Capítulo 33.
Cuando Alicia se despertó se
encontraba sumamente cansada y dolorida. Escuchó el ruido del motor, y por un
momento no recordaba donde estaba. Tuvo que esperar un minuto antes de volver a
la realidad. Era de día. Con un sol espléndido. Algo poco habitual en las
últimas semanas. Iban a poca velocidad, pero constante. Era una carretera
montañosa con calzada ancha. Las curvas no eran peligrosas, y el verde de las
montañas contrastaba con la imagen que recordaba de días pasados. Trató de mover
un brazo, pero los puntos del hombro le tiraban. Mellea, que hasta ese momento
no se había dado cuenta de que estaba despierta, la miró sonriente.
-
¿Cómo te encuentras? –dijo la joven.
-
Me duele todo. –susurró- ¿Dónde estamos?
-
A decir verdad, no tengo la más remota idea.
Llevo conduciendo dos días. Pensaba que no te despertarías nunca.
-
¿Dos días? ¿he estado inconsciente dos días?
–preguntó atónita.
-
Bueno, anoche de madrugada, mientras descansaba
pediste agua sin abrir los ojos. Por eso no estaba tan preocupada.
-
Y ¿tú?, ¿estás bien? ¿Has descansado? –preguntó
interesada.
-
Si. No te preocupes. La primera noche, aparqué
en una nave de un polígono industrial y cerré las puertas. Y anoche, en el
granero de una granja apartada. Sin problemas.-contestó sin preocupaciones.
-
Necesito mear. –dijo sin contemplaciones.
-
Mira, estamos casi al lado una urbanización de
lujo. Pararemos y descansaremos un rato.
Aquella urbanización, constaba de
tres casas. Solo tres casas. Sin embargo, eran tan grandes que podían ocupar
hasta doce casa normales. Se notaban que eran de última construcción. Incluso,
tenían la apariencia de no estar habitadas. Como de ser el capricho de algún ricachón
de la zona. Tenían altos muros de ladrillo aun sin enfoscar. El edificio
interior si estaba terminado, con un reluciente color blanco y gris. En la
parte superior, orientado al sol, varias placas solares aun sin conectar. Dos o
tres ventanas sin marcos. Se detuvieron delante de la primera. La puerta
peatonal no estaba cerrada. Careciendo de cerradura. La entrada de vehículos,
se podía abrir manualmente. Mientras lo hacía, vio que se acercaban cuatro
muertos. Dudó en atacarlos. Pero si los dejaba a su aire, golpearían incesantes
la puerta y atraerían a más. No se anduvo con contemplaciones. Cuatro disparos
certeros. El ruido provocó un largo eco. Escudriñó un buen rato las
inmediaciones, hasta que aparecieron dos más. En esta ocasión, con un cuchillo,
considerablemente más pequeño que los machetes de Alicia, los mató. Con la
zona, más o menos despejada, logró entrar con el coche dentro de la mansión. No
sin antes, romper un piloto trasero y el
retrovisor derecho. Cerró bien las dos puertas e inspeccionó el interior de la
casa antes de ayudar a Alicia a salir del coche. La casa estaba en buen estado,
pero no disponía de muebles.
-
Es mejor que nada. –dijo Alicia.
-
Aunque hubiera estado bien disfrutar de algunos
lujos, ¿no te parece? –sonrió.
Aprovechó que Alicia estaba en la
baño, para ver con detalle la casa. Pasó por el jardín trasero. Se encontraba
una enorme piscina, sucia con el tiempo. El césped había crecido
considerablemente. Por suerte, en unas tumbonas encontró dos colchones. Los
pasó para adentro. Al volver, encontró a Alicia sentada al lado de un ventanal.
-
Deberíamos quedarnos unos días aquí hasta que me
cure. Si continuamos y nos vemos en peligro no podré hacer nada. –dijo con la
mirada distraída- ¿Quedan antibióticos? Me encuentro algo febril.
-
Sí, mucho. Las monjas nos debieron de dar todo
lo que tenían.
Volvió del coche con una caja de
antibiótico y una cantimplora. Alicia se había recostado en uno de esos
colchones del jardín. Tiritaba a pesar de hacer calor. Se tomó una pastilla, y
además, comió media manzana. Mellea se recostó a su lado. Así permanecieron
varias horas. El silencio solo era roto cuando ellas dos respiraban. Mellea se
durmió sin darse cuenta. No se percató de lo cansada que estaba. Alicia, daba
cabezadas de vez en cuando, pero se despertaba cuando la fiebre era alta. Daba
tragos cortos al agua. No les quedaba mucha. Por no despertar a Mellea, se
levantó mareada a por una de las mantas. Se arropó con ella y se acurrucó. Los
temblores eran cada vez más espasmódicos. Recordó la vez que se quedó en cama
por seis días, por una fuerte gripe. Le puso peor cuerpo, el imaginarse otros
seis días allí tirada en aquel colchón del jardín. La noche invadió la casa. Se
quedó completamente a oscuras. Incluso lo agradeció. No le preocupaba la
seguridad de fuera. Mellea se había ocupado a la perfección de bloquear todas
las posibles entradas. Intento sin éxito relajarse. Bebió otro trago de agua,
pero no pudo contenerse y casi se acabó la cantimplora. El agua estaba fresca,
y su garganta, así como el resto de su cuerpo, lo agradeció. Poco a poco, el
sueño la volvía a invadir y se quedó plácidamente dormida.
Se sentía mojada por todas las
partes de su cuerpo. El radiante sol entraba por los ventanales. El pelo
sudoroso se le pegaba por la cara. Las heridas de los brazos y del hombro le
palpitaban. El sentido del olfato hizo aparición. Olía a quemado. A madera
quemándose. Se removió lentamente, quitándose la manta. La ropa estaba mojada
por todas partes, y el olor a sudor, hizo que se diera asco a sí misma. Siguió,
tambaleándose, el olor a humo. Supuso que sería Mellea, ya que su colchón estaba
vacío. Llegó hasta el jardín, y vio a Mellea metiendo unas ramitas en un fuego.
Encima del fuego, había puesto una cazuela grande. Recordó verla en el asilo de
las monjas.
-
¿Qué haces? –preguntó de tal forma que no se
asustase.
-
He visto que te has terminado toda el agua. He
abierto un grifo y ha salido. Supongo que será de los acumuladores del sótano.
Ante la duda, la estoy hirviendo. Tendrás que esperar a que se enfrié para
beber. –contó más seria que de costumbre.
-
Vale. –contestó sin más.
Estaba tan cansada y dolorida, que
prefirió volverse a descansar. Al pasar por un cuarto de baño, vio que había
una ducha. Abrió el grifo y salía un hilo de agua. Se quitó la ropa y se mojó
hasta que dejó de caer agua. Se tapó con la manta y se volvió a quedar dormida.
Cuando se despertó era de nuevo de noche. Mellea estaba sentada enfrente. Con
la mirada perdida. Alicia, la miró con tristeza. No se había percatado, de lo
que una chica de su edad estaba pasando. Lejos de su familia. Familia que vio
morir. Sin ninguna meta, que estar con ella. ¿Se estaba dejando llevar por
aferrarse a alguien? Era normal. Alicia sentía lo mismo. Entonces, vio como le
salían lágrimas y recorrían sus mejillas. No era un llanto desesperado. Era un
llanto melancólico. Triste.
-
Mellea… -susurró Alicia-… ¿estas segura de que
quieres acompañarme?
-
¿Por qué me preguntas eso ahora? –contestó sin
mirarla.
-
No se…
-
Queda poco para que lleguemos a tu casa. Tengo
miedo por lo que pueda pasar si encontramos a tu familia. –confesó- Ahora te
sigo, porque no tengo a ningún sitio donde ir. Sé que soy capricho tuyo. No es
la primera vez que me pasa. Pero ahora es distinto. Antes podía volver a casa
con mis padres.
-
Cariño… -se dio cuenta de que le caía una
lagrima a ella también-… no eres un capricho. Pero tampoco sé lo que siento. Lo
que sí puedo asegurarte, es de que soy sincera contigo. Te digo la verdad, si
te dijera que no quiero encontrar a Ricardo. Pero también te digo la verdad,
cuando digo que a mis hijos… los quiero encontrar. Me gustaría decirte, que
todo va a ir bien. Pero ni siquiera yo sé que va a pasar.
-
¿Y si no me aceptan?
-
Pues tendrán que hacerlo.
Aquello no confortó a Mellea. Que
se levantó y salió al jardín. Los siguientes días, Mellea se encargó de
encontrar más agua. Mientras Alicia se recuperaba, mataban el tiempo jugando al
ajedrez. Se lo habían llevado del asilo. Los besos y las caricias habían
cesado. Ninguna se atrevía a sacar el tema otra vez. Desde una ventana de la
planta superior, tenían una amplia visión del exterior. Les reconfortaba poder
vigilar su refugio temporal. Pasaron varios grupos de muertos sin rumbo. Dos
grupos de supervivientes, que caminaban. Uno de ellos, trató de invadir el
refugio, pero al ser sorprendidos por unos muertos, escaparon. El segundo grupo
de supervivientes, pasaron a la casa de al lado. Aun desconocían, si seguían
allí o continuaron su camino. En cualquier caso, pasados ocho días las
existencias de fruta y verdura se terminaron. Por no decir del agua. Era el
momento de continuar.
Alicia dejó que Mellea siguiera
conduciendo. Entre otras cosas, porque los puntos no estaban curados del todo.
Estaban llegando a Andorra. Seguían conduciendo por carreteras montañosas. El
buen tiempo que había hecho aparición, poco a poco se difuminaba. En la
frontera, vieron los restos de un asentamiento militar. Alicia casi se sintió
aliviada al ver la bandera española. Era como volver a casa. Aun le quedaban
muchos kilómetros y días de viaje, pero al ver la bandera le inyectó algo de
moral. Los tanques y barricadas, les impedían el camino. Estuvieron un buen
rato, mirando el mapa buscando una alternativa. De hecho, a partir de ese
punto, Nestore no dejó anotaciones. Le señaló el lugar exacto de su pueblo a
Mellea. En ciertos momentos, la notó nerviosa. Retrocedieron varios kilómetros,
hasta una aldea de poco más de quince casas. Los pocos coches que había,
estaban apartados hacia un lado. Alguien los movió por la forma en la que
estaban. Unos metros más adelante, en el suelo se encontraba un reguero de
cadáveres amontonados. Las puertas de las pequeñas casas estaban abiertas. Con
un rápido vistazo desde el coche, se podía observar que ya no contenían nada en
su interior. En el edificio más alto, por decirlo de alguna manera, ya que era
la única con dos plantas, tenía todas las ventanas y la puerta cerrada.
Aparcado en la misma puerta, un coche todoterreno. En buenas condiciones. Quizá
por el ruido del motor al pasar, la puerta se abrió. Apareciendo un hombre de
avanzada edad y con una escopeta de caza. Las apuntaba con gesto dubitativo. Al
verlas a través de la ventanilla, bajó el arma y levantó lentamente la mano
saludando tímidamente. Alicia, le pidió que se detuviera.
-
Buenas tardes, buen hombre. –gritó Alicia al
bajar la ventanilla de cristal.
El hombre tan solo movió la cabeza
con un movimiento hacia arriba.
-
¿Habla español? –preguntó Alicia.
De nuevo repitió el gesto.
-
¿Podría decirnos si por esta carretera podemos
evitar el campamento militar? –continuo preguntando.
En esta ocasión no hizo ningún
gesto de aprobación o negación. Las miró un buen rato. Se frotó el pelo canoso
y alborotado ya de por sí. Y entonces habló.
-
¿De dónde vienen? –preguntó con una voz suave.
-
De Italia. Voy en busca de mi familia. –contestó
Alicia.
-
Llevo mucho tiempo sin hablar con nadie. ¿Tienen
hambre? Acabo de matar un cordero, y sería una pena que tuviera que tirar más
de la mitad.
-
¿Qué nos pide a cambio?
-
Un poco de conversación y ayuda por unas horas.
Mellea miró a Alicia. Ambos se
miraron. No confiaban en aquel hombre. Aunque, llegado el momento, entre la dos
no suponía un peligro.
-
¿Qué tipo de ayuda por unas horas? –preguntó
Alicia inquieta.
-
Sacar agua de un pozo. Mis brazos ya flaquean.
Limpiar un poco la casa. ¿Les parece buen trato por medio cordero?
-
Aceptamos. –confirmó Alicia- Pero añadimos la
información para evitar el camino bloqueado y continuar nuestro camino.
-
Eso es gratis. –dijo el anciano.
Aparcaron al lado del otro coche.
El anciano, miró el interior y se apartó asustado al ver los dos machetes de
Alicia. Está a verlo, casi hasta se sorprendió. Pero no hizo ningún comentario.
Aunque, le dio instrucciones a Mellea de que escondiese su pistola. Les podría
hacer falta. Pasaron dentro de la casa. Olía a aceite quemado, basura y a
sangre. Al llegar a la cocina, muy amplia, vieron un cordero a medio desollar. De
ahí el proveniente olor a sangre. El anciano, dejó su escopeta encima de una
mesa. Se colocó un delantal rojo por la sangre, y con el cuchillo afilado
continuó su trabajo.
-
Aún no he terminado de limpiarlo. Si son tan
amables, por aquella puerta –se la mostró apuntando con el ensangrentado
cuchillo- está el pozo. Necesitaremos al menos veinte cubos.
Sin dejar de observar al anciano,
salieron a la parte posterior del edificio. No había vallas ni protección
alguna. El pozo, se encontraba a unos veinte pasos a la derecha. Cada cubo de
agua, lo llevaron hasta un deposito casero en lo alto del edificio, que
suministraba a través de una chapuza de conexiones, a toda la casa. Para su
sorpresa, la planta alta contrastaba considerablemente con la planta baja.
Estaba limpia y ordenada. Muy pulcro. Estuvieron a las órdenes del anciano,
hasta que cocinó en un horno de leña al animal. Habían recogido varias
estancias de aquella planta, sacado la basura y rellenado una vez más el depósito
de agua para ducharse y beber agua.
Las insistió a tomar asiento, en
la misma mesa donde habían desollado al animal. Pero estaba reluciente y sin
una sola gota de sangre. Parecía otra estancia. Sacó una botella de vino, tres
copas y la bandeja del animal asado encima de la mesa.
-
Habéis trabajado muy bien. –dijo el anciano con
una voz tan suave que les ponía los pelos de punta- Decidme… venís de Italia. ¿Allí
está igual que aquí?
-
Igual. –contestó Alicia antes de dar un sorbo al
vino.
-
Habéis viajado mucho buscando a vuestra familia.
-
Mucho. Y los peligros son constantes. ¿Cómo ha
sobrevivido usted solo?
-
Al principio tuve la ayuda del ejército. Los
cadáveres que habéis visto a la entrada, son mis vecinos. Uno de ellos mi nieto
y su mujer. Se encontraban aquí de visita cuando sucedió todo. Yo me escondí
aquí todo el tiempo. De vez en cuando, venía un soldado para asegurarse de que
me encontraba bien. Hasta que dejó de hacerlo. Sabía dónde tenían el
campamento. Me acerqué y lo vi todo abandonado. No había ni muertos ni vivos.
Supongo que se fueron en busca de algo. Desde entonces… ¿a qué día estamos hoy?
Aquello les cogió por sorpresa.
Ellas tampoco habían llevado la cuenta de los días. El anciano lanzó un suspiro
de decepción.
-
Supongo que es difícil llevar la cuenta. –dijo.
-
Si. Supongo. –confirmó Alicia.
-
¿Qué te ha pasado en los brazos? –se fijó en las
heridas de Alicia- ¿Y a ti? –señaló su oreja, preguntando a Mellea.
-
En las montañas francesas, nos atacaron unos
lobos. –contestó Alicia.
-
¿Y ella? –preguntó extrañado- ¿No habla español?
-
Si lo hablo. Muy mal, pero lo entiendo todo. Lo
que me ocurrió a mí no es de tú incumbencia. –gruño de mal humor la joven.
-
Parte del trato, era conversación. –recordó.
-
Lo recuerdo. –intervino Alicia- Hemos pasado por
muchas cosas. Debe darnos tiempo.
-
Por supuesto. –no dejaba de mirar a Mellea.
-
La cena estaba estupenda. –dijo Mellea por no
estropear el trato.
-
Te lo agradezco. –sonrió el anciano dudosamente.
Después de cenar, recogieron todo
y se guardaron la comida que sobró. Ese era el trato. El anciano les invitó a
pasar la noche. A pesar de no confiar del todo, aceptaron. Según les dijo,
aquella zona no era tan peligrosa de morir a manos de los muertos. No podían desaprovechar
la ocasión. Subieron a la planta de arriba, y les indicó en que habitación
podían dormir. Era una habitación infantil. Según le contó el anciano, era de
su hija cuando aún vivía con él. Cuando se hizo mayor, se marchó en busca de
oportunidades y la dejó tal cual la dejó. Los juguetes y objetos personales,
estaban tan viejos que si los tocaban se rompían. La cama estaba polvorienta.
Pero les dio igual.
Por la mañana, el olor a
chocolate caliente las despertó. Cuando bajaron, se encontraron la mesa llena
de dulces y una jarra de chocolate caliente.
-
Buenos días, mis señoras. –sonrió orgulloso-
Esperaba una ocasión especial para gastar este chocolate.
-
No debió hacerlo. –dijo Alicia abrumada.
-
No se preocupe. Corre a cuenta de la casa. El
trato finalizó ayer noche.
-
¿Por qué es tan amable con nosotras? –preguntó
Mellea desconfiada.
-
Por lo mismo que vosotras. –se puso serio- Confió
en vosotras tanto como vosotras en mí. Prefiero ser amable, ofreceros algo
provechoso a cambio de algo. He visto como custodias tu arma debajo del abrigo.
Y las espadas de tu madre. Sé que no dudaríais en matarte por un poco de agua y
chocolate. Al menos así, puede que consiga sobrevivir un día más.
Alicia miró con las cejas
arqueadas a Mellea, y después al anciano. No pudo contener una carcajada, que sorprendió
al anciano y la joven.
-
Qué situación más absurda. –confesó entre risas-
El mundo se ha vuelto loco de verdad. Ya no confiamos los unos en los otros. No
culpo a nadie. En fin… terminemos esto y nos largamos.
-
¿No te entiendo? –preguntó el anciano.
-
Es cierto que no confiamos en ti. Pero no me
negarás que tanta amabilidad es sospechosa. Nosotras solo le preguntamos por un
camino. Nada más. Fue usted quien nos invitó a comer, a beber, a asearnos…
¿Quién sabe cuáles eran sus intenciones?
-
Les pido disculpas si… por dios, que vergüenza.
–se tapó la cara con las manos.
-
Ha sido usted amable. Le estamos agradecidas por
ello. –dijo Mellea al ver al anciano.
Se terminaron el desayuno,
mientras hablaban con más confianza entre ellos. En cierto modo, a Alicia, le
dio mucha pena aquel hombre. Pero debían continuar su camino. Antes de
marcharse, sin saber porque, Mellea le dio un abrazo al anciano y le dijo algo
al anciano que provocó desconcierto y abrumo. Miraron por el retrovisor
mientras se alejaban, viendo como aquel pobre hombre pasaría sus próximos años
de vida solo. No era un lugar de paso, y las posibilidades de encontrarse con
alguien honrado eran escasas.
-
¿Qué le has dicho? –preguntó curiosa.
-
Que no eras mi madre… si no mi amante. –rio a
carcajadas.
1 comentario:
Me ha encantado!!! Da esperanza, aunque estás en tensión todo el capítulo. Gracias
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