Capítulo 34.
Era una noche helada. Ya no
nevaba, pero las hojas de los arboles no aguantaba el peso y de vez en cuando
caían bloques enteros de nieve helada al suelo. Impactaban contra las ramas y
provocaba que estuvieran alerta a cada momento. Llegado el momento, no podrías
distinguir entre pisadas o la nieve cayendo al suelo. El fuego que habían
encendido, chisporroteaba cada vez que una gota de grasa caía. Tenían dispuesto
unas ramas para dejar que se cocinara el ciervo que habían cazado. Se habían
quitado parte de la armadura y las armas las tenían cerca de los caballos. Uno
de ellos, de cabello cano y aspecto cansado, llevó un cubo de nieve derretida a
los animales. Habían recorrido muchos kilómetros durante el día. Tan solo
bebieron cerca de un riachuelo medio congelado, y la poca hierba que habían
encontrado no fue suficiente. Con una navaja, el segundo hombre más joven cortó
una pieza del asado para probar el punto de la carne. Al llevárselo a la boca
se quemó la comisura de los labios, y sopló varias veces. Era suficiente. El
frio ambiente haría el resto. Cuando llegó el hombre más viejo, se sentó y
comenzaron a comer. El siguiente ruido que escucharon, no procedía de la nieve
cayendo de los árboles. Eran pisadas lentas y tan conocidas ya, que el viejo
gruñó.
-
Te toca a ti. –dijo.
-
No. Te toca a ti. –contestó-El último lo maté yo
antes de acampar.
-
Te he dicho que te toca a ti y punto. –ordenó.
El joven resopló. Sabía que no valía
la penar discutir con su compañero. Siempre encontraba una razón para al final,
le tocara a él hacer las cosas que no le apetecía. Se levantó, lanzando una
mirada de desaprobación a su compañero. Escogió el arco y unas flechas. Prefería
hacerlo a la distancia, ya que aquellas espadas que les habían proporcionado,
eran tan pesadas que al final del día las aborrecían. El muerto que caminaba
hacia ellos, incrementó la velocidad al ver levantado a una de sus presas. El
joven tensó el arco, y a una distancia de cinco metros, disparó. La flecha se
clavó en uno de los ojos y se desplomó. Con aire cansado, caminó hacia el
muerto para recuperar la flecha. La limpio en la ropa del muerto y volvió a la
fogata.
-
Menuda puntería tienes. –le dijo orgulloso.
-
Tú también la tendrías si practicases. Te pasas
el día comiendo, y me dejas a mí el trabajo sucio. –gruñó obviando el halago
recibido.
-
No te enfades. Lo hago por tu bien. –bromeó.
Antes de terminar la comida,
volvieron a escuchar que se acercaba otro. El chico joven, miró a su compañero
con desdén. Este refunfuñó.
-
Joder, está bien…-dijo ofendido-… como te pones…
Se levantó y cogió su espada. Se
acercó con cautela al muerto, lo rodeó y le cortó la cabeza con un suave pero
certero movimiento perpendicular. Cuando estaba limpiando el arma en la ropa
del muerto, escuchó otro ruido. Era otro muerto. Levantó el arma con las dos
manos y la impactó con fuerza en el cráneo.
-
Estoy hasta los cojones de estos podridos.
–refunfuñó- Siempre nos toca a nosotros vigilar esta zona. Saben perfectamente
que es la zona con más afluencia.
-
¿Será posible? Pero si fuiste tú quien se
ofreció…-espetó.
-
Ya. Ya lo sé. –dijo arrepentido- Pero como la
paga es más elevada…
-
No sé para qué quieres tanto. Si luego estamos
todo el día vigilando.
-
¿Para qué quiero tanto? Joder, se me olvidaba lo
aburrida que es tu vida. ¿sabes que las putas han vuelto a subir la tasa? Claro
que no lo sabes. En tu tiempo libre te la pasas leyendo esos malditos libros.
Además, el alcohol empieza a escasear y se ha vuelto casi imposible tomar unas
copas.
-
Putas y alcohol… -resopló-… ¿a eso aspiras?
-
Aspiro a disfrutar todo lo que pueda con un coño
caliente, después de un par de copas. Si. A eso aspiro. ¿Cuándo te vas a dar
cuenta que todo este tinglado se va a ir a la mierda de un momento a otro?
-
Este tinglado, al menos me recuerda que los
vivos aún podemos hacer grandes cosas. Aparte de follar y emborracharse.
De nuevo, la conversación fue
interrumpida. Deseando terminar con el siguiente muerto, con rabia, el joven
lanzó una flecha hacia la dirección en la que habían escuchado el ruido. Sin
embargo, su corazón se paró al escuchar un grito de dolor. Ambos corrieron
hacia el lugar. Se llevaron las manos a la cabeza al descubrir a una mujer con
una flecha clavada en el pecho. Estaba muerta ya.
-
Joder…-dijo el viejo-… ¿la conoces? ¿Es de
Lobarre?
-
No me suena –tenía los ojos tan abiertos que le
escocían.
-
Tenemos que rematarla y enterrarla. Va vestida
como ellas. Si la descubren, sabrán que hemos sido nosotros. –dijo con voz
ronca.
-
Mira lo que me has hecho hacer. –culpó a su
compañero.
-
¿Yo? –se sorprendió- tú has sido quien ha
lanzado la flecha sin mirar. Haberte esperado, no te jode.
El viejo le arrancó la flecha del
pecho y la clavó en la cabeza de la mujer. No era muy mayor pero tampoco una
niña. Le quitaron la ropa y la echaron al fuego. Después la llevaron hasta un
lugar más apartado, y en foso común la lanzaron. Llevaron algunos muertos
abatidos para taparla, y volvieron al campamento. El chico joven estaba
nervioso. Le temblaba una de las piernas. Conocía bien la ley: “Nos aseguramos
de que son muertos antes de atacar. Toda vida es valiosa.”
Esa noche, tuvieron más trabajo
que se costumbre. Al amanecer, ya habían matado a más de cuarenta. Sin contar a
la mujer que deambulaba sola de noche.
-
Escúchame bien. Que no te noten nervioso. Es muy
posible, que estuviera retozándose con algún marido infiel. O que la infiel
fuera ella. Si alguien la echa en falta, diremos que no vimos nada. ¿Lo has
entendido? –le ordenó seriamente- Mi vida depende de la tuya. Ya lo sabes. Tus
logros y mis derrotas, van juntos. Lo que le pase a uno, le pasará al otro.
-
Lo sé. Lo sé. –vaciló.
-
Joder, no dudes. Recuerda: hemos limpiado a más
de cuarenta. Ahora vámonos a descansar. Me espera una hora con…
-
¿No te afecta? Después de lo de anoche, ¿te
quedan ganas de ir de putas? –le interrumpió.
-
Es lo que suelo hacer después de cada guardia.
Si no lo hiciera, sospecharían. Espero por nuestro bien, que después de dormir,
te marches a leer como siempre. –le amenazó.
Al llegar a las inmediaciones del
castillo, su relevo les estaba esperando unos metros adelante del puente
levadizo. Les hicieron la señal propia de saludo, y cuando se cruzaron intercambiaron
informes. Para su suerte, nadie había echado en falta a ninguna mujer. Por lo
que se adentraron en el castillo. Como era habitual, el hombre mayor, se pasaba
por el prostíbulo. Pagó por una hora de servicio sexual, y se marchó a su
catre.
Después de varias horas
descansando, aporrearon la puerta de su celda. Situada en una de las torres
asignadas a los guardias. Se levantó con parsimonia, y eso provocó que
volvieran a aporrear con más fuerza.
-
Ya va. Ya va. –gruñó.
Al abrir la puerta, las bisagras
chirriaron. Se encontró de frente con dos guardias de mayor rango. Los miró
extrañado.
-
¿Me he dormido? ¿Qué hora es? –preguntó.
-
El Comisario quiere verle. –uno de ellos le hizo
un ademan para que saliera.
No comprendía nada. Cuando salió
a la terraza, vio que aún no era ni mediodía. Se había dejado su reloj en la
celda. Caminaron y subieron escaleras, hasta llegar al despacho del Comisario.
Desde fuera se podía escuchar el ruido de música y risas. Uno de los guardias,
llamó con cuidado. Nada comparado a cuando aporrearon su celda. Se escuchó como
bajaba el volumen, y abrió la puerta. Esta también chirrió por las bisagras. Apareció
un hombre joven. De unos treinta y pocos años. Pelo largo y lacio hasta los
hombros. De estatura más baja que todos los presentes.
-
Señor Comisario, el vigía Lorenzo. No hemos encontrado
a su compañero. –anunció uno de los guardias.
-
Adelante. –se retiró en un acto educado de la
puerta.
Ambos guardias empujaron por la
espalda a Lorenzo. Era la primera vez que entraba allí. Y solo entraban,
quienes tenían problemas. Pero eso no hizo que se pusiera nervioso. Observó la
estancia. Considerablemente más grande que su celda, y con todo tipo de lujos.
Hasta una televisión y varios licores sobre una estantería, mezclado con
libros. Había un escritorio y una silla. Por lo que tuvo que permanecer de pie.
-
Y ¿bien? –preguntó a la vez que se sentaba-
¿Dónde podemos encontrar al vigía Alonso?
-
Disculpe Comisario… ¿no está en su celda
descansando? –preguntó Lorenzo.
-
De ser así ¿no crees que ya estaría aquí y me
podría haber ahorrado la pregunta? –sonrió burlonamente.
-
Claro Comisario. Disculpe que le haga perder el
tiempo. –sabía que no le gustaba que le hicieran perder el tiempo.
-
Esta va a ser la segunda vez que hago la misma
pregunta. –estiró las palabras- ¿Dónde podemos encontrar al vigía Alonso?
-
Lo siento Comisario, después de terminar nuestro
turno, nos separamos. –contestó fingiendo miedo.
-
Eso no contesta mi pregunta. Pero fingiré que me
has contestado: “No lo sé señor Comisario” –dijo imitando a un hombre
aterrorizado.
-
No lo sé señor Comisario. –repitió Lorenzo, con
la esperanza de que fuese complacido.
-
Eso está mejor. –sonrió con aires de
superioridad.
-
Según vuestro informe, anoche fue de lo más
productivo. Nada más y nada menos que cuarenta. Supongo que no os daría tiempo
a dormiros como holgazanes que sois.
-
Si señor Comisario. –se limitó a contestar.
-
Como buenos vigías que sois, no quemasteis los
cuerpos hasta la siguiente ronda. ¿me equivoco?
-
Si señor Comisario. –contestó.
-
Mejor…-estiró la palabra unos segundos- porque,
casualmente, anoche la mujer de un herrero. En mi opinión, el mejor herrero. Se
escapó de su casa tras una discusión con su marido, y no ha vuelto aun. ¿No
sabréis nada?... por casualidades de la vida…
-
No señor Comisario. –dijo algo nervioso, pero
sin que se notase demasiado.
-
He ordenado a un grupo, de mi máxima confianza,
que registre todos los fosos del perímetro. ¿Crees que podríamos encontrar algo
inesperado en el foso de vuestro puesto? Lo digo más que nada, porque nos
ahorraría mucho tiempo y recursos valiosos. Siendo de mi máxima confianza, me
han rebajado el coste de esta tarea. Pero aun así, va a ser elevado.
-
No señor Comisario. Al menos hasta nuestro
turno. –contestó.
-
Esa es la respuesta que me esperaba. ¿Acaso me
está diciendo que vuestro relevo puede esconder algo?
-
No señor Comisario. Solo digo, que el vigía
Alonso y yo, no mantuvimos contacto con ningún vivo en toda la noche. En caso
de que encuentren algo en nuestro foso, debo decir en mi defensa que no hemos
podido ser nosotros.
El Comisario se quedó mirándolo
pensativo. Por alguna razón, era consciente de que Lorenzo le estaba mintiendo.
Pero no podía demostrarlo.
-
Encuentren al otro y encarcelarlo. –ordenó
mientras subía el volumen del televisor. Donde estaba viendo una película.
-
Señor Comisario…-aquello no le gustó nada-… creo
que comete un error. El chaval no ha hecho nada.
Se giró hacia Lorenzo y bajó de
nuevo el volumen.
-
Entonces… ¿Por qué no está descansando?
–preguntó casi a gritos.
-
Suele ir a leer libros a la biblioteca.
–contestó abrumado.
-
Búsquenlo. –ordenó a sus guardias- Hasta que no
aparezca, llevarlo a una celda. –señaló a Lorenzo.
Había perdido la noción del
tiempo. No sabía si llevaba horas o días. Ni siquiera le había traído un vaso
de agua. En realidad estaba más preocupado por Alonso, que por él mismo. Si por
alguna razón había escapado y lo atrapaban, confesaría ese mismo instante. Ese
era su mayor defecto. La sinceridad ante todo. Por su parte, ya comenzaba a
hacerse a la idea de que los ahorcarían. Fue un error tirar el cuerpo de la
mujer al foso. Pero fue lo primero que se le ocurrió. Esa noche no pudo dormir.
Cada vez que escuchaba pasos, se ponía todo su cuerpo en tensión. Siendo de
madrugada, abrieron la celda. Su corazón palpitaba a tal velocidad, que casi le
costaba reaccionar. Los dos mismos guardias, le hicieron ponerse de pie y lo
sacaron de la celda. Les preguntó si habían encontrado al chico, pero no
contestaban. Eso era mala señal. De nuevo se encontraba frente a la puerta del
Comisario. Era muy tarde. No podía ser nada bueno mantener despierto a la
máxima autoridad. Cuando entró en la habitación, Alonso estaba de pie frente al
Comisario. Para su sorpresa, ambos se reían amistosamente.
-
Buenas madrugadas, vigía Lorenzo. –se levantó
gentilmente, y le extendió la mano. Lorenzo dudó por un momento.
-
Hola. –se limitó a contestar.
-
Oh, ¿no me digas que me guardas rencor? –se
burló.
-
No señor Comisario. Estoy cansado. Solo es eso.
–mintió.
-
Lo entiendo. Permíteme presentarle mis más
sinceras disculpas. Tanto a usted como al vigía Alonso. Hemos comprobado su
foso. Satisfactoriamente, para vosotros por supuesto, no hemos encontrado nada.
-
¿Y el chico? ¿Dónde estaba? –preguntó intrigado.
-
Jajajaja. –se rio desenfadado- ¿En la
biblioteca? No. Lo encontramos en el prostíbulo, parece ser que era su primera
vez, y se quedó dormido. Según la prostituta, le dejó dormir en su cama por la
buena propina que le dio.
Lorenzo miró a Alonso
desconcertado. El chico, fingió vergüenza.
-
Así que nada. Quedan absueltos. –concluyó el
Comisario- Les concedo dos días libres. No es una recompensa. Que quede claro.
Están cansados, y necesitamos vigías en plenas condiciones. Les recomiendo, que
no gasten sus honorarios ni sus fuerzas con prostitutas. –entonces susurró- Son
unas arpías…
Lorenzo esperó a alejarse lo
suficiente para poder hablar sin ser escuchados.
-
Me vas a explicar que cojones ha pasado. –estaba
enfadado pero aliviado.
-
Tranquilo, como siempre, ya me ocupo yo del
trabajo sucio ¿recuerdas?
-
¿Con una puta? Eso sí que no me lo esperaba.
-
Cuando nos separamos, pasé por delante de la
herrería. Un hombre hablaba con un guardia sobre que su mujer se fue de noche
tras una discusión y todavía no había vuelto. Entonces regresé al foso. Por suerte,
nuestro relevo, estaba ocupado durmiendo en el bosque. Saqué a la mujer del
foso y la tiré al rio.
-
¿Al rio? Está a dos kilómetros… -se asombró.
-
Le quité un caballo a uno de los vigías, y la
subí. Regresé al castillo, y hable con Leticia. Resulta que es amiga mía.
Llegamos juntos al principio de todo. Le pedí el favor de que mintiera por mí y
lo hizo.
-
¿Leticia? ¿pelirroja? ¿Grandes tetas? –puso cara
de tonto.
-
Si, esa misma.
-
Joder, me la habré tirado cientos de veces… y
¿dices que es amiga tuya?
-
Si. Qué más da. Me da igual lo que haga.
Cada uno se fue a su celda, y no
se volvieron a encontrar hasta pasados los dos días libres que les concedió el
Comisario. Su turno era de día, y mientras esperaban a que regresase su relevo,
hablaron sobre lo sucedido. Se habían librado de una buena. El relevo llegó y
les informaron de una crecida momentánea de llegada de muertos. Que tuvieran
cuidado. Cabalgaron sobre su perímetro varias horas. Algunos muertos que
vagaban sueltos, los abatían desde los caballos. Cuando pararon para comer,
encendieron un fuego. No había parado de nevar en todo el día. Se calentaron un
poco mientras, Alonso desollaba un conejo que había cazado con el arco.
Escucharon un ruido y Alonso miró a Lorenzo.
-
Ya. Tranquilo. Ya voy yo. No quiero que luego me
digas que lo haces todo tú. –se esforzó por contener una carcajada.
Alonso, satisfecho, continúo con
su tarea sin prestar atención a lo que hacía Lorenzo. Sin embargo no escuchó
nada. Antes de que se pudiera dar la vuelta para preguntarle, notó el frio filo de un cuchillo grande en su
garganta.
-
No te muevas o te corto el cuello. –dijo una
voz- ¿Dónde está la gente que habéis robado?
2 comentarios:
Muy interesante esta ‘sociedad del castillo’. Espero que no sean tan mala gente como parecen.
¿El lugar es real?
Yo soy de la opinión de que el mejor lugar para sobrevivir a un apocalípsis es un castillo, con acceso a agua. Muy interesante que haya surgido tan rápido.
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