lunes, 13 de agosto de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 28.


Capítulo 28.

 

La nieve volvía a cubrirlo todo. Aquel frio no hacía más que recordarle aquel día que fueron a Madrid. Maldijo ese día. Para el, fue el comienzo de todo. Ya había pasado una semana desde que le ocurriese el incidente con Vergara. Por suerte, parecía recuperarse. Así que, el resto de personas, comenzaban a sentirse más cómodos con su presencia. Los suministros escaseaban. A pesar el mal tiempo, todos los días salía un grupo en busca de lo que fuera. Pero aquel lugar estaba tan alejado de todo, que no encontraron nada cerca. Temían alejarse aún más y ser descubiertos por los soldados del campamento. Aun debían permanecer escondidos un tiempo, para dejar que el Doctor Manzaneque se olvidara de ellos. Raúl se encontraba en lo alto de una de las terrazas, donde podían ver perfectamente lo que ocurría en el exterior. Llevaba puesto un abultado abrigo de plumas, que para nada era de su talla. Si la nieve volvía a caer, tenían puesto unas tablas a modo de tejado. Con unos prismáticos, observaba el blanco horizonte. Tan solo se pudo entretener, siguiendo con la mirada a un hostil que vagaba a lo lejos, detrás de una manada de perros. Algunos le ladraban y salían corriendo de nuevo. En ningún momento, logró agarrar a ninguno de ellos. Como si los caninos, supieran que no podían permitirse el lujo de ser acariciados por sus podridas mandíbulas. Dejó caer sobre sus pies los prismáticos, cuando lo perdió de vista tras unos árboles. Aquel hostil no suponía un peligro dada la distancia.

-          ¿Aún no vuelven? –le sorprendió Eli llegando desde atrás.

-          No. Tan solo un hostil tratando de alcanzar a unos perros. –contestó a su amiga.

-          Toma, te he traigo la última lata de maíz. –se la tendió.

-          Muchas gracias. –dijo mientras se lo comía de dos en dos, como si fuera una bolsa de frutos secos.

-          ¿Cómo te encuentras? –preguntó arqueando las cejas.

-          Bien. Creo que bien. No he vuelto a sentir eso otra vez.

-          Me alegro. Aunque… me refiero a lo tuyo con Mónica.

-          ¿Por qué lo preguntas? –dijo extrañado.

-          Desde hace unos días no os veo muy unidos.

-          No pasa nada. Creo que me encuentro mejor si estoy solo. Nada más… -dijo casi en un susurro.

-          ¿Te acuerdas cuando nos sentábamos en la colina de los botellones y charlábamos?

-          Si. Parece una eternidad. A veces Héctor se enfadaba… -esbozó una sonrisa melancólica.

-          A mí me encantaba… eras más abierto.

-          No vivíamos entre muertos que caminan. –gruñó.

-          No hace falta que seas grosero conmigo. Solo trato…

-          Se lo que intentas Eli. Y te lo agradezco. Pero estos últimos meses… son como una pesadilla. No sé qué hacer. Cada decisión que he tomado… las cosas que hemos hecho… solo tienes que fijarte en nuestro amigo.

-          ¿Qué le pasa?

-          ¿Qué le pasa? ¿De verdad no lo ves? Parece que disfruta con todo esto. He visto como lucha. Como dispara. Se pasa el día entrenando con Patri y Sharpay. Antes de todo esto, se pasaba el día jugando a la consola. O con nosotros de botellón. No teníamos más preocupaciones que ir a clase, mandarnos mensajitos por el móvil, procurar que nuestros padres no nos pillasen borrachos…

-          Todo eso pertenece al pasado. Estamos ante una situación difícil, y entre millones de personas, hemos sobrevivido. Esto debe ser una señal. Yo también he visto como se convertían mis padres. Si no llega a ser por tu cabezonería, yo no estaría aquí. Vinisteis a buscarme. Héctor, solo hace lo que cree que es mejor para sobrevivir. Igual que los demás. ¿Y que, si ha descubierto que se le da bien luchar? Mejor para él y todos nosotros.

 

Hubo unos minutos de silencio. Ninguno se atrevía a romper ese silencio. Raúl sabía con certeza, que su amiga tenía toda la razón. Pero le costaba asimilar todo. Desde que volviera al campamento militar, sentía que había fallado. Volvió a mirar por los prismáticos. Oteó el horizonte. En esta ocasión, hubo algo diferente. Un rayo se iluminó a lo lejos. El cielo estaba grisáceo, y segundos después retumbó el trueno. Seguía sin ver al equipo que había salido de expedición. No sabía en qué dirección habían ido, pero tenía claro que cuando volviesen aparecerían por el camino pedregoso y lleno de curvas. Aquella tormenta que veía, no se dirigía hacia allí, pero estaba seguro que pronto llegaría otra. Se preguntaba porque el tiempo había cambiado tanto desde el principio, y porque era tan irregular. Calculó que debía ser marzo o abril. Aunque las semanas que estuvo inconsciente parecían haber sido borradas de su mente. Era habitual que en esa época, aun hubiese lluvias abundantes. Sin embargo, sin previo aviso, después de una tormenta de lluvia daba paso a un calor sofocante. Otras veces, nevaba sin cesar llegando a alcanzar un metro de altura. Todo esto le superaba. Sabía que al resto también.

La tarde pasaba sin mayores problemas. Eli, bajó un par de veces al salón donde se reunían, pero enseguida volvía a subir. Sin saber porque, y a pesar de no entablar ninguna conversación, agradecía su compañía. ¿Acaso no prefería la compañía de Mónica? Fuera lo que fuese, estar allí con ella le hacía sentir mejor. Por el patio central, alrededor de la fuente seca, Rebeca y Hugo jugaban con la nieve y trataban de hacer un muñeco de nieve. Siempre con la atenta mirada de Mónica. Que en ocasiones, miraba con disimulo hacia él. Ramón, era el único que no había salido de expedición. De vez en cuando, salía a un rincón del patio con troncos de madera que había tirados por el suelo, y los cortaba en trozos pequeños. Después volvía al salón, y no salía de nuevo si no era para cortar más madera.

Siendo casi de noche, las tripas le rugían de hambre. Pero era conocedor de la escasa comida que les quedaba y prefirió callárselo. No obstante, el ruido del camión se escuchaba a lo lejos. Ambos amigos se pusieron en pie para tratar de mirar y tener la certeza de que eran sus compañeros. Lo cierto es que si lo eran. Pero les sorprendió con la excesiva velocidad a que se acercaban. No les dio tiempo a bajar para abrir los grandes portones, cuando les pitaban y les insistían en que les dejasen pasar a toda prisa. Cuando Raúl y Ramón, que ya estaba allí, abrieron los portones, se asustaron al ver la cara de Pablo. Que era el que conducía el camión. Dio un fuerte acelerón, y tuvieron que retirarse rápidamente para no ser atropellados. Cerraron los portones de nuevo, y al girarse vieron como Vergara y Héctor sostenían a Patri con la cara ensangrentada y con el brazo izquierdo en cabestrillo.

-          ¿Qué ha pasado? –preguntó Ramón sin dejar de mirar la cara de Patri.

-          Nos atacaron. –refunfuñó Vergara que tiraba de Patri y Héctor a la vez.

 

Lo llevaron hasta una de las habitaciones y lo tumbaron. Raúl se percató que faltaba gente.

-          Pablo, -dijo Raúl algo apartado- ¿Dónde están el resto?

-          Mejías… no volverá… -se secaba el sudor de la frente con la manga de la chaqueta-… a Reina y su hermana, los perdimos. Pero creo que lograron esconderse.

-          Joder… ¿Qué ha pasado? –preguntó Ramón enfurecido.

-          Llegamos casi hasta Valladolid. En alguna ciudad que no recuerdo, vaciamos muchos coches para llenar nuestro depósito. Solo era la entrada… joder… no debíamos haber seguido… -se lamentaba-… el caso es que avanzamos un poco más. Había tiendas sin desvalijar, y llenamos el camión. Pero cuando nos quisimos dar cuenta, o más bien, Reina y Sharpay se dieron cuenta, dos hordas nos habían encerrado en esa avenida. Ellos saltaban de coche en coche y los perdimos de vista. Pero a nosotros no nos dio tiempo de volver al camión. Nos encerramos en una tienda y bajamos la verja. La tienda tenía salida desde atrás, así que fuimos por ahí. Mejías iba primero, abriendo paso, cuando al abrir la puerta que daba a la calle interior, dos de ellos le agarraron. Aunque me jode decirlo, eso ha sido lo que nos ha salvado la vida. Mientras se entretenían con él, nosotros corrimos por esa calle. Otros tantos infectados nos cortaron el paso, y Patri resbaló rompiéndose el brazo. Dos de ellos se tiraron encima. Menos mal que el chaval tiene buena puntería –señaló a Héctor- Les metió un balazo y socorrimos a Patri. Conseguimos rodear la horda del oeste, y tratamos de desviarlos para recuperar el camión que se encontraba en mitad. Nos costó dos putas horas en que pudiéramos subirnos al camión. Esperamos un buen rato a Reina y Sharpay, pero no podíamos esperar más. –se dejó caer sobre la mesa con la cabeza baja.

 

Todos escucharon estupefactos el relato de Pablo, que permanecía tembloroso y jadeante sobre la mesa. A Raúl le invadió un hilo de tristeza al verlo así. Por un segundo tuvo la tentación de consolarle. Pero aun guardaba algo de rencor hacia el ex militar.

Una vez que se aseguraron de que Patri estaba bien atendido, y descansando, descargaron lo conseguido. Para su sorpresa, había más cosas de las que se esperaban. Al menos tendrían para un par de semanas, si lo racionaban bien. Pero ahora estaba el asunto de Reina y Sharpay. Raúl era consciente, de que los hermanos, se valían por si solos. Pero el mero hecho de que se pudieran sentir abandonados, le produjo un severo golpe en el estómago. Así es como se sentiría él.

A la mañana siguiente, descubrió a Pablo llenando el depósito del camión. Estaba claro que no quería darlos por perdidos. Raúl se acercó con un zumo de uva y melocotón en la mano.

-          ¿Vas a buscarlos? –preguntó dando un sorbo.

-          Si. –se limitó a contestar.

-          Si te esperas, me voy contigo.

-          Ni hablar. –se giró con brusquedad.

-          No tomas decisiones por mí.

-          No voy a permitir que te expongas. No. Otra vez no. Aún tengo remordimientos por…

-          A ver si te queda claro de una vez… -le miró serio pero a la vez decidido-… no eres mi padre. Si digo que voy, es que voy.

-          Y yo también. –dijo Héctor llegando por detrás.

-          Está bien. Está bien. –dijo resignado- Como dices, no soy tu padre.

 

Se prepararon para la expedición, pero antes Raúl quiso hablar con Mónica. Esta se encontraba en el salón, sentada en uno de los sofás. Pendiente de los niños. Raúl se sentó a su lado.

-          ¿Te vas? –preguntó ella con desdén.

-          Mónica… yo… -no sabía por dónde empezar.

-          Haz lo que tengas que hacer. Creo que llevo un tiempo dándome cuenta, que yo ya no soy tu prioridad. Quizá fue un error lo nuestro. Pero no te preocupes por Rebeca. Seguiré cuidando de ella.

-          Mónica… -se sentía muy incómodo-… son Reina y Sharpay. Hay que encontrarlos…

-          No se trata de Reina o Sharpay… -tenía los ojos llorosos-… se trata de nosotros dos. ¿no te das cuenta? Claro que no…

-          Pero… ¿Qué te pasa? –preguntó asustado.

-          Déjalo. Vete a buscarlos. –le retiró la mirada.

-          Cuando vuelva, me gustaría que hablásemos.

 

Ella no contestó. Se levantó, dejándola allí, a sabiendas que lloraría de un momento a otro. Antes de salir, se cruzó con Eli. Ella le dedicó una sonrisa, y continúo. Pero Raúl sintió algo más. Aquella sonrisa le pareció la más bonita que había visto nunca. “No. No. Es Eli. ¿Qué te pasa?” dejó de pensar en ella y se reunió con Héctor y Pablo. Lo estaban esperando. Al verlo llegar, Pablo encendió el motor, y Ramón les abrió la puerta. Héctor le hizo una señal con el dedo a su tío, y este le devolvió el gesto. La noche anterior, había vuelto a nevar, pero no era impedimento para aquel vehículo militar. La nieve compactada se resquebrajaba a su paso. Raúl, que iba en la parte más cercana a la ventanilla, observaba el paisaje. El camino pedregoso y lleno de curvas, en ocasiones le mareaba. Se sorprendió, pues siempre que viajaba con su padre desde Fermoselle, había un tramo con curvas igual de pronunciadas que aquellas y nunca tuvo la sensación de mareo. Cuando llegaron a una carretera asfaltada, el camión tomó una dirección. Prosiguieron por aquella carretera no era prudente ir a tanta velocidad, pero Pablo parecía confiado. Pasaron por varias localidades, que supuso, ya habían registrado. Ninguno abría la boca. Héctor se entretenía contando una y otra vez las balas de sus tres cargadores. Ya no le sorprendía con la habilidad con la que desmontaba aquella arma. Instintivamente, se llevó la mano hacia un hacha que había recogido de una de las cuadras del refugio. La llevaba entre sus piernas. El paisaje nevado, hacía que pasasen por donde pasasen, todo le pareciese igual. Notó como los copos seguían cayendo e impactando en el cristal delantero. No suponía un peligro. O no más que la calzada helada.

Tardaron no menos de cuatro horas en llegar hasta las inmediaciones del lugar donde los perdieron. El aspecto tétrico de los edificios, con la práctica totalidad de los cristales rotos, y en algunos casos inexistentes, no daba tranquilidad alguna. Pablo paró el motor, y esperó unos segundos antes de bajarse del camión. Raúl y Héctor lo imitaron. Pablo, parecía observar todo, en busca de alguna pista que le indicase por donde podrían haber ido. Tenía los brazos en jarra, y en alguna ocasión, Raúl se percató que movía los labios diciendo algo para sí mismo.

-          Y ¿ahora qué? –dijo Héctor despreocupado.

-          Por esa avenida es donde los perdimos. –señaló la calle- Les vi saltando coches en esa dirección. El lado izquierdo no parece buen lugar para esconderse. Yo en su lugar, me adentraría en algún edificio alto y subiría todo lo que pudiera.

-          Pero tú no eres como Reina y Sharpay –respondió Raúl.

-          ¿Sugieres que vayamos hacia allí? –señaló un barrio obrero con casas de dos pisos como máximo, y con tono burlón.

-          Si. –contestó.

Pablo hizo una mueca de incredulidad, pero accedió. A fin de cuentas, ellos dos, eran los que más conocían a los hermanos. Caminaron con cautela entre los vehículos abandonados, y agudizando sus oídos en busca de algún ruido extraño. En algunas calles, tenían que retroceder ya que solo eran de un solo sentido y estaban bloqueadas. Héctor se percató, de que había varios hostiles abatidos alrededor de un coche. El polvo que lo recubría, estaba lleno de huellas de zapatos.

-          Pues mira Raúl… -dijo Héctor con una sonrisa-… quizá lleves razón.

 

Observaron las huellas de ese coche, y de los siguientes. Pero ahí se cortaba su rastro. Al final de esa calle, se encontraba una biblioteca. Curiosamente, la puerta estaba bloqueada por estanterías, sin libros. Desde un ventanal tintado, trataron de observar el interior sin éxito. Un fuerte crujido metálico resonó tras ellos asustándolos. Frente a ellos, se apareció un caballo color marrón, que se había quedado inmóvil al notar la presencia de humanos. El ruido metálico lo había producido un enorme cartel publicitario que se había derrumbado, seguramente, hacía semanas y el caballo había pasado por encima. Los miraba inmóvil, asimilando que lo habían descubierto. Dos muertos aparecieron detrás del animal, y como si tuviera ojos en la nuca, saltó sobre sus patas delanteras, asentándoles una coz. Los lanzó con tal violencia hacia atrás, que al empotrarse contra la pared de un edificio de casas, sus cabezas crujieron. Desparramando sobre la pared una mezcla de sangre y sesos amarillentos. No dejó que sucediera nada más. Comenzó a galopar por la calle y lo perdieron de vista. Miraron hacia todas las partes de aquella calle en busca de más muertos. Pero no aparecían. Sin decir nada, Pablo intentó desde fuera apartar el mueble de la biblioteca para entrar. Al final, lo único que consiguió, fue tirarlo hacia dentro. Por el hueco que faltaba, por la ausencia de puerta, asomó la cabeza. Lo primero que vio fue un círculo negro en el suelo y varios libros medio chamuscados. La tienda no era muy amplia, como parecía desde fuera. Varios pasillos estaban bloqueados por estanterías caídas y apoyadas entre sí. Si había alguien vivo o muerto, lo habría visto enseguida.

-          Aquí no hay nadie. –refunfuñó Pablo.

 

Aquel barrio, que no muy alejado del centro, presentaba mejor aspecto. ¿Qué habría ocurrido en los imponentes edificios? ¿Por qué la mayoría carecían de cristales en las ventanas? Fueron las preguntas que se hicieron, pero que ninguno sabia responder. Ahora su prioridad era encontrar a sus amigos y volver al refugio. De vez en cuando, Pablo, lanzaba miradas de desprecio a Raúl. Era evidente, que no se soportaban. Tras caminar por aquel barrio y no encontrar nada, Raúl tuvo que admitir que allí no estarían.

-          Por fin reconoces algo. –dijo Pablo con aires de victoria.

 

Raúl apretó los puños, y contuvo las ganas de golpearle. Miró de reojo a Héctor, que le negaba con la cabeza con movimientos rápidos y cortos. Volvieron al punto de partida. El camión seguía allí, y Pablo preguntó con algo de resquemor, si ahora por fin podrían ir por la otra parte. Agotando las posibilidades, ambos amigos, asintieron. Pablo iba en cabeza, mientras que Héctor y Raúl le seguían muy de cerca, pero vigilando ante cualquier peligro.

Pablo se paró en mitad de una avenida ancha, que Héctor reconoció cuando fueron atacados. El silencio sepulcral era abrumador. Se imaginaron como sería la vida antes de todo. Con gente paseando por la acera, observando los escaparates, tomando café y bollos en las cafeterías. El ruido constante de los coches. Los autobuses repletos de pasajeros. Ahora no había nada de todo eso. Solo muerte y destrucción. Continuaron andando casi hasta el final de esa avenida, con una rotonda inmensa. Un coche se había empotrado contra la figura metálica del centro, y parecía un acordeón. Dentro aún estaba el conductor, con la cabeza apoyada sobre el volante doblado. De nuevo, el caballo marrón apareció. Volvió a mirarlos, inmóvil, pero agitó su cabeza y continúo como si nada. Se subió a la rotonda, y mordisqueaba la hierba seca. No parecía gustarle, pues se fue por otra de las calles. Lo siguieron con la mirada, y descubrieron que se dirigía hacia un parque con grandes árboles y un riachuelo que zigzagueaba. Varios cadáveres de patos yacían descuartizados sobre la hierba reseca. El riachuelo estaba cubierto de una espesa capa verde. El caballo desestimó sorber aquel líquido. Olisqueó los patos muertos, y continuó con su búsqueda de sustento. Héctor se percató que de una caseta, seguramente, construida con retales de chapas y madera, salía humo. Desenfundó su arma y les hizo una señal silenciosa a los otros dos. Pablo también sacó su arma y Raúl levantó su hacha. Pablo le hizo señales a Héctor, que Raúl no comprendió, pero su amigo sí. Ambos se separaron unos quince metros por ambos lados de la caseta, y miraron a través de una rendija. Raúl intuyó, que no suponía peligro, al ver que ambos bajaban sus armas. Retiraron una de las placas metálicas y los descubrieron. Allí estaban Reina y Sharpay.

1 comentario:

Unknown dijo...

Estos hermanos son grandes supervivientes, son los más preparados... que pasa con Mónica? A ver si esa conversación tiene lugar... como siempre un gusto leerte. Gracias