viernes, 2 de junio de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 28

Me cansé de esperar en aquel pasillo. Estaba a punto de marcharme, cuando salieron de la enfermería. Chari, los acompañaba. Aquel hombre se volvió a asustar al verme. ¿Me ha reconocido?
- Espera, -ordené a Chari
- Lo siento Jason, -me separó del hombre- Andrés me ha pedido que los acompañe a la salida.
- ¿Por qué? –pregunté intrigado
- No lo sé. –contestó- Solo hago mi trabajo.
- Déjame hablar con él un minuto. –supliqué
- ¿Qué pasa? –Andrés salió
- Perdona Andrés, -dijo Chari- Ya me los llevo.

Andrés me miró con cara de pocos amigos.
- Necesito hablar con él, -le señalé al hombre- creo que me ha reconocido.

El doctor dirigió la mirada hacia el hombre.
- ¿Es cierto? –me señaló- ¿Lo conoces?
- No señor. –contestó
- No hay más que hablar. Por favor Chari, prosigue. –ordenó dándose la vuelta

Necesitaba hablar con ese hombre como fuera. Los acompañé hasta la puerta. Marta nos vio, estaba hablando con dos agricultores. En ese momento, se acercó.
- Chari…-la detuvo-… ¿Los ha rechazado?
- Eso parece. –mandó abrir las puertas al vigía
- Marta, -dije- creo que este hombre me ha reconocido. Por lo que sea, no quiere hablar conmigo.
Aquel hombre seguía mirándome. Parecía que estaba deseando salir de allí. Respiró tranquilo cuando Marta accedió a que se fueran ya.
- Ven conmigo. –me ordenó

Nos fuimos hasta una de las salas de reunión del hotel. Cerró la puerta. Caminó hacia mí bruscamente.
- ¿Se puede saber qué te pasa? –preguntó a escasos centímetros de mi cara- Ya te ha dicho dos veces que no te conoce. Sé que estas frustrado por tu situación. Pero deja de ver fantasmas donde no los hay.
- Te juro por mi vida, que he notado que ese hombre me conoce. –empecé a perder la esperanza- Lo siento. Lo siento de verdad.

Giró la cabeza hacia los lados. La noté realmente enfadada. Acto seguido me beso vorazmente. Me pilló desprevenido. No duro ni un minuto. Se apartó.
- Dios…-se quejó- …lo que tiene que hacer una. Venga vamos. Quizá los pillemos aun cerca.

Me quedé ojiplático. No sabía si por el beso que me acababa de dar o por querer ir a buscar a aquel hombre.
- Vamos…-levantó los brazos

Al salir del hotel, aun los podíamos ver rebuscando en el interior de un coche, a unos quinientos metros. Nos acercamos y al vernos se colocaron en modo defensivo.
- Espera, espera. –gritaba Marta- No pretendo haceros daño.

Parece que se convencieron. A veces, Marta puede ser muy convincente con tan solo unas palabras y una sonrisa. Bajaron la guardia.
- Mi amigo necesita tu ayuda –le dijo al hombre que le señalé- El piensa que tú le has reconocido. Ya sé que has dicho que no. Pero él está convencido de que sí.
- Está bien, está bien. –contestó- Lo conozco.
- Lo sabía. –miré a Marta
- ¿Qué te pasa? –me preguntó incrédulo aquel hombre- ¿Ya no te acuerdas de mí?
- Creo que por eso estamos aquí. –le contestó Marta- Tuvo un accidente, y ha quedado amnésico.

El hombre se me quedó mirando fijamente. Cambio su cara de susto, por la de rabia. Tanto Marta como yo, vimos como cerró los puños.
- Oye, tranquilízate –le dije- Sea lo que sea que te hice, no lo recuerdo.
- ¿De verdad no te acuerdas de nada? –seguía en estado furioso
- De verdad, -admití- por eso necesito tu ayuda. ¿De qué me conoces?
- Por tu culpa perdí a gente que quería. –contaba- Ambos nos comportamos como gilipollas. Pero veo que a ti también te ha pasado factura.
- No es momento de sacar trapos sucios, -le interrumpió Marta- Necesitamos saber al menos su nombre y de donde es.
- Llegaste con tu novia, tu hermano y unos amigos. –relataba- Joder, fui yo quien os casé.

Aquello me dio un vuelco al corazón. Creo que a Marta le pasó lo mismo. Pues se giró hacia mi pálida, y con la boca abierta de par en par. Me llamó por mi nombre real y no quiso seguir.
- No te pienso contar más. –se quejó
- Por favor, te lo pido. –supliqué- No sé qué te pude hacer. Pero de verdad, discúlpame. Ya no soy ese hombre que conociste.
- Dejaste que me dieran una paliza de la que casi me matan. Dejaste que se llevaran a personas inocentes. –relataba gritando y alterado
- No. No recuerdo nada –dije triste
- ¿Tiene más familia? –continuó Marta
- Si queréis respuestas, debéis buscarlas. –escribió en el cristal lleno de polvo de un coche, el nombre de un lugar- Aquí tenéis donde empezar.
- Te lo agradezco de verdad. –le dijo Marta- Siento que Andrés no diera el visto bueno para quedaros. Pero en agradecimiento, os diré que a unos cuarenta kilómetros en aquella dirección, encontrareis un centro comercial. Aún no está completamente saqueado. Os ayudará.

Aquel hombre asintió. Se dio la vuelta y le hizo una señal a su compañero para continuar.
- Dime tu nombre al menos. –le grité
- Leo- contestó

Nos quedamos en absoluto silencio por un par de largos minutos. Era hora de entrar de nuevo en el hotel.
- Así que casado. –dijo mientras caminábamos- ¿tengo que preocuparme?
- Tu sabrás…-contesté arisco
- Oye capullo. –se paró en seco y me empujó en el pecho- Aquí el que está casado eres tú. ¿vale?
- Tú ¿de qué vas? –me acerqué enfadado- No tengo ni puta idea de quien es mi mujer ni si está diciendo la verdad. Ya lo viste. Esta cabreado conmigo por algo que le hice a su familia… o amigos… o yo que ostias se.
- Bah tío, -bufó- no se ni para que te ayudo.

Se dio la vuelta y entró antes que yo al hotel. El resto del día, no nos volvimos a ver. Tampoco salí de mi habitación. Tomé prestado algo de hierba de Marcos. Necesitaba recordar. Y aquello podía servirme de ayuda. Esta vez no ayudó nada. Solo para colocarme un poco. Nada más.
Tras dos días sin cruzarme con Marta, decidí ir a su habitación. Llamé un par de veces pero no abrió. Aunque sabía que estaba dentro, pues la escuchaba. Finalmente desistí. Por mi cuenta y riesgo, salí fuera de los aledaños del hotel. Me armé con un cuchillo y una mochila con algunas manzanas y una cantimplora. Caminé por las calles desiertas. Observaba el interior de los  vehículos abandonados, sin esperar encontrar nada en concreto. Me alejé bastante. En ningún momento me encontré con infectados o vivos. Pasé por una urbanización de casas adosadas de color amarillo. La primera vivienda tenía la puerta abierta. Dudé en entrar. Aunque lo hice. En el pasillo principal, había colgado aun, cuadros con fotografías. Observé a aquellas personas. Felices con sus hijos en el jardín de la entrada. La segunda fotografía tenía más polvo que la primera. Lo limpié. No por ver la imagen, si no por tener la sensación de que todo aquello no estaba pasando. El salón estaba desordenado. Cajones por el suelo, y el hueco  de la televisión vacío. La vitrina de la vajilla, conservaba dos platos hondos y una copa con el borde roto. Llegué hasta la cocina. Era muy amplia y en el centro una barra con vitroceramica. Las puertas y cajones estaban abiertos de par en par. Vacíos. Supuse que el grupo de expedición habría pasado por aquí. Desde una puerta de la cocina, podía acceder a un patio interior. Arreglado con baldosa marrón. Una pequeña caseta de perro. Una manguera tirada por el suelo. Más al fondo, a la derecha, un pequeño cuartito que desde allí podía ver su interior. Tan solo había una barbacoa metálica oxidada y una bolsa de carbón a la mitad. Escuché un ruido por detrás. Enseguida me di la vuelta y en posición de defensa. Tarde unos diez segundos en sacar mi cuchillo de la mochila.
- ¿Hay alguien ahí? –como si me fueran a contestar
Caminé despacito por el pasillo hasta el salón. No me asomé a la primera. Pues fuera lo que fuera, lo estaba escuchando. Justo antes de asomarme, el rugido que emitió me paralizó el corazón. No podía ser. Si era lo que era, tenía que irme de allí cagando ostias. Escuché de nuevo rugido. Lentamente asomé mi cabeza y lo vi. Aquel león me daba la espalda. Aun no me había descubierto. Miré hacia la puerta de la entrada. Estaba descolgada y me sería imposible moverla para encerrarle. No me dio tiempo a pensar más. Se giró hacia mí, como si de pronto se hubiera dado cuenta de mi presencia. Se me cortó la respiración. Empezó a darse la vuelta lentamente, y emitió un nuevo rugido. Lo único que se me ocurrió fue correr y subir por las escaleras al piso de arriba. El león no tardó en lanzarse hacia mí. Pero ya estaba casi arriba y se golpeó contra la pared. Me encerré en una de las habitaciones. Era una infantil. Moví un pequeño escritorio hacia la puerta. Noté como posaba sus garras en la puerta arañándola y rugiendo. Las piernas me temblaban. Miraba hacia todas partes de la habitación. Quité el colchón de la cama y lo puse encima del escritorio. Me asomé por la ventana. Maldije por haber escogido esa habitación. Tenía una caída de al menos cuatro metros. Sin embargo la contigua, daba a un pequeño tejado. Supuse que el del pequeño cuartito del patio. El león seguía rugiendo y arañando la puerta. Aunque en ningún momento la golpeaba son la suficiente fuerza como para derribarla. No me tranquilizó en absoluto. Solo era una minúscula ventaja. Mi cabeza no daba más de sí. No encontraba solución para escapar de ahí. La situación era preocupante. Los arañazos cesaron pero le escuchaba pasear por la planta. De vez en cuando volvía y trataba de entrar. Perdí la noción del tiempo. Vi atardecer. Y más adelante, anochecer. Cada vez que me movía, el león se ponía nervioso y rugía. Escuchaba sus uñas rascar la puerta. Intuí que tumbado o a medio tumbar. Mis músculos se agarrotaban, y me dolían las articulaciones. Trataba de no moverme, o hacerlo lo más despacio posible. La noche dio paso al amanecer. No lo escuché marcharse. Aunque hice algo de ruido a propósito para notar alguna reacción. Y lo hizo. Debió despertarse de su letargo y continuar con su intento por darme caza. La puerta no cedió. Respiré aliviado. Me encontraba cansado. Con sueño. Un ligero dolor de cabeza. Aun así, trataba de encontrar una salida. Por más que miraba hacia abajo por la ventana, no se reducía la altura. Me llevé las manos a la cara en gesto de desesperación. El león volvió a rugir. Pero esta vez tuvo respuesta. Otro rugido casi de inmediato. Había dos leones detrás de la puerta esperando que cometiese el error de abrirla y darse un buen festín. Otra mañana más pasó. Comía a bocados lentos, una de las manzanas. El agua lo racionaba con escasos sorbos, simplemente para mantener mi boca húmeda. Una de las veces noté como se cerraban mis ojos sin poder evitarlo. Dos minutos, me dije a mi mismo. Solo los cerraré dos minutos. Descanso esos dos minutos y me despierto. No creo que por dos minutos, me quedé dormido del todo. Pensé en el coche azul. Imaginé la cara de la que supuestamente era mi mujer. Me imaginaba que vivía en una casa con jardín. De cómo salía ella a buscarme para avisarme de que la comida estaba lista. ¿Teníamos hijos? Es igual. Me imaginé una personita a la que enseñaba a caminar. Cuando miraba de nuevo a la casa buscando la cara de mi mujer, tan solo veía el cuerpo y una sombra negra en su rostro. Más bien una silueta que imitaba la forma de mujer. Imaginé también, yendo los tres en un coche azul, hacia el parque de atracciones. ¿Me gustaba ir al parque de atracciones? No lo sabía. Soñé que trabajaba en una oficina. Con papeles por la mesa, y un ordenador. Vestía con traje y corbata. ¿Cuál era mi profesión? Tampoco lo sabía. Soñé que volvía a casa y mi supuesta mujer me estaba esperando para cenar. Nos sentábamos en la mesa de la cocina, y disfrutábamos de nuestra compañía. Esta vez sí vi el rostro de mi mujer. Por una parte si la reconocía. Pero por otro no. Más bien me era familiar. Pelo largo y castaño. Ojos redonditos. Labios carnosos. Cuando sonreía le salían dos hoyuelos en las mejillas. Me di cuenta de que no era mi mujer. En quien estaba pensando era en Marta. Y ella no era mi mujer. Decidí que ya era hora de abrir los ojos. ¿Habrían pasado ya los dos minutos?

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