Capítulo 31
Ambos permanecían inconscientes.
A simple vista no se veía ninguna herida. Pablo, abofeteó sin fuerza la cara de
Reina. Hizo un gesto de desaprobación, pero continúo con los ojos cerrados.
Hizo lo mismo con Sharpay. Esta si despertó. Abrió lo ojos, llenos de terror y
observó todas la caras. Al reconocerlas, se tranquilizó un poco. Héctor se dio
cuenta, que la pierna derecha de Sharpay, descansaba en una posición imposible.
Se llevó una mano a la boca, imaginando lo que le habría ocurrido.
-
¿Estáis bien? –preguntó Pablo.
-
Creo que me he roto la pierna. –se la señaló.
-
Toma, bebe agua. Estas deshidratada. –le tendió
la cantimplora.
-
Mi hermano. No está bien. –dio un trago largo-
He intentado despertarle varias veces pero no lo consigo.
-
Yo tampoco. Ahora os llevaremos a casa. –ordenó.
Mientras Pablo volvía sobre sus
pasos para ir en busca del camión, Raúl y Héctor se quedaron con ellos para
protegerlos. Raúl, examinó todo lo que pudo a Reina. No encontró evidencias de
mordedura. Héctor, hablaba con Sharpay. De hecho, Raúl, se percató de la
cercanía y preocupación de uno por el otro. Se le escapó una sonrisa orgullosa.
Él, se había acomodado de tal forma, que ella podía apoyar su cabeza en el
pecho de Héctor. Este le acariciaba con cariño el pelo sucio y la mejilla.
Pablo no tardó en llegar. Los ayudaron a subir por la parte trasera. Reina
seguía sin ser consciente. Pablo, miró con preocupación la pierna de la chica.
Algo de conocimientos médicos había adquirido en su época como militar, y su
intuición le decía que aquello no tenía buena pinta. Pero más preocupante era
el estado de Reina. Necesitaban saber que les había ocurrido.
Transitaron por aquellas calles
hacia la salida. Se cruzaron varios infectados que logró esquivar con
facilidad. Aunque se percató de que volvía a ver a aquel caballo. Cerca de un
jardín vallado. Tuvo que volver a mirar, porque se dio cuenta de que estaba
amarrado a un poste de la valla. Aquello le extrañó, y a la vez, le indicó que
por la zona había alguien más. Puso todos sus sentidos en alerta. No era
posible que los hombres de Manzaneque o el mismo, estuvieran por esa zona.
Estaba bastante alejada del campamento. Ya se habían incorporado a la carretera
nacional que los llevaría a casa, cuando al mirar por el retrovisor descubrió
dos figuras humanas encima de unos caballos. Solo fue una imagen rápida, pero
eran más de cuatro seguro. Aceleró aún más, tratando de huir ante cualquier
amenaza.
Ya dentro del caserío, se
ocuparon de entablillar la pierna a Sharpay y de llevar a Reina hasta una cama.
Con mucha dificultad, le hicieron beber. Si bien no estaba inconsciente del
todo, no recuperaba la consciencia del todo. Sharpay les contó que mientras
huían saltando por los coches, trataron de subir al balcón de un primer piso.
Fue entonces, cuando no logró saltar con la suficiente fuerza y cayó desde una
altura de cuatro metros. Reina corrió a socorrerla, pero los rodearon y
haciendo un sobreesfuerzo, elevó a su hermana por los hombros y trató de
sacarla de allí entre los infectados. Trataban de morderlos. Mató a unos
cuantos por delante, para hacerse un pasillo y huir. Consiguieron entrar en un
portal, pero también estaba lleno de infectados. Llegaron hasta la vía
principal, pero esta vez Sharpay pudo ir sobre una pierna y abrazada a Reina.
Torpemente, recorrieron aquella vía, y callejearon durante horas para
despistarlos. Pero siempre los encontraban. Se resguardaron entre dos cubos de
basura a descansar. Algo que solo lograron por unos minutos. No lo escucharon.
Hasta que Reina notó un fuerte dolor en el brazo. Un muerto le estaba mordiendo
en el brazo.
Al oír eso último, Raúl corrió
hasta la habitación donde descansaba Reina. Rápidamente le descubrió los
brazos, y suspiró aliviado. Aquella cazadora le había salvado la vida. Aun se notaba
las marcas de la mordedura, pero no había logrado traspasar la tela. Volvió de
nuevo a la otra habitación e informó de que no estaba infectado. Se escuchó un
suspiro colectivo de alivio por parte de los demás.
Se deshizo del infectado, y
continuaron escapando. Hasta que llegaron a la caseta donde los encontraron.
Quizá debido al gran esfuerzo de cargar con su hermana, el simple hecho de
pensar que había sido mordido y el poco alimento ingerido en los últimos días,
había hecho mella en el joven. Cuando se aclaró todo, y la normalidad retornó,
cada uno se dispersó.
Pasaron varios días sin
incidentes. Reina recobró fuerzas. Sharpay seguía inválida, pero siempre
acompañada de Héctor. Pablo y Ramón, comenzaron una nueva amistad. Como no
había mucho que hacer, empezaron a contarse batallitas militares y eso afianzó
la opinión positiva de cada uno de ellos. Mónica seguía ocupándose de los
niños, aunque para sorpresa de todos, pasaba mucho tiempo con Patri. Raúl no
pasó aquel detalle por alto. Tampoco los demás. Pero sabían que las cosas entre
Raúl y Mónica no iban del todo bien. Raúl trataba de aislarse del resto,
subiendo a vigilar. Pero siempre acaba en compañía de Eli. Hablaban de cosas
sin importancia.
Pasado un mes, agotaron todas las
existencias. Debían volver a salir. Prepararon el camión, y con Reina ya
recuperado, se unió a Vergara, Héctor, Raúl y Pablo. El tiempo no solo no
mejoraba, si no que empeoraba por momentos. Algunas noches, era imposible dormir
con aquellas tormentas. El camino estaba embarrado, los campos cubiertos de una
densa nieve. El frio obligaba a abrigarse muy bien. El motor del camión
carraspeó varias veces antes de ponerse en marcha. Las fuertes heladas, y la
falta de mantenimiento estaban haciendo mella. Patri se ofreció a quedarse a
proteger el lugar. Tan solo unos muertos desperdigados les hicieron visitas
esporádicas ese último mes. Aunque aquello no era garantía de seguridad. Antes
de marcharse, Raúl lanzó una mirada furtiva a Mónica. Las cosas entre ellos, se
habían congelado al igual que clima. Tanto es así, que ni siquiera dormían
juntos ya. Incluso, sin tener plena certeza, sabía que Patri le había hecho
alguna que otra visita.
Viajaron todo el día visitando
lugares donde no habían explorado ya. Consiguieron algunas cosas, pero
insuficientes. Lucharon un par de veces con grupos numerosos de muertos,
saliendo victoriosos. La buena noticia fue, encontrar un camión cisterna de
reparto de combustible cerca de una gasolinera. No eran los únicos que lo
habían encontrado y rellenado sus vehículos. Pero lograron llenar el depósito
de su camión, y dos garrafas de veinticinco litros. Ya se habían alejado del caserío
alrededor de unos cuarenta y dos kilómetros al norte. Les sorprendió un chaparrón,
y esperaron en el interior del camión a que pasase. Esa tormenta de agua,
despejó la nieve que había sobre la carretera. Aun les quedaban cinco horas de
luz solar, así que continuaron avanzando. Finalmente, aquella excursión fue más
productiva de lo que imaginaban. En el siguiente pueblo, evitando ya los ya
habituales problemas, encontraron una tienda de ultramarinos sin desvalijar.
Cargaron todo lo comestible y no perecedero. De una ferretería se llevaron
varios campings gas, chalecos de abrigo, hachas nuevas, herramientas, y hasta
un grupo motor. Necesitarían electricidad en algún momento. Pasaron por tiendas
de ropa, o jugueterías. Se llevaron libros. Antibióticos y material médico de
una farmacia. Fue como pasar a un buffet libre sin pagar entrada.
Antes de irse, Pablo observó que
Vergara llevaba un largo rato sin aparecer. Escrudiñó todas las direcciones,
por si alguna horda los estaba acechando. Todo estaba tranquilo. Muy tranquilo.
Aquello le daba mala espina. Entonces se escuchó el ruido de cristales rotos.
Todos dejaron lo que estaban haciendo y levantaron la cabeza. Se miraron
expectantes. Héctor sacó su pistola. Pablo se llevó un dedo a los labios, y el
resto se quedó inmóvil. Se volvió a escuchar el ruido de cristales rotos. Captó
la dirección del sonido, girándose hacia allí. Caminaron lentamente hasta que
de nuevo se escuchó el impacto de cristales rompiéndose contra algo duro.
Entonces, Pablo se relajó. El ruido provenía de un pub.
-
Dejadme a mí. –ordenó.
Entró con sumo cuidado, pero
haciendo el ruido necesario para que Vergara se percatara de su presencia y no
cometiese ninguna tontería. Estaba detrás de la barra. Encima de esta, había
colocado dos vasos pequeños. Se dio la vuelta, y agarró la primera botella que
vio. La abrió y rellenó los dos vasitos. Se los bebió de trago, y acto seguido
tiró los dos vasitos contra la pared de enfrente. Se quedó mirando a Pablo.
Volvió a sacar dos vasitos que colocó con cuidado encima de la barra. Se dio la
vuelta, y escogió otra botella al azar. Rellenó los vasitos. Se bebió el
contenido. Y los lanzó contra la pared. Pablo se acercó a la barra. Sentándose
a unos dos metros de Vergara sobre una banqueta. Vergara, repitió una vez más
el ritual. Cuando comenzaba una nueva ronda, la botella elegida al azar se le
cayó de las manos. No dijo nada. Arqueó las cejas, y al girarse para coger
otra, tiró otras cuatro.
-
¿Me dejas ayudarte? –preguntó Pablo con
convicción.
Vergara levantó las palmas, puso
cara de sorprendido y le invitó a traspasar la barra. Pablo, ya conociendo su
ritual, sacó dos vasitos. Miró a Vergara, y este le hizo señas para que sacara
otros dos. Pablo obedeció, y sacó otros dos vasitos. Se giró y miró las
botellas que aún quedaban en el estante.
-
No. No. No. –dijo medio borracho- No tienes que
elegir. Que sea al azar.
Pablo se limitó a asentir, y cogió
la primera botella que alcanzó. Rellenó los cuatro vasitos. Vergara no esperó y
se bebió el primero. Sin soltarlo, con la otra mano cogió el segundo pero le
hizo gestos para brindar. Pablo, aceptó su invitación y brindaron. Le costó
tragarse aquel licor. Tuvo que mirar de nuevo la botella, para saber que estaba
bebiendo. Vergara, le insistió de beberse el segundo vasito. Después, ambos a
la vez, lanzaron los vasitos contra la pared.
-
¿Qué te ocurre, Adolfo? –preguntó Pablo evitando
que repitiera el ritual.
-
No me llames así. –le señaló con el dedo en
gesto amenazador.
-
Nos conocemos desde hace mucho. No es nada nuevo
para mí su adicción al alcohol. Sabes que siempre he permitido en mi pelotón
ciertos excesos. –decía.
-
Me cago en la puta. ¿no te das cuenta? –se enfureció-
ya no hay pelotón. Ya no hay nada, joder. Esto es una puta mierda.
-
Lo sé, amigo. –su voz era relajada- Lo sé. Pero
hay que luchar. Aún no sabemos qué va a pasar. Pero saldremos adelante.
-
El mundo se ha vuelto loco. –dijo abstraído-
¿Qué puta vida nos espera? ¿Salir cada dos semanas a entrar en tiendas con la
esperanza de encontrar una puta lata de atún y dos putas galletas? No tío, no.
Eso no es vida. Todo eso se acabará. Como todo el puto alcohol del mundo. –se
derrumbó contra la barra y se puso a llorar como un niño.
-
Te entiendo. De verdad que lo entiendo. Pero no
podemos emborracharnos sin más, y esperar a que nos devoren. No. Me niego. Me
niego que te pase eso a ti o cualquiera de nuestro grupo. –le tocó un hombro.
Pero Vergara se retiró con brusquedad.
-
No me toques, joder –gritó- no me toques. Ni tú,
ni nadie.
-
Cuando mi hijo murió, pensaba igual que tú.
¿recuerdas? Actuaba como lo estás haciendo ahora. Pero me dije: ¿Qué estoy
haciendo? Aún tengo otro hijo al que cuidar.
-
Me cago en la ostia tío, ¿A quién cojones tengo
yo? Un puto divorciado, al que ni su hijo quería ver. Ni siquiera sé si siguen
vivos. Ni siquiera sé si quiero saberlo.
-
Hay gente fuera que te necesita. Eres un soldado
de primer nivel. Puedes ayudar a que esas personas, que sí, quieren vivir, lo
consigan. ¿Quieres matarte? Hazlo pero que merezca la pena.
Raúl entró en ese momento por la
puerta, pero Pablo le hizo un ademan para que se marchara. Pero Vergara lo
negó.
-
Chico, chico –le dijo antes de que se marchara-
Anda, hazme un favor, llama a los demás. tengo el gusto de invitaros a una
copa.
Pablo asintió con la cabeza, y Raúl
llegó al momento con el resto. Lo miraban expectantes.
-
Venga, sentaos. –dijo Vergara con decisión- Creo
que nos merecemos un homenaje.
-
¿A qué se debe toda esta gilipollez? –preguntó Ramón.
El único que no se sentó.
-
No seas así, Ramón. –replicó Pablo- Vergara está
pasando por un mal momento. Además, ¿Qué tiene de malo disfrutar un poco? –le ofreció
un vaso lleno de licor.
-
Hay que joderse. –dijo Ramón entre sorprendido e
indeciso- Venga, ¿Por qué brindamos?
-
Si me lo permitís –continuó Pablo- me gustaría
hacer un brindis por Vergara. Creo que es deber de todos nosotros, ayudarnos.
Tiene un problema, y me veo en la obligación de pediros que lo apoyéis.
-
¿Cuál es el problema? –pregunto Héctor inocente.
-
Toda esta situación, en mayor o menor medida, no
afecta a todos. Ahora Vergara está algo alicaído, y no le vendría nada mal
subirle el ánimo, para que nos ayude a sobrellevar esta pesadilla. ¿No os
parece? ¿No os gustaría a cada uno de vosotros que cuando estemos de bajón otro
nos levante el ánimo?
-
Por Vergara –gritó Héctor sonriente.
-
Por Vergara –grito Ramón y Reina a la vez.
-
Por ti, compañero –dijo Pablo.
-
Por ti –dijo Raúl.
Después de esa, vinieron unas
cuantas más. Hasta que Pablo y Ramón, dijeron basta. Debían volver al caserío,
conducir borrachos y de noche no era buena idea. Aun así, se llevaron una buena
cantidad de botellas del pub. El camino de vuelta, casi hasta resultó
divertido. Incluso llegaron a cantar canciones típicas de bodas y comuniones.
Estaban alegres, que se les podía reprochar. Aunque, algún que otro descuido,
casi les cuesta un accidente. Rozaron en un par de ocasiones un coche
abandonado y un grupo de muertos a la deriva. Nada preocupante si fueras en
plenas condiciones. Estaba oscureciendo cuando se incorporaron al camino
pedregoso que les llevaría al caserío. Pablo frenó de golpe a apenas cincuenta
metros antes de llegar. Los demás dejaron de cantar y contar chistes casi al
instante.
-
¿Qué ocurre? –preguntó Ramón.
-
Preparaos –señaló uno de los costados del caserío-
tenemos visita.
Enfocó con las luces del camión,
al lugar exacto. Se encontraban aparcados dos camiones militares iguales al que
conducían. Camiones, que seguramente, habrían sido conducidos por los hombres
de Manzaneque. Pablo se preguntaba cómo habían logrado encontrarlos. ¿Habrían
sido descuidados en las incursiones y los habrían seguido? Daba igual, estaban
allí. Apagó el motor, y bajaron armados. Caminaron entre la nieve y los arboles
hasta llegar a uno de los camiones. Tanto Pablo, Ramón y Vergara se movían cual
militares eran. Al mirar dentro del primero, encontraron el cadáver de dos
personas. Los conocían del campamento. Pero no eran militares, eran civiles. Al
llegar al segundo camión, encontraron otros cinco cadáveres. Tenían amplios
cortes en cabeza y abdomen. Hecho con un arma de gran filo. Uno de los portones
estaba abierto de par en par. A Raúl se latía el corazón tan rápido, que
pensaba que se le saldría por la boca. Al entrar, descubrieron varios cadáveres
más. Eran civiles y militares. Con heridas similares, pero añadiendo flechas.
Examinaron todas las estancias, pero no encontraron a nadie con vida. Miraban
todos los cuerpos, pero ninguno era de su grupo. En una habitación superior,
Pablo encontró el cadáver de Manzaneque. Tan solo tenía una flecha clavada en
el pecho. Debía de llevar mucho tiempo muerto, pues al escucharlo entrar se movió
como lo hacen los muertos que caminan. Raúl entró detrás, y al verlo le clavó
un cuchillo en el ojo. Pablo notó la rabia en el chico. No se lo reprochó.
Cruzaron las miradas, pero ningún gesto más antes de marcharse. Raúl estaba
como loco por encontrar a su hermana. Reina llamó desde el patio a todos. Al
llegar, todos miraron un mensaje escrito con sangre en la pared blanca: LOBARRE.
1 comentario:
Me gusta el capítulo. Sorpresa con la vuelta de Manzaneque!!!! Y vuelta al final de infarto... Vaya hype!!!
Publicar un comentario