longitud de la horda era inmensa, y no eran capaces de detenerlos. Raúl, trató de zafarse de su opresor. Pero fue inútil Lo agarraba con tanta fuerza, que tan solo conseguía hacerse más daño. Los hostiles ya se agarraban a la verja. El General, ordenó, recluirse. Seguían disparándolos, aunque eso hacía que se amontonasen, y la primera verja empezaba a ceder. La gran mayoría de los civiles, estaba despierto y fuera de sus barracones. Como era de esperar, trataban de huir por el lado contrario. Pero los soldados trataban de impedirlo a base de balazos. Raúl, golpeó en la cara de Patri con su cabeza, y logró soltarse. Corrió hacia el barracón donde estaba su padre. Ahora sin vigilancia. Tan solo el doctor, que al verlo trató de impedirle el paso. 

- Apártate –le ordenó Raúl lleno de furia.

- No te lo aconsejo hijo. –dijo un calmado doctor.

- No se imagina las cosas que he vivido estos meses. Ni de lo que soy capaz. –le amenazó cogiendo un bisturí de una mesita cercana.

- Hijo, no pienso poner mi vida en peligro. Eso te lo aseguro. Solo te advierto que tu padre ya no está…

- ¿Ha muerto? –preguntó con miedo.

- Prácticamente. –se apartó.


Raúl, sin apartar la mirada del doctor, se acercó a la cama de su padre. Desde la minúscula ventana, pudo ver el medio cadáver de su padre. La enfermedad se lo había comido casi por completo, haciendo que por la extrema delgadez se notara sus huesos en la flácida piel. Aun así, entró. Si respiraba no lo notaba. 

- Papá…-le llamó pero no se movió-… sé que estas muy mal. Aquí las cosas se van poner feas. Así que lo mismo es la última vez que te veo. Tan solo quería decirte que te quiero. Has sido un padre genial. Me hubiera gustado contarte que Mónica y yo… bueno… somos novios. O algo así. Siempre pensaste que mi novia era Eli. Me acuerdo cuando despedimos a mamá en el aeropuerto. Gracias por llevarme a ver las luces y todo eso. –empezó a llorar-… papá… no quiero que mueras… te juro que cuidaré de Rebeca. Ahora tu solo descansa y vete con la paz que necesitas. 


Le clavó el bisturí en la sien, entre sollozos. La máquina que tenía al lado comenzó a pitar estrepitosamente. El doctor entró llevándose las manos a la cabeza. Afuera, se seguían escuchando los gritos y los disparos de los soldados. 

- Tenía que hacerlo…-dijo soltando el bisturí.

- Te entiendo…-dijo el doctor.

- Arrestarlo –dijo la voz del General acompañado de dos soldados.


Los dos soldados se llevaban a un abatido Raúl. Que veía como los hostiles estaban a punto de entrar. Por el lado contrario, varios civiles habían logrado tirar la verja y huían. Ya no los disparaban. Se centraban en la horda. Le llevaron hasta una de las casetas prefabricadas. Lo encerraron en una habitación. No había nada en ella. Ni ventanas. Solo la puerta con un enorme cerrojo que se abría desde fuera. Se quedó allí sentado, a oscuras, escuchando como la gente de fuera lo pasaba mal. No supo cuando se quedó dormido. Al despertar, solo había silencio. No sabía si era de día o de noche. Se tumbó en el suelo, apoyando la cabeza en uno de sus brazos. Tratando de escuchar algo. De nuevo se durmió. Pero esta vez fue forzado. Quería evadirse de todo aquello. Aunque sus pensamientos, siempre le mostraban aquel chaval que dormía encima de su litera. ¿Habría logrado salvarse? O aquellos chiquillos que por la mañana se sentaban a escuchar las lecciones de las maestras. Él sabía perfectamente, que había obrado bien en avisarles, aunque fuera por unos minutos de antelación. Rezó porque Reina llegara sano y salvo a casa de Ramón. Quizá, si les explicaba lo sucedido, vendrían a buscarlo. Aunque el solo pensamiento de que el General los atrapase le daban escalofríos. No entendía por qué. Tampoco era tan malo. Solo pretendía mantener a salvo a la gente. Sus tripas rugieron. Los labios empezaban a agrietarse. Sentía la necesidad de comer y beber. Le vino el recuerdo de aquella hamburguesa que se comió en Madrid. Por alguna extraña razón, pagaría un millón por comerse una de esas. Fue un error pensar en ello. Ahora le dolía más el estómago. Seguía sin escuchar nada. ¿Y si le habían abandonado allí? ¿Habrían muerto todos? De ser así, podría estar plagado de hostiles. Pero eso que más da. Ni siquiera podría salir de allí. Escuchó algo por fin. Era lluvia. Estaba lloviendo. Y cada vez más fuerte. Golpeaba en el techo con tanta fuerza que pensó que se caería por el peso del agua. Pero resistía. Encima, ahora tenía frio. La chaqueta se había quedado en la verja. Tan solo estaba con un simple jersey de lana y una camiseta debajo. No era suficiente. Si al menos pudiera ver algo, lo agradecería. Un trueno le sacó de su letargo temporal. Sonó tan cerca, que notó un ligero pitido en sus oídos. Otro trueno sonó, pero más alejado. La lluvia caía más fuerte. Notaba la humedad, incluso ahí encerrado. Aunque el olor a mojado le reportó cierta calma. Intentó llevar una cuenta del tiempo, pero fue un trabajo improductivo. Incluso cuando algo o alguien se golpeó contra una de las paredes de la caseta. Fue un solo golpe y leve. No volvió a escucharse. Posiblemente un hostil despistado. Eso le podía dar una idea de lo que sucedía fuera. Era solo eso. Una idea. 

Comenzaba a perder la esperanza de que alguien de fuera siguiera vivo. En todo ese tiempo no se escuchó ni un solo disparo ni una voz dando órdenes. El miedo a morir por inanición le embargaba. Incluso comenzó a sentir que le faltaba el aire. Por la rendija de debajo de la puerta, entraba algo de luz. Se acercó y notó que entraba una leve brisa. Su tumbó dejando su cara lo más cerca de la rendija para tomar aire. Respiraba profundamente. Escuchó como unos pasos se acercaban. Pero eran extraños. Como si arrastrase los pies. Eran de un hostil. O de dos. No lo sabía. También escuchó unos pasos rápidos, y el desplomarse los cuerpos. Alguien los había matado. El cerrojo se movió y la puerta se abrió. La luz que entró en ese momento le cegó y no pudo ver quien era. 

- Levanta –escuchó la voz de Figueroa.


Notó como le ayudaba a ponerse de pie, mientras se clareaba su visión. Estaba completamente empapado de agua. De pronto, sus piernas fallaron y cayó de rodillas. Otros brazos, le levantaron. Pasando su mano por el hombro de aquel hombre. Trataba de andar, pero eran más rápidos y casi lo llevaban en volandas. Al salir al exterior, la lluvia lo abrazó. Agradeciendo, abrió la boca para dejar que entraran las gotas en su interior. Pudo ver una imagen que nunca olvidará. Montones de cadáveres tirados por el campamento. Incluso, algún que otro hostil que aún quedaba en pie, abatido a cuchillazos por alguien. No supo si un soldado o civil. Entraron en un barracón de literas. Había más gente. Niños y adultos. Lo sentaron en una.

- Toma –le ofreció una cantimplora- estarás sediento.


Se bebió casi todo el contenido de un trago largo. Una mujer, se acercó. De una mochila sacó un trozo de pan que le ofreció. Estaba desorientado. Todos le miraban. Incluso Figueroa, que tenía un aspecto demencial.

- Gracias a ti, estas personas están vivas. No creas que he pasado por alto tu deserción. Por ello has pasado una noche a la sombra. –le decía Figueroa- Sin embargo, ese hecho, ha provocado que descubrieses lo que se avecinaba.

- Lo siento mucho…-logró decir.

- Ahora descansa. Ordenaré que te traigan algo de ropa seca y algo de comer más contundente. Nos espera un duro trabajo. –se fue dejándolo allí con toda esa gente asustada.


La misma mujer de antes, le ayudó a cambiarse de ropa. Otro hombre, vestido de cocinero, al igual que el hombre gordo, vino con una bandeja. En ella había un suculento filete recién hecho, y puré de patatas. Seguramente procesado, pero le daba igual. Lo comió con ganas. Se encontraba mejor. Le había dicho Figueroa que descansase, pero quería hablar con él. Así que salió del barracón y corrió hasta su tienda. Cuando entró Figueroa le miró sorprendido.

- ¿No te había dicho que descansases? –preguntó enfadado.

- Yo solo… quería pedirle perdón… -dijo con la cabeza baja.

- Ven, siéntate. –pasó su silla delante del escritorio y se puso frente a el- Me recuerdas mucho a mi hijo.

- ¿Se infectó? –preguntó Raúl sorprendido de que le hablase así.

- No. Él ha tenido la suerte de no vivir este infierno. Hace dos años, mientras estaba en Marruecos, mi mujer tuvo un accidente. Ella murió al instante. Pero mi hijo, pudo salir de su asiento para ayudar a su hermano pequeño. Iba en la parte de atrás. Gracias a su imprudencia, logró salvar a mi pequeño. Tres días después, debido al traumatismo, falleció. 

- Lo siento mucho. –lo dijo de verdad.

- Por eso te pareces mucho a él. Eres imprudente. Pero eso ha hecho que salves a un centenar de vidas. Podías haber huido con tu amigo. Pero no. Decidiste volver y avisar. Puede que me veas como el malo de la película. Pero créeme. Mi intención es protegeros. 

- ¿Qué va hacer conmigo?

- No voy hacer nada que te perjudique. Si decides marcharte, adelante. Pero serias de gran utilidad. Al igual que a los que proteges. Ahora mismo no sabes si están vivos o muertos. Nosotros podríamos ayudarlos. Tenemos que ayudarnos entre nosotros. Crear esto desde cero. Sé que no va a ser fácil. Esta noche ha sido la primera vez que nos vemos en un aprieto tan grande. Y sé que no será la última. Pero debemos aprender de nuestros errores.

- A dos días. 

- ¿Cómo?

- Caminando son dos días. Una cabaña de madera. En dirección a Fermoselle. 

- ¿Ves? Es un comienzo. Si te parece bien, podrás acompañar al equipo. 

- Si. Me gustaría ir. 


2 comentarios:

Unknown dijo...

Uff... me alegro que los haya ayudado, pero no tengo claro que darse por vencido y decir dnd están los demás sea buena idea... aunque quizás ya no estén... 4 dias en el Apocalipsis son una eternidad...

Unknown dijo...

Lo de avisarlos, si hubiesen estado a varios kilómetros y los avisa, lo entiendo, pero estando tan cerca, los guardias los hubiesen visto igualmente.