martes, 21 de agosto de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 33.



Capítulo 33.

Cuando Alicia se despertó se encontraba sumamente cansada y dolorida. Escuchó el ruido del motor, y por un momento no recordaba donde estaba. Tuvo que esperar un minuto antes de volver a la realidad. Era de día. Con un sol espléndido. Algo poco habitual en las últimas semanas. Iban a poca velocidad, pero constante. Era una carretera montañosa con calzada ancha. Las curvas no eran peligrosas, y el verde de las montañas contrastaba con la imagen que recordaba de días pasados. Trató de mover un brazo, pero los puntos del hombro le tiraban. Mellea, que hasta ese momento no se había dado cuenta de que estaba despierta, la miró sonriente.
-          ¿Cómo te encuentras? –dijo la joven.
-          Me duele todo. –susurró- ¿Dónde estamos?
-          A decir verdad, no tengo la más remota idea. Llevo conduciendo dos días. Pensaba que no te despertarías nunca.
-          ¿Dos días? ¿he estado inconsciente dos días? –preguntó atónita.
-          Bueno, anoche de madrugada, mientras descansaba pediste agua sin abrir los ojos. Por eso no estaba tan preocupada.
-          Y ¿tú?, ¿estás bien? ¿Has descansado? –preguntó interesada.
-          Si. No te preocupes. La primera noche, aparqué en una nave de un polígono industrial y cerré las puertas. Y anoche, en el granero de una granja apartada. Sin problemas.-contestó sin preocupaciones.
-          Necesito mear. –dijo sin contemplaciones.
-          Mira, estamos casi al lado una urbanización de lujo. Pararemos y descansaremos un rato.

Aquella urbanización, constaba de tres casas. Solo tres casas. Sin embargo, eran tan grandes que podían ocupar hasta doce casa normales. Se notaban que eran de última construcción. Incluso, tenían la apariencia de no estar habitadas. Como de ser el capricho de algún ricachón de la zona. Tenían altos muros de ladrillo aun sin enfoscar. El edificio interior si estaba terminado, con un reluciente color blanco y gris. En la parte superior, orientado al sol, varias placas solares aun sin conectar. Dos o tres ventanas sin marcos. Se detuvieron delante de la primera. La puerta peatonal no estaba cerrada. Careciendo de cerradura. La entrada de vehículos, se podía abrir manualmente. Mientras lo hacía, vio que se acercaban cuatro muertos. Dudó en atacarlos. Pero si los dejaba a su aire, golpearían incesantes la puerta y atraerían a más. No se anduvo con contemplaciones. Cuatro disparos certeros. El ruido provocó un largo eco. Escudriñó un buen rato las inmediaciones, hasta que aparecieron dos más. En esta ocasión, con un cuchillo, considerablemente más pequeño que los machetes de Alicia, los mató. Con la zona, más o menos despejada, logró entrar con el coche dentro de la mansión. No sin antes, romper un  piloto trasero y el retrovisor derecho. Cerró bien las dos puertas e inspeccionó el interior de la casa antes de ayudar a Alicia a salir del coche. La casa estaba en buen estado, pero no disponía de muebles.
-          Es mejor que nada. –dijo Alicia.
-          Aunque hubiera estado bien disfrutar de algunos lujos, ¿no te parece? –sonrió.

Aprovechó que Alicia estaba en la baño, para ver con detalle la casa. Pasó por el jardín trasero. Se encontraba una enorme piscina, sucia con el tiempo. El césped había crecido considerablemente. Por suerte, en unas tumbonas encontró dos colchones. Los pasó para adentro. Al volver, encontró a Alicia sentada al lado de un ventanal.
-          Deberíamos quedarnos unos días aquí hasta que me cure. Si continuamos y nos vemos en peligro no podré hacer nada. –dijo con la mirada distraída- ¿Quedan antibióticos? Me encuentro algo febril.
-          Sí, mucho. Las monjas nos debieron de dar todo lo que tenían.

Volvió del coche con una caja de antibiótico y una cantimplora. Alicia se había recostado en uno de esos colchones del jardín. Tiritaba a pesar de hacer calor. Se tomó una pastilla, y además, comió media manzana. Mellea se recostó a su lado. Así permanecieron varias horas. El silencio solo era roto cuando ellas dos respiraban. Mellea se durmió sin darse cuenta. No se percató de lo cansada que estaba. Alicia, daba cabezadas de vez en cuando, pero se despertaba cuando la fiebre era alta. Daba tragos cortos al agua. No les quedaba mucha. Por no despertar a Mellea, se levantó mareada a por una de las mantas. Se arropó con ella y se acurrucó. Los temblores eran cada vez más espasmódicos. Recordó la vez que se quedó en cama por seis días, por una fuerte gripe. Le puso peor cuerpo, el imaginarse otros seis días allí tirada en aquel colchón del jardín. La noche invadió la casa. Se quedó completamente a oscuras. Incluso lo agradeció. No le preocupaba la seguridad de fuera. Mellea se había ocupado a la perfección de bloquear todas las posibles entradas. Intento sin éxito relajarse. Bebió otro trago de agua, pero no pudo contenerse y casi se acabó la cantimplora. El agua estaba fresca, y su garganta, así como el resto de su cuerpo, lo agradeció. Poco a poco, el sueño la volvía a invadir y se quedó plácidamente dormida.
Se sentía mojada por todas las partes de su cuerpo. El radiante sol entraba por los ventanales. El pelo sudoroso se le pegaba por la cara. Las heridas de los brazos y del hombro le palpitaban. El sentido del olfato hizo aparición. Olía a quemado. A madera quemándose. Se removió lentamente, quitándose la manta. La ropa estaba mojada por todas partes, y el olor a sudor, hizo que se diera asco a sí misma. Siguió, tambaleándose, el olor a humo. Supuso que sería Mellea, ya que su colchón estaba vacío. Llegó hasta el jardín, y vio a Mellea metiendo unas ramitas en un fuego. Encima del fuego, había puesto una cazuela grande. Recordó verla en el asilo de las monjas.
-          ¿Qué haces? –preguntó de tal forma que no se asustase.
-          He visto que te has terminado toda el agua. He abierto un grifo y ha salido. Supongo que será de los acumuladores del sótano. Ante la duda, la estoy hirviendo. Tendrás que esperar a que se enfrié para beber. –contó más seria que de costumbre.
-          Vale. –contestó sin más.

Estaba tan cansada y dolorida, que prefirió volverse a descansar. Al pasar por un cuarto de baño, vio que había una ducha. Abrió el grifo y salía un hilo de agua. Se quitó la ropa y se mojó hasta que dejó de caer agua. Se tapó con la manta y se volvió a quedar dormida. Cuando se despertó era de nuevo de noche. Mellea estaba sentada enfrente. Con la mirada perdida. Alicia, la miró con tristeza. No se había percatado, de lo que una chica de su edad estaba pasando. Lejos de su familia. Familia que vio morir. Sin ninguna meta, que estar con ella. ¿Se estaba dejando llevar por aferrarse a alguien? Era normal. Alicia sentía lo mismo. Entonces, vio como le salían lágrimas y recorrían sus mejillas. No era un llanto desesperado. Era un llanto melancólico. Triste.
-          Mellea… -susurró Alicia-… ¿estas segura de que quieres acompañarme?
-          ¿Por qué me preguntas eso ahora? –contestó sin mirarla.
-          No se…
-          Queda poco para que lleguemos a tu casa. Tengo miedo por lo que pueda pasar si encontramos a tu familia. –confesó- Ahora te sigo, porque no tengo a ningún sitio donde ir. Sé que soy capricho tuyo. No es la primera vez que me pasa. Pero ahora es distinto. Antes podía volver a casa con mis padres.
-          Cariño… -se dio cuenta de que le caía una lagrima a ella también-… no eres un capricho. Pero tampoco sé lo que siento. Lo que sí puedo asegurarte, es de que soy sincera contigo. Te digo la verdad, si te dijera que no quiero encontrar a Ricardo. Pero también te digo la verdad, cuando digo que a mis hijos… los quiero encontrar. Me gustaría decirte, que todo va a ir bien. Pero ni siquiera yo sé que va a pasar.
-          ¿Y si no me aceptan?
-          Pues tendrán que hacerlo.

Aquello no confortó a Mellea. Que se levantó y salió al jardín. Los siguientes días, Mellea se encargó de encontrar más agua. Mientras Alicia se recuperaba, mataban el tiempo jugando al ajedrez. Se lo habían llevado del asilo. Los besos y las caricias habían cesado. Ninguna se atrevía a sacar el tema otra vez. Desde una ventana de la planta superior, tenían una amplia visión del exterior. Les reconfortaba poder vigilar su refugio temporal. Pasaron varios grupos de muertos sin rumbo. Dos grupos de supervivientes, que caminaban. Uno de ellos, trató de invadir el refugio, pero al ser sorprendidos por unos muertos, escaparon. El segundo grupo de supervivientes, pasaron a la casa de al lado. Aun desconocían, si seguían allí o continuaron su camino. En cualquier caso, pasados ocho días las existencias de fruta y verdura se terminaron. Por no decir del agua. Era el momento de continuar.
Alicia dejó que Mellea siguiera conduciendo. Entre otras cosas, porque los puntos no estaban curados del todo. Estaban llegando a Andorra. Seguían conduciendo por carreteras montañosas. El buen tiempo que había hecho aparición, poco a poco se difuminaba. En la frontera, vieron los restos de un asentamiento militar. Alicia casi se sintió aliviada al ver la bandera española. Era como volver a casa. Aun le quedaban muchos kilómetros y días de viaje, pero al ver la bandera le inyectó algo de moral. Los tanques y barricadas, les impedían el camino. Estuvieron un buen rato, mirando el mapa buscando una alternativa. De hecho, a partir de ese punto, Nestore no dejó anotaciones. Le señaló el lugar exacto de su pueblo a Mellea. En ciertos momentos, la notó nerviosa. Retrocedieron varios kilómetros, hasta una aldea de poco más de quince casas. Los pocos coches que había, estaban apartados hacia un lado. Alguien los movió por la forma en la que estaban. Unos metros más adelante, en el suelo se encontraba un reguero de cadáveres amontonados. Las puertas de las pequeñas casas estaban abiertas. Con un rápido vistazo desde el coche, se podía observar que ya no contenían nada en su interior. En el edificio más alto, por decirlo de alguna manera, ya que era la única con dos plantas, tenía todas las ventanas y la puerta cerrada. Aparcado en la misma puerta, un coche todoterreno. En buenas condiciones. Quizá por el ruido del motor al pasar, la puerta se abrió. Apareciendo un hombre de avanzada edad y con una escopeta de caza. Las apuntaba con gesto dubitativo. Al verlas a través de la ventanilla, bajó el arma y levantó lentamente la mano saludando tímidamente. Alicia, le pidió que se detuviera.
-          Buenas tardes, buen hombre. –gritó Alicia al bajar la ventanilla de cristal.

El hombre tan solo movió la cabeza con un movimiento hacia arriba.
-          ¿Habla español? –preguntó Alicia.

De nuevo repitió el gesto.
-          ¿Podría decirnos si por esta carretera podemos evitar el campamento militar? –continuo preguntando.

En esta ocasión no hizo ningún gesto de aprobación o negación. Las miró un buen rato. Se frotó el pelo canoso y alborotado ya de por sí. Y entonces habló.
-          ¿De dónde vienen? –preguntó con una voz suave.
-          De Italia. Voy en busca de mi familia. –contestó Alicia.
-          Llevo mucho tiempo sin hablar con nadie. ¿Tienen hambre? Acabo de matar un cordero, y sería una pena que tuviera que tirar más de la mitad.
-          ¿Qué nos pide a cambio?
-          Un poco de conversación y ayuda por unas horas.

Mellea miró a Alicia. Ambos se miraron. No confiaban en aquel hombre. Aunque, llegado el momento, entre la dos no suponía un peligro.
-          ¿Qué tipo de ayuda por unas horas? –preguntó Alicia inquieta.
-          Sacar agua de un pozo. Mis brazos ya flaquean. Limpiar un poco la casa. ¿Les parece buen trato por medio cordero?
-          Aceptamos. –confirmó Alicia- Pero añadimos la información para evitar el camino bloqueado y continuar nuestro camino.
-          Eso es gratis. –dijo el anciano.

Aparcaron al lado del otro coche. El anciano, miró el interior y se apartó asustado al ver los dos machetes de Alicia. Está a verlo, casi hasta se sorprendió. Pero no hizo ningún comentario. Aunque, le dio instrucciones a Mellea de que escondiese su pistola. Les podría hacer falta. Pasaron dentro de la casa. Olía a aceite quemado, basura y a sangre. Al llegar a la cocina, muy amplia, vieron un cordero a medio desollar. De ahí el proveniente olor a sangre. El anciano, dejó su escopeta encima de una mesa. Se colocó un delantal rojo por la sangre, y con el cuchillo afilado continuó su trabajo.
-          Aún no he terminado de limpiarlo. Si son tan amables, por aquella puerta –se la mostró apuntando con el ensangrentado cuchillo- está el pozo. Necesitaremos al menos veinte cubos.

Sin dejar de observar al anciano, salieron a la parte posterior del edificio. No había vallas ni protección alguna. El pozo, se encontraba a unos veinte pasos a la derecha. Cada cubo de agua, lo llevaron hasta un deposito casero en lo alto del edificio, que suministraba a través de una chapuza de conexiones, a toda la casa. Para su sorpresa, la planta alta contrastaba considerablemente con la planta baja. Estaba limpia y ordenada. Muy pulcro. Estuvieron a las órdenes del anciano, hasta que cocinó en un horno de leña al animal. Habían recogido varias estancias de aquella planta, sacado la basura y rellenado una vez más el depósito de agua para ducharse y beber agua.
Las insistió a tomar asiento, en la misma mesa donde habían desollado al animal. Pero estaba reluciente y sin una sola gota de sangre. Parecía otra estancia. Sacó una botella de vino, tres copas y la bandeja del animal asado encima de la mesa.
-          Habéis trabajado muy bien. –dijo el anciano con una voz tan suave que les ponía los pelos de punta- Decidme… venís de Italia. ¿Allí está igual que aquí?
-          Igual. –contestó Alicia antes de dar un sorbo al vino.
-          Habéis viajado mucho buscando a vuestra familia.
-          Mucho. Y los peligros son constantes. ¿Cómo ha sobrevivido usted solo?
-          Al principio tuve la ayuda del ejército. Los cadáveres que habéis visto a la entrada, son mis vecinos. Uno de ellos mi nieto y su mujer. Se encontraban aquí de visita cuando sucedió todo. Yo me escondí aquí todo el tiempo. De vez en cuando, venía un soldado para asegurarse de que me encontraba bien. Hasta que dejó de hacerlo. Sabía dónde tenían el campamento. Me acerqué y lo vi todo abandonado. No había ni muertos ni vivos. Supongo que se fueron en busca de algo. Desde entonces… ¿a qué día estamos hoy?

Aquello les cogió por sorpresa. Ellas tampoco habían llevado la cuenta de los días. El anciano lanzó un suspiro de decepción.
-          Supongo que es difícil llevar la cuenta. –dijo.
-          Si. Supongo. –confirmó Alicia.
-          ¿Qué te ha pasado en los brazos? –se fijó en las heridas de Alicia- ¿Y a ti? –señaló su oreja, preguntando a Mellea.
-          En las montañas francesas, nos atacaron unos lobos. –contestó Alicia.
-          ¿Y ella? –preguntó extrañado- ¿No habla español?
-          Si lo hablo. Muy mal, pero lo entiendo todo. Lo que me ocurrió a mí no es de tú incumbencia. –gruño de mal humor la joven.
-          Parte del trato, era conversación. –recordó.
-          Lo recuerdo. –intervino Alicia- Hemos pasado por muchas cosas. Debe darnos tiempo.
-          Por supuesto. –no dejaba de mirar a Mellea.
-          La cena estaba estupenda. –dijo Mellea por no estropear el trato.
-          Te lo agradezco. –sonrió el anciano dudosamente.

Después de cenar, recogieron todo y se guardaron la comida que sobró. Ese era el trato. El anciano les invitó a pasar la noche. A pesar de no confiar del todo, aceptaron. Según les dijo, aquella zona no era tan peligrosa de morir a manos de los muertos. No podían desaprovechar la ocasión. Subieron a la planta de arriba, y les indicó en que habitación podían dormir. Era una habitación infantil. Según le contó el anciano, era de su hija cuando aún vivía con él. Cuando se hizo mayor, se marchó en busca de oportunidades y la dejó tal cual la dejó. Los juguetes y objetos personales, estaban tan viejos que si los tocaban se rompían. La cama estaba polvorienta. Pero les dio igual.
Por la mañana, el olor a chocolate caliente las despertó. Cuando bajaron, se encontraron la mesa llena de dulces y una jarra de chocolate caliente.
-          Buenos días, mis señoras. –sonrió orgulloso- Esperaba una ocasión especial para gastar este chocolate.
-          No debió hacerlo. –dijo Alicia abrumada.
-          No se preocupe. Corre a cuenta de la casa. El trato finalizó ayer noche.
-          ¿Por qué es tan amable con nosotras? –preguntó Mellea desconfiada.
-          Por lo mismo que vosotras. –se puso serio- Confió en vosotras tanto como vosotras en mí. Prefiero ser amable, ofreceros algo provechoso a cambio de algo. He visto como custodias tu arma debajo del abrigo. Y las espadas de tu madre. Sé que no dudaríais en matarte por un poco de agua y chocolate. Al menos así, puede que consiga sobrevivir un día más.

Alicia miró con las cejas arqueadas a Mellea, y después al anciano. No pudo contener una carcajada, que sorprendió al anciano y la joven.
-          Qué situación más absurda. –confesó entre risas- El mundo se ha vuelto loco de verdad. Ya no confiamos los unos en los otros. No culpo a nadie. En fin… terminemos esto y nos largamos.
-          ¿No te entiendo? –preguntó el anciano.
-          Es cierto que no confiamos en ti. Pero no me negarás que tanta amabilidad es sospechosa. Nosotras solo le preguntamos por un camino. Nada más. Fue usted quien nos invitó a comer, a beber, a asearnos… ¿Quién sabe cuáles eran sus intenciones?
-          Les pido disculpas si… por dios, que vergüenza. –se tapó la cara con las manos.
-          Ha sido usted amable. Le estamos agradecidas por ello. –dijo Mellea al ver al anciano.

Se terminaron el desayuno, mientras hablaban con más confianza entre ellos. En cierto modo, a Alicia, le dio mucha pena aquel hombre. Pero debían continuar su camino. Antes de marcharse, sin saber porque, Mellea le dio un abrazo al anciano y le dijo algo al anciano que provocó desconcierto y abrumo. Miraron por el retrovisor mientras se alejaban, viendo como aquel pobre hombre pasaría sus próximos años de vida solo. No era un lugar de paso, y las posibilidades de encontrarse con alguien honrado eran escasas. 
-          ¿Qué le has dicho? –preguntó curiosa.
-          Que no eras mi madre… si no mi amante. –rio a carcajadas.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha encantado!!! Da esperanza, aunque estás en tensión todo el capítulo. Gracias