martes, 13 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 5.

Capítulo 5


Cada hora Roberto llamaba a Alicia. Esta le hizo caso y se alejó de la ciudad y los accidentes. Había tomado un taxi hasta una localidad próxima, donde todo parecía estar en calma. Consiguió una habitación en una especie de casa rural. Era barata, pero algo sucio. No le importó, pues tan solo se quedaría allí, hasta que se calmase la situación, y pudiera subirse a un autobús en dirección a España. Por su parte, Roberto, acompañó a Eli hasta su casa. Algo que agradecieron sus padres, ofreciéndole una botella de vino. No quiso rechazarla. No por nada, sino porque a pesar de que su economía no era muy alta, se sentirían ofendidos. No aceptaban la caridad de nadie. Decían que podían subsistir sin la compasión de los demás. Aunque en varias ocasiones, viéndose demasiado obligados, aceptaban algo de comida a cambio de limpiarles la casa o algún trabajo esporádico. En el fondo los entendía. Alguna vez, comentándolo con Alicia, se había propuesto contratarlos en el hostal en épocas de mucha afluencia. Pero nunca llegaba esa gran afluencia. Y terminaban por desistir en la idea. 

Mientras volvía de nuevo a casa, al subir por una de las calles adyacentes, escuchó un estruendo. Como era normal, y dadas las últimas noticias, cualquier cosa era un peligro. Evidentemente, un avión no había sido. Pero si algo grande. Iba ataviado con sus gafas para la nieve, ya que el viento era fuerte y cualquier piedra pequeña o ramita podía hacerte mucho daño si se metía en un ojo. Pero tuvo que quitárselas, para ver de dónde producía aquel ruido. Parecía como si alguien hubiera dejado pegado el pie en el acelerador de un coche, o furgón, sin tener metida ninguna marcha. Pudo distinguir, a lo lejos, en uno de los accesos por carretera un humo grisáceo se elevaba por encima de los árboles. Supo que se trataba de allí, donde se escuchaba el ruido agudo del motor. Se pensó dos veces en ir a averiguar que sucedía. Cuando algo, o alguien, le agarró de su hombro derecho. Emitiendo un severo grito de terror, además de dar un salto hacia delante. Cuando se giró, pudo distinguir un abrigo verde con bandas amarillas. Enseguida supo de quien se trataba. 

- Joder Anselmo, que susto me has dado. –le gritó.

- ¿Qué estás haciendo aquí fuera? –le gritó el agente.

- Estaba volviendo de acompañar a la hija de los Martos. Estaba en casa con mi hijo, y no podía dejarla sola. 

- Deberías volver a tu casa ya. La tormenta se está poniendo cada vez peor. Yo he salido porque he escuchado un ruido y venía a ver que era.

- Yo también lo he escuchado. Y creo que sé de dónde viene. –le señaló la carretera.

- Voy a ver qué pasa. Tu vete. 

- De ninguna manera Anselmo. Te acompaño. Si alguien está herido, necesitarás ayuda.

- Te he dicho que no. –le ordenó.


A pesar de que le había ordenado que se marchara, prefirió quedarse allí. Cerca, había un viejo muro de piedra, que le vendría bien para resguardarse del viento. Desde allí podía observar como Anselmo se acercaba al origen del ruido. Aunque dada la distancia que los separaba en ese momento, tan solo distinguía el reflejo de las bandas amarillas de su abrigo. Algo sucedía, porque se movía de un lado a otro. Con cierta dificultad tanto por el viento, como la profundidad de la nieve. Hasta ese momento, la nieve caía levemente, pero a medida que llegaba la noche, caía con más fuerza. Tan solo podía verlo ya muy fugazmente. Se dio cuenta de que volvía hasta su posición, porque cuando el viento soplaba en dirección contraria, la nieve le permitía verlo con más claridad. Evidentemente, Anselmo, sabía que Roberto no se había marchado. Se acercaba al viejo muro con decisión. A pocos metros, el viejo policía, le hizo un gesto con el brazo para que lo siguiera. Roberto, miró hacia los lados y para atrás, pensando que se lo decía a otra persona, pero no. Era a él. Se levantó y una ráfaga de viento le desplazó unos centímetros hacia la derecha. Si bien, no consiguió tirarlo al suelo, fue suficiente para desestabilizarlo. Cuando recuperó la estabilidad, se puso al lado de Anselmo.

- Ya que estas aquí –gritaba a través de la braga que le abrigaba- podías ayudarme.

- ¿Qué pasa? –gritó Roberto

- Es el operario de la maquina quita nieves. Ha debido de perder el control y está estrellado contra un árbol. He conseguido parar el motor, por si se quemaba. Pero está inconsciente. A ver si entre los dos, podemos llevarlo al médico. 

- Vale. Vamos –contestó 


Era casi de noche, y la luz que les proporcionaba la farola más cercana era insuficiente. Anselmo, rebuscó entre sus bolsillos buscando su linterna. El viento, cada vez más fuerte, hizo que en una ocasión se golpearan entre sí. Anselmo le sujetó con habilidad para no caerse los dos al suelo. O más bien a la nieve. Cada vez que pisaban, hundían la pierna hasta la rodilla. Era un esfuerzo sobrehumano caminar. Poco antes de llegar, Anselmo se paró en seco.

- ¿Qué pasa? –gritó Roberto

- No está en el asiento –logró decir

- ¿Cómo que no está? –preguntó extrañado, pues casi no veía a través de sus gafas

- Ahí, -señaló en dirección al vehículo- Estaba ahí, en el asiento.


Estaba en lo cierto. Roberto, tuvo que acercarse más para lograr ver algo más nítido. En el asiento no había nadie. 

- Ilumíname por aquí –ordenó Roberto al policía, que aun permanecía varios metros más atrás


Entre el surco producido por el vehículo quita nieves, nuevamente lleno de espesa nieve, aun se podía distinguir un reguero de sangre así como unas marcas de haber caminado sobre ellas. Anselmo, logró llegar hasta Roberto que comenzaba a caminar siguiendo las marcas de sangre. 

- Tengamos cuidado –advirtió Anselmo con cierto temor entre sus palabras


Caminaron varios metros hasta que el rastro de sangre desapareció. Al igual que las marcas de pisadas. Miraron hacia todos lados, pero no encontraban nada. Así que retrocedieron hasta el vehículo. Pero en esta ocasión, al rodear el vehículo lo encontraron. Estaba tumbado boca abajo. Era claramente el operario. No lo habían visto porque desde el otro lado no se podía ver. Anselmo se apresuró a socorrerlo. No se movía. Por más que le daba golpes en la espalda no reaccionaba. A pesar de estar boca abajo, la cara no la tenía hundida en la nieve. Por lo que si estaba vivo, podría respirar. 

- ¿Está muerto? –gritó Roberto

El policía le tomó el pulso en la muñeca, y confirmó que el hombre estaba vivo. Muy débil, pero vivo. 

- Ayúdame. Tenemos que llevarle al médico. –ordenó.


Roberto le levantó por las piernas, mientras que Anselmo lo elevaba por las axilas. Era un hombre menudo, pero aun así notaron que llevar una persona costaba más de lo que pensaban. No habían recorrido ni dos metros, cuando a Anselmo se le resbaló. El hombre cayó sobre la acolchaba nieve. El policía lanzó una mirada furtiva a Roberto, como si este tuviera la culpa. Le volvió a levantar y llegaron hasta el muro de piedra para descansar. Justo al momento de soltarle, el hombre se movió. Aquello asustó tanto a Anselmo como Roberto. El operario se levantó asustado, emitiendo un grito de terror. Le asistió un duro golpe en la cabeza a Anselmo que se encontraba detrás de él haciéndole sangrar por la nariz. 

- Eh tranquilo –gritó Roberto- solo te estamos ayudando. Te hemos sacado de ahí.

- Dejadme, dejadme –gritaba el hombre tan aterrorizado que los impresionó

- Te tranquilizas tú, o te tranquilizo yo. –amenazó Anselmo limpiándose la sangre que le brotaba por la boca.


El hombre, se separó  unos centímetros, y apoyándose en el muro se dejó caer. Quedándose sentado, abrazándose con los brazos las rodillas. Guardando la cabeza entre estas. Tan solo gritaba que lo dejasen en paz. Una y otra vez. Anselmo y Roberto se miraban confundidos, pues no le habían hecho nada. Roberto se acercó con cuidado al hombre y se quitó las gafas.

- Escucha –le gritó- solo queremos ayudarte. 

- No me hagáis nada. Por favor. –la forma en la que miraba a Roberto, le enfundó un severo escalofrió.

- No queremos hacerte nada. Te vamos a llevar al médico para que te cure esa herida en la cabeza.

- No es ninguna herida… -confesó

- Pues yo diría que sí. –miró la sangre que le brotaba de la oreja

- Me la ha arrancado –al tocarse la oreja, esta se desprendió de su lugar, provocando una arcada a Roberto

- Ostia puta, -miró con los ojos abiertos a Anselmo que los observaba desde la distancia

- ¿Dónde está? –preguntó el hombre- ¿se ha ido ya? ¿por dónde se ha ido?

- No hemos visto a nadie más que a ti. –dijo Anselmo

- ¿Ibas con alguien más? –trató de averiguar Roberto

- Era mi compañero. Estaba durmiendo en la parte de atrás, mientras hacia mi turno. Sin venir a cuento me ha mordido en la oreja y después nos estrellamos contra un árbol. Cuando me he despertado, la luna estaba rota. Ha tratado de atacarme otra vez y al escapar me he golpeado otra vez con la puerta del quita nieves. 


Anselmo y Roberto escuchaban estupefactos. Estaba delirando, supusieron. Así que lo convencieron para llevarle a la enfermería. Tardaron casi diez minutos, en un trayecto que por lo general se hacía en dos. Al llegar a casa del médico, vieron que había más gente. Al entrar, Roberto supo de quien se trataba. Eran Héctor y Marcos, amigos de su hijo. 

- ¿Estáis bien? –preguntó Roberto

- Es mi padre. –dijo Marcos- Uno de esos delincuentes que rondan por la zona atacó a mi padre cuando le descubrió robando un cerdo. 

- No estaba robándolo –aclaró Héctor sin dejar de mirar su móvil

- Robándolo, matándolo, comiéndolo… ¿Qué más da? –dijo Marcos enfadado


El médico, Francisco, salió al pasillo al escuchar más voces. Su aspecto era demencial. Su bata ya no tenía el blanco impoluto de otras veces. Ahora la parte delantera estaba cubierta de sangre. 

- He podido desinfectar la zona –le explicaba al hermano mayor- pero no tiene buena pinta. Habría que llevarle a un hospital. Pero con este temporal…

- Don Francisco –dijo Anselmo que tenía al operario a su lado- le traigo otro paciente.

- ¿Qué le ha pasado? –dijo mirando la oreja del hombre

- Al parecer su compañero le atacó, mordiéndole la oreja. –explicó

- ¿Otro mordisco? –dijo extrañado


Hubo un silencio incómodo. Todos habían escuchado las noticias y los videos de internet. Un miedo inmenso les embargó.

- Pasa, -ordenó al operario- te curaré esa oreja. 


Roberto miró su reloj. Eran casi las once de la noche, y en breve tenía que llamar a Alicia para que le dijese si iba todo bien. Por su parte, Anselmo, llamó por radio a su compañero. Debían hacer una ronda, en busca del compañero del operario atacado. Además, del vándalo que atacó al padre de los dos muchachos. Se despidió de Roberto, y le insistió en que volviese a casa. Cuando el policía se fue, Roberto llamó varias veces a Alicia. Aunque daba señal, no contestaba. Eso le puso muy nervioso. Llamó a Raúl, para asegurarse de que seguía en casa con Rebeca. Se quedó más tranquilo al hablar con él. 

- Chicos, si necesitáis cualquier cosa, venid al hostal. –dijo Roberto a los chicos. 

- Gracias Roberto. Esperaremos aquí a que mi padre salga. –contestó Marcos.


Se quedó con ellos unos diez minutos. Antes de irse, llamó a la puerta del médico. Al entrar, vio como trataba de coserle la oreja, al pálido operario. En una camilla, descansaba el padre de los chicos. Con el brazo vendado, pero ya cubierto de sangre. No quiso mirar más. Se despidió de todos. 

Cuando llegó a casa, se encontró con Raúl y Mónica que veían la televisión. Pasaban una y otra vez las mismas imágenes de las tragedias por medio mundo. Les explicó todo lo ocurrido con el padre de Héctor y con el operario. Después les advirtió.

- Vamos a cerrar bien todas las puertas y ventanas. No quiero que entren esta noche esa gente loca. –les dijo mientras subía por las escaleras hacia su habitación.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Ya están aquí...

Ajenoaltiempo dijo...

Es muy buena la "climatización" del texto. El frío realmente se puede percibir durante la lectura y ya se convirtió en un personaje más de la narración.