jueves, 16 de agosto de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 30.


Capítulo 30

 

 

Le tomó el pulso y comprobó que aún seguía con vida. La cabeza se había golpeado contra la mesa, pero seguramente, debido a los efectos del veneno ni lo habría notado. Alicia miró con preocupación a Mellea. Corrieron hasta su habitación, Alicia se colocó la mochila de los machetes y comprobó que ambos seguían allí. Mellea, rebuscó debajo de la almohada su pistola. También seguía allí. Cogieron sus pocas pertenencias, y bajaron hasta el recibidor. En el comedor, aún estaban cenando los ancianos y las monjas restantes. No daban indicios de que les pasase nada. Al menos no por el momento. Sin embargo, las cazuelas estaban vacías. Si de verdad contenía aquel veneno, todos estaban condenados. Alicia rebuscó en sus bolsillos, pero no encontró las llaves del coche. Empezaba a ponerse nerviosa. Holbein salió del comedor. Su aspecto era demencial. Estaba pálida y los ojos rojos. Se tambaleaba un poco. Pero lograba mantenerse en pie. Al verlas allí de pie forzó una sonrisa.

-          Hijas mías –fue casi un susurro- no pueden marcharse aun. Estamos terminando de cargar su vehículo. Tienen que darnos unos minutos más. Deben perdonarnos, pero no gozamos de vuestra agilidad.

-          Holbein, -agarró Alicia a la monja con un brazo, apartándola de la puerta- ¿Qué cojones estáis haciendo?

-          Mi español es muy limitado, no he entendido algunas palabras. –parecía drogada.

-          Os habéis vuelto locos aquí –dijo Mellea enfurecida.

-          No niego que parezca una locura. –se rio a causa de los efectos del veneno- Pero aquí estamos todos ya cansados de vivir. Y como bien nos habéis contado, fuera no hay nada por lo que vivir.

-          Mierda. –gritó Alicia desesperada.

-          No os preocupéis, hijas mías. –cada vez se agarraba con más fuerza al brazo de Alicia.- Enseguida subirán a sus camas. He visto como os desenvolvéis. No supondrán un problema añadido.

 

Alicia la soltó con brusquedad. La miró despectivamente, y salió al patio posterior. Se sentó en uno de los escalones, observando como dos monjas cargaban cajas y cajas con fruta y verdura en la parte de atrás del coche. El clima era frio, pero no amenazaba con tormenta. Mellea llegó por detrás, sentándose al lado suyo. Alicia le tomó una mano y la entrelazó con la suya. Las monjas terminaron de meter cajas, y les devolvieron las llaves antes de entrar en el edificio.

Al cabo de unos minutos, se escuchaba el barullo habitual de después de la cena. En la que los ancianos solían volver a sus habitaciones. Mientras esperaban a que todo permaneciese en silencio, se dieron cuenta que desde hacía quince días no veían a ningún muerto acercarse a las puertas del recinto. Era extraño y tranquilizador a partes iguales. Observaron la luna en su pleno esplendor. Emitía cierta luz que alumbraba muy sutilmente el jardín posterior. Todo por ahí fuera estaba demasiado tranquilo. Por unos instantes, esa tranquilidad le recordó a las noches en las escaleras de su Hostal con Ricardo. Después de acostar a Rebeca y que Raúl se quedase en su habitación leyendo. Noches que eran frías, pero que se agradecía salir un poco a tomar el aire después de un día haciendo comidas, arreglando habitaciones o atendiendo a clientes. Es especial, se acordó cuando eran las fiestas patronales, y algunos comerciantes ambulantes colocaron en la plaza sus puestos de patatas fritas y algodón de azúcar. El castillo hinchable a medio desinflar, después de una jornada siendo pateada por los niños. O la banda de la orquesta de ese día recogiendo sus instrumentos. Alicia sonrió al recordar esos buenos tiempos. Tiempos que quizá no vuelvan. Sin embargo, ahora tan solo tenía la agradable compañía de Mellea. Una chica tan joven como su primer hijo, y con la cual había descubierto su otra cara a la hora de amar. En ciertos momentos, pensaba que solo era consecuencia de los momentos duros que les había tocado vivir. Pero en otras, la miraba, su deseo de besarla, de cuidarla, de entregarse al sexo de esa manera, eran pruebas irrefutables de que la quería de verdad. Como en su momento le pasó con Ricardo. A veces buscaba cualquier excusa para no reanudar la marcha. La sola imagen de Ricardo viéndolas juntas, le replanteaba sus objetivos. Claro que tenía ganas de volver con él. Pero también de seguir con Mellea. Sin embargo, era consciente de que tendría que elegir entre uno de los dos. Lo más fácil hubiera sido, no volver a España y deambular por el mundo con Mellea. Solas. Sin nada que se opusiera. Ricardo estaría con sus hijos. Los cuidaría bien. No tenía la menor duda. Pero la sola idea de no volver a sus hijos la aterrorizaba. Así que, de nuevo, las ganas de reanudar su camino se avivaron. A cada instante se preguntaba que estarían haciendo. Si se habrían escondido bien, tendrían suministros suficientes y lo más importante: ¿estarían todos bien?

No supo cuánto tiempo estuvo absorta en sus pensamientos. De hecho se extrañó, al volver al mundo real, encontrarse apoyada en el pasamano de la escalera. Miró hacia donde estaba Mellea, pero no la encontró. Tardó unos segundos en reaccionar. Se levantó, y notó que la mochila porta espadas pesaba menos. Le faltaba uno de los grandes machetes. Enseguida dedujo que había sido Mellea. Se adentró corriendo hacia el edificio, y en ese momento bajaba Mellea con parsimonia. Llevaba en una de sus manos temblorosas, el arma que le faltaba. De la punta chorreaba una mezcla de sangre y vísceras. Su cara indicaba que lo que acababa de hacer no había sido agradable. Sin embargo, en cuanto vio a Alicia fingió calma.

-          Tranquila, ya está todo hecho. Podemos irnos. –le tendió el arma por el puño y salió como si no hubiera pasado nada.

 

Alicia, se mantuvo de pie allí mismo, asimilando aquella situación. El problema no fue que les clavara una espada a cuarenta y seis personas mientras dormían o morían en ese instante. Lo que la sobresaltó, fue la idea de que tan solo una de esas personas hubiera herido a Mellea. Que mientras se encargaba de uno, apareciese alguien convertido y la atacase por detrás. Eso le angustiaba más que cualquier otra cosa. Tenían que hacer las cosas juntas. De esa manera reducirían los riesgos. Pero ella lo había hecho sola y no sabía por qué.

Cuando por fin reaccionó, salió al jardín y encontró a Mellea frente al coche. Esperándola como si nada. Alicia, enfurecida, fue hacia ella y la zarandeó.

-          ¿En que estabas pensando? –preguntó casi en un grito.

-          Desde que nos conocemos, no has hecho otra cosa más que cuidar de mí. Te cargas demasiadas cosas a la espalda. Deja que los demás, también hagamos cosas por ti. Así funciona esto ¿no? –le contestó también enfadada.

-          Mierda Mellea, te podían haber hecho daño. Y eso… eso… me… incomoda mucho. –se retiró de ella, entre otras cosas, para que no la viese que estaba a punto de llorar.

-          Te espero dentro del coche. –indicó Mellea.

 

No quería quedarse ni un minuto más ahí. Abrió las dos puertas de hierro, y se subió al coche. Recorrieron varios kilómetros sin hablar. De hecho, Mellea, se durmió tan profundamente, que Alicia lo agradeció. Se detuvo en dos ocasiones para consultar las indicaciones que Nestore había pintado en el mapa. Recorrieron tantos kilómetros sin poblaciones cerca, que tuvo la sensación de conducir hacia el fin del mundo. Era bien entrada la madrugada, cerca de las tres, cuando le empezaba a vencer el sueño. Detuvo el coche entre dos grandes árboles y apagó las luces. Comprobó que no hubiera peligro cerca y miró el contenido de varias cajas del gran maletero del coche familiar. Escogió dos naranjas y se comió gajo a gajo desfrutando de su agradable sabor. Dentro de otra caja, descubrió varios discos de música. Supuso que las monjas los pondrían allí, pero al comprobar la temática religiosa los lanzó al campo sin miramientos. Vio algo, también en esa misma caja, que la encolerizó si cabe aún más. Eran unas ramitas con unos frutos redondos colgando, que enseguida supo que se trataba de aquella planta venenosa. Para no tocarlas, tiró por completo la caja sin mirar que más contenía. Antes de cerrar el portón, vio unas botellas de vino. Tenían etiquetas con motivos religiosos, abrió una botella pero justo antes de dar el primer trago, se acordó de la dichosa planta. También tiró por los aires todas las botellas. Doce para ser exactos. No se fiaba. Nunca se sabe que locuras puede hacer la gente en una situación extrema. Ya tenía experiencia desde el hotel.

Mellea seguía dormida en el asiento. Por una parte, se moría de ganas por dormir un poco también. Pero no podía permitirse el lujo de quedarse las dos dormidas y ser sorprendidas por muertos caminantes. Tampoco quería despertarla. Se quedó un rato pensativa, acordándose de las palabras que le dijo su amante. “Te cargas con demasiadas cosas a la espalda.” Quizá tuviera razón. Pero por esa noche, la dejaría descansar.

 

Los primeros rayos de sol empezaban a salir aunque las nubes grisáceas le impedían mostrarse por completo. Olía a lluvia. A humedad. A tierra mojada. A césped mojado. Hacia frio. Se arropó con una manta y se quedó sentada en el asiento del coche. Mellea se despertó. Miró hacia los lados, tratando de situarse.

-          ¿Dónde estamos? –preguntó perezosa.

-          Cerca de la frontera con Francia. –contestó Alicia adormecida.

-          ¿Abras dormido por lo menos? –preguntó aun dolida.

-          Un poco. –mintió.

-          Tenías que haberme despertado. Haría yo la guardia. –lo dijo sin maldad.

-          Casi no podía dormir, Mellea. No te preocupes. Pero ahora que ya has descansado tú, ¿Qué te parece si conduces un rato mientras descanso? –le sonrió cariñosamente.

-          Ya viste lo que pasó la última vez. –arqueo un ceja.

-          No puedo cargarme con demasiadas cosas a la espalda… -contuvo una sonrisa, para aparentar ironía.

 

Reanudaron la marcha. Según el mapa, estaban cerca de un parque Nacional francés. Un lugar por donde el ser humano escasea, y por lo tanto la probabilidad de infectados se reducía al mínimo. La carretera, hasta ese momento, era idónea. Pero de repente, cambio a una estrecha calzada en la que intercalaba tramos sin asfaltar con caminos de tierra peligrosos. La joven, parecía que empezaba a dominar la conducción, y se adentró sin titubear. A veces, unos pequeños surcos en la tierra, le hacían perder el control del vehiculo. Pero consiguieron atravesar aquel camino sin problemas hasta un lago de aguas cristalinas, rodeado de medianas y altas montañas. Era un paisaje bello. Detuvo el coche, solo para admirar aquel maravilloso paisaje.

-          ¿Qué te parece un baño ahí? –preguntó Mellea divertida.

-          Una idea maravillosa. –contestó.

 

A pesar de que aquel lugar no hubiera sido pisado por nadie desde hacía tiempo, escondieron bien entre los arboles el coche. Aunque lo bastante cerca para tenerlo controlado sin que tuviera el riesgo de quedar atrapado o caerse al lago. Ante la estupefacta mirada de Alicia, la joven corrió hacia el agua. Se detuvo unos segundos en la orilla. Observó el fondo, se agachó para tocar con la mano el agua y se desnudó por completo. Estiró los brazos y se zambulló en el agua. Buceo uno metros y cuando salió el pelo mojado descubrió el hueco de la oreja amputada. No pareció importarle y continúo nadando sin dejar de observar a todas partes.

Alicia, con algo de reparo, pues nunca se había desnudado al aire libre, se tomó su tiempo para desnudarse. Aunque, se quedó con la ropa interior. Imitando a Mellea, se zambulló en el agua y llegó hasta la joven. Ambas rieron y juguetearon en el agua hasta que se cansaron. Al llegar a la orilla, Alicia se dejó caer boca arriba en la arena pedregosa. Le había sentado fenomenal el baño. Mellea llegó poco después, y se tumbó encima de Alicia. Mojándola de nuevo. Se miraron fijamente, hasta que sus bocas se juntaron. Acarició el cuerpo mojado de Mellea, centrándose en sus pechos. De repente, Mellea se quedó inmóvil. Levantó la cabeza y miró hacia los árboles y arbustos que había arriba de la colina.

-          ¿Qué pasa? –preguntó Alicia jadeante.

-          Calla. –ordenó.

 

Se quedaron en completo silencio. Tras unos instantes, se escuchó ruido de movimiento entre unos arbustos. Eran rápidos y abundantes. Alicia, al percatarse de lo que había escuchado Mellea, se quitó de encima a la joven y corrió hacia su ropa. Mellea hizo lo mismo. Alicia, desenfundó uno de los machetes y esperó expectante mientras la otra se vestía. El ruido sonó de nuevo, pero escorado a la izquierda. Se giró hacia el ruido en posición defensiva y con el arma apuntando hacia el frente. Mellea ya estaba vestida, y con su pistola en la mano. Ahora los ruidos venían de todas direcciones. Se movían nerviosas cada vez que se escuchaba el ruido en sentido contrario. Los ruidos cesaron. Pero lo que estaba provocándolos salió de su escondite. Un lobo salió de uno de los arbustos. Gruñía y mostraba los colmillos amenazadoramente. Se acercaba a ellas con lentitud. A su derecha, apareció otro lobo. Más blanco que el otro, pero con la misma actitud. Poco a poco hacían aparición un total de seis lobos enfurecidos. Mellea soltó un grito de miedo. Eso provocó que los lobos se envalentonaran mucho más, y dieran otros dos pasos seguros hacia ellas. Alicia, lentamente, sacó el segundo machete con manos temblorosas. Pretendía dar apariencia de no tenerles miedo. Pero era inútil. Seguían gruñendo y con cautela las acorralaban. El que estaba más cerca de Alicia, hizo un amago de ataque, pero paró en seco cuando Alicia interpuso las puntas de los machetes hacia él. Un segundo lobo, lo intentó contra Mellea. Pero más debido al miedo, que por convicción, apretó el gatillo de la pistola. Impactándole en un costado. El resto se pusieron más nerviosos e impacientes, pero dudaban si atacar en ese momento. El primer lobo, hizo amago de ataque contra Alicia. Pero en esta ocasión, también ella contratacó. Con la punta afilada del machete logró hacerle una herida importante en el hocico. Se retorcía en el suelo, retozando la parte herida contra el suelo.

-          Dispárale. –gritó Alicia.

 

Mellea se giró sobre sí misma, y disparó. El primer impactó rebotó contra el suelo. Lo que provocó que el animal se apartase unos veinte pasos. Un segundo disparo le dio en el abdomen. Se desplomó. Alicia, que se había girado para controlar al resto, hacia movimientos con los machetes, para espantarlos. Daban dentelladas al aire, tratando de agarrar el filo. Uno de ellos logró morderlo. Pero al mover violentamente la cabeza para arrebatarle el arma, se desgarró los lados de la boca, dejándola inservible. Gemía de dolor. Sus compañeros no cesaron, a pesar de vez lo que ocurría. Obtuvieron su recompensa, mordiendo en el brazo izquierdo de Alicia. Esta emitió tal grito de dolor, que su acto reflejo fue amputarle la cabeza al lobo. El cuerpo se separó con tal facilidad, que se sorprendió. Pero no tuvo tiempo de reacción, pues los otros tres lobos saltaron hacia ella. Las garras de uno de ellos, le hicieron una severa herida en el hombro. Cayeron al suelo, mientras trataban de morderle la yugular. Tratando de taparse el cuello con los brazos, recibió mordiscos en los antebrazos. No fueron profundos, pero la sangre salía con fuerza. Se escuchó varios disparos. Un lobo se desplomó. Otro se lanzó contra Mellea. El último seguía forcejeando con Alicia. Más disparos. Alicia cogió como pudo el machete que tenía cerca, y lo clavó por el cuello al animal. Se giró como pudo, con la cara ensangrentada, y vio que Mellea estaba bien. Cerró los ojos. Le dolía todo. Los brazos le quemaban.

 

Como pudo, con ayuda de Mellea, se levantó. Se miró todas las heridas de los brazos y el hombro. Algunas eran más profundas que otras, pero no se veía hueso. Eso era bueno. Se lavó en el agua. Mellea trajo todo el hilo de coser, unas agujas y vendas. Cada vez que atravesaba la piel y el hilo recorría el agujero, se retorcía de dolor. No pudo reprimir los gritos de dolor. Si hubiese más lobos cerca, las habrían encontrado sin dificultad. Se hizo de noche y no logró coser todas las heridas. Con la ayuda de los focos del coche, pudo completar la tarea. Las curas no fueron igual de buenas que las que haría un cirujano, pero al menos no se infectarían. Se encontraba mareada y sudorosa. En la cara de Mellea se reflejaba la preocupación.

-          Vámonos de aquí, por favor. –suplicó Alicia tumbándose en el asiento del copiloto.

 

Tuvo que conducir muy lento. La noche era cerrada, y los focos del coche no alumbraban del todo el camino. La luz del depósito se encendió. Resopló, sabiendo lo que tocaba hacer. Detuvo el coche y pistola en mano fue hasta la parte de atrás. Sacó un bidón de gasolina y el embudo. Con el nerviosismo, tiró al suelo un tercio del contenido. Se subió de nuevo con rapidez al coche, y reanudó la marcha. Al bajar una colina, en mitad del camino unas barreras y una caseta les cortaban el paso. Supuso que sería el paso fronterizo. Aunque en esa ocasión, parecía que llevase años abandonada. Las barreras habían perdido casi todo su color y estaban oxidadas. La caseta estaba invadida por plantas que en otra época, ocuparon su lugar y lo estaban recuperando. No podía bordear la caseta ya que corría el riesgo de encallar. Y la barrera ocupaba el ancho del camino. Tendría que bajar y tratar de levantarlas manualmente. Por suerte, un juego de poleas le facilitó el trabajo. Aquel puesto fronterizo debía ser tan antiguo, que no disponía de electricidad y lo levantaban a pulso. Suspiró aliviada al traspasar la barrera y subir de nuevo por el camino. Ya estaban en Francia. En lo alto del camino montañoso, había un mirador. Decidió parar ahí, y esperar al día siguiente. Al menos se habían alejado de la zona boscosa, y estaban más cerca de la próxima población.

Preocupada por el estado de Alicia, no pudo pegar ojo a pesar de estar muerta de sueño. Quizá fuera el shock, pero llegó a la conclusión de que dejó de respirar en varias ocasiones. El sol había salido hacía ya cuatro horas, y Alicia no daba señales de despertar. Se batía en la duda de si continuar el camino o esperar a que despertase. Aburrida, examinó el mapa. Llegados a ese punto, Nestore, apuntó continuar a unos veinte kilómetros de la costa. De esta manera dejarían a su izquierda Niza, Cannes, Frejus… y así hasta llegar a Marsella. Continuando por Montpellier hasta llegar a Andorra. Aproximadamente unos setecientos kilómetros. Calculó cuantos bidones habían gastado ya, y los que les harían falta hasta llegar solo a Andorra. El viaje no sería fácil. Ya lo sabía. Aun así se le erizó el bello de los brazos al pensar en todas las veces que tendrían que parar y recoger gasolina si es que quedaba.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Capitulazo!!! Una gran avance para Alícia... lo del convento muy duro. Gracias

Unknown dijo...

Buen capítulo, han cumplido con el favor y ya están mas cerca de su objetivo.