Capítulo 30
Le tomó el pulso y comprobó que aún
seguía con vida. La cabeza se había golpeado contra la mesa, pero seguramente,
debido a los efectos del veneno ni lo habría notado. Alicia miró con
preocupación a Mellea. Corrieron hasta su habitación, Alicia se colocó la
mochila de los machetes y comprobó que ambos seguían allí. Mellea, rebuscó
debajo de la almohada su pistola. También seguía allí. Cogieron sus pocas
pertenencias, y bajaron hasta el recibidor. En el comedor, aún estaban cenando
los ancianos y las monjas restantes. No daban indicios de que les pasase nada.
Al menos no por el momento. Sin embargo, las cazuelas estaban vacías. Si de
verdad contenía aquel veneno, todos estaban condenados. Alicia rebuscó en sus
bolsillos, pero no encontró las llaves del coche. Empezaba a ponerse nerviosa.
Holbein salió del comedor. Su aspecto era demencial. Estaba pálida y los ojos
rojos. Se tambaleaba un poco. Pero lograba mantenerse en pie. Al verlas allí de
pie forzó una sonrisa.
-
Hijas mías –fue casi un susurro- no pueden
marcharse aun. Estamos terminando de cargar su vehículo. Tienen que darnos unos
minutos más. Deben perdonarnos, pero no gozamos de vuestra agilidad.
-
Holbein, -agarró Alicia a la monja con un brazo,
apartándola de la puerta- ¿Qué cojones estáis haciendo?
-
Mi español es muy limitado, no he entendido
algunas palabras. –parecía drogada.
-
Os habéis vuelto locos aquí –dijo Mellea
enfurecida.
-
No niego que parezca una locura. –se rio a causa
de los efectos del veneno- Pero aquí estamos todos ya cansados de vivir. Y como
bien nos habéis contado, fuera no hay nada por lo que vivir.
-
Mierda. –gritó Alicia desesperada.
-
No os preocupéis, hijas mías. –cada vez se
agarraba con más fuerza al brazo de Alicia.- Enseguida subirán a sus camas. He
visto como os desenvolvéis. No supondrán un problema añadido.
Alicia la soltó con brusquedad.
La miró despectivamente, y salió al patio posterior. Se sentó en uno de los
escalones, observando como dos monjas cargaban cajas y cajas con fruta y
verdura en la parte de atrás del coche. El clima era frio, pero no amenazaba
con tormenta. Mellea llegó por detrás, sentándose al lado suyo. Alicia le tomó
una mano y la entrelazó con la suya. Las monjas terminaron de meter cajas, y
les devolvieron las llaves antes de entrar en el edificio.
Al cabo de unos minutos, se
escuchaba el barullo habitual de después de la cena. En la que los ancianos solían
volver a sus habitaciones. Mientras esperaban a que todo permaneciese en
silencio, se dieron cuenta que desde hacía quince días no veían a ningún muerto
acercarse a las puertas del recinto. Era extraño y tranquilizador a partes
iguales. Observaron la luna en su pleno esplendor. Emitía cierta luz que
alumbraba muy sutilmente el jardín posterior. Todo por ahí fuera estaba
demasiado tranquilo. Por unos instantes, esa tranquilidad le recordó a las
noches en las escaleras de su Hostal con Ricardo. Después de acostar a Rebeca y
que Raúl se quedase en su habitación leyendo. Noches que eran frías, pero que
se agradecía salir un poco a tomar el aire después de un día haciendo comidas,
arreglando habitaciones o atendiendo a clientes. Es especial, se acordó cuando
eran las fiestas patronales, y algunos comerciantes ambulantes colocaron en la
plaza sus puestos de patatas fritas y algodón de azúcar. El castillo hinchable
a medio desinflar, después de una jornada siendo pateada por los niños. O la
banda de la orquesta de ese día recogiendo sus instrumentos. Alicia sonrió al
recordar esos buenos tiempos. Tiempos que quizá no vuelvan. Sin embargo, ahora
tan solo tenía la agradable compañía de Mellea. Una chica tan joven como su
primer hijo, y con la cual había descubierto su otra cara a la hora de amar. En
ciertos momentos, pensaba que solo era consecuencia de los momentos duros que
les había tocado vivir. Pero en otras, la miraba, su deseo de besarla, de
cuidarla, de entregarse al sexo de esa manera, eran pruebas irrefutables de que
la quería de verdad. Como en su momento le pasó con Ricardo. A veces buscaba
cualquier excusa para no reanudar la marcha. La sola imagen de Ricardo
viéndolas juntas, le replanteaba sus objetivos. Claro que tenía ganas de volver
con él. Pero también de seguir con Mellea. Sin embargo, era consciente de que
tendría que elegir entre uno de los dos. Lo más fácil hubiera sido, no volver a
España y deambular por el mundo con Mellea. Solas. Sin nada que se opusiera.
Ricardo estaría con sus hijos. Los cuidaría bien. No tenía la menor duda. Pero
la sola idea de no volver a sus hijos la aterrorizaba. Así que, de nuevo, las
ganas de reanudar su camino se avivaron. A cada instante se preguntaba que
estarían haciendo. Si se habrían escondido bien, tendrían suministros
suficientes y lo más importante: ¿estarían todos bien?
No supo cuánto tiempo estuvo
absorta en sus pensamientos. De hecho se extrañó, al volver al mundo real,
encontrarse apoyada en el pasamano de la escalera. Miró hacia donde estaba
Mellea, pero no la encontró. Tardó unos segundos en reaccionar. Se levantó, y
notó que la mochila porta espadas pesaba menos. Le faltaba uno de los grandes
machetes. Enseguida dedujo que había sido Mellea. Se adentró corriendo hacia el
edificio, y en ese momento bajaba Mellea con parsimonia. Llevaba en una de sus
manos temblorosas, el arma que le faltaba. De la punta chorreaba una mezcla de
sangre y vísceras. Su cara indicaba que lo que acababa de hacer no había sido
agradable. Sin embargo, en cuanto vio a Alicia fingió calma.
-
Tranquila, ya está todo hecho. Podemos irnos.
–le tendió el arma por el puño y salió como si no hubiera pasado nada.
Alicia, se mantuvo de pie allí
mismo, asimilando aquella situación. El problema no fue que les clavara una
espada a cuarenta y seis personas mientras dormían o morían en ese instante. Lo
que la sobresaltó, fue la idea de que tan solo una de esas personas hubiera
herido a Mellea. Que mientras se encargaba de uno, apareciese alguien
convertido y la atacase por detrás. Eso le angustiaba más que cualquier otra
cosa. Tenían que hacer las cosas juntas. De esa manera reducirían los riesgos.
Pero ella lo había hecho sola y no sabía por qué.
Cuando por fin reaccionó, salió
al jardín y encontró a Mellea frente al coche. Esperándola como si nada.
Alicia, enfurecida, fue hacia ella y la zarandeó.
-
¿En que estabas pensando? –preguntó casi en un
grito.
-
Desde que nos conocemos, no has hecho otra cosa más
que cuidar de mí. Te cargas demasiadas cosas a la espalda. Deja que los demás,
también hagamos cosas por ti. Así funciona esto ¿no? –le contestó también
enfadada.
-
Mierda Mellea, te podían haber hecho daño. Y
eso… eso… me… incomoda mucho. –se retiró de ella, entre otras cosas, para que
no la viese que estaba a punto de llorar.
-
Te espero dentro del coche. –indicó Mellea.
No quería quedarse ni un minuto más
ahí. Abrió las dos puertas de hierro, y se subió al coche. Recorrieron varios
kilómetros sin hablar. De hecho, Mellea, se durmió tan profundamente, que
Alicia lo agradeció. Se detuvo en dos ocasiones para consultar las indicaciones
que Nestore había pintado en el mapa. Recorrieron tantos kilómetros sin poblaciones
cerca, que tuvo la sensación de conducir hacia el fin del mundo. Era bien
entrada la madrugada, cerca de las tres, cuando le empezaba a vencer el sueño.
Detuvo el coche entre dos grandes árboles y apagó las luces. Comprobó que no
hubiera peligro cerca y miró el contenido de varias cajas del gran maletero del
coche familiar. Escogió dos naranjas y se comió gajo a gajo desfrutando de su
agradable sabor. Dentro de otra caja, descubrió varios discos de música. Supuso
que las monjas los pondrían allí, pero al comprobar la temática religiosa los
lanzó al campo sin miramientos. Vio algo, también en esa misma caja, que la
encolerizó si cabe aún más. Eran unas ramitas con unos frutos redondos
colgando, que enseguida supo que se trataba de aquella planta venenosa. Para no
tocarlas, tiró por completo la caja sin mirar que más contenía. Antes de cerrar
el portón, vio unas botellas de vino. Tenían etiquetas con motivos religiosos,
abrió una botella pero justo antes de dar el primer trago, se acordó de la
dichosa planta. También tiró por los aires todas las botellas. Doce para ser
exactos. No se fiaba. Nunca se sabe que locuras puede hacer la gente en una situación
extrema. Ya tenía experiencia desde el hotel.
Mellea seguía dormida en el
asiento. Por una parte, se moría de ganas por dormir un poco también. Pero no podía
permitirse el lujo de quedarse las dos dormidas y ser sorprendidas por muertos
caminantes. Tampoco quería despertarla. Se quedó un rato pensativa, acordándose
de las palabras que le dijo su amante. “Te cargas con demasiadas cosas a la
espalda.” Quizá tuviera razón. Pero por esa noche, la dejaría descansar.
Los primeros rayos de sol
empezaban a salir aunque las nubes grisáceas le impedían mostrarse por
completo. Olía a lluvia. A humedad. A tierra mojada. A césped mojado. Hacia
frio. Se arropó con una manta y se quedó sentada en el asiento del coche.
Mellea se despertó. Miró hacia los lados, tratando de situarse.
-
¿Dónde estamos? –preguntó perezosa.
-
Cerca de la frontera con Francia. –contestó
Alicia adormecida.
-
¿Abras dormido por lo menos? –preguntó aun
dolida.
-
Un poco. –mintió.
-
Tenías que haberme despertado. Haría yo la
guardia. –lo dijo sin maldad.
-
Casi no podía dormir, Mellea. No te preocupes.
Pero ahora que ya has descansado tú, ¿Qué te parece si conduces un rato
mientras descanso? –le sonrió cariñosamente.
-
Ya viste lo que pasó la última vez. –arqueo un
ceja.
-
No puedo cargarme con demasiadas cosas a la
espalda… -contuvo una sonrisa, para aparentar ironía.
Reanudaron la marcha. Según el
mapa, estaban cerca de un parque Nacional francés. Un lugar por donde el ser
humano escasea, y por lo tanto la probabilidad de infectados se reducía al
mínimo. La carretera, hasta ese momento, era idónea. Pero de repente, cambio a
una estrecha calzada en la que intercalaba tramos sin asfaltar con caminos de
tierra peligrosos. La joven, parecía que empezaba a dominar la conducción, y se
adentró sin titubear. A veces, unos pequeños surcos en la tierra, le hacían
perder el control del vehiculo. Pero consiguieron atravesar aquel camino sin
problemas hasta un lago de aguas cristalinas, rodeado de medianas y altas
montañas. Era un paisaje bello. Detuvo el coche, solo para admirar aquel
maravilloso paisaje.
-
¿Qué te parece un baño ahí? –preguntó Mellea
divertida.
-
Una idea maravillosa. –contestó.
A pesar de que aquel lugar no
hubiera sido pisado por nadie desde hacía tiempo, escondieron bien entre los
arboles el coche. Aunque lo bastante cerca para tenerlo controlado sin que
tuviera el riesgo de quedar atrapado o caerse al lago. Ante la estupefacta
mirada de Alicia, la joven corrió hacia el agua. Se detuvo unos segundos en la
orilla. Observó el fondo, se agachó para tocar con la mano el agua y se desnudó
por completo. Estiró los brazos y se zambulló en el agua. Buceo uno metros y
cuando salió el pelo mojado descubrió el hueco de la oreja amputada. No pareció
importarle y continúo nadando sin dejar de observar a todas partes.
Alicia, con algo de reparo, pues
nunca se había desnudado al aire libre, se tomó su tiempo para desnudarse.
Aunque, se quedó con la ropa interior. Imitando a Mellea, se zambulló en el
agua y llegó hasta la joven. Ambas rieron y juguetearon en el agua hasta que se
cansaron. Al llegar a la orilla, Alicia se dejó caer boca arriba en la arena
pedregosa. Le había sentado fenomenal el baño. Mellea llegó poco después, y se
tumbó encima de Alicia. Mojándola de nuevo. Se miraron fijamente, hasta que sus
bocas se juntaron. Acarició el cuerpo mojado de Mellea, centrándose en sus
pechos. De repente, Mellea se quedó inmóvil. Levantó la cabeza y miró hacia los
árboles y arbustos que había arriba de la colina.
-
¿Qué pasa? –preguntó Alicia jadeante.
-
Calla. –ordenó.
Se quedaron en completo silencio.
Tras unos instantes, se escuchó ruido de movimiento entre unos arbustos. Eran
rápidos y abundantes. Alicia, al percatarse de lo que había escuchado Mellea,
se quitó de encima a la joven y corrió hacia su ropa. Mellea hizo lo mismo.
Alicia, desenfundó uno de los machetes y esperó expectante mientras la otra se vestía.
El ruido sonó de nuevo, pero escorado a la izquierda. Se giró hacia el ruido en
posición defensiva y con el arma apuntando hacia el frente. Mellea ya estaba vestida,
y con su pistola en la mano. Ahora los ruidos venían de todas direcciones. Se
movían nerviosas cada vez que se escuchaba el ruido en sentido contrario. Los
ruidos cesaron. Pero lo que estaba provocándolos salió de su escondite. Un lobo
salió de uno de los arbustos. Gruñía y mostraba los colmillos amenazadoramente.
Se acercaba a ellas con lentitud. A su derecha, apareció otro lobo. Más blanco
que el otro, pero con la misma actitud. Poco a poco hacían aparición un total
de seis lobos enfurecidos. Mellea soltó un grito de miedo. Eso provocó que los
lobos se envalentonaran mucho más, y dieran otros dos pasos seguros hacia
ellas. Alicia, lentamente, sacó el segundo machete con manos temblorosas.
Pretendía dar apariencia de no tenerles miedo. Pero era inútil. Seguían
gruñendo y con cautela las acorralaban. El que estaba más cerca de Alicia, hizo
un amago de ataque, pero paró en seco cuando Alicia interpuso las puntas de los
machetes hacia él. Un segundo lobo, lo intentó contra Mellea. Pero más debido
al miedo, que por convicción, apretó el gatillo de la pistola. Impactándole en
un costado. El resto se pusieron más nerviosos e impacientes, pero dudaban si
atacar en ese momento. El primer lobo, hizo amago de ataque contra Alicia. Pero
en esta ocasión, también ella contratacó. Con la punta afilada del machete
logró hacerle una herida importante en el hocico. Se retorcía en el suelo,
retozando la parte herida contra el suelo.
-
Dispárale. –gritó Alicia.
Mellea se giró sobre sí misma, y
disparó. El primer impactó rebotó contra el suelo. Lo que provocó que el animal
se apartase unos veinte pasos. Un segundo disparo le dio en el abdomen. Se
desplomó. Alicia, que se había girado para controlar al resto, hacia
movimientos con los machetes, para espantarlos. Daban dentelladas al aire,
tratando de agarrar el filo. Uno de ellos logró morderlo. Pero al mover
violentamente la cabeza para arrebatarle el arma, se desgarró los lados de la
boca, dejándola inservible. Gemía de dolor. Sus compañeros no cesaron, a pesar
de vez lo que ocurría. Obtuvieron su recompensa, mordiendo en el brazo
izquierdo de Alicia. Esta emitió tal grito de dolor, que su acto reflejo fue
amputarle la cabeza al lobo. El cuerpo se separó con tal facilidad, que se sorprendió.
Pero no tuvo tiempo de reacción, pues los otros tres lobos saltaron hacia ella.
Las garras de uno de ellos, le hicieron una severa herida en el hombro. Cayeron
al suelo, mientras trataban de morderle la yugular. Tratando de taparse el
cuello con los brazos, recibió mordiscos en los antebrazos. No fueron
profundos, pero la sangre salía con fuerza. Se escuchó varios disparos. Un lobo
se desplomó. Otro se lanzó contra Mellea. El último seguía forcejeando con
Alicia. Más disparos. Alicia cogió como pudo el machete que tenía cerca, y lo
clavó por el cuello al animal. Se giró como pudo, con la cara ensangrentada, y
vio que Mellea estaba bien. Cerró los ojos. Le dolía todo. Los brazos le
quemaban.
Como pudo, con ayuda de Mellea,
se levantó. Se miró todas las heridas de los brazos y el hombro. Algunas eran más
profundas que otras, pero no se veía hueso. Eso era bueno. Se lavó en el agua.
Mellea trajo todo el hilo de coser, unas agujas y vendas. Cada vez que
atravesaba la piel y el hilo recorría el agujero, se retorcía de dolor. No pudo
reprimir los gritos de dolor. Si hubiese más lobos cerca, las habrían
encontrado sin dificultad. Se hizo de noche y no logró coser todas las heridas.
Con la ayuda de los focos del coche, pudo completar la tarea. Las curas no
fueron igual de buenas que las que haría un cirujano, pero al menos no se
infectarían. Se encontraba mareada y sudorosa. En la cara de Mellea se
reflejaba la preocupación.
-
Vámonos de aquí, por favor. –suplicó Alicia
tumbándose en el asiento del copiloto.
Tuvo que conducir muy lento. La
noche era cerrada, y los focos del coche no alumbraban del todo el camino. La
luz del depósito se encendió. Resopló, sabiendo lo que tocaba hacer. Detuvo el
coche y pistola en mano fue hasta la parte de atrás. Sacó un bidón de gasolina
y el embudo. Con el nerviosismo, tiró al suelo un tercio del contenido. Se subió
de nuevo con rapidez al coche, y reanudó la marcha. Al bajar una colina, en
mitad del camino unas barreras y una caseta les cortaban el paso. Supuso que sería
el paso fronterizo. Aunque en esa ocasión, parecía que llevase años abandonada.
Las barreras habían perdido casi todo su color y estaban oxidadas. La caseta
estaba invadida por plantas que en otra época, ocuparon su lugar y lo estaban
recuperando. No podía bordear la caseta ya que corría el riesgo de encallar. Y
la barrera ocupaba el ancho del camino. Tendría que bajar y tratar de
levantarlas manualmente. Por suerte, un juego de poleas le facilitó el trabajo.
Aquel puesto fronterizo debía ser tan antiguo, que no disponía de electricidad
y lo levantaban a pulso. Suspiró aliviada al traspasar la barrera y subir de
nuevo por el camino. Ya estaban en Francia. En lo alto del camino montañoso,
había un mirador. Decidió parar ahí, y esperar al día siguiente. Al menos se
habían alejado de la zona boscosa, y estaban más cerca de la próxima población.
Preocupada por el estado de
Alicia, no pudo pegar ojo a pesar de estar muerta de sueño. Quizá fuera el
shock, pero llegó a la conclusión de que dejó de respirar en varias ocasiones.
El sol había salido hacía ya cuatro horas, y Alicia no daba señales de despertar.
Se batía en la duda de si continuar el camino o esperar a que despertase.
Aburrida, examinó el mapa. Llegados a ese punto, Nestore, apuntó continuar a
unos veinte kilómetros de la costa. De esta manera dejarían a su izquierda
Niza, Cannes, Frejus… y así hasta llegar a Marsella. Continuando por
Montpellier hasta llegar a Andorra. Aproximadamente unos setecientos
kilómetros. Calculó cuantos bidones habían gastado ya, y los que les harían
falta hasta llegar solo a Andorra. El viaje no sería fácil. Ya lo sabía. Aun
así se le erizó el bello de los brazos al pensar en todas las veces que
tendrían que parar y recoger gasolina si es que quedaba.
2 comentarios:
Capitulazo!!! Una gran avance para Alícia... lo del convento muy duro. Gracias
Buen capítulo, han cumplido con el favor y ya están mas cerca de su objetivo.
Publicar un comentario