jueves, 15 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 7.

Capítulo 7.


Tan solo hacía dos horas que su padre se había ido de expedición con el grupo reunido por Anselmo. Algo en su interior le decía que aquello no era buena idea. Observaba a Marcos, sentado en un sillón, con la mirada perdida. Incluso llegó a contar cuanto tiempo estuvo sin parpadear. Casi tres minutos. Claramente estaba afectado por lo ocurrido con su padre. Héctor no tanto, pero cuando nadie le veía, se limpiaba las lágrimas. A decir verdad, todo aquello estaba afectando a todos y cada uno. Eso era evidente. Pensaba en lo que podía estar pasando su madre, allí sola, sin conocer a nadie. Seguramente, pensando en ellos. Para colmo, su padre se había ido a saber dónde y ni si volvería a verlo como una persona normal. Mónica, se ocupaba la mayor parte del tiempo en atender a Rebeca. Que cada vez se ponía más nerviosa, y llamaba a su mamá insistentemente. Raúl notó a su profesora y amante, mas crispada que de costumbre. Aunque no tenía hijos, se le daba bastante bien tratar con bebes. 

Desde la habitación donde veían lo que ocurría en el exterior, Raúl, permanecía casi todo el tiempo. Observaba si aparecía algún hostil, como empezaron a llamarles. Por suerte, hasta el momento, tan solo se pudo ver a dos vecinos pasándose agua embotellada de una casa a otra. Supuso que estarían haciendo algún tipo de intercambio, cuando al terminar, pasaron de la otra casa varias cajas con comida. Casi todo latas y algún que otro embutido. Al terminar, se volvieron a encerrar en sus respectivas viviendas. Eso le llevó a pensar, en cuantas provisiones tenían para permanecer allí encerrados hasta que todo se arreglase. Con ayuda de Héctor, fueron apuntando todo lo que tenían. Aunque no era mucho. 

Ya habían pasado cinco horas desde la marcha de su padre. Mónica se ocupó de preparar algo de comer. Pero empezaron a preocuparse por Marcos, que no probaba bocado ni bebía nada. Toda aquella situación empezaba a crispar los ánimos. Desde la primera noche que se quedó Mónica en el hostal, no habían tenido la ocasión ni siquiera de hablar de lo suyo. De hecho, parecían dos desconocidos que solo trataban de permanecer en el mismo lugar sin más problemas. También se acordó de Eli. Por más que intentaba llamarla, no conseguía tener línea. De hecho se empezó a preocupar cuando ya ni siquiera le llegaba internet. Puso la televisión, a sabiendas que no había nada nuevo. Aunque en esta ocasión, si lo había. Ya no emitían nada, solo el logo de la propia cadena. Cambiaba de canal, y siempre lo mismo. Excepto algunas, con sólo un fondo azul. Terminó por apagarla. Al ir al baño, se dio cuenta de algo fundamental. De los grifos ya no salía agua. Solo un escaso hilo, seguramente los posos de las tuberías. 

- Mónica, -se acercó- tenemos un problema. No llega agua.

- Lo que nos faltaba ya… -suspiró desesperada.

- ¿Crees que el mundo se ha ido a la mierda? –se sentó al lado suyo.

- Me da que sí. –confesó- Las cadenas de televisión no emiten nada. Las líneas de teléfono no funcionan. Internet tampoco. El agua está empezando a no llegar a las casas… está clarísimo que las personas que mantienen todo eso, no están en sus puesto de trabajo.

- En estos casos… ¿Qué se supone que debemos hacer? 

- Pues mira… -levantó los hombros-… es algo que no me enseñaron en la facultad. 

- Mi amiga Eli… no sé nada de ella… 

- Ni pienses por un segundo en salir a buscarla. Estará con sus padres. 

- Solo era una idea.

- Intenta entretenerte con algo hasta que llegue tu padre y la policía. Ellos sabrán que hacer.


Aquello, a decir verdad, no era ni mucho menos divertido. Tan solo se le ocurría leer un libro o mirar por la ventana. Optó por la segunda, mientras hacia la primera. Así que escogió un libro, y fue hasta la ventana. El sol, que por la mañana había salido, comenzaba a desaparecer. De nuevo, el cielo grisáceo, aventuraba que otra tormenta se avecinaba. Fuera, en la plaza, no había ni un alma. Tan solo un par de perros pasaron, evitando a dos cuerpos que aún seguían tendidos en la nieve. Nieve, que ahora era hielo en su interior. El silencio era sepulcral. Intimidante. Comenzaba a oscurecer. La tarde daba paso a la noche. Y sin señales de la vuelta de su padre. Mónica lo interrumpió.

- ¿Qué haces? –preguntó aún sabiendo lo que hacía.

- Leyendo un libro mientras vigilo la plaza. 

- ¿Alguna novedad?

- Nada.

- He cogido una botella de vino. Espero que no os importe.


Raúl negó con la cabeza. Ella le tendió una copa, mientras se servía otra para ella.

- No me apetece…-dijo dejando la copa en el suelo.

- Tú mismo…-dio un trago largo-… tu hermana está dormida. Y tus amigos no se mueven del sofá


Se sentó encima de sus piernas. Raúl dejó caer el libro. Se miraron fijamente. Ella dio otro trago al vino, vaciando la copa por completo. Acercó su cara y le besó lentamente. Él también lo estaba deseando, y la agarró por la cintura. Poco a poco iban quitándose la ropa, hasta quedar completamente desnudos. Fue entonces cuando se tumbaron en la cama. De vez en cuando paraban, por si se escuchaba algún ruido proveniente de la parte de abajo. Él tuvo que taparle en repetidas ocasiones la boca, para que no se le escuchara. Al terminar, quedaron tumbados sin hablar. Ella, se sirvió otra copa de vino. Aunque está vez, Raúl bebió de la misma copa que ella. Al pasar por la ventana, Mónica percibió algo. 

- Creo que ahí hay alguien –señaló por la ventana.

- Ese es Bernardo. O Berni como le llamamos todos. Es un tío peculiar. –le explicaba.


Bernardo era un hombre de unos casi cuarenta años, que tenía autismo. Casi no hablaba con nadie. Y si lo hacía, todos le tomaban como un niño pequeño. Aunque en realidad es que lo era. Su mentalidad era la de un niño de unos seis o siete años. Siempre acompañado de su ya, anciana madre. 

- ¿Suele salir solo a la calle? –preguntó extrañada.

- Normalmente va con su madre. –contestó.

- Pues va solo. ¿y se le ha pasado algo a la madre?


Cuando Raúl se asomó de nuevo, aquello no tomaba buena pinta. Berni permanecía de pie, y con su ya conocida postura. Que consistía en que su mano izquierda siempre la tenía pegada a la cara, y sus dedos hacían un movimiento de estirar y contraer. Debido, seguramente, a su enfermedad. Allí estaba, mirando hacia una calle, sin moverse. Algo nervioso. No era para menos. Por esa calle, se acercaban no menos de cinco hostiles, a paso lento pero firme. Ahora podían verlos con más claridad. Parecían estar pudriéndose. Las ropas estaban rotas y sucias. Parecían torpes, pero no parecían sentir nada, si se golpeaban con algo. No sabían si podían ver o estaban tan drogados que no se lo permitía. El caso, es que se dirigían claramente hacia Berni. 

- Mierda…-dijo Raúl vistiéndose-… le van a atacar.

- ¿Qué hacemos? –preguntó asustada.


Raúl abrió la ventana y le gritó

- Bernardo, ¿me oyes? –gritó tan fuerte que el eco rebotó- Vete. Corre.


El hombre se limitó a mirar hacia la ventana, y no hacía más muecas que su tic. 

- Berni, joder –gritó de nuevo- Corre, ven hacia aquí. Te abriremos la puerta.


Pero no hacía caso. Los hostiles cada vez estaban más cerca, aunque la distancia era aún prudencial. Al ver que no le hacía caso, terminó de ponerse las botas y bajó. Corrió todo lo que pudo hasta la puerta. Sin embargo, antes de abrir la puerta, fue hasta el cuarto de la leña, y se armó con el hacha de su padre. Necesitaba algo con lo que defenderse. Respiró dos veces antes de abrir. Por suerte, cerca de la puerta no había ninguno. No había sido precavido en ese sentido. Por lo que un escalofrío le recorrió el cuerpo al darse cuenta de su imprudencia. Ya, consciente, corrió la plaza hasta donde estaba Bernardo.

- Vamos Berni, -le dijo tocándole un brazo.


 A lo que el respondió con un sollozo y apartándose de Raúl. 

- Vamos tío. Que ya están aquí. Vamos para mi casa. –dijo, cuando quedaban escasos diez metros para que aquellos hostiles estuvieran a su altura. 


Su mano, la del hacha, le temblaba tanto por el miedo como por el frio. No se había abrigado lo suficiente. 

- ¿Dónde está tu madre Berni? –preguntó tratando de que le hiciera caso.

- ¿Mamá? –decía- Mamá ya no me quiere…-decía con voz de un niño pequeño.

- ¿Por qué? ¿te ha hecho algo?

- Quería comerme como se comió a peludo. –contaba.

- No sé quién es peludo…-aunque sabía lo que le ocurría a la madre-… pero si quieres que esas personas no te coman, ven conmigo.

- ¿Tienes patatas?

- Joder Berni, yo que se…-los tenían casi encima ya.

- Quiero comer patatas –comenzó a llorar y patalear en el suelo.

- Ven conmigo y te doy todas las patatas que quieras –mintió.

- ¿Con sabor a jamón? 

- Como tu quie…



No pudo terminar la frase, ya que otro hostil que apareció por detrás le agarró de la capucha y le tiró hacia atrás. Resbaló, cayendo encima del hostil. Trataba de zafarse de él. Gritaba y daba patadas al aire. Escuchaba como daba dentelladas al aire, y el sonido al chocar los dientes era horrendo. Se giró con esfuerzo. Había conseguido separarse, pero el hostil se levantó antes que él, y se lanzó. Raúl pensaba que ya era lo último que contaría. Cerró los ojos y puso los brazos sobre su cabeza, esperando el ataque. Pero no llegaba. Segundos después abrió los ojos, y vio como Berni lo tenía cogido desde atrás por la ropa y lo lanzaba unos metros lejos de ahí.

- Gracias Berni –consiguió decir sorprendido al ver la fuerza de aquel hombretón.


Pero los que venían por la otra calle, ya estaban tan cerca, que uno agarró por el cuello a Bernardo. Antes de que pudiera hacerle nada, se revolvió con tanta brusquedad hacia los lados, que salió disparado. Dos de ellos, se acercaban a Raúl. Este retrocedió unos metros, buscando su hacha. Cuando la encontró, la recogió del suelo. Daba hachazos al aire, a modo amenazador. Pero parecía darles igual. De reojo, vio como otro hostil atacaba a Bernardo. Este se agazapó con terror. Cayéndose de culo al suelo. El hostil, que no se esperaba eso, también resbaló y cayó justo al lado. Raúl, retrocedía hasta golpearse con un coche. El más cercano levantó los brazos tratando de agarrarle. Pudo apartarse justo a tiempo. El segundo, también lo atacó, consiguiendo agarrarle por los hombros y acercaba su cara a la suya. El hacha se le cayó de las manos, y puso las manos en el pecho del hostil a modo de parar su progresión. El hedor que desprendía, produjo una bocanada que terminó en vomito. Pudo fijarse en los ojos perdidos del hostil. Aquello no era una persona ya. El otro hostil estaba a punto de agarrarle también, pero Héctor apareció por detrás empujándolo. Algo que Raúl agradeció. Notó como el suyo se separaba. Era Marcos que lo estaba agarrando por detrás y lo empotró contra el cristal del coche. Este se rompió, y la cabeza del hostil quedó dentro del coche. Pero ya no se movía. Rápidamente, miró hacia donde estaba Berni. No supo cuando, pero el que lo atacaba estaba tendido en el suelo en una postura extraña. Como si le hubieran roto la espalda. Aún quedaba un hostil que se acercaba a Héctor. Pero este había recogido el hacha de Raúl y le asestó tal golpe en la cabeza, que el crujido puso los pelos de punta a todos los presentes. Quedaron inmóviles unos segundos antes de reaccionar.

- Joder Raúl…-dijo un sofocado Héctor-… que puto asco…

- Gracias chicos…-dijo Raúl conteniendo otra arcada al recordar el crujido.

- Deberíamos entrar –decía Marcos- es de noche y no tengo ganas de ver más de estos.


La actitud amistosa de Marcos había desaparecido por completo. No era para menos. Por fin, convencieron a Berni de acompañarlos para dentro. Aunque como era de esperar, enfureció al descubrir que Raúl le había mentido sobre las patatas fritas. 

- Fue imprudente salir –le regañó Héctor a Raúl- Si te digo la verdad, te hemos ayudado por que eres tú. 

- ¿Serías capaz de dejar a este pobre hombre con esas personas? –preguntó asombrado.

- Me importa una puta mierda el subnormal ese. Me acabo de quedar sin padre ¿recuerdas? –se enfureció aún mas.

- Tranquilízate –dijo Raúl en actitud defensiva.


Ambos se miraron con furia. Hasta que Héctor, le cogió del brazo y se lo llevó hasta otra estancia. Raúl, pensaba que aquello no acabaría bien para ninguno de los dos.

- ¿Cuándo pensabas contármelo? –susurró.

- ¿Contarte qué? –aquella pregunta le descolocó.

- Que te follas a la profe…


2 comentarios:

Unknown dijo...

Un final simpático para un capítulo angustioso... dnd está papá?

Ajenoaltiempo dijo...

Muy interesante la forma en que nos vas descubriendo a nosotros, los lectores, lo que realmente está sucediendo. A pesar de haber leído y visto muchas historias de "hostiles" enterarnos junto a los protagonistas de qué se trata todo es muy atrapante