Capítulo 35.
Si no quitaban la nieve de los
portones de entrada a diario, se verían obligados a permanecer encerrados allí
por mucho tiempo. Las recientes nevadas y las que estaban por llegar, habían
borrado todo rastro en un radio de diez kilómetros. Pablo se sentía cada vez
más frustrado. Intentaba no aparentarlo, pero el solo pensamiento de su hijo
desaparecido lo evitaba. Los demás lo percibían. La habitual sonrisa de Reina,
desapareció por completo. Todos miraban expectantes los trabajos inútiles de
Raúl por encontrar respuestas. El silencio era sepulcral hasta que Raúl lo
rompió.
-
Necesito ir a una biblioteca. –dijo sin dejar de
mirar un mapa.
-
¿Perdona? –preguntó Vergara incrédulo-Creo que
no es momento para leer.
-
Necesito ir a una biblioteca. –repitió en la
misma voz pausada y sin haber escuchado el comentario de Vergara.
-
¿Crees que encontraras algo ahí? –preguntó Pablo
con la esperanza de recibir una buena noticia.
-
Necesito ir a una biblioteca, sí. –volvió a
afirmar, y elevó la vista hacia Pablo- Creo que sé por dónde buscar.
-
No se hable más…-dijo Pablo mirando al resto- No
me miréis así, el chico puede tener alguna pista de encontrar a mi hijo.
-
No entiendo que puede encontrar en una
biblioteca. –refunfuñó Vergara.
-
Puede que la respuesta sea más fácil de lo que
nos pensamos. Pensad. –se señaló la sien- Según Pablo, vio a un grupo de
personas vestidas con armaduras y montando a caballo. Mataron como en la edad
media, a los hombres de Manzaneque. Necesito buscar libros de historia. Esa
gente parece que se cree su papel del medievo. Quizá la palabra tenga que ver
con algo del pasado. –explicó Raúl.
Se miraron confusos. Entre otras
cosas, porque en cierto modo llevaba razón. Era casi de noche, así que no
podían salir en ese momento. Tiempo que les sirvió, para trazar un plan de
incursión en la ciudad más cercana y encontrar una biblioteca que no estuviera
destruida. Así pues, a la mañana siguiente, con los primeros rayos tímidos del
sol, tapados por las nubes blancas y grises, partieron hacia la primera
localidad. No estaba lejos. A unos quince kilómetros. Lugar que ya habían
desvalijado en varias ocasiones en busca de alimento. La nieve estaba tan alta,
que había enterrado casi hasta el cuello a un grupo grande de muertos. No se
dirigían hacia el caserío, pero si lo hubieran hecho, habrían estado días
sitiados por ellos. En las inmediaciones de un polígono industrial, dos
camiones se habían salido de la carretera. Uno de ellos estaba de media vuelta,
y el segundo, tenía el remolque encima del otro camión. Pararon, por si fueran
camiones de suministros, pero solo encontraron pallets de botellas de vidrio vacío,
listas para embotellar. Dentro de un parking privado de una fábrica de zapatos,
se agolpaban no menos de veinte muertos en la valla protectora. Incapaces de
encontrar la salida, a unos poco metros de ellos. Un concesionario de coches
con los ventanales reventados, y con falta de vehículos en su interior. Se
incorporaron a una carretera, que les llevaría al pueblo. Eran solo un par de
kilómetros. Pero antes de llegar debían parar. Se había acumulado tal nivel de
nieve por falta de mantenimiento o circulación de vehículos, que si seguían
avanzando quedarían atrapados.
-
Escuchad. –dijo Pablo- No podemos seguir. Raúl,
Vergara y yo iremos a pie. Los demás, proteged el camión. Tenemos muchas cosas
dentro que nos pudieran hacer falta si tenemos que movernos. ¿Entendido?
Ninguno puso objeción. Antes de
salir, Pablo les llamó. De una bolsa, sacó unas raquetas. Se quedaron
observándolo con curiosidad. Cogió seis y les partió el mango. Le ofreció dos a
cada uno y cuerda.
-
Esto nos ayudará a caminar. –explicó al ver su
reacción- ya habéis visto lo que les ocurrió a ese grupo de muertos. Podríamos
hundirnos. No sabemos tampoco la profundidad que puede haber alcanzado.
De nuevo, ninguno puso objeción.
Se ataron las raquetas a las botas, y salieron a la nieve. Una ráfaga de
viento, tiró a Raúl al suelo. Estaban en medio de una tormenta.
-
Quizá deberíamos irnos y volver en otro momento.
–gritó Raúl.
-
No –gritó Pablo para hacerse oír- la tormenta
pasará. Solo debemos ir con más cuidado. Si vemos que se pone feo, nos
resguardamos en cualquier edificio. Si nos cuesta caminar, a los muertos
también.
Los tres se miraron, y siguieron
a Pablo. Cada vez que daban un paso con aquellas raquetas en los pies, era un
triunfo. Caminaban encorvados por el viento en contra. Apenas habían recorrido
un centenar de pasos, cuando tuvieron el primer susto. Del interior de la
nieve, un brazo salió como un rayo y agarró la pierna de Pablo, haciéndolo caer.
Vergara corrió a socorrerlo, pero más brazos salían de abajo. Entre el viento y
los muertos saliendo de debajo de la nieve, aquello fue un desgaste físico
importante. Por suerte, tenían tanto peso sobre sus cuerpos, que no les
permitían sacar más allá del codo. Raúl ayudó a Pablo a incorporarse. Este le
miró asustado pero agradecido. Vergara les hizo una señal con el dedo pulgar
para informar de que estaba bien. Caminar por las calles, era extraño. Las
farolas y semáforos se veían desde más cerca. Incluso las ventanas de los
primeros pisos eran casi accesibles.
-
¿Te vale con un Corte Ingles? –preguntó Pablo a
voces.
-
Si tiene sección de libros, podemos intentarlo.
–contestó con los ojos llorosos por el viento y la nieve tropezando en su cara.
A unos doscientos metros en pleno
centro de la ciudad, se encontraba el centro comercial. Era un antiguo
edificio, que reformaron para convertirlo en una de sus tiendas. Con la culata
de su pistola, Pablo rompió la parte superior de la puerta automática. Tuvo que
ponerse de rodillas para hacerlo. Supuso que habría al menos dos metros de
nieve. Antes de entrar, y de evitar que entrasen los otros dos, miró hacia
arriba. Respiró aliviado, al comprobar que había ventanas de cristal sin rejas.
Si seguía nevando de esa manera, era cuestión de horas que la puerta principal
quedara enterrada por la nieve. Les señaló las ventanas superiores, e hizo el
gesto de andar con los dedos. Entendieron a la perfección lo que les estaba
explicando. Ambos levantaron el pulgar. Ahora sí, entraron en el centro
comercial. Raúl, el primero en entrar, cayó sobre un estante de ropa de mujer
que estaba bloqueando la puerta automática. Si había alguien, se había
protegido. Dentro estaba oscuro. Entró Pablo y seguido Vergara. Ambos
encendieron unas linternas. Se quedaron paralizados, al comprobar el estado.
Las paredes y mostradores estaban llenos de sangre reseca. Todo tirado por el
suelo. Ropa sucia y ensangrentada, usada para taponar heridas. Basura de todo
tipo. Incluso un cubo con heces. Alumbraron un panel informativo, a la vez que
resonó algo metálico en la oscuridad. La mano de Vergara temblaba, pero
sujetaba el arma con la otra mano firmemente. Pablo, tan solo agudizó el oído.
Estaba preocupado, claro, pero no nervioso. El ruido metálico sonó de nuevo.
-
Son las tuberías del aire acondicionado.
–susurró- Pero estad atentos, tiene mala pinta. Aquí no lo pasaron bien que se
diga.
-
Pero no hay cuerpos. –informó Raúl.
-
No significa que no haya muertos.
La sección de libros estaba en la
cuarta planta. Subieron las escaleras metálicas, sin electricidad, con sumo
cuidado. El vaho al respirar, mezclado con la escasa luz de las linternas daba
una atmósfera terrorífica, digna de cualquier película de Stephen King. Cuando
llegaron a la tercera planta, Pablo que iba en cabeza, alumbró hacia la
galería. Era la sección de deportes. Tenían que atravesar un pasillo hacia las
siguientes escaleras y llegar a la cuarta planta. Caminaban lentos. Sin hacer
ruido. Alumbraban hacia todas partes con nerviosismo. Se percataron de una
bajada importante de la temperatura. Raúl, casi tiritando de frio y miedo,
aprovechando que pasaban por la zona de deportes de invierno, agarró un gorro
de lana y unos guantes. Encima del estante se encontraba un termómetro. En un
principio lo miró de pasada. Pero algo le extrañó y volvió a mirarlo. Aquel
termómetro debía estar roto, pensó. Pablo le hizo señales para que no se
detuviera. Raúl obedeció y se colocó a su altura.
-
Pablo, -su voz era temblorosa- algo no va bien.
Aquí hace mucho frio.
-
Es normal. –contestó- a la vuelta, cogeremos
algo de abrigo para los demás.
Entonces tropezó. La linterna se
le resbaló de las manos y giró por el suelo unos metros. Al pararse, la luz
enfocó hacia una zona concreta. Lo que vieron los dejó estupefactos. No sabían cómo
reaccionar. Había dos muertos, o eso pensó al ver su aspecto. Quietos. No se
movían. Sus ojos parecían apagados, pero estaban de pie. Raúl sacó su cuchillo
y esperó a que alguno se moviera. Vergara se acercó por un costado y sin dejar
de mirarlos recogió la linterna. Los alumbró a la cara, y sonrió.
-
Parecen congelados. –informó en un susurro.
-
Pablo, te he dicho que algo no va bien. He visto
un termómetro ahí atrás. Decía que estamos a quince grados bajo cero. Eso es
mucho.
Al girarse para mirar a Raúl,
descubrió que tenía los labrios morados. Temblaba mucho. El sentía que hacía
mucho frio, pero no que hubiera tan baja temperatura. Vergara, volvió por
delante hacia ellos, y al alumbrarlos le cambio la cara.
-
Me cago en… -su boca se abrió de par en par-…
¿Qué hostias ha pasado aquí?
Pablo y Raúl se giraron para ver
que alumbraba Vergara. No salían de su asombro al descubrir al menos cincuenta
personas. Algunos tumbados. Otros de pie. Pero todos inmóviles. El ruido metálico
volvió a sonar. Tan cerca que estaba encima. Alumbraron el techo, y descubrieron
que estaba congelado. Las paredes empezaban a congelarse a pasos agigantados, y
unas estalactitas cayeron a escasos metros. Raúl corrió hacia el termómetro. Al
verlo, se asustó de verdad.
-
¡Corred! –gritó mientras corría hacia las
escaleras.
El ruido metálico era provocado
por las altas temperaturas, y hacían crujir las tuberías al congelarse. Bajaban
las escaleras de dos en dos. Al llegar de nuevo a la puerta principal, el hueco
se había encogido varios centímetros. Raúl escarbó con las manos desnudas, y le
dolían de frio. Pero pudo hacer el hueco suficiente para salir. Pablo era mucho
más voluminoso, y Vergara lo seguía de cerca. Raúl seguía escarbando para que
salieran. El sonido metálico estaba casi tan cerca que Pablo temió por su vida.
Vergara logró salir, pero Pablo no entraba. Si rompía mas el cristal, la nieva
caería dentro, y sería casi imposible salir. Y la velocidad con la que
escarbaban no era suficiente. De pronto, Pablo notó que desde el exterior no se
escuchaba nada.
-
Vergara –gritó- Raúl, ¿estáis ahí?
Pero no contestó nadie. Continúo
escarbando, pero un bloque de nieve proveniente de algún piso superior, volvió
a tapar el agujero.
-
Vamos, vamos, vamos. –gritaba mientras quitaba
nieve.
El sonido metálico cesó. Alumbró
hacia el oscuro interior. Fuera lo que fuese aquello, había parado. Pero quería
salir de allí cuando antes. La puerta de cristal cedió, rompiéndose en miles de
pedazos, dejando pasar sin oposición toneladas de nieve recién caída. Tuvo el
tiempo suficiente para que solo le cubriera las piernas. Ahora era imposible
salir por ahí.
-
Vergara –gritó- dime que estáis ahí. Por favor.
Necesito ayuda. Voy a subir a la segunda planta.
Se quitó toda la nieve que le
había caído encima y recogió su linterna que había rodado unos pasos a su
derecha. Subió a la segunda planta. Tenía la sensación de que las muñecas de
juguete le observaban. Se quitó rápidamente esa idea de la cabeza. Nunca le
habían gustado las muñecas y ahora mucho menos. Fue hasta la ventana más
cercana. La tormenta le impedía ver más allá de un metro. La nieve caía con
fuerza hacia un lado, debido al viento. La ventana solo se habría unos
centímetros. Pero esos centímetros, dejaron pasan un frio intenso. Pablo tiritó
de frio y trató de forzar la ventana. Finalmente, con una percha de pie golpeó
el cristal hasta que la percha se rompió. Sacó su pistola, alejándose veinte
pasos hacia atas, y disparó. El cristal se hizo en mil pedazos. Miró a su
alrededor, por si algún muerto se acercaba. Pero no vio a nadie. Eso le dio un escalofrío.
Ya no sabía que le daba más miedo. Se asomó por la ventana, pero no lograba ver
cuantos metros de caída tenia. Tuvo que apartarse de ventana un instante, para
que el viento no le azotara la cara mientras se pensaba que hacer. Tiró por la
ventana los restos de la percha metálica para ver si podía calcular la altura.
Pero la percha desapareció sin emitir sonido alguno. Por suerte, el viento
remitió unos instantes, revelando la parte superior de un semáforo. Eso le dio
una ligera idea. Respiró profundamente tres veces. Apretó los dientes y se
subió a la ventana. El viento había cambiado de dirección. Volvió a respirar
profundo otras tres veces, y se dejó caer. Fue un segundo de agonía. Incluso
gritó. Al caer sobre la acolchada nieve, se hundió unos centímetros. Las
raquetas se perdieron. Se incorporó dolorido y miró hacia arriba. No había sido
muy fuerte la caída y soltó una carcajada. Los pies se le hundían hasta los
muslos. Por lo que caminar se le hacia una ardua tarea. Alumbró donde antes
estaba la puerta automática del centro comercial. Entonces entendió lo
ocurrido. Se había desplomado parte de un tejado por el peso de la nieve. Llamó
incesante a Raúl y Vergara sin recibir respuesta. Al darse la vuelta, descubrió
a un muerto arrastrándose por la nieve. Alumbró con la linterna la cara. No era
ninguno de ellos. Sacó su puñal y se arrastró hacia el muerto. Se lo clavó. Se
quedó tumbado unos instantes. Le costaba respirar. Una gran cantidad de nieve
cayó sobre su espalda. Alumbró hacia arriba, y pudo distinguir como el letrero
comercial se estaba descolgando. Se arrastró lo más rápido que pudo, para no
ser aplastado por el letrero al caer. Unos metros más adelante, descubrió dos
figuras.
-
¿Vergara? –gritó ¿Eres tú, Raúl?
Pero no recibió respuesta. Las
dos figuras se levantaron y andaban torpemente hacia él. Volvió a llamarlos,
pero siguió sin recibir respuesta. Sacó de nuevo su puñal. Una de las figuras
se desplomó hacia delante y no se volvió a mover. La otra continuó. Pablo, se
incorporó y se puso en posición defensiva. Se dejó caer cuando vio la cara de Raúl.
Este aceleró el paso, pero no avanzaba más deprisa.
-
Pablo. –gritó Raúl- ¿Estas bien? ¿Cómo has
logrado salir?
-
Me he tirado por la ventana. ¿Dónde está
Vergara? ¿Está bien?
-
No. No está bien. Tiene clavado en el muslo una
barra de hierro. No me atrevo a sacarla. –informó a gritos.
-
Joder. –maldijo- Busquemos un lugar para
resguardarnos. Esto es el puto infierno blanco.
Llegaron hasta la posición de
Vergara que estaba tumbado boca arriba. Pablo vio como la barra de hierro le atravesaba
el muslo desde delante hacia atrás. Sangraba mucho y tenía la cara pálida y los
labrios morados. Le miraba aterrorizado señalándose la pierna.
-
No te preocupes amigo. –fingió calma- Te
llevaremos a un lugar en calma y veremos cómo sacamos esto.
Alumbró con la linterna hacia
todos los lados, para situarse. Entre Raúl y Pablo, ayudaron a Vergara a
moverse. Se toparon con el techo de un autocar. Aún quedaban unos cincuenta o
sesenta centímetros para que la nieve lo cubriese por completo. Pablo buscó la
manera de entrar, al menos para descansar y tratar de sacarle el hierro de la
pierna a Vergara. Pero no consiguió ninguna entrada. Continuaron por aquella
calle, hasta que encontraron una terraza accesible. Con mucho esfuerzo,
lograron entrar en la terraza y rompieron los cristales. Entraron dentro de la
vivienda. Lo primero que hizo Pablo, fue asegurarse de que no había peligro de
muertos. Dentro de la vivienda, seguía haciendo frio. Mucho frio. Pero el
simple hecho de que el viento y la nieve de fuera no golpeara sus cara ya era más
que suficiente. Pablo se sentó en una mesa baja, frente a la pierna de Vergara
que reposaba tumbado en un sillón. Examinó la herida. Un solo toque en la barra
de hierro, y Vergara gritó de dolor como nunca lo había visto.
-
Chico, -llamó Vergara- búscame algo fuerte. Te
lo ruego.
Raúl rebuscó en todos los
muebles. Encontró uno, lleno de botellas. Le acercó una de whiskey barato a
punto de acabarse. Se la tendió con el tapón quitado, y de un solo trago se la
terminó.
-
Con esto no es suficiente. –dijo con la voz
entrecortada.
De nuevo le trajo otra botella.
Sin empezar. Le quitó el tapón y se la dio. Dio dos tragos largos antes de
quedar satisfecho. Después, se incorporó y vertió una gran cantidad del
contenido en la herida. Gritaba de dolor y alivio.
-
Hazlo. Hazlo ya, por dios. –suplicó a Pablo.
-
Contaré hasta tres. –dijo Pablo.
-
Déjate de gilipolleces. No soy ningún crio. A la
primera, cojones. –gritó
Casi sin dejar de terminar de
hablar, Pablo estiró con todas sus fuerzas y sacó la barra. Raúl, que ya estaba
preparado, le vendó la pierna tan rápido como pudo con unos trozos de sábana
que encontró. El grito que dio Vergara, sumado al dolor, hizo que se desmayara.
Sin pensarlo dos veces, Pablo agarró la botella y le dio un trago. Estaba
tembloroso. Raúl se encontraba de pie inmóvil. Mirando hacia el pasillo.
-
¿No habías registrado la casa? –preguntó sin
mirarle.
1 comentario:
Nieve, hielo, frío, viento helado... este capítulo transmite frío, mucho frío...
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